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ST Xxiii-3 Recensiones PDF
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que la muerte de Cristo vino exigida por un Dios vengador que habría cas-
tigado a su Hijo para satisfacer su justicia ofendida.
Para conseguir este objetivo, nada mejor que el camino seguido: mos-
trar en toda su amplitud la riqueza teológica con que la Sagrada Escritura
y la Tradición han considerado el misterio de la Muerte y Resurrección
del Señor. Se trata de un camino largo y costoso, pero verdaderamente en-
riquecedor.
Tras un primer capítulo introductorio (pp. 19-40) en el que se desta-
ca la centralidad que el concepto salvación encuentra en el misterio cristia-
no, el Autor dedica una primera parte (pp. 41-126) a la que titula Proble-
mática. Expone en ella el malestar existente en algunos autores
contemporáneos en torno a la doctrina cristiana de la salvación y, más en
concreto, a la consideración de la muerte de Cristo como sacrificio. La
muestra de autores escogidos es amplia: H. Küng, J. Pohier, G. Morel, R.
Girard, N. Leites, F. Varone. Podría haber escogido algunos más, pero son
suficientes.
De hecho «el malestar» en torno al concepto cristiano de salvación
se muestra en unas cuantos interrogantes de fondo, que el Autor resume
en las pp. 53-57: si Dios tiene el designio de salvar a la humanidad, ¿por
qué fue necesario que este designio pasara por la muerte y por esa muerte?
¿No se tratará de una sacralización perversa de la muerte? ¿No es odiosa
una justicia que parece tan cercana a la venganza? Y ya más directamente,
¿cómo es posible que Jesús pueda satisfacer «por nosotros», entendiendo es-
te «por» en su doble sentido de «en favor nuestro» y «en nuestro lugar»?
En cierto sentido, estos interrogantes vienen planteándose a los teólo-
gos desde hace muchos siglos. Así se ve, p.e., en la importancia que otorga
Tomás de Aquino a la objeción de cómo es posible que, siendo el pecado
un acto tan estrictamente personal, una persona pueda satisfacer por otra.
Santo Tomás recurre a la estrecha relación existente entre cabeza y miem-
bros, pues «caput et membra sunt quasi una persona mystica» (5Th, 111, q.
47, a. 2, ad 1). En nuestro siglo esta objeción se plantea con especial fuerza
no sólo por el cambio de perspectiva cultural, sino también por la misma
historia de la soteriologÍa de estos últimos siglos, dado que en más de una
ocasión los teólogos no tuvieron la genialidad suficiente para evitar reduc-
cionismos, simplificaciones y, a veces, perversiones de conceptos claves a
la hora de hablar de la Redención.Sesboüé aduce una breve pero elocuente
historia de esta cuestión en las pp. 65-98.
En cualquier caso, la perspectiva más adecuada tanto para la conside-
ración del misterio de la salvación mediante la muerte del Redentor, como
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para obviar «el malestar» a que nos venimos refiriendo sea la que nos ofre-
ce la misma Persona del Mediador. El Autor dedica a este asunto un opor-
tuno capítulo: Cristo mediador, referencia primera de la soteriología (pp.
99-126).
Las deformaciones que ha sufrido la doctrina soteriológica radican en
gran parte en que se deforma la imagen de Dios Padre, al presentarlo como
un dios que satisface su honor ofendido mediante la muerte de un inocen-
te. A esta deformación contribuyó en gran parte la misma posición de Lu-
tero y su teoría de la sustitución penal. Para salir al paso, quizás nada me-
jor que subrayar que la Redención -y la misma Encarnación- son antes
que nada iniciativa del Padre. En Dives in misericordia, Juan Pablo II su-
braya intencionadamente que la redención es la fidelidad del Padre a su
amor por el hijo pródigo. Y junto a esto, subrayar la doble faceta de la
mediación realizada por Cristo: la mediación descendente y la mediación
ascente.
