Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El relato de Daniel Bensaïd se detiene a fin de siglo, cuando apenas comenzaban a entreverse los
rasgos principales de una nueva época histórica. Desde aquel entonces, asistimos a un nuevo ciclo
de luchas y al surgimiento de una generación militante que no se identifica necesariamente con las
claves y las delimitaciones del pasado. Durante estos años, la Cuarta Internacional (CI) desarrolló
un conjunto de referencias programáticas, estratégicas y organizativas para enfrentar el nuevo
periodo e intentar constituir, en palabras de Bensaïd, «el nexo de unión entre el “ya no” y el
“todavía no”».
La fuerte ruptura entre las coordenadas sociales y políticas del siglo pasado y nuestra actualidad,
es visible. Puede percibirse esta nueva realidad en los cambios en la estructura geopolítica del
mundo con el fin de la oposición entre el Este y el Oeste; en la crisis de las direcciones históricas
del movimiento obrero, con el hundimiento de los partidos comunistas y el progresivo retroceso
de la socialdemocracia internacional de la mano de su conversión al social-liberalismo; en el fuerte
retroceso de la influencia del pensamiento marxista y en la ausencia de alternativas al capitalismo
reconocidas por las masas como socialmente viables.
1
Quisiera agradecer por la lectura de versiones preliminares de este texto y las devoluciones
correspondientes, a mis compañeros Eduardo Lucita, Andreu Coll, Jesús Rodríguez, Alex Merlo, Ariel
Feldman, Tomás Callegari y, especialmente, Florencia Urosevich.
Nuestra época es, indefectiblemente, el comienzo de una recomposición política, teórica y
programática del movimiento socialista. Como afirma Daniel Bensaïd:
Los grandes enunciados estratégicos de los que aún somos hacedores datan en gran parte de este
período de formación, anterior a la Primera Guerra Mundial: se trata del análisis del imperialismo
(Hilferding, Bauer, Rosa Luxemburgo, Lenin, Parvus, Trotsky, Bujarin), de la cuestión nacional (Rosa
Luxemburgo de nuevo, Lenin, Bauer, Ber Borokov, Pannekoek, Strasser), de las relaciones partidos-
sindicatos y del parlamentarismo (Rosa Luxemburgo, Sorel, Jaurés, Nieuwenhuis, Lenin), de la
estrategia y los caminos del poder (Bernstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky). Estas
controversias son tan constitutivas de nuestra historia como las de la dinámica conflictiva entre
revolución y contrarrevolución inaugurada por la Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Más allá
de las diferencias de orientación y de las opciones a menudo intensas, el movimiento obrero de
esta época presentaba una unidad relativa y compartía una cultura común. Se trata, hoy en día, de
saber qué queda de esta herencia, sin dueños ni manual de uso (Bensaïd, 2004).
No es frecuente que una organización sobreviva al contexto vital en el que cobró su sentido
original sin caer en el encierro sectario o la adaptación. Por ello, tal vez el mayor mérito que posee
la Cuarta Internacional radique en su capacidad para enfrentar con lucidez el cambio de época,
conservando la memoria y las lecciones acumuladas pero intentando también comprender las
claves de un periodo inédito. Intentaremos en las líneas que siguen realizar una reconstrucción de
los rasgos generales de la orientación y los cambios en la concepción del partido, la estrategia y el
programa que se desarrollaron en el seno de la Internacional frente a la constatación de que una
nueva época empezaba a dibujarse con el crepúsculo del siglo.
