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Universidad Pedagógica Nacional

Licenciatura en Filosofía

Sebastian Alejandro Amezquita Cristancho

Fecha / junio de 2019

Preseminario: Lo Queer en el cine: Feminismos y transexualidades.

Temática: Nuevas tendencias: el cine queer y su intervención política en la cultura desde


lo extraño, excéntrico y menor, cine contemporáneo iberoamericano y recorridos de las
disidencias sexuales, la técnica y la producción de los géneros.
Película: Tangerine: chicas fabulosas
Texto: Testo Yonqui – Paul Beatriz Preciado

PONENCIA
CUERPOS: TERRITORIOS EN GUERRA

¿Desde cuándo mis pensamientos se convirtieron en una cárcel de la cual no puedo escapar?

Quizá es mi cuerpo, del cual no puedo huir y me siento un ente ajeno a este. Extraño me

siento. No me entiendo y no logro encajar por mucho que reflexione acerca de mi estado y

trate de aceptarlo con naturalidad. Algo está fallando en mí. En ocasiones, más de las que

quisiera, con sinceridad, me perturba la idea de que no pueda cambiar mi condición de

culpabilidad constante. Por escasos minutos logro olvidar las aves de rapiña que merodean
mi cabeza esperando el momento de consumir mi mente con agresividad, luego, como

despertando del ensueño que llaman realidad, quienes la generan, vuelvo a la mía, un poco

más solitaria. Me pregunto si en verdad esto es así. Me pregunto si en verdad mi vida es tan

privada como siempre la he considerado. Me doy cuenta en esos minutos de dispersión

mirando las personas alrededor, que parece como si todos estuviéramos siguiendo un guion.

Escucho las conversaciones que mantienen en sus teléfonos celulares y cada uno sabe muy

bien las líneas argumentativas universales. Lo triste es que me comparo y no logro evitar

darme cuenta cuántas veces he seguido los mismos parlamentos, las mismas preguntas, las

mismas contestaciones, los mismos tonos caucásicos en la voz tanto para hombres como para

mujeres. Nada, nada es diferente. Escucho al mismo cabrón que manipula con sus palabras a

la que es su pareja haciéndola sentir culpable de una esquina a otra. Ella, es la que sufre, la

que se responsabiliza, la que piensa que está mal. En realidad, es toda esta mierda la que está

mal. El discurso parece que está ya asignado tanto para hombres como para mujeres. Me

aterra darme cuenta que también he usado la misma retórica absurda una y otra vez. El

discurso se transforma en acciones, las acciones en hábitos que naturalizamos sin tener plena

consciencia de que algo está fallando y que tantas de las rupturas que tenemos a nivel interno

se deben a esta secuencia de ideas erróneas con las que nos hemos criado. ¿Podemos hacer

algo diferente? ¿Podemos salirnos de estos discursos absurdos que nos atraviesan y

condicionan al ser humano? Me he formado en una sociedad que normaliza las actitudes que

ahora me parecen nocivas de cómo nos relacionamos. Se me ha enseñado que, por ser

hombre, biológicamente asignado así por la medicina, me es permisible tener actitudes

violentas, que tengo que llevar las riendas, que soy el conquistador de corazones, que con mi

lengua puedo conseguir lo que quiera y emocionalmente inhibido. Sólo por tener un pene

puedo hacer lo que se me da la gana. Me canso. Me canso de ser un hombre que ha


interiorizado lo que una sociedad enmarca dentro de los imaginarios lo que tienen que ser los

cuerpos, las personas, las relaciones. Pienso en muchas ocasiones que se libra una guerra

dentro de nosotras, dentro de nuestros cuerpos y nuestras mentes. No necesariamente porque

lo hayamos escogido así, sino que es una guerra política para mantenernos controladas. Me

canso de ser un hombre tal cual me han enseñado a ser y la resistencia por salirme de esos

parámetros a veces me parece agotador y sufro cuando me doy cuenta que sigo perpetuando

los diálogos internos que me han inscrito desde la religión hasta mi misma familia. Mi cuerpo

es un instrumento del que se ha valido la farmacopolítica para la producción del capital. De

no ser así de qué serviría tanta propaganda para la reproducción, para mantener los cuerpos

estilizados, para perpetuar el imaginario de la heteronormatividad. Así que ahora tomo una

pausa para observar la diferencia. Si es que, en algún lado, en alguna conversación, logro

encontrar un discurso diferente al que me ha vendido la farmacopornografía. Un discurso que

