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Réquiem para un soldado. José Leiva Pacheco y el relato de una guerra imaginada.

Arica (norte de Chile), 1900-1958.


Resumen: La Guerra del Pacífico (1879-1884) generó un nuevo grupo social denominado
“veteranos del 79”. No obstante, esta categoría estuvo condicionada por características
definidas por diversos actores y agentes. A través de documentación oficial, memoria y
acervos familiares, el presente artículo se detiene a examinar la figura de José Leiva
Pacheco, excombatiente residente en Arica que experimentó contradictorios derroteros
como antiguo movilizado; pasando desde el anonimato, y sin reconocimientos oficiales, a la
figuración publica como último “veterano del 79” de la localidad. Se conjetura que
proyectó una imagen idealizada del conflicto bélico y, de paso, dió cuenta de la diversidad
de formas que adquirió la identificación de los excombatientes con la “experiencia de
guerra”.

Abstract: The War of the Pacific (1879-1884) generated a new social group called
"Veterans of the 79". Nevertheless, this category was conditioned by characteristics defined
by different actors and agents. Through official documentation, memory and family
heirlooms, this article examines the figure of José Leiva Pacheco, a veteran resident of
Arica who experienced contradictory paths as a former mobilized; moving from anonymity,
and without official recognition, to public figure as the last "veteran of the 79" of the town.
It is thought that he projected an idealized image of the military conflict and, thus, giving
an account of the diversity of forms that acquired the identification of ex-combatants with
the "war experience".
Palabras clave: Experiencia de guerra, José Leiva Pacheco, veterano del 79, guerra
imaginada.
Keywords: War experience, José Leiva Pacheco, veteran of 79, imagined war.
Introducción

El 29 de junio de 1958, muere en Arica el veterano de la Guerra del Pacífico (1879-1884),


José Santos Leiva Pacheco. La prensa local destacó la valentía de una “reliquia viviente de
la patria” que participaba “en todos aquellos actos celebrados para rememorar los gloriosos
hechos de armas” del antiguo conflicto (La Gaceta, 30 de junio de 1958).
El funeral fue organizado de acuerdo a dicho atributo. La autoridad militar dispuso una
guardia y una misa de difuntos en la Catedral de la ciudad. El cortejo fue seguido por
familiares, militares, estudiantes y público. Sin duda, fueron las exequias de un vecino
reconocido como “veterano del 79”.
La expresión “veterano” tiende a referirse a todo aquél que ha tenido una experiencia bélica
y que ha participado en una guerra (Méndez 18). Siendo un atributo que admite procesos de
reconocimiento comunitario y/o estatal, su significación implica complejas relaciones
sociopolíticas indisolubles de las formas de representación (Guber 56; Rodríguez 304; Chao
34).
Pese a ser movilizado durante la guerra, José Leiva no participó en batalla alguna. Tampoco
recibió condecoraciones, medallas o pensiones del Estado chileno sino hasta avanzado el
siglo XX. Asimismo, no formó parte de las sociedades mutuales de “Veteranos del 79”, ni
frecuentó actos conmemorativos durante el periodo de la “chilenización” de Tacna y Arica
(1883-1929). Es decir, careció de los atributos que definían a los veteranos chilenos de
posguerra. En este sentido, ¿Cómo pasó del anonimato a la figuración pública? ¿Qué
parámetros o indicadores sociales, comunitarios, legales, entre otros, determinaron su
identificación como “veterano del 79”? El presente artículo examina los contextos y
relaciones entre un excombatiente con las agencias del Estado y la sociedad regional
fronteriza durante la primera mitad del siglo XX.
Dicho sea de paso, hemos reconstruido la historia de un hombre con un derrotero diferente
al seguido por gran parte de sus antiguos camaradas, bajo una mirada microhistórica que
“permite atrapar cualquier cosa que escapa a la visión de conjunto” (Ginzburg 32).
Como veremos, los ritos fúnebres fueron una idealización de algunos agentes
gubernamentales, militares y de la élite chilena, quienes construyeron un imaginario que
relevó su figuración heroica en un territorio convulsionado por una compleja situación
diplomática. Asistimos entonces, a la invención de un “veterano” ausente del campo de
batalla; pero que con su figuración en actos públicos, se convirtió en un vehículo para la
propagación de los símbolos del nacionalismo.
Entendemos la denominación “veterano” como un atributo dado a un sujeto o grupo que con
una “experiencia de guerra”, adquiere significancia para el fomento y reproducción de
códigos patrióticos idealizados. Desde una perspectiva cultural, dicha “experiencia” –y las
identidades nacionales que produce- tiene una formulación comunicativa (Horne 905), que
puede ser expresada como un relato que define la vivencia bélica (Fussell 255; Dwyer 110)
o como performance (Kapferer 190-191), mediante lenguajes corpóreos que producen
aparentes singularidades identitarias (Hall 17).
Conjeturamos que diversos elementos como medallas, pensiones, actos conmemorativos,
uniformes, vivencias resonaron en una narración de la “experiencia de guerra”, que significó
comunicativamente la variedad de posiciones que excombatientes y “veteranos” ocuparon en
escenarios públicos y privados. Así, el atributo no estaría dado solo por la participación; pues,
existiría una movilización de las agencias del Estado, que promovieron la identificación
colectiva con el fomento de sentimientos a la Nación chilena (Galdames y Díaz 19-28).
El derrotero de José Leiva nos remite a la diversidad de formas que adquieren los procesos
de reflexividad entre sujetos con aparentes experiencias en común. La diferenciación
reconoce a un excombatiente que construye identidad posbélica en la singularidad del espacio
privado, ajeno a los reconocimientos de la estructura estatal. Pero es su inclusión en el
escenario público lo que permite comprender decisiones tácticas y estratégicas de un hombre
con un pasado bélico que debió enfrentar armonía y conflicto con un Estado que pretendía
diferenciar a los excombatientes según cualidades específicas1.

