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31/5/2019 El ciclo del caucho 1850 - 1932 en Colombia amazónica - VillegasEditores.

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COLOMBIA AMAZÓNICA

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MIEDO, MITO, COLONIALISMO

CIENTÍFICOS Y VIAJEROS OCCIDENTALES EN AMAZONIA

COLOMBIA Y LA PANAMAZONIA

LA AMAZONIA COLOMBIANA.INTRODUCCIÓN A SU HISTORIA NATURAL.

ASENTAMIENTOS PREHISPÁNICOS EN LA AMAZONIA COLOMBIANA

TIEMPOS Y ESPACIOS COLONIALES AMAZÓNICOS

EL CICLO DEL CAUCHO 1850 - 1932

EL POBLAMIENTO CONTEMPORÁNEO DE LA AMAZONIA

ETNOGRAFÍA DE LOS GRUPOS INDÍGENAS CONTEMPORÁNEOS

LA AMAZONIA COLOMBIANA EN PERSPECTIVA

BIBLIOGRAFÍA

CRÉDITOS

  
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El ciclo del caucho 1850 - 1932

Roberto Pineda Camacho Profesor de la Universidad Nacional de Colombia


y de la Universidad de los Andes

El territorio del Caquetá y sus habitantes en


1850
La región amazónica había resistido exitosamente a los intentos de
integración de la economía colonial. Esta situación era palpable a
mediados del siglo pasado. Para 1849, los inexactos censos de la época

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estimaban la población total del territorio del Caquetá (conformado por


las antiguas jurisdicciones de Mocoa y Andakí) en 16.791 habitantes, de los
cuales 254 eran blancos, entre ellos dos sacerdotes (en Sibundoy y
Aguarico) (Cuervo, 1894).

En el mismo año, la vieja población de Mocoa albergaba 370 personas,


incluidos 40 colonos. Entonces desempeñaba un precario rol de epicentro
regional y de eslabón del comercio entre Pasto y Belérri del Pará. En 1858,
por ejemplo, un diligente prefecto utilizaba aquel poblado como base de
operaciones para negociar grandes cantidades de cacao y cera de abejas
con Pasto, y oro, zarzaparrilla y quina con Belém. Al tiempo, en esta última
ciudad se aprovisionaba de ropa y otras mercancías que vendía a los
nativos de aquella región, así como a los vecinos de Popayán y Pasto.

Los Siona eran los indígenas más numerosos del alto Putumayo. Su idioma
había sido popularizado por los misioneros franciscanos durante el
sigloXVIII, ya que había sido tomado como lengua franca de las misiones
de la zona. Su territorio se extendía desde el río Orito hasta las riberas del
río Caucayá; vivían dispersos en diversas localidades (San Diego, San José,
Montepa, Concepción), en las cuales la capilla central y otros aspectos del
asentamiento recordaban la presencia frustrada de los misioneros
(Obando, 1980).

Los pueblos tenían un carácter inestable; cuando el jefe o un personaje


importante fallecía (entre ellos un hombre blanco que supiese leer y
escribir) la localidad se abandonaba. En estos casos se dispersaban sus
habitantes por otras poblaciones, o establecían una nueva aldea.

Estos indígenas eran por lo menos de derecho monógamos. La autoridad


local la compartían el cabildo y los chamanes, quienes constituían el
verdadero poder regional.

Los Siona se dedicaban a la agricultura, la caza y la pesca, y abastecían a


Mocoa con productos de estas dos últimas actividades; para fortuna de los
viajeros, tenían grandes habilidades como bogas.

Su presentación personal no podía ser más hermosa. Lucían tocados de


plumas y se pintaban el rostro y los pies con colores rojos. Los hombres
lucían en el cuello multitud de sartas, algunas de semillas de olor
penetrante y de vistosas chaquiras multicolores y, atadas a los brazos,
plantas de fuerte olor aromático. Las mujeres usaban collares de chaquiras
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y una corta enagua. Todos vestían una cushma al estilo andino, aunque
con la desaparición de las misiones se vieron obligados a fabricarlas de
cortezas de árboles (Ibid).

En la antigua región de los Andaki vivían, entre otros, los Makaguaje,


Koreguaje, Tama y Karihona, establecidos en múltiples localidades
dispersas en la selva y en las orillas de los ríos. Los Makaguaje habitaban,
por ejemplo, las partes altas de los ríos Mecaya, Senseya y Caucaya. Ambos
sexos vestían una túnica de corteza vegetal de color morado, llevaban las
cejas depiladas y las orejas, narices y labios horadados, colocándose allí
plumas y chaquiras. Cultivaban yuca amarga, recolectaban hormigas,
capturaban tortugas. Aunque gustaban mucho del arroz con mantequilla,
sus platos preferidos eran el 11 casaramano" y el gusano "mojojoy".
Comerciaban en particular con cera, hamacas, curare, peines, etc. a
cambio de herramientas y chaquiras que recibían de los pastusos (Friede,
1945).

Los Koreguaje también vestían bellamente. Fabricaban sus collares y


coronas con plumas de garza o de guacamayo, chaquiras y conchas de
madre perla. Llevaban ceñidos los brazos y las piernas con una cuerda muy
apretada.

Cuando un hombre Koreguaje moría le pintaban todo el cuerpo,


posteriormente lo colgaban en un árbol para que "se lo coman los gusanos
y queden los huesos limpios". Al cabo de una cuarentena sus restos eran
incinerados, y las cenizas consumidas por sus parientes más próximos
durante una fiesta ritual.

Cultivaban yuca, plátano, caña de azúcar y maíz, entre otros productos. Se


dedicaban también a la extracción de cera para intercambiarla por
mercancías. A este respecto los Karíhona eran, de acuerdo con el
misionero Albis (1934), bien precavidos. Así, si un hacha importada por los
pastusos se rompía, la devolvían con este discurso: "Toma tu hacha que no
sirvió; no vuelvas con herramienta floja, porque te molestas con el tan
largo camino y pierdes tu trabajo".

En aquel entonces la localidad de Solano, sobre el río Caquetá, constituía


la avanzada de la colonización, aunque allí residían solamente 32 blancos
y un total de 223 nativos. El pueblo estaba formado por unas pocas casas

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de paja, y se hallaba comunicado con el valle de Neiva mediante un


camino de herradura (Figueroa, 1986).

La comarca de Araracuara y el "rescate" de


indígenas
El sector del río Caquetá comprendido entre los raudales de Araracuara y
Cupatí (La Pedrera) y el curso inferior del Putumayo colombiano.
permanecía aún más aislado de la acción del naciente Estado. Sus
habitantes se encontraban vinculados fundamentalmente con el
Amazonas brasileño, e incluso con la región del Río Negro.

Entre Araracuara y los chorros de La Pedrera existía una densa población


indígena que había logrado aislarse, en parte por la protección natural que
dispensaban los raudales. Asimismo, en las áreas aldedañas a los ríos Igara
Paraná y Cara Paraná vivía una población aborigen numerosa.

Los viajeros de comienzos del presente siglo dan cuenta de una alta
concentración demográfica y de la existencia de diversos grupos indígenas
(Bora, Andoke, Witoto, Muinane, Resiguero, Okaina, etc.) en los bajos ríos
Caquetá y Putumayo. Estas gentes estaban divididas en diversos linajes
locales, los cuales generalmente residían en una o más malocas, o casas
colectivas. Cada maloca estaba presidida por un jefe o "capitán cuya
función fundamental era la promoción de la actividad ritual. Los miembros
de una maloca se dividían en diferentes rangos sociales y rituales, según
su pertenencia al grupo de los 11 propios" de la maloca o al de los
"trabajadores".

La economía local se basaba en la agricultura de 11 roza y quema", con


siembra de productos como la yuca brava, el ñame, la piña, el chontaduro
y algunas plantas psicotrópicas, así como en la caza, la pesca y la
recolección de productos silvestres.

En el área de los ríos Miriti Paraná y Apaporis se concentraban, por otra


parte, varios grupos indígenas (Yukuna, Tanimuka, Matapí, Letuama,
Koeruna, etc.), hablantes de lenguas de las familias Arawak y Tukano.
Habitaban en grandes malocas y poseían instrumentos rituales similares,
en parte, a los de los indígenas del río Caquetá. Los grupos domésticos

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estaban jerarquizados en "propios" y Ciertas sociedades del área


practicaban el ritual de Yuruparí, típico de las comunidades ribereñas de
los ríos Vaupés e Isana.

La colonización brasileña de las márgenes del bajo río Caquetá (Japurá)


era también muy limitada. Así, en 1850, en esta región existían sólo una
feligresía y una aldea: Maripí y San Matías. Maripí albergaba 400 indígenas,
en su mayor parte Baré, Makú, Mariarana, Passé y Xorríana, si bien había
sido inicialmente fundada con el desplazamiento de indios Yuri y Koeruna
del Apaporis y del Caquetá. San Matías se componía fundamentalmente de
50 indios Yukuría y Anianá traídos del Miriti Paraná.

Los habitantes de estas localidades se dedicaban a la agricultura, la caza,


la pesca, la obtención de manteca de peixe boi (manatí o vaca marina,
Triche chus inunguís) y de tortuga o "charapa" (Podocnemis expansa), así
como a la extracción de otros recursos silvestres.

En la desembocadura del Putumayo los portugueses construyeron a San


Fernando de Icá. La población de Ega o Tefé, situada sobre el río Amazonas
(Solimóes), frente a la desembocadura del Caquetá, articulaba la vida
económica de estos dos ríos. Según Bates (1962), en 1850 Tefé estaba
básicamente habitada por aborígenes de 16 agrupaciones diferentes,
muchos de los cuales habían sido vendidos cuando niños por los jefes
indígenas de las zonas ribereñas del Caquetá, el Amazonas y el Putumayo.

La actividad económica de Tefé se fundaba, sobre todo, en la utilización


servil de la mano de obra nativa. Los indígenas se comunicaban en lengua
Geral. Variaban sus actividades según la época estacional Cuando ocurría
la bajante del río Amazonas capturaban tortugas, recolectaban sus huevos
y preparaban aceite con ellos, y pescaban pirarucú; en otras temporadas
extraían ciertos productos como el cacao y la zarzaparrilla. En
determinadas fechas celebraban algunas fiestas católicas combinadas con
bailes indígenas, como era el caso del ritual de las frutas de los Yuri del
Caquetá.

En 1865, Tavares Bastos encontró numerosos Miraña del río Cahuinarí en


Tefé, Coarí, Tonantins y Saó Paulo de Olivenga, a donde habían sido
llevados intercambiados por herramientas y otras mercancías. Centenares
de ellos fallecieron como consecuencia de las enfermedades, la depresión
inicial causada por el desplazamiento y el maltrato recibido. En el

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Solimóes se conocía a ¡os indios traídos del Caquetá con el nombre


genérico de caboclos Miraña, lo que equivalía a calificarlos de salvajes",en
oposición a los indios civilizados de las regiones más próximas (Arnaud,
1981).

Posiblemente el fomento de la navegación de vapor, a partir de 1850,


permitió que los comerciantes locales incrementaran su actividad o
"regatón" por los ríos amazónicos. Esto debió aumentar la trata de
esclavos y el desplazamiento hacia el Solimóes de indígenas del Caquetá
colombiano.

La tradición oral de los aborígenes de esta región da cuenta aún de


aspectos de tales acontecimientos. Según la antropóloga M. Guyot (1979),
los Bora, por ejemplo, describen minuciosamente el "Marde la Danta"
(como denominan al río Caquetá), desde Tefé, donde estabael gusano de
yuca que parecía gusano divino, boa del comercio de la danta" hasta
Araracuara, donde se localiza el "hueco del Guacamayo" , "pieza de
brujería".

Probablemente, la mayor parte de los indígenas objeto de la trata


ocupaban una posición subordinada huérfanos, prisioneros de guerra,
gente de bajo rango ritual en el contexto de las culturas locales. Algunos
grupos se desplazaban voluntariamente hacia los asentamientos
brasileños, en lanchas que ascendían el río. Los comerciantes fluviales
fueron simbolizados por la figura del bufeo. Los indígenas Andoke cuentan
que algunos de los linajes que habitaban en las riberas del río Caquetá
desaparecieron durante el siglo XIX, "engañados" por los delfines que
"simulaban" ser comerciantes. Otros testimonios enfatizan en las
epidemias acaecidas en ese tiempo, vinculadas al tráfico de esclavos y al
comercio, (Pineda C., 1985).

