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A once años de 2001: la derecha, la izquierda y el rol de la clase media

El historiador Ezequiel Adamovsky publicó el año pasado el libro “Historia de las Clases Populares” (Sudamericana). En 2009, presentó la
investigación “Historia de la clase media argentina” (Planeta). Habiendo hecho una radiografía de esos grupos sociales, en un reportaje con Télam,
aseguró que “el kirchnerismo sedujo a sectores que la izquierda no pudo” y afirmó que “la derecha se está reagrupando”. “La clase media no
es un sujeto político. Algunos apoyan al Gobierno, otros no”, dijo luego de los cacerolazos.
Por Agustín Argento
Agustín Argento
¿Que quiere decir usted con el concepto de “no ciudadanía”?

Ezequiel Adamovsky
Eso tiene que ver con mi trabajo sobre la historia de las clases populares y los cambios que se produjeron a partir del neoliberalismo, el cual no fue
sólo un modelo económico, sino que también planteó cambios profundos desde lo político y lo cultural. La no ciudadanía para los pobres tiene que
ver por un lado con la forma de ser parte de la sociedad sin tener acceso a los derechos que garantizaba el Estado y como ser parte de la misma a
partir del cambio hacia el neoliberalismo, el cual proponía ser miembro de una comunidad a partir del consumo; por otro lado, la ciudadanía política
perdió sentido, porque hubo una implicación muy grande de los partidos políticos con los intereses económicos. En ese contexto, para los grupos
más pobres que se veían privados del consumo y los derechos ciudadanos, sólo quedaba ser excluido

AA
Para cubrir esas falencias se arman agrupaciones por fuera del Estado

EA
En la década del ´90 hubo transformaciones muy grandes, incluyendo la forma de canalizar los reclamos y las protestas. Tradicionalmente, los
sectores populares habían tenido en los sindicatos y en el Partido Justicialista (PJ) las dos puntas principales para hacer oír su voz. En los `90, con el
freno de la producción y la corrupción, las dirigencias sindicales dejaron de ser un canal a mano para los más pobres, sobre todo para los
desempleados. El PJ fue el que encabezó el proceso de privatizaciones, por lo cual tampoco era un canal. Por eso se armaron otras opciones para
canalizar la resistencia. Se pasó a una forma de organización territorial, lo que fue una novedad. También empezó a aparecer fuertemente el
clientelismo, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires

AA
¿Se puede hablar siempre de la misma clase popular o fue mutando a lo largo del Siglo XX?

EA
La composición de las clases populares cambió muchísimo. También cambió mucho qué parte y qué sección fue la punta de lanza de los reclamos.
Las clases populares siempre fueron heterogéneas y no siempre pudieron organizarse. La heterogeneidad se da desde todo punto de vista: el trabajo,
el nivel de ingresos, la etnia. A partir de esa fragmentación inicial en la búsqueda de diversos caminos para organizarse, este proceso de unificación
alrededor de la clase obrera tuvo alcances importantes. Pero las clases populares se terminan de unificar a partir del movimiento peronista en la
después del ´45

” La recuperación de la economía argentina tuvo que ver con que los grupos que concentran poder se vieron obligados a permitir cambios en la
política”

AA
¿Yrigoyen no tuvo ninguna influencia en esa unificación?

EA
Ese fue el primer momento en el que se comenzó a ampliar la ciudadanía política. Sirvió como puntapié para el resto. De hecho, tuvo un apoyo
obrero bastante considerable, pero en esa época el voto no era realmente universal

AA
¿Hoy con qué parámetros se clasifican las clases populares? ¿Con el económico, el cultural o el educativa?

AA
Las clases populares siguen siendo un conjunto heterogéneo. Hay una fragmentación en lo laboral que viene desde el periodo neoliberal. De ahí las
disparidades de salarios que encontramos en la clase trabajadora. En el aspecto cultural, haciendo una mirada de largo plazo, a pesa de que hubo
cambios importantes en los últimos años, seguimos en el aspecto de devastación que generó el neoliberalismo. La mayoría de los sectores populares
están marcados por eso. También ha habido retrocesos, como en la forma del trabajo rural por la expansión del modelo sojero y el uso de los
agrotóxicos. En lo cultural también ha habido cambios importantes

AA
¿Cómo se adapta la izquierda argentina en este escenario?

EA
Hay una izquierda más tradicional que no ha tenido cambios visibles luego del 2001. Lo que me parece novedoso es que luego de todo lo sucedido
en los ´90 y en 2001 apareció una nueva izquierda que trata de relacionarse de manera diferente con la sociedad. Pero hasta el momento no consiguió
dar con un mensaje para llegar a una mayoría válida

AA
Aquí es donde el kirchnerismo supo captar a sectores ajenos al peronismo

EA
Efectivamente. Una de las características del kirchnerismo es que supo seducir a una gran cantidad de personas y agrupaciones de izquierda y centro
izquierda. En esto tiene que ver tanto la disposición y la habilidad del Gobierno en retomar algunos mensajes que proponían este tipo de sectores, y
por otro lado la ausencia de un polo de izquierda capaz de traccionar a esa gente
AA
¿La derecha cómo se adapta luego del colapso de 2001?

EA
Hay tres periodos de la derecha argentina de los últimos años. Por un lado, el de la década del ´90, periodo en el que mayor poder adquiere. El
segundo gobierno de Menem y el primero de De La Rúa son los únicos en los que la derecha argentina contó con el apoyo de la sociedad en las urnas
para llevar adelante sus programas. Siempre habían llegado por medio del fraude o de golpes de Estado. El momento de la crisis y el estallido es
cuando se demostró la falsedad, por lo menos parcial, de los discursos. Las movilizaciones en la calle pusieron a la derecha en un retroceso. Siempre
destaco que la recuperación de la economía argentina tuvo que ver con que los grupos que concentran poder se vieron obligados a permitir cambios
en la política que sin ese estallido popular nunca hubieran permitido. Lo que creo que estamos viendo es un intento de reagrupamiento, por un lado
intentando crear polos políticos o sociales de representación. El movimiento de 2008 fue importante para marcar la cancha. Y por otro lado caminos
de reacomodamiento de la derecha no a partir de una política propia, sino también intentando canalizarlas a través del gobierno, por ejemplo, en la
política minera

“La clase media no es un sujeto político específico. Hay una parte que alimentó los cacerolazos y está en contra del gobierno, pero una porción
bastante importante lo apoya”

AA
¿Qué rol ocupa la clase media en estos reacomodamientos?

EA
Hay cierto estereotipo negativo respecto de la clase media, por el cual se imagina que se trata de un sector que hoy está jugando para la derecha y
que ha alimentado el apoyo a los reclamos patronales de 2008 y los cacerolazos del año pasado. Es una imagen simplificadora. No ceo que la clase
media sea un sujeto político específico. Efectivamente hay una parte que alimentó los cacerolazos y está en contra del gobierno, pero también hay
una porción bastante importante que no está en esta actitud. De hecho, hay una porción bastante importante que apoya al gobierno y lo ha votado. Y
una cantidad desperdigada que participa de sectores sociales construyendo lazos de solidaridad con los más pobres. No hay un clase media que actúe
de una forma específica
ETIQUETAS
 CRISIS DE 2001

 EZEQUIEL ADAMOVSKY

"LA CLASE MEDIA EN LA HISTORIA ARGENTINA de Perón a Kirchner" por Ezequiel Adamovsky
10 de abril de 2011 a las 00:40
LA CLASE MEDIA EN LA HISTORIA ARGENTINA
de Perón a Kirchner
por Ezequiel Adamovsky*

La clase media nació con el primer peronismo. En pleno auge de la sociedad plebeya, con las masas ocupando por primera vez la Plaza de Mayo,
sectores que hasta entonces carecían de una identidad precisa comenzaron a definirse, por contraposición, como "clase media". A partir de allí, la
clase media jugó un rol central en la historia Argentina, con momentos de unidad con los sectores populares y otros muchos de ruptura.

