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CÁTEDRA:
DERECHO PENAL GENERAL
TEMA:
ESTUDIANTE:
MERCADO VALDEZ, Cyntia Friorella
DOCENTE:
Dr. URIOL VALVERDE, Victor Hugo
SATIPO -PERU
2019
.
ÍNDICE:
Contenido
I. INTRODUCCIÓN ....................................................................................................... 3
III. CLASIFICACIÓN.................................................................................................... 8
Desde mediados del siglo pasado una política constante de las reformas penales fue promover
medios y procedimientos que posibilitaran reducir y humanizar los espacios de aplicación de las
penas privativas de libertad. En este sentido, como bien ha señalado Gómez Grillo, es evidente
que “así como el siglo XIX fue el de la consagración de la prisión como fórmula ideal para
intimidar y reformar al hombre delincuente, el siglo XX ha sido el de la anticárcel” (“Las
prisiones en Latinoamérica”. En: Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1980, p. 696).
En coherencia con ello se intentó estandarizar límites temporales racionales para la conminación
y ejecución de esta clase de sanciones penales. Un fundamento común de estas iniciativas
sostuvo que las penas privativas de libertad cuya duración fuera superior a veinte años,
producían efectos colaterales en el condenado que se manifestaban como daños psíquicos y
físicos a los cuales se les calificó, genéricamente, como riesgos latentes de resocialización.
Las tendencias doctrinales y legislativas de este periodo se caracterizaron, pues, por su firme
denuncia de que la prisión como régimen y sistema de cumplimiento de penas privativas de
libertad no había logrado alcanzar, en ninguna parte del mundo, una fisonomía material y
operativa capaz de hacerla mínimamente compatible con los fines de resocialización y
prevención especial, que se utilizaban políticamente para legitimar la prisionalización en el
Estado contemporáneo. Fue, pues, ese contrastable fracaso de la cárcel como escenario de
mejoramiento psicosocial de los delincuentes, lo que demostró el verdadero rol funcional e
histórico de la estructura y naturaleza de las penas privativas de libertad. Quedó así, al
descubierto, que aislar forzosamente de su entorno y de una vida social dinámica de interacción,
a un ser eminentemente gregario y libre como el hombre, para recluirlo e insertarlo en un
ambiente hostil, estigmatizante y autoritario como el sistema penitenciario solo reproducía un
objetivo, declarado o encubierto, de castigo o de reincidencia potencial, no de tratamiento
positivamente resocializador.
Como afirmaba Zaffaroni: “La filosofía del tratamiento pasó por varias etapas sin que
ninguna de ellas permitiera cambiar las características estructuralmente deteriorantes de la
prisión. Resocialización es una expresión que, fuera del marco sistémico carece de contenido
semántico y su uso equívoco se confunde en una multiplicidad de ideologías ‘re’ (Re-
adaptación; re-inserción; re-educación; re-personalización, etc.) que, en definitiva, pretenden
que la prisión puede mejorar algo. Teniendo en cuenta que el encierro institucional,
conforme a todas las investigaciones contemporáneas, es siempre deteriorante, especialmente
si es prolongado, resulta claro que las ideologías ‘re’ no son utopías sino absurdos. El efecto
deteriorante de la prisionalización en concreto tiende a la reproducción del delito por
introyección de los roles vinculados a los estereotipos que rigen a la selección criminalizante”
(Eugenio Raúl Zaffaroni. “La filosofía del sistema penitenciario en el mundo contemporáneo”.
En: Cuadernos de la Cárcel. Edición Especial de “No hay derecho”. Buenos Aires, 1991, p. 61
y ss).
Como afirma García Valdés: “Su fundamento estriba en que existen otros bienes jurídicos,
distintos a la libertad ambulatoria, de los que el hombre puede ser privado por el poder
estatal, cumpliendo la amenaza de su privación una función similar a la que cumple la pena
de prisión (...). Las ventajas de esas medidas alternativas a la pena de prisión son,
principalmente, la mayor facilidad para individualizar la sanción, atendidas las
circunstancias personales del delincuente, su finalidad readaptadora, frente a los efectos
desocializadores de las penas de prisión, y su menor coste con respecto al encarcelamiento”
(Carlos García Valdés. “Alternativas legales a la privación de libertad clásica”. En: Juan Bustos
Ramírez. Prevención y teoría de la pena. Editorial Jurídica Cono Sur, Santiago de Chile, 1995,
p. 190 y ss.).
Pero al margen de sus auspiciosos orígenes y desarrollos, las medidas alternativas también han
sido objeto de reflexivos cuestionamientos y críticas, sobre todo por quienes promueven la
utilidad preventiva de un efecto shock de las penas privativas de libertad cortas para la
criminalidad económica o funcionarial. Pero, además, por el desprestigio social que han
alcanzado las medidas alternativas debido a un uso judicial indiscriminado de estas y que las ha
hecho equivalentes en la conciencia ciudadana a formas encubiertas de impunidad o de indebida
benevolencia (cfr. Javier Villa Stein. Derecho Penal. Parte general. 3ª edición, Lima, 2008, p.
489). Otras objeciones han relativizado la pretendida eficacia o utilidad real de tales medidas. Al
respecto, por ejemplo, se ha objetado que ellas no ejercen un efecto relevante sobre el acceso a
los centros carcelarios ni sobre su descongestión. Asimismo, se afirma que estos procedimientos
han extendido de modo desmesurado el control penal fuera de la cárcel y que lo han delegado en
agencias extrapenales que actúan con ausencia de garantías para los condenados. Por último, se
cuestiona, igualmente, que la proyección de los sustitutivos solo sobre formas leves de
criminalidad desarrolla un efecto perverso de reafirmación y de relegitimación de la cárcel. Esto
es, el uso de medidas alternativas tendría un signo reaccionario y simbólico que las convierten
más que alternativas en “complementos” de la cárcel (cfr. Eugenio Raúl Zaffaroni, Alejandro
Aliaga y Alejandro Slokar. Derecho Penal. Parte general. Ediar, Buenos Aires, 2000, p. 927;
Elena Larrauri. “Las paradojas de importar alternativas a la cárcel en el Derecho Penal español”.
En: Derecho Penal y Criminología. Nº 43, 1991, p. 139 y ss.).
Otra consecuencia disfuncional que cabe atribuir a las medidas alternativas tiene un origen
psicosocial. En efecto, la ampliación de su presencia normativa se recepciona negativamente en
algunos sectores sociales que les atribuyen la agudización del espectro de la inseguridad
ciudadana o del sentimiento socializado de la víctima, particularmente cuando aquellas medidas
se aplican a formas de delincuencia que coyunturalmente se estiman frecuentes y relevantes. En
estos casos, la respuesta política e inmediata del Estado se concretará, generalmente, en una
decisión sobrecriminalizadora que suprima la aplicación de tales medidas de modo general o
que incrementa los mínimos conminados para las penas de los delitos cuestionados, haciéndolos
formalmente inaccesibles a los alcances despenalizadores de las medidas alternativas. De esa
manera, pues, se vuelve a abrir y potenciar la necesidad de la cárcel.