Su Trotsky y el nuestro
El diagnóstico histórico del Programa de Transición tenía una cierta vigencia en el periodo en el
que fue formulado: en el contexto de la depresión económica internacional, de la burocratización
del movimiento comunista y de la supervivencia de un movimiento obrero forjado por la fuerza
propulsora de la revolución rusa. Pero el crecimiento económico de posguerra y la estabilización
de las direcciones burocráticas al interior de la clase trabajadora, cambió cualitativamente el
paisaje. Y más aún, la derrota histórica de las clases subalternas durante las últimas décadas del
siglo. Ya no se trata, entonces, de consolidar una dirección política de relevo sino de contribuir a la
recomposición del movimiento obrero y social en su conjunto, de su cultura e instituciones
propias. El valor del Programa de Transición, al igual que del resto de los documentos o
manifiestos fundacionales de la tradición socialista en sus diferentes periodos, se desnaturalizó al
aplicarse indiscriminadamente, sin actualización crítica ni revisión de sus puntos ciegos. Este
planteo político, conservador en lo teórico y sectario en lo organizativo, es lo que habitualmente
se identifica con el trotskismo.
Por su parte, Daniel Bensaïd hizo esfuerzos por despejar de gestos de autoafirmación sectaria o
dogmática a la identificación trotskista de su corriente histórica. Ante la fundación del NPA,
afirmaba:
Nunca vimos la referencia al trotskismo como una manera de cerrarnos a los demás. Para nosotros, era más
como un reto en la discusión y la polémica. Nosotros aceptamos la etiqueta de trotskista en nuestro conflicto
con los estalinistas, pero sin construir una identidad neurótica a partir de ella. Tampoco minimizamos la
importancia de este patrimonio. Siempre hemos rechazado la simplificación que generalmente acompaña
este tipo de etiquetado. Nos opusimos a la ortodoxia reduccionista. Al mismo tiempo que siempre tuvimos las
contribuciones de Trotsky en la más alta consideración, nuestra formación política ha tratado de cultivar la
memoria y la cultura plural del movimiento obrero, incluyendo a Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mariátegui y
Blanqui, pero también a Labriola, Sorel y la totalidad de lo que Ernst Bloch llama la “corriente cálida del
marxismo”. Por supuesto, el trotskismo tiene un lugar especial dentro de este patrimonio, que carece de
herederos y un manual de instrucciones. Gracias a la lucha de la Oposición de Izquierda y luego de la Cuarta
Internacional contra la reacción estalinista – que costó sus vidas a Trotsky, Nin, Pietro Tresso y muchos otros
– el proyecto comunista no pudo ser totalmente usurpado por su impostor burocrático (Bensaïd, 2010).
Las tradiciones de apertura anti-dogmática y originalidad teórica para afrontar los nuevos
problemas de la lucha de clases, propias de lo mejor de la herencia marxista, estuvieron también
presentes en franjas de la militancia proveniente del trotskismo. En un contexto histórico de
enormes retrocesos y defecciones, la brillante generación de marxistas que, con posterioridad a
Mandel, asumió la dirección de la Cuarta Internacional incluyó – con sus diferentes cualidades - a
dirigentes de la altura de Daniel Bensaïd, Charles-André Udry, Livio Maitán, Michael Lowy, Pierre
Rousset, Francois Vercammen, Alain Krivine, Francisco Louca, Miguel Romero, Catherine Samary,
Antoine Artous, Daniel Tanuro, Francois Sabado, entre muchos otros. De esta forma se consiguió
recomponer, aunque en una experiencia parcial y sin inserción estable de masas, la unidad
marxista entre la teoría y la práctica en el seno de las corrientes provenientes del 68, superando la
experiencia del “marxismo occidental”. Daniel Bensaïd, como muchos de los dirigentes de la
Internacional, fue un intelectual que pudo medirse con lo más alto del pensamiento de su tiempo,
pero también, y fundamentalmente, fue un “hombre de partido”, tal como las grandes figuras del
movimiento socialista del periodo “clásico” (Marx, Bernstein, Kautsky, Lenin, Trotsky, Pannekoek,
Rosa Luxemburgo). La dirección colectiva de la Internacional se propuso encarar un debate sin
tabúes sobre el “balance del siglo” y sacar las lecciones teóricas fundamentales de las experiencias
revolucionarias pasadas. Este ha sido el legado invaluable para las nuevas generaciones que la
Internacional ha cumplido a los fines de “pasar la página de las desilusiones”: ya no sólo salvar del
desastre estalinista a la herencia de la Revolución de Octubre, sino también tener la capacidad
para producir una renovación teórica y programática que constituye uno de los puntos de apoyo
fundamentales para el rearme teórico de la izquierda anticapitalista, lejos del dogmatismo que
caracteriza al grueso de las otras corrientes provenientes del trotskismo.
