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Diplomatura en Educación Emocional.

Instituto de Extensión UNVM

BLOQUE TEMÁTICO I

Introducción a la Educación
Emocional
B

LUCAS J. J. MALAISI

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Diplomatura en Educación Emocional. Instituto de Extensión UNVM

INDICE

EMOCIONES Y APRENDIZAJE……………………………………………………………………….….……. 3

Las emociones son contagiosas ………………………………………………………………..…………….5


Comunicación…………………………………………………………………………………………….……..…….5
¿Qué origina las emociones? …………………………………………………………………..……………..5
Clasificación de las emociones …………………………………………………………………….…….…..7

BREVE GLOSARIO EMOCIONAL……………………………………………………………………..…………11

NECESIDADES EMOCIONALES…………………………………………………………………………….…..22

Necesidad de Atención……………………………………………………………………………………..……25
Habeas Emotum……………………………………………………………………………………………………..28
Bibliografía………………………………………………………………………………………………………………29

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Emociones y aprendizaje
Después de lo expuesto es fácil anticipar la íntima relación existente entre aprendizaje y
emociones. Pero veamos un poco más en profundidad cómo las emociones influyen
facilitando o dificultando el aprendizaje, para sacar conclusiones que nos permitan hacer
algo para mejorar la educación. La posibilidad de aprender o evocar conocimientos
frecuentemente desaparece ante una emoción intensa. Frente a la frustración, la
desesperación, la preocupación, el miedo, la tristeza o la vergüenza, los chicos (y también
los adultos) pierden acceso a su propia memoria, a su capacidad de razonamiento y a su
habilidad para sacar conclusiones. Por ejemplo, el mero y cotidiano hecho de hacerlos leer
en voz alta ante el resto de la clase es suficiente para paralizar a algunos chicos. De esta
manera los niños asustados (o con otra emoción displacentera) tienen un bajo desempeño
que les impide adquirir nuevos conocimientos con facilidad, puesto que la ansiedad es una
emoción que los pone en Modo Defensa y por ende activa el sistema simpático, el cual
desactiva la memoria de evocación y redirige la atención sobre el peligro (en este caso,
hacer el ridículo) impidiendo el fluir de la lectura. Desgraciadamente vemos niños cuyas
energías y capacidades intelectuales son absorbidas por estados de ansiedad o emociones
displacenteras. Por lo tanto podemos afirmar que las emociones son el “interruptor de
prendido/apagado del aprendizaje”, en el sentido de que influyen para que el alumno haga
grandes progresos en el aprendizaje o bien bloqueos y retrocesos. Así como influyen
negativamente en el aprendizaje, las emociones pueden originar lo contrario gracias a la
motivación y redirección de la atención que traen consigo. Por lo tanto, el educando que se
aboca a aquello que ama guiado por su propio deseo –al cual subyacen placer, bienestar y
alegría– se mantiene en Modo Creativo, activando emociones que a nivel biológico
permiten el funcionamiento de la memoria, la creatividad y la capacidad de reflexión,
logrando comportamientos adaptativos que garantizan un aprendizaje significativo. El
aprendizaje significativo es más duradero en el tiempo porque tiene un refuerzo interno.
Las gratificaciones internas –mucho más poderosas que las externas– consisten
básicamente en un placer (emoción) que el alumno experimenta cuando logra una
respuesta o descubre y comprende el significado de algo (“ley de cierre” de Wertheimer,
“equilibración” de Piaget). Cuando esto sucede, el niño accede a una comprensión y
sensación de control de la realidad aprendida que por sí misma fortifica el aprendizaje y lo
hace resistente al olvido. Esta es la base del Constructivismo: la importancia de estimular al
estudiante para que descubra por sí mismo la realidad. Por otro lado, los educandos están
predispuestos, por sus propias emociones, a interesarse por determinados temas. Es así
que algunos podrán sentirse atraídos por las matemáticas mientras que otros por el dibujo
o las actividades físicas, por ejemplo. Ningún contenido está libre de emociones porque
toda persona es un ser emocional. Por lo tanto, hacer relevante y significativo para el

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alumno el contenido de la materia es una modalidad adecuada y bien establecida para


asegurar un aprendizaje duradero y por ende, verdadero. Para incluir las emociones a favor
de la enseñanza, el docente tiene que manifestar a través del cuerpo su interés por el
conocimiento que imparte. Debe mostrar su pasión por lo que enseña mediante la mirada,
la modulación de la voz, la vehemencia del gesto, el manejo de silencios y suspensos, etc.
Así canaliza el interés y la pasión que el conocimiento significa para sí mismo. El alumno,
por su parte, capta el “deseo del otro” por el sólo hecho y hechizo de una exhibición
corporeizada que el educador realiza. Es decir, el alumno percibe el interés y disfrute del
maestro en lo que enseña y esto a su vez le produce interés a él.

En este sentido, Sábato opina que más vale que el maestro logre fascinar al alumno con su
relato. Que logre encarnar las historias y no pretenda enseñarlo todo, sino pocos episodios
y problemas estructurales, desencadenantes de conocimientos actuales y futuros. Dice:
“Más bien pocos libros, pero leídos con pasión, única manera de vivir algo que, si no, es un
cementerio de palabras”. Recordemos que “educación” en su acepción etimológica significa
desarrollar, llevar hacia fuera lo que aún está en germen, poner en acto lo que sólo existe
en potencia. Es preciso entonces que el docente tome los propios intereses del niño para
desarrollarlos, cumpliendo la función mayéutica de “dar a luz” las ideas del alumno. O bien
puede generar intereses mediante el suyo propio, que será percibido por el alumno cuando
el docente trasmita los conocimientos con verdadero placer, desarrollando la capacidad de
asombro del estudiante –condición para que considere de importancia lo que se le está
enseñando. La imposición de contenidos puede generar emociones displacenteras –enojo,
disgusto, miedo–, lo que biológicamente impide o dificulta el aprendizaje y hasta mutila la
capacidad de asombro y de pensamiento crítico. Es por esta razón que los estudiantes
rinden mucho menos en aquellas materias que desprecian. Si bien en el aprendizaje se ven
involucrados muchos factores –como la didáctica del docente, el desarrollo madurativo
intelectual del alumno, su situación actual y los factores biológicos (como visión, audición,
motricidad, alimentación, genética, etc.)– las emociones cumplen un rol protagónico en
tanto facilitadoras u obstaculizadoras de dicho proceso.

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La verdadera educación consiste en sacar a la luz lo mejor de la persona.


Gandhi

Las emociones son contagiosas


Se realizó una investigación en la que se monitoreaban respuestas fisiológicas (ritmo
cardíaco) de dos personas puestas a conversar. Se demostró que al comienzo de la
interacción los ritmos cardíacos eran distintos, pero luego de unos quince minutos
terminaban sincronizándose. Esto mismo es fácil de comprobar en la vida cotidiana.
Seguramente recordarás que cuando compartís tiempo con personas “buena onda” te
sentís bien, mientras que cuando estás con pesimistas éstos te invaden con su “mala onda”.
Las emociones más intensas y prolongadas son las que terminan esparciéndose en los
demás. Es ésta la función de entrenadores o coaches, líderes y docentes que ante el
desánimo de los jugadores, alumnos o seguidores deben entusiasmarlos y llenarlos de
energía, es decir, contagiarlos de optimismo. Hete aquí la importancia del estado emocional
del docente. Si está enojado, desganado o triste, esto hará eco en sus alumnos. Asimismo,
el clima educativo y el estado emocional del directivo son muy relevantes ya que impactan
en el docente. Con un pensamiento sistémico –o cuántico– podrás seguir la lógica de que
todos estamos conectados y que todo influye sobre todo.

Comunicación
Nuestras emociones nos ayudan a comunicarnos con otras personas. Nuestra expresión
facial, por ejemplo, puede manifestar un amplio rango de emociones. Si tenemos una
expresión triste, estamos señalando a los demás que necesitamos ayuda, o por lo menos
nuestro semblante provee cierta información de cómo necesitamos ser tratados en ese
momento. Pero si además desarrollamos habilidades verbales, tendremos más
posibilidades de expresar nuestras necesidades emocionales, como así también de sentirlas
y satisfacerlas. Las emociones recurrentes jamás mienten, son una verdadera y auténtica
fuente de información tanto para nosotros mismos como para los demás, dado que no
podemos esconderlas con facilidad. Algunos más, otros menos, manifestamos nuestras
emociones mediante gestos, actitudes, comentarios, movimientos, etc. Para mí ellas son lo
más natural y puro que tenemos, muestra genuina de quiénes somos.

