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Reflexión
La Iglesia siempre ha enseñado que cada hombre está confiado a la
protección y guía de un ángel custodio (CIC 336). A veces nos puede llegar
a parecer que es un cuento de niños, pues nosotros, en la mayoría de los
casos, nos olvidamos de ellos. Sin embargo, Jesús mismo nos recuerda que
esto es verdad y que velan con especial interés de los pequeños y sencillos.
Su principal tarea es velar por nuestro bienestar espiritual y ayudarnos a
llegar justamente a donde queremos: contemplar el rostro de Dios. Aun así,
alguien se puede preguntar: «y entonces,¿qué pasó con el ángel custodio de
tal persona, porque era muy mala?» Pues en realidad, el hecho de tener un
ángel custodio no nos quita la libertad y esto lo vemos en muchas otras
cosas, por ejemplo, podemos encontrar letreros o incluso personas que nos
digan que no debemos pisar el pasto y, sin embargo, lo podemos hacer de
igual manera.
El ángel custodio es como un amigo que nos quiere ayudar a superar todas
las dificultades, pero si nosotros no lo dejamos, él nos respeta. Por eso
preguntémonos: ¿me dejo guiar por mi ángel de la guarda? ¿O ni siquiera
me doy cuenta que tengo uno?