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Así la tragedia –ese género olvidado por los hombres, y del que no
encontramos más que algunos fragmentos en la Comédie-
Française, el teatro más desierto del universo–, la tragedia
consiste en cortar ciertos patrones eternos, que son el amor, el
odio, el amor filial, la ambición, etc., y, suspendidos en hilos,
hacerlos marchar, saludar, sentarse y hablar según una etiqueta
misteriosa y sagrada.
1
manera particular a este arquetipo. Sin embargo, esta forma, no
es reducible únicamente a un problema de un género en las artes
literarias, sino que lo trágico también constituye una condición de
estudio dentro de las artes espaciales.
2
Para esto, echaremos mano del texto Bartlebly el Escribiente,
escrito por Herman Melville, como una herramienta y columna
vertebral del argumento para dilucidar su forma trágica, al
tiempo que será comparado con fragmentos de otros textos
considerados como tragedias tanto del periodo moderno como
pre moderno. Así mismo, debido a nuestra ignorancia en el
campo de la filosofía, nos hemos hecho de distintos amigos en el
camino a modo de muletas, los cuales nos han asistido para
sostener el paso firme (o por lo menos un paso menos torpe) en
situaciones en las cuales, de otro modo, nuestras extremidades
arquitectónicas flaquearían. Dentro de este cuerpo filosófico nos
servimos de algunoos trabajos de Giorgio Agamben, Walter
Benjamin, Michel Fooucault, G.W.F. Hegel y –aunque no sea
formalmente un filósofo– de José Luis Pardo, cuyo pensamiento
nos ha sido sumamente valioso para establecer vínculos entre la
tragedia, Bartleby y la literatura.
1
Bartleby el escribiente, corresponde a la historia de un copista de
documentos legales (cuyo nombre, como supondrá el agudo
lector, es Bartleby) del que poco se sabe. A decir verdad, no se
3
sabe nada sobre Bartleby más que su nombre y un rumor
inverificable sobre su antiguo lugar de trabajo como subalterno
en la Oficina de Cartas no Reclamadas de Washington.3 El
narrador, cuyo nombre es desconocido y de quien sólo sabemos
que ocupa una posición como notario en un edificio de oficinas en
Wall Street, cuenta con en un periodo en donde su carga habitual
de trabajo se ve aumentada, lo que lo coloca en la necesidad de
aumentar su equipo de trabajo.4 Es aquí cuando contrata a
Bartleby, un muchacho pálido, delgado, de carácter tranquilo y
en extremo callado. El ecuánime Bartleby, al inicio, supuso un
cambio que agradó al abogado-narrador, pues los otros dos
copistas tenían cambios de humor al momento del almuerzo:
Turkey, que desde el inicio del día era un hombre apacible,
tranquilo y sensato, después del medio día regresaba al trabajo
convertido en un hombre malhumorado, impaciente y grosero, lo
que generaba errores en su labor de copista, y estos errores
(junto a los reclamos de su jefe) acrecentaba en él su, ya de por
sí en aumento, el mal humor. Con Nippers era la misma historia,
pero los humores que este manejaba eran homólogos a los de su
compañero Turkey, es decir, invivible en la mañana, cordial
pasada la hora del almuerzo. Al inicio Bartleby desempeñó su
labor de copista de manera impecable. Sin embargo, al momento
en que el abogado-narrador lo consulta para hacer una tarea
secundaria a la de la copia de documentos, la de la lectura oral
de verificación del documento original con su respectiva copia,
Bartleby declama la frase que ha quedado grabada en la historia
de la literatura–y que descoloca al abogado-narrador durante el
resto de la historia–: “Preferiría no hacerlo.”. A partir de esto, y de
forma paulatina, –junto con la continua invención de hipótesis por