Según un relato Nonuya, los "dueños de las malocas" descendían


centenares de kilómetros por el río Caquetá hasta los raudales de Cupatí,
para adquirir cierta clase de hachas de acero encargadas a los luso
brasileños. De regreso a sus moradas las decoraban y cuidaban con
esmero. El primer 11 capitán" Nonuya que consiguió un hacha la estimaba
tanto que la tomó, por lo menos inicialmente, como sustituto del banco, y
permanecía sentado en ella; esta figura revela el poder simbólico atribuido
a la herramienta de acero. La distribución de los utensilios podía
desencadenar serios conflictos en el seno de una comunidad; algunos
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hombres influyentes "brujeaban" al mismo "dueño de la maloca" cuando


no eran satisfechas sus aspiraciones, con fórmulas tales como "que te
coma el tigre del hacha". (Ibíd.)

En el Río Negro
El gran Vaupés colombiano inmenso territorio comprendido entre los ríos
Guaviare y Caquetá, constituido actualmente por las comisarías del
Guainía, del Guaviare y del Vaupés forma parte del complejo sistema del
alto Orinoco Río Negro. El río Guainía constituye la porción superior de
este último, el cual tiene un curso de 1.700 kilómetros de longitud hasta
desembocar en el Amazonas.

En las márgenes del Río Negro se presentaba, en 1850, una multiplicidad


de situaciones étnicas y sociales. La cultura de los pobladores de su curso
inferior y medio hacía parte de la cultura regional amazónica que por más
de dos siglos se había desarrollado, lentamente, con la fusión de formas
sociales indígenas, portuguesas y aún afroamericanas. La cultura de los
caboclos del Río Negro articulaba los sistemas económicos tradicionales
indígenas con formas de comercio de "regatón" , y creencias nativas con
festividades católicas; existían numerosas prácticas curativas y
cognoscitivas tradicionales.

Por esta época se mantenía todavía en vigor el uso de la lengua Geral aún
entre pobladores blancos a pesar de los esfuerzos que el gobierno luso
brasileño había desplegado desde la segunda mitad del siglo XVIII por
erradicarla. Aquella había sido difundida por los misioneros jesuitas
portugueses como lengua franca en toda la Amazonia, desde la segunda
mitad del siglo XVI. La "Fala Boa o Nheengatu se basaba en la lengua de los
indígenas Tupí del litoral brasileño; fue dotada de escritura desde el
mismo siglo XVI, con base en los patrones de la gramática latina.
Posteriormente su estructura y léxico fueron cambiando, como
consecuencia del contacto con el portugués y otras lenguas nativas. En
1720 se había convertido en el vehículo de comunicación social y oficial
regional, y había sido adoptada para la enseñanza en las escuelas y talleres
organizados por los misioneros (Bessa, 1983).

Los misioneros identificaron al héroe cultura¡ Tupí, denominado Tupán (


espíritu del Trueno cuya morada está en el cielo ), con Cristo. Fomentaron
el culto de numerosos santos patronos de las diversas aldeas; algunos de
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ellos, como San Antonio, fueron venerados por grandes sectores de la


región del Río Negro y el ¡sana. Al lado de estas prácticas susbsistían los
temores hacia el Curupira (o "espíritu maligno M bosque ) y otros seres del
agua y de la selva. Pero la curación de ciertas enfermedades o estados
como el "panema", provocado por la aparición del bicho visagento,
situación en la cual se perdía hasta la propia sombra (Matta,. 1967) o la
violación de numerosas prescripciones, y la inmersión en estados de
contaminación, debía estar a cargo de los chamanes o payés tradicionales.

Algunos censos estimaban en 31 el total de poblados blancos o mestizos


existentes en 1840 en las márgenes del Río Negro. Para ese año se
calculaba su población total en 28.793 habitantes, de los cuales 14.899
correspondían a la parte baja y 13.894 a los asentamientos nucleados de
sus sectores altos, controlados en alguna medida por el imperio del Brasil.
La vida de este río tenía como epicentro la ciudad de Manaos, que para
entonces estaba poblada por 8.500 habitantes, de los cuales
aproximadamente 900 eran blancos. Las localidades del alto Río Negro
albergaban indígenas de diversos grupos étnicos (Baré, Baniwa, Makú,
Vaupés y Coeuana). Se trataba de pequeños asentamientos cuya población
oscilaba entre unas cuantas decenas hasta unos pocos centenares de
moradores; sólo excepcionalmente se encontraban poblados que
rebasaran estas cifras.

Los pobladores del alto Río Negro, como en general los de toda la
Amazonia, se dedicaban a la extracción de ciertos recursos silvestres o a la
fabricación de algunos objetos artesanales que intercambiaban por
mercancías. En 1840 solamente existía una población nucleada en el río
Vaupés, localizada en su desembocadura: Coané, con 250 habitantes,
indígenas Tukano del mismo río, y Coeuana (Kubeo). Los pobladores de
Coané extraían brea, cayarurú y zarzaparrilla.

En la parte superior del alto Río Negro vale decir en el Guainía, Isana,
Vaupés, Tiquié, etc los indígenas se encontraban mucho más libres del
control portugués, posiblemente por la existencia de numerosos raudales
que dificultaban el desplazamiento de las embarcaciones de remo o de
vela, y que hacían casi imposible el ascenso de los buques de vapor. Alfred
Russell Wallace constató, según lo relatara en su famoso libro A narrative
of travels on the Amazon and Río Negro, un contraste entre la situación del
Vaupés y del Isana.

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Las comunidades Baniwa del río Isana tenían un estilo de asentamiento


caboclo, con pequeñas casas de techos pajizos y paredes de barro,
habitadas por familias nucleares. Al contrario, las sociedades del Vaupés
vivían, sobre todo a partir del río Cuduyarí, en grandes malocas y casas
colectivas, donde celebraban sus rituales tradicionales. Wallace habría
encontrado también asentamientos tradicionales en el ¡sana si hubiese
ascendido aún más el río o penetrado en ciertos de sus afluentes.

Mesianismo y opresión social en los ríos Isana y


Vaupés
En 1850 51, Tenheiro Aranha, primer presidente de la provincia del
Amazonas (en el Brasil), inició la puesta en práctica de diversas políticas
oficiales destinadas a "reactivar" económicamente la región del Río Negro
y a incorporar a la vida "útil" a sus habitantes indígenas, particularmente a
los llamados "Gentios", o sea aquellos que todavía mantenían su
independencia de las autoridades del imperio brasileño y se hallaban
marginados de la actividad comercial. Su estrategia se basaba en el
reforzamiento militar de los puestos fronterizos y en el fomento de las
misiones (Wright, 1981).

Jefes del área fronteriza como aquel, junto con algunos comerciantes,
intensificaron la explotación económica de la fuerza de trabajo nativa,
pues obligaron a los indios a movilizarse a ciertas áreas del bosque con el
fin de recolectar productos forestales, entre ellos zarzaparrilla, para pagar
sus deudas, o acaparaban su producción de faríña, bancos, cerámica,
hamacas, etc.

Durante el decenio de 1850 se incrementó notablemente el tráfico de


esclavos indígenas con la complicidad de las mismas autoridades de
Manaos y de Belérri del Pará, quienes requerían a los comerciantes la
traída de aborígenes (generalmente niños) de la zona en mención o de las
áreas aledañas. Además, el gobierno local estimuló el desplazamiento
compulsivo de los indios para trabajar en obras públicas como fue el caso
de la construcción del fuerte del Cocuy o de Cucuhy en condiciones pre
carias para su supervivencia. Simultáneamente se presentaron diversas
epidemias de viruela y "fiebres malignas" que asolaron los poblados.

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Como consecuencia de esta situación, los indígenas optaron por


abandonar los asentamientos ribereños y se refugiaron en el interior del
bosque.

En este contexto surgieron diversos movimientos mesiánicos en los ríos


¡sana y Vaupés. En 1857, un mestizo llamado Venancio, que había sufrido
los vejámenes del "endeude", organizó un movimiento y se proclamó como
"El Santo", "ElCristo? (http://example.com/new.php?page=ElCristo)" y, por
último, "Dios". Sus seguidores más próximos le llamaron "Padre Santo",
"Santa María" y "San Lorenzo". Venancio predicaba, bautizaba, perdonaba
las deudas, casaba y curaba. Sus ceremonias religiosas se organizaban en
torno de una cruz, mientras que los participantes entonaban diversas
letanías. Solía presentar algunos síntomas catalépticos, y argüía que
durante los mismos se comunicaba con Dios.

Este mesías no solamente perdonaba las deudas, con el consiguiente


escándalo entre los comerciantes, sino que aseveraba que Dios le había
comunicado la inminencia de un cataclismo universal, un incendio del cual
solamente se salvarían sus seguidores del ¡sana. De otra parte predicaba la
liberación del trabajo ya que, según él, en el paraíso no se necesitaría
hacerlo ni poseer chagras. Esto afectaba particularmente a los blancos,
que dependían del trabajo del indio y de las demandas de mercancías.
Como ha sido señalado por los antropólogos Robin Wright (198 1) y Egon
Schaden (1983 84), el movimiento mesiánico de Venancio articulaba
patrones religiosos cristianos con temas propios de la religión Baniwa.

Las autoridades civiles y eclesiásticas respondieron violentamente. La


iglesia del ¡sana fue perseguida por las guarniciones locales; algunos de
los líderes fueron encarcelados. Venancio se vio obligado a huir al alto Río
Negro venezolano. los indígenas se desbandaron temerosos de las
masacres y atropellos, como los que recientemente se habían produ cido.

En 1858 se señaló la existencia de otro movimiento rebelde en el Vaupés.


Este agrupaba indios Baniwa y Tukano. Alejandro, el "Cristo del Vaupés",
también bautizaba, casaba y curaba, a sus reuniones asistía hasta un millar
de personas, haciendo temer a los blancos una rebelión india generalizada
contra ellos. Según un misionero, se llegó a atentar contra la vida de un
sacerdote que visitaba el área de las cachiveras de San Jerónimo.

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Alejandro proclamaba que el orden social del mundo sería invertido,


"transformándose" los indios en blancos, adquiriendo su poder y su
riqueza. Los blancos pasarían a ser subordinados o trabajadores. Los
propios indios serían sacerdotes, por lo que no tendrían necesidad de
recurrir a padres extranjeros.

Este movimiento fue también severamente perseguido, aunque Alejandro


conociendo lo acontecido con algunos seguidores de Venancio
prudentemente cambiaba de lugar, y jamás pudo ser capturado por los
brasileños. Apenas había pasado el clímax de su movimiento en el Vaupés,
cuando nuevos fenómenos mesiánicos aparecieron al norte de la región,
en el río Xié.

Se inicia el ciclo del caucho


La creciente demanda internacional de caucho natural y la revolución en
los transportes, con la introducción de la navegación de vapor,
modificaron, a partir de la mitad del siglo XIX, el panorama regional. La
Amazonia se constituyó en el centro de febriles actividades extractivas que
estuvieron acompañadas de una bonanza sin precedentes para ciertos
grupos dominantes, así como de un régimen de trabajo oprobioso para la
mayor parte de los siringueiros.

El nombre del caucho proviene de la lengua de los indígenas Maina, de la


selva amazónica peruana (su etimología es: caa=madera, árbol, y ochu =
chorrear, que llora). Se trata como se sabe, del látex de diversos árboles,
particularmente especies del género Hevea, que se extrae rayando o
cortando superficialmente sus troncos.

Los europeos tuvieron noticia del caucho desde el segundo viaje de Colón.
No obstante, su interés por el mismo creció cuando La Condamine,
comisionado por la Academia de Ciencias de París para medir el arco del
meridiano del Ecuador, envió a aquella una comunicación y muestras de
este exudado vegetal (que los indígenas llamaban también "heve" o 'jebe",
nombre que aún se usa en la Amazonia peruana y sectores adyacentes a la
colombiana para especies del género Hevea. Esta última denominación
botánica fue propuesta originalmente por el medico y botánico francés
Fusée Aublet, en 1775, como una versión latina del fitónimo indígena). Las

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comunicaciones de Fresneau, naturalista francés que trabajaba en Cayena,


también contribuyeron en el incremento de las expectativas sobre este
nuevo producto.

El caucho se destaca por su notable elasticidad e impermeabilidad.


Aunque a principios del siglo XIX esta materia tenía ya algunas
aplicaciones industriales de escala reducida (botas, capas, mangueras,
etc.), su utilización se hallaba restringida por su gran sensibilidad a los
cambios de temperatura, los que alteraban notablemente la calidad del
producto. La invención de los procesos de masticación, por Hancock en
1819, y de vulcanización, por Good Year en 1839, abrieron el campo a su
explotación industrial en gran escala ya que permitieron superar aquel y
otros problemas.

En 1845, William Thorrison diseñó la fabricación de neumáticos con


caucho; pero sólo en 1888 el veterinario irlandés Dunlop reinicia el uso de
tales neumáticos instalándolos en la bicicleta de su hijo. Como la industria
de estos vehículos estaba en su apogeo, aquel desarrollo técnico fue
sistemáticamente utilizado a partir de entonces. Su futuro quedó
asegurado cuando se consolidó, a principios del siglo XX, la industria
automotriz, con la consiguiente demanda de la goma para las llantas y
otras piezas para los vehículos.