La clase media es poco más que una identidad: no hay mucho en concreto que compartan todas las personas que se consideran de clase
media, fuera del propio sentido de pertenecer a ella y de los atributos sociales, morales, étnicos y culturales que se imaginan que ella posee.

Esa identidad no surgió en Argentina de modo casual. La expresión "clase media" comenzó a ser utilizada por ciertos intelectuales a partir de
1920 con fines políticos precisos. En enero de 1920, Joaquín V. González pronunció un discurso en el Senado que provocaría polémicas. Allí
llamó a sus colegas a ocuparse de la benéfica "clase media", contraponiéndola a una clase obrera compuesta por "extranjeros no
deseables", que habían arribado a Argentina con "teorías extremas". González era uno de los políticos más importantes del país y probablemente
el intelectual más lúcido de la elite de aquel entonces. Pero sólo comenzó a prestar atención a la clase media en 1919, hacia el final de su vida. Le
preocupaban la ola de activismo obrero y las simpatías que cosechaba la Revolución Rusa en la Argentina. Recordemos que la Semana Trágica había
sacudido al país en enero de 1919 y que a ella le siguió una inédita oleada de huelgas de empleados de "cuello blanco", e incluso de estudiantes, que
causó gran impresión en la sociedad "decente". González concibió entonces la idea de replicar en Argentina lo que sus colegas europeos venían
haciendo con éxito: se propuso instigar un orgullo de "clase media".

El de González probablemente haya sido el primer discurso en el que se habló en público sobre la clase media. Hasta entonces, la expresión era poco
conocida. Predominaba una imagen binaria de la estructura social. Estaba la gente "bien", por un lado, y el populacho, por el otro. González se
proponía modificar esa percepción. Pretendía quebrar las fuertes solidaridades que se venían tejiendo entre obreros y empleados, con-
venciendo a estos últimos de que no eran parte del pueblo trabajador, sino de una "clase media" más respetable, que debía alejarse de los disturbios
callejeros y de las ideologías anticapitalistas. Se proponía, en suma, meter una cuña entre ambas clases, buscar aliados políticos en lo que hoy
llamamos los sectores medios para contrarrestar el avance de las luchas obreras y del socialismo.

EL primer peronismo

Pero la identidad de clase media recién se haría carne años después, con el surgimiento del movimiento peronista. La presencia y el
protagonismo que la parte más plebeya de la sociedad adquirió a partir de 1945 generó una reacción de rechazo a la que se sumaron tanto personas
de clase alta como de los sectores medios. Lo que más irritaba a unos y a otros era que las jerarquías sociales tradicionales se vieron
profundamente alteradas. Y no sólo en el ámbito laboral: el vendaval del peronismo sacudió a varios de los pilares que definían el lugar de
cada cual en la sociedad. De pronto, todo aquello que había sido invisibilizado, silenciado o reprimido por la cultura dominante se había
hecho presente y, para colmo, se había vuelto político. Los pobres que vivían en los márgenes de la coqueta Buenos Aires invadieron la ciudad el
17 de octubre de 1945. El mero hecho de ocupar la Plaza de Mayo se convirtió para ellos en un gesto político, un ritual que repitieron una y otra vez
en los arios siguientes.

La misma actitud desafiante se reiteró con todas y cada una de las normas de respetabilidad y "decencia" que venía inculcando desde hacía
décadas la cultura dominante. La plebe las puso en cuestión una por una. Durante años, los pobres habían tenido que escuchar sermones sobre la
limpieza y la forma correcta de vestirse, y ahora resulta que ser un "descamisado" y un "grasa" tenían un valor positivo. Durante años se había
venido moldeando un ideal de la conducta culta y educada, y ahora el Congreso se había llenado de "brutos". Los cánones de decencia y de jerarquía
familiar también fueron en alguna medida puestos en cuestión. Los jóvenes peronistas colmaron el movimiento con ese espíritu festivo, irreverente y
soez que desde entonces Ie es tan típico. Las mujeres se presentaban sin ningún recato cantando "Sin corpiño y sin calzón/ Somos todas de
Perón". La plebe también politizó con sus gestos la cuestión del origen étnico y el color de piel, desafiando el mito de la Argentina blanca y
europea. Y de pronto allí estaban ellos, exhibiendo sus pieles oscuras o atreviéndose a hablar en quechua o guaraní en la ciudad porteña, como
reseñaba asombrado el diario Clarín (1), o trayendo una inédita caravana de kollas desde el Noroeste durante el famoso "Malón de la paz" de 1946
(2). La plebe se había hecho presente en la alta política sin pedido de disculpas.

Fue el rechazo a las políticas de Perón, pero por sobre todo a ese nuevo protagonismo que habían adquirido los "cabecitas negras", lo que
terminó de aglutinar a un vasto sector de la sociedad que, finalmente, adquirió una identidad de clase media. Esta identidad nació así marcada
a fuego por las condiciones de su alumbramiento. Por omisión, la clase media fue desde entonces antiperonista. Y buena parte de su identidad quedó
constituida por el mito de la Argentina blanca y europea, la Argentina de los abuelos inmigrantes, por contraposición con el mundo criollo y mestizo
de la clase baja peronista. Por un camino inesperado finalmente la identidad de clase media terminó desempeñando la función que Joaquín V.
González había soñado muchos años antes: la de dividir y enfrentar profundamente a dos sectores de la sociedad y convencer a uno de ellos de
que sus intereses políticos estaban más cerca de los de la clase dominante que de los del pueblo trabajador.

De Los años 60 a La democracia

Esta fractura social marcó de mil maneras la política nacional. El enorme apoyo social que acompañó a la Revolución Libertadora es impensable
sin tenerla en cuenta. Pero la imagen de la clase media -y su lugar en la nación- sufriría severos cuestionamientos desde aquel entonces. En los años
60, un creciente giro hacia la izquierda, protagonizado tanto por los peronistas como por diversas agrupaciones marxistas, afectó a todas las áreas de
la vida nacional. Las ideas que se vieron fortalecidas con este giro buscaron volver a colocar al trabajador en el lugar de personaje central
del desarrollo argentino o de la nación socialista que se intentaba construir. Aunque una gran parte de los militantes de izquierda pertenecía a
los sectores medios, la clase

Pero la identidad de clase media resistió los embates. Desde el golpe de Estado de 1976, la represión y la estigmatización de las ideas y proyectos
que habían colocado al trabajador en un lugar central dejaron el terreno libre para la victoria final de la "clase media" como encarnación indiscu-
tida de la argentinidad. La dictadura desplazó así al "pueblo" como sujeto central de la historia nacional. Las elecciones de 1983 hicieron
evidente el reemplazo del pueblo por "la gente" (cuya imagen implícita era la de la clase media). Por primera vez en la historia, el peronismo
perdía una elección limpia. Leído como un triunfo de esa clase, el alfonsinismo contribuyó a reforzar aun más el orgullo de clase media, que reclamó
para ella el 1ug,ar de garante de la democracia recobrada.

Neoliberalismo y crisis

Sin embargo, para entonces ya estaba en marcha el drástico programa de reforma de la sociedad impulsado por los sectores económicos más
poderosos. A partir de 1975, y todavía más claramente desde la asunción de Menem en 1989, la riqueza se concentró en pocas manos, mientras que
la gran mayoría de la población se vio empobrecida. La identidad de clase media prestó un gran servicio a este proceso, al menos en sus años
iniciales. Para implementar las medidas neoliberales era preciso terminar de quebrar las amplias solidaridades sociales que se habían forjado en los
años 70. El orgullo de clase media, con su tradicional componente antiplebeyo, podía ser utilizado para dividir y enfrentar al cuerpo social, y así lo
hicieron algunos de los propagandistas del nuevo modelo.