4
parte del abogado-narrador por justificar el comportamiento de
Bartleby–, el escribiente empieza a preferir no hacer cualquier
otra tarea que no sea la de escribir copias hasta que,
eventualmente el escribiente deja, por fin, de escribir. En el
transcurso del conocimiento sobre las cosas que Bartleby ha
preferido dejar de hacer, el abogado-narrador se da cuenta de
que Bartleby nunca ha dejado su sitio de trabajo. Por causas
desconocidas, Bartleby ha hecho de su lugar de trabajo (en el
cual ha dejado de trabajar), su “hogar”. Ante esto, el abogado-
narrador exhorta a Bartleby a irse de ahí en repetidas ocasiones,
o al menos a explicarle el porqué de sus preferencias. Sin
embargo, Bartleby prefirió no acceder a responder a ninguna de
las dos peticiones de su jefe. En vista de esto, y ante la
incapacidad de deshacerse de Bartleby, el abogado-narrador opta
por abandonar su oficina –y, por añadidura, a Bartleby–, con la
esperanza de volver a su forma de vida pre-bartlebytiana. Sin
embargo, los nuevos inquilinos de la oficina tienen una reacción
similar ante las preferencias de Bartleby, y acuden a la nueva
oficina del abogado-narrador con la pregunta: ¿Qué hacer con
Bartleby? El abogado narrador, en un último esfuerzo por ayudar
a Bartleby, intenta razonar con él. Ante el nulo progreso por
hacer que Bartleby deje el edificio, y frente a la creciente
desesperación del abogado-narrador ( y de los nuevos inquilinos
que habitan el mismo edificio de Bartleby), él lo invita a irse a
vivir a su casa, pero Bartleby prefirió no hacerlo. Poco tiempo
después, el abogado narrador se da cuenta de que los nuevos
inquilinos de su antigua oficina hicieron que la policía arrestara a
Bartleby bajo el delito de vagancia. En un último gesto hacia
Bartleby, el abogado-narrado lo visita y al ver que Bartleby
prefiere no salir de la cárcel, él soborna a alguien que se auto
identifica como un “proveedor”, para que vele por que Bartleby
tenga una buena alimentación y cuidado en su estadía.
Finalmente, en la última visita que el abogado-narrador realiza a
Bartleby (en ese momento el abogado-narrador desconocía que
esa sería su última visita), lo encuentra tumbado, con la cabeza
recostada sobre las rodillas, contra uno de los muros ciegos de
los jardines de la prisión por los que Bartleby solía merodear. Al
5
acercarse, el abogado-narrador observa que Bartleby parece
estar como dormido, pero son sus ojos abiertos, delatando su
actual condición. El proveedor le explica que Bartleby se había
negado a comer comida alguna desde su última visita.
2
Habiendo establecido un terreno sobre el cual el lector pueda
asentarse más firmemente sobre la materia de trabajo de este
estudio, conviene aclarar el por qué es que consideramos a
Bartleby el escribiente (un texto que se ha clasificado como algo
más cercano al cuento o relato corto) como un texto que se
enmarca en la tragedia.
6
En línea con lo expuesto, si tomamos como ejemplo al Fausto de
Goethe, vemos en el personaje de Fausto una fuerza similar a a
Bartleby, pero en su sentido opuesto. Es decir, si Bartleby es la
fuerza que se opone a cualquier orden que venga externo a él,
Fausto es la fuerza que nunca se detiene (y no puede), la que
está, precisamente, en el ethos de estar inmerso en una
sostenida insatisfacción, en un estado de permanente
actualización. Si recordamos el pacto realizado entre Mefistófeles
y Fausto, al final de este Fausto cierra el contrato de la siguiente
manera:
Fausto:
¡Quede el pacto cerrado!
Si alguna vez, al tiempo yo dijera:
“¡Detente que tan bello y grato me eres!”
encadéname entonces, si lo quieres;
al punto, entonces, muera.
