Está en la página 1de 21

¿El lugar de la Mujer ?

Linda McDowell y Doreen Massey

En: Geography matters: a reader. Doreen Massey (ed) Cambridge University


Press, 1987, pp 128-147
Traducción Perla Zusman

El siglo XIX vivió la expansión de las relaciones capitalistas de producción en


Gran Bretaña. Desde el punto de vista geográfico, se trataba de procesos
desiguales y diferenciados, y las diferencias económicas resultantes entre las
regiones son bien conocidas: el surgimiento de las áreas carboníferas, las
áreas textiles, los cambios sociales y económicos dramáticos en la
organización de la agricultura y así subsiguientemente. Cada una de ellas era
reflejo del período de dominancia que la economía de Reino Unido gozó
durante la división internacional del trabajo en el siglo XIX. En esta amplia
división del trabajo espacial, en otras palabras, las diferentes regiones de Gran
Bretaña jugaron diferentes papeles, y sus estructuras económicas y de
empleos consecuentes también se desarrollaron a lo largo de diferentes
caminos.

Pero la difusión de las relaciones capitalistas de producción fue también


acompañada por otros cambios. En particular, ella desbarató el tipo de
relaciones existentes entre mujeres y hombres. La antigua forma patriarcal de
producción doméstica fue desgarrada, el patrón establecido de las relaciones
entre sexos fue puesto en cuestión. Este también fue un proceso que varió en
extensión y en su naturaleza entre las partes del país, y una de las influencias
cruciales en esta variación fue la naturaleza de las estructuras económicas
emergentes. En cada una de estas diferentes áreas “capitalismo” y
“patriarcado” fueron conjuntamente articulados, acomodados uno al otro en
formas diferenciadas.

Es este proceso el que deseamos examinar aquí. De forma esquemática,


estamos sosteniendo que las formas contrastantes del desarrollo económico en
las diferentes partes del país presentan condiciones distintivas para el
mantenimiento de la dominación masculina. De forma extremadamente
esquemática, el capitalismo presentaba al patriarcado diferentes desafíos en
diferentes partes del país. El problema era en qué manera los términos de
dominación masculina podrían ser reformulados dentro de estas condiciones
cambiantes. Más aún, este proceso de acomodación entre el capitalismo y el
patriarcado produjo una síntesis diferente de ambos en lugares diferentes. Era
una síntesis que se hizo claramente visible en la naturaleza de las relaciones
de género, y en las vidas de las mujeres.

La temática de la síntesis de los aspectos de la sociedad dentro de lugares


diferentes es examinada en las cuatro siguientes subsecciones de este
capítulo. En otras palabras, estamos interesados en toda esta compleja
constelación de factores que hacen a la unicidad del lugar.

Hemos elegido examinar cuatro áreas. Ellas resultan ser lugares donde, no
sólo dominan diferentes “industrias” en el sentido sectorial, sino que también
diferentes formas sociales de producción: las minas de carbón en el noreste de
Inglaterra, el trabajo en las fábricas de algodón en las ciudades, el trabajo
pesado en el interior de Londres, y el trabajo agrícola en cuadrillas en el Fens.
En un capítulo no podemos hacer justicia a la complejidad de las síntesis que
son establecidas en áreas tan diferentes. Todo lo que intentamos hacer es
ilustrar nuestra argumentación a través de iluminar las líneas de contraste más
significativas.

Desde el momento de la construcción de este mosaico de diferencias en el


siglo XIX todas estas regiones han sufrido cambios. En el segundo grupo de
secciones saltamos a las últimas décadas del siglo XX y nos preguntamos
“¿dónde ellas están ahora?” Queda claro que, a pesar de los cambios
nacionales más importantes, de los que podría esperarse que se suavizaran los
contrastes, en términos de las relaciones de género y de las vidas de las
mujeres, las áreas son aún distintas. Pero ellas son distintas hoy de diferentes
formas. Cada una es aún única, a pesar de que cada una ha cambiado. En la
última sección ponemos nuestra atención en dos líneas de la reproducción y
transformación de la unicidad. En primer lugar, ha habido diferentes cambios
en la estructura económica de las áreas. Ellos han sido incorporados de
manera diferente dentro de la más amplia nueva división espacial del trabajo,
en realidad, dentro de la nueva división internacional del trabajo. Los procesos
nacionales de cambio en la economía inglesa, en otras palabras, no han
operado de igual manera en cada una de las áreas. Las nuevas capas de la
actividad o inactividad económica, que se han impuesto en las antiguas áreas,
al igual que lo fueron las antiguas, resultan ser diferentes en los diferentes
lugares. Sin embargo, y en segundo lugar, el impacto de los cambios más
recientes han sido moldeados por las condiciones diferentes existentes, la
herencia acumulada del pasado, produjo combinaciones resultantes distintas.
“Lo local” ha tenido su impacto en la operacionalización de “lo nacional”.

El siglo XIX

El carbón es para nuestra vida: ¿a quién pertenece esta vida?

Peligro y monotonía; solidaridad masculina y opresión femenina - esto resume


la vida en las ciudades de las minas de carbón de Co. Durham durante gran
parte del siglo XIX. Aquí la separación de las vidas de los hombres y las
mujeres era virtualmente total: los hombres eran los sostenedores de la familia,
las mujeres las trabajadoras domésticas, a pesar de ser casi los “ángeles de la
casa” que configuraron, de manera amplia, la idealización de las mujeres
victorianas de clase media. Las áreas mineras de carbón de Durham proveen
un ejemplo claro de cómo los cambios en la organización económica de la
Inglaterra victoriana interactúaron con una visión particular del lugar de las
mujeres para producir una sociedad rígidamente jerárquica y patriarcal. Estas
ciudades fueron dominadas por las minas y por los dueños de las minas.
Virtualmente todos los hombres ganaban sus vidas en las minas y las minas
eran casi exclusivamente un reducto masculino ya que, desde mediados de
siglo, el trabajo de las mujeres estuvo prohibido. Los hombres eran el
proletariado industrial que vendía su fuerza de trabajo a un empleador
monopólico, que también era dueño de su casa. El empleo en la mina era
sucio, peligroso y aventurado. Diariamente, los hombres arriesgaban sus vidas
en condiciones aterrantes. Los riesgos compartidos contribuyeron a constituir
una forma particular de solidaridad masculina, y a dotar al trabajo manual de
los atributos de masculinidad y virilidad. Los peligros compartidos en el trabajo
llevaron a que entre los hombres se compartieran intereses fuera del trabajo:
un lenguaje minero común, clubs y bares comunes, intereses comunes en el
rugby. La prohibición de la participación de las mujeres del mundo del trabajo
de los hombres, de esta manera, significaba su exclusión de la vida política y
social.

Los empleos para las mujeres en estas áreas eran escasos. Servicio doméstico
para las mujeres más jóvenes; para las mujeres casadas empleos mal pagados
y ocasionales en sectores tales como lavandería, cuidado de niños o
decoración. Pero, la mayor parte de las familias estaban en la misma posición:
había poco dinero en efectivo para gastar en este tipo de servicios en familias
que, frecuentemente, dependían de una única fuente de salario masculino.
Para las esposas de los mineros casi sin excepción y para muchas de sus
hijas, el trabajo no remunerado en el hogar era la única opción de hacer que el
tiempo pasara. Y aquí las relaciones económicas y sociales desiguales entre
los hombres y las mujeres impuestas por las organización social minera
acresentaba la posición subordinada de las mujeres. El trabajo en la mina
resultaba una frontera doméstica enorme entre su esposa y su familia. El
trabajo subterráneo era sucio y esta situación perduró hasta la instalación de
duchas en las bocas de las minas y de ropas protectoras. Las ropas de trabajo
deberían ser hervidas en calderas sobre el fuego que debería calentar toda el
agua para lavar las ropas, la gente y los suelos. El turno de trabajo masculino
aumentó el trabajo doméstico femenino: las ropas debían ser lavadas, las
espaldas fregadas y las comidas calientes preparadas a toda hora del día y la
noche:

‘Voy a dormir sólo los domingos a la noche, decía la mujer de un minero; ‘mi marido y nuestros
tres hijos tienen todos diferentes turnos, y uno u otro entra o sale de la la casa y requiere una
comida cada tres de las veinticuatro horas ‘ (Webb, 1921, pp.71-2)

Un ejemplo extremo, quizás, pero no excepcional.

