Onoloria
Miguel Collazo
(1936-1999)
I
En medio de tantas guerras y litigios entre las demarcaciones
vecinas, aquel pedacito de tierra habia permanecido intacto du-
rante siglos. Pero cuando Lisuarte se asomaba a las ventanas,
los drboles, las fuentes y arroyuelos, los animales huidizos, las
mismas piedras, todo lo que veia, en suma, se le antojaba verda-
deramente un tanto irreal. Su casa, de recios muros, poblada de
bellos tapices y costosos muebles, se elevaba sobre una breve
colina circundada por un bosquecillo. Desde estas ventanas
también podfa verse ahora, hacia el lado norte, una floreciente
ciudad, con sus blancos palacios amontonados unos sobre otros,
su catedral, sus angostas calles, y su plaza, donde bajo alegres
toldos multicolores, merceros y pafieros ofrecian sus mercan.
cias. De pie tras las vidrieras de su casa, Lisuarte contemplaba
el curioso movimiento de la ciudad con un imperceptible par.
padeo... Esa ciudad estaba tan cerca que, en los dias claros, dis.
tinguia perfectamente los rostros de las personas que
transitaban por sus calles, y tan lejos que dos buenas joradas a
caballo no eran suficientes para salvar esa distancia. En reali-
dad, entre un punto y otro habia tantos caminos visibles como
ocultos. De pronto, en mitad de alguno de esos caminos, podia
atravesarse un drbol caido, una gran piedra, o cualquier otra
cosa imprevista.
A veces, estando alli con las manos quietas en el antepecho
de la ventana, Lisuarte advertia que no estaba solo; luego ély sula insula fabulante
esposa volvian las cabezas guiados por el crujir de las hojas
secas, y las veian entrar lentamente como un ejercito de escara
bajos.
Onoloria estaba por esa época recién Ilegada a la casa; toda
wa le resultaba dificil orientarse por los laberinticos corredo-
es, y durante las noches, Lisuarte sentia que ella se mantenta
despierta.
Habia sido aquélla, por cierto, una boda extrana, una especie
de transaccién comercial. Sin haber reparado mucho en ello,
ahora tenia en la casa una hermosa mujer que lo amaba y aten-
diacon suma ternura. Sin embargo, esta mujer no parecia estar
alalcance de sus manos. Ahi, junto a él, muy erguida en sus
Ticos y vistosos ropajes, ofrecia ese mismo encanto misterioso
querodea a las cosas intocables. {Lo amaba ella realmente? Esta
pregunta nunca se la habia hecho Lisuarte. Para é] fue asi, qui-
u, desde el primer momento en que la vio y la eligid, casi al
aar, entre su numerosa parentela. Habia lanzado una fugaz
mirada a las doncellas reunidas y habia dicho:
—ista,
En aquel momento, y puesto que se le brindaba la oportuni-
dad, sdlo pensaba en dar término a un enojoso pleito, pero no
habia pasado por alto que la joven estaba como suspendida mi-
réndolo, Rememorando ese instante comprendia que, después
de todo, tal vez no habia obrado tan a la ligera, ya que Onoloria
podfa haberlo estado esperando, y los jueces y testigos parecian
saber de antemano el desenlace del asunto. En realidad los acon-
tecimientos se habfan producido con demasiada rapidez, y él se
habia sentido un poco al margen de todo aquello. Por otra parte,
pronto descubrié que él también la amaba, aunque esto, en de-
finitiva, habria sido lo mas natural para cualquiera, porque,
écémo era posible no amar a aquella noble criatura de extraor-
dinaria belleza? Desde un principio, este amor se habia dado en
su totalidad, casi de golpe, entre la urdimbre insolita de las cir-
cunstancias.
Durante el camino de regreso supo de ella cuanto necesitaba.
Probablemente en esa ocasidn Onoloria hubiese estado dispues-
taacontarle algo més de su vida si él se lo hubiera pedido; peroEl cuento cubano en la Revolucion (1959-2008)
Lisuarte guardaba ya silencio, y con ello ponia punto final a un
tema sobre el cual nunca volverian a hablar. Dos dias después
de su Iegada, para complacerla, hizo llamar a un pintor, y esa
misma tarde posaban de pie en el centro de la alcoba con las
manos tomadas.
El retrato no fue terminado en la casa, 0 Lisuarte no supo que
un hombre de rostro pdlido, extremadamente sensi-
el pintor,
pasaba las horas encerrado
ble, preferfa trabajar sin modelos y
en uno de los aposentos del fondo.
Un dia el cuadro aparecié en una de las paredes de la bibliote-
ca; Lisuarte apenas repar6 en él, pero quiso invitar al pintor a
cenar con ellos. La mirada que le dirigid Onoloria era tan dulce
é1 que aquello, de
como siempre, y, no obstante, fue claro para él
alguna manera, habia desagradado a su esposa. Como Lisuarte
se habia anticipado a su propio deseo, no tuvo mas remedio que
seguir adelante, y esa noche el pintor estaba alli, vestido como
un principe.
Tal como lo suponia, Onoloria, pretextando algtin males-
tar, no bajé a cenar, y él pasé la velada en compania de aquel
hombre de cardcter dificil, que apenas hablaba y s6lo sabia
acariciar los objetos con sus manos delicadas y nerviosas,
mirando en derredor como alguien que se sorprende de que
haya todavia en este mundo cosas hermosas, y para quien toda
forma de belleza era una suerte de desafio. Ante él, los sirvien-
tes se portaban como si el invitado, en vez de un simple pin-
torcillo, fuera un gran sefior, y esto no parecia tener nada que
ver con el hecho de que sus ropas fuesen tan lujosas y sus
Modales tan exquisitos.
Fue precisamente por esos dias cuan
algo ocurria entre la servidumbre.
los criados, ciertamente, habian desaparecido,
La mayoria de
Desde el] comienzo habia notado que su esposa parecia sen-
tirse incémoda en presencia de ellos. Quizd por eso, actuando
de un modo irreflexivo, casi sin darse cuenta, é1 mismo los ha-
bia ido despidiendo. Los pocos que quedaban podria decirse
que eran los mas fieles, aunque acaso s6lo lo fueran por ser los
més viejos. Pero a éstos, inclusive, Onoloria los evitaba.
do Lisuarte advirtio que
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