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El Directorio y el ascenso de Napoleón Bonaparte

(1795-1804). Tras la caída de Robespierre gobernó la Convención termidoriana(un gobierno surgido


del golpe de Estado de termidor, nombre que daban los revolucionarios al mes de julio), que
promulgó na nueva Constitución(1795) que representaba los ideales e intereses de la burguesía
moderada. No obstante, las potencias europeas seguían viendo en Francia un peligro y continuaron
la guerra contra ese país.

La Convección temidoriana se sustituyó por un directorio, que se apoyó en los militares; entre ellos
destacó Napoleón Bonaparte. Este aprovechó el prestigio adquirido con sus victorias militares en
Europa y colaboró en el golpe de estado del 9 de noviembre de 1799. Como consecuencia, tres
cónsules se hicieron con el poder, con Napoleón como cónsul principal.

EL ASCENSO DE NAPOLEON AL PODER

No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando
comenzó la primera fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras
Napoleónicas. Los tres golpes de Estado que se produjeron durante este periodo -el 4 de
septiembre de 1797 (18 de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de floreal) y el 18 de junio
de 1799 (30 de pradial)-, reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones
políticas burguesas. Las derrotas militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano
de 1799, las dificultades económicas y los desórdenes sociales pusieron en peligro la
supremacía política burguesa en Francia. Los ataques de la izquierda culminaron en una
conspiración iniciada por el reformista agrario radical François Nöel Babeuf, que defendía
una distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta insurrección, que recibió el
nombre de 'Conspiración de los Iguales', no llegó a producirse debido a que Babeuf fue
traicionado por uno de sus compañeros y ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8 de pradial).
Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de los Quinientos; Fouché, ministro de Policía;
Sieyès, miembro del Directorio y Talleyrand-Périgord consideraban que esta crisis sólo
podría superarse mediante una acción drástica. El golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10
de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general Napoleón Bonaparte,
en aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y de
los acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la
Constitución del 24 de diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido
con poderes dictatoriales, utilizó el entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para
satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la involución parcial de la transformación del
país se vio compensada por el hecho de que la Revolución se extendió a casi todos los
rincones de Europa durante el periodo de las conquistas napoleónicas.

NAPOLEÓN BONAPARTE Y LOS MÉTODOS DEL PODER

AL HACERSE NAPOLEÓN BONAPARTE DEL GOBIERNO FRANCÉS, EN NOVIEMBRE


DE 1799, HIZO PROMULGAR UNA NUEVA CONSTITUCIÓN, BASADA EN ESTA
OPORTUNIDAD –SEGÚN DECLARÓ- “SOBRE LOS VERDADEROS PRINCIPIOS DEL
GOBIERNO REPRESENTATIVO, SOBRE LOS SAGRADOS DERECHOS DE
PROPIEDAD, LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD”, PARA ANUNCIAR ENSEGUIDA QUE
“LA REVOLUCIÓN HA TERMINADO”.

El ciclo revolucionario iniciado en 1789 había enseñado una organización


monárquica reformada, una radical constitución jacobina, un conservador
gobierno termidoriano, hasta la llegada del Consulado en 1899. Este último
cuerpo de gobierno, del que participaba Napoleón, había heredado una
importante tradición republicana, incluso democrática, pero también un
legado conservador, propias del caído régimen monárquico.

Con Napoleón, la nueva constitución convalidó el sufragio universal para los


hombres, pero sólo en los eslabones más bajos de un proceso electoral
indirecto, que culminaba con la elección de miembros para el parlamento, y
pronto apareció un criterio censitario, es decir, de mayores derechos para
quienes pagaran más impuestos.
Esto no invalidó que Napoleón apelara a las masas electorales a través de
diferentes plebiscitos, no exentas de la manipulación oficial. No obstante,
todo llevaba gradualmente a un gobierno cada vez menos republicano y cada
vez más jerárquico y ambicioso, que encontraron asiento en dos despachos
especiales: el del Ministerio del Interior y el del Ministerio General de Policía.

En poco tiempo, Napoleón logró que el Consulado de tres miembros quedara


enteramente en sus manos y, con posterioridad, que la Constitución del Año
XII inaugurara el Imperio hereditario. Esto último sucedió en mayo de 1804,
ante la amenaza de la restauración monárquica, impulsada por Gran Bretaña.
Desde entonces, se desataron las guerras napoleónicas, que permitieron la
expansión del imperio francés, con el código napoleónico bajo el brazo, a
gran parte de Europa.

En esta ocasión, recordamos la fecha en que Napoleón fue coronado como


emperador, el 2 de diciembre de 1804, con la inestimable –en virtud de sus
ambiciones imperiales- presencia del Papa Pio VII.

