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METODOLOGIA
LA TOPONIMIA,
CIENCIA DEL ESPACIO
(Prólogo de la obra «Enciclopedia de los topónimos españoles», publicada por
Editorial Planeta en 1998 y escrita por el autor de una ponencia presentada en la
RAM 99 en Benidorm)
¿Qué es lo que dura más? Cuando los humanos, tan envanecidamente deseosos de la
inmortalidad, deseamos perpetuar nuestra memoria o la de lo que nos afecta, utilizamos
el papel, la tela de los cuadros, y sobre todo la piedra. Cuadros, libros, placas, lápidas,
esculturas, monumentos, templos, megalitos nos ofrecen el patético recuerdo de
quienes, tan conscientes como pesarosos de su finitud terrena, desearon que la
posteridad recordara un hecho, un personaje, un lugar.
Pero hay algo más duradero que la piedra, que un cuadro, que un libro, incluso que la
memoria humana misma. Es el nombre de una cosa, esa segunda y definitiva existencia
que, como narra la Biblia, Adán daba a los seres, incorporándolos al mundo humano, el
que verdaderamente cuenta. El nombre, que saltando de generación en generación vive
en sus hablantes, preservando del olvido ese mágico instante en que la cosa obtuvo
verdadero ser.
Y dentro de la palabra ocupa un lugar especial el topónimo, que inicialmente emanado
del común para ser aplicado a un lugar concreto, va siendo trabajado a su modo por
cada generación, que lo transformará, pulirá y construirá su propia versión para uso de
la siguiente. Pueblos que pasan a habitar los mismos lugares recogen el nombre de
éstos, y con el paso de los siglos, extinguido su significado primigenio, transmiten
fascinantes mensajes desde generaciones traspapeladas de la memoria actual, en lenguas
ya incluso desaparecidas, permaneciendo a menudo como un orgulloso misterio que hay
que saber descifrar. En algún idioma hoy perdido, la banal palabra "agua" fue ibar, y
con este nombre sus hablantes designaron la mayor masa líquida para ellos imaginable,
el Ebro. Llegaron luego nuevas avalanchas humanas, oyeron que ese gran río, el
enésimo visto por ellos, era el Ibar, y llamaron Ibaria a la tierra que regaba. El germen
ya estaba lanzado, y el nombre Iberia, saltando a través de los milenios, ha sido adscrito
a lugares, a continentes en los que nunca soñaron sus primeros creadores, pasando a
designar escenarios muchos más vastos que los regados por el río: desde la totalidad de
la península Ibérica se ha extendido a lugares tan alejados como Iberoamérica, a
distancias de vértigo.
Mas, paralelamente, los descendientes de los primitivos ribereños siguen usando la
palabra, puliéndola y hallándole nuevos usos. Si el río es ibar, ¿qué más natural que
extender el calificativo al valle que lo contiene? Y del valle pasará a todos los valles, a
las casas construidas en éstos, a las poblaciones surgidas alrededor de esas primitivas
casas, a los habitantes de esos lugares. Algunos de esos habitantes se llamarán Bolibar o
Bolívar ("molino en el valle"), y emigrados a América, difundirán allí nuevamente su
nombre y apellido, que recaerá sobre un presidente americano. Aparecerán poblaciones
(Ciudad Bolívar) y aun países con este nombre (Bolivia), y de este suerte el trasiego del
nombre de lugar al de persona sigue perpetuándose como en un emocionante partido de
tenis.
***
Hay quien va por el campo cazando perdices o conejos; otros cazamos topónimos. El
placer de descubrirlos, examinarlos y desentrañarlos es algo de lo que no se puede
prescindir en cuanto se ha catado. No por habitual es intelectualmente menos pasmoso
que algo tan nuestro, cotidiano e inmutable como los nombres de los lugares que nos
rodean pasen inadvertidos a nuestra misma interpretación. Ser consciente de esta
paradoja y aplicarse en eliminarla es todo uno.
Cada día nos ofrece variadas ocasiones para ello. Va uno por la carretera y el rótulo de
un cercano pueblo señala Fuenteheridos. ¿Qué se esconderá tras ese nombre? La
imaginación empieza a trabajar, y generalmente lo hace por la línea más fácil. Lo
primero que surge a la mente es lo que ya los naturales del lugar habrán hecho, la
llamada etimología popular. Los habitantes de un paraje, dotados de una natural
curiosidad, intentan conjeturar el origen del vocablo, y para ello recurren a parecidos,
analogías e incluso anécdotas que aparecen y se tejen con gran facilidad, llenando los
huecos de una tupida malla que acaba siendo una magnífica historia. Pronto se hablará
de un caballero que junto a la fuente hirió a unos sarracenos, relato que en pocas
generaciones aparecerá unido al topónimo mismo como explicación de su esencia.