La Cuarta Internacional cuenta, como ninguna otra corriente marxista, con un conjunto sin
paralelo de referencias programáticas y experiencias políticas vinculadas a la lucha contra la
opresión de las mujeres y del colectivo LGTTB. También ha desarrollado un trabajo serio por
incorporar la dimensión ecológica como componente estratégico (eco-socialismo), desde una
perspectiva marxista y en debate con el pretendido “capitalismo verde”. Estas tareas de
“actualización programática” permiten reorientar la actividad de los anticapitalistas en un mundo
complejo, con una creciente heterogeneidad de la clase trabajadora, y con una multiplicación de
los puntos de ruptura y combate contra el capital.
Hipótesis estratégicas
Continuemos con la referencia a ese canónico balance de la situación histórica y teórica del
marxismo que realizó Anderson en los años setenta. Como conclusión de su investigación, el
historiador inglés pasó en limpio los puntos ciegos y las tareas que debía enfrentar el marxismo
revolucionario a nivel teórico.
¿Cómo son la naturaleza y las estructuras reales de la democracia burguesa como tipo de sistema estatal que
se ha convertido en la forma normal del poder capitalista en los países avanzados? ¿Qué tipo de estrategia
revolucionaria puede derrocar esa forma histórica del Estado, tan distinta a la de la Rusia zarista? ¿Cuáles
serían las formas institucionales de la democracia socialista en occidente? La teoría marxista apenas ha
abordado estos tres temas en sus interconexiones (Anderson, 1979).
Una reformulación de la estrategia socialista sólo puede partir de una constatación evidente que
desmiente el pronóstico del Programa de Transición: la consolidación de las democracias
capitalistas en el mundo, contra la previsión trotskista del avance del fascismo como única
alternativa al triunfo de la revolución socialista. Esto significa que los escenarios de la lucha
política actual son cualitativamente distintos a los que enfrentaron los bolcheviques y todas las
revoluciones triunfantes del siglo XX (China, Vietnam, Cuba, etc.). Esta característica de la etapa,
junto a la escasa maduración subjetiva de las masas y la complejidad que han desplegado los
Estados “hegemónicos” en casi todo el planeta, conduce a pensar que si se relanzaran procesos de
transición al socialismo en el futuro es poco probable que presenten analogías muy directas con
las experiencias que se desarrollaron en Rusia, China, Vietnam o Cuba.
Para la mayoría de los referentes de la LCR, la actualización teórica debía situar su punto de
partida en los debates programáticos de la Internacional Comunista (IC) en sus III y IV congresos
cuando, tras el fracaso del Levantamiento Espartaquista en Alemania, se percibió una insuficiencia
estratégica fundamental en relación a las sociedades desarrolladas. Estos congresos fueron el
punto de inicio de una reelaboración política que emprendieron los mismos protagonistas de
Octubre, cuando tomaron conciencia de la necesidad de una reflexión particular sobre las
condiciones de la revolución en occidente. Lenin mismo se enfrentó en aquel momento al fracaso
de la revolución en Europa con significativas intuiciones, dimensionando las fuertes identidades de
sus clases trabajadoras y la complejidad de las sociedades occidentales, sus mecanismos de
integración, su resistencia a una confrontación rápida “a la rusa”. Allí surgieron las tesis del “frente
único” y el “ir a las masas”, el concepto de hegemonía y la táctica del “gobierno obrero”. Estos
debates expresan la percepción, por buena parte de la dirección de la IC, de que se cometió un
error enorme al intentar proyectar indiscriminadamente el modelo soviético a otras latitudes. En
el IV congreso de la IC, Lenin criticó las anteriores tesis programáticas por ser “rusas hasta la
médula”. Este es el suelo, sin ir más lejos, sobre el cual se asienta y desarrolla el pensamiento de
Gramsci y sus conceptos de hegemonía y “guerra de posiciones”.
