Está en la página 1de 11

1

La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter

LA NOCHE DE LOS
CUCHILLOS LARGOS
(1983)

Karl von Vereiter

ÍNDICE
Nota preliminar.................................................................................................................... 4
Primera parte.................................................................................. 5
La tormenta...........................................................................................5
I............................................................................................................................................ 6
II........................................................................................................................................... 8
III........................................................................................................................................ 13
IV........................................................................................................................................ 18
V........................................................................................................................................ 24
VI........................................................................................................................................ 29
VII....................................................................................................................................... 34
VIII...................................................................................................................................... 38
Segunda parte............................................................................... 45
El triunfo..............................................................................................45
I.......................................................................................................................................... 46
II......................................................................................................................................... 51
III........................................................................................................................................ 57
IV........................................................................................................................................ 62
V........................................................................................................................................ 68
VI........................................................................................................................................ 73
VII....................................................................................................................................... 78
VIII...................................................................................................................................... 84
IX........................................................................................................................................ 90
X........................................................................................................................................ 95
Tercera parte............................................................................... 101
30 de junio de 1934.............................................................................101
I........................................................................................................................................ 102
II....................................................................................................................................... 107
III...................................................................................................................................... 118
IV...................................................................................................................................... 122

2
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
V...................................................................................................................................... 126
VI...................................................................................................................................... 132
Apéndice 1................................................................................................................... 138
Apéndice 2................................................................................................................... 141
Apéndice 3................................................................................................................... 147

3
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
NOTA PRELIMINAR
Es un fenómeno bastante corriente que la intensa proyección de la Segunda Guerra Mundial,
cuyas características difirieron por completo de su precedente, la llamada Gran Guerra (1914-
1918), nos proporcione ideas nada nítidas respecto a este últimamente citado episodio bélico. La
enorme difusión de lo acontecido entre 1939 y 1945, ha hecho olvidar casi por completo a la Gran
Guerra, y especialmente sus consecuencias, entre las que destaca, como clave de lo ocurrido en la
Segunda Guerra Mundial, el nacimiento, desarrollo y hegemonía casi completamente europea del
Nacionalsocialismo.
Todos tenemos grabadas en la imaginación las escenas de la derrota alemana en 1945.
Libros, tratados, cine y televisión nos han servido esas imágenes, y de esta forma conformado
nuestro espíritu en una idea concreta de cómo y de qué manera fue vencido el Tercer Reich.
De la línea guerrera y de la política nazi durante los años de la guerra, sabemos también
bastante. Pero, quizás apoyándose en los proyectos de una propaganda pro vencedores, y en la
búsqueda exhaustiva del Horror, se ha acentuado de forma especial la dinámica destructiva del
régimen nazi, procurando asociarlo de manera casi absoluta al fenómeno archiconocido de los
Konzentrationslager, los Campos de exterminio.
De las luchas internas del Partido Nazi, de la dicotomía que la equívoca política de Hitler
produjo, de las especiales características que marcó la actitud del Estado Mayor alemán, de eso
poco sabemos, como también ignoramos que el pueblo germano, con una casi entera unanimidad,
llevase, prácticamente en andas, a Adolf Hitler al poder.
Históricamente hablando, hemos de convenir en que el «fenómeno nazi» es ciertamente
apasionante. Si por un solo instante, imaginamos lo que el mundo hubiera sido tras una victoria
alemana, nos daremos cuenta del tipo de encrucijada en la que el planeta se encontró entre los
años 1939 y 1945, en la fase ejecutiva directa del gran proyecto del Reich de los mil años.
No es en este libro donde debemos analizar los resultados de la victoria aliada, y la
gigantesca y hasta monstruosa diferencia entre los resultados concretos y los miríficos proyectos
que se bosquejaron en la Carta de San Francisco, primero, y después en el escenario de la «Gran
Comedia Universal» que se llama las Naciones Unidas.
Eso nos permite, hiriendo seguramente la delicada epidermis de ciertos fanáticos, que del
mismo modo que la «realidad humana» cambió los proyectos de los Aliados, tampoco Hitler, de
haber ganado la guerra, hubiese podido llevar a cabo lo que sus teóricos preconizaban.
Un viejo adagio dice que «entre lo dicho y lo hecho, hay un buen trecho». Nada puede
expresar, con mayor justeza, y eso lo sabemos todos, el abismo que media entre las promesas
políticas, de cualquier tipo, y la realidad en que acaban por convertirse.
Por eso, al mismo tiempo que vamos a intentar proporcionar al curioso lector un cuadro, lo
más claro y sencillo posible, de lo que ocurrió en Alemania a partir de 1918, queremos, ya desde
este mismo instante, demostrarle, en lo posible, que hubo de existir «algo», que por «algo» se ha
mantenido oculto, que explique de manera fehaciente la vertiginosa carrera de Hitler hacia el
poder, con el apoyo, no lo olvidemos, de la mayoría del pueblo alemán.
Si conseguimos aportar algo de claridad a ese oscuro asunto habremos conseguido nuestro
propósito.