Estos mineros de Durham, oprimidos en el trabajo, frecuentemente actuaban


tiránicamente en su propio hogar, dominando a sus mujeres en una forma
opresiva y amenazadora. Ellos parecen haber “reaccionado a [ su propia ]
explotación no a través de la lucha de la clase contra el capitalismo, sino como
un grupo de género oponiéndose a las mujeres - o más áun dentro de un
marco de solidaridad sexual contra una mujer específica elegida y enjaulada
para este propósito explícito” (Frankenberg, 1976, p. 40). Los hombres son los
jefes en el hogar. Aquí está el hombre de Durham, que baja a la mina en 1920
describiendo a su padre:

Era un hombre autosuficiente. Si había tres panes el quería el mayor. Se sentaría en la mesa
con su cuchillo y tenedor antes que la comida estuviese preparada....Nadie podría tomar el
diario antes de que él lo hubiera leído (Strong Words Collective, 1977, pp. 11-12).
De esta manera, las relaciones de género adquirían una forma particular en
estas ciudades mineras. Las ideologías nacionales y las condiciones locales
trabajaban conjuntamente para producir una única clase de relaciones
patriarcales basadas en la separación extrema de la vida de los hombres de la
vida de las mujeres. La supremacía masculina, el predominio masculino en
toda área de la vida económica y social se transformaba en un hecho dado y
casi no cuestionado. El poder patriarcal en esta parte del país permaneció casi
sin alteraciones hasta casi mitad del siglo siguiente.

Las ciudades algodoneras: ¿ la casa dada vuelta?

Las imágenes de ama de casa y sostén de familia tienen, por supuesto, un


carácter nacional, común a todo el capitalismo británico, y no solo son propias
de las áreas de explotación de carbón. Pero ellas adquirieron un carácter más
extremo en estas regiones y tomaron formas particulares; existiendo
diferencias entre las áreas carboníferas y las otras partes del país.

Los pueblos algodoneros del noroeste de Inglaterra son, probablemente, el


mejor ejemplo de ello, ya que fueron la otra punta del espectro, y la mejor
muestra de ello ha sido la larga historia del trabajo remunerado de la mujer
fuera del hogar. Frecuentemente se olvida hasta qué punto las mujeres fueron
la primera fuerza del capitalismo industrial de base fabril. “En este sentido, la
industria moderna fue un desafío directo a la división sexual tradicional del
trabajo en la producción social” (Alexander, 1982, p. 41). Y fue en la industria
del algodón alrededor de Manchester donde este desafío tuvo su base por
primera vez.

La manutención de las relaciones patriarcales en tal situación fue (y ha sido)


una tarea diferente y, en muchos sentidos, más dificil que en Durham. Sin
embargo, el desafío ha sido aceptado. En verdad, el hilado que en la
organización doméstica de la industria textil era llevado adelante por las
mujeres, fue asumido por los hombres. El trabajo en el hilado pasó a ser
clasificado como ‘pesado’, como consecuencia, este debía ser realizado por los
hombres, y (también como consecuencia) este requería cierta destreza (Hall,
1982). El mantenimiento de las prerrogativa masculina era consciente y
organizada frente a las amenazas del empleo femenino.

Los usuarios de las máquinas de hilar no arriesgan su dominación...en su encuentro en la Isla


de Man en 1829 los hilanderos estipularon “que ninguna persona aprendería o se le permitiría
aprender a hilar a excepción del hijo, el hermano o el sobrino huérfano de los hilanderos”. A
aquellas mujeres hilanderas que habían conseguido mantener su posición se les había
aconsejado formar su propia unión. De ahí en adelante la entrada a la industria estaba muy
sutilmente controlada y los días de las hilanderas femeninas, en verdad, estaban contados.
(Hall, 1982, p. 22)

Pero si los hombres ganaban en el campo del hilado, ellos perdían (en esos
términos) en los tejidos. La introducción del poder del telar fue crucial. Con
este, el sistema fabril quedó bajo la responsabilidad de los tejidos de telar
manuales, y en estas fábricas eran empleados principalmente las mujeres y los
niños. Ello presentó un desafío real:
Los hombres, anteriormente jefes de las viviendas productivas fueron desempleados o pasaron
a recibir una renta miserable en su trabajo, mientras que sus esposas e hijos fueron llevados a
las fábricas. (Hall, 1982, p. 24).

El problema no quedó confinado a las tejedoras. Debido a que en algunos


pueblos un número significativo de mujeres casadas pasó a trabajar en el tejido
otros trabajos fueron creados para otras mujeres, monetarizando aspectos del
trabajo doméstico (lavado y costura, por ejemplo) que, de otra manera, hubiera
sido realizado sin remuneración alguna por las mujeres tejedoras. Más aún, la
disminución del empleo masculino, la caída de los salarios, proveyó a las
mujeres de otro incentivo para ganar su propio salario (Anderson, 1971).

La situación produjo un escándalo entre las clases medias victorianas y


presentó una competición seria para los hombres de clase trabajadora. Se
produjo “aquello que ha sido descrito como ‘coincidencia de intereses’ entre
filántropos, el estado - que representaba los intereses colectivos del capital - y
la clase trabajadora masculina representados por el movimiento sindicalista y el
Cartismo - que cooperó en la reducción del trabajo femenino y de los niños y
limitó la duración de la jornada de trabajo” (Hall, 1982, p. 25). De la misma
manera, a nivel nacional, se desarrollaron y refinaron argumentos acerca del
“salario familiar” como una manera más de subordinar el trabajo femenino
remunerado (por una migaja de dinero) al masculino (para sostener a la
familia). La transformación de la produccióin doméstica al de producción fabril,
una transformación que tuvo lugar primero en los pueblos algodoneros,

“provocó, como hemos visto, un período de transición y re-acomodación en la división sexual


del trabajo. La ruptura en la economía familiar, con la amenaza que esto podría presentar para
el jefe de familia, quien habiéndose enfrentado ya la pérdida del control sobre su propio trabajo,
demandaba un re-aseguro de la autoridad masculina.” (Hall, 1982, p. 27)

Sin embargo, a pesar de este reaseguro, la distinción de las áreas algodoneras


se mantuvo. En ellas hubo más mujeres en los trabajos remunerados, y
particularmente en aquellos que exigían una destreza relativa, en la industria
textil y en esta parte del país más que en cualquier otra:

“En muchos casos la familia no está completamente disuelta por el empleo de la esposa, pero
ello trastocó todos los papeles. La esposa sostiene la familia, su marido se sienta en su casa,
atiende a los niños, limpia las habitaciones y la cocina. Esta situación se da frecuentemente:
sólo en Manchester donde pueden encontrarse cientos de hombres, condenados a las
ocupaciones domésticas. Es fácil imaginarse la ira que se ha levantado entre los trabajadores
por esta reversión de todas las relaciones dentro de la familia, mientras que las otras
condiciones sociales permanecen sin cambios “(Engels, 1969 edn, p. 173).

Esta tradición de trabajo remunerado entre las mujeres de Lancashire, más


desarrollada que en otras partes del país, se ha mantenido. En los inicios del
siglo XX, Liddington escribe “¿Por qué tantas mujeres de Lancashire salen a
trabajar? Con el cambio del siglo los factores económicos han sido reforzados
más aún por tres generaciones de convenciones sociales. Se ha tornado casi
impensable que la mujer no trabaje “(1979, pp 98-9).