El rearme teórico iniciado en estos congresos de la IC se ve abortado por la reacción estalinista a
través, primero, del izquierdismo del “tercer periodo” y su estrategia de “clase contra clase” y,
luego, de la estrategia de colaboración de clases de los frentes populares. Pero, a su vez, esta
orientación que empezaba a entreverse tampoco fue profundizada por las consideraciones
estratégicas de la CI en su fundación. De algún modo, la tesis del derrumbe económico inminente
convertía al planeta entero en escenario de una confrontación política a la manera de la sociedad
oriental de Octubre, lo cual inhibía la necesaria reformulación estratégica. La teoría económica
supuesta evade la necesidad de forjar una concepción marxista de la política en toda su amplitud:
una teoría del Estado, la representación, el poder, las instituciones, la ideología, imprescindible
para construir una caracterización compleja de las formaciones sociales occidentales y para forjar
las hipótesis estratégicas correspondientes.
Sería irresponsable resolverla por un modo de empleo válido para toda situación; podemos sin embargo
despejar tres criterios combinados de modo variable de participación en una coalición gubernamental en una
perspectiva transitoria: a) que la cuestión de tal participación se plantea en una situación de crisis o al menos
de subida significativa de la movilización social, y no en frío; b) Qué el gobierno en cuestión se haya
empeñado en iniciar una dinámica de ruptura con el orden establecido (por ejemplo – más modestamente
que el armamento exigido por Zinoviev – reforma agraria radical, « incursiones despóticas » en el dominio de
la propiedad privada, la abolición de los privilegios fiscales, la ruptura con las instituciones – de la V República
en Francia, los tratados europeos, los pactos militares, etc.); c) finalmente que la relación de fuerza permita a
los revolucionarios si no de garantizar el cumplimiento de los compromisos al menos de hacer pagar un fuerte
precio frente a eventuales incumplimientos (Bensaïd, 2006).
Recuperar los debates programáticos de la IC en torno a la táctica del “gobierno obrero” nos
provee tanto de hipótesis procedentes para pensar varios de los procesos políticos actuales
(Venezuela, Bolivia, Grecia), como de criterios evaluativos para extraer las lecciones necesarias de
algunas de las experiencias dolorosas de la izquierda radical durante el último periodo, como la
capitulación y la evolución social-liberal del PT brasilero o la integración gubernamental de
Rifondazione Comunista en Italia. Especialmente dramático fue el primero de los casos, donde los
partidarios de la CI intervinieron con protagonismo en la construcción del PT desde sus inicios, y
donde la Internacional terminó rompiendo relaciones con la mayoría de su sección brasilera,
Democracia Socialista, luego de su indudable integración al gobierno lulista2.
Partidos amplios
2
Esta ruptura acompañó a la disidencia del ala izquierda del PT que se opuso a las políticas neo-liberales de
su gobierno y terminó siendo expulsada del partido. Este sector se abocó, entonces, a la fundación del PSoL
(Partido Socialismo y Libertad), formación amplia a la izquierda del gobierno donde participan los actuales
militantes de la Cuarta Internacional.