4
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter

PRIMERA PARTE

LA TORMENTA

«L’histoire n’est que le tableau des crimes et des malheurs.»1

La historia no es más que una exposición de crímenes y dolores.


5
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
I
–¿Cómo dices que se llama ese tipo?
–Adolf Hitler.
Konrad se encogió de hombros.
–Nunca he oído ese nombre. ¿Quién es?
Kilian esbozó una sonrisa. Miró de reojo a su compañero y, una vez más, tuvo la penosa
impresión de que Sleiter había envejecido mucho en los últimos meses, no extrañándole nada el ver
en las sienes de Konrad algunos hilos de plata.
Los dos tenían la misma edad, 23 años, pero Lörzert no había cambiado mucho, y seguía
poseyendo aquella faz rubicunda, de piel tensa y de buen color, muestra de ser hijo de campesinos,
acostumbrado a vivir en el campo.
–Tampoco sé yo mucho de ese Hitler –contestó Kilian–. Me hablaron de él hace una semana.
Es nuevo en el partido, creo que tiene el carnet número 555.
–No está mal. Casi un millar de afiliados.
–No te hagas ilusiones, Konrad. Lo que ocurre es que se empezó a numerar a partir del 500,
para dar la impresión de que éramos más... pero no somos más que setenta, actualmente...
Konrad bajó la mirada, ya que su amigo era más bajo que él.
–¿Cómo te metiste en eso, Kilian?
–¿Qué quieres decir?
–¿Cómo te dio por meterte en política?
Lörzert se encogió vagamente de hombros.
–Cuando nos desmovilizaron no tenía dónde caerme muerto. Ya sabes que mi padre falleció
en 1916... y mi madre era viuda desde hacía diez años. No éramos propietarios, sino arrendadores
de unas tierras que mi madre no pudo seguir trabajando, a pesar de que dejó la vida en aquella
parcela...
»Cuando murió mi padre, el propietario buscó nuevos aparceros, mi madre vino a vivir, casi
de caridad, en la casa de unos parientes, aquí, en Munich...
–Debiste venir conmigo, a Berlín.
–Te perdí de vista, ya lo sabes. Estuve matando el hambre como pude, hasta que tropecé con
ese Franz Girisch, el ajustador de un taller, en el que finalmente me admitieron... así fui tirando.
–Pero eso no explica tu ingreso en el DAP.
–Fue Franz quien me dio un pequeño folleto que había escrito Anton Drexler, el presidente...
Me gustó la manera de enfocar las cosas... por eso me afilié... y fue en una de esas reuniones cuando
oí hablar de Hitler.
–¿Un intelectual? –inquirió Konrad con un tono de desprecio en la voz.
–¡Oh, no! Es un pintor... creo que nació en Austria, cerca de la frontera con Baviera. Ahora
ostenta el cargo de director de reclutamiento, pero yo creo que llegará muy lejos... ya me lo dirás
cuando le oigas hablar.
–Estoy harto de papagayos, amigo mío. Desde que llegamos a la patria no me han dejado un
solo instante de descanso... todos hablan, Kilian, todos... pero especialmente esos hijos de perra de
rojos... los que ya osaban, en el frente, en los últimos tiempos, hacer correr bulos para aumentar la
confusión y hacer que perdiésemos la poca moral que nos quedaba.