¿Qué origina las emociones?


Mayoritariamente están determinadas por los pensamientos. Posiblemente disientas
conmigo y me digas que la causa de las emociones es el estímulo mismo. Pero no es así,
sino que es la representación que te hacés del estímulo lo que ocasiona la emoción, pues

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no nos relacionamos con la realidad sino con lo que creemos que existe. Todo está en
nuestro sistema de creencias. Así, lo que puede ser un problema para una persona, para
otra no lo es. Por ello en psicología decimos que “no vemos las cosas como son, sino como
somos”. Los pensamientos se dan en forma de autodiálogo. Seguramente, como a mí, te
sorprenderá saber que la comunicación que tenemos los seres humanos se da en un 90%
con uno mismo y sólo en un 10% con el mundo exterior. Sí, desde que nos levantamos hasta
que nos acostamos practicamos la “charla cerebral”. Todo el tiempo estamos hablando con
nosotros mismos. Nos decimos “Tengo que hablar con Fulano y decirle tal cosa… Quiero
salir a correr, tengo que hacer las compras, más tarde voy a estudiar y después quiero
juntarme con Mengano”, etc. Es gracioso ver cómo algunos sujetos, en la fila de un banco o
en un semáforo, al estar solos y no tener con quién hablar, comienzan a gesticular como si
hablasen con algún fantasma. Pasa que se involucran tanto con lo que piensan que
comienzan a actuar su autodiálogo. Las emociones dependerán de la calidad de la
comunicación con uno mismo. Lo que conscientemente pensamos es lo que mayormente
determina cómo nos sentimos. Las personas optimistas se dicen cosas positivas,
empoderadoras y agradables, son indulgentes consigo mismas y consecuentemente se
sienten bien. Pero las personas pesimistas se están criticando constantemente a sí mismas
y se toman las cosas en forma catastrófica, poniéndose en estados emocionales
caracterizados por angustia, miedo, enojo, vergüenza, tristeza, etc. Casi todas las personas
tenemos ese “matón” interno que nos hace sentir mal. Así, es común decirnos en nuestro
autodiálogo: “soy un estúpido, estoy haciendo el papel de tonto”, “estoy mal vestido”, “estoy
muy gordo/a”, “qué fea voz que tengo” … O nos hablamos en segunda persona: “sos un
idiota”, “siempre todo te sale mal”, “nadie se va a fijar en vos”, “no digas te quiero, es un
signo de debilidad”, etc. Ese pensamiento autoderrotista que nos taladra la cabeza y lesiona
la autoestima es un compuesto de todos los rechazos y humillaciones que recibimos de
niños. Es como una grabación de opiniones negativas sobre nosotros que alguna vez
escuchamos. El rumiador mental puede ser pesimista u optimista. El primero está en
problemas, porque su sistema de creencias es pesimista y se repite una y otra vez cuán mal
están las cosas o cuán mal estarán, pues el pesimismo es una propensión a ver y juzgar las
cosas en sus aspectos más desfavorables, tanto en lo pasado como en lo presente y futuro.
Mientras que el rumiador optimista tiende a desembarazarse de problemas y
complicaciones y naturalmente se siente bien. Lo curioso de todo esto es que, como dije, el
pesimismo disminuye las respuestas del sistema inmunológico, haciendo a la persona más
vulnerable; mientras que el optimismo fortalece las defensas, por lo que la persona se
enferma menos. Se refuerzan entonces los sistemas de creencias, tanto del optimista como
del pesimista. Esto es llamado en psicología “profecía autocumplida”: el pesimista termina
comprobando sus catastróficos vaticinios y el optimista obtiene lo que se augura: salud y

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bienestar. Esto lo expresó con gran precisión Henry Ford al decir “Si crees que puedes, como
si no, tienes razón”. Pensamiento y emoción son las dos caras de una misma moneda, pues
siempre se dan juntos. Anthony Robbins dice: “Where focus goes, energy flows”, que
significa: “Donde me focalizo, fluye la energía”. Si me focalizo en lo negativo, me enojaré, y
si me focalizo en lo positivo o en las soluciones, seguramente me aliviaré.

Clasificación de las emociones


Existen numerosas formas de clasificar las emociones, y hay poco acuerdo entre los autores.
Afirma Rafael Bisquerra que “los usos del lenguaje han complicado el intento [de clasificar
las emociones] de tal manera que se ha llegado a considerar que era un esfuerzo inútil”. Por
lo tanto es importante que tengamos un pensamiento flexible y tolerancia a la diversidad,
entendiendo que algo puede ser visto de muchas maneras según la epistemología con la
que se trabaje.

Algunos teóricos proponen familias básicas de emociones, aunque no todos coinciden en


cuáles serían. Otros (W.Wundt, J.B. Watson) proponen que todas las emociones pueden
situarse entre los ejes placer-displacer (a lo que adhiero). Otros clasifican las emociones en
positivas y negativas, con lo que disiento por completo, ya que pueden suscitarse errores.
Otros hablan de emociones tóxicas, pero eso sólo tiene asidero si uno no hace una buena
gestión de lo emocional. En fin, quiero mostrarte que hay muchas tipologías de las
emociones, sin que una sea más correcta que otra. Sólo se trata de perspectivas distintas,
todas ellas válidas.

¡Bienvenidos al mundo de las emociones, donde todo depende de cómo se lo mire!


¡Dejen sus estructuras y rigideces en la puerta! ¡Gracias! Veamos algunas formas de
clasificar las emociones.

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Clasificación según familias básicas de emociones

En esta lista de grupos de emociones falta, a mi criterio, la envidia, que podría ser incluida
dentro del grupo de emociones de “disgusto o ira”, ya que es un disgusto, dolor o enojo que
surge cuando percibimos que el otro ha alcanzado algo que nosotros deseamos y no hemos
logrado.

También existe una clasificación que habla de emociones centrales. El argumento para
dicha clasificación se basa, en cierta medida, en el descubrimiento de Paul Ekman, el autor
que inspiró a los creadores de la famosa serie ‘Lie to me’. Según Ekman las expresiones
faciales correspondientes a cuatro emociones centrales (temor, ira, tristeza, placer) son
reconocidas por personas de culturas de todo el mundo, lo cual confirma la universalidad
de las emociones. Ekman enseñó retratos que expresaban diferentes emociones a personas

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de culturas remotas y descubrió que todos los consultados reconocían las mismas
emociones básicas o centrales.

Otras clasificaciones, en función de las variables intensidad y duración, hablan de pasiones


(estado afectivo más intenso pero también más breve); emociones propiamente dichas (no
son tan breves y tampoco tan intensas); y, por último, sentimientos (estados afectivos más
estables y no tan intensos). Esta clasificación, por rígida y esquemática que parezca, puede
tener excepciones. Como vimos, dependiendo del pensamiento o idea a la cual estén
sujetas, las emociones pueden tener una duración e intensidad variables.

Pensar en esta clasificación que distingue sentimientos, emociones y pasiones ayuda a


comprender ciertas situaciones que pueden ser conflictivas. Por ejemplo, un padre que se
enoja y reta a un hijo porque hizo una travesura. La reprimenda puede ser interpretada por
el niño como una falta de amor o, lo que es peor, como una manifestación de odio. Pero lo
importante acá es ver que simplemente se superpuso una emoción a un sentimiento. Esto
es así porque la emoción desencadenada por el niño en el padre es enojo, pero, como
dijimos, es transitoria, aunque también intensa. No obstante, el sentimiento que prevalece
y subyace en la relación padre-hijo es el amor incondicional. Entonces el niño puede
comprender que el padre lo ama, lo cual no quita que se enoje.

