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Alberto Constante
Con la modernidad igualmente se desarrollaron con fuerza las viejas utopías y nacieron
otras como formas dables y deseables de futuras perfecciones sociales que, al mismo
tiempo mostraron su ineficacia o su imposibilidad pero que funcionaron como mundos
posibles. Mundos con enormes cargas idealistas, fueron terreno firme para expresar y trazar
sistemas de vida en sociedad alternativos, quizá más justos, análogos y con pesos éticos
impositivos y que, se hicieron prolongables a diferentes espacios de la vida humana. Las
utopías desde entonces se han hecho presentes en todos los ámbitos y en ellas se han
trazado tanto utopías económicas, como tecnológicas, políticas, sociales, educativas,
religiosas y ecológicas.
Marc Augé
Nuestra época que Augé denomina como la “prehistoria de la humanidad como sociedad
planetaria” se ve imposibilitada a dar respuesta a los movimientos sociales que dan
fisonomía distinta a la que nos habíamos acostumbrado. Agobiada por las nuevas clases
sociales: los poderosos, los consumidores y los excluidos, hacen que “la especulación
financiera se impone por encima de la lógica de la producción y de la prosperidad social”3
imposibilitando cualquier sistema democrático. Los poderosos sin ser un grupo
homogéneo (pues ¿qué distingue al poderoso de otro?) pertenecen y definen el futuro del
sistema existente en los ámbitos político, científico, y económico. Los consumidores, en
tanto, son o somos el motor mismo del sistema. Devoramos todo lo posible, sin
restricciones pues todo está dispuesto para ello, estamos inmersos en esa idea de innovación
a la que se refirió Schumpeter pues ella es lo que constituye nuestro futuro. El ejemplo son
las redes sociales.
Una sociedad de consumidores que se presentan y representa en las redes sociales, “como
lugares de contacto, intercambio, cultura e información. Esas mismas redes son el lugar y el
objeto privilegiado del consumo, ya que la tecnología que hace que cada día aumente su
rendimiento se materializa en el mercado en productos constantemente renovados que no
cesan de difundir y reproducir su propia imagen”.4 Y los excluidos, son los que quedan
fuera de todo esto. Son los sin-nombre. Hay otros ecos que Augé retoma en este despliegue
como el de Durkheim y su sacralidad laica que apuesta por la tríada de dimensiones
fundamentales: individual, cultural y genérica que sólo se pueden cumplir cada una en la
medida en que se respeten las otras dos. Con esto atañe a la referencialidad imprescindible
de los otros
La modernidad siempre en cuestión muestra los tremendos estertores y su enorme lucha por
sobrevivir. Por eso Augé nos habla del cambio de escala5 donde nos encontramos con el no-
lugar, es decir, con aquello que “se identificaba más bien con los espacios de circulación,
de consumo y de comunicación característicos de la hipermodernidad, entendida esta como
la aceleración de los procesos activos en la aparición de la modernidad: individualización
de las referencias, sobreabundancia de los acontecimientos y sobreabundancia espacial. Los
aeropuertos, supermercados y las imágenes difundidas por la televisión o Internet eran
definibles en este sentido […] como no-lugares.”6
Quizá sólo nos queda, como piensa Augé, acaso llevar a cabo una etnoficción, donde
“asistimos todos, con una especie de fascinación angustiada y turbada, al espectáculo de los
movimientos de población, la violencia y las crisis políticas que son síntomas de la
transición hacia la era planetaria”.7 A pesar de todo, Augé tiene aún una esperanza que es el
hecho de que a pesar de que “el drama de la época contemporánea, que también constituye
su esperanza, es que pone a la humanidad ante la necesidad de hacer posible la utopía si
quiere impedir la doble amenaza que pesa sobre ella: una desigualdad creciente entre
individuos y una disolución general en el universo mediático. O, para decirlo de forma más
brutal: la doble amenaza de la exclusión de algunos y de la alienación de todos. La
realización de la utopía indica una dirección e implica un recorrido”.8
Esta directriz a la que apunta Augé quizá no esté del todo desencaminada, quizá porque no
queremos que sea eso, un estertor más y, como decía Heidegger, en “Para qué poetas en
tiempos de penuria”: estamos en “esa época de la noche del mundo es el tiempo de penuria,
porque, efectivamente, cada vez se torna más indigente. Con dicha falta, el mundo ha
quedado privado del fundamento que él mismo funda. Abismo significa originalmente el
suelo y fundamento hacia el que, por estar más bajo, algo es precipita. Entendemos, sin
embargo, ese ab de la palabra abismo (abgrund) como la ausencia total de fundamento. La
era a la que le falta el fundamento está pendida sobre el abismo. Los dioses que tuvieron
antaño aquí sólo retornan en el momento adecuado, esto es, sólo volverán cuando las cosas
relativas a los hombres hayan cambiado en el lugar correcto y la manera correcta”.
Notas
1
Marc Augé, El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad
planetaria, trad., Albert Berenguer, Editorial Gedisa, México, 2018, p. 15.
2
Ibídem, p. 27.
3
Ibídem., p. 16.
4
Ibídem., p. 17.
5
Ibídem., p. 35 y sigs.
6
Ibídem., pp. 36.37.
7
Ibídem, p. 103.
8
Ibídem, p. 106.