Cuando en otro momento es Vinaixa la placa viaria que suscita nuestra curiosidad y
poco después otra anuncia Vimbodí, quien conozca el catalán quizá concluya que
aquélla es tierra de vino (catalán vi). Alguno, más perspicaz, observará que las sílabas
finales de Vinaixa, se parecen mucho a atxa, "azadón", y elaborará un pintoresco
romance en el que se mezclan el vino y las azadas: de hecho, alguien recogió esta
historia en el mismo escudo municipal del lugar.
Pero el experto, provisto de herramientas más potentes, y, sobre todo, de un repertorio
más extenso de topónimos, relacionará estos dos con otros similares, investigando si es
preciso en el léxico de otras lenguas. No dejará de recordar la cantidad de pueblos que
en el País Valenciano empiezan con Bin- o Beni- (Benicássim, Benicarló, Benidorm,
Benifallet y tantos otros), y concluirá que no puede ser casual la repetición de tanto
prefijo idéntico. Sus averiguaciones le llevarán por el camino del árabe, donde Ben
significa "hijo", y averiguará que en la cultura agarena una forma muy habitual de
formar nombres de persona era Ibn- o Beni-, "hijo de…", de la misma forma que
nosotros perpetuamos el nombre de nuestro padre con una partícula de igual función,
-ez, en este caso pospuesta al nombre: Pérez (hijo de Pedro), Rodríguez (hijo de
Rodrigo), Suárez (hijo de Suero). Y, nada más revisar los onomásticos árabes, tendrá por
fin la clave del apellido: Ben Aixa, "hijo de Aixa". Si se molesta en estudiar los registros
civiles de la zona, hallará que en ella muchas personas se apellidan todavía Botí,
ciertamente un nombre árabe. Y esto le dará la clave de Vimbodí, "hijo de Botí", con las
ligeras variaciones que los hábitos articulatorios imponen a lo largo del tiempo: en este
caso, cambio de la n por m por ir antepuesta a la consonante b.
Acabamos de ver como en un ejemplo tan simple se combinan diferentes instrumentos
necesarios para el análisis de un topónimo: su relación con otros, el conocimiento de
lenguas, los hábitos de formación de nombres personales e incluso una familiarización
con las circunstancias locales. El trabajo del investigador de laboratorio que desde su
despacho intenta extraer conclusiones sobre un lugar sin tomarse la molestia de visitarlo
está condenado al fracaso.
Acabamos de citar otro instrumento de alcance local: los hábitos articulatorios de la
zona, decisivos a la hora de investigar una palabra y su posible procedencia. Las vocales
largas o y e del latín son deformadas habitualmente en castellano a ue o ie,
respectivamente,. Estará claro que una Huesca debe proceder de una Osca, como un
suelo procede de un solis. El conocimiento de la evolución de la lengua es decisivo,
pero su estudio no se limitará a las españolas. Ante un pueblo como Polop, tanto tiempo
habitado por mozárabes, deberá saber que en árabe no existe la p. Tendrá que recurrir a
un largo camino. El latín populus, "chopo", por inversión pasa a Polopulus. Relajada la
consonante y suprimido el final se llega finalmente a Polop. Observemos que otro
proceso, entre otros hablantes con distintos hábitos, produjo Plopus, y el grupo pl Acaba
en ch. Todavía en otros lugares la misma componente produce Populetum, "lugar
poblado de chopos", que fácilmente evoluciona a Poblet, el famoso monasterio, que
algunos creen que se refiere a un "pueblecito". En fin, el conocido castillo de Púbol,
refugio del pintor Dalí y su esposa Gala, tiene el mismo origen.
Pero todo esto son especulaciones, en definitiva similares a las del etimologista popular,
si bien a un nivel más elevado en la espira. El elemento básico es la documentación
antigua. Una legión de eruditos están sometiendo a revisión desde hace siglos cuantas
escrituras, censos y demás documentos medievales aparecen en antiguos desvanes,
archivos y bibliotecas para listar en ellos todos los nombres propios de lugares. Y las
indicaciones que estos datos sueltos y desperdigados pueden proporcionar, sometidos a
un proceso de ordenación serán preciosas. Todavía estamos en la fase inicial del
proceso, que no culminará hasta el final de un largo análisis, obra de un ejército de
estudiosos.