Pero la victoria neoliberal significó a la vez una profunda ruptura en el universo mental y en la cohesión de los sectores medios. En la década del 90
hubo ganadores y perdedores: mientras una parte de la clase media festejó los cambios, otra, cada vez más amplia, se vio empobrecida. Fue así
como, buscando la manera de resistir las políticas menemistas, una porción de los sectores medios fue reconstruyendo lazos de solidaridad
con las clases más bajas (aunque muchos, por supuesto, persistieron en su desprecio) (3).

Durante aquellos años, la identidad de clase media se vio modificada o incluso debilitada, a medida que muchas personas comenzaban a percibirse
como "nuevos pobres". La magnitud de la crisis de 2001, cuando la convertibilidad finalmente estalló, fue tal, que la cercanía entre los secto-
res medios y los más pobres -y los lazos de solidaridad entre ambos- se hicieron más fuertes que nunca. Aunque de manera tímida, se pudo
percibir, durante un breve lapso, un incipiente proceso de "desclasificación".

Por supuesto, las diferencias de clase no desaparecieron. Sin embargo, algunos de los muros que tradicionalmente separan unas de otras exhibieron
sus grietas. No por casualidad Eduardo Duhalde, el presidente de la transición, fue uno de los que más halagaron, pública y explícitamente, a la clase
media. Con esta apelación, Duhalde buscaba reforzar una identidad que se hallaba en crisis y evitar que siguieran erosionándose los muros que la
separan de la clase baja. Su sucesor, Néstor Kirchner, también hizo de la recuperación del orgullo de clase media una piedra central del ansiado
regreso a un "país normal".

EL rol político

Varias veces durante la historia argentina se intentó fortalecer una identidad de clase media con fines "contrainsurgentes", es decir, para dividir y
debilitar momentos de intensa movilización social que tendían hacia la unificación entre las clases más bajas y aquellas situadas en una posición más
favorable. No es casual que, en el actual momento de la política nacional, las identidades en las que nos hemos formado se encuentren sometidas a
una revisión profunda, en particular el mito del país blanco, europeo y de clase media, que supone que el bajo pueblo es siempre el obstáculo para el
progreso o un convidado de piedra. Esto no puede ser sino saludable.

Pero, dicho esto, existe un cierto modo de pensar el papel político de la clase media que hoy resulta paralizante. Los progresistas suelen
apelar a una serie de estereotipossobre ese sector que de algún modo son una réplica de aquellos que difundieron los ensayistas de la "izquierda
nacional" en los años 50y 60. Se repite como una verdad de sentido común que la clase media nunca comprende los problemas nacionales, que oscila
entre la clase alta y la baja pero termina siempre apoyando a la primera, que desprecia a los pobres, que es racista y discriminatoria, etc.

Esos viejos estereotipos condicionan el modo en que pensamos el rol político de la clase media. Pero son estereotipos: aunque indudablemente
tienen mucho de verdad, oscurecen el hecho de que en muchos momentos de la historia nacional se tejieron fuertes lazos de solidaridad entre la clase
trabajadora y amplios sectores medios. La clase media no es necesaria e inevitablemente un conglomerado social con las características que le
atribuyeron ensayistas como Jauretche.

Con todo lo que Jauretche tiene de estimulante, tener su libro siempre a mano es hoy un obstáculo para el pensamiento (4). El desafío político del
momento pasa por volver a pensar, sin prejuicios ni estereotipos, el modo de construir lazos de solidaridad entre todos los que no forman
parte de la clase dominante. Sin fortalecer esos lazos es impensable cualquier cambio más o menos profundo, cualquier política capaz de
limitar el avance criminal del capital sobre nuestras vidas.

* Historiador. Su último libro se titula: "Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003", Planeta, Buenos
Aires, 2009.

Fuente: Le Monde diplomatique / el Dipló, Nº 141, Marzo 2011, pags 4-5.

CIENCIA
01 de noviembre de 2017
Sergio Visacovsky, doctor en Antropología e investigador principal en el Conicet
“Hablar de la clase media es discutir la desigualdad”
¿Quiénes pertenecen a la clase media? ¿Basta con medir los ingresos económicos para “pertenecer” al sector? Aunque su definición sea difusa, la
apelación en el discurso político es indiscutible. Una categoría que produce efectos y orienta políticas públicas.
Por Pablo Esteban
Sergio Visacovsky estudió antropología en la Universidad de Utrecht, Países Bajos, y en la UBA.
Sergio Visacovsky estudió antropología en la Universidad de Utrecht, Países Bajos, y en la UBA.
Imagen: Bernardino Avila
“Un día estaba leyendo en un café de Palermo. Adentro estábamos con aire acondicionado porque hacía un calor tremendo y afuera unos albañiles
trabajaban a pleno sol. Entonces decidí tomar una foto de la situación, de aquel vidrio que separaba y que hacía de frontera entre quienes gozaban del
acceso a bienes de consumo y aquellos que jamás accederían”, apunta el doctor Sergio Visacovsky, uno de los principales referentes que tiene el país
en el estudio de la clase media. Lo que sucedió fue que aquel instante de iluminación, rapto creativo, tuvo la virtud de condensar buena parte de
todas las explicaciones vigentes acerca de su objeto-sujeto de estudio.

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Si bien el concepto de “clase” comienza a circular en el siglo XVIII, la terminología (de acuerdo a estudios ingleses y franceses) se consolida hacia
1820. Y aunque 200 años después aún no queda demasiado en claro cuál será la mejor manera de definir a la clase media, es posible estar seguros de
algo: los discursos que se tejen cuando se apela a su entidad son utilizados por los sucesivos gobiernos para justificar la necesidad de políticas
públicas orientadas al sector. De este modo, el lenguaje se hace carne, las palabras se materializan y producen efectos, porque como señala
Visacovsky, en la actualidad, “hablar de la clase media es una manera de discutir la desigualdad”.

De este modo, los interrogantes se apiñan y hacen fila: en 2017, ¿es posible hablar de una sociedad de clases? ¿En base a qué criterios podría ser
definida la clase media en Argentina? ¿Basta con contemplar los ingresos económicos o bien es necesario incorporar otras variables como las
trayectorias socioeducativas, los espacios de sociabilidad, las posibilidades de progreso? Sergio Visacovsky responde y discute al respecto. Es doctor
en Antropología Cultural por la Universidad de Utrecht, Países Bajos, graduado en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires, y
además se desempeña como investigador principal en el Conicet.

–¿Cómo fue cursar antropología durante la última etapa de la dictadura?

–Eran tiempos en que los estudiantes recibíamos una formación pobre, sesgada y obtusa. Por eso se dificultaba pensar en el desarrollo de una
vocación cuando cursábamos una carrera en la cual ciertos autores y líneas de investigación estaban prohibidas. Existía una desconexión enorme con
los grandes centros mundiales de pensamiento (EE.UU., Europa e incluso Brasil), tanto que tuve que esperar a graduarme para leer textos de Claude
Lévi-Strauss. Será más tarde cuando la antropología comience a enriquecerse con la habilitación y la llegada de nuevas lecturas y escuelas de
pensamiento. En aquel momento ya me interesaba por un tipo de investigación antropológica más ligada a los contextos urbanos, cercanos y
cotidianos.

–¿Y cuándo llega su preocupación por el estudio de la clase media?

–Es una preocupación que emerge luego del doctorado, que surge entre la necesidad de encontrar una temática de investigación novedosa y mis
intereses en localizar un recorte de objeto que se relacionara al contexto de la realidad argentina. Comencé a plantearme el estudio de la clase media
interpelado por los cacerolazos, la violencia y la represión de diciembre de 2001. Lo primero que advertí es que si pretendía estudiar a la clase media
como un “gran sujeto” que desarrollaba comportamientos, valores y formas de pensamiento identificables –y que respondía de una manera
determinada frente a ciertas condiciones– tendría serios problemas de orden empírico.

–¿Cómo cuáles?

