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Hemos llegado a una instancia en que debemos buscar como sociedad global
la forma de, cómo dijo Ernst Schumacher, “maximizar las satisfacciones
humanas por medio de un modelo óptimo de consumo y no maximizar el
consumo por medio de un modelo óptimo de producción” .
Los “reality shows” y los “talk shows” reflejan el esfuerzo por acercarse
brutalmente a las dimensiones de la vida privada.
Nos atraen porque desesperadamente queremos saber quiénes somos, obser-
vando lo que les sucede a otros, que a su vez no son. Por supuesto que hay
buenos programas de televisión que enseñan, informan y ayudan a pensar,
pero son aquellos que no vemos. Los mecanismos de producción cultural
proponen una identidad precaria, mutable, desintegrada y anómica.
Por eso intentamos reflejar nuestro estatus en las marcas que consumimos
para reconocernos y ser reconocidos por los demás, sin atender al verdadero
encuentro entre los seres humanos, a la comunión espiritual más profunda.
A diario, la gente toma píldoras para dormir, para despertarse, para adelgazar,
para la ansiedad, para la depresión, para estimularse, etc. Millones de
personas sufren de depresión.
La vida en los centros urbanos nos impone otras adicciones y nos ha habituado
a un estado de conciencia tan apático que nos hemos convertido en adictos a
la mediocridad, a la anomia, al desgano, la indiferencia y la insensibilidad frente
al sufrimiento ajeno.
link: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=OhCtAfqJyJk
Hemos perdido de vista aquello que nos hace feliz. Nos gustaría ser más altos,
o más delgados, o más rubios (nunca en el sentido opuesto….). Jamás
estamos satisfechos con el dinero que ganamos y raramente con el trabajo que
hacemos.
Todo este diagnóstico hecho hasta aquí representa sólo síntomas de una
enfermedad esencial. El síndrome más profundo que padecemos es nuestra
apatía espiritual, una pasividad sin ambición ni creatividad, falta de
pensamientos intrépidos y mente clara. Vernos cómo un grupo de víctimas es
signo de ese vacío espiritual.