1La base de este artículo está sustentada en registros documentales de diversos archivos regionales y nacionales.
Asimismo, se trabajaron materiales custodiados por la descendencia de José Leiva, y se realizó una entrevista a uno
de sus hijos.
José Santos Leiva

José Leiva nació el 1° de noviembre de 1864 en la pequeña aldea de La Palmilla, a escasos


kilómetros de Linares. De sus padres, Pedro José Leiva y María Fructuosa Pacheco, nada
sabemos. Según el relato de sus descendientes, sus padres desempeñaban tareas
agroganaderas a las que su hijo se sumó (Entrevista, Liborio Leiva, 2013). Al poco tiempo,
debió alternar el pastoreo de animales con los estudios escolares en alguna de las 17 escuelas
públicas masculinas de la provincia (La Gaceta, 7 de junio de 1955; Oficina Nacional de
Estadística 255).
Iniciado el conflicto con Perú y Bolivia, José contaba con 13 años. Pese a la movilización,
no ingresó inmediatamente al Ejército y Marina. Aunque su temprana edad pudo impedir su
enrolamiento, la proveniencia geográfica, origen de clase, arraigo familiar, dependencia
parental, expectativas tangibles de progreso, abstención de arriesgar la vida o la preferencia
por continuar estudios, fueron razones suficientes para que algunos hombres en estado de
cargar armas desistieran de movilizarse (Blanco 28).
No obstante este primer escenario, José fue finalmente reclutado. Una vez concluida su
participación bélica – cuestión que abordaremos en el siguiente apartado-, se asentó en los
recién ocupado territorios del sur peruano. El fin del conflicto había decantado en un masivo
proceso de licenciamiento de los civiles movilizados, provocando la reincorporación
(muchas veces fallida) de los ahora excombatientes.
Leiva decidió ingresar a la Policía de Seguridad de Tacna. Influido, probablemente, por el
conocimiento adquirido durante su travesía militar o por las expectativas de una
remuneración mayor a la recibida en el Ejército2.
Permaneció en el cuerpo de Tacna hasta el 4 de mayo de 1887 (AHVD, Policía de Tacna,
1887, N° 68). En abril de 1894 fue admitido en la Policía de Arica, donde laboró un año hasta
alcanzar el grado de cabo 1°. En agosto de 1897 regresó al empleo y fue “licenciado (…) por
inutilidad física” en marzo de 1898. Cuatro meses más tarde, se le admitió nuevamente “en
calidad de guardian tercero”; y fue desvinculado un año después (1899) “por no convenir al
servicio” (AHVD, Policía de Tacna, 1906, N° 676). En algún momento antes de 1906 retomó

2La Ley de Salarios del Ejército de 1882, fijaba el sueldo de un soldado de infantería en 14 pesos mensuales. Por
otro lado, un miembro de la Policía de Seguridad de Tacna con idéntico grado militar percibía 20 pesos al mes
(AHVD, Oficios Recibidos, Policía de Tacna, 1887-1892, N° 120).
las labores policiales, pues en noviembre remitió a la Intendencia de Tacna una solicitud para
obtener el primer premio de constancia, beneficio que podía adquirir tras cuatro años y cinco
meses de servicios en la Policía de Arica (AHVD, Policía de Tacna, 1906, N° 676).
Asimismo, alternó otras labores. En 1894 era “agricultor” en Arica (ARCA, Libro
Nacimientos, 1894, N° 23). En 1901, decía ser “empleado” en Pisagua (ARCP, Libro
Nacimientos, 1901, N° 75. De regreso a Arica, los registros censales lo tipifican como
“obrero” en 1917(AHVD, Censo Provincia de Tacna, 1917) y “albañil” en 1924 (AHVD,
Censo Gobernación de Arica, 1924). Sin duda, la constante movilidad era resultado de las
necesidades laborales de un hombre sin oficio calificado. La movilización a temprana edad,
una aparente falta de especialización dentro del Ejército y la discontinua actividad policial
incidieron en el ejercicio de múltiples tareas, las que coincidieron con la formación de una
familia en paulatino crecimiento.
Inserto en un territorio multinacional (González 838), José no tardó en iniciar relaciones con
la comunidad peruana. Contrajo matrimonio con María Ramos, peruana natural de Codpa, el
16 de diciembre de 1894 (ARCA, Libro Matrimonios, 1894, N° 23). La única hija de la
pareja, Petronila del Carmen, nació en febrero de 1896 (ARCA, Libro Nacimientos, 1896,
N°19)3. Sin embargo, María muere una tuberculosis pulmonar el 30 de julio de 1898 (ARCA,
Libro Defunciones, 1898, N° 132). Viudo, Leiva contrajo segundas nupcias el 21 de abril de
1900 con Clara Salinas, chilena residente en Pisagua. De este matrimonio nacerían 14 hijos.
Los registros de nacimiento describen la intensa movilidad de la pareja por el Norte chileno.
En orden cronológico: José Domingo, en Pisagua (1901); Pedro, en Arica (1902); Manuel,
en Pisagua (1904); María, en Tacna (1906); Feliciano, en Calana (1908); Julia (1910), Cosme
(1911), Lidia (1913), Fructuoso (1916) y Carlos (1917), en Tacna; y Liborio (1920), Clara
(1922), Pablo (1925) y Benita (1925), en Arica (AHVD, Censo Gobernación de Arica,
1924)4.
José, según testimonios, era un jefe de hogar “muy apegado a la disciplina”. Enseñó a sus
hijos “a trabajar la madera, a hacer adobes, hacer puertas, ventanas”. Los momentos de ocio

3 En entrevista personal, Liborio nos indicó que la familia sospechaba la existencia de un primer matrimonio de su
padre con una “señorita de Codpa”; sin admitir mayores detalles (Entrevista, Liborio Leiva, 2013). Asimismo, la
documentación consultada no ha referido mayor información sobre la hija de José Leiva.
4 Las fechas y lugares de nacimiento fueron extraídos de la trascripción de la libreta del Registro Civil de la familia

Leiva Salinas, hecha en un pequeño cuaderno de contabilidad.


eran concretados en «paseos» a los valles de Lluta o Azapa, a la desembocadura del río San
José o a las chacras de Las Chimbas. Según consta en el relato de uno de sus hijos:

Íbamos desde aquí, desde la casa, montados [en burros]. Mi papá y mi otro
hermano […], al lado, íbamos hasta la desembocadura del río Lluta
recogiendo lo que la mar botaba, pero la mayor parte la recogíamos cuando
íbamos de regreso. Porque sabíamos cuando llegaban barcos fruteros, que
cuando desembarcaban se les caían cajones con la fruta. […] Se llenaba de
frutas, de manzanas, de peras. Cargábamos al pobre burro con todo lo que
recolectábamos (Entrevista, Liborio Leiva, 2013).