Sin embargo, muchas de las críticas expuestas han sido absueltas de modo consistente, con dos
argumentos tan simples como realistas y sólidos. Por un lado, se ha dejado en claro que el
objetivo de las medidas alternativas nunca ha sido el de abolir la prisión. Y, por otro lado, que a
pesar de sus disfunciones los sustitutivos siguen siendo un medio de control penal menos dañino
que la cárcel (En ese sentido: Francisco Muñoz Conde y Mercedes García Arán. Derecho Penal.
Parte general. Tirant lo Blanch, Valencia, 1993, p. 496 y ss.). De allí, pues, que no debe
estimarse como negativo que el Derecho Penal contemporáneo siga incorporando sustitutivos
penales en mayor o menor proporción. Praxis que, por lo demás, resulta todavía predominante,
como se puede detectar con una rápida revisión de los Códigos Penales promulgados en los
últimos treinta años. Es así que encontramos medidas alternativas o sustitutivos penales en el
Código Penal portugués de 1982; en el Código Penal brasileño de 1984; en el Código Penal
cubano de 1987; en el Código Penal peruano de 1991; en el Código Penal francés de 1992 y en
el Código Penal español de 1995. Pero, además, el volumen y la diversidad de los subrogados
penales que se incluyen en estos sistemas jurídicos es mucho más amplio y rico en opciones, que
los que fueron incorporados al influjo del movimiento descarcelatorio de los años sesenta en el
Proyecto Alternativo alemán de 1966; en el Código Penal austriaco de 1974; en el Código Penal
alemán de 1975; y en los Códigos Sudamericanos y Centroamericanos que se elaboraron en base
a los lineamientos del Código Penal Tipo para Latinoamérica, sobre todo el costarricense y el
colombiano.
Resulta, pues, atinado y coherente para una política criminal de ideología mínimo-garantista,
seguir apostando por las medidas alternativas, aunque resulta oportuno, también, reflexionar
mejor sobre sus alcances y modos, a fin de otorgarles la mayor efectividad posible. Obrar de otra
manera, eliminando o reduciendo su presencia normativa, frente a lo que es y representa
materialmente la prisión en sociedades como la peruana, sería rechazar inconsecuentemente a
uno de los pocos medios que permiten compatibilizar el castigo penal con la dignidad humana y
con serias proyecciones de prevención especial.
Al respecto, Muñoz Conde y García Arán señalan lo siguiente: “(...) por mucho que no quepa
ocultar el contenido de control presente en este tipo de instituciones, no puede negarse que este
es menor que el ofrecido por la cárcel y si se renuncia a ejercerlo en determinados casos, ello
es un beneficio de consideraciones que tienden a evitar la desocialización del condenado, el
efecto estigmatizador de la prisión y sus consecuencias sobre la dignidad humana. Por tanto,
una política criminal orientada a la sustitución de las penas cortas de prisión por reacciones
penales de distinta naturaleza se basa fundamentalmente en una concepción del Derecho Penal
como última ratio, que en el caso español puede encontrar un válido apoyo en la proclamación
constitucional de la libertad como valor superior del ordenamiento jurídico” (Francisco Muñoz
Conde y Mercedes García Arán. Ob. cit., p. 497).
III. CLASIFICACIÓN
De La Cuesta Arzamendi precisa que las medidas alternativas son mecanismos que operan de
modo diferente sobre la “pena privativa de libertad que tratan de sustituir o evitar:
• Algunos sirven para una ejecución atenuada, más suave, moderada de la privación de
libertad.
• Otros, basados en la no necesidad para el sujeto concreto de una pena cualitativamente tan
grave, buscan la sustitución pura y simple de esas penas por otras, pretendidamente menos
dañosas para el individuo y la sociedad.
• Existen también sistemas que, apoyados en la probable falta absoluta de necesidad de pena,
procuran la evitación de la prisión a través de la instauración de periodos de prueba, que si se
superan satisfactoriamente no darán lugar a la imposición de pena alguna.
Por su parte, Cobo del Rosal y Vives Antón precisan que los sustitutivos penales que conocen la
doctrina y el Derecho vigente, merecen una identificación funcional más acorde con el efecto
que directamente ejercen sobre las penas privativas de libertad. En ese sentido, manifiestan que
no todos los modelos que se agrupan genéricamente bajo dicha denominación cumplen, en
realidad, la función sustitutiva que ideográficamente se les asigna.
Y ello porque determinados “remedios” contra las penas privativas de libertad “en lugar de
sustituir dichas penas por otras, o por medidas, lo que prescriben, o mejor, desempeñan, es,
en definitiva, una función suspensiva, es decir, comportan, sin más, su inejecución o
ejecución incompleta, cual es el caso de la condena condicional (…) o la libertad condicional
(…) Se trata, en consecuencia, de unos beneficios, o si se quiere, de unos paliativos más que
auténticos sustitutivos penales (…) Los problemas de la sustitución de la pena, pues, deben
concretarse, en sentido estricto, en aquellas hipótesis en que la pena privativa de libertad, no
se aplica, pero su lugar es ocupado por pena de otra naturaleza y contenido o, sencillamente,
por una medida. La sustitución de la pena tiene sentido cuando es cambiada por una pena o
medida, y no cuando es sustituida, sin más, por la libertad del condenado, pues entonces no
estaríamos ante un proceso sustitutivo de una consecuencia jurídica por otra, sino nada más
que ante la cesación de la pena y de sus efectos” (M. Cobo del Rosal y T. S. Vives Antón. Ob.
cit., p. 634 y ss.).
Esta posición, que en gran parte asumimos, nos permite excluir del concepto de medida
alternativa o sustitutivo penal, a la liberación condicional y a los criterios de oportunidad o
procedimientos de divertion. Estos últimos, de predominante carácter procesal, permiten que los
órganos titulares de la acción penal puedan –bajo ciertos presupuestos– abstenerse de ejercitarla
(En nuestro medio el artículo 2 del Código Procesal Penal de 1991 introdujo este tipo de
procedimientos y que también ha mantenido el artículo 2 del Código Procesal Penal de 2004).
•Multa.
•Arresto domiciliario.
•Promesa con fianza o sin ella de observar buena conducta en un periodo de tiempo.
•Prohibición de ausentarse del país durante un tiempo no mayor de seis meses, sin previa
autorización judicial o administrativa.
•Obligación de someterse al cuidado o asistencia de un servicio social con el fin de seguir un
tratamiento como paciente externo durante cierto periodo.