Otra clasificación muy útil es la que distingue entre emociones primarias y secundarias.
Cuando sentimos una emoción primaria estamos viviendo un estado afectivo incipiente,
que es más fácil de manejar y cuyas causas se pueden identificar también con facilidad. La

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emoción secundaria se da cuando tenemos una acumulación de emociones primarias. A


menudo no entendemos por qué una persona reacciona de manera exagerada y dice “Fue
la gota que rebalsó el vaso”. Para dejarlo bien claro, las “gotas” son las emociones primarias
y el “vaso rebalsado” son las emociones secundarias.

Muchos no hacen caso a las pequeñas “gotas” (emociones primarias) que al acumularse
desembocan en emociones secundarias (el “vaso rebalsado”). El odio (emoción secundaria)
se da como consecuencia de sentirnos insultados, presionados, trampeados o estafados
(emociones primarias). La depresión es secundaria a la tristeza, la decepción, la
desesperanza, la soledad, la desolación, la incomprensión, el agobio, etc. De igual manera,
podemos afirmar que el amor es una emoción secundaria porque antes sentimos agrado,
simpatía, gusto por alguien, “química” (emoción primaria) y luego, al cabo de un tiempo, al
conocer a la persona con sus valores y actitudes, nos damos cuenta que la amamos. El
enamoramiento es una emoción primaria, mientras que el amor verdadero sólo puede
surgir con el tiempo. Siguiendo esta lógica, la fobia es la emoción secundaria del miedo.
Frecuentemente, la fobia aparece luego de una seguidilla de emociones primarias como
temor, preocupación, miedo, ansiedad, etc. Las emociones secundarias, como el odio y la
depresión (estados afectivos displacenteros), no nos ayudan mucho cuando tenemos que
identificar nuestras necesidades emocionales no satisfechas. Por ejemplo, cuando digo que
me siento muy enojado o que odio algo, nadie puede saber cómo ayudarme a satisfacer la
necesidad emocional que tengo, pero si digo que me siento presionado o insultado, es
mucho más clara la necesidad emocional, como así también aquello que pueden hacer para
ayudarme. Por ello, una técnica muy simple para una sana gestión emocional es identificar
las emociones primarias. Si bien la clasificación comentada en este apartado me parece muy
útil, pues ayuda a entender que los estados emocionales intensos tienen una historia
comprensible, eventualmente puede pasar que nos salteemos las emociones primarias y
pasemos a sentir emociones muy intensas.

Por último, pero no menos importante, existe una clasificación propuesta por la
BioNeuroEmoción que habla de sentimientos como pensamientos con emoción (es decir,
emoción pensada). “Me siento atrapada, me siento solo, me siento abandonada, me siento
frustrado, atacado, impotente, traicionada…”. Según esta perspectiva, existen los siguientes
tipos de emociones: Emoción secundaria o social: es lo políticamente correcto. Enmascara
la emoción primaria u oculta, aquella que no es socialmente aceptable reconocer, por lo
tanto es reprimida y guardada. La emoción oculta es la que eventualmente los consultantes
pueden “largar” después de escudriñar un poco en sus vidas y llegar al origen de todo el
conflicto. Emoción transgeneracional: es una emoción que nace con nosotros ya que la
heredamos de los ancestros. Es decir, heredamos información genética que nos predispone

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a sentir una determinada emoción. Esto puede observarse cuando las personas
permanecen en estados emocionales sin que tengan una relación o un motivo para sentir
lo que están viviendo. Emoción del ser: es aquella que el individuo experimenta cuando
toma conciencia de la emoción oculta, siente una coherencia interna y logra un estado de
paz. Por esta descripción de coherencia y paz interior es que yo considero que la emoción
del ser es lo mismo que la felicidad (que, como veremos más adelante, no es lo mismo que
la alegría o el entusiasmo, sino un estado sutil de bienestar y seguridad producto de la
coherencia con uno mismo).

Breve glosario emocional


A continuación veremos una breve definición y descripción de las emociones que servirá
al docente al momento de planificar y trabajar en clases de Educación Emocional.

Enojo. Es una emoción que nos advierte de una situación considerada como injusta o
inoportuna, y para corregirla provoca un aumento de la energía corporal (poniendo un
límite, defendiéndonos, etc.). No es negativa, sólo puede acarrear problemas si no la
gestionamos adecuadamente. Como todas las emociones, el enojo depende de nuestro
sistema de creencias, por lo tanto no a todos nos enoja lo mismo ni en la misma medida.
“Estoy escribiendo en mi computadora un informe y segundos antes de guardar la
información se corta la luz y pierdo todo”, “Estaba apurado porque llegaba tarde a una
reunión y me bajé del auto, cerrándolo con seguro mientras el motor seguía andando y las
llaves quedaban adentro”, “Mi celular se quedó sin batería cuando quería llamar al cerrajero
para que me abriera el auto”… Estas son algunas de las tantas situaciones que provocan
enojo. Cuando la energía del deseo que se encamina hacia su realización encuentra un
obstáculo –dice Levy –, la obstrucción que éste produce genera una sobrecarga energética
en ese deseo, y es esta sobrecarga lo que llamamos enojo. Así, el enojo surge como un
cúmulo de energía que aumenta los recursos de la persona para resolver un problema. Pero
lo que no siempre sabemos es que esa sobrecarga energética tiene por función asegurar la
realización de ese deseo o la satisfacción de esa necesidad. Como en todas las emociones
(excepto en la tristeza), el aumento de energía que experimentamos sirve para aumentar
nuestras capacidades o energías de modo que nos permitan resolver el problema que se
nos ha presentado. Existen diferentes grados de intensidad para esta emoción: el grado más
leve es el enojo, luego la ira representa un nivel superior en intensidad y por último el odio
es la emoción más intensa. ¿Para qué sirve el enojo? Bien, tiene una función muy saludable
y positiva: nos permite definir límites. Cuando nos sentimos mal con el comportamiento de
una persona, el enojo nos alerta, nos dice: “Éste se extralimitó”. Si aprendemos a confiar en
nuestras emociones y a sentirnos seguros expresándolas, podremos hacerle saber a la
persona que su comportamiento nos pareció inadecuado. Así el enojo ayuda a definir y
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determinar los límites entre nosotros y los demás, distancias que son necesarias para
proteger nuestra salud psicológica y física. También ocurre que porque no aprendimos a
poner límites o a expresar nuestro desagrado, a menudo porque la naturaleza de la relación
“no lo permite” (como en el caso de algunas simbiosis entre enamorados, amigos, etc.),
optamos erróneamente por no sentir las emociones que nos alertan de una situación
perjudicial. Es decir, buscamos evitar lo que sentimos y desentendernos de ello en pos de
la relación, en lugar de “escuchar” esas señales y hacer algo para mejorar aquello que nos
molesta. El enojo, como cualquier emoción displacentera, activa el sistema simpático
poniéndonos en Modo Defensa (nos preparamos para defendernos), a la vez que desactiva
el sistema digestivo, la memoria, el sueño, la creatividad, el sistema inmune… Por ello decae
nuestra performance cuando nos enojamos. Está comprobado que los estados prolongados
e intensos de ira, depresión y ansiedad predisponen a patologías físicas a partir del efecto
inmunosupresor que mencionaba antes. Puntualmente puede decirse que la ira, si no es
gestionada asertivamente y permanece en la persona, predispone a patologías cardíacas,
cáncer y otras enfermedades físicas.

Envidia. La envidia es un disgusto, dolor o enojo que surge cuando percibimos que el otro
ha alcanzado algo que nosotros deseamos y no hemos logrado. Si hablamos de un otro
podemos inferir que la envidia es, como la vergüenza, una emoción que surge en sociedad
y en interacción. Este sentimiento es habitualmente tildado de negativo y en general nos
avergonzamos de sentirlo, puesto que lo que frecuentemente se piensa es que subyace a él
un deseo de destrucción del otro o de sus logros. Pero no es ese el objetivo central de la
envidia, sino la eliminación del contraste que genera que el otro haya alcanzado lo que
nosotros no, cuya percepción causa dolor o molestia. La destrucción de los logros del otro
no es un objetivo propio de la envidia, sino un medio que permite la eliminación del
contraste entre nuestra situación y el éxito ajeno, afirma Levy. De esta manera, la envidia
nos informa que nuestros deseos y objetivos no están siendo alcanzados. Entonces, una
manera más saludable de combatir la envidia no es destruir al otro sino hacer algo para
alcanzar nuestros objetivos y de esta forma dejar de percibir nuestro “fracaso” ante los
logros ajenos.