El rearme teórico y estratégico naturalmente afecta los términos desde los que pensar la
organización política. La denominada “forma-partido” ha estado en el centro de numerosos
debates dentro de la teoría social y el activismo político durante los últimos años. En las nuevas
movilizaciones sociales persiste un fuerte rechazo a las organizaciones partidarias a las que
frecuentemente se responsabiliza del grueso de las deformaciones burocráticas del pasado. La
desconfianza con las forma-partido es comprensible si reparamos en la evolución autoritaria del
estalinismo y su régimen de “partido único”, pero también en los rasgos sectarios, aparatistas y
burocráticos de buena parte de la izquierda anti-capitalista. De hecho, las corrientes sectarias
provenientes del trotskismo tienen una concepción de la construcción organizativa que se ajusta
cabalmente a lo que Hal Draper llamaría “mini-partido”. Esto es, la creencia de que la vía hacia una
fuerza política de masas es el simple crecimiento lineal del propio núcleo político -por minoritario
y aislado que se encuentre frente al movimiento de masas- en la medida en que logre depurar
adecuadamente sus propias líneas ideológicas, delimitarse sistemáticamente de las corrientes
centristas y oportunistas, y organizarse prefigurativamente como un “pequeño partido de masas”.
La organización política podría, así, empalmar con las masas, por encima de los aparatos políticos
pre-existentes que no soportarían la presión y la dinámica de los acontecimientos, en un contexto
de crisis capitalista. Al respecto, Draper escribió:
Hay una falacia fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un partido de masas
en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas. La ciencia prueba que la escala en la que vive
un organismo vivo no puede cambiarse arbitrariamente: los seres humanos no pueden existir a la escala de
los liliputienses o los brobdingagenses, pues sus mecanismos vitales no podrían funcionar. Las hormigas
pueden cargar 200 veces su propio peso, pero una hormiga que midiese seis pies no podría levantar 20
toneladas, incluso aunque pudiera existir en algún monstruoso modo. En la vida organizativa, esto también es
cierto. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue un partido de masas
miniaturizado, sino un monstruo. La razón básica es la siguiente: el principio vital de un partido revolucionario
de masas no es simplemente su programa completo, que puede copiarse sin más que un activista
mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su principio vital es su involucramiento
integral como una parte del movimiento de la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la
decisión de un Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse o
miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una camisa de lana. Como una
reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente cuando existe una masa crítica, por debajo de la
cual el fenómeno no es menor, sino que desaparece (Hal Draper, 2001) .
Necesitaron algo más que divergencias de congreso, por importante que fueran, y una acumulación de
síntomas alarmantes, para declarar a la Internacional como tal en quiebra irremediable. Era necesaria una
prueba indiscutible, un test histórico crucial. ¿Qué más probatorio, para una Internacional, que su posición
ante la guerra, cuando se ve obligada a optar entre el primer principio, “proletarios de todos los países,
uníos”, y su exacto contrario, “mataos entre vosotros’? Así pues, el 4 de agosto de 1914, la adhesión de los
grandes partidos socialdemócratas a la movilización general y a la ‘unión sagrada” confirma inapelablemente
la quiebra de la IIa Internacional y pone al orden del día la necesidad de una IIIa Internacional (Bensaïd, 1988).
Trotsky intentó siempre mantenerse sensible a los cambios decisivos y a las inflexiones que
obligan a adoptar un nuevo curso político y organizativo. El proceso de formación de una nueva
3
Ver también: Bensaïd, Daniel, “Los años de fundación de la IV Internacional”, Imprecor, 1988.
internacional no consistió en forjar un programa completo y hacer la delimitación organizativa a
partir de este, sino en identificar "los eventos", los "grandes test históricos" que planteaban
alternativas divergentes. El “programa completo”, en la medida en que se convierte en línea de
delimitación absoluta (al estilo del "mini-partido"), se vuelve un instrumento de auto-afirmación
sectaria. Por el contrario, en Trotsky puede percibirse que su criterio para la construcción
partidaria pasa por organizarse en base a una comprensión común de los eventos decisivos y las
tareas del periodo. En este sentido, Trotsky concibió que la CI debía agrupar a fuerzas más amplias
que los marxistas revolucionarios, que, en ese caso, serían solo una tendencia en su seno. Si la CI
no lo consiguió se debió a una incapacidad producto de la marginación política y no a una virtuosa
delimitación.