Y este giro en la tradición ha tenido amplios efectos. Las mujeres de


Lancashire se adhirieron a los sindicatos en una escala desconocida en
cualquier otro punto del país: “su participación fue aceptada como parte de la
conducta femenina normal en los pueblos algodoneros “(Liddington, 1979, p.
99). En el siglo XIX las niñas hiladoras independientes se reapropiaban de su
impertinencia; en relación a las mujeres del cambio de siglo de los pueblos
algodoneros Liddignton escribía: “Las mujeres de Lancashire, sindicalizadas en
forma masiva eran incomparables a las de cualquier otro lugar, eran
organizadas, independientes y orgullosas”(1979, p. 99) .

Y es sobre esta base de organización del trabajo de las mujeres que surgieron
las campañas de sufragio local de los inicios del siglo XX. “Lancashire debe
ocupar un lugar especial en las mentes de las historiadoras feministas. Las
sufragantes radicales surgen de una cultura industrial que les permite organizar
una amplia campaña política para mujeres trabajadoras como ellas “(p.98).

Las sufragantes radicales mezclan el trabajo clasista con la política feminista


de una forma que desafía tanto a los sufragantes de la clase media como a los
hombres de clase trabajadora. Finalmente, a pesar de que era precisamente su
unicidad las que las dejó aisladas - su unicidad como sindicalistas radicales y
mujeres, e, irónicamente su base altamente regional:

Las sufragantes radicales fracasaron finalmente en alcanzar el impacto político que buscaban.
Las reformas por las que ellas luchaban - de las cuales la más importante era el voto
parlamentario - demandaba el respaldo de la legislatura nacional en Westminster. Miles de
trabajadoras en los pueblos algodoneros de Lancashire apoyaron su campaña, y las
trabajadoras del algodón representaban cinco de cada seis entre todas las miembras
sindicalizadas. Ningún otro grupo de trabajadoras podría alcanzar este nivel de organización,
su (relativamente) altos salarios y la confianza que tenían en su propio status como
trabajadoras habilidosas. Esta fuerza, sin embargo, era más regional que nacional, y cuando
trataron de aplicar sus tácticas a las mujeres de clase trabajadora de otras partes o a la arena
política nacional, tuvieron poco éxito. En última instancia la fuerza de la localización de las
sufragantes radicales resultó ser, en amplia medida, su debilidad. (Liddington, 1979, p. 110)

La industria del vestido en Hackney: ¿un trabajo adecuado para la mujer?

Pero existían otras industrias en otras partes del país donde las mujeres
estaban igualmente involucradas en el trabajo remunerado, donde las
condiciones eran tan malas como en las tejedurías de algodón, más aún
donde, en este período, ningún murmuro se levantó contra su empleo. Una de
estas áreas fue Hackney, dominada por industrias donde el trabajo pesado era
la forma principal de organización laboral.

¿Qué es lo que diferenciaba la forma de relación salarial de las mujeres desde


el punto de vista de los hombres? ¿Qué es lo que resultaba tan amenazante en
relación al trabajo femenino? Hall (1982) enumera una serie de aspectos que
aparecían como amenazantes. En primer lugar el trabajo es ahora remunerado.
Las mujeres con un salario propio han tenido un grado de potencialidad que
inquieta debido a su independencia financiera. Pero las tejedurías de
Lancashire y los oficios pesados londinenses tenían esto en común. Los
primeros se diferenciaban de los segundos por una separación espacial entre
el hogar y el lugar de trabajo. La forma de organización dominante del proceso
de trabajo en los oficios forzados en Londres fue el trabajo en el hogar. Los
trabajos remunerados eran llevados al hogar; en Lancashire, el lugar de
nacimiento del sistema fabril, el trabajo remunerado significaba hasta ahora
dejar la casa e ir a la hilandería. No era tanto ‘el trabajar’ como ‘el salir’ a
trabajar lo que amenazaba el orden patriarcal. Y ello resultaba una amenaza en
dos sentidos: amenazaba la destreza de las mujeres para desarrollar de forma
adecuada su rol doméstico frente a los hombres y los niños, y le daba un
ingreso en la vida pública, con compañías mezcladas, una vida no definida por
la familia y el marido.

Fue entonces, cuando un cambio en la organización social y espacial del


trabajo fue crucial. Y este cambio afectó tanto a las mujeres como a los
hombres. Las mujeres de Lancashire verdaderamente salieron de la casa. Los
efectos del trabajo en el hogar son muy diferentes: el trabajador permanece
confinado a los espacios privatizados e individualizados del hogar, aislado de
otros trabajadores. La posibilidad de sindicalización de las mujeres en las
tejedurías de algodón ha sido siempre un poco más alta que entre las mujeres
que trabajan en el hogar en Londres.

Pero esto no fue todo. Ya que la naturaleza de los trabajos también afectó en
términos del impacto potencial a las relaciones de género:

Sólo aquellos tipos de trabajos que coinciden con la esfera natural de la mujer podían ser
estimulados. Tal discriminación tenía poco que ver con el peligro de inconfortabilidad en lo que
se refiere al trabajo. No había mucho para elegir - si nuestro criterio es arriesgar la vida o la
salud - entre el trabajo en minas y en los comercios de confección de ropa en Londres. Pero
nadie sugirió que el trabajo pesado de confección debería estar prohibido a las mujeres
(Alexander, 1982, p. 33) .

Volviendo al contraste entre las áreas carboníferas y los pueblos algodoneros y


a la relación entre cada una de las estructuras económicas y las relaciones y
roles de género, queda claro que la diferencia entre ambas áreas no se basa
simplemente en la presencia/ausencia de trabajo remunerado. En verdad,
nosotros hemos sugerido otros elementos, tales como toda la ideología o la
virilidad vinculada con el trabajo en las minas. Pero también ello está vinculado
al tipo de trabajo de las mujeres en Lancashire: esto quiere decir trabajo fabril
con máquinas y fuera de la casa. En la industria forzada en el siglo XIX en
Londres el capitalismo y el patriarcado conjuntamente significaban una
amenaza menos inmediata a la dominación de lo hombres.

Existieron también otras formas por las cuales el capitalismo y el patriarcado se


interrelacionaban en el interior de Londres de aquella época para producir un
beneficio específico. Las industrias forzadas en las que las mujeres trabajaban,
y , en particular, la del vestido estaban localizadas por una variedad de razones
en las áreas interiores de las metrópolis, entre ellas la localización clásica era
aquellas de acceso rápido a los mercados de alta rotatividad. Ellos necesitaban
también mano de obra y mano de obra barata. El trabajo en la casa, además
de ser una afrenta a las relaciones patriarcales, permitía el mantenimiento bajo
de los costos. Sin embargo, los costos (salarios) se mantenían también bajos
por disponibilidad de mano de obra. En parte esto era el resultado de la
inmigración y de la posición vulnerable de los inmigrantes en el mercado de
trabajo. Sin embargo, ello estaba relacionado con el pago predominantemente
bajo y la naturaleza irregular del empleo masculino (Harrison, 1983, p. 42). Las
mujeres en Hackney necesitaban trabajar por un salario. Y esta particular
articulación entre las influencias patriarcales y otros ‘factores locacionales’
funcionaron suficientemente bien en la industria del vestido.