Vergüenza. Es el sentimiento que surge como consecuencia de haber hecho algo de manera
incorrecta –según una exigencia determinada y ante la presencia real o imaginada de la
mirada de otra persona– y reconocerlo. A menudo este reconocimiento actúa como una
especie de remordimiento que activa ese matón interior que nos hostiga diciendo “¿Cómo
pude hacer así el ridículo?”. Este es el autodiálogo que perpetúa la vergüenza. Según la
intensidad de esta emoción, la persona puede identificarse o no con lo ocurrido. Levy
sugiere como salida de la vergüenza entender que el hecho vergonzoso es algo que nos ha

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ocurrido, pero no somos eso. Porque, en la medida en que sigamos repitiendo la voz del
matón interno, renovamos una y otra vez el sentimiento de vergüenza. Por otro lado, afirma
el autor que la vergüenza significa una pérdida sorpresiva de autoestima, razón por la cual
es tan desorganizadora. Además de reconocer que no somos lo ocurrido, tomar las cosas
con humor también desvanece la vergüenza.

Culpa. Al igual que en la vergüenza, en la culpa también está ese auto-diálogo o “voz de la
conciencia” informando que cierto código –moral o ético– fue transgredido. Esto es lo que
se conoce como “autoacusación”: la culpa nos indica que algo hicimos mal según nuestra
moral. De ahí que esta emoción constituya una verdadera señal de que debemos corregir o
reparar algo. Según algunos autores, se considera a la culpa, en tanto sentimiento
displacentero y doloroso, como una forma de pagar por el error, un castigo expiatorio por
la falta cometida. El mecanismo psicológico que subyace a tal circuito es llamado
retroflexión. Por este mecanismo la energía de la emoción se dirige en contra de la persona
en forma de auto-punición. Una buena manera de aprovechar esta energía es invertirla en
reparar el hecho. El grado de la culpa va a variar según el sistema de creencia de la persona.
Si tiene creencias muy rígidas y exigentes, seguramente su culpa será mayor. Se puede
diferenciar entre culpa funcional, que es una señal propia de personas sanas que nos indica
acerca del error y ayuda a que se produzcan las correcciones; y culpa disfuncional, que
añade más sufrimiento al sufrimiento en forma de auto-tortura o castigo expiatorio. Por el
contrario, hay personas que nunca experimentan culpa, y en este caso hablamos del
trastorno psicológico llamado psicopatía. Al no vivenciar la culpa, el sujeto carece de
motivación para reparar el hecho, pues no puede arrepentirse por lo realizado. Esto lo lleva
a menudo a reincidir en aquella acción, puesto que no puede aprender de la emoción que
no siente. Es el caso de algunos violadores y asesinos seriales que no corrigen nunca su
comportamiento.

Miedo. Es la sensación de angustia vivenciada ante la presencia real o fantaseada de una


amenaza. Como todas las demás emociones, nos informa y da fuerza para resolver el
problema o tomar distancia de la situación temida. Provoca toda una reacción química en
el cuerpo que, activando el sistema simpático, lo prepara para actuar a partir de la secreción
de adrenalina. También a esta emoción a menudo intentamos evitarla. Pero el miedo no es
un problema; por el contrario, es un aviso saludable de que debemos hacer algo respecto
de una situación percibida como amenazante. Existen algunas frases muy comunes como
“No seas cobarde, no tengas miedo” o “Los hombres no tienen miedo”. Estos son
verdaderos mandatos que muchas veces pasan a ser internalizados. Durante la
adolescencia, etapa en la que la identidad entra en crisis, estos mensajes dando vueltas en
la cabeza del joven lo pueden llevar a desarrollar comportamientos muy riesgosos

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(contrafóbicos) como forma de vencer el miedo. No todos tememos lo mismo, ya que el


miedo también depende de nuestras creencias. Según lo vivido, la crianza y demás
experiencias se van estableciendo –para bien o para mal– creencias sobre qué es peligroso.
Por ello siempre es bueno hablar del miedo para así corregir posibles errores cognitivos.

Angustia. Es una emoción diferente al miedo, ya que a éste lo suscita un objeto en


particular, identificado o definido, mientras que cuando sentimos angustia tememos a algo
desconocido e impreciso. Tiene marcados signos físicos: taquicardia, sudoración,
temblores, sensación de falta de aire o ahogo, sensación de atragantarse, opresión,
malestar torácicos, náuseas, molestias abdominales, inestabilidad y mareo (aturdimiento).
En casos patológico se da la Crisis de Angustia, más conocida como Panic Attack o Ataque
de Pánico, en que la persona puede experimentar una sensación de despersonalización,
miedo a perder el control o volverse loco, miedo a morir, parestesias (sensación de
cosquilleo, calor o frío en la piel), escalofríos y sofocaciones. Estos síntomas generalmente
alcanzan su máxima expresión en los primeros 10 minutos de la crisis de angustia, no
extendiéndose mucho más tiempo. En un mundo impredecible y complejo, donde no
sabemos qué pasará, esta emoción es cada vez más frecuente. A diferencia de la ansiedad,
la angustia tiene un correlato físico mucho más profundo y además se trata de un temor
indefinido a algo futuro, mientras que la ansiedad está más relacionada con lo presente. Es
una emoción normal cuya función es activar la capacidad de respuesta de la persona, pero
al ser inespecífica se mantiene activa (sistema simpático) consumiendo sus energías sin
poder dar una respuesta eficaz.

Ansiedad. Se trata de un temor indefinido a algo presente. Etimológicamente significa


incomodidad. Es una aceleración vital, actividad inquieta y anticipatoria que busca la
obtención inmediata de resultados. Se manifiesta como un estado de excitación e
hiperactividad con aceleración cardíaca. Al estar pendiente de problemas, la persona
necesita terminar rápido lo que está haciendo; es impaciente, se preocupa, está intranquila,
no puede focalizarse en el presente. La ansiedad no necesariamente es patológica. En una
medida adecuada es normal como el miedo o la tristeza, ya que se trata de una preparación
del cuerpo para algo esperado: “Estoy ansioso por irme de vacaciones”, por ejemplo.
Cuando resulta excesiva esta emoción es la vedette en el elenco de los llamados trastorno
de ansiedad: fobias, ataques de pánico, TOC (trastorno obsesivo-compulsivo), TEP
(trastorno por estrés post-traumático), TAG (trastorno de ansiedad generalizada), etc. En
un mundo que anda apurado, esta emoción también es muy frecuente.

Tristeza. Es una emoción que generalmente surge ante las pérdidas que sufrimos en la vida,
de ahí que sea tan intensa como profundo sea el vínculo con lo perdido. Es un dolor
generalizado en el cuerpo, pero sobre todo en el alma. La tristeza no es negativa, no es

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anormal ni está mal sentirla. A diferencia de las demás emociones, la tristeza está
caracterizada por una falta de energía. En un primer momento es vivenciada como un dolor
paralizante que no nos deja fuerza para actuar, sino tan sólo para llorar y así sacar el dolor.
Nos deja el ánimo aplanado, casi sin expresiones ni deseos. En general, cuando sentimos
tristeza es porque hemos perdido algo (real o fantaseado). Ya no tenemos aquello que antes
sí, y cuando verdaderamente no hay posibilidades de recuperarlo, no hay acción que valga.
Es por ello que la tristeza no implica el aumento de energía que las demás emociones sí,
sino que nos la quita dejándonos inactivos para ceder paso a la aceptación (elaboración
interna) de la nueva situación. Soltar no demanda energía, sino más bien implica la ausencia
de ésta. Al no tener esta fuerza, no queda más acción posible que la de soltar,
contribuyendo a dejar de “forzar” la realidad. Aquello que antes sosteníamos, ahora, gracias
a la ausencia de energía propia de la tristeza, podemos soltarlo. Esta emoción puede ser
verdaderamente dolorosa según su intensidad. Es por ello que muchas veces tratamos de
evitarla distrayéndonos con actividades, trabajo, amigos o bien intentamos taparla
negándola y reprimiéndola, o buscamos ahogarla en alcohol u otras sustancias. No nos
permitimos llorar o intentamos, haciendo un gigantesco esfuerzo, sonreír. En ocasiones
solemos decir, cuando no se nos nota la tristeza, “La procesión va por dentro”, y hasta
hablamos como si nada pasara. Pero cuando la emoción no halla (o no le damos, mejor
dicho) una vía de expresión adecuada, la busca por sí misma a través de síntomas (entre
otros, físicos, como lo son el asma y las úlceras) que junto a una serie de condicionamientos
producen enfermedades. Lo cierto es que ninguna de estas actitudes evasivas ayudan, y por
lo tanto son absolutamente desaconsejables. Una docente me dijo algo al respecto: “Hay
que llorar por los ojos, no por el cuerpo”, a lo cual yo agregaría: “Llorar también a través de
las palabras”.