La recolección coordinada de los productos del comercio ultramarino muestra un hogar


precario en insumos de primera necesidad. José no fue propietario sino hasta 1930, cuando
adquirió un terreno periférico en compraventa a la Junta de Alcaldes (ABRA, V: 26, f. 98v).
5
. A su vez, el testimonio de su familia lo describe como un hombre preocupado por suplir
las carencias de hogar, reduciendo significativamente los egresos familiares. En 1930, su
desgastada salud terminaría por confinarlo en casa. Un reumatismo le impedía ocuparse,
teniendo que vivir “a espensas del trabajo de los hijos casados y solteros, quienes le han
prohibido trabajar (…) en vista de su avanzada edad” (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 14).

Los “Veteranos del 79”

El proceso de reclutamiento para afrontar el conflicto tuvo diferentes etapas. El entusiasmo


popular (1879-1881) dió paso a un declive paulatino de la iniciativa en el reclutamiento
voluntario y el enganche consentido de la población masculina. Excluido de este fenómeno,
José decidió enrolarse en 1882, cuando el conflicto entraba en una nueva fase de
confrontación militar.
Según consigna el periódico La Gaceta, Leiva decidió engañar a sus padres. En vez de
dirigirse a la jornada escolar, tomó rumbo a Linares, donde una comisión de enganche lo

5La venta fue realidad por $378, 75 pagados al contado. En 1942, el Rol Provisorio de Avalúos fijó el valor de la
propiedad en $16.500 (El Pacífico, 9 de septiembre de 1942).
reclutó6. Influido, al parecer, por un primo ya enrolado, sentó plaza de soldado y pasó al
Depósito de Reclutas y Reemplazos, cuyo personal era destinado a suplir las bajas producidas
en los batallones que formaban parte del Ejército de Ocupación del Perú. Trasladado a San
Bernardo, y desde allí, a Valparaíso, emprendió viaje a El Callao “junto a treinta
compañeros” en el transporte “Chile” (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 10).
Fue destinado, en Lima, al batallón “Tacna” 2° de línea, en cuyas filas participó en dos
expediciones a la Breña peruana (Sierra Central)7. En estos despliegues, no tuvo ocasión de
hallarse en “acción de guerra”; no estuvo “frente al enemigo”; y no padeció enfermedades ni
recibió “heridas de ninguna naturaleza” (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 10). El fin del
conflicto condicionaría su continuidad en el Ejército, pues fue licenciado en diciembre de
1884 (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 11).
Tras el retorno a Chile, parece haber adquirido el adjetivo de “veterano”. No obstante, su
anonimato casi inmediato en todas las formas que calificaron, de algún modo, a los
excombatientes, nos obliga a cuestionar esta afirmación. Puntualizando, tardó mucho tiempo
para que José fuese significado como “veterano del 79”.
Al respecto, las agencias del Estado tienen un importante protagonismo. Cuando la guerra
aún no terminaba, el Congreso determinó la entrega de varias condecoraciones para retribuir
los servicios prestados por el contingente movilizado. Las leyes de 1880 y 1882 concedieron
medallas y barras de oro o plata a todos los miembros del Ejército y Marina que hubieren
tomado parte en alguna “acción de guerra”. Así, las batallas y combates fueron clasificados
según el grado de impacto en la concreción de la victoria militar, adquiriendo particularidad
legal una vez que la necesidad de gratificar económicamente a los excombatientes se volvió
latente.
La condecoración era un distintivo simbólico y estético que permitía identificar a quien la
portaba como un “veterano”. Lucida en traje civil o militar, la medalla se transformaba en un
artefacto para diferenciarse de la comunidad civil, primero, y de los camaradas de armas. Por

6 La Gaceta, Arica, 7 de junio de 1955.


7 La primera expedición operó en la Breña entre el 7 de abril y el 18 de julio de 1883. En un manuscrito conservado
por la descendencia, cuya autoría atribuimos a Leiva, se apunta que “atravesamos la Cordillera por los minerales de
Morococha y seguimos a Talma de ahí pasamos a Guarnico después a cerro de Pasco y más tarde a Guarniros,
después Guaráz y Carguas, a los tres meses después de haber regresado de dicha expedición se ordenó la 2ª
expedicion a Arequipa”. En efecto, tras retornar a Lima, su unidad fue incorporada a las operaciones militares que
tenían como objetivo ocupar la ciudad blanca, donde permaneció hasta el fin del conflicto.
tanto, la experiencia de José Leiva, traducida en dos expediciones no contempladas en la
carta legal, impidió que recibiese condecoración alguna (Figura 1).
Con el advenimiento del siglo XX, se inició un movimiento de excombatientes que buscaba
una retribución económica en la forma de pensiones vitalicias. La Ley N° 1.858 dispuso la
emisión de “tres millones de pesos en bonos” para el pago de una asignación única a todos
los sobrevivientes “que hubiesen tomado parte en las acciones de guerra que por lei de la
República han dado derecho a barras de oro o plata” (art. 3°)8. De manera automática, todos
los que no se habían encontrado en “acción de guerra” quedaron excluidos del beneficio.
Siguiendo las cifras dadas por Meyerholz, “los sobrevivientes en 1884 formaban dos
categorías” (32). Los que tenían derecho acogerse a la Ley de bonos de 1906, que alcanzaban
un número de 16.125 veteranos, y los que no tenían acceso a tal legislación, que bordeaban
los 8.106 excombatientes. De los primeros, sólo 7.332 cobraron efectivamente el beneficio,
mostrando una mortandad del 54%. Pues bien, utilizando la misma proporción de
defunciones, el autor cifraba en 4.377 los excombatientes que no estaban contemplados en el
dictamen legal. Así, el Estado precisó la cantidad de recompensa en razón del número de
encuentros armados oficiales.
Por supuesto, José Leiva no fue incluido en el mandato de 1906. Su tardía movilización al
Perú impidió que participara en los grandes encuentros campales que, con posterioridad,
serían declarados como “acción de guerra” (Gratificación a los sobrevivientes 1-2)9.

