entre cb publico qte se habit puesto de pie y eb escena-
rio. Parecia extraviado. ‘Tomado entre dos fuegos, te-
meroso quiz’ de robar algtin aplauso que no merecia,
quiso remontar el corredor. Dio algunos pasos cuando
debe haberse dado cuenta de que los musicos podian
tomarlo por un amargado que no aprobaba el senti-
miento de entusiasmo general. Entonces se dio vuelta
hacia el escenario y empez6 a aplaudir. Caminaba de
espaldas hacia donde estaba yo, intentando una retira-
da honrosa. Alguien grité “bravo” y enseguida fueron
muchos. Un sefior de traje negro que estaba cerca mio
reclamé un bis y su sefiora lo imité arrastrando larga-
mente las fes. El doctor Exequiel Avila Gallo subié al
proscenio, salud6 al director de la orquesta, después al
capitan Sudrez y se adelanto levantando las manos pa-
ra pedir silencio. Vestido de esmoquin era algo que va-
lia la pena ver: esta vez el mofio era negro, enorme, co-
mo si una gigantesca mosca se le hubiera parado sobre
la camisa.
Aprovechando la expectativa provocada por la
presencia del doctor en el escenario, Rocha dio los ul-
timos pasos de espaldas y al tropezar con el bolso que
yo habia dejado en el suelo se dio cuenta de que esta-
ba a salvo.
—Un momento inoportuno —comenté, mientras
seguia aplaudiendo. A pedido del doctor la gente se
dispuso a escuchar y las manos de Rocha dieron las dos
ultimas, estridentes palmadas sobre el silencio inquieto
que el doctor habia aprovechado para decir:
—Me felicito...
Avila Gallo tuvo que repetir.
—Me felicito —dijo con un tono casi femenino—
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