Es necesario y aconsejable simplemente “estar ahí”. Es decir, permitirnos ese dolor, tomar
contacto con él, poder vivenciarlo auténticamente, no mintiéndonos. Llorar y, sobre todo,
hablar de lo que sentimos y de lo perdido es la manera de asimilar la pérdida y aprender de
ella. Pero por otro lado, es muy importante aclarar que para sentirnos tristes no
necesariamente tenemos que vivir una pérdida. También podemos ponernos tristes por
creencias irracionales que albergamos, como pueden ser expectativas demasiado altas,
falta de esperanzas, perspectivas pesimistas, no tener un sentido o alguna pasión en la
vida... Por esto es importantísimo entender que a veces el problema no es la realidad
misma, sino la creencia de que las cosas deben ser distintas. Por lo tanto, una cosa es la
elaboración de una pérdida, es decir el duelo, y otra es qué estamos haciendo u omitiendo
para sentirnos tristes. Vale en este punto establecer la diferencia entre dolor y sufrimiento.
El dolor es una expresión natural propia del duelo y surge, como vimos, ante la pérdida de
algo que teníamos. El dolor, por su misma naturaleza, tiende a desvanecerse y desaparecer.

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Sin embargo puede enquistarse, extenderse o perpetuarse, transformándose en


sufrimiento. El sufrimiento, entonces, es una creación irracional del ser humano a partir de
un autodiálogo tortuoso. Cuando la persona se dice a sí misma cosas como “todo esto es mi
culpa”, “nunca voy a salir”, “siempre todo lo malo me pasa a mí”, “jamás voy a superarlo”,
“si yo hubiera…”, etc., queda estancada. De este modo permanece el foco de atención en
una fantasía o en un imposible, renovándose la tristeza una y otra vez en ese rumiar mental
retorcido. Por otro lado existen también, para enredar un poco más las cosas, las
depresiones endógenas. Éstas son causadas por desequilibrios neuroquímicos, y responden
favorablemente a la medicación psiquiátrica. Por ello siempre es recomendable, en casos
de tristeza profunda y prolongada, la consulta con un profesional de la salud. Las
depresiones en general, independientemente de su causa y clasificación, también tienen
sus manifestaciones adversas en el físico, influyendo más en dificultar la recuperación de
una enfermedad que en la causa de la misma.

Felicidad. Es un sentimiento estable en el que se da una sensación de orgullo, tranquilidad


y satisfacción personal (la llamada “paz interior”). Se le parece a la alegría pero ¡atención!,
no es lo mismo, ya que la alegría es más efímera (es decir, momentánea). La palabra “feliz”
proviene del latín y significa “fértil, fecundo”. Es que la felicidad a nivel biológico aumenta
el funcionamiento del sistema parasimpático –lo que activa la memoria, la creatividad, la
inteligencia, el sistema inmunológico, el sistema digestivo y el sueño–. También aumenta
las posibilidades de socializar y estimula la hormona del crecimiento, entre otros efectos
positivos. ¿Para qué sirve? Su función es indicarnos que estamos en el camino correcto
hacia nuestra meta personal, camino a la autorrealización, en coherencia emocional con
nosotros mismos. Estar en incoherencia emocional sería permanecer en circunstancias que
nos disgusten –un trabajo incómodo donde debamos hacer cosas que van en contra de
nuestra moral o un contexto de violencia, por ejemplo–. Persistir en estado de incoherencia
emocional, como bien explica Enric Corbera desde la BioNeuroEmoción, es una actitud
originadora de grandes perjuicios conductuales y físicos (enfermedades muy diversas). La
felicidad nos da energías para alcanzar nuestros objetivos, propiciando un dominio de
acción que nos dispone a tener conductas gregarias, de protección y filántropas.

Disgusto. Esta emoción, como todas, nos ayuda a elegir. Nos indica cuando algo no es de
nuestro agrado y nos asiste al momento de poner límites. Es importante trabajar esta
emoción y hablar sobre ella, ya que hay que entender que para alcanzar ciertos objetivos
en la vida hemos de pagar algunos “peajes emocionales” y esforzarnos haciendo cosas que
quizá en el momento nos disgusten. Esta emoción suele surgir ante actividades nuevas o
circunstancias desconocidas o poco habituales que nos exponen a la posibilidad de más

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desaciertos, lo que puede ser riesgoso. Entonces, el disgusto es una manera que tiene
nuestro cerebro de decirnos que estamos saliendo de nuestra zona de confort.

Sorpresa. Es una emoción causada por algo inesperado que provoca una intensa
focalización de la atención. La sorpresa es una emoción muy breve y puede ser agradable,
neutral o displacentera, según cómo sea clasificado (bueno, malo, fantástico, pésimo…)
aquello que la provocó. La clasificación del estímulo dependerá del sistema de creencias de
la persona, por ello no a todos nos sorprende lo mismo ni en la misma medida. Luego de
esta emoción suele seguir otra un poco más duradera.

Amor. Es un sentimiento de apego (no en el sentido de dependencia, sino de placer por la


compañía del otro) y cariño hacia alguien, algo o hacia una actividad. Se da cuando
aceptamos al otro en su legitimidad de ser como es. El amor excluye toda forma de violencia
y no sólo se transmite al decir “te amo”, sino también con actitudes de cuidado y conductas
como proteger, abrazar, cachorrear, cuidar, escuchar, hacer cariños, dar nuestro tiempo,
etc. El amor tiene sus beneficios a nivel corporal ya que, al prodigarnos cuidados y
contención, propiciamos la tranquilidad. Esto a su vez eleva el funcionamiento equilibrado
del sistema parasimpático, activando el sistema digestivo, el sistema inmunológico, los
ciclos del sueño, la hormona del crecimiento, la memoria, la creatividad, la inteligencia, etc.
Al trabajar el amor en la escuela suelen surgir confusiones ya que algunos alumnos incluyen
la sensualidad y el sexo como expresiones de amor. Por ello es oportuno enseñarles –de ser
necesario– que el sexo es algo distinto. El amor depende del tipo de vínculo en el cual surja.
Así, está el amor de padres a hijos, entre hermanos y amigos, de hijos a padres, etc. Pero el
único vínculo de amor sexuado es el que construyen adultos en dominio de sus facultades
que se eligen como pareja (es decir, son libres para elegir) y no son consanguíneos (no son
parientes). En este punto es recomendable recordarles a los niños que nadie tiene el
derecho de tocar sus partes íntimas o pedirles que ellos hagan cosa parecida en nombre del
amor. Esa es la razón por la cual usamos las ropas que nos visten, para cubrir nuestros
cuerpos y partes íntimas. Adolescentes que confunden el amor con el sexo buscan a través
de conductas promiscuas el afecto y la seguridad que no reciben. Por ello es crucial
entender las formas de expresión de esta emoción. No voy a profundizar, pero no quería
cerrar el tema amor sin hacer mención a las diferentes formas de expresarlo, porque en
cuanto a los vínculos de amor, como todos sabemos, suelen suscitarse numerosos
malentendidos. Como sostiene el doctor Gary Chapman, citado por Elsa Punset, ‘no todos
expresamos ni esperamos recibir amor del mismo modo’. Chapman establece los cinco
lenguajes del amor: contacto físico, compartir tiempo de calidad, hacer regalos, actos de
servicio y palabras de afirmación. Cada uno de nosotros tenemos uno o dos lenguajes
específicos con los que nos sentimos cómodos para recibir y expresar amor. De modo que