Sesboüé divide en dos secciones su esbozo teológico de una historia
doctrinal de la soteriología: sección primera, la mediación descendente
(pp.135-276), y la mediación ascendente (pp. 277-406), donde se analizan las
cuestiones referentes a la soteriologÍa que casi siempre han ocupado en ex-
clusiva la explicación de este tratado: sacrificio, expiación, propiciación, sa-
tisfacción. Con esta sencilla división de secciones, el lector se encuentra en
situación mejor para captar la obra del Mediador en su conjunto, evitando
así el reducirla a una de sus facetas.
En el estudio de la mediación ascendente, el Autor dedica un oportu-
no capítulo -De la sustitución a la solidaridad- a señalar las ventajas teoló-
gicas que se siguen de considerarla a la luz de la solidaridad de Cristo con
todo el género humano. «Esta solidaridad tiene su último fundamento en
el designio eterno de Dios que nos ha elegido en Cristo antes de la funda-
ción del mundo (d. Ef 1, 4). En ella el orden de la salvación respeta el
de la creación. La solidaridad tiene su fuente en el movimiento descendente
de la mediación de Cristo, pero se realiza y se acaba según el movimiento
ascendente que nos lleva al Padre como una sola familia y un solo cuerpo»
(p. 397).
En el amplio recorrido efectuado por el Autor a lo largo del libro
se destacan muchos aciertos, incluso en la formulación de cuestiones muy
conocidas. Así sucede, p. e., a la hora de presentar el pensamiento de S.
Anselmo (pp. 363-371) o el del mismo Lutero (pp. 386-389). A veces, sobre
todo para un lector que comienza a conocer los teólogos contemporáneos,
se desearía una información más amplia, que abarcase mayor número de
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Lucas F. MATEO-SECO
AA. VV., Studien zu Gregor 'lJon Nyssa und der christlichen Spatantike,
dirs. H. Drobner-Ch. Klock, Leiden 1990, 417 pp., 16 x 24,5.
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J. JosÉ ALVIAR
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c. S. LEWIS, Los cuatro amores, Rialp, Madrid 1991, 155 pp., 13,5 x 20.
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Esto es tal vez especialmente claro en el eros: Lewis llama eros a una
variedad propiamente humana de la sexualidad, que se desarrolla dentro del
amor. Al hablar del eros afirma que no subscribe la idea muy extendida
de que es la ausencia o presencia del eros lo que hace que el acto sexual
sea impuro o puro, degradante o hermoso, ilícito o lícito: «Dios no ha que-
rido que la distinción entre pecado y deber dependa de sentimientos subli-
mes. Ese acto, como cualquier otro, se justifica o no por criterios mucho
más prosaicos y definibles; por el cumplimiento o quebrantamiento de una
promesa, por la justicia o injusticia cometida, por la caridad o el egoísmo,
por.la obediencia o la desobediencia» (p. 104).
El deseo sexual, sin eros, quiere el placer sexual en sí: un hecho que
ocurre en el propio cuerpo, referido a nosotros; el eros quiere a la persona
amada, a una persona en particular, no el placer que puede procurar: «Lle-
ga a ser casi un modo de percepción y, enteramente, un modo de expre-
sión. Se siente como algo objetivado, algo que está fuera de uno, en el
mundo real» (p. 107).
Como en los demás amores naturales, incluso más, en su grandeza
está su peligro: «Su hablar como un dios, su compromiso total, su despre-
cio imprudente de la felicidad, su trascendencia ante la estimación de sí
mismo, suenan a mensaje de eternidad» (p. 119). Hay en él una cercanía
de Dios por semejanza, pero no, en consecuencia y necesariamente, una
cercanía de aproximación. Aunque por supuesto el eros, cuando está orde-
nado al amor a Dios y al prójimo, puede llegar a ser para nosotros un me-
dio de aproximación a Dios.