En segundo lugar, en las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las Medidas No
Privativas de la Libertad o Reglas de Tokio, aprobadas por la Asamblea General en diciembre
de 1990, según su numeral 8.1, califican como medidas alternativas las siguientes:
• Liberación condicional.
•Sanciones económicas y penas de dinero, como multas y multas sobre los ingresos calculados
por días.
•Incautación o confiscación.
•Arresto domiciliario.
3. La pena de multa. En cualquiera de sus versiones, esto es, como multa de aplicación global o
con la utilización del sistema de días-multa. Jescheck, además, considera que la pena de multa
constituye “la alternativa más importante a la pena privativa de libertad” (Ob. cit., p. 28), y que
su aplicación sustitutiva se encuentra difundida en la mayoría de países. El Código Penal alemán
de 1975, por ejemplo, le otorga dicha función en su artículo 47.
Otros especialistas también han ensayado esquemas similares de clasificación para las medidas
alternativas a las penas privativas de libertad. Por ejemplo, resulta práctico y coherente el
propuesto por De La Cuesta Arzamendi, quien las organiza en base a cuatro modalidades:
sistemas de privación de libertad atenuada (arresto de fin de semana); sustitución de la pena
privativa de libertad por otras penas (multa, trabajo en provecho de la comunidad); instituciones
probatorias (suspensión condicional de la pena y suspensión del fallo); otras alternativas
(dispensa de pena, perdón judicial, conciliación delincuente-víctima).
1. Antecedentes
Uno de los principales rasgos característicos del proceso de reforma penal que tuvo lugar en el
Perú entre 1984 y 1991, fue la clara vocación despenalizadora que guió al legislador nacional.
Esta posición político-criminal favoreció la inclusión sucesiva de nuevas medidas alternativas a
la pena privativa de libertad, que, al adicionarse a la condena condicional, preexistente en el
Código Penal de 1924, fueron configurando un abanico bastante integral de sustitutivos penales
y que alcanzó a formalizarse con la promulgación de un nuevo Código Penal en abril de 1991.
Sobre esta actitud del legislador nacional, la Exposición de Motivos refiere lo siguiente: “La
Comisión Revisora, a pesar de reconocer la potencia criminógena de la prisión, considera que
la pena privativa de libertad mantiene todavía su actualidad como respuesta para los delitos
que son incuestionablemente graves. De esta premisa se desprende la urgencia de buscar otras
medidas sancionadoras para ser aplicadas a los delincuentes de poca peligrosidad, o que han
cometido hechos delictuosos que no revisten mayor gravedad. Por otro lado, los elevados
gastos que demandan la construcción y el sostenimiento de un centro penitenciario, obligan a
imaginar formas de sanciones para los infractores que no amenacen significativamente la paz
social y la seguridad colectiva” (Exposición de Motivos, acápite sobre “Las penas”).
El Código incluye cinco modalidades de medidas alternativas y que son las siguientes:
e) Exención de la pena.
Las dos primeras correspondían a medidas de reemplazo de la pena privativa de libertad por
penas no privativas de libertad; las dos siguientes eran medidas de régimen de prueba; y la
quinta adoptaba la modalidad de perdón judicial.
Es pertinente destacar que, de estos cinco tipos de medidas alternativas, solo tres han logrado
consolidación y utilidad en la praxis judicial (suspensión de la ejecución de la pena, reserva de
fallo condenatorio y conversión de penas). Los otros dos restantes no han sido aplicados por
diferentes factores relacionados, sobre todo, con su deficiente regulación legal (sustitución de
penas y exención de penas). También contribuyeron a este desarrollo desigual el hecho de que
gran parte de estos sustitutivos eran desconocidos en el Derecho Penal peruano. Lo cual, unido a
una muy breve vacatio legis y a una opción difusora de la doctrina poco comprometida con el
esclarecimiento dogmático de sus presupuestos y alcances, suscitó y mantuvo una actitud de
recelo y distorsión entre los operadores del sistema penal nacional (cfr. Raúl Peña Cabrera.
Tratado de Derecho Penal. Estudio programático de la parte general. Grijley, Lima, 1994, p.
531 y ss.; Felipe Villavicencio T. Código Penal. Cultural Cuzco, Lima, 1992, p. 213 y ss.; Luis
Bramont Arias y Luis A. Bramont Arias-Torres. Código Penal anotado. Editorial San Marcos,
Lima, 1995, p. 242 y ss.; Carlos Zarzosa Campos. Derecho Penal. Parte general I. Fondo de
Fomento a la Cultura, Trujillo, 1993, p. 80 y ss.).
2. La sustitución de penas
Esta medida se encuentra regulada por los artículos 32 y 33 del Código Penal. Ella está
vinculada con la operatividad de reemplazo de penas privativas de libertad que se concede en
esas disposiciones a las penas limitativas de derechos de prestación de servicios a la comunidad
y de limitación de días libres. Su fuente legal extranjera fue el artículo 44 in fine del Código
Penal brasileño de 1984.
Conforme lo destacan Cobo y Vives, se trata de un auténtico sustitutivo penal (cfr. M. Cobo del
Rosal y T. S. Vives Antón. Ob. cit., p. 633), ya que su efecto esencial es posibilitar a sustitución
o reemplazo de una pena privativa de libertad por otra de naturaleza distinta y que no afecta la
libertad ambulatoria del condenado.
artículo 88, las penas de prisión no superiores a un año pueden ser sustituidas por penas de
arresto de fin de semana o multa. Excepcionalmente la sustitución podrá alcanzar también a las
penas de prisión que no excedan de dos años. En ambos casos, el juez deberá apreciar las
condiciones personales del agente y los esfuerzos realizados por él para reparar los daños
ocasionados por el delito. De modo facultativo el juez queda autorizado a imponer reglas de
conducta al condenado. Las equivalencias para la sustitución son las siguientes: cada semana de
prisión será sustituida por dos arrestos de fin de semana y cada día de prisión será sustituido por
dos cuotas de multa. Además, el inciso 2 del artículo 86 otorga al órgano jurisdiccional la
posibilidad de sustituir las penas de arresto de fin de semana por penas de multa o de trabajos en
beneficio de la comunidad. Las equivalencias de sustitución en estos casos son: cada arresto de
fin de semana será sustituido por cuatro cuotas de multa o por dos jornadas de trabajo.
En todos los supuestos, si el condenado incumple la pena sustituta, se le hará cumplir la pena
privativa de libertad sustituida, con los descuentos a que hubiere lugar. Finalmente, las penas
privativas de libertad inferiores a seis años que se apliquen a un extranjero con permanencia
ilegal en España, pueden ser sustituidas por la medida de expulsión. Esta forma de sustitución
que se describe en el artículo 89 genera para el condenado el impedimento de retornar a España
dentro del plazo que se le fije en la sentencia, pero que no puede extenderse más allá de los diez
años, ni ser inferior a tres años. Si el condenado quebranta la pena sustituida, regresando a
España antes del tiempo señalado en la sentencia, se le hará efectiva la pena de prisión
sustituida. De modo incoherente, la ley no ha precisado reglas de descuentos en tales
situaciones.