Estas “cuestiones de método” para la construcción organizativa y partidaria son las que intenta
recoger el planteo de construcción de partidos amplios que formula la Internacional desde su XIII
Congreso Mundial, como respuesta a la crisis y a la necesaria reorganización del movimiento social
en su conjunto. Pero la actualidad de esta orientación no sólo responde a balances teóricos sobre
la naturaleza de la construcción partidaria sino también a las características del periodo en curso.
La desarticulación del “campo socialista” y el consiguiente derrumbe internacional del estalinismo,
junto al giro derechista de la social-democracia en el marco de su compromiso con la ofensiva neo-
liberal, abrieron a largo plazo un espacio político para la recomposición de la izquierda
revolucionaria. A su vez, la apertura de este espacio se desarrollaba en el contexto de un nuevo
periodo histórico que relativizaba muchas de las delimitaciones del pasado, como podía ser el
posicionamiento frente a la URSS. La posibilidad de ocupar, con una orientación anticapitalista y
de independencia de clase, ese campo inestable y en disputa a la izquierda de la socialdemocracia
exige dar lugar a “nuevas fuerzas” que no pretendan establecerse sobre una base ideológica
exhaustiva o sobre una concepción homogénea de la historia y la tradición revolucionaria. A
diferencia de lo que ocurría con las corrientes nacidas en los años sesenta, que se ordenaban en
torno a las crisis revolucionarias del siglo XX y sus sucesivas ramificaciones, las nuevos partidos se
basan en una “comprensión común de los eventos y las tareas” en relación a cuestiones
fundamentales para la intervención en la lucha de clases. Estas formaciones tienen delimitaciones
políticas y estratégicas, aunque no estén completas y dejen abiertos algunos aspectos a la
experiencia conjunta futura y al debate pluralista.
Recordemos que Lenin, incluso contra parte de la dirección del Partido Bolchevique, cambió o modificó
sustancialmente su marco estratégico en abril de 1917, en el medio de una crisis revolucionaria. Él pasó
de llamar a la “dictadura democrática de los trabajadores y campesinos” a la necesidad de una
revolución socialista y el poder de los soviets. Ciertamente Lenin había consolidado a través de los años
un partido basado en el objetivo de derrocar al zarismo, en la negativa de cualquier alianza con los
burgueses democráticos y en la independencia de las fuerzas de la clase trabajadora aliada con el
campesinado. Y esta fase preparatoria fue decisiva. Pero muchas cuestiones fueron decididas en la
misma marcha del proceso revolucionario (Sabado, 2009).
Nuestro proyecto
La tentativa democracia socialista deberá extender el “igualitarismo democrático” más allá de los
límites del Estado “político” y llevar la ciudadanía al interior de lo que Marx denominaba
“despotismo de fábrica”, es decir, el núcleo de sociabilidad fundamental de la dominación de
clase. Como sabemos, producto del balance de las experiencias del “socialismo real”, la sola
modificación de las relaciones jurídicas de propiedad (la estatización de los principales medios de
producción) no basta para modificar las relaciones materiales de producción. Es necesario
transformar los términos de la organización del proceso productivo heredados de la vieja sociedad
y desarrollar formas concretas de apropiación colectiva que cuestionen la división del trabajo
capitalista. Caso contrario, la persistencia de las antiguas relaciones sociales al interior del proceso
de producción presionan hacia la burocratización del régimen en su conjunto. En este sentido, es
necesario entender la lucha histórica por la “socialización de los medios de producción” no sólo en
términos de su control a través de un poder público sino, también, por medio de formas de “poder
social” irreductibles y con cierta autonomía respecto al poder político4. Debemos recuperar las
experiencias de autogestión de la producción, sobre todo las desarrolladas en Yugoslavia antes de
la apertura mercantil o las más breves experiencias durante la guerra civil española. Lo que está en
juego aquí es la naturaleza misma de nuestro proyecto socialista. En ruptura radical con el
despotismo burocrático del estalinismo, nuestro proyecto debe ser el de un socialismo
democrático y autogestionario, que complemente la ciudadanía política y la ciudadanía social.