Desde 1825 se produce el crecimiento de la explotación del caucho natural


a nivel mundial; en ese año se extraían solamente 30 toneladas; en 1860
son ya 2.670; esta cifra ascendería a 50.000 y 94.000 en 1900 y 1910,
respectivamente. La mayor parte del caucho se extraía del área amazónica,
particularmente del Brasil (Le Bras, 1961).

El caucho amazónico adquirió un lugar destacado en las economías del


Brasil y del Perú. En 1830 se explotaban en el primer país, 156 toneladas;
tal cifra ascendió en 1850 a 1.447 y en 1890 a 23.650 (Santos, 1980). Años
más tarde, en 1912, llegó a las 37.178 toneladas. En este país el caucho fue
el segundo renglón de exportación después del café. Para el Perú la
actividad cauchera en el Amazonas también tuvo considerable
significación. En 1862 apenas se extrajeron 2 toneladas, pero ya en 1900 la
cantidad se elevó a 2.247; tal volumen asciende aún más
considerablemente años después.

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El ciclo de la quina y del caucho negro en el alto


Caquetá y Putumayo
El tránsito al ciclo del caucho estuvo precedido, en el piedemonte
amazónico colombiano, por la búsqueda de la quina. Los asentamientos
que se establecieron entonces, y las actividades que se dieron en la
vertiente oriental de la cordillera en esta etapa, tuvieron más relación con
el comercio del producto, y con los lugares de acceso a donde se lo
encontraba pisos térmicos templado y frío de los Andes , que con las tareas
de la extracción propiamente dicha.

Los primeros quineros aparecieron en el territorio del Caquetá durante el


decenio de 1870. El valle del Suaza, en el alto Magdalena, se convirtió en la
sede de las nuevas corrientes migratorias, que se instalaron en Santa
Librada (Suaza) y La Concepción (antigua La Ceja). Los buscadores de la
corteza vegetal, que se utilizaba para la producción de drogas
antimaláricas, se internaban también por el río Orteguaza y otras áreas
aledañas y comerciaban el producto a través de Neiva. Un proceso similar
se daba en el alto Putumayo. La tranquila Mocoa se convirtió en centro de
actividades quineras, se conformó allí una élite local y la actividad
mercantil se incrementá notablemente. Una embarcación movida por
vapor navegaba el Putumayo y abastecía regularmente a los extractores.

En 1875 inició operaciones la Casa Elías Reyes y Hnos. La empresa se


proyectó por el río Putumayo y fundó en sus riberas diversos
establecimientos de acopio. Y obtuvo de parte del emperador del Brasil,
don Pedro ll, el privilegio de comerciar entre el Amazonas y Puerto Sofía,
sobre el Putumayo. En 1876 la Casa Reyes inauguró, con el "Tundama 11 ,
la navegación de vapores de bandera colombiana por este río;
posteriormente adquirió nuevas embarcaciones para el transporte de
quina, caucho y tagua al Brasil, desde donde importaba también, hacia la
región, variadas mercancías (Reyes, 1902).

Diversas empresas caucheras se fundaron sobre los ríos Caquetá,


Putumayo, Orteguaza y Caguán, utilizando la fuerza de trabajo nativa y la
de algunos trabajadores de] interior.

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El caucho negro (Castilla elastica) que se daba en algunas de estas zonas


tiene cualidades y rendimientos inferiores a los de las especies brasilIensis
y Hevea guianensis, que son las más apreciadas por la calidad de su látex.
Por este motivo los caucheros derribaban los árboles, provocando en
pocos años su extinción en grandes regiones. A estas dificultades se
agregaban los problemas de su acarreo a través de la cordillera hacia los
centros clel interior, especialmente a Neiva. El caucho negro del Caquetá
era transportado únicamente por hombres, que debían transitar por
peligrosos senderos. Cuando se llevaba por el río, a Manaos o a Iquitos, se
elevaban considerablemente los costos del producto.

Los caucheros de) Caquetá apoyados en algunas ocasiones por el mismo


prefecto se negaban a seguir las indicaciones oficiales destinadas a evitar
el aniquilamiento de los árboles, ya que, alegaban, no había otra forma de
hacer rentable el producto. Algunos de ellos argüían, además, que si se
retiraban del área, el mismo espacio sería ocupado por caucheros de los
países limítrofes, con gran perjuicio para el suyo propio.

La Guerra de los Míl Días (1899 1902) precipitó la crisis de la explotación de


la Castilla elástica. Los dueños de las caucherías dependían, para su
aprovisionamiento, de las casas comerciales establecidas en Neiva. Estas
daban a crédito las mercancías y los elementos indispensables para la
extracción del látex, y se constituían en los compradores y exportadores de
la goma. Los caucheros adelantaban bienes a sus trabajadores, quienes se
veían comprometidos, al cabo de un período fijo (generalmente un
"fabrico", o temporada de trabajo del caucho), a pagarlos con látex.

Los comerciantes de Neiva consideraron que los riesgos económicos de sus


operaciones se habían elevado, ya que sus productos podían ser
confiscados o destruidos al ser conducidos por el río Magdalena; la guerra
había concentrado el capital comercial en pocos grupos, lo que les
permitía monopolizar el mercadeo del caucho e imponer los precios de
otras mercancías. En otros términos, llegaron a vender caro sus
mercancías y a comprar a un menor precio relativo la goma. Los caucheros
se defendieron trasladando, naturalmente, los nuevos costos a sus
trabajadores. Así que, a finales del siglo XIX, la extracción se paralizó; los
barracones se encontraban atestados de trabajadores ociosos, ocupados
en juegos de azar, dedicados a la bebida y a las mujeres (lo que
técnicamente se llama consumo "conspicuo y ostentoso ), sin asomo de
motivación para el trabajo, pero endeudándose aceleradamente.
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La razón de esta paradoja es más o menos comprensible, porque ¿qué


incentivo había para seguir trabajando, si cada vez eran más escasos los
árboles de caucho negro y había que alejarse más del campamento
principal y recorrer un número mayor de trochas o picas para ganar
menos, pues la paga por kilo había descendido? Todos los patrones, los
trabajadores y la clientela anexa (prostitutas, comerciantes, etc.) estaban
atrapados en la "ley M endeude : unos le debían cada vez más a otros, pero
a su vez estos le debían más a terceros, que residían en los centros. Y
¿quién podía desatar el lío si no se justificaba trabajar tan duro, no
obstante que el precio del caucho seguía en vertiginoso ascenso en el
mercado internacional?

La explotación del caucho y el sistema del


"endeude"
El caucho puede ser extraído de especies de diversos géneros. La Hevea
brasiliensis (verdadero caucho, borracha o siringa) se localiza en las zonas
de bajos del río Amazonas, particularmente en los sectores medio y bajo
de su curso. De acuerdo con el geógrafo C. Domínguez (1985), en la
Amazonía colombiana solamente se encuentran si se exceptúa el Trapecio,
que posee Hevea brasiliensis las especies Hevea guianensis (en la "tierra
firme" de la selva oriental, incluido el Trapecio y descontando el
piedemonte) y Hevea benthamiana (en los bajos de las cuencas del Río
Negro y del Vaupés). La Castilla elástica predomina en el piedemonte; hay
otras gomas de inferior calidad distribuidas en todo el territorio. Si bien
existen concentraciones relativas, los árboles se encuentran dispersos en
grandes áreas, como toda la flora amazónica.

Debido a esta distribución de los árboles, para la extracción de la goma el


siringueiro o cauchero varios debe abrir diversas trochas o estradas de
kilómetros. Las primeras horas de la mañana se aprovechan para hacer
diversas incisiones en cada corteza, para que fluya el látex. Se coloca un
recipiente que recibe la leche" al pie del tronco, mientras que se rayan los
demás árboles de la jornada. El cauchero está de regreso al mediodía;
entonces, sólo o acompañado por su mujer u otros familiares, procede a
recoger la "leche" acumulada en los diversos recipientes.

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El látex se mezclaba en el campamento con ciertos ácidos (en la actualidad


ácido fórmico) con el objeto de coagularlo; posteriormente se le daba la
forma definitiva y se secaba al sol o con humo. Los detalles de las técnicas
de extracción pueden haber variado en algunos de sus procedimientos,
pero en términos generales se mantienen.

El proceso relativamente simple para su extracción, contrasta con el alto


nivel tecnológico de la transformación del caucho y sus derivados en los
países importadores de la materia prima.

El trabajo del caucho se basaba, fundamentalmente, en una cadena de


créditos que involucraba a diversas casas con funciones diferentes y con
una compleja estructura de comercialización. En Belém del Pará, por
ejemplo, algunas firmas monopolizaban la comercialización exterior de la
goma, mientras que otras se especializaban en la importación de las
mercancías y objetos destinados a los siringales.

Los bancos mantenían relación principalmente con las empresas


exportadoras e importadoras. De estas dependían, a su vez, las casas
"aviadoras de un nivel intermedio, que financiaban las operaciones de
otros caucheros. En el nivel más bajo de la cadena se encontraba el
cauchero extractor, quien, solo o con su familia, debía entregar
determinadas cantidades de goma a cambio de las provisiones y demás
bienes que necesitaba para su subsistencia y para el proceso de trabajo.

Aunque el caucho o los bienes suministrados a los siringueiros rasos se


valoraban en dinero, éste se hallaba ausente de las diversas operaciones
económicas. Un testimonio de la época, citado por Barbara Winstein
(1983), historiadora especialista en el tema, ha expresado lo anterior en
estos términos:

"El Amazonas es la tierra del crédito. No hay capital; el siringueiro debe al


patrón: el patrón debe a la 'casa aviadora', la 'casa aviadora' debe al
extranjero, y así sucesivamente".

La operación tenía de por sí sus riesgos ya que dependía de las "promesas"


de los involucrados. El sistema funcionaba mediante unas reglas de juego
de honor, si bien no faltaba la intervención de la policía. Un cauchero
podría desplazarse a otras áreas, pero, a no ser que otro patrón lo
recibiese, era difícil para el "aviador" reponer el valor M adelanto. El

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cauchero extractor mantenía cierto control sobre su propia producción,


aunque la dispersión del personal trabajador propio de la explotación
cauchera les inhibía acciones colectivas.

Según la ética del trabajo local, no se debía vender el caucho a patrón


distinto del propio; las deudas de un trabajador podían ser lícitamente
transferidas, en términos de la legalidad local, a otros caucheros; pero
¿cómo podía ser de otro modo, si no había prácticamente circulante que
permitiera a un cauchero pagar a otro en dinero la deuda de un
trabajador? En algunas regiones se implantaron redes típicamente
clientelistas entre el cauchero proveedor y sus trabajadores , esto
amarraba aún más la fuerza de trabajo a los patrones.

El sistema del "endeude" era, en realidad, una relación de carácter social


más amplia, que fundamentaba la existencia de toda la sociedad
amazónica de ese entonces, como en parte lo sigue haciendo. Con
frecuencia los caucheros patrones eran compadres de sus trabajadores y
por lo tanto debían esperar reciprocidad de sus socios",así como los
trabajadores tenían la expectativa de recibir protección y ayuda de
aquellos. En casos extremos, cuando no pudo establecerse una relación de
clientela, se conformó una sociedad prácticamente esclavista, en la que la
fuerza de trabajo no tuvo siquiera la posibilidad de reproducirse
demográfica y socialmente. El carácter no monetario de la economía
condicionaba la existencia de otras formas de intercambio tradicional e
impedía la formación de un cálculo "racional", en términos de la economía
formal.

Los indios y trabajadores, en general, quedaron al arbitrio de los "dueños"


de la escritura, de la aritmética y de las pesas. Estos podían manipular los
libros de cuentas a su antojo, sin que nunca el endeudado tuviese la
posibilidad de redimirse en su vida, o incluso en la de sus hijos- del
"endeude".

La formación de la Casa Arana en el Putumayo


Ante la desaparición del caucho negro y la voracidad de algunos de sus
socios de Neiva, los caucheros del alto Caquetá no tuvieron otra
alternativa que desplazarse hacia el oriente, o sea a las porciones altas de

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los ríos Caquetá, Putumayo y Vaupés. Algunos fundaron "colonias en las


riberas del Caquetá, entre La Tagua y los chorros de Araracuara; otros más
audaces penetraron a las cabeceras de los ríos Igara Paraná y Cara Paraná.

En 1901 existían 22 colonias en los bajos Caquetá y Putumayo,


particularmente sobre los ríos Igara Paraná, Cara Paraná y alto Cahuinarí;
estas colonias eran en su mayor parte de propiedad de caucheros
colombianos y se hallaban sostenidas básicamente por mano de obra de
grupos Witoto (Figueroa, 1986).