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si no nos hablan en nuestro lenguaje nos resultará difícil sentirnos amados. Posiblemente
alguien nos exprese amor con palabras como “te amo, te quiero mucho” o haciéndonos
regalos, pero por otro lado, estamos esperando el contacto físico, es decir un abrazo o que
pasen tiempo de calidad junto a nosotros. En consecuencia, al no compartir el mismo
lenguaje no nos sentimos amados, pese a que sí existe amor. Por ello, aprender a reconocer
nuestro lenguaje del amor y el de las personas que amamos (hijos, padres, amigos, pareja)
nos ayuda a relacionarnos mejor. El contacto físico es una de las formas más directas de
expresar amor. Ejemplo de ello son un abrazo, una caricia, una palmada en el hombro,
cosquillas, cachorreo, una mirada, etc. El segundo lenguaje del amor son las palabras de
afirmación: te quiero, fuerzas, eres genial, vos podes lograrlo; en fin, se trata de las palabras
de aliento, afecto, valoración y elogio. El tercer lenguaje es compartir tiempo de calidad,
donde no importa tanto la actividad que se lleve a cabo sino el hecho de compartir tiempo
por el puro placer de estar juntos, sin prisas ni objetivos que cumplir. Los regalos son otra
forma de expresar afecto. Este lenguaje puede resultar difícil de comprender a primera
vista. Muchas veces el regalar -cuando no es expresión del amor- puede utilizarse como
una forma de manipulación. Por último los actos de servicio como hacer favores, cuidar de
los demás, ayudar generosamente al otro, constituyen un lenguaje en el que damos y
recibimos amor.

Cuando te gusta una flor, la arrancas. Cuando amas una flor, la riegas todos los días.
Aquel que entiende esto, entiende la vida
Buda

Celos. Su origen etimológico deriva de la palabra griega zein, que es “hervir”, y del latín
zelus, que significa “ardor”. De ahí las palabras “celar” (vigilar) y “celador”. Es una emoción
“social” ya que sólo aparece en configuraciones grupales. En los niños suele ser frecuente
cuando está por nacer un nuevo hermanito, o bien cuando un compañero se destaca por
sobre los demás. Ambas situaciones se perciben como amenazantes: el otro puede robarse
la atención de los padres o docentes. Los celos surgen cuando el niño siente que la persona
de quien espera afecto le resta atención para dársela a otro sobre aspectos que él percibe
como propios. Los celos indican necesidad de atención, y para que los niños puedan
gestionarlos es importante que destaquemos y valoremos en ellos sus características únicas
(es decir, aquello que sólo ellos poseen) como también que entiendan que no tienen que
ser “los mejores” en todo, permitiéndose sentir celos sin desestructurarse, es decir,
logrando autorregularlos.

Tranquilidad. Frecuentemente es confundida con la confianza y la seguridad. La confianza


es la creencia de que uno es capaz, y la seguridad es una circunstancia caracterizada por la

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ausencia de riesgos. Ambas suelen generar la emoción de tranquilidad. En el siglo XXI esta
emoción parece ser muy escurridiza, por tanto hay que aprender a identificarla para
“cultivarla” y poder estar tranquilos en medio de la incertidumbre, ya que esta emoción –
junto a otras placenteras– constituyen la plataforma del alto desempeño. A nivel biológico,
con la tranquilidad se da un armónico funcionamiento del sistema nervioso que posibilita
el aprendizaje, la creatividad, el descanso, la digestión, el crecimiento y la atención, entre
otras funciones.

Dos ingredientes para favorecer la tranquilidad: desarrollar la confianza mediante


mensajes empoderadores y permitir un estrés moderado y episódico para que los niños
puedan aprender progresivamente a estar tranquilos frente a las dificultades propias de la
vida. Por el contrario, si asumimos una actitud sobreprotectora y les evitamos dificultades
pequeñas, los chicos no despliegan habilidades para salir adelante, lo que los desempodera
a futuro, haciéndolos mucho más proclives a perder la tranquilidad frente a los desafíos.

Alegría. Es una emoción caracterizada por un aumento placentero de la energía que nos
pone, tanto a niños como adultos, risueños, participativos y elocuentes, por lo que resulta
muy oportuna para la mayoría de las circunstancias educativas, sobre todo para juegos
grupales y actividades cooperativas. De hecho, la raíz etimológica de esta palabra, que
proviene del latín, significa “vivo y animado”. ¿Sabías que la alegría tiene efectos muy
positivos en las personas? Sí, esta emoción mejora el funcionamiento de la memoria, la
creatividad, la inteligencia, el sistema inmunológico, el digestivo, el sueño, entre otros.
También aumenta las posibilidades de socializar y estimula la hormona del crecimiento,
entre otros efectos positivos. Esta emoción nos indica que estamos en una circunstancia
libre de conflictos o peligros. A diferencia de la felicidad, la alegría es más superficial y
efímera. Podemos ponernos alegres por un regalo, un chiste o una buena compañía. Se
debe más a algo circunstancial y no tanto a una condición personal. Claramente, generar un
clima educativo matizado por la alegría hará que los chicos estén creativos, motivados y
memoriosos, a la vez que disminuirá las probabilidades de riñas y bloqueos, entre otras
dificultades. Cuadro esquemático de emociones que indican función y energía:

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Cuando trabajo este cuadro en los talleres suelen preguntarme por qué tenemos más
emociones displacenteras que placenteras. Respuesta: nuestro cerebro está preparado
para la supervivencia personal y de la especie, por lo tanto tiene una “predilección” por
indicarnos lo malo. Esto que puede parecer negativo en nuestra evolución filogenética
significó una diferencia entre la vida y la muerte. Por ejemplo, si te pongo en una mesa una
gran variedad de tortas ricas, pero entre medio suelto una serpiente, más vale que cuando
estires tu mano para tomar un trozo de pastel tu cerebro perciba el peligro antes que el
placer. Por esto es que percibimos con más facilidad lo negativo. Importante aclarar que
todas aquellas emociones que son vivenciadas como displacenteras casi siempre activan el
sistema simpático, proveyéndonos de energía para la defensa o huida. Las emociones
placenteras movilizan el parasimpático, permitiendo las funciones biológicas de descanso,
alimentación y digestión, autorreparación, inmunidad, aprendizaje, diversión, sexo,
creatividad, etc. Es decir, las emociones placenteras nos ponen en Modo Creativo:
plataforma emocional del alto desempeño.

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Necesidades Emocionales
Todos los humanos tenemos necesidades físicas o fisiológicas –comer, beber, respirar e ir
al baño– y necesidades emocionales, también llamadas necesidades de contacto. Pero
mientras todos compartimos estas necesidades emocionales, cada uno se diferencia en la
intensidad con que siente cada una de ellas. Hay quienes para sentirse amados necesitan
que todo el tiempo les estén dando besos, abrazos y recordándoles cuánto los quieren,
mientras que eso para otros puede ser un pegoteo incómodo. Una persona puede necesitar
más libertad e independencia, otra puede necesitar más seguridad y conexiones sociales.
Hay quienes pueden tener mucha curiosidad y una gran necesidad de entender, mientras
otros están contentos con aceptar lo que les dicen. Así, cada persona tiene necesidades
emocionales diferentes, lo que hace que todos seamos únicos e irrepetibles. Uno de los
problemas más frecuentes en las escuelas es que el trato que se les da a los estudiantes, así
como a sus necesidades emocionales y físicas, es exactamente el mismo para cada uno de
ellos. El resultado: muchas necesidades de estos chicos quedan insatisfechas, y ellos
terminan frustrados. Casos comunes pueden ser los de niños que tarden más en copiar la
tarea del pizarrón, o tengan una atención más dispersa, o se les pida que hagan una
actividad que no es interesante, o bien cuando no son lo suficientemente desafiados o
motivados para trabajar. No estoy hablando de que no se les exija, sino de que es necesario
atender las necesidades de cada uno en la medida en que cada uno lo requiera, dentro de
lo posible. Los niños suelen actuar sus frustraciones (acting out) de diferentes maneras, las
cuales son vis-tas especialmente como un mal comportamiento. Pero mientras más
identifiquemos sus necesidades únicas y hagamos algo para satisfacerlas, menos problemas
de comportamiento encontraremos en el aula. En algunas familias es muy común que los
niños permanezcan con sus necesidades emocionales insatisfechas por mucho tiempo.
Pueden tener comida y un techo sobre sus cabezas, como a veces también dinero, pero sus
necesidades emocionales siguen sin ser atendidas. Un fundamento científico de la
importancia de las necesidades emocionales lo constituye la tesis de René Spitz. Este grande
de la psicología describió una reacción específica del infante que es consecuencia de un
acontecimiento externo y no procede de su desarrollo madurativo. Spitz estudió el
comportamiento del bebé, en su desarrollo de los 6 a los 18 meses y situado en un medio
desfavorable (sin las satisfacciones emocionales mínimas), después de una separación
maternal brutal. Primero se observa un período de lloriqueo, más tarde un estado de
retraimiento e indiferencia. Paralelamente, aparecen la regresión del desarrollo y/o
numerosos síntomas somáticos.