6
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
–Eso mismo dice Hitler... ¡es formidable, Konrad! No es un papagayo, sino un hombre que
sabe lo que se dice... analiza la situación como nunca lo he visto hacer. Desea una Alemania fuerte,
poderosa, unida... un Reich que abarque todos los pueblos germanos...
–Ya veo, un soñador.
–No lo creas. Drexler, nuestro presidente, no se equivoca nunca... es un especialista mecánico
en aserradoras, un hombre lleno de fe y de entusiasmo en el destino del Reich...
–¿Qué otra gente forma el comité?
–Están: Karl Harrer, un periodista que ostenta el cargo de vicepresidente; Muchel Lotter,
maquinista de los ferrocarriles, primer secretario; Adolf Bikhofer, un estudiante que hace de primer
secretario; es decir, de tesorero primero, ya que el segundo secretario es Johann B. Koebl. Luego
está ese del que ya te he hablado, Girisch... el que me colocó en el taller y me hizo ingresar en el
Partido... y, finalmente, Hitler.
–¿Y ahora quieres que ingrese yo también en la DAP, no?
–Si lo deseas, sí... nunca te obligaría a hacer algo que no quisieras...
Sleiter encendió un cigarrillo, siguió con reconcentrada atención las volutas de humo que el
aire de la noche deshacía velozmente.
–Mi idea, una vez viese a mis padres –dijo con voz firme–, era irme con alguno de los Frei
Korps, no importa dónde fuera... a luchar contra los rojos rusos... fuera de este país corrompido por
el bolchevismo, atenazado con la cobardía de los socialdemócratas... ¡Mierda! ¿Sabes lo que nos
pasó en Berlín?
–No.
–Desfilamos por Unter den Linden... y nos silbaron, ¡como lo oyes! Esos hijos de puta de
demócratas nos insultaban, como si fuésemos los culpables de su propia cobardía...
Escupió con rabia en el suelo.
–Ninguno de esos cerdos vio el frente, ni siquiera desde lejos... iban vestidos, aunque estaban
delgados, seguramente de tanto follar en la retaguardia...
»Si en vez de ser un simple Obergefreiter hubiese mandado el batallón, habría ordenado abrir
fuego contra aquellos cabrones...
–Yo leí que os dijeron que no habíais sido vencidos.
–Sí, los políticos querían darnos coba... ¡claro que no hemos sido vencidos! Ningún soldado
del frente estaba dispuesto a abandonar su posición... pero detrás de nosotros, en la asquerosa
retaguardia, hombres cobardes estaban firmando el armisticio...
–No quiero meterme en tus asuntos, Konrad... –dijo Kilian con dulzura–, pero creo que podrás
hacer más labor aquí... que con los Cuerpos Francos... tarde o temprano, los Aliados van a exigir su
disolución...
Sleiter se echó a reír, aunque su risa sonaba falsa.
–¡Veremos si me convence ese Hitler!
Estaban llegando a la Herremstrasse, a la casa número 48, donde poco tiempo antes entró
Hitler, por primera vez, afiliándose poco después al Deutscher Arbei Partei, el DAP, sin darse
cuenta de que aquel simple gesto, el de tomar de la mano de Dexler el carnet número 555, iba a
cambiar la Historia del mundo.

7
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
II
–Prosit!
Chocaron las grandes jarras de cerveza. El humo de los cigarrillos formaba una nube sobre las
cabezas de los hombres que ocupaban la gran sala de la cervecería.
Todos ellos llevaban el uniforme de la SA.
Un poco más viejo, pero sonriente y fuerte, Konrad Ludwig Sleiter bebió, sin descanso, el
contenido de su gran jarra, dejándola luego sobre la mesa, antes de secarse los labios, manchados de
espuma, con el dorso de su sólida y velluda mano.
Se puso en pie.
–¡Silencio!
Todas las cabezas se volvieron hacia él.
–¡Camaradas! –empezó diciendo–: Hemos recorrido un largo y glorioso camino. Pocos son
los rostros de los aquí presentes que recuerdo de aquellos primeros tiempos... pero tanto ellos, los
veteranos, como los que han llegado luego, han llevado a cabo un trabajo excelente...
»Estamos cerca de las elecciones... y esta vez, amigos míos, nadie será capaz de detenernos en
el camino hacia el Poder...
»Queda aún mucho por hacer... y ya sabéis todos a lo que me refiero. Hay que limpiar el país
de todo lo sucio que aún vive en él...
»Los traidores, los que se bajaron los pantalones ante las inaceptables exigencias del Diktat de
Versalles, los que deseaban abrir el paso a las hordas bolcheviques, los judíos y los plutócratas, los
grandes capitalistas que desean seguir chupando la sangre del obrero alemán...
Dio un puñetazo sobre la mesa.
–¡Vamos a limpiar el Reich de toda esa basura, camaradas! os lo digo yo, mientras uno solo
de esos bastardos viva en tierra germana, correremos el peligro de volver a contaminarnos...
»También ajustaremos las cuentas a esos prusianos en uniforme... porque el Ejército alemán
ha de dejar de ser para siempre una institución exclusivamente reservada a los niños bonitos, a los
hijos de papá... para convertirse en un Ejército del pueblo y para el pueblo, tal y como ha afirmado
el camarada Roehm...
Se apoderó de la jarra que una de las rollizas sirvientas, cuyas posaderas recibían las caricias o
los pellizcos de los presentes, había llenado poco antes.
–¡Todos en pie! ¡Brindemos!
Se levantaron como un solo hombre.
–Brindemos por todo lo que nos es querido –dijo Sleiter–. ¡Por Alemania!
–¡¡¡POR ALEMANIA!!!
–¡Por el Führer!
–¡¡¡POR EL FÜHRER!!!
–¡Por Ernst Roehm y las Secciones de Asalto!
–¡¡¡POR LAS SA!!!
–¡Por la victoria!
–SIEG!!!
***