Cabe anotar, finalmente, con relación al Derecho Penal español, que para la aplicación de la
sustitución de penas que autoriza el inciso 1 del artículo 89, la ley exige que el juez escuche a las
partes antes de adoptar su decisión sustitutiva. Y en cuanto a la hipótesis del inciso 2, que se
refiere al reemplazo del arresto de fin de semana, la norma dispone para que opere la sustitución,
que el condenado haya expresado su conformidad.
Ahora bien, tal como aparece configurada en la legislación nacional, la sustitución de penas es
una medida alternativa cuya aplicación queda librada al absoluto arbitrio judicial.
Efectivamente, como único presupuesto para su aplicación la norma solo exige que la pena
privativa de libertad sustituible no sea superior a cuatro años [“(...) cuando la sanción sustituida
a criterio del juez no sea superior a cuatro años”]. En la medida, pues, en que el juez considere,
en atención a la pena conminada para el delito y a las circunstancias de su comisión, que el
sentenciado no merece una pena privativa de la libertad por encima de dicho límite, podrá
disponer su sustitución, consignando en la sentencia el tipo y extensión de la pena sustitutiva.
Sin embargo, somos de la opinión de que la decisión judicial debe sopesar también otros
factores justificantes del reemplazo punitivo como lo innecesario o inconveniente de la reclusión
por razones preventivo-generales o preventivo-especiales (cfr. Luis Bramont Arias y Luis A.
Bramont Arias-Torres. Ob. cit., pp. 207 y 208).
Las penas sustitutas son prestación de servicios a la comunidad y limitación de días libres. Si
bien la ley no identifica criterios que orienten la elección judicial de una de ellas, consideramos
que el órgano jurisdiccional deberá decidir al respecto, atendiendo a las condiciones personales
del condenado, así como al tipo de delito cometido. Su elección debe ser debidamente motivada.
Ahora bien, no cabe aplicar reglas de conducta u obligaciones complementarias al condenado.
Este únicamente queda comprometido a cumplir la pena sustituta.
Con relación a este vacío normativo, estimamos, de lege ferenda, que puede ser superado
fácilmente, incorporando un régimen de revocación de la pena sustituta, en los mismos términos
que se precisan en el artículo 53. Esto es, previo apercibimiento judicial y aplicando una
equivalencia de retorno de siete días de pena privativa de libertad por cada jornada de prestación
de servicios a la comunidad o de limitación de días libres.
Por lo demás, esa es la postura asumida por el artículo 32 del Anteproyecto de Código Penal
2008/2009:
Revocada la sustitución, la pena sustituta cumplida con anterioridad será descontada de acuerdo
con la equivalencia siguiente:
1.Una jornada de prestación de servicios a la comunidad o de limitación de días libres
cumplida por cada 7 (siete) días de pena privativa de libertad”.
3. La conversión de penas
Se rige por lo dispuesto en los artículos 52 a 54 del Código Penal. Como la sustitución de penas,
la conversión de penas es una medida que corresponde a las de reemplazo o conmutación. Su
fuente legal la hallamos en los artículos 80 y 81 del Código Penal Tipo para Latinoamérica
(Diferente: Luis Bramont Arias y Luis Bramont Arias-Torres. Ob. cit., p. 242. Estos autores
señalan como fuente al Proyecto peruano de 1991, pese a que la conversión de penas preexistió
a dicho documento en el artículo 65 del Proyecto de 1985).
Según el artículo 52 del Código Penal, para que proceda esta medida alternativa se deben
cumplir dos condiciones:
•Que la pena impuesta en la sentencia condenatoria no exceda a cuatro años de pena privativa de
libertad efectiva; y,
•Que en el caso concreto no sea posible aplicar al sentenciado medidas de suspensión de la
ejecución de la pena (artículo 57) o de reserva de fallo condenatorio (artículo 62).
Tales requisitos otorgan a la conversión de penas una aplicación excepcional y subsidiaria frente
a otras medidas alternativas.
Las ecuaciones para la conversión de penas privativas de libertad en penas de multa, prestación
de servicios a la comunidad o limitación de días libres se regulan también en el artículo 52. Al
respecto se establece que un día de privación de libertad se convierte en un día-multa; mientras
que siete días de pena privativa de libertad son convertibles en una jornada de prestación de
servicios a la comunidad o en una jornada de limitación de días libres.
Ahora bien, las posibilidades de conversión en pena de multa se aplican a penas privativas de
libertad efectivas de hasta dos años. En cambio, para la conversión en penas de prestación de
servicios a la comunidad o de limitación de días libres, tales opciones de conmutación alcanzan
a penas no superiores a cuatro años de pena privativa de libertad efectiva.
Cabe precisar que la revocatoria por la comisión de un nuevo delito doloso, genera para el
condenado la acumulación de la pena privativa de libertad que le resta cumplir con la
correspondiente a la nueva infracción penal. No obstante, en estos casos no será posible aplicar a
la nueva condena los efectos agravantes cualificados de la reincidencia por no haberse cumplido
antes “en todo o en parte una condena privativa de libertad” (artículo 46-B).
Inicialmente la utilización judicial de la conversión de penas privativas de libertad fue muy
limitada. Sin embargo, luego de las reformas introducidas por la Ley Nº 27186, del 20 de
octubre de 1999, su aplicación se ha incrementado notablemente recibiendo mejor recepción
social que la imposición de medidas de régimen de prueba. Actualmente ella registra el tercer
lugar en el índice de frecuencias del uso jurisdiccional de medidas alternativas en el país. De allí
que resulte alentador que el Anteproyecto de Código Penal 2008/2009 eleve las posibilidades de
la conversión de penas a tres años de pena privativa de libertad para la conmutación por pena de
multa; y a cinco años de pena privativa de libertad para su reemplazo por penas de prestación de
servicios a la comunidad o de limitación de días libres.
Merece un comentario especial la inclusión dentro de las reglas de conversión de una nueva
pena convertible. Se trata de la polémica pena de vigilancia electrónica personal, que fue
incorporada en el Código Penal mediante la Ley Nº 29499, del 18 de enero de 2010, y quedó
regulada en el artículo 29-A. Según el artículo 1 de dicha ley: “para el caso de condenados, la
vigilancia electrónica personal es un tipo de pena, aplicable por conversión luego de impuesta
una sentencia de pena privativa de la libertad, que será dispuesta por el juez, a fin de
garantizar el cumplimiento de la pena y la resocialización del condenado”.