Tal cantidad de centros de extracción era considerable; un par de años


antes los caucheros apenas conocían estas regiones, y la mayor parte de la
gente nativa sabía de los "blancos" únicamente por referencias de la
historia tradicional, pero no de manera directa. Los caucheros tuvieron la
fortuna de encontrarse en una región densamente poblada por numerosos
grupos indígenas, aunque el látex local era de baja calidad ("sernambi" o
"Jebe débil").

Los pobladores aborígenes estaban interesados en conseguir mercancías;


con entusiasmo (a pesar de las reservas de algunos "capitanes" o jefes)
recibieron hachas y otros instrumentos que debían cancelar de manera
diferida, con goma. Los caucheros incrementaron la circulación de ciertos
objetos que hasta entonces eran escasos y que debían pagarse, como se
expuso con anterioridad, a un costo humano y social muy alto.

Ahora las hachas de acero circularon, posiblemente, entre grupos


subalternos o personas que antes no tenían acceso a ellas. Las monedas,
tan valoradas para collares y tan apetecidas por las; mujeres, fueron
probablemente más "fáciles" de conseguir. Pero el uso del término
"masificación" para referirse a la difusión de la propiedad sobre estos y
otros artículos tal vez no corresponda con la realidad, ya que los caucheros
dosificaron la entrega de sus mercancías. Aquellas gentes indígenas que
carecían. de estos bienes se veían a sí mismas como 11 pobres y apenas
adquirían una cantidad limitada de ellos.

La dinámica del barracón de Indiana (colonia cauchera en el alto Igara


Paraná) da cuenta de la forma como se aceleró la historia en el proceso de
la explotación cauchera. Indiana, (actualmente La Chorrera), había sido
fundada en 1900 por Benjamín Larrañaga. En 1902, Julio César Arana,
transportador peruano, se asoció con aquel y se convirtió en copropietario

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del siringal que incluía campamentos anexos en los ríos Igara Paraná y
Cahuinarí, y algunos de sus afluentes. Esta compañía disponía ya de 12.000
indígenas inscritos en sus libros de cuentas sólo dos años después de
fundada.

Para entonces la situación no era nada fácil para los aborígenes, porque
algunos patrones comenzaron a obligarlos a trabajar forzadamente en la
extracción del caucho. Según Joaquín Rocha (1905), quien visitó la región a
principios de siglo, en la terminología de la época se llamaba
"conquistadora aquel individuo que lograra "entrar en negocios con los
indios de esa tribu y conseguir que le trabajen en extracción de caucho y
que le hagan sementera y casa, en la cual se queda a vivir en medio de
ellos". Estos indígenas eran llamados entonces "civilizados", y en algunos
casos el mismo cauchero asumía las funciones de "civilizador".

Pero cuando los indígenas se resistían no había la menor vacilación en


acudir a la violencia, calificándolos de "antropófagos" o "salvajes", o en
inventarse "rebeliones" que legitimaran su exterminio. Cuando un grupo
se oponía a "civilizarse" se adoptaban diversas tácticas, entre ellas asaltar
la maloca y mantener como rehenes a mujeres y niños hasta que el jefe y
los demás entraran "en razón". En algunas ocasiones el cauchero
desposaba a una mupr indígena, y así sus parientes (cuñados) nativos se
vinculaban al trabajo del blanco (Taussig, 1986).

De los caucheros del Putumayo, el gran "triunfador" fue Julio César Arana,
quien en pocos años logró implantar una de las casas explotadoras más
poderosas del alto Amazonas. Arana era natural de Rioja (Perú); tuvo su
primer contacto con el Putumayo como dueño de ¡ancha. Conocía ya otras
regiones del Amazonas, había adelantado algunos negocios y establecido
un centro cauchero. Al visitar la región del Putumayo posiblemente se
percató de su perspectiva; es decir, de la existencia de una abundante
fuerza de trabajo "barata", en una coyuntura económica que se
caracterizaba por la creciente escasez de la misma (lo que impedía la
expansión de la economía cauchera de] Perú).

La posición privilegiada de Arana como comerciante se fundamentaba en


la dependencia que existía entre los centros caucheros del Putumayo e
Iquitos. En el viaje del Cara Paraná a Iquitos se podían gastar hasta 15 días;
la distancia entre el Cara Paraná y Manaos era menor, pero en esta última
ciudad los precios de las mercancías eran más altos, por lo menos en 1903.
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Además, si los bienes se importaban de Manaos debían pagar un doble


impuesto en las aduanas brasileña y peruana ya que Colombia no tenía
ningún convenio al respecto con el Brasil, y el Perú consideraba como suyo
el Putumayo.

En 1903 se fundó la Casa Arana Hermanos. En ese entonces el geógrafo


francés F. Robuchon constató la existencia de casi medio centenar de
barracones en los ríos Cara Paraná e Igara Paraná, dependientes de la
compañía. En dicho año, los centros de explotación del caucho estaban
fortificados; los caucheros permanecían constantemente armados
temiendo rebeliones o ataques de los indígenas. Para la época ya se
habían establecido los métodos violentos que caracterizarían la
explotación de esta región por la Casa Arana.

En 1909, la compañía tomó posesión de parte de las riberas del Cara


Paraná, asociándose con el cauchero G. Calderón; no obstante, para la
fecha existían numerosos caucheros colombianos con sucursales en aquel
río. En los años siguientes Arana tomó el control absoluto de la fuerza de
trabajo indígena y de todo el territorio situado entre los ríos Caquetá y
Putumayo, y desde el río Cara Paraná hasta la desembocadura del
Cahuinarí en el Caquetá.

Por diversos medios, y con la ayuda de las fuerzas armadas del Perú, en
1907 desalojó violentamente a los caucheros colombianos que se resistían
a venderle sus fundos. Su posición se reforzó con la firma de un modus
vívendi entre Colombia y el Perú en el Putumayo, ya que por medio de ese
acuerdo los peruanos consolidaron de facto el control de la navegación
por el río. Esto provocó el desconcierto de los caucheros colombianos, que
no entendían la indolencia del gobierno del general Reyes ante los
numerosos atropellos y vejámenes que sufrían.

En 1907, la Casa Arana se transformó en la Peruvian Amazon Company, con


sede en Londres, y expidió acciones por un total de un millón de libras
esterlinas, si bien la familia Arana conservaba el control de la compañía.

Un régimen esclavista
La Casa Arana había dividido sus operaciones en dos grandes
distritos",cuyas sedes principales se encontraban en El Encanto, sobre el
río CaraParan? (http://example.com/new.php?page=CaraParan)á, y La

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Chorrera, en el Igara Paraná. Allí se acopiaba el caucho extraído de las


diferentes sucursales y se embarcaba hacia lquitos. Cada sucursal tenía
bajo su jurisdicción un número considerable de indígenas; estos
pertenecían a diversos linajes, pero casi siempre hablaban una misma
lengua. En ciertas áreas se difundió el Witoto como lengua franca.

A la cabeza de cada barracón se encontraba un capataz; sus utilidades


guardaban relación directa con la cantidad total de caucho extraído.
Generalmente existía una comisión de 15 a 20 hombres armados que se
encargaban de amedrentar a la población nativa, neutralizar una eventual
rebelión, perseguir a los indígenas fugitivos, castigar a los que no cumplían
las tareas de producción acordadas o, incluso, enganchar
compulsivamente nueva fuerza de trabajo.

Entre el personal de las comisiones se destacaban los "muchachos" (boys),


o sea jóvenes criados por los caucheros, armados con fusiles, cuya función
en el control de la población indígena era fundamental ya que conocían las
lenguas nativas, los hábitos y costumbres de sus paisanos.

La fuerza de trabajo estaba conformada por los nativos hombres, mujeres


y niños , quienes debían laborar prácticamente todo el año en los
"fábricos" para redimir una deuda que jamás se pagaría. Además, debían
sostenerse a si mismos y cultivar, cazar y pescar para los patrones.

A cada jefe de grupo doméstico, o linaje local, se le asignaba una cuota de


caucho. Según algunos estimativos, cada familia debía aportar 40 arrobas
mensuales; si la balanza no señalaba el peso acordado, los indígenas, sin
distinción de edad ni sexo, eran azotados, torturados, mutilados o
asesinados a sangre fría. Así mismo podían ser condenados a morir de
hambre, o simplemente ser "aperreados" por los grandes mastines de los
patrones.

Con frecuencia los indígena! eran asesinados por diversión, como ocurría
durante ciertas fiestas, religiosas. Se estima que en el primer decenio del
presente siglo murieron aproximadamente 40.000 de ellos; posiblemente
un poco más de la mitad de la población aborigen total de la región en
aquel momento (Foreign Office, 1912).

En los primeros años de la "violencia de los peruanos" como se refieren los


mismos indígenas a estos acontecimientos algunos grupos intentaron
rebelarse o huir hacia otros lugares. La superioridad bélica de los
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caucheros y el temor de los indios a una violencia generalizada, impidieron


una resistencia exitosa, pese a ser los primeros muy inferiores
numéricamente.

Tal régimen desencadenó un conflicto social de grandes proporciones: un


"capitán de la tribu Resigero organizó, según relata el explorador inglés
Thomas Whiffen (191 S), un grupo para combatir a los caucheros y a
aquellos indígenas de su propia tribu que colaboraban en la explotación.
Si le damos crédito a Whiffen, toda la gente Resigero fue víctima de sus
ataques, porque "nada en su opinión (del jefe indígena) podía salvar a las
tribus".

En ocasiones los indígenas intentaban utilizar medios simbólicos, como la


brujería, para expulsara los blancos. Y hubo hechos como el que relata
César Uribe Piedrahíta en su novela Toá: un grupo del Cara Paraná intentó
"barbasquear" el río con el fin de matar los peces y forzar la emigración de
los "blancos" por física hambre.

La acción defensiva de los indígenas frente a quien llamaban el "capitán"


rana, así como frente a su organización, se dificultó por la carencia de
unidad política entre los diferentes linajes. Los caucheros fomentaron
cuidadosamente las rivalidades y conflictos entre aquellos, los cuales
posiblemente se habían incrementado por la presencia de brotes
epidémicos que los nativos interpretaron como brujería provocada por
otros indígenas.

La Casa Arana optó por eliminar sistemáticamente a los "capitanes" y a los


ancianos peligrosos que pudieran liderar alguna forma de resistencia. A los
indios se les confiscaban con frecuencia sus armas, aunque sus escopetas
de fisto, que tantos meses de trabajo les costaban, tenían un poder menor
que los Winchester de los caucheros. Estos contaban, además, con el
apoyo directo del ejército peruano, que había instalado algunas
guarniciones en el Putumayo. Los indios no tuvieron otra alternativa que
someterse para sobrevivir.

Escándalo mundial en torno al 'Taraíso del


diablo"

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Las barbaridades de la Casa Arana ya habían llegado a conocimiento


público y de los gobiernos del Perú y de Colombia durante los primeros
lustros de este siglo, no obstante la censura de la prensa impuesta por la
dictadura de Rafael Reyes. Los caucheros colombianos se habían quejado
pública y oficialmente sin que el gobierno tomara provisiones adecuadas,
a no ser el modus vívendi mencionado que entregó el control del
Putumayo a los peruanos. Se dice que el general Reyes, al ser consultado
acerca de tales problemas, argüía que se trataba de cosas de caucheros",
para descalificar ciertas situaciones de orden público en la Amazonia. No
deja de haber misterio en esta actitud del gobierno, sobre todo cuando en
la jefatura del Estado se encontraba un antiguo cauchero que conocía
personalmente la región y sus problemas.

El gobierno peruano estaba interesado en propiciar la expansión de la


compañía de Arana, ya que de esa forma podía alegar posesión de facto
sobre parte de un territorio que estaba en disputa con Colombia.

Algunos periódicos de Lima y Manaos, pero sobre todo La Sanción y La


Felpa de Iquitos, dirigidos por el valeroso periodista Saldaña Rocca,
iniciaron y mantuvieron una campaña de denuncia de lo que acontecía en
el Putumayo, aunque sin obtener resultados concretos.

En 1907, W E. Hardenburg (1912), un ingeniero norteamericano de paso


por el Putumayo, fue testigo y víctima de los atropellos peruanos contra
los barracones de colombianos en el río Cara Paraná. Su condición de
ciudadano norteamericano le otorgó cierta inmunidad frente a las
acciones del ejército del Perú, de manera que pudo salir bien librado del
incidente, a pesar de haber sido acusado de agente al servicio de
Colombia.