La frase elegida para la ocasión revela la fórmula general que explica la


ascendencia de Napoleón sobre el pueblo. El período de gobierno napoleónico
–que duró hasta 1815- supuso un férreo disciplinamiento social y político.
Sin embargo, ello no fue un exclusivo legado suyo. Tanto es así que se ha
dicho que si Bonaparte fue el sepulturero de la libertad política, el Directorio
ya le había facilitado el cadáver.

Napoleón I Bonaparte. Emperador de Francia (1769-1821)


Napoleón I.

Emperador de Francia, nacido en Ajaccio (Córcega) en 1769 y muerto en Santa Elena el 5 de mayo
de 1821. El que llegara a ser emperador de los franceses entre 1804 y 1815, se reveló como uno de
los militares más brillantes de todos los tiempos y un estadista cuya influencia en el continente
europeo determinó cambios tan profundos que dieron lugar a la Edad Contemporánea.

El ascenso de un joven militar

Napoleón fue el hijo de Carlo de Buonaparte (posteriormente afrancesó su nombre hasta quedar
como Bonaparte) y Letinia Ramolino. Con el apoyo del gobernador francés en la isla, estudió en el
colegio de Autun y, posteriormente, gracias a unas becas concedidas por Luis XVI, ingresó en la
Escuela Militar de Brienne, para continuar su formación en la Escuela Militar de París. En 1785
acabó sus estudios militares, alcanzando el grado de teniente y colocándose al frente de un
regimiento de artillería. Los años posteriores los pasó en guarniciones de provincias (Valence y
Auxonne), aprovechando su tiempo para ampliar su preparación militar (profundizó en sus
estudios de matemáticas, artillería y táctica militar), entrar en conocimiento de los pensadores
políticos clásicos (en especial Maquiavelo y Montesquieu) y descubrir su pasión por la historia (le
deslumbraron las biografías de Alejandro, César y en especial la de Federico II). La melancolía
sentida por la larga ausencia de su isla natal se fue convirtiendo en simpatías por el movimiento
autonomista corso, dirigido entonces por Paoli. La Revolución Francesa, iniciada en 1789, fue el
gran trampolín para la ascensión de Napoleón. Cuando estalló se trasladó a Córcega, participando
activamente en las luchas políticas, por lo que alcanzó el grado de teniente coronel; pero su
enfrentamiento con Paoli, quien desconfiaba de la ambición del joven militar, y en especial la
ruptura del movimiento independentista con la Convención y su llamada a los ingleses para
conseguir la retirada francesa, hicieron que Napoleón y su familia tuvieran que huir (junio, 1793).
Estos acontecimientos despertaron en el militar el orgullo patriótico y lo hicieron, mas que la
preparación anterior, un verdadero nacionalista francés. Nombrado comandante, se hizo cargo de
la artillería del ejército de Dugommier, siendo determinante su actuación para la reconquista de
Tolón (diciembre, 1793), lo que le valió el ascenso a general. En ese momento comenzó su relación
directa con los políticos dirigentes de la revolución; el apoyo que le había otorgado Robespierre le
pasó su factura a la caída de éste, sin embargo Barras reclamó su participación, encargándole la
represión del levantamiento realista de octubre de 1795. Su actuación le valió el nombramiento de
comandante del ejército del interior, dirigiendo la represión de las actividades subversivas, en
especial contra los club jacobinos. La culminación de su ascenso la significó su matrimonio
con Josefina de Beauharnais, una de las figuras de los influyentes salones del París de la
revolución.