–Lo que ocurre es que tendemos a definir a la clase media únicamente a partir de indicadores cuantitativamente significativos, como los bienes de
ingreso. A menudo, este abordaje es utilizado por organismos mundiales para medir el crecimiento económico o bien para calcular qué cantidad de
personas de una nación se encuentra por debajo de la línea de pobreza. El problema, entonces, es su empleo acrítico en estudios históricos y
sociológicos; existe una variabilidad muy alta de factores que quedan relegados al interior de una sola categoría que las comprende. De modo
inevitable, siempre habrá una inadecuación entre la categoría y la heterogeneidad que busca representar.

–¿Cuál es la opción entonces?

–Asumir con seriedad que aquellos aspectos que en la definición corriente de clase media quedan inexplicados, en verdad son decisivos. Debemos
evaluar por qué se comportan las personas bajo ciertas condiciones, por qué lo hacen como lo hacen, por qué piensan de un modo y no de otro, cómo
construyen sus creencias, sus valoraciones, sus ideas.

–En este sentido, si la categoría de “clase media” es tan heterogénea y escurridiza, ¿por qué posee tanta vigencia?

–Pienso que aunque desde el punto de vista conceptual la clase media no define algo específico, posee una importancia significativa que la torna
susceptible de ser estudiada. Es una noción utilizada por poblaciones enteras, que forma parte del sentido común y del mundo globalizado. Lo que
resulta significativo –y en algún punto debemos tratar de entender– es su carácter social: una categoría que es apelada por determinados grupos
sociales para identificarse y diferenciarse. Permite construir límites, tanto de manera explícita como de forma implícita porque muchas veces
actuamos de modo inconsciente cuando establecemos fronteras. Desde aquí, el objetivo es pasar de un uso instrumental a otro capaz de desentrañar y
exhibir en qué medida la apelación a la “clase media” produce acciones y transformaciones en las realidades palpables y materiales de los humanos.

–Se trata de acciones que las personas hacen en nombre de la clase media, pese a no comprender muy bien a qué refiere el concepto.

–Exacto. Por eso nos preocupamos por el modo en que la noción se construye en la historia y también por las maneras en que adquiere un lugar en el
espacio público. Se trata de una construcción que no puede ser pensada solo como un precipitado inevitable del desarrollo del capitalismo, sino que
en cada contexto nacional adquiere particularidades.

–Me cuesta comprender de qué manera hablar de “sociedad de clases” continúa siendo operativo en un contexto como el actual. Su
conceptualización, otra vez, se vuelve inevitable.

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–Hay dos maneras de pensar a las clases sociales: por un lado, como estructuras objetivas que condicionan las acciones de los seres humanos y, por
otro, como discursos que configuran un modo de hablar sobre la desigualdad. Esta última conceptualización me resulta interesante porque invita a
pensar a la clase media como una forma de lenguaje, como un modo de clasificar.

–Una forma de lenguaje que tiene su correlato en acciones concretas.

–Por supuesto. El problema contenido en esta última perspectiva es que no es posible desentenderse de las condiciones que favorecen ciertas formas
de clasificación y no otras. Entonces, se torna necesario abrir el abanico, pues se podría suprimir el concepto de clase social pero no la desigualdad.
En esta línea, el propósito es correr el eje de la clase social entendida a partir de una mirada universal y objetivista, hacia otro enfoque que rescate su
existencia social y valore las peculiaridades de cada contexto como factores sustantivos. Es necesario analizar el modo en que el estado (o los
estados de diversos países) a partir de sus políticas públicas, comprende su significado. Es el poder público que llena de contenidos ese espacio y que
decide, en base a discursos y formas del lenguaje, acciones que regulan aspectos centrales de la vida social como el matrimonio, la descendencia y la
circulación de bienes.

–Y en este marco, ¿qué es la movilidad social? ¿Qué vigencia tiene el concepto? En principio presupone que las poblaciones siempre apuntan al
progreso.
–Cuando comencé con mis investigaciones me reunía de manera periódica con distintos grupos sociales que se identificaban como parte de la clase
media y que, tras la crisis de 2001, se sentían defraudados. Manifestaban que “habían hecho todo bien”, que “habían cumplido con sus deberes
ciudadanos” pero que en aquel momento “la pasaban mal” porque los gobiernos atendían y privilegiaban a “aquellos sectores que pretendían vivir
del Estado” y lograr objetivos sin esfuerzo, porque eran “vagos” y “cabecitas negras”. Sus discursos permitían entrever con facilidad que su fracaso
no tenía que ver con sus propias responsabilidades, porque sentían que habían hecho todo lo correcto y que habían procedido moralmente bien.

–El mérito.

–Exacto. Lo que ocurría era que esos grupos no lograban cumplir con el sueño de la movilidad social ascendente, que rememoraba a la vieja cultura
del trabajo y el esfuerzo. Desde aquí, también es discutible la relación (casi) causal entre inmigración europea, movilidad social ascendente y clase
media. Un relato de origen que se actualiza de manera constante y promueve una dimensión moral que tiende al estigma, porque a pesar de que
forma parte del discurso tiene sus efectos. Sin ir más lejos, cuando Mauricio Macri apelaba durante la campaña a la “necesidad de volver a ser un
país de clase media”, recurría de forma precisa a este tipo de sentidos.
LA NACION | OPINIÓN

La clase media, ese objeto político inasible

Eduardo FidanzaPARA LA NACION


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24 de febrero de 2018
La política, y en particular los gobiernos, desesperan por la clase media. Es un estrato cambiante e imprevisible y está sujeto a múltiples
interpretaciones. Los políticos lo saben y lo sufren: la clase media es voluble como la donna de Verdi, pero define las elecciones. De ella se habla
mucho, aunque se precisa poco. De esa confusión, acaso pueda rescatarse un consenso: la clase media es más una aspiración imaginaria que una
categoría sociológica objetiva. Este acuerdo surge del resultado de los sondeos, que dicen que 7 u 8 de cada 10 individuos afirman pertenecer a ella,
más allá de su rango de ingresos, tipo de ocupación y nivel educativo. Ezequiel Adamovsky, el sociólogo argentino que mejor la ha estudiado,
sostiene que la clase media es una identidad muy poderosa y atractiva, porque estar "en el medio" resulta confortable y correcto: se evita el estigma
del pobre y se disimula la riqueza, que puede ser sospechosa. Pero además, la clase media coincide con el ideal de la modernidad capitalista y
democrática, que sueña con ciudadanos educados, propensos al mercado y respetuosos de la ley.
En estos días, cuando el Gobierno ensaya fórmulas para seducir a sectores medios castigados por el delito, jugando a la mano dura y consagrando a
policías que matan por la espalda, dos analistas se refirieron a la clase media en los diarios. Constituyen miradas contrapuestas y paradigmáticas.
Guillermo Oliveto, joven experto en consumo y tendencias, ofreció una visión optimista: la Argentina, escribió, podría convertirse en una virtuosa
nación de clase media, si se cumple la previsión oficial de crecer ininterrumpidamente durante dos décadas. El resultado, imagina, nos conduciría a
una sociedad parecida a las escandinavas, donde el bienestar, la mesura y el orden regirán la vida colectiva. Daniel Muchnik contrapone al
entusiasmo de Oliveto una reseña histórica realista, que muestra los vaivenes de la clase media y su imagen: desde la utopía peronista, pasando por
los modernos años 60, la ambivalencia frente a la violencia de los 70 y el decidido apoyo a la dictadura militar, la seducción y el abandono de
Alfonsín, el "voto cuota" de los 90, hasta desembocar en la tragedia de fin de siglo, desentendiéndose de cualquier ideología para apostar al bienestar
material, lo provea Kirchner o Macri.
A esa clase media, idealizada como modelo o sospechada por volátil y floja de valores, la define también la posición frente al peronismo. En su
historia de la clase media argentina, que derriba mitos y pone en cuestión afirmaciones indiscutidas, Adamovsky sostiene que ante el surgimiento del
peronismo se consolidó una actitud reactiva, afín a la noción de clase media. Era la de los que se le plantaron entonces a Perón, con este argumento:
no somos la oligarquía, formamos parte legítima del pueblo, pero rechazamos su liderazgo y al populacho que lo apoya. Esa identidad antiperonista y
antiplebeya se disolvió con el tiempo, dando lugar a fuertes adhesiones de los sectores medios a expresiones peronistas, contrapuestas en la ideología
pero eficaces en el plano económico, como lo fueron el menemismo y el kirchnerismo en sus apogeos. Eso no le impidió a Cristina reavivar con
abusos retóricos el gorilismo, una patología predilecta de muchos argentinos.
Sin embargo, queda en pie un fenómeno empírico secular: la probabilidad de votar al peronismo crece entre los sectores de menores ingresos y
educación. A la inversa, tiende a votarse más al no peronismo cuando el estatus socioeconómico es más alto. Eso significa, en términos actualizados,
que la clase media -si se la mide por indicadores objetivos, más allá de las aspiraciones- es el electorado consustancial de Cambiemos, mientras que
el peronismo conserva sus votantes en las clases populares. En términos generales, cada partido alcanzó el dominio empezando por sus bases: para
ganar con el 50% o más de los votos, como lo hicieron Menem y Cristina, el peronismo reunió al conjunto de la clase baja, más fracciones de la clase
media. Al contrario, el radicalismo lo logró conquistando la clase media, más fracciones de los sectores populares.
Los resultados de Cambiemos, que no alcanzó a capturar la mitad del electorado como sí lo hicieron Alfonsín y De la Rúa, indican por ahora que
retiene a los estratos medios y aspira a los bajos. Tal vez el problema consista en que su electorado natural es un sujeto impredecible, cuyas
veleidades no pueden descifrarse a fuerza de focus groups, dando lugar a peligrosos dilemas para satisfacerlo. ¿Felicitamos al policía enjuiciado o
dejamos que actúe la ley? ¿Fugamos hacia adelante con optimismo sobreactuado o reconocemos las dificultades? ¿Privilegiamos la moneda o el
crecimiento? ¿Desafiamos al Papa con el aborto o posponemos la discusión?
La duda no está mal y suele ser un signo de inteligencia. Otra cosa es la urgencia electoral, que no se lleva bien con las soluciones perdurables. Y
con la clase media, ese objeto político inasible que decide el poder en democracia.
“La clase media no es una clase social, sino una identidad”
Por
defonline
-
24 marzo, 2014
2682