Dos años más tarde, en 1909, la prensa inglesa publicó profusamente su


testimonio sobre lo que acontecía en el Putumayo bajo la jurisdicción de la
compañía británica Feruvian Amazon Company. Estas denuncias, y la labor
de la Sociedad Antiesclavista de Londres, desencadenaron un escándalo
de grandes proporciones en Inglaterra y en el mundo, que todavía tenían
en la memoria los acontecimientos terroríficos vinculados con la
explotación del caucho en el Congo. Con el pretexto de que la Peruvian
tenía entre su personal súbditos ingleses (negros de Barbados que habían
sido traídos años atrás) el gobierno británico envió al cónsul inglés en Rio

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de Janeiro, Sir Roger Casement, para que investigara la veracidad de los


cargos. Al cabo de varios meses de inspección en el Putumayo, Casement
concluyó:

"Los crímenes de los que se acusa a muchos hombres ahora al servicio de


la Peruvian Amazon Company son del género más atroz, incluyendo
asesinatos, violaciones y fiagelaciones constantes. La naturaleza de los
hechos es enteramente oprobiosa, y confirma totalmente las peores
acusaciones formuladas contra agentes de la Peruvian Amazon Company y
sus métodos de administración en el Putumayo". (Foreign Office, 1912. T
del e.)

El cónsul inglés consideraba improbable que Arana y los otros miembros


del directorio de la compañía no estuviesen al tanto de lo que acontecía;
pero a éstos las denuncias no los intimidaron, ni tampoco al gobierno
peruano. Al año siguiente (191 l), ambos, el gobierno con la ayuda de la
Casa Arana, se tomaron por la fuerza la localidad de La Pedrera, donde
Colombia había establecido una pequeña guarnición militar. Con esta
toma los peruanos intentaron consolidar su dominio sobre el río Caquetá,
al controlar el raudal de Cupatí; así podían estrangular a los caucheros
colombianos establecidos en los ríos Miriti Paraná y Apaporis, un área que
se había convertido en refugio para los indígenas del sur del Caquetá que
huían del régimen de la Peruvian, aunque los caucheros de esta zona no
eran ni mucho menos unos ángeles.

Con el asalto a La Pedrera y el escándalo internacional, la opinión pública


del país tomó conciencia de lo que sucedía en el Putumayo. Una gran
incógnita flotaba en el ambiente: ¿por qué razón durante tantos años las
autoridades del país, particularmente el gobierno de Reyes, se habían
mostrado negligentes, por decir lo mínimo, con esta situación? Se
rumoraba que círculos de la sociedad bogotana, y algunos ministros y
altos funcionarios, estaban interesados directamente en que no se
conociera la realidad de los hechos acaecidos en el decenio anterior.

En el estado actual de la investigación, resulta aventurado hacer juicios de


responsabilidad histórica a Reyes y a su gobierno. Pero los acuciosos
investigadores Jorge Villegas y Fernando Botero (1979) tal vez han
encontrado la "conexión" del Putumayo al señalar los aparentes lazos de

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parentesco entre uno de los principales socios de Arana, el señor Vega, ex


cónsul de Colombia en Iquitos, y un ministro de Relaciones Exteriores
durante el gobierno de Reyes.

Manaos, los barones del caucho y el "coronel"


Funes
Manaos se había convertido en el epicentro de toda la actividad
económica de la extensa región del alto Amazonas. Su población había
pasado, entre 1850 y 1903, de 8.500 a 50.000 habitantes.

La población era, en palabras del famoso etnólogo alemán Koch Grünberg


(1967),"la ciudad industrial más importante de la cuenca interior del
Amazonas y el puerto de embarque de las enormes cantidades de caucho
que producen anualmente". Contaba con grandes avenidas, alumbrado
eléctrico, modistos franceses, ingenieros de Liverpool, sociedades
literarias, un teatro para la ópera donde se presentaban famosos cantantes
de la época, hipódromo, etc.

A pesar de las fiebres malignas que azotaban la ciudad, con gran número
de víctimas, la gente se divertía, cada una a su manera según su rango
social. En la avenida Eduardo Ribeiro se regocijaba la sociedad de Manaos,
que reunida en pequeñas mesas consumía un helado "chop", un whisky
con soda o un simple refresco. Los domingos sus habitantes paseaban en
tren eléctrico por la selva aledaña a la ciudad; cada semana, o en los días
festivos, la banda mulata de la policía interpretaba música de Wagner,
aunque sin duda tampoco faltaban los aires populares ya que "cuando se
encienden los ánimos se recuerda que se está viviendo prácticamente al
borde de la civilización (Ibid.). Entre los visitantes de la ciudad había
numerosos indígenas de las regiones aledañas, quienes vestidos a la moda
europea la recorrían en fila, unos tras de otros.

Gran parte de la población de Manaos era indígena 0 cabocla; ésta hacía


los trabajos domésticos, o se ganaba el casabe (y el pan) vendiendo el
producto de su caza o de su pesca en el mercado local.

La ciudad de principios de siglo era una digna" sede para los barones del
caucho: Nicolás Suárez, Julio César Arana, Luis Silva Gómez, Manuel
Vicente Carioca, Joaquín González Gómez Araújo y Germino Garrido y
Otero. El Río Negro estaba dominado por los dos últimos. Don Germino,
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oriundo de España, vivía con sus hüos mayores en San Felipe, en el alto
curso de aquel río, adonde había llegado en 1880. Según Koch Grünberg,
era "un hombre excepcional por todos los aspectos, que conservaba la
mentalidad y el carácter europeos Tenía una gran erudición, pues en
medio de la selva estaba al tanto del " peligro amarillo", o de los
problemas del "equilibrio europeo" y del premio Nobel. Se hallaba suscrito
a los más prestigiosos periódicos y poseía una selecta biblioteca.

Los siringales de la empresa de Garrido estaban localizados en las


márgenes del río ¡sana y en el alto Río Negro, adyacentes a la frontera
venezolana. Parte de sus traba adores eran indios Baniwa (o Kurrij pako);
éstos se hallaban sometidos al sistema del "endeude", de manera tal que
estaban obligados a pagar en caucho o fariña, o cazando o pescando en el
fundo del patrón. Además de Garrido, había otros caucheros de menor
jerarquía, que mantenían una relación similar con la fuerza de trabajo
nativa.

En el alto río Vaupés, el cauchero Gregorio Calderón había fundado el


poblado de Calamarí. La localidad estuvo conformada en sus primeros
años por un grupo de trabajadores Kubeo, en 1910 estos fueron
reemplazados por indígenas Witoto y Karihona. Algunos caucheros se
proyectaron sobre el río Isana y el Vaupés, buscando reclutar
compulsivamente fuerza de trabajo indígena. Este último río, en particular,
fue constantemente recorrido desde el salto de Yuruparí hasta la
desembocadura del Cuduyarí. En el primer decenio del siglo, estos
caucheros competían con la Casa Garrido y algunos empresarios menores.
Como resultado de la lucha por la consecución de la fuerza de trabajo, las
comunidades indígenas abandonaban con frecuencia sus asentamientos
tradicionales y buscaban refugio en zonas de difícil acceso.

Aunque los recursos violentos no eran ajenos a la Casa Garrido, don


Germino había adoptado otras estrategias de reclutamiento de la fuerza de
trabajo. Se dice, por ejemplo, que contaba con un ejército de 400 hombres
para proteger sus dominios, pero gran parte de la tropa estaba conformada
por sus propios hijos o descendientes. Al parecer había tenido una vida
muy prolífica en vástagos de madre indígena lo cual le permitía ser algo
más que un patrón frente a las comunidades locales. Era un padrino que
brindaba protección frente a abusos de terceros. A veces redimía la deuda
de algún indígena, ya fuera por su avanzada edad u otro motivo. En
algunas oportunidades se enfrentó con las mismas autoridades brasileñas,
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ya que éstas explotaban excesivamente a los indios. Sus relaciones con los
nativos se daban, según R. Collier (1981), con 11 severidad patriarcal al
tiempo que con bondad como lo haría un padre con su hüo".

En el alto Orinoco se había conformado otro gran "imperio", famoso en la


literatura colombiana gracias a la La Vorágine, obra de José Eustasio
Rivera, publicada en 1924.

El despegue de Tomás Funes, uno de los terribles personajes a que se


alude en la novela, se inició un poco antes del 8 de mayo de 1913. cuando
aceptó encabezar una rebelión de caucheros y comerciantes del alto
Orinoco y Ciudad Bolívar contra el general Roberto Pulido, gobernador del
Territorio Federal del Amazonas, en Venezuela. Según el escritor Rafael
Gómez Picón (1953), Pulido se aprovechaba de su situación para arruinar a
los otros comerciantes o para hacerse a sus ganancias. Por esa época, por
ejemplo, ordenó que el caucho del alto Orinoco debía pagar el impuesto
directamente en San Fernando de Atabapo; anteriormente este impuesto
se hacía efectivo en Ciudad Bolívar con órdenes a cargo de las casas
comerciales de aquella ciudad. Como los caucheros carecían de dinero en
efectivo por el carácter estructural del sistema del "endeude" a que se ha
hecho mención se veían obligados a vender el látex a precios inferiores a
su valor real a los agentes de la Casa Pulido, compañía de propiedad del
gobernador. Este otorgó, además, a un pariente cercano, los derechos de
navegación de vapor por el alto Orinoco y el monopolio para el
desplazamiento de automóviles, y de carga, en la zona de los temibles
raudales de Atures y Maipures. La situación planteada ocasionó la ruina de
numerosas empresas y la quiebra de no pocos barracones y de sus
trabajadores.

El alzamiento tuvo éxito; Tomás Funes, apodado desde entonces el


"coronel" Funes, se constituyó en líder de un movimiento social más
amplio, que abarcó numerosas localidades. Al cabo del tiempo, se
convirtió en el hombre fuerte de la región, desafiando incluso al poder
central del dictador Juan Vicente Gómez. Simultáneamente, Funes
aprovechaba su posición para transformarse en patrón indiscutido del alto
Orinoco, en cuyos inmensos siringales trabajaban miles de indígenas
sometidos al sistema del "endeude".

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El gobierno venezolano pensó que resultaba más político ganar a Funes


que combatirlo; éste fue nombrado gobernador, responsable de la región.
Entonces se convirtió en un dictador regional, dando lugar a las historias
de terror y de violencia que narra justamente Rivera.

11 ¿ Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de San Fernando? (se


interroga el autor de La Vorágine).Causa pavor considerarla. Pasado el
primer acto de tragedia, palidecieron, pero el caudillo que improvisaron ya
tenía fuerzas, ya tenía nombre. Le dieron a probar sangre n tiene sed.
Venga acá la gobernación. El ó como comerciante, como gomero, sólo por
i- mir la competencia; mas como le quedan competidores en los siringales
y en las barracas, ha resuelto exterminarlos con igual fin y por eso va
asesinando a sus mismos cómplices".

El 30 de enero de 1921 el "coronel" fue fusilado por las tropas del general
Emilio Arévalo, quien había tomado por asalto su cuartel del río Atabapo,
dando fin a su imperio.

Una élite regional en crisis, cuestionada pero


poderosa
Con ocasión del escándalo del Putumayo", la clase dominante de Iquitos y
del Departamento de Loreto, en el Perú, rodeó a Arana y expresó en
múltiples formas su solidaridad con las "víctimas". Pablo Zumaeta, gerente
de la Casa Arana en Iquitos y uno de los principales sindicados, fue
elegido, después dé las acusaciones, como vice alcalde de la ciudad, vice
presidente de la Cámara de Comercio local, presidente de la Sociedad de
Benefactores, etc. Los periódicos locales apenas difundían algunos de los
informes internacionales, y con frecuencia se acusaba de mala prensa o
como exageraciones a los testimonios y publicaciones extranjeras.

De acuerdo con Stuart Fuller, cónsul norteamericano de la época en


Iquitos, esta solidaridad y este silencio se debían no solamente al poder
económico y político de la Casa Arana "ue sin duda era considerable," sino
también a una actitud secular de las élites dominantes frente al indio y al
sistema de peonaje por medio del cual se garantizaba la apropiación de
una fuerza de trabajo relativamente escasa y fundamental para el
funcionamiento del orden social.

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La clase dominante de lquitos temía que una crítica de los excesos del
Putumayo llevara a un cuestionamiento del sistema del "endeude"
,provocando una crisis del sistema de trabajo regional y de la cadena de
créditos. De ello podrían resultar no solamente elevadas pérdidas,
prácticamente irrecuperables, sino también un incremento en los costos
de la mano de obra, en una coyuntura de depresión del precio del caucho
amazónico que erosionaba la Iquitos tenía en ese momento
aproximadamente 15.000 habitantes y dependía básicamente de la
explotación del caucho silvestre. Hacía tres años Julio de 1909 enero de
1910) que la goma había alcanzado su cotización más alta en el mercado
internacional, pero ahora su valor bajaba cada vez más y se vislumbraba
una parálisis del negocio ¿Cómo aceptar, entonces, un cuestionamiento al
régimen de trabajo sobre el cual se sostenía semejante urdimbre
económica? .

