Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
3
lector
• •
G E M I N I S p u b l i c a r á q u i n c e n a l m e n t e los m e j o r e s cuen-
tos q u e vayamo» e n c o n t r a n d o e n la riquísima cantera
d e la C i e n c i a Ficción m u n d i a l . ^ •« •
P e r o G E M I N I S n o q u i e r e limitarse a esa f u n c i ó n .
G E M I N I S q u i e r e llegar a ser algo m á s q u e traduccio-
nes: G E M I N I S aspira a ser el m e d i o d o n d e p u e d a n ex-
presarse los escritores nuestros, noveles o no, q u e , l o sa-
bemos, p u e d e n p r o d u c i r c u e n t o s de Ciencia Ficción t a n
b u e n o s c o m o los m e j o r e s .
P o r eso el concurso q u e ofrecemos e n las p á g i n a s
f i n a l e s d e la p r e s e n t e edición: e n él p o d r á p a r t i c i p a r
t o d o a q u e l q u e crea t e n e r algo q u e d e c i r e n C i e n c i a
Ficción, ya sea u n c u e n t o , u n a i d e a o r i g i n a l o u n e n f o -
q u e nuevo de un problema viejo.
V n o sólo los autores, t a m b i é n los lectores p o d r á n
i n t e r v e n i r e n G E M I N I S : e n el correo, el " C a b o K e n n e d y
d e los lectores", p o d r á n d e c i r n o s sus deseos y sus críti-
cas, las secciones q u e les a g r a d a r í a e n c o n t r a r e n G E M I -
N I S , las cosas q u e Ies p a r e c e n m a l .
E n r e s u m e n , G E M I N I S seguirá s i e n d o s i e m p r e u n a
antología de grandes cuentos d e Ciencia Ficción. Pero
l a C i e n c i a Ficción a p a r e c e r á e n G E M I N I S vista desde
aqui, desde este H e m i s f e r i o A u s t r a l q u e t a m b i é n f o r m a
parte dei planeta.
Por acuerdo especial con la Galaxy
4 , t
MI SUMARIO
LA S E P T I M A V I C T I M A
ROBERT SHECKLEY 2
NIS EL ESTANQUE
NÍGEL KNEALE
SECRETO ABSOLUTO
DAVID GRINNELL
16
23
T A N BAJO
THEODORE STURGEON 27
PASTORAL
Director
CHARLES A . STEARNS 32
BL G. OESTERKELD RESURRECCION
A . E. VAN VOCT 54
J lustradores
IMPULSO
MUSrOCS
ERIC FRANK RUSSELL 71
PIGAFETTA
PERVXE PUTSI
A. A. FERNANDEZ LUDWIG BEMELMANS H6
DE LA FUENTE CUIDÁDO CON
ARNAiU LAS M E T A F O R A S
PAULESO ROBERT BLOCH 93
Director Artístico EL LUGAR DEL REPOSO
OLIVER LA FARGE 106
EUGENIO ZOPPI
EL A R B O L DE LA
Carátula BUENA MUERTE
AUBERTO BRECCXA H . G. OESTERHELD 120
A
*
h
lllu
que esperaba una notificación. Co-
mo de costumbre, la burocracia
gubernamental seguía provocando
demoras-
El cristal de la puerta de entra
da a su despacho tenía una ins-
cripción que decía así: Morger y
Freíame. Confeccionólas. En eso,
la puerta se abrió y entró E. J .
Morger, cojeando levemente a raíz
de una herida que recibiera tiem
.po a t r á s durante una excursión
cinegética. E r a un hombre de es-
palda encorvada, pero, con 73 años sillo especial, el mayor adelanto
a cuestas, no era cosa que le pre. moderno en lo que se refiere a
ocupara mucho. protección personal. Haciendo li
" ¿ Y . . . Stan?", preguntó Morger gera presión sobre un botón se-
"¿Qué hay del aviso?" . creto el a r m a aparece instantá-
Frelaine se había asociado a neamente en su mano, apuntando
Morger 16 años atrás, cuando só- y con el seguro soltado. ¿Por qu£
lo tenía 27 años. Juntos habían no pasa por su tienda "Proteo"
convertido a la "Protec-Traies" más cercana? ¿ P a r a qué va a
1
en una empresa q u e giraba con arriesgarse?". "Excelente ', dijo
millones de dólares. Morger. "Es*un aviso muy bueno
"Creo que sirve", dijo Freíame, y tiene dignidad".
entregando la tira de papel a Por un momento se mantuvo
Morger. Ojalá la correspondencia pensativo mientras se atusaba el
llegase' más temprano, se dijo para bigote. "¿No serla conveniente
sus adentros. mencionar que el "Protect-Suit" se
''¿Tiene usted un Protec-Suit?" ofrece en varios modelos, derecho,
leyó Morger en voz alta, soste- cruzado y en varias tonalidades?"
niendo el papelito casi pegado a "Tiene razón.. Me olvidé".
sus ojos. "La mejor confección del Frelaine tomó el papel y anotó
mundo está presente en el "Pro- tales indicaciones al margen. Lue-
tec-Suit" de Morger y Frelaine, go se incorporó y alisó su sac<*
p a r a hacer dé este t r a j e el pri- sobre el abultado abdomen.