El artículo 29-A establece como requisitos especiales para acceder a esta nueva clase de pena,
que el condenado sea un delincuente primario y que acredite con un informe técnico aspectos de
su vida familiar, laboral y social que resulten compatibles con la condición no privativa de
libertad de la pena de vigilancia electrónica personal. Además, el juez deberá fijarle al
condenado reglas de conducta que aseguren un control eficaz del cumplimiento de la sanción.
Sin embargo, resulta dubitativo el contenido del artículo 2 literal b) de la Ley Nº 29499 en tanto
alude a una aceptación expresa del condenado para la aplicación de una pena de vigilancia
electrónica personal. Es más, el numeral 8 de la citada ley regula una audiencia especial para
obtener y formalizar en un acta esa aceptación y compromisos de ejecución.
Conforme a la nueva redacción del artículo 52, el juez de oficio o a petición de parte puede
convertir las penas privativas de libertad en penas de vigilancia electrónica personal. La
ecuación de conversión que establece la ley para estos casos es la siguiente: un día de pena
privativa de libertad se convierte en un día de vigilancia electrónica personal. Ahora bien, ni este
artículo ni el artículo 29-A precisan cuál es el límite de pena privativa de libertad que puede dar
lugar a esa conversión. Para identificarlo es menester recurrir al artículo 3 de la Ley Nº 29499.
Conforme al literal b) de dicha disposición, procedería la conversión en pena de vigilancia
electrónica personal si la pena privativa de libertad impuesta con carácter efectivo al condenado
no es superior a seis años. En el artículo 10 la ley aludida regula los presupuestos y efectos de la
revocación de la conversión.
Al respecto la norma señala lo siguiente: “Si el (…) condenado incumpliese alguna de las
obligaciones o restricciones impuestas al concederle la (...) pena de vigilancia electrónica
personal, el juez, de oficio o a petición del fiscal, ordenará su internamiento en un
establecimiento penitenciario”.
Sus orígenes los ubica la doctrina hacia finales del siglo XIX, en los procedimientos de surcis
aplicados en Francia y Bélgica, así como en la probation norteamericana e inglesa (Cfr. José
Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”. En: El sistema de
penas del nuevo Código Penal. Anuario de Derecho Penal 97/98. Lima, 1999, pp. 238 y 239;
Heleno Claudio Fragoso. Licoes de Direito Penal. Parte geral. 14ª ediâo, Forense, Río de
Janeiro, 1993, p. 361 y ss.).
En España, el Código Penal de 1995 la incluye como “suspensión de la ejecución de las penas
privativas de libertad”, entre los artículos 80 a 87. De modo general, esta medida es procedente
cuando la pena impuesta al condenado no excede a dos años de pena privativa de libertad. Solo
es aplicable a quienes hayan delinquido por primera vez y se requiere, además, que el
sentenciado haya satisfecho las responsabilidades civiles que le alcanzan, salvo imposibilidad
material de hacerlo.
Código Penal brasileño la medida que comentamos, a la que se designa como suspensâo
condicional da pena, solo procede para penas privativas de libertad no superiores a dos años y el
plazo de prueba puede extenderse hasta cuatro años (artículo 77). Por su parte, el Código Penal
de Colombia de 1980 la denominaba condena de ejecución condicional, precisando que era
aplicable cuando la pena privativa de libertad impuesta no excedía a tres años de prisión y que el
periodo de prueba podía extenderse hasta por cinco años (artículo 68).
En el Derecho Penal peruano esta clase de medidas fue introducida bajo el nombre y modalidad
de la condena condicional por el Código Penal de 1924. Inicialmente se restringió su eficacia a
los delitos culposos. Sin embargo, con posterioridad, debido a reformas en el Código de
Procedimientos Penales de 1940, se amplió su aplicación para toda condena a penas privativas
de libertad no superiores a dos años y siempre que el condenado no fuera reincidente (cfr. José
Hurtado Pozo. “La condena condicional”. En: Derecho. Nº 31, Revista de la Facultad de
Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1973, p. 64).
Ahora bien, para un sector de la doctrina nacional resulta más adecuado e ideográfico el término
suspensión de la ejecución de la pena que utiliza actualmente el Código Penal de 1991.
Fundamentalmente, porque dicha medida no condiciona ni suspende los efectos accesorios e
indemnizatorios de la condena. Lo único que se deja en suspenso es la ejecución efectiva de la
pena privativa de libertad que se impuso al condenado. En ese sentido se pronuncia
Villavicencio Terreros (cfr. Felipe Villavicencio Terreros. Ob. cit., p. 233. En España también se
ha preferido dicha denominación: cfr. Francisco Muñoz Conde y Mercedes García Aran. Ob.
cit., p. 498). Sin embargo, Hurtado Pozo, al comentar el Código Penal de 1924, ha señalado que
la denominación condena condicional era la más coherente con la fuente helvética y con la
modalidad del régimen de prueba que siguió el legislador nacional en aquel entonces (José
Hurtado Pozo. Ob. cit., pp. 62 y 63).
Además, sostiene que una discusión terminológica al respecto “pierde importancia cuando se
precisa la perspectiva que se adopta. Si se tiene en cuenta en qué consiste la medida y su efecto
inmediato, resulta mejor hablar de suspensión condicional de la ejecución de la pena. Pero si se
considera su efecto mediato y decisivo (la condena se tiene por no pronunciada), no es del todo
desacertado denominarla condena condicional. La ventaja de la primera fórmula es que
comprende todos los casos, mientras que la segunda se refiere solo a casos exitosos” (José
Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”. En: El sistema de
penas del nuevo Código Penal. Anuario de Derecho Penal 97/98. Lima, 1999, pp. 234 y 235).
Como bien destacan Cobo y Vives, estamos ante una medida de suspensión de la ejecución de la
pena privativa de libertad y no de sustitución de dicha pena, efecto propio de las medidas
alternativas que se han analizado anteriormente. Según estos juristas: “La simple suspensión de
la condena no representa, hablando en puridad, un mecanismo de sustitución de la pena, sino,
en todo caso, una renuncia provisional al pronunciamiento o ejecución de la misma que, en su
momento, puede convertirse, en definitiva. Sustituir es cambiar una cosa por otra y no es eso lo
que sucede en la suspensión” (Ob. cit., p. 705).
Las reglas de conducta son obligaciones o restricciones que el juez impone al condenado, quien
debe de observarlas durante un plazo de tiempo que se expresa en la ley o en la sentencia, y al
que se le denomina periodo de prueba. La finalidad de este último no es otra que validar el
pronóstico favorable de conducta futura que justificó la decisión judicial de suspender el
cumplimiento efectivo de la pena privativa de libertad impuesta. En ese sentido, si el periodo de
prueba transcurre y se vence exitosamente, esto es, sin que haya mediado incumplimiento de las
reglas de conducta o comisión de un nuevo delito doloso, se da por extinguida la pena y se
cancela la condena de los registros judiciales correspondientes. De allí que por tal efecto
extintivo de la pena aplicada al condenado se califique a la medida que estamos analizando
como un procedimiento especial de cumplimiento de penas privativas de libertad de corta o
mediana duración.