Suenen los esquilones entonces plañideros;
libre tú quedarás de obligaciones
y entonces el reloj puede pararse,
caerse los punteros
y el tiempo para mí no más contarse.6
7
decir que si Fausto establece la maquinaria a través del cual la
subjetividad moderna que emergió a partir de la crisis de la
Ilustración, la fórmula de Bartleby corresponde a su freno de
emergencia.7
8
[Joseph] Priestly.9 Tal tradición es rastreada por Agamben hasta
los teólogos medievales, los cuales determinan dos tipos de
potencias en Dios: la potencia absoluta (de acuerdo con la cual
puede hacer algo, incluso el mal) y la potencia ordinata (de
acuerdo con la cual sólo puede hacer algo que concuerde con su
voluntad).10 En este sentido, la fórmula de Bartleby es un acto
crítico sobre una tradición que apela a la supremacía de la
voluntad sobre la potencia. A propósito de esto, Agamben precisa
sobre el lugar de la crítica bartlebyliana:
9
He aquí la historia: que Bartleby había trabajado en la
Oficina de Cartas Muertas de Washington, de donde fue
despedido por un cambio de administración.
10
asoma el único vestigio de alguna voluntad divina. Como tan
agudamente ha señalado Agamben, la antepenúltima oración de
este pasaje citado es “una cita apenas camuflada de Rom. 7 .10:
euréte moi e entolé e eis zoén, áute eis thánaton.”.15 Una de sus
traducciones al español de esta oración corresponde a: “y este
mandamiento, que era para vida, a mí me resultó para
muerte;”.16 La palabra entolé, nos dice Agamben, corresponde a
la de mandato (o mandamiento) y de esta, a su vez, se deriva la
palabra epistolé, es decir, carta.17 Hay así una un triple
parte gracias a a los nuevos ensambles escriturales que esta permitió con
documentos que, si bien tenían un estrecho vínculo con la escritura, no así con lo
literario. Algunas de estas prácticas escriturales corresponden a los archivos
policiacos, los historiales clínicos, legislaciones laborales y comerciales, dietarios,
contratos jurídicos, archivos públicos y privados, noticias de prensa, y, por supuesto,
no queda fuera de estas prácticas biopolíticas, lo que llamamos biografía. En este
sentido, la irreductibilidad de la vida de Bartleby a una biografía es, una muestra de
la autonomía del cuento (una forma que arrastra los últimos ecos de una agonizante
tradición en el arte de narrar historias: la oralidad) frente a la novela un género que
como apunta Walter Benjamin en su trabajo, nace en el momento en que el escritor
cuenta con una serie de condiciones que le permiten (y conducen) a una soledad, a
un aislamiento de sus lectores. Esto nos remite ciertamente al oficio de Bartleby, el
de copista, profesión que –al igual que el orador– antecede a la literatura; el copista
es aquel que “lee” el texto sin interpretarlo. De hecho, la interpretación de un copista
es a menudo vista como un obstáculo y un peligro ante la originalidad de un texto
(recordemos como, muchos copistas no sabían ni leer, ni escribir en el idioma del
texto que debían copiar; la labor del copista era más visual, y su capacidad motora
no iba orientada al “saber escribir” si no más bien al tener “buena letra”. En otras
palabras, lo vital de su oficio radicaba más en una caligrafía que una ortografía.) El
saber del orador-narrador de historias se enfocaba, por el contrario, en un acto de
lectura e interpretación, pero no de un soporte físico como el del copista, sino en una
“lectura interior del alma”. La literatura nace pues, del ensamble entre la lectura del
orador-narrador de historias y el registro sobre un soporte material del copista. En
otras palabras, cuando la figura del lector y la del escritor se vuelven una y la misma.
Para un mayor desarrollo acerca de los trabajos mencionados ver: Walter Benjamin,
“El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolai Leskov”, en Sobre el programa
de la filosofía futura (Madrid: Planeta-Agostini, 1986), 202; Michel Foucault, Las
palabras y las cosas. Una arquología de las ciencias humanas (Tres Cantos: Editorial
Siglo XXI, 1998), 293–94; José Luis Pardo Torío, “BARTLEBY O DE LA HUMANIDAD”, en
Preferiría No Hacerlo, ed. José Luis Pardo Torío (Valencia, 2000), 141–56.