8 La ley del 1° de septiembre de 1880 indicaba que “las acciones de guerra, cuyos nombres deben grabarse en los
anillos ó barras expresadas, serán las siguientes: Pisagua, San Francisco, Tacna, Arica, Angamos, Tarapacá, Los
Angeles, Pajonales de Sama, Agua Santa, sorpresa de Iquique de 10 de julio de 1879, Calama, Chipana de 12 de abril
de 1879, combate naval de Antofagasta de 28 de agosto de 1879, combate del Huáscar y la Magallanes en Arica el
27 de febrero de 1880 y entrada del Huáscar al interior de la bahía del Callao en 10 de mayo de 1880”. La ley del 14
de enero de 1882 otorgaba la misma categoría a las batallas de Chorrillos y Miraflores. Las medallas concedidas por
el combate de Iquique y la batalla de Huamachuco también eran consideradas como barras por acción de guerra.
Del mismo modo en que se apreciaba “en posesion de una barra, para el mismo efecto, a los que tomaron parte en
el combate de Sangra i en las espediciones a la sierra comandadas por los coroneles don Estanislao del Canto, don
Marco Aurelio Arriagada i don Martiniano Urriola”.
9 En Arica, 18 excombatientes (veteranos) fueron beneficiados con la legislación. Enviaron solicitud para optar al

beneficio los siguientes excombatientes: Agustín Zelaya, Gobernador Marítimo; Belisario Villalón Guzmán,
guardián de la Cárcel Pública; Lupercio Barrientos Bascur, guardián 1° de la policía; Fernando C. Stumptner,
receptor de menor cuantía; Amable Lecaros Palma, vacunador; Casimiro Mancilla Ávila, inválido; Eucarpio
Figueroa Echeverría, timonel 1° de la Gobernación Marítima; Alejandro Carvajal Valdés, sargento 1° de la banda
de músicos de la policía; Simón Contreras Sánchez, guardia del resguardo; Samuel Soto Pérez, jornalero; Ruperto
Quinteros Celis, patrón de bote del resguardo; Fidel Sepúlveda, guardián de la policía; Belisario Vergara, prefecto
de la policía; Benjamín Bobadilla Valdés, guardián de la cárcel; Rodolfo Ríos Amaya, guardián 2° de la policía; Martín
Avendaño Molina, guardián 3° de la policía; Fermín Alarcón, albañil; Ignacio Sepúlveda Rodríguez, agricultor; José
Dolores Osorio, guardián de la cárcel; Nicolás Andvich Penso, comerciante; Julio Arredondo Toro, empleado
No obstante, las condiciones benéficas y, por tanto, de identificación pública comenzarían a
experimentar importantes transformaciones a contar de 1924. La Ley N° 4.022 concedió “una
pension de retiro equivalente al sueldo íntegro de su ultimo empleo militar”, que sería
“pagada en conformidad al monto de los sueldos que las leyes vijentes señalen a dichos
empleos”, a todos los miembros del Ejército y Marina que se hubieren hallado en “territorio
enemigo entre el 1.o de febrero de 1879 y el 1.o de setiembre de 1884” (art. 1°).
En este sentido, la Ley otorgaba pensiones vitalicias sin la necesidad del prestigio. Sin
embargo, el turbulento contexto nacional de finales de 1924, que incluyó la renuncia del
presidente Arturo Alessandri y la instauración de una Junta Militar de Gobierno, afectó la
puesta en marcha de la legislación. En efecto, según la nueva autoridad, el edicto “adolece
de omisiones y deficiencias que la hacen inaplicable mientras no sean subsanadas”. A juicio
de la Junta:

No es aceptable sean recompensadas con idéntica pension todos los que


tomaron parte en la citada campaña sin distincion de méritos y de servicios,
combatientes y no combatientes, sean o no inválidos de guerra y les haya o no
tocado en suerte encontrarse en acciones militares que permitieron alcanzar la
paz (Decreto-ley N° 139, art. 2°).

De esta manera, un exsoldado como Leiva recibiría el equivalente al 50% del sueldo fijado
al personal militar y naval por Ley de Salarios de 1920; mientras que el portador de una
“accion de guerra” percibiría un 60% aumentado en un 5% por cada encuentro armado
legalmente tipificado (Decreto-ley N° 139, arts. 1° y 2°).
Aunque la modificación volvió a definir al “veterano” de acuerdo con la escala meritoria de
los servicios prestados, entregó recursos económicos a todo el espectro de excombatientes
que aún permanecía con vida. Como es de suponer, el ethos del “veterano” estaba tan
arraigado en los propios excombatientes, que la Comisión Calificadora de Recompensas
tropezó con muchos individuos que no presentaron a tiempo sus solicitudes de pensión por

municipal; y Daniel Rojas Arenas, subdelegado de Belén (AHVD, Comandancia General de Armas de Tacna y
Arica, 1906-1908, N° 547).
creerse excluidos del grupo de potenciales beneficiados. Uno de ellos fue José Leiva, que en
su declaración señaló:

No me presenté oportunamente por no haberme encontrado en ninguna accion


de Guerra, ignorando que bastaba el hecho de haberse trasladado al territorio
enemigo para tener derecho a pension (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 1).

Inició el proceso burocrático para obtener los beneficios del Decreto-ley N° 139 en
noviembre de 1927, ante lo cual debió acreditar su participación bélica.
La investigación sumaria que siguió a la solicitud del beneficio, buscó acreditar la identidad
personal y los servicios prestados en el Ejército. Se recurrió a la documentación oficial
almacenada en el Archivo General de Guerra (actual Archivo General del Ejército) y al
testimonio de cuatro testigos que hubiesen sostenido relación directa con el solicitante.
Cerciorada su participación y concluido el proceso, un Decreto Supremo de marzo de 1933
le dispensó “una pensión de retiro de $1.321,92 anuales, a contar desde el 1° de enero de ese
año, por la Tesorería Comunal de Arica”. Entonces, debía “presentarse cuánto ántes a la
Tesorería de esa localidad, a fín de que le cancelen las pensiones aún no cobradas y siga
percibiendo mensualmente lo que le corresponda”10.
Existía una aparente simbiosis entre los atributos entregados por las agencias
gubernamentales y el desenvolvimiento de los excombatientes en el escenario público. En
efecto, una parte importante de las expresiones de los veteranos en actividades públicas
estuvieron guiadas por necesidades visuales.
Desde una posición intermedia entre la acción y la actuación, los veteranos –de preferencia,
mutualizados- se identificaron socialmente a través de una estética regulada por el uso de
condecoraciones y otros elementos sensorios en actividades conmemorativas. Durante los
actos cívicos, se distinguieron por medio de medallas y/o trozos de género tricolor cocido a
la vestimenta un poco más arriba del codo izquierdo.
Siendo ocasión propicia para “traer” el acontecimiento histórico al presente, la
conmemoración activa y conserva la memoria colectiva mediante ceremonias, monumentos