Pero dado aún que la organización social en Hackney y la naturaleza del


trabajo femenino era menos amenazante para los hombres que en los pueblos
algodoneros, existían todavía batallas defensivas a ser libradas. La fuerza de
trabajo de los inmigrantes recien llegados incluía también hombres.
Claramente, los dos sexos podían desempeñar los mismos empleos, estaban
en condiciones de tener igual status, o recibir el mismo pago, lo cual podría ser
perjudicial para el dominio masculino. La historia de la emergencia de la
división sexual del trabajo dentro de la industria del vestido estaba intimamente
ligada con el mantenimiento del dominio masculino en la comunidad
inmigrante. Ellos no usaban los criterios confusos y contradictorios de
‘destreza’ o ‘trabajo pesado’ empleados en forma exitosa en Lancashire. En el
ámbito del vestido cualquier diferenciación funcionaría. Phillips y Taylor (1980)
han relatado la historia del establecimiento de la división sexual del trabajo en
la producción, basada en pequeños tests de diferenciación de empleos,
cambios en aquella diferencias a través del tiempo, y su uso en cualquiera de
sus formas que ellas adquiriesen para determinar el vínculo entre empleos
masculinos y mayor destreza y empleo femenino y menor habilidad.

Vida rural y trabajo

Nuestro ejemplo final es extraído de los Fenlands del Este de Anglia, donde la
división de trabajo y las relaciones de género una vez más adquirieron una
forma diferente. En las poblaciones rurales y caseríos del siglo XIX del este de
Anglia así como en los pueblos algodoneros de Lancashire, muchas mujeres
“salían a trabajar”. Pero aquí no había ni industria del carbón, ni fábricas de
producción textil, ni trabajo pesado en la industria del vestido. La vida
económica estaba dominada en forma amplia por la agricultura. Y en esta parte
del país los campos eran grandes, y el gran volumen de la población era
proletariado agrícola sin tierra. Los suelos negros demandaban mucho trabajo
en tareas de endicamiento, abertura de zanjas, limpieza, levantamiento de
piedras, eliminación de hierbas malas para ponerlas en condiciones de “Una
nueva agricultura”, justificaba así la extensión de la tierra arable en el siglo XIX
(Samuel, 1975, pp. 12 y 18). Las mujeres formaban parte integral de la fuerza
de trabajo agrícola, haciendo trabajos pesados de todo tipo en la tierra, y
provocando los mismos escándalos morales que produjo el empleo de las
mujeres en las tejedurías de Lancashire:

los pobres salarios que la mayor parte de los trabajadores pueden recibir fuerzan a sus
esposas a vender también su mano de obra, y a continuar trabajando en los campos. Desde
los ojos victorianos, este fue un anatema ya que dio a las mujeres una independencia y libertad
impropia a su sexo.’ ‘La sensación de independencia de la sociedad que ellas adquieren
cuando tienen trabajo remunerado en sus manos, sea en los campos en los graneros, etc
parece disminuir el tono moral o decente de las niñas campesinas’, escribía Dr. Henry Hunter
en su informe al Privy Council en 1864. Todos estos empleos gregarios dan un carácter
despectivo a la apariencia y hábitos de las niñas, mientras que la dependencia sobre los
hombres para la manutención es el despertar de una forma modesta y agradable de
comportamiento ‘. El primer informe de los Comisionados en el Empleo de los niños, personas
jóvenes y mujeres en la agricultura en 1867, pone más énfasis en esta cuestión, ya que
considera que no sólo el trabajo en la tierra ‘casi asexúa a la mujer’, sino que también genera
una dificil situación social al colocarla en una situación impropia e inadecuada para las
obligaciones domésticas que le son propias’. (Chamberlain, 1975, p. 17).

La estructura social y espacial de las comunidades rurales de esta área


tambien influyen en la disponibilidad y naturaleza del trabajo. Aparte del trabajo
en la tierra, existían pocas oportunidades para las mujeres de ganar su salario.
Aún cuando ellas no dejaran la población de forma permanente a menudo, les
era necesario recorrer largas distancias, frecuentemente en grupos, teniendo
ello repercusiones más serias a los ojos del sistema Victoriano:

la forma de trabajo que más desprestigiaba a una niña, desde el punto de vista de la
respetabilidad burguesa, era el sistema de ‘cuadrillas’ ella provocó la formación de una
comisión especial de investigación, y gran parte de comentarios escandalizantes, de 1860. Ella
se estableció de forma firme en los distritos del Fen del Este de Anglia y en las Midlands del
Este. Los campos de estas partes tendían a ser extensos pero la población trabajadora tendía
a dispersarse. Por lo tanto, la mano de obra que ara la tierra tenía que ser traída desde lejos,
frecuentemente bajo la forma de cuadrillas de viaje, que iban de un campo a otro para cumplir
tareas específicas. (Kitteringham, 1975, p. 98)

Se pueden observar aquí una situación familiar con la de Lancashire. Y, sin


embargo, las cosas eran diferentes en los Fens. A pesar de todas las
amenazas a la moralidad, la domesticidad, la femeneidad y la subordinación
femenina general, ‘el salir a trabajar’ la tierra para la mujer en los Fens, o aún
más, el ir en cuadrillas para salir por un tiempo de la población no ha
repercutido en algún tipo de cambio social, o en una ruptura real de las formas
establecidas, como ocurrió en Lancashire. En esta área, el trabajo remunerado
femenino parece no presentar una amenaza a las supremacía masculina
dentro del hogar. Parte de la explicación yace en la naturaleza diferenciada del
trabajo femenino. Este trabajo en la agricultura es frecuentemente estacional.
La organización social y espacial del trabajo agrícola era muy diferente del de
la fábrica, y siempre inseguro. Cada cuadrilla negociaba los escalafones
salariales independientemente con los grandes propietarios de tierras, las
mujeres ni estaban sindicalizadas, ni trabajaban en fábricas, ni eran
proletariado industrial en el mismo sentido que las mujeres tejedoras lo eran en
los pueblos algodoneros. También, parte de la explicación yace en la
organización del trabajo masculino, como en la poblaciones carboníferas. Los
hombres, también, eran predominantemente, trabajadores agrícolas, sin
embargo ellos eran empleados de forma anual más que estacional, y como el
trabajo en minas, el de la agricultura, es pesado y sucio e impone a las mujeres
rurales límites semejantes en el trabajo doméstico.

Una influencia aún mayor puede observarse en la vida en la población rural, la


cual, desde el punto de vista social, sexual, y político era, arrolladoramente
conservadora. Las mujeres trabajadoras rurales de esta área no se han
radicalizado tanto como las mujeres de los pueblos algodoneros. Las
relaciones entre los sexos se mantuvieron sin cambios. Las mujeres sirvieron a
sus hombres y tanto los hombres como las mujeres servían al propietario local
de la tierra; desde el punto de vista político nadie balanceaba el barco:
Cuando Los Coatesworths gobernaban la población votar a los tories significaba conseguir y
mantener un empleo. El partido liberal era el de los desempleados y de los indignos...La
preocupación política no estuvo confinada a los hombres. Las mujeres también estaban
interesadas en ella. Ellas debían estarlo. La elección política de los hombres afectaba de
manera crucial a su empleo y a sus vidas (Chamberlain, 1975, p. 130).

¿Dónde ellas están hoy?

¿Cómo es la vida hoy en estas áreas hoy? ¿Las actitudes tradicionales acerca
del lugar de las mujeres en el hogar en las áreas de industria pesada han
sobrevivido los cambios de la postguerra? ¿Las mujeres de Lancashire han
conseguido mantener la independencia que tanto ha preocupado a la clase
media victoriana? En este siglo ha habido enormes cambios en muchas áreas
de la vida económica y social. La revolución en las comunicaciones ha
vinculado a todas las partes del país entre sí, la TV, la radio, el video, la prensa
nacional ha reducido el aislamiento regional y ha incrementado la facilidad con
la cual las nuevas ideas y actitudes se diseminan. Los cambios en las
costumbres sociales, en el rol de la familia, en los procesos de trabajo de las
tareas domésticas, el crecimiento en los índices de divorcio, y el rapido
crecimiento en la participación de las mujeres en el trabajo remunerado entre la
Segunda Guerra Mundial y el fin de los setenta han tenido su impacto. Y
todavía, podemos sostener aquí que las diferencias regionales permanecen.