4
Esta cuestión excede los marcos de este trabajo. Al respecto ver Antoine, Artous, Travail et émancipation
sociale. Marx et le travail. Syllepse, 2003.
Catherine Samary, como punto de partida para desarrollar la idea de una transicional
“socialización del mercado”, en el plano de la circulación de bienes y servicios.5
La Cuarta Internacional no es, ni nunca fue, una internacional obrera en sentido estricto. Pero aun
siendo una modesta red internacional de corrientes políticas, es el único agrupamiento de la
izquierda revolucionaria de su tipo a nivel internacional – a diferencia de la mayoría de las
“facciones” internacionales de las corrientes trotskistas, basadas en el dominio de un partido
nacional y pequeñas “sucursales” en un puñado de países. Este capital político y organizativo
constituye un recurso precioso para el actual periodo histórico en el que surgen nuevas
generaciones militantes y establece un marco propicio para empezar a proyectar un nuevo polo
5
La propuesta de un “mercado socializado” tiene su origen en los planteos de Diane Elson. Ver Diane Elson,
“Market Socialism or Socialization of the Market?, NLR 172, Noviembre/diciembre 1988.
internacional que continúe y recree la tradición de las cuatro internacionales históricas, en el
actual contexto de crisis sistémica del capitalismo. Lejos de toda auto-proclamación, para la CI una
nueva internacional anticapitalista de masas sólo puede surgir en base a nuevos eventos históricos
y procesos fundacionales de la lucha de clases que permitan reagrupar, sobre una compresión
común del periodo, a un conjunto de formaciones de diferentes orígenes: trotskistas de distinto
tipo, libertarios, nacionalistas radicales, sindicalistas revolucionarios, reformistas de izquierda. En
ausencia de estos hechos fundacionales, es necesario fortalecer la CI y contribuir a los procesos de
reagrupamientos sociales y políticos realmente existentes en distintas partes del mundo, más allá
de sus limitaciones, como son el Foro Social Mundial (FSM), la Conferencia europea de la Izquierda
Anticapitalista o el Alba de los movimientos sociales en América Latina.
La fuerza de la Cuarta Internacional durante el último periodo reside en su capacidad para estar
estrechamente ligada a los nuevos fenómenos de radicalización y a los movimientos sociales
emergentes. Su papel central en el movimiento altermundialista, en los foros sociales mundiales,
en los indignados europeos, en el activismo de disidencia sexual y la lucha ecologista, es muestra
de ello. Esta capacidad se basa en una forma de intervención política en los movimientos alejada
del vanguardismo y el sectarismo, lo que le permite empalmar con fenómenos que ponen en el
centro de sus preocupaciones la cuestión democrática y la crítica al verticalismo burocrático. A su
vez, tal apertura hacia las jóvenes camadas militantes fue facilitada por la disposición a llevar a un
terreno teórico a las nuevas problemáticas que plantean los movimientos sociales y articularlas
con la tradición del marxismo crítico.
Volvemos a vivir tiempos interesantes. En el contexto de la mayor crisis capitalista que sufre el
planeta desde los años treinta, las rebeliones latinoamericanas y los gobiernos “anti-imperialistas”
de Venezuela y Bolivia; la “primavera árabe” y las revoluciones políticas que derriban viejos
regímenes autocráticos y autoritarios; la lenta emergencia de una “nueva izquierda radical”
europea al compás de las luchas contra la austeridad y la Troika (BM, FMI, CE), establecen
coordenadas propicias para la reconstrucción de un proyecto socialista, democrático, ecológico,
feminista y libertario, para nuestro siglo.
