El historiador y filósofo francés Voltaire escribió: “Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde,
como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”.
Buena parte de los sicólogos y filósofos no han logrado un acuerdo para describir ¿qué es o dónde está la felicidad? Los materialistas aseguran que es el momento en que las personas logran obtener todo lo quieren o desean. Los emocionalitas, dicen que es un estado de ánimo que no necesariamente implica alegría. El común de las personas resume la felicidad con el tema de una vieja canción hispana: “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”. Un reduccionismo que le da la razón a Voltaire y su referencia a la búsqueda de un borracho. El evangelio de Mateo recoge la enseñanza dada por Jesús, conocido como “El Sermón del Monte”. En este pasaje, nuestro Señor menciona nueve veces la palabra bienaventurados, del griego μακάριος (makarios). Una vez alégrense, del griego χαίρω (chairō). Y una estén llenos de gozo extremo ἀγαλλιάω (agalliaō). Este pasaje muestra que el concepto de felicidad para un creyente es distinto al que maneja el mundo. Un creyente piensa y actúa como discípulo de Cristo. La fuente de nuestra alegría está en quien nos ha elegido para salvación. Como discípulos somos motivados a imitar al Señor. La fe en Jesús nos garantiza la felicidad eterna en los cielos. Entonces pregunto: ¿podemos tener esa felicidad ahora mismo? Hablando de la felicidad eterna claro está. Yo pienso que sí, porque es que si hemos creído en que habrá un final y que hay un lugar especial donde el gozo no se acaba, donde la maldad no existe, debemos por la fe estar felices porque con toda convicción y certeza podemos decir que estaremos allá, ahora bien ¿cuando estemos allá sentiremos la misma felicidad que esta tierra? Esta pregunta la hago y tampoco la se responder, pero les quiero decir algo Cristo es la fuente de la verdadera felicidad. Mateo 5: 3 3 «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Ahora pensaríamos que tiene que ver esto con la felicidad eterna. Bueno esta expresión estoy seguro de que vuelve locos a psicólogos, filósofos y humanistas y hasta a muchos llamados creyentes, que no tienen el discernimiento ni la capacidad para entender las cosas de Dios y se podría decir que hasta usado podrían ser por el enemigo para confundir a muchos. La palabra dice que somos felices en la pobreza dirían estos sujetos. Pero: No hay nada parecido a un postulado de este tipo. Y es que ¿Quién podrá estar interesado en una Iglesia que enseña que la pobreza es una demostración de felicidad? Y bueno no muy extrañamente muchos han caído en esto. Pero…. El evangelio no está hablando de la pobreza material. Se refiere a Pobres en espíritu. ¿Recuerdan la parábola del Fariseo y el publicano? El primero estaba confiado en su orgullo y vanidad, se creía rico espiritualmente por su legalismo religioso. Era tan “grande” su fe, que pensaba tener el derecho de despreciar a los demás. El publicano, por el contrario, reconoció ser pecador, se humilló delante de Dios, confió en el Señor para recibir el perdón. No hubo palabras altivas, solo humillación. Jesús dice que “Este hombre regresó a su casa, justificado, es decir declarado justo y con el perdón, ante Dios”. Entendiendo esto un pobre de espíritu es verdaderamente rico y feliz. Su riqueza le es dada cuando oye la Palabra de Dios y la cree. Es rico porque tiene la seguridad de que, como dice el himno: “Todas las promesas del Señor Jesús, son apoyo poderoso de su fe”. ¿Cuál es esta promesa divina? De ellos es el reino de los cielos. Quizás nosotros cuando leemos el pasaje decimos: “Es cierto en el cielo no habrá tribulación, enfermedad ni llanto. Pero vivo en el mundo real. Me desespero, tengo ansiedad y muchos problemas”. Pero pensar de esta manera es imitar al fariseo. Él pensaba que la riqueza estaba en lo que él hacía y no confiaba ni en la misericordia ni en la provisión de Dios. Un creyente es feliz. Primero porque está seguro, aquí y ahora, que tiene el perdón, la