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Todo ello conduce a un estado de miseria próximo al marasmo. Spitz llama a esta reacción
depresión anaclítica. Luego describe una reacción llamada hospitalismo, que se produce
cuando el bebé reside durante mucho tiempo en un hospital, o bien es abandonado allí.
Comienza a observarse la sintomatología hasta que el niño, en los casos más drásticos,
muere por la simple insatisfacción emocional. Es importante destacar que estos bebés
tenían todas sus necesidades físicas satisfechas: se los alimentaba, abrigaba, higienizaba y
hasta se los asistía médicamente. Sin embargo morían por no obtener la satisfacción de sus
necesidades emocionales, por falta de amor. También habla Spitz de un hospitalismo
intrafamiliar. En este sentido, Humberto Maturana redobla la apuesta y dice: “En verdad,
yo diría que el 99 % de las enfermedades humanas tiene que ver con la negación del amor.
No estoy hablando como cristiano […], estoy hablando desde la biología”. Por otro lado, los
estudios de J. Robertson sobre niños que presentan una carencia materna sin separación
física arrojaron resultados similares, lo cual demuestra que lo determinante no es la
ausencia o presencia del contacto, sino su calidad. Las madres eran netamente deficientes
desde el punto de vista de la interacción con sus hijos, los cuales presentaban características
comunes: hipotonía muscular, lentitud en el desarrollo muscular, falta de reactividad hacia
la madre y el ambiente y disminución de la capacidad de comunicarse con los demás y de
expresar sus sentimientos. Por todo esto, es de gran ayuda darse cuenta de la existencia e
importancia de las necesidades emocionales, entendiéndolas como el primer paso hacia la
ayuda de los niños. En diferentes grados, y de acuerdo a nuestra unicidad, cada uno de
nosotros necesita sentirse:

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A las distintas maneras de satisfacer estas necesidades se las llama caricias positivas.
Ejemplo de ellas son mensajes como: “Es un placer charlar con vos”, “Qué alegría me da
verte”, “Me alegro de que seas mi hijo”, “María, qué bien bailás”, “Tus mates son los
mejores”, “Qué bien que cantás”, etc. Las caricias positivas dan a la persona información
sobre sus aptitudes y características positivas, haciéndola más consciente de ellas. Un niño
es acariciado positivamente cuando su padre, su madre, profesora o amigo lo saluda con
un cariñoso “¡Hola!”, usa su nombre, lo incluye, lo mira a los ojos y, lo más importante,
escucha sin censura lo que tiene para decir y respeta sus sentimientos. Aseguran Muriel
James y Dorothy Jongeward que el escuchar es una de las mejores caricias positivas que
una persona puede dar a otra. En este punto es importante aclarar que las necesidades
emocionales deben ser satisfechas en su justa medida. Como vimos, la carencia de afecto
tiene sus consecuencias nocivas, pero también es perjudicial satisfacerlo excesivamente. Es
decir, cuidar, proteger y proveer al niño de todo lo que necesita en forma excesiva e
inmediata puede traducirse en una sobreprotección. Frases como “No vas a poder hacerlo”,
“Dejame que lo haga por vos”, “Yo me ocupo” o “No vas a saber qué hacer, mejor voy yo”
son representativas de una sobreprotección discapacitante. Esta actitud no motiva al niño
a que dinamice sus propios recursos para alcanzar sus objetivos, más bien lo acostumbra a
que todo lo que necesite lo tenga al alcance de su mano. Con tal actitud se lo está
incapacitando para que aprenda a satisfacer sus necesidades y resolver sus dificultades.
Ciertas madres muy inseguras y ansiosas no dejan tiempo para que el chico sienta el deseo,
dado que acuden a satisfacer la necesidad en forma inmediata. De esta manera se crían
niños ansiosos, con baja tolerancia a la frustración, muy inseguros y sin capacidad de espera.
Winnicott decía en este sentido, refiriéndose puntualmente a la relación madre-bebé, que

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se debe preservar, de un modo u otro, cierto espacio de respiración para lo simbólico. Esto
es: la madre “suficientemente buena” también debe ser “suficientemente mala”, en el
sentido de poder retirarse del bebé regularmente para permitirle desear. De esta manera
se deja un tiempo entre la aparición de la necesidad y su satisfacción para que el niño pueda
vivenciar el deseo. Demasiado amor suscita fusión y confusión. Por ello, paradójicamente,
la madre ha de ser en su justa medida “insuficiente y mala”. Es decir, ha de permitir
pequeñas esperas que hacen las veces de frustraciones moderadas. Aclarada la medida en
que sugiero deben ser atendidas las necesidades emocionales, tratándose de un equilibro
entre la no-satisfacción y la satisfacción excesiva, podemos seguir adelante. En general
podemos decir que las necesidades emocionales tienen como común denominador una
necesidad de atención. Veamos más en profundidad este tema.

Necesidad de Atención
Ámame cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite.
Anónimo

Es natural para todos nosotros buscar la atención de los demás. Siempre necesitamos
atención cuando tenemos algo importante para decir. Pero quién no ha escuchado decir a
algún adulto respecto de un niño revoltoso: “Ignórenlo, sólo quiere captar la atención”. Pero
eso sería como decir: “No lo alimenten, sólo tiene hambre; no lo abriguen, sólo tiene frío;
no lo curen, sólo está lastimado”. La necesidad de atención es tan real como las necesidades
físicas. En la investigación que realicé para mi tesis de grado tuve la posibilidad de
entrevistar a ciertos púberes con problemas de conducta, a quienes les hice un test
psicológico llamado TAT (Test de Apercepción Temática), que consiste en mostrar una serie
de láminas con dibujos impresos representando diversas situaciones sobre las cuales debían
relatar una historia a partir de lo que ellos veían. En dicho experimento pude constatar que
estos púberes tenían sus necesidades emocionales insatisfechas. Para ejemplificar,
expondré algunos relatos representativos de sus sentimientos y necesidades emocionales.