15 Agamben, “Bartleby o de la contingencia”, 133.
16 Bible Gateway, “Romanos 7:10”, consultado el 13 de mayo de 2019,
https://www.biblegateway.com/verse/es/Romanos 7:10.
17 Agamben, “Bartleby o de la contingencia”, 135.
11
encadenamiento entre la escritura, lo divino (en este caso con un
vínculo directo con el cristianismo y con la figura de Pablo de
Tarzo) y la fórmula de Bartleby, un escribiente que ha dejado de
escribir. La relación entre Bartleby, lo divino y la escritura se
vuelve, a partir de la exposición de Agamben, más clara –y
aunque sea de carácter especulativo– al presentar el influjo de la
cita bíblica sobre el texto de Melville, podemos sostener que la
fórmula de Bartleby se rebela contra el mandato, no sólo de la
ley que maneja el abogado-narrador en su despacho, sino de la
Ley, con “l” mayúscula. Contra la Ley de Dios. La fórmula de
Bartleby es en cierto sentido, la deslegitimación del mandato
divino sobre lo humano y la forma en que llevan su vida.
Bartleby, de forma similar a Pablo de Tarso, se ha librado del
mandato divino, de la potencia ordinata, para ser potencia
absoluta.
12
de potentia ordinata) puede verdaderamente sólo
aquello que quiere, Bartleby puede únicamente sin
querer, puede únicamente ser potentia absoluta. […]
podría decirse de él [Bartleby] que ha llegado a poder
(y a no poder) sin quererlo en absoluto. De ahí la
irreductibilidad de su preferiría no hacerlo. No se trata
de que no quiera copiar o de que quiera no abandonar
la oficina, simplemente preferiría no hacerlo.20
13
tajante hasta el final de sus días, firmeza que, como sabemos,
sostendría a pesar de que sea esto lo produce su propia muerte.
O, como lo pone Hegel al referirse a los caracteres de
Shakespeare: “los ejemplos más bellos de figuras en sí firmes y
consecuentes que se dirigen a la ruina aun a través de su
decidida firmeza ante sí mismos y sus fines.”.24
3
En esta parte del estudio, nos abocaremos a discutir las
cuestiones espaciales que envuelven a la tragedia,
particularmente –pero no de forma exclusiva– desde y sobre
Bartleby el escribiente. Como expusimos anteriormente, Bartleby
se enmarca en la tragedia moderna, por desestabilizar -mediante
su fórmula- un orden. Ahora bien, ¿cuál es dicho orden? Bartleby
nunca nos anuncia a su oponente, aunque como se expuso hacia
el final de la sección 2 de este texto, la fórmula –en términos
verbales y enunciativos– se opuso tanto a la ley de los hombres
(encarnada en el abogado-narrador) como a la ley de los dioses
(pero podemos deducir un posible enemigo, uno de los cuales
forma parte del proyecto de la modernidad: la disciplina.
24 Hegel, 311.
25 Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión., trad. Aurelio Garzón
del Camino, Segunda Ed (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008), 159.