Como decimos en la introducción, existen dos líneas que debemos seguir en


este proceso de reproducción de la unicidad local. La primera tiene que ver con
la diferenciación geográfica en la operación de los procesos nacionales. Más
del 40% de la fuerza de trabajo nacional remunerada en el Reino Unido hoy
está conformada por las mujeres: la mayoría de ellas casadas. Una de las
consecuencias de este aumento de empleos ‘para las mujeres’ ha sido,
paradójicamente, tanto el crecimiento como la reducción de las diferencias
regionales. La división del trabajo desde la componente de género está
cambiando de forma diferente en diferentes áreas en respuesta, en parte, a los
patrones previos. Las disparidades regionales en la proporción de las mujeres
que trabajan están desapareciendo, pero el corolario de esto, es por supuesto,
una más alta proporción de empleos nuevos y en expansión en aquellas
regiones donde anteriormente pocas mujeres estaban involucradas en el
trabajo remunerado. Las cuatro regiones son aprovechadas de maneras
diferentes dentro de la nueva estructura nacional de empleo y desempleo. No
podemos nosotros aquí intentar explicar este nuevo patrón espacial. Algo que
nosotros podemos insinuar, es que la forma de las relaciones de género, y la
historia social y económica de las mujeres en cada uno de estos lugares,
puede ser un hilo en esta explicación, aunque no sea la única.

Las áreas, por lo tanto, han experimentado diferentes tipos de cambios en su


estructura económica. En muchas formas el crecimiento de los empleos para
las mujeres ha tenido una importancia más significativa en el noroeste y el este
de Anglia que en los pueblos algodoneros o en Hackney. Pero este no es el
final de la historia. Porque estos cambios se han combinado con las
condiciones locales existentes y estos han influenciado en su operación y en su
efecto. El impacto en el crecimiento de empleos para las mujeres no ha sido el
mismo en los Fens que en las áreas carboníferas del noreste. Esta es, por lo
tanto, la segunda línea en nuestra discusión de la reproducción de la unicidad
local.

En el resto de este capítulo tratamos de mostrar los vínculos entre los patrones
pasados y presentes, en qué medida los cambios de actitudes hacia el papel
de las mujeres y los hombres en el trabajo y en la familia en diferentes partes
del país (vinculados a los roles económicos previos) tanto influyen como son
influenciados por los cambios nacionales en la naturaleza y organización del
empleo remunerado, a lo largo del tiempo. La división del trabajo actual desde
la componente de género en lugares particulares es el resultado de la
combinación a través del tiempo de fases sucesivas. El espacio y la
localización aún cuentan. La estructura de las relaciones entre los hombres y
las mujeres varía entre y al interior de las regiones. La vida en el interior de
Londres no es la misma que en los Fenlands, o en los campos carboníferos del
noreste, o en los pueblos textiles de Manchester. La división del trabajo actual
entre mujeres y hombres es diferente, el empleo remunerado está estructurado
y organizado de forma diferencial, y aún, sus formas espaciales varían de una
parte del país a otra.

¿El carbón era nuestra vida?

El declinio del trabajo en las minas es un aspecto muy conocido de los cambios
de la economía de pos-guerra en Bretaña. ¿Cómo ha afectado este declinio en
su forma de vida tradicional a los hombres y mujeres del noreste ? ¿Los
cambios han desafiado o reforzado el machismo tradicional del noreste? Lo
que está sucediendo en el noreste hoy, de muchas maneras, rememora
algunas de las imágenes - y la alarma social - generada en los pueblos
algodoneros cientos de años antes. Es ahora, en el noreste, que las casas
están ‘dadas vuelta’ y el patriarcado está amenazado por la salida de la mujer
para trabajar. En los inicios de los años sesenta, algo menos aún que un cuarto
de las mujeres adultas en las antiguas áreas carboníferas tenían trabajos
remunerados fuera de sus casas. Las cifras se han más que doblado desde
entonces. Y parte de la explicación reside en la distinción local, en la unicidad
de estas áreas que tiene su origen en el siglo XIX. Las mujeres de esta área no
tienen tradición ni en el trabajo remunerado, ni en la experiencia sindical. Eran,
por supuesto, este conjunto de rasgos los que resultaban atractivos a las
industrias empleadoras de mano de obra femenina y que abrieron filiales de
sus plantas en número creciente en Co. Durham entre los sesenta y setenta.

Los nuevos empleos que llegaron al noreste estaban destinados , entonces,


principalmente a las mujeres. Ellos estaban localizados en los estados
industriales y en la segunda región de las nuevas poblaciones construidas para
atraer la inversión industrial y también para mejorar las condiciones de la
vivienda. Las mujeres que se trasladaban a las nuevas poblaciones de Peterlee
y Washington proveían de una mano de obra barata, flexible, sin experiencia y
cautiva a las firmas que llegaban. Y a ello se suma, la pérdida de empleos
masculinos unido al aumento de las rentas provocada por la mudanza a nuevas
viviendas lo cual empujó a las mujeres al mercado de trabajo.
La hostilidad masculina a la nueva división del trabajo a partir de la
componente de género fue casi universal. El atropello cometido hacia las
mujeres acusadas de ‘apropiarse de los trabajos de los hombres’, las
peticiones por ‘empleos adecuados’, y la suposición que los trabajos en líneas
de empaque, procesamiento y de ensamblaje que se presentaban siempre
como importantes en la estructura económica del área eran considerados una
afrenta a la dignidad masculina: “Pienso mucho acerca del rechazo masculino
por el trabajo de ensamblaje; ellos estarían poco orgullosos de hacer este tipo
de trabajo. Las ideas del noreste estan profundamente arraigadas en los
hombres de esta área” (Lewis, 1983, p. 19). Estas presunciones parecen ser
compartidas por los nuevos empleadores: “nosotros estamos orientados
predominantemente al trabajo femenino...el trabajo es más adecuado para las
mujeres, es muy aburrido, supongo que estamos fuera de moda y aún lo
consideramos como trabajo de las mujeres...los hombres no están interesados
en el mismo.“

La falta de interés juega un papel adecuado en las manos de los empleadores:


una vez que se define un empleo como ‘trabajo de mujeres’, estos luego son
clasificados como de poca o ninguna necesidad de destreza y, por lo tanto, de
baja remuneración. Una ventaja que luego puede ser explotada, como lo
explica este director de fábrica:

“cambiamos las mujeres (!) de dedicación tiempo completo por aquellas de dedicación en
tiempo parcial...especialmente en el empaque...porque dos mujeres a tiempo parcial son más
baratas que una a tiempo completo...no tenemos que pagar el seguro nacional si ganan menos
que 27.00 £ por semana, y las mujeres no tienen que pagar el seguro...las horas que le
ofrecemos se adecuan a su vida social” (Lewis,Ph D, en publicación)

¿Por lo tanto, si los hombres no están trabajando fuera de la casa, a cambio


que están haciendo? ¿ Ellos están ‘condenados a las ocupaciones domésticas
como sus antepasados de Lancashire’?. Esto es poco probable. La mujer de un
ex-minero hablando en Woman´s Hour en 1983 recordó que su marido se
negaba a ayudar en la casa, escondiendo la ropa sucia bajo una cobertor!

A pesar de esto, las cosas están cambiando. Se ve a los hombres empujando


los cochecitos de los niños en Peterlee y el Consejo de Newcastle-upon-Tyne
tiene un comité de mujeres. Las producciones de TV han llegado a interesarse
por el incremento de dedicación en las actividades domésticas de los
desempleados masculinos del noreste y los problemas sociales y sicológicos
que, se supone, que esto conlleva. La cultura de la clase trabajadora está aún
dominada por el club y el pub pero también esta exclusividad masculina está
hoy amenazada. La huelga minera de 1984 parece haber transformado más
aún las relaciones de género. Nuevos campos de lucha entre los sexos han
aparecido. El antiguo patrón de las relaciones entre sexos, condición para que
una nueva división de género sea establecida en el mercado de trabajo, está
siendo atacado en la actualidad.

