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DIEGO STULWARK - ¿PENSAR SIN ESTADO?

SOBRE IGNACIO LEWKOWICZ

FRAGMENTOS:

Ignacio irrumpe entonces recordándome su voluntad de participar en la confección de un mapa-


diálogo. Esa fue por muchos años la escena compartida: la de quienes nos pre-ocupamos por
ensayar modos de despegar el pensamiento político de las determinaciones estatales. ¿Cuántas
de aquellas febriles elaboraciones retienen validez ante las transformaciones sociales en curso?

Dado el agotamiento de una fase histórica que pensaba la transformación subjetiva desde
“arriba”, suturando el “cambio social” con el partido político y la toma del poder estatal y
forzando una equivalencia inmediata entre la macro política y los movimientos de
transformación subjetiva, se requiere una nueva hipótesis: distinguir los dos planos en su
diferencia, y producir operar en sus relaciones evitando que la “gestión” macropolítica
subordine a la “política” (la dinámica de creación) o borre su prioridad –si cabe- “ontológica.

Cambiar el mundo sin tomar el poder. Al ser la que mejor condensó la preocupación general
esta ingeniosa consigna de John Holloway terminó imponiéndose. Se proponía captar al estado
como forma del capital, y como trampa última para las fuerzas del trabajo y de creación. Parece
que Toni Negri alteró la consigna proponiendo “cambiar el mundo efectuando el poder”, a favor
de un planteo más acorde con su teoría de la multitud.

Pero todo esto es hoy suficientemente sabido.

Luego de diciembre del 2001, surge un nuevo enunciado: Pensar sin estado. Ignacio Lewkowicz
sorprendía con su forma radical de plantear una modificación fundamental en la posición del
estado respecto a las prácticas sociales y a la producción de subjetividad: el estado nación ya no
es una práctica dominante en relación al resto de las prácticas sociales. Influye pero no
determina las situaciones. Ya no coordina las instituciones productoras de subjetividad. Ahora
es el mercado quien se ocupa, en su no ocuparse, de atender los asuntos de las almas y los
cuerpos.

Pensar sin estado funciona como una denuncia, una ambigüedad y una orientación. Una
denuncia, en tanto evidencia un cambio de estatuto en la relación entre pensamiento y poder.
Una ambigüedad: “sin estado” no es un juicio en torno de la (in)existencia del estado sino sobre
la forma en que configuramos nuestro pensamiento. En vano buscar una inspiración antiestatal
(o pro-estatal) en estos enunciados. Que el estado haya modificado sus funciones, que ya no
determine nuestros modos de pensar, no equivale a predicar su inexistencia. Que persista en su
existir no dice nada sobre su metamorfosis, sobre sus nuevas potencias. Una orientación: pensar
las situaciones de acuerdo a un nuevo potencial constructivo, que ya no tome como premisa del
pensamiento una posición de principio frente al estado.

Presiento que esta formulación de la cuestión presenta también una ambivalencia: el estado ya
no está en el origen absoluto de las políticas…

Me parece necesario colocar algunas objeciones al razonamiento para descubrir la


productividad de la tesis.

La primera surge de la coyuntura que vive hoy la Argentina (y, con variantes, la región).
Asistiríamos a un giro inesperado del papel de los estados nacionales; a una alteración de la
relación entre gobernantes y gobernados. Esta mutación se expresa en una recuperación de la
soberanía estatal- nacional, que funciona ahora como barrera ante la influencia del capital
global. Una segunda –desde una perspectiva opuesta- sugiere que el declive de los estados
nacionales no se refuta sino que se confirma plenamente con el surgimiento de una nueva forma
estatal, toda vez que ella expresa no su renacer sino su reformulación definitiva al interior de un
proceso de constitución de una institucionalidad global, proceso abierto y en disputa, donde el
antagonismo político conoce su horizonte regional, o global.

La primera objeta en el pensamiento de Lewkowicz no tanto un diagnóstico errado, sino una


perspectiva conformista que desdeña las reversibilidades en la historia. La segunda, en cambio,
señala una subestimación del proceso largo (mutación de las formas de regulación hacia una red
global) a favor de la impresión del momento (máximo en la crisis durante diciembre del 2001).

Supongamos que llamamos fluidez a la dinámica del capitalismo postfordista, con su valorización
financiera, su proliferación de subjetividades flexibles, sus dispositivos de control basados en la
información y de la imagen, la publicidad y las tecnologías de la distancia. Este mundo tiene
como base la productividad vital de las subjetividades flexibles y las luchas del trabajo vivo
contra explotación disciplinaria de la vida. La fluidez bien puede ser comprendida entonces
como el diagrama de control sobre estas subjetividades bajo dominio del capital.

Supongamos que esta “recuperación” de los modos “flexibles” tienen efectos de lo más
ambiguos sobre los modos de politización: si de un lado anacronizan ciertos aspectos rígidos de
las políticas emancipativas (que, como todos sabemos sacrificaban la democracia interna y el
potencial creativo de los sujetos de esas luchas) que ya no encuentran justificación en una
presentación igualmente “dura” del poder capitalista, por otro lado torna redundantes las
formas más “blandas”, que ya no encuentran rigideces por disolver (salvo las “izquierdas duras”
lo cual hace de esta competencia entre izquierdas duras y blandas un auténtico absurdo).

Supongamos que estos modos “flexibles” conviven muy bien con formas ultra rígidas y
represivas de gestión de la exclusión y que, precisamente, estas formas represivas están al
servicio de la fluidez.

Supongamos también que en este nuevo contexto todo se torna inmediatamente político,
porque no hay práctica que no configure modos de ser. Y que por tanto, más allá de la escala y
de la naturaleza reivindicativa o no de tal o cual experiencia, todo aquello que mueve, que
interroga, que construye es ya y en sí mismo, movimiento social.

Supongamos finalmente, que a cada quien, en tanto potencial movimiento se le presente el


desafío de apostar por restaurar una pequeña comunidad en base a rasgos compartidos, o bien
de construir nuevas experiencias recurriendo a capacidades comunicativas, creativas.

Pensar sin estado implica interrogarse sobre el estado de “líquidez” propiciado por los modos
flexibles de regulación de la vida social, y por los efectos de un cúmulo de luchas
antidisciplinarias; pero también sobre las nuevas formas de gobernabilidad que reglan estas
dinámicas, como condición positiva para las políticas constituyentes. La nueva gobernabilidad
se ofrece como una disyuntiva de hierro para los movimientos que protagonizaron la dinámica
de la crisis: comprometerse en ella forzando una nueva apertura de posibilidades, o profundizar
el desarrollo de una autonomía que se funda en la desconfianza de la institucionalización,
evitando todo compromiso con los modos de regulación por el capital.

Esta disyuntiva (dentro-fuera) que por momentos juega con la reidentificación entre gestión
estatal y política emancipativa, subestima el aprendizaje hecho. Pensar sin estado es la
operación que hace fracasar esa pretensión, y repone la diferencia entre los términos. Diferencia
tanto más relevante cuanto que ella permite pensar la operatoria las fuerzas del mercado y de
los grandes actores empresariales como disolvente directo de sus propias bases de sustentación,
desafío que cualquier tentativa autónoma debe enfrentar. La disyuntiva dentro-fuera fracasa
por una tercera razón: la insistente capacidad del pensamiento para desplazar los términos
iniciales del problema inventando una nueva dinámica constructiva en donde parecía no haber
más opciones.

Pensar sin estado podría nombrar, para nosotros, esa cualidad imprescindible para armarnos de
una “paciencia activa”, abierta a capturar las combinaciones vitales que dan forma a toda nueva
política.

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