14
mayor parte de la historia –y donde se exhiben las prácticas
espaciales: el despacho del abogado-narrador. En cuanto a la
disposición espacial de uno de los lugares en donde se desarrolla
el texto, encontramos en el siguiente pasaje la referencia clave
para entender las prácticas espaciales de la forma trágica:
15
examen sobre las condiciones materiales del estudio, podemos
establecer una serie de condiciones particulares que se vinculan
a la disciplina: por un lado, la única separación permanente en el
despacho, parecen ser las acristaladas puertas de dividen a la
oficina (o habitación como él mismo la llama) del abogado-
narrador del espacio de trabajo de sus dos copistas (Turkey y
Nippers) y del niño-mandadero (Ginger Nuts). La clave de esta
separación está en su acristalamiento. Si bien el piso del
despacho cuenta con al menos una ventana (su función
corresponde más a un tragaluz que a algo que permita ver hacia
el exterior), es esta superficie acristalada de la puerta, el único
vano intramuros que permite ver a través de. La puerta-ventana
que separa al despacho es a la vez, un elemento de clausura y
una herramienta para la vigilancia asociada a la mirada
escrutadora (del abogado-narrador).27 Funciona de forma similar
a la torre de vigilancia instalada en el espacio central del diseño
para el panóptico de Jeremy Bentham: a través de un elemento
arquitectónico se produce la sensación de una siempre presente
vigilancia. Aunque el abogado-narrado se encontrara ocupado
con sus asuntos, la transparencia del cristal de las puertas
produce sensación de que al menor descuido, a la menor
desviación de los deberes por parte de los subalternos, el ojo
vigilante podía darse cuenta de tal comportamiento. En otras
palabras, la puerta no era ya un simple componente
arquitectónico que permitía el ingreso o la separación entre
espacio, sino que era una herramienta para conocer, dominar y
controlar la forma en que viven los sujetos modernos. El segundo
elemento corresponde al biombo verde “capaz de aislar
completamente a Bartleby de mi vista sin ponerlo fuera del
alcance de mi voz”. Este elemento, junto con las puertas
acristaladas, se corresponden con la segunda 28 técnica del arte
de las distribuciones enunciada por Foucault, la cual reza de la
siguiente manera:
27 Melville, 20.
28 Hemos pasado por encima de la primera técnica de la disciplina puesto que el
mismo Foucault la coloca en un sitio –como se podrá apreciar en el inicio del
enunciado de la segunda técnica (citado en esta parte del texto)– prescindible.
16
2) Pero el principio de “clausura” no es ni constante, ni
indispensable, ni suficiente en los aparatos disciplinarios.
Éstos trabajan el espacio de una manera mucho más
flexible y fina. Y, en primer lugar, según el principio de la
localización elemental o de la división de zonas. A cada
individuo, su lugar, y en cada emplazamiento, un
individuo. Evitar las distribuciones por grupos;
descomponer las implantaciones colectivas; analizar las
pluralidades confusas, masivas o huidizas. El espacio
disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como
cuerpos o elementos haya para repartir. Es preciso
anular los efectos de las distribuciones indecisas, la
desaparición incontrolada de los individuos, su
circulación difusa, su coagulación inutilizable y peligrosa;
táctica de antideserción, de antivagabundeo, de
antiaglomeración. Se trata de establecer las presencias y
las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los
individuos, de instaurar comunicaciones útiles, de
interrumpir las que no son, de poder en cada instante
vigilar la conducta de cada uno, apreciarla, sancionarla,
medir las cualidades o los méritos. Procedimiento, pues,
para conocer, para dominar y para utilizar. La disciplina
organiza un espacio analítico.29
17
visual y baja capacidad de aislamiento acústico que posee el
vidrio, lo vuelve en el material idóneo para establecer una
distancia frente a los cuerpos disciplinados de menor rango y a la
vez, se concreta en un artefacto de la mirada disciplinante.