¿Industria en el país?
¿En qué medida ha cambiado la vida en los Fens? En ciertos aspectos, la
continuidad más que el cambio es el vínculo entre el pasado y el presente aquí.
Para muchas mujeres, especialmente para las más ancianas, el trabajo en la
tierra es aún su principal fuente de empleo:

el trabajo duro, independiente del estado del tiempo, con ropa de trabajo antigua y rústica
protegidas del viento por un periódico...casamiento por conveniencia, para cuadrar
...trabajadora de la tierra, servidora en el hogar. Pobreza y explotación -de los hombres y las
mujeres por los propietarios de las tierras, o de las mujeres por parte de sus hombres
(Chamberlain, 1975, p. 11)

No se observa mucha diferencia en relación a sus abuelas o bisabuelas que las


antecedieron. Las cuadrillas son un rasgo que aún pervive y la naturaleza del
trabajo en el campo apenas ha cambiado. Las flores son arrancadas y
recogidas a mano. El apio y la remolacha también son sembrados y recogidos
manualmente. Y este tipo de trabajo es considerado ‘trabajo de mujer’. Se paga
poco, es estacional y altamente cansador. El trabajo de campo masculino, por
el contrario, tienen el estatus de jornalero, permanencia relativa y beneficios
asociados con empleo a tiempo completo. Y son ellos los que cuentan con
maquinaria para asistirlos.

A pesar de ello la vida ha cambiado. Los pequeños pueblos y las áreas rurales
tales como los Fens han sido favorecidos por las localizaciones de nuevas
ramas de plantas e industrias descentralizadas en los años 60 y 70. El trabajo
aquí es barato - particularmente con tan pocas alternativas disponibles - y
relativamente desorganizado. Para las mujeres jóvenes especialmente, el flujo
de nuevos empleos ha abierto el rango de oportunidades de empleo. Este
provee los medios, no sólo para complementar los bajos salarios masculinos, y
de encontrarse con gente sino que también de salir del pequeño mundo de la
población.

El impacto de tales empleos en las vidas de las mujeres, y aún la posibilidad de


captarlas estuvo estructurado por las condiciones locales, lo cual incluye a las
relaciones de género. Esta es aún una área muy rural. Los nuevos trabajos se
sitúan muy cerca del pueblo. De manera que si las fábricas no proveen su
propio transporte (lo cual muchas de ellas hacen) , el acceso se convierte en el
problema mayor. El transporte público es extremadamente limitado, y esta
limitación se hace cada vez mayor. Existen omnibus - pero estos pasan una
vez por semana por la mayoría de los lugares. No todas las familias tienen un
coche, y muy pocas mujeres tiene la posibilidad de hacer uso diario del mismo,
más difícil es aún encontrar aquellas que tienen el coche‘propio’. Para muchas
de las mujeres, la bicicleta es el único medio con que cuentan para movilizarse.

Esto en su momento puede tener efectos amplios. Para aquellos que viajan a la
fábrica el día efectivo de trabajo (incluyendo del tiempo de viaje) puede ser muy
largo. El tiempo para el trabajo doméstico se estruja, consecuentemente el
proceso de trabajo se intensifica. Aquellas que se quedan en la población cada
vez se aislan más. Los trabajadores industriales, sean sus esposos o las
amigas, están ausentes por muchas horas, y los servicios -negocios, médicos,
bibliotecas - son gradualmente eliminadas de las poblaciones.
Parece que la expansión industrial de los empleos ‘para mujeres’ ha tenido un
impacto relativamente pequeño en las relaciones sociales en el ámbito rural de
los Fens. En parte, esto tiene que ver con las condiciones locales dentro de las
cuales los empleos se introducen: el impacto posterior de los factores locales
en los cambios nacionales. Las ciudades del Fenland aún hoy son
conservadoras - tanto desde el punto de vista político como social. El divorcio,
la tendencia política de izquierda, la independencia femenina son todavía
excepcionales

Las formas culturales antiguas, transmitidas, permanecen extraordinariamente


intactas:

Aun cuando las pociones para el amor o los lazos de verdadero amor hechos de paja han
desaparecido, los casamiento en Cuaresma y en Mayo aún se considera desafortunados. El
ingreso de las mujeres a la iglesia - una ceremonia antigua de purificación posterior al
nacimiento - se lleva todavía hoy adelante, la relación sexual prematrimonial y el embarazo
resultante es un vestigio de una aproximación antigua al casamiento como resultado de una
sociedad permisiva. En una comunidad rural los hijos son importantes y tendría poco sentido
casarse con una mujer estéril (Chamberlain, 1975, p. 71).

Las actitudes frente al trabajo doméstico también mantienen aún un carácter


tradicional:

Ninguna mujer sale a trabajar cuando sus hijos son pequeños -aunque de todas maneras no
hay mucho trabajo, y no hay facilidades para el cuidado del niño. Pocas mujeres permiten que
sus hijos jueguen en las calles, o dejan que ellos sean vistos en ropas menos que inmaculadas.
Muchos hombres vuelven a la casa para almorzar y esperan que una comida caliente los
espere (p. 71)

Ello supone algo más que la disponibilidad de pocos empleos, ello parece,
alterar sustancialmente el patrón de vida de las mujeres en esta área:

A pesar que el empleo no depende más de una línea políticamente correcta, la ciudad es aún
jerárquica en sus actitudes, y sigue el patrón electoral de constitución del voto sólidamente
conservador. Y en una sociedad jerárquicamente rígida, cuando los dueños son los hombres, la
mayor parte de las mujeres encuentra poco sentido en interesarse en política, o en votar contra
el orden establecido de sus casas o de la comunidad como un todo...La mayor parte de las
mujeres se apegan a la vida que conocen. Sus maridos son los proveedores de todo. Los
dueños de sus vidas. (Chamberlain, 1975, pp 130-1).

Las relaciones de género en el este de Anglia aparentemente han sido poco


afectadas por los nuevos empleos, ni siquiera han sido alteradas
Mujeres en la actividad de la cosecha en Norfolk (fotografía reproducida gracias
a la gentil autorización de la Coleman and Rye Library of Local History,
Norwich)
Una trabajadora del campo en Gislea Fen, 1974 (fotografía de Angela Phillips,
y reproducida gracias a su gentil autorización)

¿Un problema regional para las mujeres?

El contraste con los pueblos algodoneros de Lancashire es impactante. Aquí,


donde el empleo para las mujeres en la gran industria ha ido declinando por
décadas, estaba la mayor fuente de trabajo femenino, ya con destreza, ya
acostumbrada al trabajo de fábrica, claramente diestra, como en todas partes.
Y aún así las nuevas industrias de los sesenta y los setenta, que buscaban
mano de obra femenina, no han venido aquí en la extensión que estas llegaron
a otros lugares.

Las razones son complejas, pero una vez más están ligadas a la intrincada
relación entre el capitalismo y las estructuras patriarcales. Por alguna razón no
ha habido aquí una política de asistencia regional. Por más de un siglo se
produjo un masivo declive en el empleo en la industria de algodón en
Lancashire. Estas caídas son comparables a aquellas de las áreas dominadas
por las minas de carbón, por ejemplo. Sin embargo los pueblos algodoneros
nunca fueron incorporados dentro del status de Areas de Desarrollo. El hecho
que las áreas asociadas no eran designadas en base a los índices de
desempleo, encuentra su explicación en el nivel de tasas y beneficios que
definen a las mujeres como dependientes. Frecuentemente se considera que
no tiene mucho sentido tomarlas en cuenta. Una pérdida de empleos no
necesariamente revela, por lo tanto, un crecimiento correspondiente en el
desempleo regional. Las áreas de desarrollo, sin embargo, no eran designadas
simplemente en base a las tasas del desempleo. Ellos eran conceptos más
amplios, regiones más amplias, escogidas en base a una caída económica más
generalizada y necesitada de regeneración. Hasta cierto punto la no
consideración de las poblaciones algodoneras se debe en parte a una cegera
política más general a las cuestiones del desempleo femenino.