mero de la moda masculina". Frelaine, con sus 43 años, era
Morger carraspeó y miró a Fre- un hombre algo excedido de peso,
laine. Sonrió y continuó la lee- un pooc calvo en la mollera. Era
• • — 0 ^
veu.
do a sonreír y estrechó la mano Mientras caminaba, Frelaine rm
de Morger. raba continuamente hacia adelan-
"Ojalá fuese muchacho toda- te. Mirar a alguien era casi como
vía", dijo Morger, mientras echa- pedir que le metiesen un tiro,
ba u n vistazo a su maltrecha pier- el hombre casualmente estuvies®
na con mal disimulada sorna. "Me desempeñando el papel de víctima.
Algunas víctimas no vacilarían en E r a una sensación indescripti-
m a t a r l o a uno de un tiro por osar ble, se dijo. Volvía a vivir.
mirarles. Son unos tipos m u y ner- Una vez en su departamento de
viosos. Frelaine, prudentemente, un ambiente, lo primero que hizo
miraba por arriba de las cabezas Frelaine f u e telefonear a Ed Mo~
He las personas que encontraba rrow, su oteador, quien e n t r e lia*
al pasar. ••
madas t r a b a j a b a de ayudante en
Encima de él se vela un enor- un garaje. "Hola, ¿ E d ? Habla
m e cartelón, ofreciendo al público Frelaine".
los servicios de J. F. ODonovan. "Oh, ¿cómo le va, señor Frelai-
ne?". Podía v e r la c a r a flaca y d*
¡VICTIMAS!, proclamaba el le-
finos labios, cubierta de grasa, al
t r e r o en enormes letras rojas.
teléfono.
¿ P O R QUE ARRIESGARSE? USE
"Voy a salir de caza, Ed*.
UN ACREDITADO OTEADOR
"Buena suerte, sefior Frelai-
P E ODONOVAN. D E J E QUE
ne". dijo Ed Morrow. "¿Supongo
NOSOTROS LOCALICEMOS E L
que m e necesitará?"
ASESINO QUE T I E N E ASIGNA.
"Así es. Espero no estar ausen-
DO. ¡ PAGUE DESPUES QUE US.
t e más de u n a semana o dos. Pro.
T E D LO LIQUIDE!
bablemente reciba mi notificación
El letrero sirvid a Frelaine de de que soy Victima, dentro de los
recordatorio. NI bien llegase a su t r e s meses después de cobrada mi
departamento telefonearía a Ed pieza".
Morrow. "Estaré alerta. Buena cacería,
Cruzó la calle a paso ligero. Ya seftor Frelaine".
JIO deseaba o t r a cosa q u e llegar a "Gracias. Hasta pronto". Y col-
su casa, abrir el sobre y descu- gó el auricular.
brir quién era la Víctima. ¿Seria E r a u n a sabia medida de segu*
inteligente o estúpida? ¿Acauda- ridad reservar ios buenos oficios
lada, como la cuarta Víctima de de un oteador de primera clase.
Frelaine, o pobre ai igual que la Después de cobrada su pieza, le
primera y la segunda? ¿Buscarla correspondería a él asumir el pa-
la ayuda de un oteador profesional pel de Víctima. Y, nuevamente Ed
o t r a t a r l a de realizar el trabajo Morrow sería su seguro de vida.
por su cuenta? ¡Y q u é magnifico oteador era Ed
L a excitación de la cacería ya Morrow! I g n o r a n t e . . . estúpido...
corría presurosamente por sus ve. ¡Pero q u é ojo clinico p a r a la
ñ a s y aceleraba los latidos de su individualización! E r a una cosa iru
corazón. Oyó disparos de armas n a t a en él. Con sólo un vistazo
de fuego a más o menos una cua- podía darse cuenta de quién era
d r a de distancia. Dos en rápida forastero. E r a diabólicamente ca-
sucesión l u e g o . . . el tiro de gracia.
w
paz para tender una emboscada.
Alguien habría cobrado su hombre, Lo que se dice un hombre indis-
pensó Frelaine. Muy bien. pensable.
Frelaine sacó el sobre de su bol- una pausa, añadió: "¿No podría
sillo, riéndose para, sus adentros, elegir otra? M
mientras recordaba algunas de lan "Oh, no, n o . . . "
artimañas ¿que Morrow habla crea, "No importa. Gracias". Colgó el
do p a r a los Cazador**. Aún son. auricular y se sentó en su sillón
% •
7
tico. Reconocieron las todavía pre-
#
ma, sin eliminar las causas respon-
lentes tensiones y dislocaciones, sables de la destrucción.
los caldos de cultivo donde se ge. P a r a conseguirlo, decidieron vol-
neraban las guerras. Se pregunta- ver a canalizar la violencia hu-
ron por qué la paz nunca habla mana. Proveer al hombre con una
sido duradera en el pasado. salida, un m e d i o . . .