Ezequiel Adamovsky habló con DEF de su libro Historia de la clase media argentina, un profundo análisis de ese cúmulo identitario que
constituyen los estratos medios de nuestra sociedad. Entrevista de Patricia Fernández Mainardi

“Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión. 1919-2003” se títula el trabajo de Ezequiel Adamovsky, quien estuvo
investigando durante diez años a ese sector que se identificó y se identifica con la clase media argentina. El “medio pelo de la sociedad”, como solía
llamarlo Arturo Jauretche, parece ser resultado de un proceso de identificación bastante conflictivo. Los diferentes gobiernos han interpelado a este
sector en el que se cruzan intereses, orígenes, estilos de consumo, valores y nociones morale.
¿Qué es la clase media?
Casi todo el mundo piensa que la clase media es un grupo social concreto de la población que comparte determinadas pautas “objetivas” de vida,
como ser un nivel de ingresos o un tipo de ocupación, que a su vez se traducen en rasgos “subjetivos” también compartidos, por caso una
determinada mentalidad, actitudes políticas, estilos de consumo, nociones morales, etc. Yo creo que esto es una ilusión. Mi libro sostiene que la
“clase media” no es una clase social propiamente dicha, sino una identidad. Tener una identidad específica suele ser uno de los atributos que dan
cuerpo a las clases sociales. Pero eso no significa que toda identidad necesariamente indique la presencia de una clase. “Clase media” es una
identidad que, a pesar de su nombre, no se apoya en una verdadera clase social. En otras palabras, no se trata de un grupo concreto de la población,
distinguible de otros por criterios objetivos, sino de una identidad específica que fue haciéndose carne de diversas maneras en diferentes grupos de
personas. Pero cuando digo “identidad” no me refiero tampoco a que sea un grupo concreto de la población dotado de alguna característica
“subjetiva” en común, una especie de mentalidad o forma de ver el mundo que sea idéntica para todos los que se sienten de clase media. No hay nada
de eso. En mi trabajo, “clase media” no designa a ningún grupo concreto, a ninguna entidad, como quiera que sea definida.
Si no es un grupo concreto, entonces ¿no existe realmente una clase media?
No, claro que existe. Pero existe como identidad. Se trata de un conjunto de representaciones que se fueron entrelazando a través del tiempo, que es
el que se pone en juego cuando las personas se identifican como pertenecientes a la “clase media”. Ese conjunto incluye diversos elementos, algunos
económicos y otros más culturales. Entre los económicos, por supuesto, cuando uno dice “clase media” supone, como mínimo, que se trata de
personas que no son pobres. Para otras personas (pero no para todas), definirse de ese modo también trae supuesto que el tipo de trabajo que uno
tiene no es un trabajo manual y además que ser de clase media involucra saber consumir con determinado estilo. También hay pautas culturales que
suelen ponerse en juego cuando alguien dice “soy de clase media”. Para empezar, poseer un mínimo de educación formal, modales apropiados,
nociones de “decencia” básicas. Junto con esas representaciones de lo que significa ser de clase media, en Argentina se agregan otras, que no son
comunes en otros países. Por un lado, hay una cierta jerarquía “racial” que se combina con la de clase. En nuestro país se presupone que alguien de
clase media es “blanco” o, lo que es lo mismo, no es “un negro”. Esto a su vez se relaciona con toda una narrativa sobre la historia argentina, según
la cual lo blanco/europeo es lo que trae el progreso y lo nativo/mestizo/negro es lo que lo obstaculiza. En las nociones de ser de clase media en
Argentina está muy presente la idea de que esa clase es fruto de los abuelos inmigrantes. Y a su vez todo eso se combina con ciertas valoraciones
sobre el pasado y sus diversos períodos. Se supone que los inmigrantes y la clase media trajeron la democratización y el progreso, y alimentaron el
surgimiento de la UCR, mientras que el peronismo sería representativo de la irracionalidad propia del mundo criollo. Por eso en nuestro país las
nociones de clase se superponen hasta cierto punto con las identidades políticas: si uno dice “clase media”, entonces se presupone que esa persona no
será peronista (y si uno dice “clase baja” es lo contrario).
Pareciera que la gente de clase media sí comparte una mentalidad…
A simple vista parece eso, pero si uno lo analiza más a fondo es más complicado. Todos estos elementos que acabo de comentar funcionan
ciertamente como lo que los académicos llaman una formación discursiva: tienden a aparecer todos juntos. Cuando uno dice “clase media”
enseguida se representa mentalmente alguien no pobre, culto, blanco y no peronista. Pero no hay coincidencia entre esa imagen mental que nos
hacemos y las personas concretas que se sienten de clase media. Porque no se trata de un discurso homogéneo o perfectamente reglado: para un
empleado de comercio, su modesto sueldo será suficiente como carta de ingreso a la clase media, pero un mediano empresario muy probablemente lo
considerará pobre; para algunas personas el peronismo será una actualización de la barbarie, para otras una continuidad en la historia de la
modernización; un porteño de Barrio Norte acaso sea más quisquilloso con los matices del color de la piel, pero lo será menos otro porteño menos
discriminador, o alguien que nació en Catamarca, donde incluso personas de clase alta pueden tener la tez más oscura. Asumirse “de clase media” no
significa necesariamente incorporar en bloque todos y cada uno de los elementos descritos. Tampoco se trata de un conjunto de elementos totalmente
sólido, coherente e inalterable. Es cierto que algunos han sufrido profundos cambios en pocos años y que otros pueden activarse de manera distinta
según la situación. En fin, no se trata de una identidad en un sentido fuerte del término: no es un conjunto de ideas sobre sí que haga casi idénticas a
las personas en determinado momento y a través del tiempo. Pero sí tiene la suficiente consistencia como para incidir decisivamente en el modo en
que una buena porción de la población se percibe a sí misma en relación con los demás.
¿Qué lleva a una persona a asumirse dentro (o fuera) de la clase media?
Es una pregunta interesante y difícil de responder. Lo que sí sabemos es que es una identidad muy poderosa y atractiva. Todo el mundo prefiere
considerar que está “en el medio”. Primero, porque ser pobre es inmediatamente estigmatizante, hay una carga de vergüenza en verse o ser visto
como pobre. Sobre todo si además está el estigma racista, según el cual si uno es pobre además es un “negro” o vive “como los negros”. Pero
también, si uno es rico, es más cómodo considerarse de “clase media-alta”, porque en nuestra sociedad hay una visión negativa del mundo de los
ricos o sencillamente porque el rico a veces prefiere no dar cuentas de su riqueza.
¿Qué es más importante a la hora de definirse como clase media?, ¿El consumo o la educación?
En Argentina históricamente la educación fue un ítem central en la formación de la identidad de clase media. Diría que incluso más que el dinero o el
consumo: tener plata o gastarla a lo loco no fueron garantía de aceptación en el mundo de la clase media. Para ser de clase media, antes que nada, era
preciso ser una persona “culta”, quizás no necesariamente en el sentido libresco, de manejar conocimientos eruditos, pero al menos sí de tener