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Establezcamos las inevitables definiciones. Un topónimo, término derivado del griego
topos, "lugar", y onoma, "nombre" es toda palabra aplicada para designar un lugar,
paraje, ciudad, río, accidente geográfico o en general cualquier lugar que se desee
singularizar. El proceso se aplicará, en el caso más corriente, definiendo el sitio por sus
características físicas, hablando así de un río Rubricatus, o sea "rojo", por el color de
sus aguas. Posteriores evoluciones llevarán esta palabra a Lubricatus, a Lubrigatus y
Llobregat. De esta forma el nombre propio emana del común, haciéndose adjetivo
abstracto.
En otras ocasiones prevalecerá la costumbre, tan antigua como el hombre, de halagar la
vanidad de los gobernantes, y una ciudad será llamada Caesar Augusta en honor a Julio
César. Nueva evolución, y la ciudad acaba en nuestra actual Zaragoza. En fin, a menudo
se aludirá a una circunstancia anecdótica o histórica, y de esa forma un campamento
romano, llamado Legionum, pasará al actual León.
Pero ese acto de singularización es relativo, referido a los que van a utilizar el
topónimo: cuanto más reducido sea ese ámbito, mayor será la frecuencia con que aquél
tenderá a repetirse. Si el bien elocuente Monteagudo identifica una cumbre sin dudas
para los habitantes de una comarca, nada preocupará a éstos que los de otra situada a
cincuenta leguas usen el mismo para referirse a otro punto de parecidas características.
En ocasiones, esa insuficiente singularización puede precisar una nueva
resingularización, y así las incontables Villanuevas, Villafrancas o Riba-rojas presentes
en nuestra geografía necesitarán apellido para poder ser distinguidas, especialmente
cuando la ampliación del horizonte geográfico de los usuarios lo hace inevitable. Esas
características del lugar, etiquetadas en sus denominaciones, deben ser complementadas
con nuevas cualidades por excesivamente frecuentes.
Incluso a menudo la repetición es consciente, como ocurre con las Barcelona, Madrid,
Toledo, Guadalajara o tantas otras ciudades repetidas en el Nuevo Mundo e incluso,
aunque sea menos conocido, en el Viejo. El grado máximo de esa repetición sobreviene
cuando el topónimo se transforma en un nombre común, cerrando el círculo iniciado a
su partida. Mucha gente ignora que los meandros de un río proceden del río turco
Meandro, arquetipo de tales fenómenos, o que hablar del averno es referirse a un
antiguo río de la antigüedad clásica, que conducía a las regiones infernales. Baiae,
famosa estación estival de los romanos, se generalizó para designar cualquier lugar de
descanso poblado de lagos: "lugar de baños", e incluso "sala de baños", y ha dado
nombre a la comarca catalana del Bages.
Este proceso llega a su expresión más curiosa con el tautotopónimo. Decir "desierto del
Sáhara" es una repetición, pues Sahara significa precisamente "desierto". Este
fenómeno es frecuente cuando, aplicado sin mayores calificativos por sus iniciales
usuarios, para los que el significado era meridiano, pasa a otros que conocen otros
desiertos pero no la lengua de sus antecesores, y así acaban hablando del "desierto del
Sahara", como del "valle de Arán" (valle del valle), del "puente de Alcántara" (puente
del puente) o tantos y tantos otros términos, la variedad de los cuales es uno de los
mayores atractivos del presente diccionario.
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De todos modos, no siempre la investigación sigue unos caminos tan fáciles como los
de estos ejemplos. Una parte muy considerable de nuestros topónimos proceden de
lenguas anteriores al latín, de las que apenas queda historia y conocimiento, y sobre
ellos poco puede hacerse más que emitir hipótesis. ¿No es fascinante la frecuencia con
que se repiten nombres como Segobriga, que hallamos en Segovia, Segoyuela, Saelices
y Segorbe? ¿O Iluro, presente en Mataró, Álora, Alhaurín, Lleida e incluso en la
francesa Oloron? En unos casos parece que la terminación -briga, asociada a otros
nombres de ciudades, cabe conjeturarla como equivalente a "poblado", pero en otros, en
coincidencia con Iluro, hay que asociarlo a "altura", cosa que encaja con la situación de
los primitivos poblamientos en sitios elevados, adecuados para la defensa.