Ahora, volviendo sobre el biombo verde, este actúa de manera
inversa (al menos en términos visuales) a las puertas
acristaladas. Puesto que el abogado-narrador no logró encontrar
mayores faltas en el carácter de Bartleby, una vigilancia visual no
era necesaria. Sin embargo, esto no quiere decir que el cuerpo de
Bartleby no hubiese sido sujeto de técnicas disciplinarias. El
biombo es, fundamentalmente, un separador de espacios,
plegable y móvil; un muro hecho mueble. Además, cumplía con
otro de los principios de esta técnica: desarticular las
agrupaciones colectivas; el biombo un individuo de modo que se
evitan posibles distracciones con otros sujetos que reduzcan su
utilidad, al tiempo que establece la única comunicación útil –
según el abogado-narrador, claro está– con Bartleby: la audición
que permite escuchar las órdenes de su empleador. A través de
este dispositivo, se produce lo que podríamos llamar el primer
colapso de dos esferas de la vida que suelen estar separadas: el
reino de lo privado y el reino de lo público. El biombo verde,
herramienta de control que permite al mismo tiempo aislar –de
forma espacial– a un sujeto al tiempo que lo inscribe en un
proceso colectivo de productividad, utilidad y eficacia. En
palabras del abogado-narrador, el biombo en un artefacto que
permitió la producción de un espacio en donde “privacidad y
compañía iban de la mano.”30
18
arquitectónica en relación a la programación de un edificio: el
dejar espacio sin ninguna utilidad o función prevista, de modo
que los habitantes pudieran pensar y repensar el uso de ese
espacio de una manera más flexible.32 De acuerdo con Foucault,
en la regla de los emplazamientos funcionales “se definen
lugares determinados para responder no sólo a la necesidad de
vigilar, de romper las comunicaciones peligrosas, sino también de
crear un espacio útil.”.33 En este sentido, el biombo transforma lo
que era un espacio sin una función prevista (la esquina de la
habitación del abogado-narrador ubicada entre una de las
puertas acristaladas y la ventana que daba al muro ciego), en un
espacio abocado por completo a la (re)producción escritural de
documentos legales por parte de Bartleby. De manera similar a
las distribuciones que aparecen en las fábricas de finales del
Siglo VII, la disposición del despacho del abogado narrador está
articulada sobre “aparato de producción que tiene sus propias
exigencias.”. En otras palabras, la satisfacción que encuentra el
abogado-narrador en la distribución de su despacho responde a
cuánto se acerque esta a la maquinaria sutil y sin fricción de la
disciplina.
19
4) En la disciplina, los elementos son intercambiables
puesto que cada uno se define por el lugar que ocupa
en una serie y por la distancia que lo separa de los
otros. Su unidad no es, pues, ni el territorio (unidad de
dominación), ni el lugar (lugar de residencia), sino el
rango: el lugar que ocupa en una clasificación, el punto
donde se cruzan una línea y una columna, el intervalo
en una serie de intervalos que se pueden recorrer uno
después de otro. La disciplina, arte del rango y técnica
para la transformación de combinaciones. Individualiza
los cuerpos mediante una localización que no los
implanta, pero los distribuye y hace circular en un
sistema de relaciones.
20
decir, una eficiente administración de las capacidades y tiempos
de los cuerpos. En relación al rango, se sabe que las capacidades
que tienen los cuerpos disciplinados son cruciales para su
disposición en el espacio, y es desde es lugar desde donde el
abogado-narrador emite su criterio para incorpora a Bartleby a su
despacho: “Tras una breve conversación sobre sus méritos, lo
contraté, contento de tener en mi cuerpo de copistas a un
hombre cuya apariencia tan singularmente apacible pensé que
podría influir en el humor variable de Turkey y en el vehemente
Nippers.”.35 En este sentido, la incorporación de Bartleby a la
oficina fue motivada por la posibilidad de optimizar la fuerza de
trabajo de sus colegas, no muy distinta al documento de Juan
Bautista de La Salle llamado Conduite des Écoles chrétiennes, del
cual Foucault cita un fragmento hacia el final de la sección
llamada El arte de las distribuciones, en su libro Vigilar y
Castigar: El nacimiento de la prisión, el cual reza de la siguiente
manera: “Habrá que procurar que “aquellos cuyos padres son
descuidados y tienen parásitos estén separados de los que van
limpios y no los tienen; que un escolar frívolo y disipado esté
entre dos sensatos y sosegados, un libertino o bien solo o entre
dos piadoso”.”.36 Si bien La Salle hacía referencia al colegio, estas
técnicas disciplinares pueden nacer en un lugar concreto y con
facilidad migrar a otros espacios arquitectónicos. El buscar a
alguien “apacible” con la esperanza de que su carácter influya en
otros con caracteres “cambiantes” y “vehementes” corresponde –
a la luz del argumento de Foucault– a un empleo de la disciplina.