En marzo de 1797 recibió el mando del ejército francés en Italia, donde se llevaba a cabo un
enfrentamiento contra Austria; la península fue el escenario de las primeras manifestaciones del
gran genio militar de Napoleón. Las victorias de Arcole, Lodi y Rivoli obligaron a Austria a firmar
el tratado de Campoflorido. Temerosos los políticos del Directorio de la ascensión napoleónica,
aprobaron su proyecto de atacar el corazón de la ruta inglesa hacia Oriente; deseoso de emular a
los grandes del pasado, Napoleón dirigió su expedición contra Egipto: ocupó Malta y Alejandría
(junio, 1798) y venció definitivamente a los mamelucos en la batalla de las Pirámides. Pero el
almirante Nelson consiguió destruir su flota, lo que le hacia prisionero de su triunfo y le
incomunicaba con Francia. Llevó a cabo una brillante política de obras públicas y excavaciones
arqueológicas (origen de la pasión europea por Egipto), atacó a los turcos en Siria y estuvo a
punto de conquistar San Juan de Acre. Pero conocedor de las dificultades francesas en el
continente, abandonó Egipto rompiendo el cerco inglés. En París y nombrado comandante de las
tropas de la capital, Napoleón contempló la gran impopularidad del Directorio; lo que facilitó la
preparación y el triunfo del golpe de estado que llevó a cabo el 18 de brumario (noviembre, 1799).
Se fundó una República plebiscitaria cuyo ejecutivo quedaba en manos de un triunvirato
(Bonaparte, Ducos y Sieyès); pero, como Primer Cónsul, Napoleón acabó acaparando el poder y
fundando una dictadura militar que duraría quince años. La labor del Consulado fue
extraordinaria: acabó con las guerras civiles que asolaban el Oeste francés, reorganizó la
administración y dotó al estado de nuevas instituciones llamadas a tener una vigencia que alcanza
el presente (Consejo de Estado, organización judicial, prefectos, códigos legislativos), favoreció él
resurgimiento de la vida religiosa e hizo de la Iglesia un fiel colaborador de su obra (Concordato de
1801) e inauguró una administración financiera que acabó con el déficit crónico anterior. En el
exterior, se enfrentó a la Segunda Coalición, a la que derrotó en las batallas de Marengo y
Hohenlinden (junio y diciembre de 1800), alcanzando la Paz de Lunéville con Austria y la Paz de
Amiens con Gran Bretaña, afectada en su comercio por las campañas y comprometida a devolver
las colonias francesas que había ocupado.

La popularidad que le ofrecieron las paces interior y exterior permitieron a Bonaparte depurar el
triunvirato, someter a las instituciones y hacer aprobar la Constitución del año X (agosto, 1802)
que le nombraba Cónsul vitalicio permitiéndole elegir a su sucesor, lo que significaba la
restauración monárquica de hecho. La desconfianza inglesa antes los planes expansionistas
napoleónicos reavivaron la guerra; además de poner en marcha un programa de expansión
colonial (Santo Domingo, Luisiana, India), en el centro de Europa Napoleón tutelaba una
reordenación constitucional en su beneficio (fue nombrado presidente de la República Italiana,
reorganizador de Alemania, tutor de la Confederación Helvética). Londres incitó
varios complots que fracasaron, permitiendo la persecución de los opositores del Cónsul, que
acabó consiguiendo la adhesión de antiguos revolucionarios. Esto fue aprovechado por Napoleón
para establecer una monarquía militar hereditaria y proclamarse emperador, haciéndose coronar
por el Papa en Notre Dame, en diciembre de 1804.

El imperio

El régimen implantado por Napoleón tomó algunas reminiscencias revolucionarias y ciertos