Sin embargo, cuando el periodo de prueba conlleva la realización de infracciones a las reglas de
conducta o la comisión de un nuevo delito doloso, su tránsito se suspende para que se apliquen
al condenado mayores restricciones o sanciones que pueden determinar la revocación del
régimen de suspensión. En este último caso el efecto sobreviniente es el cumplimiento efectivo
y total de la pena privativa de libertad que se fijó en la sentencia condenatoria y cuya ejecución
fue inicialmente suspendida.
Conforme a la legislación vigente, esta medida alternativa demanda para su aplicación judicial
de dos requisitos:
1. Que la pena privativa de libertad impuesta al condenado no sea superior a cuatro años.
Por lo tanto, se requiere pena concreta privativa de la libertad, por lo que la suspensión de la
ejecución no puede recaer sobre penas no privativas de la libertad. Aun cuando se apliquen
conjuntamente con aquella. No obstante, los efectos suspensivos pueden comprender a penas de
distinta naturaleza en tanto se les imponga como penas accesorias (pena de inhabilitación).
2. Que el juez emita un pronóstico favorable sobre la conducta futura del condenado. Esto
es, que el órgano jurisdiccional en atención a las circunstancias particulares del caso y a las
condiciones personales del condenado, estime que este no volverá a delinquir por lo que la
suspensión de la efectividad de la pena privativa de la libertad es pertinente y no resiente
funciones de prevención general. “No basta, en consecuencia, que el juez intuya, tenga una
simple esperanza o confíe que el condenado se comportará bien. En caso de duda no puede
aplicarse el principio in dubio pro reo” (José Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la
pena y reserva del fallo”. Ob. cit., p. 244).
Las reformas introducidas por la Ley Nº 28726, del 9 de mayo de 2006, para reincorporar en el
Código Penal las agravantes por reincidencia y habitualidad, afectaron también las reglas sobre
la suspensión de la ejecución de la pena, al incluir una referencia expresa a que dicha medida
“no procederá si el agente es reincidente o habitual”.
Como las demás medidas alternativas que regula el Código Penal de 1991, la suspensión de la
ejecución de la pena es de aplicación facultativa para el juez. Sin embargo, al estar reglada por
la ley resulta ineludible que la autoridad judicial motive debidamente su concesión o
denegatoria. Por lo que la aplicación de esta medida requiere tomar en cuenta, entre otros
aspectos, la condición de primario del infractor, así como la escasa gravedad de la conducta
delictiva cometido o su adecuado comportamiento procesal.
En cuanto al plazo del periodo de prueba la ley fija un término flexible entre uno y tres años.
Corresponde, pues, al juez señalar de modo concreto e individualizado en la sentencia, cual es la
extensión que resulta más idónea y prudente para convalidar la consistencia del pronóstico
favorable de conducta futura del condenado. Como señala Hurtado: “El criterio flexible
adoptado es conforme a la orientación de la legislación extranjera. De esta manera, nuestro
legislador ha preferido dejar cierta libertad al juez para que determine la duración del plazo de
prueba en cada caso particular. Así, se respetan mejor sus fines al tenerse como factor decisivo
el aspecto personal del condenado” (José Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena
y reserva del fallo”. Ob. cit., p. 251).
En principio no cabe identidad entre la magnitud de la pena impuesta y el periodo de prueba que
corresponda al caso. Ahora bien, tratándose de un imperativo legal el plazo del periodo de
prueba no puede ser inferior a un año, aun cuando la pena impuesta sea menor a doce meses. Por
el contrario, si es procedente, en tanto corresponda, considerar un plazo de prueba menor al
término de la pena fijada en la sentencia. Es más, la judicatura nacional ha demostrado tener
predilección por este tipo de decisiones, que, se entiende, resultan motivadoras para que el
condenado se adscriba positivamente al cumplimiento de las reglas de conducta.
La reparación del daño ocasionado o reparación civil puede incluirse como una regla de
conducta. En este caso es necesario especificar un plazo determinado para su cumplimiento. El
legislador solo restringe tal facultad cuando el condenado haya acreditado, debidamente, que
está en imposibilidad de cumplir con la obligación resarcitoria. Sin embargo, si el pago de la
reparación civil no es considerado expresamente como regla de conducta en la sentencia, su
realización quedará fuera del régimen de suspensión de la ejecución de la pena.
notificación judicial. “Debe ser expresada de manera formal y clara para que tenga el efecto
de intimar al condenado a cumplir con los deberes que se le han impuesto” (José Hurtado
Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”. Ob. cit., pp. 251 y 252).
b. Prórroga del plazo de prueba. Esta sanción “se orienta a corregir el primer plazo en
consideración a un mejor conocimiento de la personalidad del agente (revelada por el
incumplimiento de las reglas) y (…) a darle una nueva oportunidad para que colabore en su
reinserción” (José Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”.
Ob. cit., p. 252).
La prórroga puede extenderse hasta una mitad del plazo fijado inicialmente en la sentencia, pero
no debe exceder dicha adición de 3 años. Ello quiere decir que, en su extremo máximo, si el
plazo de prueba inicial fue de tres años, este, con la adición límite que establece el artículo 59,
podría alcanzar los cuatro años y seis meses. Ahora bien, la cuantificación y determinación de la
prórroga deben ser decididas por el juez en atención a las necesidades y características de cada
caso.
C. La revocación de la suspensión. Se trata de la sanción más severa, por lo que su uso
debe ser excepcional y luego de haberse aplicado las sanciones precedentes de
amonestación o de prórroga. Representa una “constatación de fracaso y, en consecuencia,
un mandato para que se haga efectiva la privación de la libertad. Esta diferencia y sus
distintos fundamentos imponían su regulación en disposiciones diferentes” (José Hurtado
Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”. Ob. cit., p. 252).
En todo caso, su aplicación debe limitarse, en lo posible, al hecho de que el sentenciado haya
cometido un nuevo delito doloso mereciendo por ello otra condena a pena privativa de libertad
efectiva. Es, por lo tanto, incorrecto y desproporcionado revocar el régimen de suspensión por el
mero incumplimiento del pago de la reparación civil, lo cual ha ocurrido con cierta frecuencia en
la praxis de la judicatura nacional.