La crisis de la compañía coincide con la caída del precio internacional del


caucho amazónico, debida ésta a la competencia de las plantaciones
inglesas en Malasia y Ceilán; estos cultivos se habían desarrollado a partir
de semillas sacadas furtivamente del Brasil por Wickhan en las últimas
décadas del siglo XIX. Camilo Domínguez (1976) opina que ello puede
explicar, en parte, la disposición del gobierno británico para provocar el
colapso de la compañía angloperuana y ordenar su disolución en 1912, así
como su decisión de publicar el Libro Azul del Putumayo (en el cual se
detallaban las investigaciones de Casement) como respuesta a la
negligencia de las autoridades de Lima para tomar las medidas correctivas
adecuadas.

Por otra parte, un gran número de familias de Iquitos había adoptado


indígenas de diversas regiones, entre ellos muchos del Putumayo, que
llegaban a la ciudad como resultado de un tráfico humano. Si bien los
adoptados no tenían ningún salario, recibían alimento y vestido y algunos
se hallaban incorporados a la vida familiar. Se había constituido, así, una
unidad socio afectiva entre patrón e indígena difícil de deshacer. La
reestructuración de esta relación de peonaje suponía un verdadero
traumatismo social.

Además, el gobierno de Lima tenía que ser cuidadoso, porque los


loretanos estaban relativamente aislados de los centros de poder de la
Costa y coqueteaban, de vez en cuando, con proyectos separatistas.

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Teniendo en cuenta estas circunstancias regionales, era difícil que se


produjeran cambios radicales en la situación de los indígenas del
Putumayo. De hecho, como lo constató el cónsul norteamericano citado,
en la región del Putumayo los funcionarios del Estado (militares, jueces de
paz, comisarios, etc. combinaban sus labores oficiales con cargos
directamente ligados a la explotación del caucho, o como empleados de la
Casa Arana.

Los intentos reformistas no tenían ninguna perspectiva porque, al fin y al


cabo, Arana podía decir "El Estado soy yo". De ahí que, una vez pasado el
huracán del escándalo, y con la atención mundial centrada en los
acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la situación social
continuara más o menos similar a la existente en la década anterior,
aunque tal vez Arana y sus secuaces aprendieron a 1 cuidar más su mano
de obra, porque después del colapso del mercado del caucho, era lo único
que les quedaba.

Rebeldes nativos contra el barracón


Los indígenas respondieron de diversas formas a los métodos compulsivos
de los caucheros. Como vimos, con frecuencia se desplazaron o huyeron
hacia otra áreas buscando refugio. Esta estrategia "cimarrona" recreó
probablemente todo el panorama interétnico regional, fusionó grupos y
generó una nueva dinámica sociocultural. Pero no siempre los indígenas
huían: en muchos casos organizaron sus propios movimientos de
resistencia y de lucha contra los caucheros.

En el Isana y en el Vaupés resurgieron los movimientos mesiánicos. Anizeto


Salvador, del ¡sana, había conformado un movimiento hacia 1875. Se
autoproclamó como el "Mesías" o el "segundo Cristosegún el etnólogo
alemán Koch Grünberg (1967):

En curaba enfermos exhalando su aliento sobre ellos o colocándoles las


manos sobre el cuerpo y visitaba las poblaciones en medio de enorme
boato. Les decía a sus discípulos que no debían trabajar más en las
plantaciones, porque estaban con su bendición para que los sembrados
crecieran por sí solos, Las gentes venían desde muy lejos para consultarle,
le traían cuanto tenían y celebraban fiestas sin fin, con baile que se
prolongaba día y noche sin interrupción".

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En 1880, en el área del río Vaupés apareció


otro mesías.
"Decía llamarse Vicente Cristo e invocaba a los espíritus de los muertos y a
Tupana, el Dios de los cristianos. Hacía bailar a sus seguidores alrededor
de la cruz y afirmaba ser el representante de Tupana y el padre de los
misioneros que habían sido enviados al Caiary Vaupés únicamente debido
a que él personalmente le había rogado a Dios que los enviara. Por la
fuerza de su personalidad, despertó el fanatismo de los indios a todo lo
largo del río y atrajo gran número de adeptos; sin embargo, al poco tiempo
abusó de su poder: les aconsejó a los indios que echaran al río a los
blancos porque los estaban explotando. Esto provocó pánico en toda la
región, donde ya se preveía un levantamiento indígena..." (Ibid.).

La reacción de los caucheros y de las autoridades fue rápida y brutal.


Anizeto fue encarcelado y enviado durante un año a trabajos forzados en
Manaos, donde tuvo el "honor" de participar en la construcción de la
catedral. El "Cristo del Vaupés" fue apaleado y encarcelado varios días en
Barcellos. Se argumentaba en todos estos casos que los "sediciosos"
abandonaban el trabajo y se dedicaban a la holgazanería.

Pero los rebeldes no se limitaron a estos nombres ni a aquella zona. Koch


Grünberg insiste en la existencia de muchos otros líderes cuyos
movimientos se fundaban en tradiciones religiosas propias
(particularmente Arawak) con simbolismos católicos.

Al sur, en el Trapecio Amazónico, los Tikuna respondían de manera más o


menos similar a la opresión de los caucheros de otros sectores. A
comienzos del siglo, dos jóvenes tuvieron diversas visiones proféticas y
agruparon numerosos adeptos. A uno de ellos, los indígenas le
construyeron una casa aparte para que continuara conversando con los
espíritus. Ninguno de los dos fue soportado por los caucheros blancos, y
fueron atacados; uno de ellos, con el pretexto de que no pagaba
impuestos.

En los bajos río Caquetá y Putumayo hubo con frecuencia movimientos de


resistencia. Según el antropólogo Horacio Calle (1982), el jefe Witoto
Nofurema combatía en el río Cara Paraná a los caucheros blancos y a sus
colaboradores nativos. En 1903 una comunidad aborigen Andoke, según
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algunas fuentes tendió una celada a un grupo de caucheros que pretendía


incorporar indígenas a la explotación de la siringa. Sus cabezas fueron
cortadas y exhibidas sobre los manguarés; sus brazos y piernas se
conservaron en agua para atemorizar a los invasores.

En 1903 y 1904, lfé, un cacique Witoto, se rebeló con su gente, pero fue
capturado y muerto por Miguel Loaiza, capataz de la Casa Arana en El
Encanto. Los relatos orales de los Muinane dan cuenta de la existencia del
"capitán" bora Makapaamine, quien atacaba con tácticas de guerra de
guerrillas las lanchas de la compañía. Se dice que era un antiguo boy,
criado en lquitos y entrenado por los peruanos, cuyos propósitos eran los
de expulsar a todos los blancos de sus territorios.

La región del Apaporis y del Miriti Paraná fue también escenario de luchas
entre indios y caucheros. En 1908, por ejemplo, el patrón Braulio Borrero
fue muerto por los Yukuna. En 19 10 Cecilio Plata quiso instalarse en el
Miriti Paraná utilizando métodos violentos. Al poco tiempo, sin embargo,
fue ajusticiado junto con su hijo, por un indio Letuama. Y tres hombres que
vinieron a vengarlos cayeron en manos de los Yukuna. Posteriormente,
cuenta el antropólogo Martin von Hildebrand, los blancos perpetraron una
matanza como represalia (Corry, 1976).

El alzamiento de Yarocamena es el movimiento más célebre de toda la


región. Posiblemente ocurrió en 1917; enfrentó a los Witoto, bajo el
liderazgo de aquel jefe, con caucheros y tropas del ejército regular del
Perú. Después de matar algunos caucheros, los rebeldes se refugiaron en
la maloca de la localidad de Atenas, en el alto Igara Paraná. Allí fueron
sitiados por sus enemigos; al cabo de algunos días, la maloca fue
incendiada y masacrados la mayor parte de sus ocupantes, hombres,
mujeres y niños (Yepes & Pineda C., 1985).

Las formas de resistencia social se expresaban también en acciones menos


dramáticas pero que afectaban de todas maneras al cauchero. Se
mezclaba la goma con piedras y otros objetos; en otras ocasiones ciertos
grupos optaron por talar los árboles de caucho, pensando que de esta
forma alejarían a los "blancos".

Las misiones a comienzos del siglo XX

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Aunque a mediados del siglo pasado algunos misioneros se establecieron


en ¡as márgenes del Río Negro, su labor no tuvo mayor impacto, en parte
debido a los acontecimientos de esa época ya reseñados. En 1880, los
padres franciscanos se instalaron en el Vaupés y fundaron diversos
pueblos de misión. Se estima en 22 el total de aldeas misioneras
establecidas y habitadas por indígenas de los grupos Desano, Tariano,
Tukano, Wanano, Piratapuyo, Baniwa, Kubeo y Makú, entre otros. Los
pueblos de Taracuá (San Francisco) e Ipanoré (San Jerónimo Jesús y José),
por ejemplo, tenían 245 y 330 habitantes, respectivamente. Tukano (Santa
Isabel) y Uirapoco, sobre el río Tiquié, albergaban 173 y 250 almas, en su
orden.

En Ipanoré se construyó una iglesia, y en una de sus paredes se pintó


comenta el etnólogo Hugh Jones (1981) "una imagen de Yuruparí ardiendo
en el infierno".

En 1883 los padres profanaron en este pueblo algunos objetos rituales.


Esto provocó un levantamiento de los Tariano, por lo cual los misioneros
se vieron obligados a retirarse del área; posiblemente las maquinaciones
de los caucheros hayan influido en la rebelión, porque los religiosos eran
un obstáculo a su "política laboral". lo cierto es que un misionero intentó
desacralizar el ritual de Yuruparí, mostrando durante una misa concurrida
las máscaras secretas (makakarua, o máscaras elaboradas con pelos de
mono); Koch Grünberg describe así esta profanación:

"El domingo cuando había mucha gente en la iglesia, especialmente


mujeres, el padre Mateo, quien celebraba la misa, les mostró súbitamente
el Yuruparí, para demostrarles que no debían temer a los demonios y
derrotar así, de una sola vez, el paganismo. Un terrible tumulto fue la
respuesta a esta mala jugada. Las mujeres se tiraron al suelo y escondieron
llenas de miedo el rostro, los hombres trataron de huir, pero encontraron
todas las puertas cerradas y al padre José como centinela. Los hombres se
lanzaron con bastones y otras armas sobre el padre Mateo ......

Y de no haber sido por un crucifDo de bronce y la intervención de un jefe


indígena, los misioneros hubieran salido mal heridos. Los payés ordenaron
entonces un ayuno general; durante un mes ejecutaron diversos rituales de
purificación; y en los días siguientes Yuruparí apareció en varias

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oportunidades, hecho que dió lugar a diferentes interpretaciones. Según


un chamán, venía a pedir que los indígenas se subordinaran a los
misioneros; otros sostenían que tenía ira contra ellos (Wright, 1981).

Esta profanación obligó a los misioneros, de tal manera, a abandonar los


pueblos; la mayor parte de estos desapareció, y los indígenas regresaron a
sus patrones de asentamiento tradicional.

Para efectos M trabajo misional, a partir de 1910 el Vaupés fue dividido


entre los salesianos, bajo el auspicio del Brasil, y los padres monfortianos,
delegados por Colombia. Los salesianos restablecieron las misiones en Saó
Gabriel (1920), Taracuá (1923) y Yavaraté (1929), entre otras. En 1914 los
monfortianos se instalaron en el río Papurí, donde fundaron el poblado de
Monfort, con indígenas Tukano. Posteriormente crearon otros centros de
misión en el mismo río.

En vez de fomentar desde un principio grandes aldeas, como habían hecho


sus predecesores, la estrategia de los nuevos misioneros consistió en
levantar "internados" o centros de escolarización para niños indígenas,
donde se les retenía durante gran parte del año; así pensaban inculcarles
la religión católica, y transmitirles valores, técnicas y conocimientos del
mundo blanco". Con los internados se pretendía también aglutinar
paulatinamente a los adultos, atraídos por la venta de mercancías que allí
se realizaba, así como por ser lugar de compra de algunos de sus
productos.

A los niños se les prohibía el uso de sus lenguas vernáculas, a no ser el


Tukano, que las misiones tomaron como lengua franca. Los misioneros
entendían que debían aculturar a los indígenas, y fomentaban en los
menores, según Myriam Jimeno (1979), el aprendizaje del uso de las
matemáticas, el valor de la moneda, y otros conceptos de la economía de
mercado.