Podríamos multiplicar los prefijos y sufijos enigmáticos, como -ona ("¿poblado,
ciudad?"), presente en bastantes poblaciones catalanas (Barcelona, Tarragona, Gerona,
Badalona, Solsona, Cardona) pero también en zonas más alejadas, como Sasamón. O
bien -iego, que hallamos en Navarra (Elciego, Samaniego), la aragonesa -ena (Sijena,
Sariñena) y muchas más. Es de prever que jamás podrá dilucidarse del todo el
significado primigenio de la mayoría.
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Nos hemos asomado ya a un fenómeno omnipresente en el mundo de la toponimia: el
constante flujo y reflujo de unos a otros campos lingüísticos, particularmente el de la
antroponimia. Un antropónimo (del griego anthropos, "hombre") es toda palabra que
designa una persona concreta. Cabe hacer aquí, aumentadas, las mismas digresiones
sobre su repetición que vimos en los topónimos: el José bíblico acaba siendo el nombre
de pila del 25 % de los españoles, y la María, madre de Dios, del 50 % de nuestras
mujeres. Tal abundancia repercute inevitablemente en la toponimia. Incontables
nombres de lugar proceden de alguna persona relacionada con él por fundación, historia,
dedicación o mera anécdota. Varios estados mundiales soberanos llevan el nombre de
una persona (las islas Filipinas, por Felipe II, Bolivia por el libertador Simón Bolívar,
Colombia por el descubridor Cristóbal Colón, &c.). Pues, ¿que no ocurrirá con los
topónimos menudos, los más próximos a nuestra vida? Pensemos en las ciudades de San
Sebastián o Pamplona (Pompaelo, por el general romano), e incluso los pueblos de
Miguelturra o Constantina. Infinidad de poblaciones recuerdan una persona, y en
América este fenómeno es omnipresente.
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Antes hemos comprobado la circunspección que hay que mantener con los llamados
"falsos amigos": ni Poblet viene de "pueblecito", ni en Fuenteheridos resultó lastimado
nadie, ni en Hiendelaencina ningún rayo hendió ninguna encina. Esos miles de palabras
que parecen sugerir directamente su significado son esculpidas por sus mismos usuarios
a lo largo del tiempo en dirección hacia sus presuntos referentes, y esa no confesada
aspiración llega a modificar su fonética para aproximarlos. Cuando los españoles
llegaron a México hallaron una ciudad llamada Quaugnáhuac, "lindero del bosque",
palabra muy difícil de pronunciar. Pero, ¡oh, fortuna!, ésta sonaba a cosas más
conocidas: ¿qué más intuitivo que transformarla en Cuernavaca? Y así persiste el
pintoresco nombre de la pujante ciudad mexicana. En España tenemos ejemplos no
menos contundentes: ya hemos visto que León nada tiene que ver con el animal, sino
que procede del latín Legionum, ni el pueblo de Oliva con la planta oleícola, sino que es
derivación de un nombre bereber parecido, Awriba.
Los parecidos físicos del nombre con un objeto concreto incluso llegan inspirar, aparte
de leyendas e historias, simbologías y escudos. ¿Quién no ha visto el cisne de Cisneros,
el león de la ciudad homónima que acabamos de comentar y otros muchísimos
esparcidos por innumerables pueblos españoles? A mediados del siglo pasado, cuando
una orden ministerial fijó la obligatoriedad de disponer de un sello municipal en cada
ayuntamiento, las fantasías a veces delirantes de los encargados de su realización, no
expertos en heráldica ni en historia ni en lingüística, llevaron a cometer pintorescos
disparates, la mayoría de los cuales campean todavía en los escudos municipales: un
pueblo llamado Alcanó (del nombre personal árabe al-Qannún) luce un cañón en su
escudo (catalán el canó), otro llamado Arbeca (árabe are- becc-a, "la punta") exhibe un
animal con un gran pico (cat. bec), y Lopera (del latín luparia, "guarida de lobos"), dos
lobos y una pera.
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Pero los topónimos no se limitan a nacer y transformarse. También, como cualquier ser
vivo, desaparecen y son sustituidos por otros, y a veces incluso resucitan. El antiguo
Morvedre pasó, por la voluntad de sus habitantes, a Sagunt, e Illiberis se transformó,
andando el tiempo, en Granada. Iruña se convirtió en Pamplona pero vuelve a ser hoy
Iruña, y una población como Bayona recobró su ya olvidado nombre romano de Titulcia
para evitar ingratos recuerdos en su distinguido huésped Fernando VII, que había estado
prisionero en la población francesa homónima.