10 Oficio de Alfredo Barahona a José Santos Leiva. Santiago, 18 de agosto de 1933. Colección particular. Un año después
de comenzar a recibir la pensión, José abrió una cuenta en la Caja Nacional de Ahorros, realizando permanentes
giros y depósitos hasta 1957.
o artefactos culturales (Carrier 431-445), (re)definiendo simbólicamente episodios y
personajes destacados, con énfasis en los mártires de guerra (Mosse 494).
Sabemos que desde finales del siglo XIX, y con mayor fuerza a contar de 1900, los
excombatientes comenzaron a fundar sociedades de socorros mutuos en distintas ciudades
del país. En Arica, se organizaron en la Sociedad “Veteranos del 79”, el 19 de mayo de 1911
(AHVD, Gobernación de Arica, 1911, N° 379); que fue refundada a mediados de junio de
1925 (La Aurora, 15 de junio de 1925). Pese a lo anterior, José no es individualizado en
ninguna comunicación de la agrupación o en referencias periodísticas sobre la pequeña
comunidad de excombatientes residentes en la ciudad. De hecho, en 1928 –cuando ya había
iniciado su petición para obtener los beneficios del Decreto-ley N° 139- el periódico La
Aurora, procurando “evitar comentarios que corren por allí por gentes inconscientes con
respecto a Veteranos fuleros”, publicó una nómina de los antiguos soldados de la localidad y
en la que no figuraba José Leiva, pese a residir en Arica desde 191711.
Con todo, pareciera que el anonimato de José respondió en la carencia de socialización con
antiguos compañeros de experiencia, condicionando su identidad como “veterano”. Cuando
presentó la solicitud para acceder a la pensión de 1924, el sumario incluyó la entrevista a tres
excombatientes que acreditaron su participación bélica. Aunque todos concordaron con su
movilización al Perú, ninguno señaló sostener contemporáneas relaciones de amistad.
Manuel Herrera Núñez, declaró no conocer a su familia, “ni á cuantos hijos tiene” o “de que
vive ni su actual trabajo” (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 12). Alejandro Carvajal Valdés,
por su parte, también dijo no saber de su núcleo familiar, “por cuanto al retirarse de la Policía
se fue a Tacna”, y a su regreso no había “mantenido relaciones con el Señor Leiva” (AGE,
1930, expediente 22.783, f. 13). El último, Custodio Guzmán Vera, no tenía conocimiento
de su familia, pues era “muy poco amigo de frecuentar los hogares de aquellos que han sido
compañeros míos en la campaña” (AGE, 1930, expediente 22.783, f. 14).
Como vemos en estas declaraciones, su aparente lejanía de otros veteranos no consintió un
aislamiento de reuniones ni del ejercicio del recurso colectivo de la guerra con ciertos
excombatientes. De hecho, participó con antiguos compañeros en herméticos espacios

11La lista incluyó a Alberto Vicuña, Ángel C. González, José de la C. Bravo, Alejandro Carvajal, Pedro Guerra B.,
José G. Espinoza, Juan Vivanco, Ladislao Vicuña, Enrique Gutiérrez, Jacinto Bravo, Manuel Herrera, Daniel
González, Enrique Arismendi, Archivaldo Caamaño, Desiderio Lamas V., Arturo Wilman, David Barrios, Ángel C.
Guzmán, Pascual 2° Rocco y Juan A. Moreno (La Aurora, 23 de junio de 1928).
privados. Guzmán Vera decía que “no tuve ocasión de verlo hasta el año doce (1912) en que
fuimos guardianes en la Policia de Tacna”, y que “en las conversaciones que sosteníamos
haciendo recuerdos de la campaña él me decia que habia pertenecido al 2° de linea y tambien
habia hecho la marcha al Puente Verruga, corriendo las montoneras de Cáceres” (AGE, 1930,
expediente 22.783, f. 14).
Estas conversaciones son identificadas por uno de los hijos de José. Señala que “se juntaban
con mi papá en su casa” y “recordaban pasajes, anécdotas, las aventuras que habían
ocurrido”. En estos encuentros “había cierto distanciamiento con la familia”, puesto que “se
reunían ellos nomás, en la sala que teníamos”. En su testimonio, recordó las asistencias de
“Ruperto Quinteros, que tenia más grado; Pedro Guerra; Luis San Martín; otro que no
recuerdo, que era Practicante” (Entrevista, Liborio Leiva, 2013).

El “Veterano del 79” José Leiva

Hasta finales de la década de 1930, la imagen de José Leiva como “veterano” comenzó a
transmutar al escenario público, bajo la causalidad de varios factores. Un decreto del
Ministerio de Guerra de 1926 permitió el uso de un parche oficial para el reconocimiento
público del “veterano del 79”. La disposición ministerial “dice relación con la obligación que
tendrán los individuos de tropa en servicio, para con los sobrevivientes de la guerra contra el
Perú y Bolivia”. Autorizaba a todos los excombatientes a “usar en el traje civil, un parche
redondo de 5 centímetros de diámetro, de color púlpura (sic), que llevará al centro una estrella
bordada, con el número 79 debajo de ella y un bordo fileteado alrededor”. El parche “se usará
en el antebrazo izquierdo y llevarlo dará derecho al saludo militar por parte del personal en
servicio activo” (El Ferrocarril, 17 de junio de 1926).
José no coció el parche en su manga hasta que finalizó el sumario iniciado en 1927, debido
a que el Decreto Ministerial establecía la concesión para los veteranos que percibían pensión
por parte de la Tesorería Fiscal12.

