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EL CHINGOLO ERA de menuda estatura, movedizo, charlatan, y estaba orgulloso de saberse el mejor cantor del pago. Eternamente emperifollado, dispuesto siempre a galantear, a discutir 0 a batirse en duelo criollo, sobre todo si se trataba de asuntos amorosos. ‘A las mozas se les iban los ojos y le palpitaba de prisa el corazén ‘cuando lo veian pasar, pero era un ateo incorregible, y eso las hacia temblar. Bien felices se hubieran sentido las madres teniéndolo por yerno, mas, hablaba tan mal de la Santa Iglesia, que haciéndose la sefial de la cruz, volvian la cabeza a oiro lado. Un dia, después de un oficio religioso en que el sacerdote pidi6 a los fieles una ayuda pecuniaria para reparar la casa del Sefior, cuyo techo amenazaba venirse abajo, su atreviniento llegé al colmo: en el propio templo. en presencia de todas prorrumpié en palabras insutantes contra la fe cristiana y sus instituciones, y como su célera extremara, golped con los tacones de sus bolas los muros diciendo con ridicula pretensién que ojalé pudiera demibarlos a patadas. Esta demas decir |a indignacién que se apoderé de los habitantes. del lugar. Cada cual comentaba el caso a su manera e ideaba la pena que correspondia al hereje. No falto entre las “beatas” quien exhoriara a gritos por las calles, que le quemaran vivo en una hoguera publica. Como es de suponer, la policia intervino para evitar el inchamiento, pero encerrdndolo cuidadosamente. Se le colocé el bonete de presidiatio, le engrillaron, y asi. expuesto a la mas denigrante de las afrentas. lo condujeron a la carcel. La justicia de los hombres no era suficiente para lavar tremendo crimen, y el profano sintio, sobre su vida, la mano de Dios que lo castigaba en su vanidad y en su ignorante descreimiento. En la oscuridad tragica de su celda oyé la voz del Sefior llamandolo a la verdad de su Credo. Las dulces y amorosas palabras del Maestro, no consiguieron sino irritar mas a esta alma extraviada, que s6lo tuvo la conviccion del error en que pasé su vida, cuando se transformé en este pajarito audaz y nervioso que an lleva puestos el gorro y los grillos como recuerdo de su culpa. Ellos le obligan a caminar a saltitos y a hacer su nido humildemente en el suelo, puesto que no le es dado como a las otras aves morar en las alturas, cerca de Dios, pero en la arrogancia de sus movimientos y el garbo de su figura, alin conserva rastros de su antiguo renombre de “mozo decidor’ y de galan apuesto.

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