8
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
El cristal sucio del vagón reflejaba el rostro preocupado de Sleiter. Era como si temiera que el
convoy se detuviese en la pequeña estación de aquel pueblo bávaro donde había nacido hacía ya
veintitrés años...
No había vuelto a la localidad desde hacía casi tres años, con motivo de un permiso de una
semana de convalecencia después de la herida, la cuarta, recibida en el frente de Flandes.
Tres años es mucho tiempo...
Ya entonces, en 1916, su padre luchaba desesperadamente por mantener y defender la
propiedad que había heredado de sus mayores. La inflación, que comenzaba a hacerse sentir, la
escasez de materias primas, la falta de mano de obra, todo contribuía a convertir los campos de
Bruno Sleiter en páramos que nadie podía trabajar, que nadie deseaba trabajar, ya que se había
perdido definitivamente la visión del futuro, y la gente vivía al día, puesto que la seguridad en el
mañana se había esfumado definitivamente.
La certeza de la derrota había abierto ante la mayoría de los alemanes un pozo insondable,
repleto de miedos y de incertidumbres; se empezaba a desconfiar en el poder adquisitivo del dinero,
aunque todavía no hubiese caído el marco en la desvalorización monstruosa en que se derrumbaría
meses más tarde; la gente se aferraba a sus bienes palpables, y no era el oro ni las joyas lo único que
seguía valiendo algo, la comida, las cosechas ocultas formaban ya la base canallesca del futuro
mercado negro.
Aquellos que habían vivido con la esperanza de que las cosas seguirían siendo lo que eran, o
incluso los optimistas y utópicos, que creyeron en una victoria de los Imperios centrales, se
encontraban ahora ante la seria amenaza de la miseria, del desempleo en masa, cosas que conducían
fatalmente por el camino de la Revolución.
Para Sleiter, con el rostro pegado al cristal de la ventanilla, el futuro aparecía tan incierto
como su llegada al pueblo. Había escuchado, sin embargo, las encendidas y vehementes palabras de
aquel Adolf Hitler, en cuyos ojos brillaba la seguridad de una próxima grandeza jamás alcanzada
por la Alemania del siglo XX. Un millar de años se extendía ante la predicción de aquel hombre: un
milenio de prosperidad y de hegemonía mundial para un pueblo que acababa de ser vencido, pero
cuyo destino histórico, unido a la esencia de una raza superior, habrían de abrirle las puertas de una
insuperable grandeza.
Hasta Sleiter, que todavía vivía bajo la pesadumbre de lo que había visto y oído en Berlín, de
lo que vio y oyó al atravesar Alemania, de regreso a Baviera, incluso para él, había en las palabras
del político austríaco algo que le hizo vibrar, como cuando, en los tiempos de la Antigüedad, se oían
las voces de los profetas, cuyos ojos agudos parecían saltar por encima de los tiempos.
De todos modos, Konrad no se había decidido a afiliarse al DAP, prometiendo a su amigo
Kilian que lo pensaría, dándole una respuesta definitiva cuando regresase de ver a su familia.
Si algo le había gustado, más que otra cosa, en las palabras del orador, fue aquella fuerza que
había en sus convicciones, aquella seguridad matemática de que las cosas serían como él pensaba...
Nunca había creído en esa clase de hombres que, según se decía, enviaba la Providencia con
el propósito de cambiar el curso de la Historia.
Había vivido demasiadas miserias, visto demasiados hombres, importantes o no, ensuciarse en
los pantalones, mearse patas abajo, cogidos en el cepo del miedo, de visita en una posición.
Los vio llegar, ufanos, petulantes, destilando orgullo y superioridad por cada uno de los poros
de sus malditos cuerpos, sin dirigir una sola palabra al soldado comido por los piojos y el hambre,
rodeados por una asquerosa pandilla de lameculos que llevaban el mismo uniforme que ellos,
aunque con menos galones y entorchados.
Y luego, maravillosamente, el enemigo había hecho hablar cientos de bocas de fuego; miles