signos externos de la República, pero, esencialmente, pretendió ser una monarquía tradicional,
con su corte y una nobleza imperial. La labor de imperio fue una continuación de la modernización
emprendida durante el Consulado; la labor codificadora se sintetizó en el Código
Napoleónico (1804) y el Catecismo Imperial(1806); se desarrollaron nuevos planes de estudio y se
crearon nuevos centros de enseñanza (institutos y universidades, 1806); en la política económica
destaca la reforma aduanera, la potenciación de nuevos cultivos (en especial la remolacha), el
apoyo a la incipiente industrialización y la apertura de grandes obras públicas (reurbanización de
París); la censura atajó todo atisbo de crítica al régimen imperial (leyes de prensa e imprenta); al
tiempo que se fomentaban las artes con la intención de hacerlas agentes culturales del régimen.
El desarrollo de toda esta política imperial conllevaba unos gastos ingentes, que apenas pudieron
ser cubiertos con la nueva política fiscal y el retorno de los impuestos indirectos; la gran fortaleza
demográfica de Francia y la riqueza de su producción fueron los soportes básicos del régimen. El
tercer gran soporte fue el ejército; tanto el consulado como el imperio tuvieron una concepción
básicamente militar; sin embargo el ejército no estuvo en buenas condiciones; su intendencia
carecía de lo esencial, no había avituallamiento, existían graves fallos en la sanidad y las pagas a
los soldados faltaron usualmente. Para minimizar estas carencias, Napoleón llevó a cabo una
propaganda intensa, tanto sobre la población como especialmente en la soldadesca, cuyos
componentes se encontraban fanatizados, con una fe ciega en la dirección napoleónica. Y
realmente el genio militar de Napoleón brilló durante el imperio; revolucionó la concepción
estratégica y sentó las bases de lo que sería el arte militar hasta comienzos del siglo XX. Los tres
principios básicos de su concepción militar descansaban sobre la potencia, la seguridad y la
economía de fuerzas; su manifestación se encontraba en la posesión de la iniciativa; la búsqueda
del objetivo estratégico decisivo, sin perder energías en grandes maniobras de distracción; gran
importancia del servicio secreto, tanto en el frente como en la retaguardia del enemigo; control
de las líneas de comunicación, dificultando los avances y retiradas del oponente; reordenación de
la composición de los ejércitos, con la diferenciación y especialización de los distintos cuerpos;
empleo masivo de la artillería en batalla y de la caballería para la persecución del adversario. A
partir de 1805 Napoleón sostuvo una serie ininterrumpida de guerras contra las potencias
coaligadas en su contra. Su objetivo era extender el territorio francés hasta el Rin, rodeando el
imperio de una serie de estado satélites aliados, algunos de los cuales estuvieron gobernados por
parientes suyos. En 1805-1806 Napoleón centró su interés en Italia y Alemania, venciendo a
Austria y sus aliados en Ulm y Austerlitz, y a Prusia en Jena y Auerstadt; las victorias llevaron a
Napoleón a lanzar la iniciativa del Bloqueo Continental contra Gran Bretaña (noviembre, 1806),
con el propósito de arruinar su economía; 1807-1809 fueron los años de usurpación: creación de la
Federación del Rhin, anexión de Etruria y los Estados Pontificios, conquista de Portugal, invasión
de España y desmembración de Prusia. En 1810 Napoleón se encontraba en la cima de su poder;
salvo en España, su dominio de los estados vasallos del continente era absoluto, si bien el
esfuerzo para mantener el control era extraordinario. Deseoso de asegurar su imperio dinástico,
Napoleón repudió a Josefina y se casó con María Luisa, archiduquesa de Austria, de quien al fin
tuvo un hijo (marzo, 1811), Napoleón II. Sin embargo las dificultades latentes eran considerables:
el aumento de la presión fiscal y de los impuestos indirectos, la reiteración de levas, el
internamiento de Pío VII, la estricta censura, las actuaciones policiacas y la persecución
implacable de la oposición aumentaron el malestar en los estados vasallos y de modo especial en
Francia. La necesidad de fondos hizo que se reforzara el bloqueo continental; para asegurarlo se
anexionó Holanda y la costa alemana. Pero se desconfiaba de la actitud rusa, por lo que con la
alianza de Austria y Prusia, en junio de 1812 Napoleón invadió Rusia al frente de un ejército de
600.000 hombres. El ejército ruso practicó la tierra quemada, por lo que a pesar de alcanzar
Moscú, el ejército napoleónico no pudo permanecer ni avituallarse sobre el terreno. La retirada
tuvo dramáticas consecuencias; mientras que la retaguardia era constantemente atacada por los
rusos, las sucesivas alianzas fueron convirtiendo en enemigos a los antiguos aliados.

A mediados de 1813 el imperio napoleónico estaba rodeado de enemigos en guerra. La gran


coalición aliada hizo retroceder los ejércitos franceses, mientras se producían traiciones de los
mariscales, los nobles entraban en contacto con los aliados y el pueblo ignoraba la llamada
desesperada de Napoleón a defender el suelo patrio. En abril de 1814 Napoleón debió admitir el
tratado de Fontainebleau, por el que abdicaba del trono; seguía manteniendo su título de
emperador y se le concedía una pensión vitalicia y el gobierno de la isla de Elba. Su cautiverio duró
un año; mientras en el Congreso de Viena las potencias aliadas decidían deportarle lejos de
Europa (aunque hubo planes de asesinato) y en Francia el retorno de los Borbones volvía a
levantar movimientos contrarios, Napoleón salió clandestinamente de la isla y desembarcó en
Francia. Con su solo prestigio, sin disparar un solo tiro Napoleón reconquistó Francia; este vuelo
del Águila dio origen al Imperio de los Cien Días. Con su ejército de veteranos hizo frente a los
poderosos ejércitos aliados dirigidos por Wellington y Blücher, quien se acabaron imponiendo en
Waterloo (junio, 1815). Al no poder huir a Estados Unidos Napoleón se entregó a los británicos,
quedando confinado en Santa Elena hasta su muerte.

Napoleón en su estudio, por Jacques Louis David (Óleo sobre lienzo, 1812). Galería Nacional
de Arte (Washington).

Aun en vida y al tiempo que se iban olvidando los peores tintes de su autoritarismo, la figura de
Napoleón fue entrando en la leyenda. Su rápido encumbramiento, las extraordinarias aventuras y
su trágico final hicieron de el arquetipo del personaje romántico. El hijo de la Revolución, como
gustaba denominarse, aunque repudió con sus actuaciones los principios de la misma, extendió a
toda Europa sus bases ideológicas. Con el "retorno de las cenizas" en 1840 a los Inválidos, la figura
de Napoleón recibió el definitivo apoyo popular y su consagración histórica.

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