El compromiso total característico del eros es un paradigma o ejem-
plo, inherente a nuestra naturaleza, del amor que deberíamos profesar a
Dios y al hombre. En el eros, expontáneamente y sin esfuerzo, cumplimos
con la ley -hacia una persona-, de amar a nuestro prójimo como a noso-
tros mismos: «Es una imagen, un sabor anticipado de lo que llegaríamos
a ser para todos si el Amor en sí mismo imperara en nosotros sin rival
alguno» (p. 126). El eros borra la distinción entre dar y recibir. En el eros
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Por una parte, Dios comunica a los hombres una parte de su propio
Amor-dádiva, que es distinto de los amores-dádiva insertos en nuestra natu-
raleza. El Amor divino es enteramente desinteresado, quiere simplemente
lo que es mejor para el ser amado. Este amor hacia los hombres le permite
amar incluso lo que no parece naturalmente digno de amor. Pero además,
Dios capacita al cristiano para que tenga amor-dádiva hacia Él, «lo que es
Suyo por derecho, y que no existiría ni por un instante si dejara de ser
Suyo (como la canci6n en el que está cantando), lo ha hecho sin embargo
nuestro, de tal modo que podemos libremente ofrecérselo a Él, de nuevo»
(p. 142).
La segunda gracia concedida por Dios es un amor-necesidad sobrena-
tural de Él. El pleno reconocimiento, la total y complacida aceptaci6n de
la necesidad que tenemos de Dios: «Nos convertimos en alegres mendigos»
(p. 144); Y también un amor-necesidad de nuestros semejantes.
Por último, otra gracia que -según Lewis- Dios despierta en el
hombre, es un amor apreciativo sobrenatural hacia Él, una amor en cierto
modo desinteresado, por el que amamos y adoramos a Dios porque es bue-
no, digno de ser amado: «De entre todos los dones, éste es más deseable,
porque aquí, y no en nuestros amores naturales, ni tampoco en la ética,
radica el verdadero centro de toda la vida humana y angélica» (p. 154). Le-
wis se detiene aquí: «Con esto, donde un libro mejor podría empezar, debe
terminar el mío. No me atrevo a seguir» (p. 163). El ensayo no está teo16-
gicamente completo, pues s6lo describe la caridad, sin tratar de penetrar
en la fuente trinitaria del Amor divino.
Los cuatro amores es, en definitiva, un libro agudo y profundo, que
invita a pensar. Es muy valiosa su fenomenología de los distintos amores
naturales, y las reflexiones que le permiten unificarlos y evaluarlos en su
relaci6n con el amor divino. Lewis razona siempre desde nuestra experien-
cia, utilizando como instrumento la raz6n iluminada por la fe. Uno de sus
logros más destacables consiste, sin duda, en haber conseguido una explica-
ci6n onto16gica del amor, capaz de evitar cualquier sentimentalismo.
Ma Dolores ODERO
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nace que «en este complejo fen6meno habrá que distinguir caso por caso
-misi6n de los moralistas contemporáneos- sin echar nunca al olvido los
aspectos éticos» (t. 1, p. 284).
Aborda también el problema de la justificaci6n por la fe. Nos parece
interesante el planteamiento del problema y la soluci6n que apunta. Citan-
do a Donfried sostiene que «la vida cristiana se inicia con la justificaci6n,
se actualiza con la santificaci6n y se consuma con la salvaci6n» (t. 2, p.
42). Por tanto, concede un valor a las obras para la salvación, pues aunque
ésta se inicia con la fe en Cristo, ha de realizarse a lo largo de toda la vida,
en un esfuerzo contÍnuo para secundar la acci6n de la Gracia en el hom-
bre. «El hecho de que el cristiano esté invadido, penetrado por la gracia
de Dios, no suprime su esfuerzo moral sino que, por el contrario, lo esti-
mula. En esta consideraci6n de la obediencia exigida a los cristianos son
parecidas las posiciones de los teólogos evangélicos y las de los cat6licos»
(t. 2, p. 42).