12En octubre de 1926, la Intendencia de Tacna solicitó a la Gobernación de Arica la individualización de los
veteranos que debían recibir el parche correspondiente. Los beneficiados eran: José Gregorio Espinoza, Pascual 2°
Rocco, Arturo Wullemann (Wilman) Ramírez, Alberto Vicuña Vicuña, Francisco Díaz Marín, Pedro Guerra Brito,
Juan Guajardo Pérez, José del Carmen Bravo, Jacinto Bravo, Archivaldo Caamaño, Daniel González Muñoz, Jovino
Troncoso Caballero, Marcelo Aranda, Alejandro Carvajal Valdés, Enrique Arismendi, Desiderio Lamas Vargas, José
Antonio Vivanco, Eduardo Sepúlveda Navarro, David Barrios Figueroa, Juan Antonio Moreno, Ángel Custodio
Sin embargo, la muerte de los veteranos Pascual Rocco (1941), Enrique Gutiérrez Soto
(1942) y Ladislao Vicuña Lozano (1942), dejó como únicos referentes del conflicto de 1879
a Antonio Meza Aguilar y José Leiva. En tal escenario, se volvió imperativo sellar el vínculo
entre los excombatientes y la comunidad ariqueña por medio de la significación visual. En
enero de 1943, la Municipalidad les concedió una medalla conmemorativa, en razón de la
“gratitud de un pueblo hacia el valor y abnegación sin límites de los gloriosos tercios de
nuestro Ejército”. La entrega se escenificó en un acto público que incluyó salvas matutinas
de artillería, abanderamiento de la ciudad, ofrendas florales en el mausoleo de los veteranos
del 79, y la concentración de tropas militares, brigadas de Boy Scouts y delegaciones de
escuelas primarias y secundarias. En el acto, Leiva y Meza “pasaron revista a las tropas que
en correcta formación presentaban armas” (La Gaceta, 13 de enero de 1943).
El despliegue ceremonial de 1943 no constituyó una regla en los años siguientes. La
participación de los veteranos estuvo condicionada por necesidades del programa oficial, así
como la salud de ambos ancianos. Dicho sea de paso, su presencia en ritos cívicos permitiría
que se convirtiesen en iconos locales de la nacionalidad. En efecto, si en el periodo 1900-
1935, la participación de veteranos en actos conmemorativos estuvo limitada al desfile ante
autoridades civiles y militares, la cada vez más escasa presencia de sobrevivientes obligó a
(re)definir una nueva posición en el entramado ritual.
De esta forma, José y Antonio pasaron a ocupar un puesto en la tribuna oficial, junto a los
agentes del Estado. En junio de 1942, presenciaron el paso de las tropas y escuelas desde
dicha posición (La Gaceta, 8 de junio de 1942).
Aunque la experiencia de ambos veteranos refería a las postrimerías del conflicto, la
participación en los despliegues rituales del Estado incluía acontecimientos relevantes para
la membresía nacional: Día del Veterano (13 de enero)13, Toma de Arica (7 de junio),

González, Manuel Herrera Núñez, Enrique Gutiérrez Soto, Alejandro Charlin Munizaga, Claudio Gerardo Julio y
Ladislao Vicuña Lozano (AHVD, Gobernación de Arica, 1926, N° 1006).
13 Por resolución del Ministerio de Guerra del 16 de diciembre de 1926 se instauró oficialmente el 13 de enero como

el “Día del Veterano”. Parte del decreto señalaba que “los comandos de guarnición harán dar conferencias
patrióticas, realizaran fiestas alusivas al acto i a fin de ayudar en lo posible de un modo efectivo i práctico, a aliviar
la delicada situación porque atraviesan los antiguos servidores de la Patria, organizaran, en lo posible veladas
literarias, torneos militares, beneficios teatrales i mui especialmente colectas públicas que, dando el espíritu altruista
de nuestros conciudadanos i la cooperación eficaz que ese comando aportará, podrán traducirse en valiosas ayudas
pecuniarias que servirán para el sostenimiento de los asilos, albergues, círculos, clubes i demás instituciones que los
veteranos del 79, con enormes sacrificios, logran mantener” (Boletín Oficial del Ministerio de Guerra, 16 de diciembre
de 1926). En realidad, la resolución institucionalizó una festividad que formaba parte de las expresiones identitarias
que las agrupaciones mutuales de veteranos venían desarrollando desde finales del siglo XIX.
Juramento a la Bandera (9 de julio) y Fiestas Patrias (18 de septiembre). En cada una de estas
manifestaciones se ejercía una pedagogía cívica, dando consistencia y sentido a los mitos
republicanos (Bhabha 11-19). Justamente, se prescindía de las vivencias de guerra. Por
ejemplo, la conmemoración del Día del Veterano de 1943 incluyó un alocución patriótica
sobre los “datos históricos de las batallas de Chorrillos y Miraflores”, destacando “el hondo
significado del acto que se realizaba en honor de los Veteranos que dieron a la Patria los
laureles de tantas victorias” (La Gaceta, 13 de enero de 1943).
Bajo estos preceptos, se comprende la presencia de José en las grandes concentraciones
destinadas a resaltar el espíritu de la nación. Forma parte de un desfile por las Glorias Navales
(21 de mayo) de 1949, rindiendo honores a las autoridades a bordo de un jeep del Ejército
(La Gaceta, 23 de mayo de 1949). Aquel año, el “viejo tercio del 79 que queda en Arica”
presenció el juramento a la bandera (La Gaceta, 9 de julio de 1949). A su vez, y en conjunto
con Meza Aguilar, recibió en la ceremonia de fiestas patrias de 1951 el diploma que
certificaba su ascenso al rango de subteniente (La Gaceta, 20 de septiembre de 1951).
Como vemos, asistimos a la consolidación de Leiva como figura arquetípica de una guerra
imaginada (heroica, épica, mítica) que llegaría a su punto más álgido durante el decenio de
1950. Con la muerte de Antonio Meza (1952), se convirtió en el único excombatiente de la
ciudad. En aquél periodo, recibió los beneficios de las últimas leyes de recompensas para los
veteranos de 1879, traducidas en el ascenso en el grado militar de los pocos sobrevivientes
hasta alcanzar el escalafón de los oficiales. Se le nombró cabo 2° en 1937. En 1951 se le
concedió el grado de subteniente; y dos años más tarde, el de mayor (Certificado de Servicios,
26 de mayo de 1998)14.
En el entablado del prestigio, continuó participando en la liturgia nacional. Ocupó, el 21 de
mayo de 1952, el “lugar que le corresponde en estas ceremonias patrióticas”: en el centro de
la Tribuna de Honor (La Gaceta, 23 de mayo de 1952). Recibió honores de la guarnición
militar en junio de 1953 (La Gaceta, 6 de junio de 1953). Izó el pabellón nacional en el
juramento a la bandera de 1954 (La Gaceta, 10 de julio de 1954), y el de 1956 (La Gaceta,
9 de julio de 1956). En junio de 1955, la banda del “Rancagua” ejecutó “una Diana frente a
su residencia», recibiendo «el saludo de las autoridades civiles y militares”, además de una