El ajuste geográfico es una fuente constante de cambio de topónimos, especialmente
nombres de población. En cuanto el Servicio de Correos fue extendido a toda la
Península se hizo necesaria la precisión en ciertos apelativos, como Priego de Córdoba
o Artesa de Lleida en poblaciones que hubieran podido confundirse con otras de nombre
coincidente. Ello acarreó, curiosamente, algunos cambios de nombre. Así, Solana de
Béjar es Solana de Ávila desde 1979. Pero, curiosamente, en Salamanca permanece
Guijo de Ávila, y en Ávila, San Bartolomé de Béjar. No hablemos de algunos casos
históricos, como Molina de Aragón, que desde hace siglos pertenece a Castilla. A nivel
comarcal, ocurren cosas parecidas. Bellcaire d'Urgell está en la comarca de la Noguera,
Cassà de la Selva en la del Gironès, y les Borges d'Urgell tuvo que cambiar su nombre a
les Borges Blanques tanto para evitar la confusión con les Borges del Camp como para
adaptarse a su nueva realidad comarcal, que es ahora les Garrigues, no el Urgell.
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Los topónimos, antes lo hemos dicho, son siempre singularización de algún rasgo
distintivo del lugar. En el caso de los de población, figuran como más frecuentes:
Accidente natural del terreno: montaña, río , cordillera, mar, llanura, valle, fuente…
Fenómeno natural de la vegetación: bosque, matorral, arbusto, calvero, plantación.
Antropónimo, usualmente el propietario de alguna finca.
Hecho histórico determinado: batalla, reunión, campamento.
En cuanto al origen lingüístico, en los topónimos españoles se dan fundamentalmente
estas variedades:
Prerromano. Entre éstos ocupan lugar especial los ibéricos, aunque no es siempre fácil
encasillarlos como tales, vista la variedad de lenguas del dominio indoeuropeo que
rechazan este calificativo en el sentido con que lo concebimos hoy. Salpican toda la
geografía hispana, pero si incluimos en ellos los vascos (tema fuertemente discutido), su
dominio se extendería fundamentalmente por la cornisa norte de la península, incluidos
los valles pirenaicos, donde la penetración romana fue menos intensa.
Latino. Constituye la base la la toponimia, especialmente si incluimos en dichos
nombres los expresados directamente en las lenguas españolas derivadas.
Particularmente, son la mayoría en las Castillas, Aragón y Extremadura.
Germánico. Presente especialmente a través de antropónimos, especialmente en la
Catalunya Vieja.
Árabe. Aparecen en toda la zona ocupada por la dominación sarracena, pero muy
especialmente en las zonas de más marcada presencia de esta cultura, como el litoral
valenciano, Andalucía y algunas zonas castellanas.
Dentro de estos orígenes, la evolución pude haberse realizado a través de cualquiera de
las lenguas o dialectos españoles, persistentes o extinguidos. Son numerosas la palabras
acotables a los dialectos leonés, bable o andaluz.
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Quizás el mayor encanto en el estudio de los topónimos radique en las frecuentes
etimologías populares, ya comentadas. Los habitantes de un paraje, dotados de una
natural curiosidad, intentan conjeturar el origen del vocablo, y para ello recurren a
parecidos, analogías e incluso historias que surgen y crecen con gran facilidad, llenando
los huecos de una tupida malla que acaba siendo una magnífica historia. Algunas no
pasan de inocentes chistes que ni sus mismos relatores creen, como la que asocia la
población de Yeste a la frase de un diablillo: "Y éste cómo no se me entrega?". Pero
otras gozan de tal "respetabilidad" que se han ganado crédito incluso en ambientes
cultos. ¿Quién no ha oído decir que Barcelona o Mahón son recuerdos de los generales
cartagineses Amílcar Barca y Magón, respectivamente? Sólo cuando existan testimonios
serios o documentación será posible dar crédito a tales tradiciones, que, eso sí,
enriquecen el folklore sobre la toponimia, aunque el científico debe acotarlas
severamente.
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Entre toda esta variedad de datos el toponimista avanza con prudencia, buscando ante
todo cuantas fuentes escritas le sea posible, en diferentes series de archivos, en los
mapas o los planos catastrales de todas la épocas, pues es especialmente importante
apoyarse en las formas antiguas, especialmente la medievales. No sólo debe saber
guardarse de las etimología populares o "latinas" sino desconfiar de las reflexiones
pseudosabias forjadas por ciertos intelectuales y saber superar las grafías erróneas. Es
muy necesario saber recoger sobre el terreno las informaciones de los naturales del país,
sin dar tampoco a éstas un valor supremo. Deberá dirigirse especialmente a "los viejos
del lugar", que a veces son los últimos usuarios de un dialecto amenazado, y tomar muy
buena nota de sus pronunciaciones, que pueden estar en estado más puro que las
adaptaciones de la toponimia local a la lengua corriente y estandarizada. Y, desde luego,
observar y anotar muy atentamente las características del paisaje y del país, sin olvidar
documentarse muy bien de su historia: muchos episodios cobran su explicación a través
de ella.