En el plano ideológico, los religiosos prohibieron realizar los rituales de


Yuruparí y otras festividades de intercambio. Los viejos incineraron y
enterraron los objetos rituales: plumas, collares, flautas. Los padres
propiciaron la desaparición de las malocas, estimulando la construcción
de casas individuales con características derivadas de la cultura
occidental.

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Simultáneamente, los misioneros capuchinos penetraban en el sector del


alto Putumayo. En 1912 fundaron Puerto Asís y Puerto Umbría, centros de
interacción de indígenas y colonos; posteriormente establecieron Alvernia,
con un grupo de colonos antioqueños. Las misiones fomentaron la
colonización del Putumayo, aunque en parte este proceso venía
ocurriendo espontáneamente desde años atrás. Los religiosos tuvieron
también un rol destacado en la construcción de obras de infraestructura,
como el camino de Pasto a Puerto Asís y el puente "Monclar" sobre el río
Mocoa, entre otras.

Las misiones desempeñaron algunas funciones administrativas y civiles,


delegadas por el Estado. Sus objetivos se concentraban en evangelizar y
acultural a los indígenas, fomentar la colonización e integrar la región del
Putumayo a la economía nacional. Sin duda lograron parte de sus
propósitos. En 1923, el Putumayo tenía un panorama étnico y demográfico
diferente al de medio siglo antes. En Mocoa, Puerto Asís, Santa Rosa y
Umbría, entre otros lugares, habitaba una numerosa población "blanca",
con propósitos de colonización y asentamiento definitivo. Pero, de otra
parte, el incremento de la colonización posiblemente fue causante de
numerosas epidemias que diezmaron a ciertas comunidades indígenas
como los Siona, entre otros.

Los capuchinos tuvieron también una visión etnocéntrica hacia los


indígenas, típica de su época; consideraban muchas de las prácticas y
costumbres nativas como pecaminosas o "salvajes"; utilizaron métodos
pedagógicos severos y etnocidas. En el valle de Sibundo y establecieron
grandes haciendas con base en el trabajo indígena; su evolución y los
métodos allí aplicados, han sido estudiados por Víctor Daniel Bonilla
(1969).

Las misiones fueron, sin duda, la punta de lanza oficial para la


incorporación de las regiones amazónicas al resto del país.

Regionalismo y conflicto colombo peruano


El área comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo, al este del río
Caucayá, permaneció bajo el control de la Casa Arana a pesar del
escándalo internacional referido y del colapso del mercado del caucho
silvestre amazónico. En las márgenes de sus diferentes ríos se localizaban,
por otra parte, algunos puestos militares del Perú.
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Posiblemente debido a la inminencia de un acuerdo con Colombia, el


gobierno peruano se adelantó a reconocer a Arana, mediante resolución
de agosto de 192 1, la propiedad de los territorios y los campamentos de la
Casa a ambos lados del Putumayo, con una extensión de 5´774.000
hectáreas; esta decisión fue tomada sin tenerse en cuenta los derechos de
los miles de indígenas que allí vivían, ni los derechos que Colombia
reclamaba. Unos meses más tarde, en marzo de 1922, se firmó el Tratado
Lozano Salomón que estableció las fronteras amazónicas entre las
Repúblicas de Colombia y del Perú. De acuerdo con el documento suscrito,
el río Putumayo constituía el límite entre las dos naciones,
correspondiendo a Colombia la banda norte. Así mismo, se reconocía la
soberanía de nuestro país sobre un área entre el río Putumayo y el
Amazonas, con una zona de 115 kilómetros sobre las riberas de este último
río, entre Leticia y Atacuarí. A cambio, Colombia reconocía al Perú la
inmensa franja de selva situada entre el Putumayo, el Napo y un amplio
sector del curso del Amazonas.

Este arreglo internacional generó una verdadera colisión de intereses entre


la clase dominante de Iquitos particularmente su senador Julio César
Arana y el gobierno central peruano. ¡Y ello no obstante que el 5 de agosto
siguiente el gobierno de su país titulase a Arana el predio citado, incluidas
3.553.600 hectáreas de la banda norte del Putumayo, en un territorio bajo
la soberanía de ColombiaL? (http://example.com/new.php?
page=ColombiaL) En Iquitos había también descontento por el
reconocimiento del área del Trapecio Amazónico una petición en la que
Colombia había permanecido inflexible para llegar a cualquier acuerdo , y
ello pesea que el Tratado garantizaba los derechos adquiridos de sus
moradores.

De espaldas a lo establecido por los dos países, la Casa Arana continuó


expandiéndose en la región, proyectándose fuera de sus dominios hacia
áreas contiguas, en busca de balata o enganchando por la fuerza nueva
gente indígena.

En 1924 José Eustasio Rivera informó, en El Tíempo de Bogotá, acerca de la


penetración de dicha empresa al norte M río Caquetá y de la permanencia
de un régimen esclavista en sus operaciones. Los pobladores de Florencia
y áreas aledañas temían un posible asalto peruano, ya que se rumoraban
movimientos de tropas de dicha nacionalidad. Sin embargo, el gobierno
colombiano desmentía las versiones y declaraba que todo estaba en
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orden. Las voces de alerta de Rivera y de otros colombianos calaron en la


opinión pública. En el mismo año, por ejemplo, se produjeron
manifestaciones en Medellín para denunciar "la invasión de los peruanos"
y los atropellos cometidos contra indios, caucheros y colonos del área
usurpada.

A pesar de sus esfuerzos, Arana no logró detener la ratificación de[ Tratado


por el Congreso del Perú, en 1928.

Sus actividades no habían pasado desapercibidas en nuestro país, como


tampoco lo había sido la paradójica decisión del Perú al titular seis años
antes un predio que no le pertenecía porque su propiedad estaba "viciada
de nulidad desde su origen". El 22 de diciembre de 1928, un periódico de
Bogotá informaba a¡ respecto, de acuerdo con la antropóloga Mary
Figueroa (1986):

"Quedó definitiva y ruidosamente vencida la orientación política de la


Casa Arana en relación con el Tratado de límites con Colombia. El día de
ayer el Congreso Peruano aprobó el Tratado fírmado en 1922 por el
Senador Lozano, Ministro Plenipotenciario de Colombia y el señor
Salomón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, sin modificaciones de
ninguna especie, por 102 votos afirmativos contra siete negativos; dentro
de los cuales se contaba el dado por el señor Arana".

Ante el fracaso de su iniciativa, Arana optó por desplazar compulsivamente


los miles de indígenas que estaban bajo su poder, hacia la banda sur del
Putumayo, el río Ampiyacú y las riberas del Napo.

En 1928, un funcionario enviado por el gobierno colombiano para censar


las poblaciones del río Caquetá encontró la mayor parte de las localidades
sujetas a la Casa Arana totalmente desocupadas, la población indígena
deportada y no pocos indios huyendo hacia el norte, al Orteguaza o al
MiritiParan? (http://example.com/new.php?page=MiritiParan)á, para
escapar de la diáspora (Mora, 1975).

Muchos indígenas de la Amazonia todavía cuentan cómo fueron


conducidos bajo diversos pretextos a La Chorrera y embarcados en ]anchas
hacia la margen peruana del Putumayo. En ese entonces centenares de
ellos fallecieron víctimas de las enfermedades, el hambre y el trauma

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causado por el proceso de desplazamiento rápido, masivo y compulsivo. El


antaño pobladísimo territorio de la actual Comisaría del Amazonas quedó
prácticamente desolado, con unos pocos fugitivos y refugiados en la selva.

En 1930 se organizó una expedición civil y milítar al Putumayo y al


Trapecio Amazónico con el fin de tomar posesión de las localidades bajo
soberanía colombiana y fomentar colonias militares, entre otros
propósitos. Después de un penoso viaje por el camino de herradura que
unía a Pasto con Puerto Asís, la comisión llegó al río Putumayo.

La mayor parte de los asentamientos que hallaron eran pequeños caseríos,


con viviendas de yaripa y palma. La expedición reorganizó algunos de los
principales núcleos humanos, como Caucayá (hoy Puerto Leguízamo),
instalando autoridades civiles y dotándolos de servicios mínimos y alguna
infraestructura, y también estableció la navegación permanente por el río
Putumayo. Un año antes se había iniciado la construcción de la trocha
Caucayá La Tagua, un tramo estratégico de 25 kilómetros que comunica los
ríos Caquetá y Putumayo.

En el curso de su viaje hasta Manaos los comisionados visitaron las


localidades de El Encanto y Tarapacá. En El Encanto fueron
"amablemente" recibidos nada menos que por Loaiza y Seminario,
agentes de la Casa Arana y copartícipes en el genocidio contra los
indígenas.

El 8 de agosto, después de visitar Manaos e lquitos, la comisión llegó a la


Hacienda La Victoria (que luego sería rebautizada "Francisco José de
Caldas)", contigua a la localidad de Leticia. Una semana más tarde
tomaban posesión de la zona según los términos del canje.

Leticia era entonces un pequeño caserío que incluía un resguardo de


aduana peruano. Había sido fundada por ciudadanos de ese país en 1867,
y apenas había logrado crecer demográfica mente. A unos 20 kilómetros se
encontraba la citada hacienda, propiedad de un influyente hombre de
lquitos; ésta poseía unas 800 hectáreas desmontadas, dedicadas al cultivo
de la caña de azúcar, con la cual se fabricaba alcohol principalmente
utilizado como combustible para ¡a navegación fluvial , aunque también se
negociaba con madera fina.

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No hubo incidentes durante el canje y la población peruana no manifestó


inconformidad alguna. Con excepción de una fría indiferencia de los
habitantes de lquitos, con ocasión del desembarco de los comisionados en
dicha ciudad, todo resultaba normal.

El 22 de agosto de 1930 un golpe militar depuso al presidente Leguía y el


comandante Sánchez Cerro asumió el poder en el Perú. Los opositores de
Leguía aducían que éste había entregado el Putumayo a Colombia; y el
mismo Sánchez Cerro había declarado que el presidente había "vendido"
esa región a Colombia.

Nuestros comisionados tuvieron una primera sorpresa cuando, dos


semanas después del canje, volvió a Leticia el prefecto de Loreto en un
barco de guerra, pero en condición de asilado político porque había sido
desterrado de su patria acusado de alta traición por los loretanos.

Mientras en el Perú la oposición al Tratado aumentaba, nuestro gobierno


tomó algunas medidas para salvaguardar la seguridad de Leticia, que
empezaba a dar los primeros pasos para su desarrollo. A mediados de
1931, la guarnición fue reforzada con 35 hombres adicionales; esta era una
cifra más bien simbólica ya que el Perú disponía en la Amazonia de una
fuerza con creces más poderosa.

En febrero de 1932 la guarnición colombiana fue retirada hacia El Encanto


ya que carecía de suficiente capacidad defensiva; con razón el comisario
del Amazonas, Alfredo Villamil, la describía como 11 un incentivo poderoso
para un triunfo fácil", algo que podía llevar a la repetición de lo ocurrido en
La Pedrera dos decenios atrás.

Diversos factores, llenos de significados en cuanto a intereses personales,


rivalidades políticas, ambiciones económicas, o sentimientos de odio,
propiciaron que el proyecto de usurpación fraguado por dos hombres de la
Hacienda La Victoria, fuera secundado por las guarniciones militares y la
población de la Amazonia peruana e, incluso, por el pueblo de Lima y sus
dirigentes. Entre aquellos factores convergentes se apreciaban: el
descontento de los loretanos pudientes ante el Tratado; las conveniencias
políticas de Sánchez Cerro y de los enemigos de Leguía: el interés de un
candidato a la presidencia del Perú, el general Ordóñez, por captar el
apoyo regional de Loreto, del cual había sido prefecto; el desafío que

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representaba para Iquitos el nombramiento de Alfredo Villamil como


primer comisario de Leticia ya que con anterioridad se había
desempeñado en el consulado de Colombia en aquella ciudad peruana .

Así, pues, el lo. de septiembre de 1932 el conflicto colombo peruano por


los territorios amazónicos quedaba planteado con la toma de Leticia por
los peruanos. Los acontecimientos que siguen son conocidos. El ejército
colombiano, conformado por distinguidos oficiales, por soldados de
diversos lugares del interior, pero también por indígenas del oriente
colombiano, y auxiliado por misioneros capuchinos como capellanes
militares, derrotaron a los peruanos en Tarapacá y Güepí.

La labor de la diplomacia colombiana fue exitosa, y se logró un arreglo


bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones. Fue necesario que ocurriera
una guerra para garantizar los derechos de Colombia en la Amazonia y
para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo,
aún cuando el gobierno no fuese plenamente consciente de la
significación socio histórica de estos hechos.