modales adecuados, “civilizados”, hablar correctamente, manejar el buen tono en el vestir. Con tener todo eso uno ya podía reclamar ingreso a la
clase media, incluso si el sueldo que ganaba era igual que el de un obrero. En una de las primeras encuestas sobre los estilos de vida de la clase
media, en los años cuarenta, el sociólogo Gino Germani encontró que la gente de sectores medios porteños afirmaba que leía una gran cantidad de
libros por año (una cantidad tan alta que lo llevó a pensar que estaban exagerando para “darse corte”).
Y en la actualidad, ¿cómo se identifica?
Diría que todavía hoy la cultura es fundamental en la definición de la clase media, aunque posiblemente tenga una importancia relativa cada vez
menor. En algunas encuestas recientes se ve un corte por edad del entrevistado que es interesante. Cuando preguntan cómo tiene que ser una persona
de clase media, los más viejos mencionan sobre todo la educación, la familia ordenada, en general pautas culturales. Los más jóvenes, en cambio,
tienden a responder con mayor énfasis que se trata de una cuestión puramente de dinero que uno posea o de estilo de vida (entendido como modos de
consumo).
De cualquier manera, lo que hay que destacar es que en la actualidad algunos estudios marcan que más del 70% de la población argentina cree de sí
misma que es de clase media. Eso quiere decir que hay una porción muy grande de personas que son trabajadores, que un sociólogo ubicaría en la
clase baja sin dudarlo, que sin embargo prefieren imaginar que son de clase media. Hoy alcanza con no vivir en una villa, con tener un sueldo un
poco por encima del mínimo, para autodefinirse como clase media. Y eso significa que esa identidad ya no tiene la consistencia que supo tener en
tiempos pasados. Creo que nunca la identidad de clase media coincidió con un grupo concreto de la población, por eso que decía antes que no es una
clase. Pero hoy, menos que nunca.
Hablemos del pasado entonces. La oligarquía marcó un rumbo histórico en el país, ¿lo hizo la clase media? ¿Cómo caracterizas el recorrido
de la “clase media” en los diferentes períodos históricos del país?
Se suele pensar que la clase media trajo el fin del dominio oligárquico de la mano de Yrigoyen, abriendo el camino de la democratización. Mis
trabajos y los de otros historiadores muestran que eso es un mito. Para empezar, porque no existía una clase media (ni como sector social ni como
identidad) en tiempos del surgimiento de la UCR. Pero además porque el radicalismo no fue representante de los sectores medios en ningún sentido.
El partido fue fundado por grupos desplazados de la oligarquía. Su base votante fue policlasista, con un fuerte apoyo de los obreros (que la UCR sólo
perdió cuando surgió el peronismo). Además ni Yrigoyen ni los principales líderes del partido se dirigieron públicamente a la clase media, ni
impulsaron medidas que beneficiaran a los sectores medios especialmente, en desmedro de otros sectores. En verdad el radicalismo fue un
movimiento popular, no específicamente de clase media. Por supuesto incluía a sectores medios pero también a otros. La democratización del país
no la debemos entonces a esa clase, sino al movimiento popular que acompañó a los radicales.
En mi trabajo muestro que los sectores medios –empleados, docentes, profesionales, comerciantes, etc.– no actuaron como un sujeto político
unificado hasta que hubo un hecho que sí los agrupó, que fue la irrupción del peronismo. Recién luego de 1945 se ven síntomas de que los diversos
sectores que los componen comenzaban a aglutinarse y a adoptar una identidad, ahora sí, de “clase media”, en oposición al fenómeno peronista. Fue
un poco como reacción ante el protagonismo plebeyo que tuvo desde el comienzo el peronismo, pero también al hecho de que Perón afirmaba que
sólo la “oligarquía antipatria” estaba en su contra, mientras que el verdadero pueblo argentino estaba con él. En ese contexto, adoptar la identidad de
clase media (que en realidad lentamente ya venía formándose desde los años veinte), era como decir “aquí estamos, no somos la oligarquía, somos
una parte legítima del pueblo, pero no estamos con usted ni con ese populacho que lo apoya”. En ese sentido, es cierto que la identidad de clase
media nació con una fuerte marca antiplebeya y antiperonista. Creo que el único contexto en el que la identidad de clase media cuajó en la formación
de un sujeto político propiamente hablando fue en el marco del derrocamiento de Perón en 1955, cuando casi en bloque la mayor parte de las
personas de sectores medios apoyó el golpe.
¿Y en las décadas siguientes?
Luego de ese contexto, es difícil hablar del papel político de la clase media, como si hubiera tenido un papel único. Es cierto que buena parte de los
sectores medios, acaso mayoritaria, se mantuvo antiperonista en los años ’60 y ’70. Pero también es cierto que otra parte de ellos, especialmente los
jóvenes, se reencontraron entonces con el peronismo o incluso con el marxismo revolucionario. Es verdad que parte de los sectores medios apoyó al
Proceso (aunque siempre se deja de lado que también apoyó el golpe una parte de los sectores bajos). Pero también es cierto que otra porción
participó de la resistencia a la dictadura. Y lo mismo vale para el menemismo: suele acusarse a la clase media de haberlo apoyado, pero la verdad es
que lo apoyaron todos los sectores sociales y los sectores medios fueron los que más temprano le retiraron el voto y los que alimentaron buena parte
de la resistencia al neoliberalismo en los años ’90. Y hoy el gobierno ataca a la clase media, parte de la cual sin dudas es antikirchnerista, pero no es
menos cierto que uno de cada tres votos que recibió Cristina Kirchner en las últimas presidenciales fue de sectores medios. En síntesis, en general,
salvo en momentos puntuales, no ha habido un sujeto político “clase media” del que podamos decir que actuó o dejó de actual de tal o cual manera a
lo largo de la historia.
¿Cómo fue la investigación?
¡Larga! Para escribir este libro estuve trabajando más de diez años. Fue la primera investigación de largo aliento sobre la clase media argentina, así
que no pude apoyarme en muchos trabajos de otros colegas, tuve que reconstruir algunas historias desde cero. Por ejemplo, no había literalmente ni
una sola investigación sobre la historia de los pequeños comerciantes. Sobre otros gremios, como los empleados o los profesionales, había poco y
nada. Incluso era poco lo que había sobre los docentes. Fue un trabajo muy arduo. Además, tomé la decisión de escribir el libro no en lenguaje
académico sino en un tono accesible a todos. Y para alguien que viene de la academia, eso significó un gran esfuerzo de “desaprender” el estilo de
escritura que uno mama en la facultad, que a veces es innecesariamente complicado. Al concluir el libro terminé de comprobar que se pueden
explicar las cosas más complejas de un modo que cualquier persona pueda entender.
¿Con qué se va a encontrar el lector?
El lector se va a encontrar, antes que nada, con una narración de la historia del país vista desde el punto de vista de la formación de la clase media.
Es decir, es un libro que explica la historia de la clase media al mismo tiempo que narra la historia argentina. Aposté, mientras lo escribía, a que se
leyera de forma ágil. La prueba documental, las discusiones más eruditas, las puse en las notas al pie, de modo de que el cuerpo del texto fuera lo
más narrativo posible. Espero haber logrado el objetivo.
El Búho y la Alondra