Al respecto, es de advertir que la ley nacional solo regula un supuesto de revocación directa e
inmediata del régimen de suspensión de la ejecución de la pena. En efecto, según el artículo 60
se impone esta sanción únicamente cuando el condenado lo sea, nuevamente, por la comisión de
otro delito doloso, realizado dentro del periodo de prueba, y se le imponga por ello una pena
privativa de libertad superior a tres años. Además, como se precisa en el citado artículo, el
efecto de la revocatoria en estos casos determina el cumplimiento total, acumulado y continuo
Ahora bien, si el periodo de prueba concluye sin que medie revocación por incumplimiento
reiterado de las reglas de conducta o por comisión de nuevo delito doloso, el artículo 61 dispone
que la “la condena se considera como no pronunciada”. Este efecto no es coherente, por sus
implicancias procesales (eficacia de la reparación civil y de penas conjuntas), con el modelo de
suspensión de la ejecución de la pena, sino con el de la condena condicional que regulaba el
Código Penal de 1924. Lo correcto sería que se dé por extinguida (cumplida) la pena como lo
sugiere el artículo 62 del Anteproyecto de Código Penal 2008/2009 (“La pena se considera
extinguida si transcurre el plazo de prueba sin que el condenado cometa nuevo delito doloso ni
infrinja de manera persistente y obstinada las reglas de conducta establecidas en la sentencia”).
En lo esencial, pues, el éxito del régimen de suspensión de la ejecución de la pena conlleva, en
lo formal, la anulación directa y “espontánea” de los antecedentes penales del condenado.
5. La reserva del fallo condenatorio
La reserva del fallo condenatorio fue otra de las innovaciones que incorporó el Código Penal de
1991 en el ámbito de las medidas alternativas. Para ello, el legislador nacional se guió por el
modelo español del Anteproyecto de Código Penal de 1983 (artículo 71 y ss.). Identificar su
fuente legal es importante ya que, como lo sostuvo Mir Puig, la suspensión del fallo en los
proyectos españoles se apartó premeditadamente de las características y efectos de la probation
anglosajona, al prescindir del pronunciamiento de la condena y, por ende, de la pena (cfr.
Santiago Mir Puig. “Tendencias político-criminales y alternativas a la prisión en la Europa
actual”. En: Revista del Ilustre Colegio de Abogados del Señorío de Vizcaya. Nº 34, 1987, p. 55
y ss.). También se le configuró de modo distinto al adoptado en el Código Penal alemán donde
el juez sí decide la pena correspondiente, pero suspende su pronunciamiento de la condena
(artículo 59).
La reforma penal española abandonó la suspensión del fallo desde el Proyecto de 1991. Para un
amplio sector de la doctrina fue una decisión acertada. Sobre todo, en consideración a los
trastornos e incongruencias procesales, que dicha medida podía suscitar y que han sido
expuestos en detalle por varios autores como Maqueda Abreu, De Sola Dueñas y Valmaña
Ochaíta (cfr. Silvia Valmaña Ochaíta. Sustitutivos penales y proyectos de reforma en el Derecho
Penal español. Ministerio de Justicia, Madrid, 1990, p. 39 y ss.). Sin embargo, algunos
proyectos posteriores como el de 1992 procuraron reunir en la suspensión de la ejecución de la
pena, algunas ventajas de la suspensión del fallo, como han mencionado Cerezo Mir y De La
Cuesta Arzamendi (cfr. José Cerezo Mir. Consideraciones político-criminales sobre el Proyecto
de Código Penal de 1992. U. de Zaragoza. 1993, p. 33; José Luis De La Cuesta Arzamendi. Ob.
cit., p. 339 y ss).
La medida alternativa que ahora analizamos se encuentra regulada entre los artículos 62 a 67 del
Código Penal peruano. En términos concretos puede definírsele como una declaración
formal de culpabilidad que se hace al imputado, pero que no genera condena ni pena. Estos
extremos del fallo condenatorio no son pronunciados por el juez quien los reserva a condición
de que el sentenciado observe determinadas reglas de conducta durante un periodo de prueba.
Estas reglas en lo fundamental incluyen, como en la suspensión de la ejecución de la pena,
obligaciones y restricciones específicas, además del mandato implícito de la no comisión de un
nuevo delito.
Inicialmente, el efecto procesal de la reserva del fallo condenatorio, que además lo diferenciaba
de la suspensión de la ejecución de la pena, era que no genera antecedentes penales al
sentenciado, ya que al no haber condena ni pena no cabía su inscripción en el Registro Judicial
correspondiente. No obstante, la Ley Nº 27868, del 20 de noviembre de 2002, que modificó el
artículo 63, creó un Registro Especial donde deben inscribirse las sentencias que disponen la
reserva del fallo condenatorio. Con esta modificación se buscaba promover una mayor
selectividad en la utilización de dicha medida, a la vez que evitar su aplicación sucesiva o
múltiple a un mismo sentenciado.
Conforme al artículo 62 la reserva del fallo condenatorio procede cuando concurren los
siguientes presupuestos:
• Que el delito esté sancionado con una pena conminada no superior a tres años de pena
privativa de libertad o con pena de multa; o con penas de prestación de servicios a la
comunidad o de limitación de días libres que no excedan a 90 jornadas; o con pena de
inhabilitación no superior a dos años. Cabe precisar que esta medida es aplicable aún en los
casos donde la penalidad conminada para el delito cometido esté compuesta por penas conjuntas
o alternativas, siempre que tales sanciones no excedan los límites cuantitativos establecidos para
cada tipo de pena. Ahora bien, un sector de la doctrina nacional estima que tales límites
corresponden a una expectativa judicial de pena o pena probable que merecería el autor (Cfr.
José Hurtado Pozo. “Suspensión de la ejecución de la pena y reserva del fallo”. Ob. cit., p. 242).
Esta interpretación parece ser más coherente con las previsiones contenidas en los incisos 2 y 3
del artículo 62 y donde la norma se refiere a “la pena a imponerse”, mas no con la señalada en
el inciso 1 que alude a “cuando el delito está sancionado”.
a) El plazo de prueba puede extenderse entre uno y tres años. Pero en caso de infracción de
las reglas de conducta se puede prorrogar hasta por una mitad del plazo inicialmente fijado.
b) Las reglas de conducta deben adecuarse a los fines de rehabilitación del procesado. Es
posible considerar como regla de conducta el cumplimiento del pago de la reparación civil.
Además, el juez puede adicionar otras reglas de conducta, distintas de aquellas que se definen
enunciativamente en el artículo 64, si resultan pertinentes al caso y convenientes para los fines
preventivo-especiales de la medida. Sin embargo, estas reglas adicionales no deben atentar
contra la dignidad personal del sentenciado.