de proyectiles atravesaron el aire y, espectáculo archiconocido por todos los piojosos de la
9
La noche de los cuchillos largos: Karl von Vereiter
trinchera, la tierra se había puesto a hervir como una marmita donde se cociese el caldo espeso de la
muerte.
De golpe, todo el orgullo de sus caras bien lavadas, de sus bigotes engomados y perfumados,
el brillo de sus ojos altivos detrás del cristal de sus monóculos, todo su porte de grandes señores, de
altos jefes, desaparecía como por ensalmo.
Y, cosa curiosa, perdiendo toda decencia, obraban como ningún miserable comedor de rancho
se hubiese atrevido a actuar.
Konrad no pudo evitar una sonrisa.
Nunca pudo olvidar aquellas escenas denigrantes, cuando echaban a correr como conejos,
asustados, tirándose de cabeza al primer refugio y, una vez allí, ponerse a temblar como niños
asustados...
No, no creía en los hombres... aunque ahora, al pensar en las vibrantes palabras de aquél, en el
brillo de sus ojos, notaba que estaba impresionado por primera vez en su vida.
***
Lloviznaba ligeramente. El minúsculo andén de la pequeña estación estaba vacío. Y aquello
complació a Sleiter, ya que en el fondo no deseaba ver a nadie que no fuera de su propia familia.
«Eres un perfecto idiota –musitó mientras atravesaba velozmente la desierta sala de espera–.
Es como si tuvieses vergüenza de que te vieran en uniforme, como si fueras el responsable directo
de que el país hubiera perdido esta maldita guerra...»
Sabía, no obstante, que aquella sensación no era nada que sólo él experimentase. Conocía a
decenas de soldados que, como él, habían penetrado en su pueblo con las orejas gachas,
avergonzados, procurando que les viese el menor número de personas posibles.
¡Cuando habría de haber sucedido lo contrario!
Hubieran debido ser los paisanos los que agachasen la cabeza... porque si alguien había
traicionado al Ejército, habían sido los pobladores de esta asquerosa retaguardia que no supo medir
el sacrificio de los que murieron por defenderla.
¡Un asco!
Cruzó la plaza en la que la estación estaba ubicada.
Todo seguía igual: la tienda de ultramarinos de Herr Müller, la cervecería de la vieja Frau
Köbler, cuyo marido, un héroe de la guerra de 1870, había regresado de París con una grave
enfermedad venérea que se le había llevado al otro barrio en pocos meses... el almacén de granos de
Herr Schöreder, un acaparador al que Konrad no pudo nunca ver ni en pintura...
«Cada pueblo es un mundo –pensó–. En él se dan todos los casos y aparecen todas las clases
de seres humanos...»
Echó una rápida ojeada a la triste fachada del número 9 de la Hindenburgstrasse, la única
mujer «de costumbres ligeras» de la localidad vivía allí.
Lotta Lamminsky, rubia, alta, hermosa: una mujerona, cuyos padres habían venido a
Alemania desde Polonia, quedándose en Dresden mientras que la muchacha se iba en busca de
aventura... y de dinero.
Los ricos del pueblo, los propietarios de las mejores parcelas, el alcalde, el médico y el
farmacéutico, habían visitado con frecuencia la casa tristona de la Fraulein, y ahora, tantos años
después, Konrad se preguntaba si Bruno Sleiter, su padre, no había sido, eventualmente, uno de los
clientes de la rubia polaca.
Lo cierto era que los chicos de su edad, cuando Konrad Ludwig tenía doce o trece años,
habían permanecido largas horas, a partir del atardecer, ante la ventana iluminada del primer piso
10
Gracias por visitar este Libro Electrónico
Puedes leer la versión completa de este libro electrónico en diferentes
formatos:

 HTML(Gratis / Disponible a todos los usuarios)

 PDF / TXT(Disponible a miembros V.I.P. Los miembros con una


membresía básica pueden acceder hasta 5 libros electrónicos en
formato PDF/TXT durante el mes.)

 Epub y Mobipocket (Exclusivos para miembros V.I.P.)

Para descargar este libro completo, tan solo seleccione el formato deseado,
abajo:

También podría gustarte