Algunos historiadores consideran útil preguntarse sobre qué hubiera


pasado si en vez de hacerse lo que se hizo se hubiera actuado de otra
manera. Con la debida dispensa, preguntémonos: ¿Hubiera logrado
Colombia hacer avanzar sus tropas hacia Iquitos como lo pedía un líder
político conservador y modificar con el eventual triunfo de las armas, los
términos del Tratado? ¿El acuerdo logrado consistió, como lo afirmaba
Silvio Villegas, en "mutilar una victoria militar"? Poco probable, porque el
comportamiento loretano correspondía al de una sociedad regional
relativamente consolidada; a la postre, aquella habría logrado imponerse,
aunque quizás no en su punto más débil: el Putumayo. Aquí, sin duda,
había perdido la batalla moral 20 años atrás, cuando por complicidad con
Arana contribuyó a mantener un orden social genocida.

Epílogo: la historia presente


En 1939 el gobierno de Colombia entró en negociaciones directas con Julio
César Arana; a pesar de todo, y como haciendo tabla rasa del pasado,
reconoció pagarle US$ 200.000 por el Predio Putumayo y sus mejoras. El
Banco Agrícola Hipotecario de Colombia, obrando a nombre de nuestra
República, le canceló a Arana en ese tiempo la suma de US$ 40.000.

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Veinticinco años más tarde, en 1964, durante el gobierno del presidente


Guillermo León Valencia, la Caja Agraria pagó la suma restante a Víctor
Israel, causahabiente de la Peruvian Amazon Company, que
aparentemente había sido liquidada, y a herederos de Arana, cerrándose
así ¡a negociación. Con esto quedaba supuestamente sellada la triste
historia de la Casa Arana en Colombia.

En 1975, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA, estableció


varias reservas en el río Caquetá, beneficiando a numerosos indígenas
Witoto, Muinane y Andoke. En 1982, se proponía hacer algo similar,
constituyendo un gran resguardo en el río Igara Paraná, en cuyas riberas se
encuentran diversas localidades habitadas por Witoto, Bora y Okaina,
sobrevivientes de la hecatombe cauchera.

Para sorpresa de todo el mundo, la Caja de Crédito Agrario, Industrial y


Minero, descubrió entre sus activos el Predio Putumayo, y demandó
suspender todo reconocimiento de los derechos de los indígenas puesto
que alegaba ser la propietaria de tales tierras; basaba su alegato en el
papel de intermediación desempeñado 40 años atrás. El Predio Putumayo
es un territorio de aproximadamente 5´000.000 de hectáreas (según
levantamiento realizado recientemente por el INCORA) que abarca una
gran par te de la Comisaría del Amazonas, desde el Caquetá hasta el
Putumayo, de norte a sur, y desde el río Pupuña hasta cerca de Puerto
Leguízamo.

Como un nuevo capítulo de una lúgubre epopeya que pudiera calificarse


como "La vorágine del caucho", una entidad del Estado se arroga el
derecho de disputarle las tierras a las comunidades indígenas que las han
habitado por milenios. Olvida esta entidad los legítimos derechos de los
reales dueños de tales territorios, víctimas del genocidio de la casa
cauchera y, a su vez, fuente del "derecho" de la misma Caja Agraria.
Cuando se escribe una historia, quien testimonia tiene la seria dificultad
de determinar cuándo empezar y dónde terminar. En el caso de la historia
que nos ocupa, no cabe duda de que el capítulo aún no está cerrado.

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A comienzos del siglo XX la bonanza cauchera, de hondas repercusiones


internacionales, había marcado ya significativamente la fisonomía y la vida
de los centros ribereños de la cuenca amazónica, ligados a la extracción y
al comercio de la goma un sector del puerto de Manaos hacia 1930.

Tronco de árbol de caucho, "jebe", "síringa" o borracha (Hevea sp.)


rayado para obtener el látex. Obsérvense las trazas en la corteza por la
repetida aplicación de esta técnica para lograrla "sangría".

Tronco de árbol de caucho, "jebe", "síringa" o borracha (Hevea sp.) rayado


para obtener el látex. Obsérvense las trazas en la corteza por la repetida
aplicación de esta técnica para lograrla "sangría".

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Plantación de cultivariedades de caucho, producto de mejoramiento


genétíco, en el piedemonte del Departamento de] Caquetá. El cultivo de
las Hevea continúa ofre ciendo interés económico. La demanda mundial
del producto se mantiene de bido a nuevas tecnologías en aplicacio nes
del caucho natural, as¡ 1 como a su eficacia en diversos usos combinado
con los cauchos producidos artificial mente. Los nuevos cultivos caucheros
han venido siendo impulsados con éxito por el Instituto Colombiano de la
Reforma Agraria, INCORA.

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La embarcación de Jules Crévaux entrando al río Yary. Usando un medio de


transporte semejante, el explorador recorrió los cursos de los ríos Caquetá
y Putumayo en el decenio de 1870. Mapa de la Provincia de Maynas,
elaborado en 1779 por su gobernador, don Francisco Requena, primer
comisionado de límites. "Cón pocas excepciones, entre las que se destaca
la labor del coronel íngeniero Don Francisco Requena, fueron militares,
políticos, comerciantes y naturalistas portugueses quienes recorrieron la
región y expandieron la frontera lusitana con grave detrimento para los
intereses de¡ imperio español y las pos~ teriores repúblicas andinas"
(Franco, 1986).

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Estación cauchera de El Retiro, en el primer decenio del siglo. En 1903, año


de fundación de la Casa Arana, había ya cerca de medio centenar de
centros de acopio como éste, en los ríos Igara?Paranáy Cara?Paraná,
dependientes de la compañía.

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El vapor "Río Putumayo", de bandera colombiana, en mantenimiento. La


navegación en embarcaciones de este tipo en las áreas amazónicas
durante la segunda mitad del siglo XIX, se vio estimulada por las
perspectivas que ofrecían diversas economías extractivas, entre ellas, la
del caucho fue ocupando paulatinamente lugar preponderante.

El puerto de Manaos hacia 1880.

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Naturales de Tabatinga, buscadores de caucho.

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Navegación en barco de vapor por el río Putumayo (Ica) hacia finales del
decenio de 1870. El fomento de este sistema de transporte en la región, a
partir de 1850, estimuló la actividad de los comerciantes, así como la trata
de esclavos indígenas de áreas colombianas hacia sectores del río
Amazonas.

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Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la


"Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su
escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la
jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee
en un recipiente.

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Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la


"Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su
escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la
jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee
en un recipiente.

Los procedimientos y el utillaje utilizados en la extracción del látex, y en su


preparación para la fabricación del caucho, han sufrido algunas
variaciones en el transcurso del siglo XX, pero las etapas del proceso se
mantienen. El caucho es retirado de las artesas después de su coagulación.

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Sistema actual del laminado de lagorna.

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Indígena Witoto de comienzos de siglo. En la época, esta etnia poseía uno


de los mayores volúmenes de población aborigen de la Amazonia
colombiana. Resultaron, sin embargo, entre los más afectados
demográfica y culturalmente, por las políticas aplicadas por las empresas
caucheras.

Una calle de Iquitos en la segunda mitad del siglo XIX. La modesta y


primaria vida de villorrio que deja adivinar esta ilustración, daría paso, con
el auge de la explotación cauchera en la región amazónica ?que adquiere
especial dinámica al iniciarse el siglo XX? a un centro de poderosa
actividad empresarial y económica, desde donde se influía e intrigaba
sobre decisiones Políticas del Perú. Fue la sede de la temible y legendaria
Casa Arana Hermanos, fundada en 1903.

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"Muchachos? indígenas (boys) al ser vicio de la Casa Arana, con un capataz


al frente. Enganchados para aplicar todo el poder coercitivo consustancial
al régimen esclavista de las explotacio nes caucheras de la época,
resultaban eficientes en sus tareas de control de las poblaciones
aborígenes, por el co noci . miento de sus lenguas y de sus hábitos.
Conformaban comisiones de 15 a 20 individuos armados.

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Visión romántica de finales de¡ siglo XIX sobre el procesamiento de¡ látex.
contrastante con las reales condiciones de desarraigo y explotación a que
fue sometida la mano de obra en las caucherías.

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Mujer Bora condenada a morir de hambre por la Casa Arana. Uno de los
documentos más impactantes sobre el periodo de???laviolencia de los
perua ? nos ". denominación dada por los indígenas a los acontecimientos
de los primeros decenios del presente siglo. Se estima que más de 40. 000
de ellos murieron sólo entre 1900 y 1910, víctimas del régimen de
esclavitud impuesto por las actividades caucheras.

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La Opera de Manaos, teatro construido en el periodo de la bonanza


cauchera, La edificación, le van tada y decorada con materiales traidos del
exterior, y esce nario de representaciones de los artis tas más cotizados
mundialmente en su época, es símbolo de una etapa histó rica que inició
su declive con la caída del precio internacional del caucho amazónico: la
fije oca si . onada por la competencia de las plan ? taciones inglesas de
Hevea en Malasia y Ceilán.

Vista de una chacra cerca de Manaos a finales del siglo XIX.

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Viaje en angarillas cerca de la aldea de Napo". La utilización de la fuerza de


trabajo indígena al arbitrio del blanco en las áreas amazónicas, no había
estado ausente de la historia en los tiempos previos al ciclo del caucho.

El cónsul británico Mitchel ?destacado en Iquitos a mediados del decenio


de 1910?, de visita en una comunidad Witoto, delante de los ???
tambores(xilófonos) manguaré ?hembra? y

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El cónsul británico Mitchel ?destacado en Iquitos a mediados del decenio


de 1910?, de visita en una comunidad Witoto, delante de los ???
tambores(xilófonos) manguaré ?hembra? y

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Los objetivos de las misiones de comienzos de siglo, se centraban en la


evangelización y aculturación de los indígenas para permitir la integración
de sus etnias y de sus territorios a las corrientes de la economía nacional.

Visión panorámica del barracón cauchero de El Encanto, sobre el río Cara ?


Paraná, hacia 1914. La Casa Arana había dividido sus operaciones entre
dos grandes distritos, uno de ellos tenía como sede El Encanto, y el
segundo la localidad de La Chorrera, sobre el río Igara?Paraná. En estos
centros se acopiaba el caucho extraido de las diferen ? tes sucursales y se
embarcaba hacia Iquitos Desde ellos se controlaba también el
cumplimiento de las providencias que decidían sobre vidas y bienes en los
territorios administrados.

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Sede central de la estación cauchera de El Encanto. La bandera peruana


ondeaba sobre territorios tomados coer citivamente por osados
empresarios de aquel país, que en 1907 llegaron a consolidar el control de
la navegación por el río Putumayo.

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Grupo de indios salvajes del Caquetá ", fue el título dado por el padre
Gaspar de Pinell a esta ilustración, incluida en la memoria de su labor
apostólica por los ríos Putumayo, Guayabero, Caquetá y Caguán,
publicada en 1929. Los intentos de revitalización de las actividades
misioneras en territorios amazónicos a mediados del siglo XIX no lograron
mayores resultados Corrientes posteriores intensificadas hacia 19 10,
fueron más auspiciosas y en la práctica definieron los rasgos principales
del panorama pastoral actual de la iglesia católica en dichas áreas del país.

Acción de guerra durante el conflicto, colombo?peruano por los territorios


amazónicos. Su detonante: la toma de Leticia por los peruanos el lo. de
septiembre de 1932.

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El desconocimiento, por parte del Perú, del Tratado Lozano?Salomón ?


definido con Colombia en 1922 y ratificado por el Congreso de aquella
nación en 1928?, así como las acciones de fuerza consiguientes sobre
territorios de nuestro país, produjeron amplíos llamamientos a la
solidaridad nacional.

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El ejército colombiano participante en los entrentamientos con el Perú, se


hallaba conformado por soldados de diversos lugares del interior. Pero
también había, entre ellos, indígenas del oriente del país. Misioneros
capuchinos oficiaron como capellanes militares.

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Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue
necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de
Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social
profundamente injusto en el Putumayo.

Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue
necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de
Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social
profundamente injusto en el Putumayo.

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El general Alfredo Vásquez Cobo (centro), a quien el presidente Enrique


Olaya Herrera nombrara comandante enjefe de la Expedición Militar al
Amazonas (1932?1934), empresa que terminó por recuperar los territorios
que legitimamente Pertenecían a Colombia. Alfonso López Fumarejo
(derecha) influyó en la creación de un clima propicio para la solución final
del conflicto. Con tal objetivo, y a título individual, visitó a comienzos de
1933 al mariscal Oscar Benavides, presidente del Perú, a quien había
conocido en Londres (Fotografía tomada durante la primera presidencia
del doctor López Pumarejo?)

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Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so


bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una
conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e
impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera.
Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de
una Colombia amazónica.

Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so


bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una
conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e
impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera.
Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de
una Colombia amazónica.

  
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31/5/2019 El ciclo del caucho 1850 - 1932 en Colombia amazónica - VillegasEditores.com

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