21
marco general articulado en función de un determinado tipo de
producción. Por otro lado, ambos producen objetos con una cualidad
genérica y reproducible: las copias de los documentos de Bartleby, al
igual que los objetos producidos en serie en las líneas de ensamblaje
de las fábricas, nacen desprovistos de esa pátina aurática de
originalidad que en algún tiempo tuvieron los objetos; se sabe que,
cada producto es reemplazable, al igual que los componentes y
herramientas –así como los operarios que las manejan– y también son
sujetos a ser actualizados y optimizados según vayan apareciendo
nuevas técnicas y tecnologías ligadas a la producción. Además de esto,
el carácter genérico de la fábrica permite que los componentes
(trabajadores incluidos) sean fácilmente intercambiables y
reemplazables en caso de que una de las piezas de esta máquina de
producción falle. Esto se hace patente en el despacho del abogado-
narrador puesto que nunca se hace una diferenciación entre el tipo de
documentos que cada uno tiene a su cargo; no hay “especialistas” en
tal o cual documento, para los copistas da igual si se trata de una
reproducción de la Constitución de los Estados Unidos, la Biblia, o
Filosofía en el tocador. Ellos sólo ven un montón de puntitos y líneas
sobre papel, las cuales deberán ser reproducidas en su dimensión
gráfica. En relación a la intercambiabilidad de los elementos, se puede
ver inmediatamente después de que Bartleby prefiere por primera vez
el no cumplir con las órdenes de su jefe cuando este le pide asistencia
para verificar una copia. Ante la negativa de Bartleby –y por la prisa
que tenía el abogado narrador por tener su documento listo– el
abogado-narrador le pide a Nippers el tomar el lugar de Bartleby en la
verificación de la copia.
22
pueda salir bien librada. A la luz de esto, hemos dilucidado cómo
una de estas fuerzas está impregnada por un carácter
tremendamente espacial, la cual podemos enmarcar en el campo
de las disciplinas de la dominación. Pero, ¿cuál es la otra fuerza
que hace frente a la disciplina de la dominación? Y, ¿de qué
manera despliega su arte frente a esta? Si la primera fuerza
emana del abogado-narrador, esta otra fuerza, claro está, emana
de Bartleby. Bartleby al igual que le abogado-narrador, hace uso
de un tipo específico de disciplina. Sin embargo, la disciplina de
Bartleby no está condicionada por la obediencia del otro, sino que
se basa en el dominio y el control sobre uno mismo. Foucault nos
da un indicio sobre la naturaleza de la técnica espacial empleada
por Bartleby, cuando hace referencia a las prácticas acetas
cuando desmarca a la disciplina de la dominación de otras formas
disciplinares. Según Foucault las disciplinas de dominación son
23
nuestra época: el colapso del espacio doméstico sobre el espacio
laboral, es decir, el colapso de la arquitectura de la casa sobre la
arquitectura del despacho. Este colapso de espacios como forma
trágica no es algo propio de Bartleby, sino que podríamos decir
que esta condición es una que recorre de manera transversal a la
historia de la tragedia misma, desde su concepción clásica, hasta
su concepción moderna. En relación a la tragedia clásica,
echaremos mano un ejemplo arquetípico de este tipo de
tragedias para mostrar de manera más clara como la condición
de la tragedia implica también un conflicto espacial en distintos
componentes del texto. A saber: la Antígona de Sófocles. si
recordamos a la Antígona de Sófocles, parte del conflicto residía
en el hecho de que existía un colapso entre lo que regía al
espacio público (las leyes de los hombres) y lo que regía al
espacio doméstico (las leyes de los dioses), así como un colapso
entre las autoridades que regían a cada esfera: el hombre en lo
público y la mujer en lo doméstico. En línea con esto sobre este
colapso espacial, pensemos en cómo el conflicto primordial de en