14 Todos estos ascensos eran simbólicos, ya que no tenían mando concreto sobre ninguna fuerza militar.
medalla de oro y un vino de honor (La Gaceta, 7 de junio de 1955)15. Un año más tarde, la
municipalidad presentó una alegoría alusiva a la toma del Morro en homenaje a su persona
(La Gaceta, 7 de junio de 1956). Por último, unos días antes de su muerte, los músicos
militares volvieron a interpretarle una diana hogareña (La Gaceta, 18 de junio de 1958).
La transmisión de una “experiencia de guerra” idealizada activó tributos, homenajes y cantos
en la comunidad chileno-ariqueña. En 1943, “firmas comerciales y destacados vecinos de la
localidad obsequiaron dos ternos” a los dos supervivientes (La Gaceta, 15 de enero de 1943).
El 6 de junio de 1955, José fue agasajado con un “cocktail de honor” en el local de la “Unión
Ferroviaria” (La Gaceta, 2 de junio de 1955). Paralelamente, presidió una velada patriótica
estudiantil, organizada por profesores y alumnos del Liceo Coeducacional, quienes le
dedicaron el canto “Los Amores del Soldado” (La Gaceta, 10 de junio de 1955). A ellos se
sumaron el “Club de Señoras”, Rotary Club y otras instituciones (La Gaceta, 8 de junio de
1955). Además, el ferroviario Carlos Acuña le escribió el poema “A nuestra reliquia
ariqueña” (La Gaceta, 10 de junio de 1955).

La Invención del “Veterano”

En la figura de José Leiva se advierte la funcionalidad simbólica y performática que


paulatinamente adquirió durante la década de 1940. Su inclusión en el entramado cívico
estuvo lijado a la difusión de las tradiciones significadas en el campo ceremonial. En el acto
cívico, simbolizó e interpretó apelativos valóricos para cohesionar a una comunidad
recientemente incorporada a la soberanía nacional.
Como hemos constatado, la imagen del “veterano” fue construida mediante distintivos
artefactos diferenciadores (medallas y parches), discursos totalizantes y una visualidad
retrospectiva (Hobsbawm 7-21). Como sujeto que encontraba en el pasado el objetivo central
de su reconocimiento público, Leiva fue concebido en tanto proyección concreta del principio
evocativo de las conmemoraciones asociadas al conflicto entre Chile y el Perú.

15La medalla tiene, en su anverso, un relieve del Morro con la inscripción “I. MUNICIPALIDAD ARICA”. En el
reverso, se lee la frase grabada “Homenaje al heroé de la Guerra del Pacifico-Mayor don José Santos L.P. 7-Junio-
1955”. Colección particular.
Esta idea incluyó en la actuación de un personaje representado bajo la estampa de reliquia
viviente. Se asumió el papel mediante un “vistoso uniforme”, que asemejaba al utilizado por
los soldados chilenos (La Gaceta, 22 de mayo de 1944). El material fotográfico disponible
evidencia la utilización de una chaqueta azul de doble botonadura, pantalón rojo, zapatos
negros, guantes blancos, quepí (gorra) y un bastón en la mano izquierda. Ciertamente, el traje
cumplía la función reveladora en el marco ritual, definiendo una identificación individual
con amplia resonancia colectiva.
El traje militar era coincidente con la influencia francesa que impregnó al Ejército durante el
conflicto decimonónico; pero también por el esgrimido contemporáneamente por la rama
castrense, surgido de una férrea ascendencia prusiana. En este caso, las palas sobre los
hombros, que señalaban su grado de oficial, formaban parte del uniforme militar vigente en
1951 (Figura 2).
La personificación de los valores patrióticos no suponía representar ideales reproducibles
homólogamente a lo largo del país. En el caso de José, el traje fue un medio para proyectar
símbolos que ligaban particularmente a la comunidad ariqueña, antes peruana, con el Estado-
Nación chileno. Se distinguía la insignia del escudo nacional en el quepí, ocho botones con
una estrella grabada en relieve y un distintivo metálico con el número cuatro (4) en ambos
lados del cuello. Este último detalle asocia la personificación de Leiva con la construcción
de una identidad ariqueño/chilena fundada a partir de la diferenciación con un “otro” peruano
(Galdames y Díaz 21), recurriendo a la representación de la victoria en el Morro de Arica
mediante la individualización del regimiento 4° de línea como máximo exponente de una
singularidad enraizada en la conquista (Figura 3).
En este sentido, la imagen de Leiva uniformado permitía socializar determinados valores y
normas. Por ejemplo:

José Santos Leiva, modesto hombre de nuestras tierras ayer hizo noticia,
estaba de fiesta pues todo Chile recordó en especial la epopeya de toda una
campaña, que jalonando victoria tras victoria, permitiera a Chile, después de
ingentes sacrificios y mil hechos heróicos obtener la palma del vencedor, y
José Santos Leiva, escribió hace ya muchos años, allá en su lejana juventud,
las batallas de Chorrillos y Miraflores, en que la juventud de dos países
supieran hacer debido honor al culto a su bandera [énfasis nuestro] (La
Gaceta, 14 de enero de 1953).