La revocatoria de la reserva del fallo condenatorio por comisión de nuevo delito doloso
evidencia algunas particularidades. En primer lugar, el artículo 66 regula dos supuestos:
Primero se refiere a una revocatoria facultativa cuando por el nuevo delito cometido se
imponga pena privativa de libertad superior a tres años. Luego la norma trata también de una
revocatoria obligatoria y que se hará efectiva si el nuevo delito cometido por el sentenciado
tiene pena conminada superior a tres años. No resulta coherente ni explicable esta distinción que
hace el legislador. Hubiera sido preferible mantener la revocatoria condicionada únicamente a la
extensión de la pena impuesta en la nueva condena, pues vincular tal consecuencia con la
sanción conminada del delito puede generar situaciones de absurda inequidad.
Por ejemplo, cuando en la comisión del nuevo delito doloso de homicidio por emoción violenta
(artículo 109) concurran circunstancias atenuantes que afecten el mínimo de la pena legal
(legítima defensa imperfecta o imputabilidad restringida) y que, en consecuencia, la condena
solo imponga para el nuevo hecho punible una sanción inferior a tres años de pena privativa de
libertad. En este caso paradójicamente por la magnitud de la pena impuesta la revocatoria
facultativa no sería posible, pero por el tipo de penalidad conminada para el delito cometido (no
mayor de cinco años de pena privativa de libertad) el juez tendría que aplicarla como
obligatoria. El Anteproyecto de Código Penal 2008/2009 al establecer como base de la
revocatoria que la pena impuesta por el nuevo delito sea superior a tres años de privación de
libertad supera plenamente el problema detectado.
La reserva del fallo condenatorio ha tenido una evolución interesante en la praxis judicial. Por
fuerza de la costumbre y falta de información, esta importante medida alternativa fue
inicialmente relegada por la aplicación de la suspensión de la ejecución de la pena. No obstante,
con el transcurso del tiempo su utilización jurisdiccional se ha hecho más frecuente, sobre todo
en delitos de escasa relevancia como la usurpación de inmuebles, la violación de la libertad de
trabajo, el abuso de autoridad innominado, la receptación simple, y en las faltas. Actualmente es
la segunda medida en el registro de frecuencias de utilización jurisdiccional.
6. La exención de pena
Esta medida alternativa se relaciona con los criterios generales del llamado perdón judicial.
Esto es, con la facultad conferida por la ley al órgano jurisdiccional para dispensar de toda
sanción al autor de un hecho delictivo.
bienes jurídicos afectados, determinan, en el caso concreto, que la respuesta resulte innecesaria o
desproporcionada.
En términos prácticos esta medida puede definirse como una condena sin pena. Por tanto, ella
exige una declaración de culpabilidad, pero, además, involucra la renuncia del Estado,
representado en la autoridad judicial, a efectivizar el ius puniendi con la imposición de una pena
al autor o partícipe de un delito.
El Código Penal peruano se ocupa de la exención de pena en el artículo 68. Este único
dispositivo tuvo por fuente legislativa extranjera al artículo 75.I del Código Penal portugués de
1982. Su incorporación en el proceso de reforma tuvo lugar a través del Proyecto de Código
Penal de setiembre de 1989 (artículo 71).
dicha expresión se alude a medidas prémiales por colaboración eficaz lo que ocurre en la Ley Nº
27378 (artículo 4.1) y en el Decreto Legislativo Nº 824 (artículo 19. a).
Por consiguiente, quizás hubiera sido preferible designar a esta modalidad de perdón
judicial penal con otra denominación, por ejemplo, dispensa de pena o renuncia de pena, tal
como se detecta en el Derecho Penal comparado.
La legislación peruana establece dos requisitos para la procedencia de la exención de pena. Uno,
cualitativo, está en función del tipo de pena conminada en la ley para el delito cometido. Y el
otro, valorativo, toma en cuenta el grado de culpabilidad del autor o partícipe.
El primer requisito exige que la medida sea procedente solo cuando la pena privativa de libertad
conminada para el delito cometido, no sea mayor de dos años o se trate de penas no privativas
de libertad de multa o limitativas de derechos. Para estas sanciones la ley no fija límites
específicos de penalidad conminada.
El segundo requisito alude a que la culpabilidad del agente sea mínima. Este criterio no ha sido
desarrollado por el legislador. Tampoco la doctrina y la jurisprudencia nacionales han aportado
sobre el particular criterios uniformes de interpretación. Cabe, entonces, sostener lege data
algunas consideraciones al respecto. En tal sentido se puede afirmar que la ley toma en cuenta la
culpabilidad concreta y personal del autor o partícipe. Por consiguiente, la ley demanda que en
función de ella el juez identifique y evalúe la presencia de circunstancias que aminoren o
disminuyan su intensidad. Lo cual ocurre en los casos de imputabilidad relativa, error de
prohibición vencible, error de comprensión culturalmente condicionado vencible, estado de
necesidad exculpante imperfecto o de un estado de miedo que en el contexto aparezca como
superable. Ahora bien, por extensión se asume también la posibilidad de una menor culpabilidad
en el caso del cómplice secundario.
Si bien el Código Penal peruano, a diferencia del boliviano, no alude a los efectos de la exención
de pena sobre la reparación civil, se debe inferir que la aplicación de esta medida alternativa no
excluye del señalamiento de responsabilidades resarcitorias, las que son exigibles desde la
producción de un daño antijurídico. Por lo tanto, el juez debe de fijar en la sentencia la
reparación civil que corresponda.
•Se unifica en cinco años de pena privativa de libertad, concreta o conminada, el límite máximo
para la aplicación de medidas alternativas.
Con relación a las medias alternativas se han emitido dos ejecutorias supremas de eficacia
vinculante. La primera del 27 de mayo de 2005, recaída en el Recurso de Nulidad Nº 3332-2004
procedente de Junín, define los presupuestos de aplicación de la reserva del fallo condenatorio.
En lo esencial, en esta resolución, luego de detallarse los requisitos y operatividad de dicha
medida alternativa, se corrige el error en que incurrió la Sala Penal Superior al aplicar una
reserva de fallo para un delito funcionarial que conforme al artículo 426 conlleva la pena
conjunta de inhabilitación hasta por tres años. La Corte Suprema destaca que la reserva de fallo
tratándose de esa clase de pena limita su aplicación a un máximo de dos años.
La doctrina jurídica manifiesta que las medidas alternativas a las penas privativas de la libertad,
deben llevarse considerando respetabilidad de la dignidad y los derechos del malhechor a través
de la coacción de pena razonable y sólo debe enviársele a prisión en última razón, cuando la
Esta medida alternativa se enlaza con los criterios generales del llamamiento perdón judicial. Esto
es, con la capacidad dada por la ley al órgano jurisdiccional para dar de toda sanción al sujeto de
un hecho delictivo.
Las penas alternativas de las medidas menos graves que la pena privativa de la libertad y
Se aplica a los culpados por delitos con pena de menos duración, a la mayoría de casos, son
BIBLIOGRAFÍA:
https://campus.uladech.edu.pe/pluginfile.php/4069550/mod_resource/content/1/Contenido%2011.pdf