Sin embargo, las dificultades no son pocas. En Europa, pese a la crisis, la relación de fuerzas es
desfavorable para la izquierda revolucionaria. El retroceso de la socialdemocracia es capitalizado
por el momento por direcciones reformistas de izquierda, como Die Linke en Alemania, el Front de
Gauche de Jean-Luc Mélenchon en Francia o Izquierda Unida en el Estado español. La profundidad
de la crisis politiza a sectores sociales más amplios pero beneficia electoralmente a las corrientes
“reformistas de izquierda”, debido a la presión que ejercen los sectores populares hacia soluciones
rápidas y defensivas ante los daños sociales provocados por las políticas neoliberales. La coyuntura
y las posibilidades de relacionamiento entre las corrientes revolucionarias y estas formaciones
reformistas casi no dejan margen para un “camino recto”, entre el sectarismo y la adaptación. Un
ejemplo posible, aunque difícilmente generalizable, es el de SYRIZA en Grecia, donde importantes
corrientes anticapitalistas son parte protagonista de esta amplia coalición que disputa facciones
de masas, a la vez que da una dura lucha política a su interior contra los sectores reformistas y
vacilantes. Aun así, la experiencia de SYRIZA tiene sus fuertes dificultades. Preparándose para
recibir el gobierno, su dirección modera progresivamente el discurso y multiplica las garantías
hacia las clases dominantes, frente a la resistencia que le oponen las corrientes anticapitalistas
que intervienen en su interior y en el contexto de una fuerte presión social por mantener un
programa de ruptura con “la troika”. El resultado de esta lucha política va a impactar fuertemente
en el anhelo de los movimientos sociales europeos de enfrentar la crisis y los programas de
austeridad con alguna perspectiva de éxito. Más en general, los problemas en la construcción de
partidos amplios no son menores. Con ellos, se ensancha el campo de intervención para las
corrientes revolucionarias, pero en un marco organizativo de difícil estabilización. Las formaciones
políticas amplias no siempre son lo suficientemente valiosas como para sobrevivir ante algún error
táctico. En la percepción de las corrientes integrantes, el instrumento construido no
necesariamente es más importante que la posibilidad de poner a prueba en el corto plazo la
propia posición política.
Ambos encuentros, con Bensaïd y con la corriente que tan bien representaba, fueron para mí y para un
reducidísimo grupo de camaradas poco menos que “salir del armario”. Lo que hasta entonces eran
intuiciones, sentimientos, ideas embrionarias, frustraciones, desconfianzas, deseos, recelos, esperanzas…
existía en forma de elaboración teórica, iniciativa política, continuidad militante, relevo generacional,
conciencia y experiencia. De mayo del 68 no sólo quedaban los beatniks arrepentidos y los partidos obreros
“realistas” que se habían vendido por un plato de lentejas: existía una corriente revolucionaria que había
sobrevivido a la debacle impulsando las nuevas luchas y resistencias a la vez que actualizaba su pensamiento
y transmitía sus sólidas raíces en la historia del movimiento obrero a una nueva generación militante (Andreu
Coll, 2010).
La grandeza del esfuerzo realizado por la dirección colectiva de la Internacional durante el último
periodo, no debe desconocer las dificultades y la magnitud de la tarea. Los compañeros de “la
Cuarta” han ayudado a la apertura de un nuevo comienzo. Ni más, ni menos. La nueva generación
todavía no ha enfrentado revoluciones sociales pero sí comienza a toparse con procesos intensos y
crecientes de confrontación de clase, en el marco del agotamiento de la onda larga neoliberal y de
la mayor crisis capitalista desde los treinta. Para reconstruirse en mejores condiciones, las actuales
hipótesis estratégicas y los nuevos formatos organizativos deberán “falsarse” en ese campo de
experimentación, de ensayo-y-error, que es la lucha de clases. En eso estamos.
Bibliografía
Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1979
Bensaïd, Daniel. Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, Vientosur.info, 2004.
Bensaïd, Daniel. Se ha pasado una página: La formación del NPA, http://danielbensaid.org/, 2009.
Bensaïd, Daniel. “Sur le retour de la question strategique”. Critique Communiste n 181, novembre
2006.
Draper, Hal. Hacia un nuevo comienzo...por otro camino, 2001, Marxists Internet Archive.
Sabado Francois. “Strategie revolutionaire. Quelques elements cles”. Critique Communiste n 179,
mars 2006