salvación y en el cielo un lugar reservado. Un creyente es feliz. Porque posee la compañía de Cristo, su ayuda y respuesta a sus oraciones. Cree lo que el Señor dice: “Yo he venido a proclamar las buenas noticias a los pobres” La verdadera riqueza no está en las cuentas de bancos, sino en los tesoros acumulados en el cielo. Esos tesoros no son otra cosa que las riquezas de gracia que el Señor nos ha dado. Mateo 5: 4 4 Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación. ¿Por qué se aflige, lamenta y llora la mayoría de la gente? Si hacemos una encuesta, las respuestas, en muchos casos, serán iguales. La gente se aflige por no tener dinero. Perdió el empleo o la casa. No tiene buena salud. Los hijos andan en malos pasos. Un creyente atraviesa situaciones similares. Pero la mayor tristeza que puede sentir un cristiano es apartarse de la Palabra de Dios. Porque en ella tiene el verdadero consuelo. No me explico cómo alguien puede sentirse tranquilo sin escuchar la palabra y vivir afanado por cosas que no le serán de ayuda para llegar al reino de los cielos. Un creyente en este estado es igual o peor que un incrédulo. Porque ha negado la fe y la eficacia de la gracia. Un creyente acude a la Iglesia y es feliz mirando con esperanza el futuro descrito para él en los cielos: Apocalipsis 21 4 Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. Ya, aquí mismo, tiene la motivación de Jesús: “Ten ánimo, tus pecados han sido perdonados”. Mateo 5: 5 5 Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad. El mejor cuadro de la mansedumbre está pintado en la escena de la cruz. 1ra Pedro 2: 23 Cuando le maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia. Es frecuente escuchar decir: “La mejor defensa es el ataque”. Nada más contrario a la fe cristiana que esa expresión. Los creyentes somos motivados por Jesús, quien enseña: “Aprendan de mí que soy manso y humilde”. Lo vemos en la muerte de Esteban, quien oró a favor de quienes lo mataban. La mansedumbre debe ser parte de nuestra vida diaria, nuestra conducta, nuestra fe, nuestro espíritu, nuestra pureza. El nuevo hombre que Cristo ha creado en nosotros. Ser mansos no es vengarse, sino perdonar, como el Padre nos da el perdón. Ser mansos aun cuando respondemos a quienes enseñan falsas doctrinas. Nuestra respuesta debe ser en mansedumbre. Que sea la autoridad de la Palabra, no nosotros, la que calle a los adversarios. Orando por ellos, esperando que sea la espada de dos filos, quien haga la obra en sus corazones. Solemos pensar que la tierra como herencia está limitada a “A los nuevos cielos y tierra”. Es verdad que es parte de lo que nos aguarda en los cielos. Pero también es cierto que, aquí y ahora, los creyentes, reciben del Señor todo lo que les hace falta. “No habrá justo desamparado, ni sus hijos pidiendo comida”. Siempre Dios proveerá. Mateo 5: 6 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Otro de nuestros refranes es: “Barriga llena, corazón contento”. Los cristianos somos llenos del Espíritu Santo. Estamos gozosos con todo lo que Dios nos da: Tiempo, salud, posesiones, talentos. Somos felices porque nuestros nombres están escritos en el libro de la vida. Es tan dulce el evangelio que podemos dormir tranquilos, vivir confiados y hasta morir con esperanza. ¿Cómo se puede ser feliz teniendo hambre y sed de justicia? Un creyente satisfecho, lleno de Dios, es movido a compartir, a evangelizar, a esos que tienen hambre y sed del Señor. Nos mueve el amor por los perdidos. Nos mueve el deseo de que también ellos sean saciados por Cristo. El Señor nos ha dado todo. Nosotros, teniendo al espíritu santo, somos impulsados a ser obedientes, y nos duele el fallar. Y el ser obedientes implica cumplir la ordenanza dada de ir y hacer discípulos, por lo que nuestra felicidad está sembrada en Dios, todo lo que hacemos para Él nos hace feliz, y todo lo que Él en su infinita misericordia y bondad nos permite también nos hace felices como lo es la salvación, esta nos permite estar felices y gozosos en todo momento, por lo que es eterna.