Por lo tanto la falta de incentivos políticos regionales podría haber sido un


elemento relativamente disuasivo para aquellas industrias que barrían el país
en busca de nuevas localizaciones. Pero esta no puede haber sido toda la
explicación. Las nuevas industrias se trasladaron a otras áreas no asistidas - el
este de Anglia por ejemplo. Muchos factores estaban en juego, pero uno de
ellos, seguramente, era que las mujeres de las poblaciones algodoneras no
fueron tanto individual como colectivamente en su historia, “trabajadoras
ingenuas”. La larga tradición de las mujeres trabajando en fábricas, y su
relativa independencia financiera, ha continuado. A pesar de la caída de la
actividad textil algodonera la región tiene aún altas tasas de actividad femenina.
Y con ello se mantienen aquí, en forma modificada algunas de las otras
características. Kate Purcell, desarrollando su investigación en Stockport en los
años 70, observó que:

Queda claro que las tradiciones del empleo femenino y las tasas corrientes de actividad
económica afectan no sólo a las actividades de las mujeres, sino que también a sus actitudes,
y experiencia de empleo. Las mujeres casadas que entrevisté en Stockport, donde las tasas de
actividad femenina alcanzan un 45 % y donde siempre han sido altas, definen su trabajo como
normal y necesario, mientras que aquellas mujeres entrevistadas durante un ejercicio similar en
Hull, donde la difusión del empleo de las mujeres casadas es más reciente y las tasas de
empleo masculino son más altas, frecuentemente hacen referencia a la naturaleza fortuita de
su trabajo (Purcell, 1979, p. 119).

Como se ha destacado en el caso de los trabajadores masculinos,


frecuentemente, la confianza y la independencia no son atributos que,
probablemente, atraigan una nueva inversión. Es muy posible que, en este
caso, se pueda aplicar el mismo razonamiento a las mujeres.

Pero cualquiera sea la estructura precisa de explicación, las mujeres de las


poblaciones algodoneras están enfrentando ahora cambios muy diferentes de
aquellos que han enfrentado las mujeres de las áreas carboníferas. Aqui ellas
no están adquiriendo una nueva independencia en relación a los hombres;
hasta cierto punto, en algunos lugares, ésta hasta puede estar decreciendo. No
se está percibiendo que el desempleo de las mujeres desorganice la vida
familiar, o cause programas de TV donde se traten los desafíos a las relaciones
de género ya que, de todas formas, las mujeres llevan adelante el trabajo
doméstico. Habiendo perdido uno de sus empleos, ellas continúan con el otro
(no remunerado).

Hackney: aún saliendo

Lo que se ha producido en Hackney ha sido una intensificación del antiguo


patrón de explotación y una subordinación más que una superimposición a los
nuevos patrones. Aquí los empleos industriales han caído, pero la industria del
vestido continúa como el mayor empleo. Las mujeres de Hackney poseen, para
el capital, aparentemente, algunas de las mismas ventajas que las áreas
mineras y los Fens: ellas son mano de obra barata y desorganizada (menos del
10% está sindicalizada - Harrison, 1983, pp. 69-70). En el interior de Londres,
más aún, la organización espacial de la fuerza de trabajo, la carencia de
separación entre el hogar y el trabajo, refuerza las ventajas: los gastos
generales (luz, calefacción, mantenimiento de la maquinaria) son solventadas
por las mismas trabajadoras; ellas no tienen derecho a los beneficios del
seguro social; la separación espacial de unas respecto de las otras hace casi
imposible asociarse para exigir salarios más altos, etc.

¿Por lo tanto, dadas las claras ventajas del capital a partir de una potencial
fuerza de trabajo vulnerable, por qué no ha habido un flujo de filiales de las
plantas multinacionales, de electrónicos de ensamblado y de otras plantas de la
misma clase? Las décadas recientes han visto el crecimiento de nuevos tipos
de empleos para la mujer, particularmente en el sector servicios, si no dentro
de Hackney dentro de una distancia a la cual (algunos) se podía acceder
viajando desde el centro de Londres. Pero, en ese momento, debido al gran
capital, y a las operaciones de producción en masa de las oficinas que se
establecieron en los 60 y 70 en las áreas de desarrollo y en las regiones más
rurales del país, esta mano de obra vulnerable de la ciudad capital ofrecía
pocas ventajas. Aún las firmas de vestimenta mayores (con producción en gran
escala, con proceso de trabajo industrial, flexibilidad locacional y capital para
establecer una nueva planta) han instalado sus nuevas plantas filiales en
cualquier parte, sea en las regiones periféricas de Inglaterra o en el Tercer
Mundo. ¿Por lo tanto, por que no Hackney? En parte, las mujeres de Hackney
han sido relegadas en el despertar de una descentralización más generalizada,
de abandono de las conurbaciones del primer mundo por parte de las industrias
manufactureras. En parte, ellas son víctimas del cambio en la división
internacional del trabajo dentro de la propia industria de la vestimenta. Pero en
parte también, las razones yacen en la naturaleza del trabajo disponible. El
trabajo en el hogar tiene ventajas para el capital, pero esta forma de abaratar el
trabajo femenino no es usada en las líneas de ensamblaje electrónicas u otros
tipos de producción menos individualizada. La utilidad de esta manera de hacer
el trabajo vulnerable se confina a ciertos tipos de procesos de trabajo.

El flujo de empleos en servicios en el centro de Londres ha abierto una mejor


oferta a la mano de obra femenina que trabajaban en el área manufacturera en
términos tanto de salarios como de condiciones de trabajo (ver Massey, 1984,
capítulo 4). Pero el empleo en servicios no ha sido una opción disponible para
todas. Para las mujeres de una u otra manera vinculadas al hogar, o a un área
muy local, el trabajo en el hogar para industrias tales como las de vestimenta
se ha convertido en la única opción disponible. Dada la división sexual de las
tareas domésticas, el trabajo en el hogar beneficia a algunas mujeres:

el trabajo en el hogar, cuando es pagado apropiadamente, se adecua a muchas mujeres: a


aquellas que desean estar en casa con los niños pequeños, a aquellas que no les agrada la
disciplina y los cronómetros de las fábricas que trabajan y quieren trabajar con su propio ritmo.
A las mujeres musulmanas que respetan un semi-purdah (Harrison, 1983, p. 64)
Pero el trabajo en el hogar raramente es ‘bien pagado’. Otra vez Harrison se
refiere a los tipos de trabajo y los escalafones de sueldos en Hackney en 1982.

Hay diferentes tipos de trabajos en el hogar en Hackney: confeccionar bolsos, pegar botones
en tarjetas, ensobrar tarjetas de felicidades, preparar sorpresas de Navidad, ensamblar
enchufes y lapiceras, pegar plantillas en los zapatos, hilar collares. Los escalafones de pago
varían enormemente de acuerdo al tipo de trabajo y velocidad del trabajador, pero resulta raro
encontrar alguno que mejore el promedio femenino de ganancia por hora en la industria de la
vestimenta en 1981, de £ 1.75 por hora, la más baja de cualquier ramo de la industria. Y
muchas trabajan ganando menos que el mínimo establecido por el Consejo salarial para la
industria del vestido de £ 1. 42 por hora (en 1982). Dados escalafones de suelos, algunas
veces toda la familia, hijos y todos, son forzados a trabajar:...una madre tenía tres hijas y un
hijo que la ayudaban a pegar los ojos y la cola en los muñecos de peluche (Harrison, 1983, pp.
67-8)

La participación de todos los miembros de la familia en las tareas del hogar o


en el trabajo en equipo en pequeñas fábricas familiares no deja de ser común,
especialmente entre las minorías étnicas. Para las pequeñas compañías la
familia extendida puede resultar esencial para sobrevivir.

la flexibilidad proviene de la familia: ninguno de los salarios de la familia son fijos. Cuando los
tiempos son buenos, ellos pueden pagar más. Cuando son malos, ellos pagan menos. Ellos
reciben la misma paga independientemente de la duración de la jornada de trabajo.