Una guerra imaginada, a la distancia temporal y sostenida en la imagen de Leiva, desplegaba


un relato arbitrario de los sucesos. Coincidiendo, la elaboración narrativa y visual cuajaba
con orígenes sociales populares, consentimiento patriótico, ciudadanía, masculinidad y
camaradería de guerra (Mosse 491-513). Es así como el conflicto era activado, explicado y
justificado a través de un conductor sociocorporal que albergaba la constitución valórica del
“ser chileno”. Para el imaginario local, Leiva era “un valiente que cuando era aún un niño la
patria lo llamó” y “no trepido en correr para entregar su sangre”, respondiendo “al instinto
ancestral de nuestra raza” (La Gaceta, 7 de junio de 1955). Dicha veneración, buscaba
proyectar un modelo de convivencia. Además, era una herramienta delimitadora del entorno
temporal, ya que establecía la relación con un pasado clave para explicar la integración de
Arica a la soberanía nacional, programando modelos de patria y progreso. De hecho, en 1955,
el Club de Señoras de Arica entregó a José un diploma “como un sentido homenaje de la
mujer chilena a uno de sus soldados que cubrió de glorias las páginas de nuestra Historia en
los Campos de Batalla”16.

Comentarios Finales

El fin de la Guerra del Pacífico propició el reingreso de José Leiva a Chile. El anonimato que
cultivó durante los primeros 20 años del siglo XX fue constante. Aunque las demandas del
movimiento de veteranos resonaban en el escenario público, se abstuvo de participar en
dichos actos o afiliarse a sociedades mutuales (de excombatientes). Como sabemos, aquello
no impidió que generara vínculos con otros compañeros de vivencia en herméticos espacios
privados, dando cuenta de la diversidad de formas que adquirió su propia construcción
relacional –así como la conjunción- de la(s) experiencia(s) de guerra y posguerra (Scott 65).
En tal sentido, la identificación de Leiva –y otros- con una “experiencia de guerra” debe ser
entendida a partir de la posición que ocupó dentro de los complejos y cambiantes procesos

16“El Club de Señoras de Arica al ilustre veterano de la Guerra del Pacífico, Coronel don José Santos Leiva”.
Colección particular.
con los cuales operan la adscripción, resistencia o aceptación de las identidades; lo que
permite descartar el atributo “veterano” como sinónimo monolítico de “excombatiente”, y
viceversa (Spivak 312).
A partir de su función comunicativa, la “experiencia de guerra” fue utilizada indistintamente
como saber, testimonio y prueba vivencial por una multiplicidad de actores y agentes, dando
cabida a atributos mediante la expresión “veterano del 79”. Del lenguaje asociado a la
veteranía surgió una narrativización del exmovilizado en el escenario público, creando
pertenencia y diferenciación discursiva, sensorial y política en la comunidad chileno-
ariqueña (Hall 17).
La inserción de los antiguos soldados en la escena local fortaleció la identificación colectiva
mediante la definición de un atributo experiencial condicionado. La distinción –o si se desea,
la caracterización –del “veterano del 79” no respondió, totalmente, al sello de la singularidad
vivencial aprendida o percibida en tanto principal factor de identificación; más bien, se vio
fuertemente influido por una dimensión simbólica con importantes contenidos épicos.
El anonimato vislumbra comportamientos herméticos indistinguibles en escenarios públicos.
La lejanía de los reconocimientos (medallas) y retribuciones (bonos) provocó que José
construyese identificaciones y narrativas en condiciones de inequidad y hermetismo,
alejándose de los espacios conmemorativos idealizados.
Las vivencias de guerra forjaron múltiples aprendizajes, permitiendo que la reflexividad
significara las experiencias en distintos niveles y espacios relacionales (Díaz 9-10). Así, la
representación social “veterano del 79” integró a José en un grupo de excombatientes,
apartándolo del colectivo de exmovilizados que no participaron en enfrentamientos
legitimados como “acción de guerra” y, por tanto, eran carentes de reconocimiento oficial.
Esta distinción fue acompañada por el despliegue de ciertos códigos estructurales y
nacionales.
La imagen de José en el acto conmemorativo performática. En una elaborada puesta en
escena, con discursos, condecoraciones y trajes, universalizó una “experiencia de guerra”
idealizada, particularizándola más allá de la distinción experiencial de su atributo como
excombatiente. El sentido (homogéneo) del conflicto adquirió un enfoque contenido en la
“experiencia” (igualmente homogénea), actualizándolo (reforzándolo) (Kapferer 192). En un
contexto de integración definitiva de Arica a la soberanía chilena, la figura del “veterano del
79” permitió desplegar un “mito” heroico y épico de la experiencia y, por tanto, del conflicto
mismo.
Siguiendo los planteamientos de Hynes, el “mito de guerra” no constituye una falsificación
de la realidad. Más bien, responde a una versión imaginada (imaginative version) de amplia
resonancia sociocultural, que (re)significa y reproduce conjuntos de actitudes, código y
valores –en este caso- nacionalizantes (ix). José, entonces, se transformó en un intermediario
entre el presente y el futuro, así como entre lo imaginario y lo real (Horne 906).
Sin embargo, su participación en estos escenarios no debe entenderse producto de la
utilización instrumental por parte de la agencia estatal. Sin duda, el excombatiente aceptó
integrarse al aparataje conmemorativo, de acuerdo a la gama de intereses, potencialidades y
posibilidades que esgrimía su inclusión al colectivo de “veteranos” que aun sobrevivía hacia
finales de la década de 1930.
De esta manera, proponemos lecturas que producen tensiones con las definiciones estáticas
de los actores sociales surgidos del conflicto entre Chile, el Perú y Bolivia, reconociendo las
distintas acepciones circulantes en el entramado social. La representación de excombatientes
y “veteranos” varía según el sentido, contenido y la posición que cada sujeto o agencia ocupe
y, por ende, atribuya a quienes participaron en un acontecimiento bélico. Entendiendo que el
devenir impone, muchas veces, lecturas condicionadas por los contextos imperantes, la
posición del ángulo de observación permite concebir un tipo de “experiencia” en la que un
excombatiente se convierte en “veterano” de acuerdo a requisitos y predisposiciones que van
más allá de la simple participación bélica.
Agradecimientos
Este artículo es resultado del Proyecto FONDECYT N° 1191869 y del Proyecto Mayor de
Investigación Científica y Tecnológica de la Universidad de Tarapacá N° 5767-18.
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