Alberto, ante la lámina 3VH, expuso: “Estaba triste porque no ve a su familia [...]. Cuando
vio a la madre se puso contento”. En la lámina 11 dijo: “Hay una persona que está sola, que
se ha perdido… Pide auxilio, quiere salir de ese lugar… Ya no puede, llora porque no tiene a
nadie al lado que lo ayude y necesita a alguien como para que lo saque de ahí”. Recordemos
que la población seleccionada para la investigación estaba caracterizada por un patrón de
mala conducta. Así, pude ver que estos chicos llamaban la atención (que todo ser humano
necesita) a través del mal comportamiento, con lo cual lo único que obtenían eran
reprimendas y sanciones que les ocasionaban una mayor segregación. De este modo,
cargaban con rótulos que los diferenciaban negativamente del resto. Independientemente

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de una discusión acerca de si la sanción era justa o no (tema que será tratado en
profundidad en el capítulo siguiente), lo cierto es que no resolvía el problema, dado que en
lugar de eliminar la mala conducta la incrementaba, pues era la forma de llamar la atención
que estos chicos habían aprendido. De esta manera, se enquistaban los roles y los
adolescentes no eran integrados. Se originaba entonces un círculo vicioso. Estos chicos, al
estar tan necesitados de “caricias”, comienzan a aceptar o hasta buscar caricias negativas
porque no pueden obtener el reconocimiento de sus aspectos positivos. Así como una
persona que se está muriendo de hambre o de sed puede comer comida podrida o beber
agua contaminada, algunos chicos aceptan contactos tóxicos cuando no pueden obtener
los nutritivos (al menos es algo de atención, piensan). Parafraseando a uno de ellos,
considero que estos niños piden auxilio, quieren salir de ese lugar y no pueden, lloran
porque no tienen a nadie al lado que los ayude y necesitan a alguien como para que los
saque de ahí. Sólo que la ayuda que solicitan no es expresada de manera verbal, sino
mediante la mala conducta. Hete aquí la importancia de hacer Educación Emocional en
forma sustentable en las aulas. Rutter y Olweus, en investigaciones realizadas en contextos
familiares, encontraron relaciones significativas entre ciertos estilos paternos de
interacción y la aparición de conductas agresivas. Dichos estilos se caracterizan por el
rechazo hacia los hijos, por la falta de sensibilidad ante las necesidades del niño y por la
inconsistencia en las estrategias de control utilizadas por los padres, tanto si son de absoluta
permisividad como de imposición autoritaria y punitiva de las normas de comportamiento.
Es decir que también en el contexto familiar la no-satisfacción de las necesidades
emocionales propicia la gestación de comportamientos des-adaptativos en los niños. En
ocasiones, si bien puede parecer que los niños se están “portando mal”, a menudo sólo
tratan de llamar la atención de sus compañeros, pues buscan en éstos una respuesta que
los haga sentir mirados. Ayudarle al niño a que simbolice o verbalice tales intentos es muy
beneficioso. Así, por ejemplo, el docente puede decirle: “Me parece que con tu comporta-
miento estás tratando de captar la atención de tus compañeros, porque cuando se ríen de
las cosas que hacés o de la voz que ponés, te parece que te quieren”. Es importante que el
docente –como también los padres o tutores– den signos claros al niño de que lo
comprenden y que consideran que su comportamiento es una forma muy razonable de
lidiar con sus afectos. Sólo si se sienten comprendidos y no criticados, los niños podrán usar
las sugerencias de otras formas de comportamiento que reciban. El pasar desapercibido o
el anonimato en un niño es mucho peor que el reconocimiento que obtienen de la llamada
identidad negativa. En general, un niño buscará ser visto como agresivo, mentiroso,
pendenciero, irrespetuoso, inquieto, molesto, irresponsable, vago o malo antes que no ser
visto o ser la misma nada. La identidad negativa es al menos una identidad. El niño obtiene
la atención que necesita desde ahí, dado que no se le da una identidad positiva que valore

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sus virtudes. Cloé Madanes sostiene que todas las personas tenemos necesidades
emocionales, sólo que cada uno encuentra su forma particular de satisfacerlas. Es
paradójico, pues podemos hacerlo mediante formas positivas o negativas, por ejemplo
siendo el mejor o bien el peor en algo, y tanto con acciones de bien como sometiendo a
otros, obligándolos a mostrar aprecio. Por todo esto es muy importante prestarles atención
a los alumnos des-de sus aspectos positivos (virtudes, habilidades, recursos, intereses, etc.).
Si no lo hacemos desde ahí, procurarán hacer todo tipo de cosas para llamar la atención.
Como dije, “Todo aquello a lo que le prestes atención, crece”. Si hago hincapié en lo
negativo del alumno, crecerá ese aspecto. Por el contrario, si veo lo positivo y se lo hago
saber, sin la menor duda crecerá su aspecto positivo. Para ampliar esto veremos más
adelante el famoso “Efecto Pigmalión”.

• Cohen sugiere que para lograr un clima educativo comprensivo de las necesidades
emocionales de los estudiantes deben tenerse en cuenta los siguientes ítems:
• Acceso a adultos que presten atención y brinden apoyo.
• Oportunidades de interactuar socialmente con adultos fuera de clase.

Mediante esta interacción el adulto confirma al niño como persona, independientemente


de su edad.

Un sentimiento de confianza y respeto mutuos entre la escuela y el hogar, y entre adultos


y niños de la escuela.

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All the little girls and boys playing with their little toys, all they really needed from you was
maybe some love… Why must we be alone?

“Todos aquellos chicos y chicas, jugando con sus pequeños juguetes, todo lo que realmente
necesitaban de vos era tal vez un poco de amor… ¿Por qué debemos estar solos?” John Lennon

Habeas Emotum
Para finalizar quiero exponer un derecho relacionado con las emociones y que nos
pertenece a todos. Habeas emotum es el derecho del individuo a sus propios sentimientos
y a la expresión de los mismos, salvo en los casos en que esa expresión limite la libertad
emocional de los demás. En nuestra cultura actualmente existe una especie de tabú con
respecto a las emociones. Esta postura tiene una tradición de larga data, con sus orígenes
en la exacerbación de la razón establecida por el cartesianismo y luego por el racionalismo.
Así, la expresión de los sentimientos pareciera ser un signo de debilidad.

Desde temprano nos dijeron: no toques, no te muevas, no llores, no saltes, no corras, no


grites, etc. Se fueron trazando de esta manera las fronteras de la expresividad desde la
infancia, limitando los comportamientos expresivos. Las limitaciones para expresar
sentimientos y necesidades comienzan a notarse desde muy temprano en la vida. Es
bastante común tener cierta dificultad para dar, pedir o aceptar caricias. Frecuentemente
quienes no están familiarizados con tratos afectivos se comportan como una planta reseca
que es regada. Al principio el agua queda en la superficie, resbala sin ingresar en la tierra.
Pero luego, por la frecuencia del riego, el agua se filtra en la tierra e hidrata la planta.
Inicialmente estas personas pueden rechazar las caricias, pero si la actitud afectuosa
permanece, aprenden a absorber y recibir el afecto. Para ejercer nuestro derecho a
expresar nuestras emociones es fundamental aprender la asertividad, que nos permitirá
expresar lo que sentimos sin invadir a otros ni perjudicarnos a nosotros mismos, como
veremos más adelante.

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Bibliografía

• Cfr. FERNÁNDEZ, A. La inteligencia atrapada. Buenos Aires: Editorial Nueva Visión.


• DE ANDRÉS, V. y DE ANDRÉS, F. (2011). Con-fianza Total. Buenos Aires: Planeta.
• SELIGMAN, M. (2006). Lerned Optimism, How to change your mind and your life. New York: First
Vintage Books Edition.
• STEINER, C. (1998). La Educación Emocional. Buenos Aires: Javier Vergara Editor.
• SELIGMAN, M. (2006). Lerned Optimism, How to change your mind and your life. New York: First
Vintage Books Edition.
• GOLEMAN, Daniel. (1997). Inteligencia Emocional. Buenos Aires: Javier Vergara Editor.
• Cfr. LEVY, N. (2005). La sabiduría de las emociones. Buenos Aires: Debolsillo.

Lucas Malaisi: Licenciado en Psicología (Univ. Católica de Cuyo). Posgrado en Psicoterapia


Gestáltica, Evaluación Psicológica y BioNeuroEmoción. Es presidente de la Fundación
Educación Emocional de Argentina y autor del Proyecto de Ley de Educación Emocional.
Coordinó programas del Ministerio de Desarrollo Humano y Promoción Social de la
provincia de San Juan y fue miembro del cuerpo académico de la UCC. Autor de los libros:
Cómo ayudar a los niños de hoy: Educación emocional, Descubriendo mis emociones y
habilidades, Modo Creativo: Educación emocional del adulto y Descubriendo emociones:
Guía para padres y docentes.

Sitio web: www.fundacioneducacionemocional.org


Facebook: www.facebook.com/fundacioneducacionemocional

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