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LOS PUNALES SANGUINEA TREMOLABA LA ALEGRIA. El vino era un encaje en el corazén de los hombres, Habia plata. —j Métale voz a la noche, compadre! ... Sonaban las guitarras: un mar en puntillas. “El Minero” Ilegaba de las minas de Caracoles con los bolsillos guatones de billetes. Pisaba con arrogancia y el bigote le caia como una Iluvia filudita encima de la boca. Verdes los ojos de sefior de “los pueblos acogotados de sol. Era pendenciero y ladrén. No le quitaba el lomo al trabajo % cuando debia cantar, izaba una voz linda y honda. La cantina olia a corral de instintos. “El Minero” festejaba a su hembra: —Es usté mi Nochebuena, joyita. Y los labios se trepaban a la boca dela mujer. Nadie reparaba en ellos: habian como extendido en su derredor un gas celeste y protector, una muralla de intimidad. En el mesén, un bolivianito locuaz abofeteaba el aire y era un foco de rojas palabras. Tenia coro. Carajo que me costé sobarle a patadas el poto a ese chile- no ;CGémo se me daba vueltas el condenado! j Ja jay, paisano del diablo! Y los amigotes del Bolivianito aplaudian y brindaban: —Y, ;quién era, pues, el chileno aquel? —j Quién habia de ser, pues, tocayo: “El Minero. —jOh, “El Minero”...! - 45 YY seguia Ja historia: en una pendencia por mujer, el _boli- vianito se le iba encima y el roto se retorcia. ; Salud! ‘Tanto levanté la voz el bolivianito y tanto nombré al “Minero”, que éste, a pesar de su distancia de alcohol y mujer, se oy6 citar y puso atencién. Una estrellita le quemaba las manos. ;Dénde habia visto a este hombrecillo que le ensuciaba la fama? ; Ni en pelea de perros! —Voy a negociar con ese un rato —le comunicé a su compafiera. Y se encamin6, recto: Amigo, déjeme que lo felicite: quien le pega al “Minero” es muy macho, jmuy macho! El bolivianito se encendié: —Gracias, gracias... gBebé con nosotros? Un amigo més... “El Mincro” se mordia: j —Cuénteme cémo se la zurré al chileno, amigo... Y el bolivianito volvié a sus fantasias. “E] Minero” sonreia con el alma bien al fondo de su bandera chilena desplegada. Era ne- cesario castigar a quién barria el suelo con su orgullo, pero el mi nuto atin no surgia: el minuto de la reparacién y de la revelacién. —j Pobrecito “Minero”, cémo hacia fuerzas para tragar sus 14- grimas! Mas copas. M4s fanfarronadas. ;Cémo promover el instante de la reivindicacién? ; Ay, angeles de la venganza...! “EI Minero”, medio herido en los rincones raciales y medio mor- dido como hombre de vinagre en las entrafias, no aguanté mucho: —;Cémo es el ial “Minero”, amigo? El bolivianito traz6 una caricatura. “E] Minero” estallé: —j“El Minero” soy yo, “cuico” huevé: Y, rayo en célera, su pufio aplasté la conciencia del bolivianito. El corro se le fue encima, veloz. Tarde era para un varén tan fino de alas, como el roto: ya estaba “El Minero”, cuchilla en mano, arriba del mostrador, repartiendo cintas de sangre en los rostros, en las manos. La cantina era un pandemonio, un fracaso de cosas en el suelo. “El Minero” triunfaba, como siempre: otros rotos brin- caban a su lado y las cuchillas imponian su ley. Cuando “El Minero” fue dueiio de la situacién, buscé, por entre Jas sillas y las mesas derribadas, al bolivianito, y alzéndolo se lo 46 eché al hombro, saliendo puerta afuera. La mujer le siguié. La cantina se quejaba. Volvié la paz. ; Salud! Con su cargamento a cuestas entré a su cuarto. ¢Qué haria? ¢@émo éastigar al ofensor? Alld, volvié en si el bolivianito, Era un espectro: —Ahora, vas a terminar de pagdrmelas, indio jet6n. Y a su mujer: —jEmpelétate! Una escultura de cobre. —jHacete hombre con ese cuerpecito, desgraciado: ahi tienes carne! Una mujer espera. El bolivianito enloquece. “El Minero” toma asiento y le rie la bestia de las venas. Se para. —jEste el “El Minero”, sabandija! Y, répidamente, lo ata en una silla, Luego, se desnuda y galopa en la mujer su m&s hermoso camino de macho. El bolivianito saliva desorbitado. El sexo Je muerde mds que una agonjia, Alli, Ja carne agita su estupenda tonada y el mundo es una rosa echada a orillas del lecho. Jadea la pareja: se le sale por los poros la salud. El bolivianito, temblando, ha sido la mujer de si mismo: le gotea el placer aver- gonzado a lo largo de los muslos. “El Minero” lo presiente y goza: jah, pequefio Prometeo en celo! —j Ya estd, pues, valiente! ; Andate regando las calles! Un hombre lleva la lengua vuelta salmuera; las calles han va~ riado de posicién; el cielo parece de piedra; desde abajo de la tierra se oyen ruidos que encrespan el alma... “El Minero” acaricia un pecho de su amante. BIBLIOTECA NA SECTION CHILENA 47

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