Tener en cuenta el ambiente toponímico regional es de la mayor importancia. La
herencia germánica, presente en Catalunya más que en otras partes españolas, se nota
claramente por la frecuencia de topónimos terminados en -à, resto del gentilicio latino
-anus. Innumerables poblaciones, como Flassà, Cassà, Premià, Corçà, testimonian los
dueños de la finca en aque dichos pueblos se originaron; Flacianus, Cattianus,
Primianus, Cortianus… En Valencia se produce un fenómeno similar con los
numerosos pueblos en Beni-, resto del árabe Ibn, "hijo de". Pero, ¡cuidado! Pues la
misma ley de atracción hacia lo familiar funciona también en estos casos, y hallamos
nombres como Benicarló o Benidorm que nada tienen que ver con el árabe, sino que son
el simple resultado de la atracción de un nombre distinto por la familiar forma
valenciana.
Seguidamente llega la fase más delicada, la de la interpretación. Todos los factores
deberán jugar en ella: las posibles formas antiguas, la documentación acumulada, las
características físicas del lugar, la historia, la evolución regional… y se deberá confiar
en la suerte, en forma de documento inesperado, referencia procedente de campos
alejados o el conocimiento de topónimos similares, a veces en zonas muy lejanas.
Este trabajo puede convertirse en un verdadero rompecabezas. En ocasiones el nombre
aparece como un galimatías sin sentido, que habrá que descifrar. En la provincia de
Zaragoza existe la laguna de Gallocanta, en Girona las localidades de Cantallops y
Ullastret (en catalán, respectiva y literalmente, "canta-lobos" y "ojo estrecho"), y en
Barcelona Palau de Plegamans ("palacio de plegamanos"). Es posible que un gallo
cante, pero más difícil es que lo haga un lobo. Aunque un ojo puede ser estrecho, no
parece éste un incidente capaz de dar nombre a un lugar. Y menos aún que los
habitantes de algún pueblo sean aficionados a plegar las manos. Las explicaciones
pueden venir por variados caminos: Gallocanta y Cantallops pueden relacionarse con
cant-, "piedra", Ullastret puede ser un derivado de "olivo", y Palau de Plegamans aludir
a algún paraje frecuentado por los plegamans (mantis, así llamados popularmente en
catalán por su actitud oratoria).
Tratándose de voces vascas, la dificultad es a veces sobrehumana. El carácter de lengua
viva del vasco y su presunta inmutabilidad durante milenios inducen a interpretar los
topónimos con arreglo a su significado literal, y así nos encontramos a veces con
resultados francamente extraños. Afirman algunas especialistas que Valdegobia deriva
de la palabra gaubea, traducible como "balido, voz de animal nocturno". ¿Tiene esto
mucho sentido? Quizá mejor sería moverse dentro de la máxima prudencia y admitir
paladinamente nuestra ignorancia, que verosímilmente es definitiva por la ausencia de
documentos escritos sobre las formas antiguas de esta lengua. Pero es difícil resignarse
a actitud tan impotente, y así, siempre que sea posible, intentamos dar siquiera una
aproximación a lo que puedo ser el significado inicial del topónimo.
***
En el siglo pasado la toponimia conoció importantes avances, pero a menudo se lastró
con errores que todavía hoy perviven. La causa estaba en la formación académica de las
personas en condiciones de interpretar la información. Veamos un ejemplo
archirrepetido a través de la geografía hispana: el cura del lugar, una de los pocos
locales con esa capacidad interpretadora, se dedicaba a la tarea de descifrar determinado
topónimo. Pero para ello su único bagaje lingüístico era el latín, y con arreglo sus
conocimientos de esa lengua trataría invariablemente de interpretar las informaciones.
Así, un pueblo como Juneda provocaba enseguida una pregunta: ¿Cuál es la palabra
latina que más se le parece? Y a falta de nada mejor, surgía la hipótesis de una tal
Junieta, hija o pariente de un Junius, quien --continuaba fantaseando nuestro cura--
sería el possessor de una villa más hipotética todavía. El invento hacía fortuna, y con el
tiempo surgían en el pueblo orquestas, instituciones y hasta comercios con esos
nombres pseudolatinos. Sería precisa la intervención de personas con formación árabe
para preguntarse si realmente no era posible hallar otros antecedentes, como la palabra
djunaina, "jardín".