no intente administrar nuestras vidas donde la religión no tenga cabida para inhibir otras

maneras en las que se pueda amar, en donde la medicina no intente normalizar los cuerpos,

donde la sociedad no intente controlar los úteros, los anos y los vientres y donde la estética

no nos diga como tienen que ser nuestras caderas, nuestras piernas, nuestros coños, el tamaño

de nuestros penes. En la oscuridad de lo invisibilizado, de lo agreste, de lo sucio y lo perverso

creo que he logrado encontrar lo que he estado buscando. Les marginades que se reúsan a

aceptar el sexo biológico como única condición de posibilidad para ser, para existir, para

coexistir. Sí la medicina se arma de sus tecnologías para normalizar los cuerpos por medio

de las cirugías y se valen de múltiples alternativas cosméticas y hormonales para regular el

sexo, crear por este deseos y placeres, conducir el género, quiere decir que este último es

moldeable, sintético y no algo natural y esencial como se nos ha enseñado. No hablo de

ideales sino de diversas maneras de existencia que sirvan como resistencia política a la
opresión que se ha enmarcado sobre nuestros cuerpos desde la normatividad. Leyendo a

Preciado hizo eco en mi mente la más hermosa frase que he podido leer de alguien “pienso

que, si los océanos se han secado y se han vuelto a llenar, también mi corazón puede vaciarse

de política y volverse a llenar”. Quizá de esto se trate la deconstrucción, aquella palabra tan

favorita de algunes pero que están difícil llevar a la práctica. Vaciarnos de toda la mierda con

la que nos han llenado la cabeza y llenarnos de nuevas ideas de revolución. Esta esperanza

la encuentro en aquellas personas que entienden la gestión política que hay sobre nuestras

vidas y la utilización del género asignado biológicamente como un programador operativo

sobre nuestras existencias. Sin embargo, dentro de la sociedad también entramos en unas

categorías sociales que impiden de muchas maneras la realización de las diversidades

humanas como lo son la raza, posición socio-económica y situación geopolítica. Al analizar

la película Tangerine: chicas fabulosas, pude ver las pocas o nulas garantías que existe para

las diversidades humanas que intentan desligarse de la normatividad de los cuerpos. Es el

caso de Sin-Dee, una chica Trans que transcurre las calles de Los Ángeles como trabajadora

sexual. Claramente no es Norte Americana, sino que es una Hispanohablante buscando

garantías de vida en un contexto que difícilmente le es propio. Sufre varias opresiones sobre

su cuerpo: migrante, pobre, trans, negra. Ese es el peso que tienen que llevar los cuerpos no

normativizados o los cuerpos que hacen resistencia política a las imposiciones sociales,

religiosas y políticas. La poca garantía de derechos sobre los cuerpos a tener una vida normal

porque no se siguen en la heteronormatividad. Pero centré mi atención en un caso particular

dentro del film, la vida de Ramzik, el armenio que trabajaba como taxista que quizá cumple

todas mis críticas con las que inicié mi escrito. Aparentemente, en lo público, este personaje

llevaba una vida normal, con una familia deseable para los ideales que nos impone la

sociedad, una esposa guapa y una hija encantadora. Aparentemente en el espacio de su hogar
era un padre y esposo ejemplar que se partía el lomo por mantener su familia, pero, en lo

privado, transcurría trabajadoras sexuales trans con las que podía desfogar sus verdaderos

deseos. Siento que esto hace las reglas performativas que nos han hecho seguir, con las que

nos obligan moldearnos y por las que somos a veces tan detestables. Las imposiciones

normativas del género sobre los cuerpos sexuados no sólo niegan otras condiciones de

posibilidad de existencia, sino que también crea la enfermedad de relaciones que tenemos en

nuestros contextos. Son las mismas tecnologías de género, la administración de la vida, la

farmacopornografía la que enferma la sociedad. Y no me refiero, al igual que lo hace

Preciado, a que las otras manifestaciones del género que no sean las hetero sean mejores sino

más bien, que haya la posibilidad de realizarse libremente como cada quién desde su

subjetividad desee hacerlo. Finalmente, creo en la posibilidad en que se desdibujarán las

líneas que nos han enmarcado y al mismo tiempo nos han condicionado. No sólo eliminar

los discursos que enmarcan el género, que no exista las dualidades y sobre ellas interpretemos

los procesos corporales de significación, representación y autorepresentación, sino también

las de categorías sociales y de raza.

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