Su postura respecto a la autenticidad de algunas cartas paulinas, así
como su teoría sobre la autenticidad de los escritos petrinos, se sitúa en
la línea de rechazo. Estimamos que el tema se trata con poca profundidad
y se nota una aceptación poco crítica de posturas, que hoy se están de nue-
vo revisando. Quizá hubiera sido preferible no tocar esos puntos, habida
cuenta de que el interés se centra en la ética y moral del Nuevo Testamen-
to. Por último, digamos que deja bien sentado que la fe, y en consecuencia
la moral, no puede ser relativizada según las circunstancias hist6ricas, ya
que su valor es de carácter absoluto, aunque en su aplicación haya de tener
en cuenta otros factores sociales, cambiantes de por sÍ.
A. GARCÍA-MoRENO
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ginal, y la denominada «Los Padres hoy», que cuenta con dos publicacio-
nes, consistentes en colecciones de textos: María en los Padres de la Iglesia
y el mensaje social en los Padres de la Iglesia. La nueva colección, denomi-
nada «Fuentes Patrísticas», ofrece, además de la versión castellana, el texto
original en latín o en griego con amplias introducciones y abundantes no-
tas a pie de página en orden a una mejor comprensión de cada escrito y
de cada pasaje. Se propone, así, cubrir un vacío existente en el ámbito his-
pánico e imitar empresas similares realizadas en otros países europeos, co-
mo por ejemplo la prestigiosa colección francesa «Sources Chrétiennes». El
Comité directivo de la colección «Fuentes Patrísticas» está formado por
importantes Profesores de Patrología de distintas Facultades españolas de
Teología y de otras instituciones universitarias: Eugenio Romero Pose, Di-
rector de la Colección y Profesor del Instituto Teológico Compostelano
(Santiago de Compostela), Mons. Francisco Javier Martínez Fernández,
Obispo Auxiliar de Madrid y Director del Instituto de Filología Clásica y
Semítica de la Fundación San Justino (Madrid), Carmelo Granado Bellido,
Rector de la Facultad de Teología de Granada, Juan José Ayán Calvo, Pro-
fesor de esa misma Facultad, Argimiro Velasco Delgado, Profesor de la Fa-
cultad de Teología «San Vicente Ferrer»de Valencia, Domingo Ramos-
Lissón, Director del Instituto de Historia de la Iglesia de la Facultad de
Teología de la Universidad de Navarra, Marcelo Merino Rodríguez, Profe-
sor de ese mismo Instituto, Joaquín Pascual Toró, Profesor de la Facultad
de Teología de Valencia, y Ramón Trevijano Etcheverría, Profesor de la
Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca.
El .presente volumen ofrece una edición bilingüe de las siete cartas
de San Ignacio de Antioquía, con una amplia introducción en la que se ha
tratado de presentar el estado actual de la investigación sobre Ignacio. El
texto griego de las cartas va acompañado de un doble aparato de notas: el
primero recoge las variantes más importantes que se observan entre los di-
versos editores, ya que no se trata de una nueva edición crítica, pues el
texto usado y sometido a revisión comparativa con otras ediciones es el
de F. X. Funk, Patres Apostolici, Tubingae, 2 a ed., 1901; el segundo, las
citas bíblicas, tanto explícitas como implícitas, más abundantes que en la
edición de Funk. La traducción castellana se acompaña de notas en las que
el lector puede encontrar bien textos paralelos del mismo Ignacio o de
otros autores, bien explicaciones o referencias que ayudan a comprender
el pensamiento del mártir Ignacio. Por su relación, el epistolario ignaciano
se edita junto a la carta que Policarpo escribió a los filipenses. Asimismo
se recoge en el presente volumen el comúnmente llamado «Martirio de Po-
licarpo» que, en realidad, no es sino la carta que la iglesia de Esmirna escri-
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ALBERTO VICIANO
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CLAUDIO BASEVI
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E. DE LA LAMA
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