Pero, en todo caso, tanto una como otra hipótesis quedan como meras posibilidades si
no es factible apoyarlas en algo más tangible que las especulaciones de un profesor
universitario, por competente que éste sea. Entendámonos: de los muchos casos
imaginables, algunos son tan claros y evidentes que no puede caber duda alguna,
incluso faltando elementos de interpretación. Un Navaza procede sin duda alguna de
una nava (tierra sin árboles y llana, a veces pantanosa), pero ya es más dudoso si una
Torrefeta es realmente una "torre hecha, terminada". Todo apunta a que se trata de una
turris fracta, "torre rota".
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Con lo cual entramos en otro interesante capítulo: las traslaciones de nombres. Estamos
acostumbrados a los Toledo en USA, Guadalajara en México, Barcelona en Venezuela o
Santiago en Chile, y la explicación es bien conocida: naturales o al menos simpatizantes
del lugar español homónimo que desearon inmortalizarlo en la nuevas tierras
americanas. Curiosamente el mismo fenómeno se había dado mucho antes en nuestro
país, pero muchas veces no sabemos reconocerlo. Un buen ejemplo es el Manzanares de
Castilla La Nueva, donde los cristianos procedentes de Castilla la Vieja u otras regiones
peninsulares reconquistadoras dejaban su impronta. Lo mismo ocurría en la Catalunya
Nueva, donde hallamos nombres procedentes de la Catalunya Vieja, como el de Bell-
lloc (literalmente, "bello lugar"), motivo de cavilación en su día para el cura del pueblo,
quien, no acabando de ver qué bellezas del sitio pudieron merecer este eufónico
nombre, buscaba otras explicaciones más traídas por los pelos como bellum-locus
("lugar de guerra"). La explicación era mucho más sencilla: la familia de los Bell-lloc,
procedentes de un lugar gerundense de ese nombre, repoblaron la nueva conquista y le
dieron su nombre, con lo que éste resulta ser un trasplante.
Los topónimos derivados de antropónimos forman quizás el grupo más numeroso,
especialmente en el campo de la hagionimia, omnipresente en pueblos de pequeño
tamaño, dedicados a menudo a su patrón. De los 8000 municipios españoles, más de
400 se denominan de esta forma, y en algunas provincias, como Barcelona, este sistema
llega a representar un 20 % del total. Incluso las grandes ciudades se acogen a este
sistema denominativo, como se ve en ejemplos como San Sebastián o Santander, este
último procedente de Sancti Emeterii, (¡San Emeterio, no San Andrés, como algunos
han creído!).
***
Pero los conocimientos lingüísticos no bastan. La historia es un complemento
indispensable para conocer el origen de un lugar. Si un pueblo se llama Villarreal de los
Infantes, no cabe duda que que por allí anduvieron unos infantes, pero, ¿quiénes? ¿Y
por qué la ciudad tomó nombre de ellos? Una Matanza de Acentejo se referirá a alguna
catástrofe, pero, ¿a cuál? En ocasiones, sin el conocimiento histórico de la localidad
sería imposible rastrear siquiera el significado del topónimos. Hemos citado antes el
ejemplo de Manzanares, tan famosa por el manifiesto redactado allí en la Vicalvarada,
que no alude a unas antiguas plantaciones de manzanos, sino a la familia Sagasti-
Manzanares, procedente a Fitero, quien construyó allí un castillo, antecesor de la actual
población.
Por supuesto, que un nombre tan simple como La Laguna nos dice que allí hubo en
tiempos alguna laguna, y de ello nos dará fe la topografía llana del lugar, pero, ¿qué
laguna era ésta? ¿Por qué el topónimo tomó nombre precisamente de ella? ¿Por qué ha
desaparecido?
Éste ha sido un aspecto especialmente cuidado en el diccionario, donde cada nombre de
localidad es acompañado de una breve referencia histórica, especialmente cuando ésta
ilustra de algún modo sobre su forma.
***
En resumen, que las trampas y dificultades que acechan al onomatólogo-toponimista
son muchas y variadas. Desde las desconcertantes similitudes fonéticas o las torceduras
semánticas de significación, a los trayectos meándricos del lenguaje, pasando por las
desviaciones históricas, los cambios de ruta que los hablantes imprimen
inconscientemente al nombre e incluso los falseamientos introducidos en lo que muchos
consideran el referente básico, el documento escrito (el comentado Ullastret fue alguna
vez latinizado como Oculo Stricto). La tarea interpretativa del que a machetazo limpio
intenta abrir camino en esta confusa selva está expuesto a mil yerros y descaminos. Por
ello esta obra debe ser considerada como un primer intento de desbrozar la tupida selva
de los étimos españoles, y será urgente complementarla con nuevos análisis y
aportaciones que vayan aproximándola a su vocación: servir de referente global de la
rica toponimia de nuestro país.