Las clases medias, sus ideologías y representaciones políticas y el intento de recomposición de una hegemonía conservadora en la Argentina reciente
Autor/es: Rodolfo Gómez
Edición: Ciclos y viceversa

Con el objetivo de entender la actual configuración de una hegemonía política conservadora en Argentina, este artículo se pregunta por el papel de
una de sus protagonistas: las clases medias. Para ello, dispone un recorrido bibliográfico por algunos de las investigaciones clásicas y más
contemporáneas que han intentado comprenderlas.

Introducción

En este breve trabajo intentaremos analizar, de una manera inicial y exploratoria, las prácticas, tradiciones e ideologías de las clases medias en la
Argentina.

El interés manifestado por este tema tiene relación con la hipótesis de que fueron las prácticas, las ideologías y las características de las tradiciones
políticas y culturales de estas “clases medias” las que están permitiendo el intento de configuración de una hegemonía política conservadora en
nuestro país.
Intentaremos aquí avanzar en una caracterización de las prácticas e ideologías de las “clases medias” y su vinculación con las tradiciones político-
partidarias que las representaron, partiendo del análisis de varios autores que, más o menos recientemente, estudiaron tanto a ese sector social como a
los partidos o coaliciones partidarias a las que se presentaron ligados. Uno de presupuestos de los que partimos es que históricamente en la Argentina
la representación política de los “sectores medios” ha tendido a canalizarse a través de tradiciones partidarias relacionadas con cierto “reformismo
liberal”, como las de la Unión Cívica Radical o –en particular en los puertos de Buenos Aires y Rosario– del Partido Socialista (aunque no en todas
sus vertientes); a las que cabría agregar un desprendimiento del radicalismo como fue en la década del sesenta el “desarrollismo”, sobre todo el
“frondicista”. Lo que podría englobarse en una tradición política que ha dado en llamarse, en general, “progresismo”, por su referencia a la idea de
“progreso”.

Concretaremos este análisis a partir de un abordaje interpretativo realizado con los trabajos de autores como Juan José Sebreli, David Rock y, más
cerca en el tiempo, Göran Therborn, Ezequiel Adamosvksy y Adrián Piva, respecto de nuestro objeto de estudio.

Por último, y en la medida en que las ideologías también se representan en un sentido público, intentaremos trazar un punto de vinculación con el
funcionamiento de los medios masivos de comunicación, a la sazón actores en y parte de la esfera pública donde se construye hegemonía.

Ideología dominante, hegemonía política y batalla cultural

Podríamos ensayar diferentes explicaciones de cómo fue posible el proceso de restauración neoconservadora actualmente en curso en nuestro país
(como lo han hecho algunos autores, en ciertos casos poniendo el eje en torno a las transformaciones sucedidas en la forma y la composición de la
protesta social, como así también en el proceso de canalización vía institucional de la misma a través de partidos políticos, sindicatos y estado). Pero
aquí nos centraremos solamente en aquel aspecto al que hicimos referencia en la introducción, el concerniente al rol que desempeñaron las “clases” o
“capas medias” en todo ese mismo proceso. Y esto en la medida que nuestra hipótesis sostiene que el rol ideológico y práctico hegemónico de estas
capas medias fue importante a la hora de dar cuenta del proceso de restauración conservadora actualmente vigente en la Argentina a partir de la
llegada al gobierno de Mauricio Macri.

Nuestro primer acercamiento tiene relación con la pregunta sobre el “peso político” de las clases medias en el panorama político argentino, cuestión
que podríamos decir comienza a ser visible desde el triunfo de la Unión Cívica Radical de Hipólito Irigoyen en las primeras décadas del siglo XX.
Sin embargo, a nuestro entender, en la Argentina “reciente”, esto es en la Argentina posterior a la última dictadura (1976-1983), se hace evidente a
partir del triunfo del radicalismo de Raúl Alfonsín. Es el fracaso de la política económica de Alfonsín (sobre todo desde 1989, una vez desatada la
“hiperinflación”) la que permite el triunfo del justicialismo de Carlos Menem y el posterior apoyo de los sectores medios al Plan de Convertibilidad
que “ordenó” la economía. También el in crescendo de la crítica al gobierno peronista de Menem por parte de un sector importante de las clases
medias lo que permite explicar el posterior triunfo del gobierno de la Alianza, presidido por –nuevamente– el radical Fernando de la Rúa.
Para el sociólogo sueco Göran Therborn (2014), esto tiene que ver con la nueva dinámica de un capitalismo financiarizado:

Los estratos de las clases medias, que incluyen a los estudiantes de manera crucial, jugaron un papel de liderazgo en los movimientos de
2011 (España, Grecia, el Máshreq árabe, Chile, así como las protestas más débiles del tipo Ocuppy en América del Norte y el norte de
Europa) y en las protestas turcas y brasileñas de 2013 […]. No consiguieron cercenar el poder del capital, aunque las de 2011 derribaron
dos gobiernos […], no apuntan a una dialéctica social decisiva; por el contrario, por lo general, aplauden el triunfo del consumismo […].
El compuesto heteróclito conocido como “clase media” no conlleva relaciones de producción específicas […], merecen una
[consideración] especialmente atenta, ya que pueden ser cruciales en la determinación de las opciones políticas. Debido precisamente a
su indeterminación social, el peso de las clases medias puede ser lanzado en direcciones diferentes o incluso opuestas.

Adentrándonos en el análisis ideológico de estos sectores medios, es que consideramos el trabajo de un autor como Adrián Piva, quien a su vez basa
su interpretación en trabajos previos de sociólogos de la talla de Gino Germani y de historiadores como Ezequiel Adamovsky. Piva (2015) describe
varias particularidades de los sectores medios argentinos, sobre todo en lo que respecta a su presencia y movilización en la esfera pública durante la
década del noventa, mostrando el carácter por momentos contrastante de sus ideologías y prácticas.

Muestra, por un lado, cómo parte de esos sectores, en la búsqueda del “orden” y luego de la alteración del mismo a raíz del estallido
hiperinflacionario desatado durante el mencionado gobierno de Alfonsín, apoyaron el Plan de Convertibilidad implementado por Menem y Cavallo;
cómo criticaron al mismo tiempo el estilo “populista” y “clientelista” de gobierno, y a lo que las clases medias consideraron rasgos autoritarios y
“hegemónicos” de los gobiernos de Menem (el cuestionamiento de la mayoría automática en la Corte Suprema de Justicia, que violentaba la liberal
división de poderes; o bien la “falta de diálogo” que representaba un justicialismo que imponía leyes a partir de la posesión de mayoría en el
Congreso Nacional, entre otros ejemplos posibles), lo que podría sintetizarse como una crítica “antipopulista”, o bien “antipersonalista” o
“antiautoritaria”.
Cuestión que permitiría explicar por qué, con el gobierno de la Alianza presidido por De la Rúa, que “representaba” mucho más cabalmente a los
sectores medios, dicho Plan de Convertibilidad prosiguió, modificándose solamente los últimos rasgos mencionados (el “personalismo”, el
“autoritarismo”, el “populismo”, el “hegemonismo”).
Esto nos permite un primer acercamiento a una ideología de las “clases” medias argentinas, donde la figura del “orden” no es menor, lo mismo que
la crítica al personalismo populista.
Por eso no llama tanto la atención el modo en que David Rock (1992), aquel historiador que escribió una de las mejores descripciones del
radicalismo argentino, decidió “abandonar la tentación de utilizar la categoría de ‘populismo’” para describir a la Unión Cívica Radical; aunque
dicha categoría permitía explicar ciertas características populares y personalistas del radicalismo yrigoyenista.