El hecho que las mujeres sean empleadas en el contexto de una familia


extendida es importante no sólo en la organizacion de la industria sino que
también en la vida de las propias mujeres. Ellas pueden tener un salario, pero
no pueden tener otras formas de independencia que pueden venir con el
empleo. Ellas no pueden salir de la esfera familiar, no pueden hacer un círculo
independiente de amigos y contactos, tampoco pueden establecer una esfera
espacial de existencia separada. Dentro de la misma familia, la doble
subordinación de la mujer se fija a través de la confusión en una única persona
del rol de marido o padre con la de jefe o empleador.

Pero no es que no ha habido cambios en las últimas décadas para las mujeres
que trabajan en el hogar en Hackney. Ellas también han sido captadas y
afectadas por los recientes cambios en la división internacional del trabajo. La
industria de la vestimenta en Londres en la segunda mitad del siglo XX se
encuentra entrampada entre las importaciones baratas por un lado y, por el
otro, por la competición laboral por mejores condiciones de trabajo en el sector
servicios. Las firmas de vestimentas que lo han podido hacer, hace mucho
tiempo que se han ido. Para aquellas que han permanecido, el recorte de los
costos laborales es prioritario, y el trabajo en el hogar es un medio de hacerlo.
Por lo tanto, una proporción del trabajo industrial en las metrópolis se hace bajo
este sistema social mientras que el monto de trabajo en conjunto, y los salarios
reales pagos declinan en forma dramática. Para las mujeres que trabajan en
esta industria se produce una competición por el trabajo disponible, lo que
incrementa la vulnerabilidad de los empleados y la intensificación del proceso
de trabajo. Y este cambio en las condiciones de empleo trae un incremento de
las presiones en la vida de hogar también, a pesar que estas sean diferentes a
las del noreste o las de los Fens. Para estas mujeres de Hackney su lugar de
trabajo es también su casa.
Aquí esta María, una mujer inglesa de cuarenta y cinco años con hijos
adolescentes quien describe las presiones que ella siente:

“He estado detrás de una máquina desde que tengo quince años, y con treinta años de
experiencia realmente soy mucho más rápida ahora...Pero tengo que hacer el doble de
esfuerzo para ganar dinero. Los patrones acostumbraban a venir de rodillas para pedirte que
trabajaras cuando tenían prisa por cumplir con una fecha de entrega. Pero ahora, no suplican
más. O lo tomas o lo dejas. Si te quejas por el pago te dicen que pueden encontrar a otras para
hacerlo. Es como un gran chantaje. Tres años atrás acostumbrábamos a recibir de 35 a 40
pennies por una blusa, pero ahora [1982] solo ganamos de 15 a 20....

Acostumbraba a tener mi trabajo hecho en cinco horas, ahora trabajo de diez a quince horas al
día...Los niños dicen, mami, no sabemos por qué te sientas alli todas esas horas. Les digo que
no lo hago porque me gusta, debo alimentarlos y vestirlos. A pesar de ello no trabajaré los
domingos. Debo pensar en el ruido...Estoy encerrada en un armario todo el día - tengo mi
máquina en un armario del depósito, es de tres pies cuadrados sin ventanas. Sufro de dolor de
hombros que es donde se acumulan las tensiones. Ahora tengo un paquete de faldas para
coser, tengo que hacer dieciseis en una hora para ganar £1.75 por hora, lo cual significa que
no puedo parar ni medio segundo entre cada falda. No cuento con el tiempo ni para hacerme
una taza de te. Con toda esta presión, al final del día estás al borde de pegar el grito en el
cielo. Si no fuera por los tranquilizantes no podría. No soy una buena compañía, pierdo
fácilmente la paciencia. Una vez que había conseguido tolerar la adolescencia de mis niños,
con esto no he podido, no he podido ayudarlos - necesito alguien que me ayude al final del día.
(Harrison, 1983, pp. 65-7)

En la experiencia personal de esta mujer, sus tensiones frente a un trabajo mal


remunerado y la familia, se refleja la nueva división espacial del trabajo a
escala internacional. Baja remuneración, los trabajadores no sindicalizados de
Hackney compiten directamente con el mismo tipo de industria de baja
inversión tecnológica e intensivas de mano de obra del Tercer mundo. Pero es
precisamente la historia de la industria del vestido en Hackney, las capas
previas de vida social y económica, que han llevado a esta competición sobre
las mismas. La intersección entre las tendencias nacionales e internacionales,
entre las relaciones familiares y económicas, entre el patriarcado y el
capitalismo han producido este particular conjunto de relaciones en una área
del interior de Londres.

Referencias

Alexandre, S. (1982) ‘Women’s work in nineteenth-century London: a study of the


years 1820-1850’ pp. 30-40. En: E. Whitelegg et al (eds). The Changing Experience
of Women, Martin Robertson, Oxford.

Anderson, M. (1971) Family and Structure in Nineteenth-Century. Lancashire,


Cambridge University Press, Cambridge.

Chamberlain, M. (1975) Fenwomen, Virago, London

Engels, F. (1969 edn) The Conditions of the Working Class in England, Panther, St
Albans.
Frankenberg, R. (1976) ‘In the production of their lives, man (?)..sex and gender in
British community studies’, capítulo 2, pp. 25-51. En: D. L. Baker y A. Allen (eds),
Sexual Divisions and Society: Process and Change, Tavistock, London.

Hall, C. (1982) ‘The home turned upside down? The working class family in cotton
textiles 1780-1850’. En: E. Whitelegg et al (eds). The Changing Experience of
Women, Martin Robertson, Oxford.

Harrison, P. (1983) Inside de Inner City, Penguin, Harmondsworth.

Kitteringham, J. (1975) ‘Country work girls in nineteenth-century England’, Parte 3 pp.


73-138. En: R. Samuel (ed). Village Life and Labour, Routledge and Kegan Paul,
London

Lewis, J. (1983) ‘Women, work and regional development’, Northern Economic


Review, no 7, Summer, pp. 10-24.

Lewis, J. (en publicación) Ph. D. Thesis, Department of Geography, Queen Mary


College, London.

Liddington, J. (1979) ‘Women, cotton workers and the suffrage campaign: the radical
suffragists in Lancashire, 1893-1914’, capítulo 4, pp. 64-97. En: S. Burman (de) Fit
Work for Women, Croom Helm, London.

Massey, D. (1984) Spatial Divisions of Labour: Social Structures and the


Geography of Production, Macmillan, London.

Phillips, A. and Taylor, B. (1980) ‘Notes towards a feminist economics’ Feminist


Review, Vol 6, pp. 79-88

Purcel, K. (1979) ‘Militancy and acquiescense amongst women workers’ capítulo 5, pp


98-111. En: S. Burman (de) Fit Work for Women, Croom Helm, London.

Samuel, R. (1975). Village Life and Labour, Routledge and Kegan Paul, London

Strong Words Collective (1977) Hello, are you working? Erdesdun Publications,
Whitley Bay.

Strong Words Collective (1979) But the world goes on the same Erdesdun
Publications, Whitley Bay.

Webb, S. (1921) The Story of the Durham Miners, Fabian Society, London.

También podría gustarte