Queda el autor confiando en el beneplácito y la colaboración de sus lectores para
coronar tal empresa, no por larga menos apasionante.
Arqueología
Capitulo III
Interpretacion cosmovision tren-tren kai-kai a través de la oralidad en el sector
antes mencionado.
Dicen que antes una fuerza queria que se acabara el mundo y salio
como serpiente que gritaba kai kai y se subia el nivel del agua inundando
los campos , y que otra fuerza de la tierra se le opuso tomando tambien la
forma de serpiente y aparecio en medio de la tierra defendiendola y
enaltando los campos para que no los alcanzara el agua. Dicen que en
el cerro repokura salio un espiritu que gritaba que gritaba por kai kai
pidiendo que se inundara luego la tierra , y que entonces el treng treng
se aparecio en el cerro chomio y que este cerro empezo a crecer al cielo
hasta que se enalto mucho treng treng dicen que decia cuando iba
subiendo. Cuando perdio kai kai , el chomio empezo de a poco a bajar
de nuevo a la altura que tiene ahora. Ahí dicen que hicieron nguillatun los
mapuche cuando gano treng treng, y que desde ahí empezaron en esta
zona a repoblar a otros sectores.
Esta historia que relatada por las personas del lugar collahue, ubicada al oeste
del cerro chomio y al sur de Padre las Casas, se puede interpretar como un
mito ordenador de practicas socioreligiosas, se trasmite hasta el día de hoy, en
las familias del sector, y como una prueba de esto el gran nguillatun (cada
cuatro años) que se realiza en la comunidad, la rogativa se hace orientada al
cerro chomio(treng treng) y el cerro repucurra que se al sureste de collahue no
es nunca mencionada por que encarna a kai kai.
Capitulo IV
Propuesta educativa
Sintesis
Concluciones
Listado de esteros.
Licanco.(Likanko)likan: piedra usada por las machis en las ceremonias de
curación. las piedras o las características de algunas de ellas, o propiedades,
las hace ser útiles para curar algunas enfermedades o atraer algunos
elementos o energías. Ko: es el agua. Por lo tanto Likanko podría interpretarse
como el lugar o sitio en el que se encuentran estas piedras o podría
interpretarse que el agua del sector Likanko contiene propiedades alusivas a la
característica de la piedra, en otras palabras agua con características curativas.
Llawallin:
Pilpilko.
Repokura:( rupukurra).Rupu: camino. kura: piedra. responde a la
denominación del lugar o sector de repukurra. Sin embargo podría responder
tan bien a la denominación producto del cerro repokura que lo circunda.
Reducciones.
Licanco:
Maquehue:
Illaf:
Rofue:
Pilpilko:
Huitramalal:
Cudico:
Mahuidanche:
Metrenko:
rofue:
Ñirrimapu:
Gualahue:
Llankopulli:
Collahue: no hay reducción de ese nombre, es un sector al parecer era lo que
antiguamente se conocía como laf. sector conocido tradicionalmente o
históricamente como sector de machis. En este sector se realizan trawunes,
palintun y guillatunes. En este ultimo entran los sectores paillanao, dewepille,
…,…,…,…. Y los invitados de cada familia son de los sectores aledaños o
amistades de diferentes lugares ( completar)
Cerros.
Quinquerre:
Chomió: según la costumbre y la creencia mapuche, del sector kollawe, este
cerro lo dejo gnechen para salvar al hombre de la inundación que kaikai creo.
El cerro chomió es parte del origen de la creación o el mito de treng-treng y
kaikai filu par la gente de kollawe. El cerro chomio seria el cerro de treng-treng.
loncoche plom:
Conunhuenu: en los guillatunes de kollawe se les menciona junto a otros dos
cerros mas como el chomió y el lululmawiza, como agente o elementos con
vida y poder capaz de interferir sobre situaciones humanas. Son los tres cerros
mas importante para el guillatun de kollawe. El cerro Konunwenu si no es el
mas importante es uno de los “mas importante”, aun que hablar de mas o
menos importante no es lo mas apropiado. Igual importancia tiene para la gente
del sector de truf-truf el cerro konunwenu.( testimonio entrevista)