En su clásico texto de 1964, que lleva por título Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Juan José Sebreli describe no solamente las zonas
geográficas de la ciudad de Buenos Aires donde solían radicarse los “sectores medios”, sino varias de sus prácticas cotidianas. También sorprenden
las similitudes con la temprana descripción que allá por la década del treinta hacía del “hombre medio” José Ingenieros, como así con la que hacía
Arturo Jauretche del “medio pelo” en la década del sesenta. Coinciden estos autores con la descripción realizada de un sector social a medio camino
entre la “oligarquía” y los trabajadores urbanos en ascenso y donde se observa una fuerte tensión ideológica entre lo que “desean ser” y no son, y lo
que efectivamente son; y entre lo que quieren aparentar y lo que pueden ejercitar realmente.
Dice Sebreli (2003):

La relación directa con la mercancía, tanto en el empresario como en el obrero, condiciona a ambos a tener una relación realista y práctica
del mundo y a actuar de acuerdo a sus propios intereses. La clase media en cambio no posee cosas como el burgués ni las fabrica como el
obrero […]. Esta peculiar situación la ha llevado, a diferencia de las otras clases, a preocuparse más por los valores simbólicos que por los
materiales. Intermediaria entre los productores y los poseedores –abogados, contadores, profesores, periodistas, corredores, comisionistas,
empleados de banco, simples oficinistas–, la clase media ha manejado sólo símbolos abstractos de las cosas –palabras, cifras, esquemas,
diagramas, fichas, expedientes, planillas–, circunstancia que la ha predispuesto a una visión idealista del mundo, a una mentalidad legalista y
administrativa, a la creencia en el valor absoluto de las ideas, de los papeles escritos, de las consignas, de las reglamentaciones, de las
órdenes […]. La historia no ha sido para la clase media una lucha de fuerzas entre grupos antagónicos que responden a necesidades objetivas,
a intereses de clase […], sino una pugna de voluntades individuales, de intenciones subjetivas […]. Por consiguiente una política será buena
o mala según la ejerzan individuos con buenas o malas intenciones. Por eso el radicalismo yrigoyenista, típica expresión de la clase media en
su momento de apogeo, pretendía encarnar una política de carácter íntimo, casi doméstico, basada en contactos personales cara a cara, de
manos afectuosas, de conversaciones […] entre las cuatro paredes de un comité con calor de hogar.
Cualquier punto de contacto o similitud con la realidad actual, no parece ser una casualidad.

Algunas conclusiones y referencias provisorias en torno a lo ideológico y cultural

Hemos intentado muy brevemente exponer aquí ciertas características presentes en las clases medias argentinas para mostrar, por un lado, la
importancia de ellas en la configuración del panorama electoral político partidario de nuestro país, señalando al mismo tiempo que esta importancia
refiere a cambios sucedidos desde la posdictadura en las relaciones de fuerza actuantes al interior de la sociedad capitalista actual; y donde las clases
trabajadoras y sus ideologías han sufrido desplazamientos importantes.

A nuestro entender, fueron estos cambios los que en buena medida permitieron el triunfo del radicalismo en 1983 como la configuración de una
ideología sustentada en valores que comprenden la “democracia” como “democracia formal”; como sistema de representación, división de poderes,
participación sustentada a través de partidos. Esto implicó un desplazamiento conceptual y político de aquellas ideas y prácticas ligadas tanto al
“populismo” como al “socialismo” (de izquierda, revolucionario), tendientes a cuestionar o a radicalizar este funcionamiento democrático formal
(algo muy propio del giro político a la izquierda de la política argentina durante los años setenta previos a la última dictadura); que a nuestro
entender se encuentra ligado a la tradición política de unas clases medias representadas por la UCR como por el Partido Socialista (ideológicamente
socialdemócrata, reformista liberal).

Pero a la vez, esta defensa de la democracia formal supuso, al mismo tiempo, una defensa de la educación y de la salud públicas; provista desde el
Estado, en el mismo sentido que se podría representar por parte de una tradición liberal como la de Domingo F. Sarmiento.

De la mano del proceso de pauperización de las clases medias producto del Plan de Convertibilidad y del fuerte crecimiento del desempleo, estas
capas medias fueron desplazándose críticamente hasta cuestionar dicho plan y luego la propia legitimidad democrática solicitando “que se vayan
todos”.
El fuerte cuestionamiento, sin embargo, no se sostuvo en el tiempo. Muchas demandas de generación de empleo, de defensa de la salud y educación
públicas, de cambios en el funcionamiento del Poder Judicial (especialmente de la composición de la Corte Suprema) fueron canalizados
nuevamente –desde 2003– a través de la institucionalidad democrático-representativa con el ascenso al gobierno de Néstor Kirchner y luego de
Cristina Fernández de Kirchner.

Pero sostiene Piva, en el texto citado, que en la medida que estos últimos gobiernos oscilaron en su estrategia de recomposición de la legitimidad
política entre la llamada “transversalidad” (abriéndose a otras experiencias partidarias diferentes de las justicialistas) y el “neopopulismo”
(recomponiendo el “viejo aparato” partidario del peronismo), promovieron el paulatino alejamiento de los sectores medios todavía “antipopulistas” y
“antipersonalistas”, y defensores de la “democracia formal” y liberal (con su división de poderes, alternancia de gobiernos que cuestionan la
“hegemonía”, etcétera).

Esto explica el porqué del apoyo de un número importante de las clases medias tanto urbanas como rurales a una opción política de derecha que
construyó su discurso desde una crítica a los “proyectos hegemónicos”, desde el “antipersonalismo” y el “antipopulismo”, y desde una defensa a la
“democracia formal”, esto es, meramente representativa y delegativa, que respeta la división de poderes, incluido el reservado a los medios masivos
de comunicación, contraria al “derroche irresponsable” en la economía, pero favorable al desarrollo de la salud y –sobre todo– la educación públicas
(basta ver los afiches desplegados al respecto por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires).
En términos del funcionamiento de la “esfera pública” política en Argentina (algo muy importante desde el punto de vista de la lucha ideológica y
cultural), esta defensa de la democracia formal –muy propia como intentamos mostrar de las clases medias– estuvo presente también en el discurso
de los medios masivos de comunicación. Que no casualmente determinan su discurso general a partir de lo que se denomina “objetividad”, es decir,
una suerte de “término medio” ideológico, ni de “derecha” (o muy volcado a la derecha) ni de “izquierda” (o muy volcado a la izquierda), tal como
pudimos observar también para el caso del discurso político de las capas medias de la población.

Consideremos, por un momento, que la cultura de masas ha trastocado tanto los niveles de cultura altos, como los medios y los bajos, tendiendo a
engrosar una suerte de “punto medio” cultural (mid-cult) de masas –como afirmaba el gran crítico cultural italiano Umberto Eco (1984)– que en su
peor expresión ha derivado en el “kitsch”, esto es, en un tipo de expresión cultural de clase media (ni alta ni popular, pero masiva) aunque su
pretensión sea más bien “alta” (¿Susana Giménez? O ¿Mirta Legrand?). Podríamos entonces explicar no sólo el porqué de la presencia de este tipo
de discursos predominantes en los medios masivos, sino además su vinculación con ciertas prácticas e ideologías presentes en unas “clases medias”
y en sus representaciones políticas, más vinculadas con una perspectiva de “equilibrio social” que con una que busque precisamente la
transformación. Aunque nunca podría decirse que está todo dicho (o hecho).

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