Antígona se dá porque existe una pugna sobre el espacio que
debe ocupar el cadáver del hermano de nuestra protagonista
Antígona; el rey Creonte ordena que se disponga al cadáver –de
quien considera ser un traidor– sobre la superficie de la tierra, de
manera que este sea expuesto públicamente ante los ciudadanos
de la polis, mientras que Antígona dicta que el lugar que debe
ocupar el cadáver de su hermano es el del sepulcro. Bajo esta
luz, la ley dictada por Creonte es una de profanación 39, mientras
que la lucha de Antígona es una de sacralización del cadáver de
Polinices.40 La pugna en Antígona, se podría resumir en la
siguiente condición: “En esta perspectiva, podríamos definir a la
religión como aquello que sustrae las cosas, los lugares, los
animales o las personas del uso común para transferirlas al seno
24
de una esfera separada.”.41 En otras palabras, el conflicto entre la
ley del hombre (el derecho romano) y la ley de los dioses (la
religión panteísta de la Roma clásica) ocupan, respectivamente
los espacios de la ciudad y el del sepulcro, y la tragedia ocurre en
la batalla entre estas dos esferas por ver quien administra el
cadáver de Polinices. Sin embargo, en Bartleby el colapso sucede
entre dos esferas que conciernen –y este es el rasgo moderno de
Bartleby el escribiente– a lo estrictamente humano. Es decir, lo
divino queda por completo excluido de la pugna entre ambas
fuerzas.
Para demostrar de forma más clara a lo que me refiero con el
colapso de lo laboral sobre lo doméstico me sirvo del siguiente
fragmento de Bartleby:
25
que se me pedía. Pero no sin sentir más de un impulso
de rebelarme contra el manso descaro de este
escribiente indescriptible. Con todo, era su asombrosa
mansedumbre lo que no sólo me desarmaba, sino que,
por así decirlo, me acobardaba. Pues admito, en fin,
que algo de cobarde hay en quien tranquilamente
permite que su empleado le dé órdenes y lo eche de
sus propios dominios. Además, me inquietaba
sobremanera lo que Bartleby pudiera estar haciendo
en mi oficina en mangas de camisa y en semejante
estado de desaseo un domingo por la mañana. ¿Se
tratada de algo indecente? No, de eso no cabía la
menor duda. No había ni que pensar que Bartleby
fuera una persona inmoral. Pero, ¿qué estaba
haciendo allí? ¿Copiaba? Tampoco. Fueran cuales
fueran sus rarezas, Bartleby era una persona
sumamente decorosa. Jamás se sentaría en su
escritorio en un estado rayano en la desnudez.
Además, era domingo, y había algo en Bartleby que
descartaba la suposición de que tuviese la costumbre
de profanar la fiesta con cualquier clase de ocupación
secular.
26
andrajosa; en un periódico, unas cuantas migas de
bizcochos de nueces y un pedazo de queso. Sí, pensé,
es evidente que Bartleby ha hecho de este lugar su
casa, que ha tenido aquí un piso de soltero para él
solo. 42
27
frente a los inquilinos del despacho posterior al abandono por
parte del abogado-narrador, encarcelado bajo el crimen de
“vagabundeo”. Sin embargo, al llegar a la prisión (uno de las
arquitecturas disciplinares por excelencia para Foucault), este no
es puesto en condición de encierro. A diferencia de todos los
demás presos, a Bartleby simplemente se le deja deambular por
los pasillos y jardines de la prisión a placer, en donde tras un
tiempo y, al preferir no comer más, se tumba de espaldas sobre
uno de los muros en el jardín a esperar su muerte.
Bibliografía
28
Bible Gateway. “Romanos 7:10”. Consultado el 13 de mayo de
2019. https://www.biblegateway.com/verse/es/Romanos 7:10.
Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. Una arquología de las
ciencias humanas. Tres Cantos: Siglo XXI Editores, 1998.
———. Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Traducido por
Aurelio Garzón del Camino. Segunda Ed. Buenos Aires: Siglo
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