Su respuesta f u e : "Porque a los El primer gran paso dado &&
hombres les agrada pelear". ese sentido consistió en legalizar
"Oh, no", exclamaron los idea- justas del tipo de los gladiadores,
listas. completas, a sangre y fuego. Pero
' i 1
8
do cometer, por lo menos, un ase-
%
pondía, pues no se autorizaba nin-
sinato. La cantidad disminuyó * gún otro asesinato. Asesinatos pro-
un cuarto y s e estabilizó en ese vocados por resentimientos o con
nivel. Los filósofos sacudían sus fines de lucro eran castigados con
cabezas, pero los hombrea prácti- la pena de muerte. Lo hermoso*
cos se mostraban satisfechos. La del sistema consistía en que aquel
guerra estaba en el lugar que le que desease m a t a r a otro podia
correspondía... en manos del in- hacerlo.
dividuo. Los que no lo deseaban —el
Claro está que el juego tenia grueso de la población— no tenían
sus ramificaciones y complicacio- porqué hacerlo.
nes. Una vez aceptado se convir- Por lo menos, ya no habían más
tió en algo asi como un gran ne- guerras totales. Ni siquiera era
gocio. Habla servicios, tanto de inminente una guerra parcial. Só-
víctimas, como de cazadores. lo se libraban cientos de miles de
La Oficina de Catarsis Emocio- pequeñas guerras.
nal elegía los nombres de las víc- A Frelaine no le seducía mayor-
timas al azar. Un Catador tenia mente m a t a r una m u j e r ; pero
dos semanas de plazo para cobrar ella se había registrado. No era
su pieza. P a r a ello debia recurrí! culpa d© él. Y no se iba a retirar
a su propio ingenio* sin ninguna de su séptima cacería. El resto de
otra ayuda. Se le suministraba el la mañana lo empleó en memo-
nombre, el domicilio y la descrip- rizar los datos de su Víctima y
ción de su Victima y se le autori. luego archivó la carta.
zaba a emplear un revólver de ca-
Janet Patzig vivía en Nueva
libre corriente. Le estaba prohi-
York. Eso era bueno. Le agradaba
bido usar cualquier tipo de coraza.
la caceria en una gran ciudad y,
La Víctima era notificada una
además, siempre había tenido de-
semana antes que el Cazador. Se
seos de conocer Nueva York. No
le comunicaba simplemente que
le hablan suministrado la edad de
era la Victima. Desconocía el
la mujer, pero a juzgar por las
nombre de sU Cazador. Se le per-
fotografías contarla unos veinte
mitía elegir su coraza. Podía to-
años de edad.
mar oteadores. El oteador no es-
taba autorizado a m a t a r ; solamen- Frelaine telefoneó a la compa-
te la Víctima y el Cazador podían ñía de aviación para reservar un
hacerlo. Pero el oteador podia lo- pasaje en el jet para Nueva York,
calizar a un forastero o identifi- tras lo cual se dio una ducha. Se
car a un pistolero nervioso. La vistió cuidadosamente con el nue-
Victim» podía preparar cualquier vo 4, Protect.Suit Speciai", realiza-
do para la ocasión. De su colec-
%
1 0
vaciones, pero a h a r s sabia que, Parecía más joven que en las
por regla general lo antiguo era fotografías, pero no podría asegu-
lo mejor. rarlo*. No tendría mucho más de
F u e r a de la tienda, cuatro hom- veinte años. Su cabello negro es-
brea del Departamento de Sanidad taba peinado con r a y a al medio y
acarreaban el cadáver de una peí . le cubría las orejas, dándole un
«ona m u e r t a poco antea. Frelaine aspecto monjil. Frelaine creyó no-
l a m e n t ó no haber presenciado e? t a r en su rostro un rictus de rC'
suceso. a i j a d a tristeza. ¿Es que ni siquie-
Cenó en un buen restaurante y r a Iba a t r a t a r de defenderse'!
se acostó temprano. Mañana ten- Frelaine le pagó al conductor
dría mucho trabajo, y e n t r ó e n una botica, desde donde
Al dia siguiente, con el rostro telefoneó a la O.C.E.
de su Víctima ante él, Frelaine " ¿ E s t á seguro que la Victima
volvió a recorrer el barrio. No mi- llamada J a n e t Marie Patzlg ha si.
ró detenidamente a nadie. En do notificada?"
cambio, se desplazó rápidamente, **Vn momentito, señor". Mien-
como al tuviese urgencia por lle- t r a s el empleado buscaba la infor-
g a r a alguna parte, en la f o r m a mación requerida Frelaine hacia
en que corresponde que camine tamborilear sus dedos contra la
un Cazador veterano. puerta de la cabina telefónica. "Si,
señor. Tenemos su confirmación
Pasó varios bares y entró en
personal. ¿Algo anda mal, señor?"
uno de ellos para beber. Luego
"No", respondió Frelaine. "So-
siguió su marcha, tomó por una
calle transversal a la avenida L e . lamente deseaba asegurarme*'.
D e todas maneras, a nadie le in-
xlngton. Habla alli un café m u y
teresaba si la muchacha quería
agradable. Entró.
defenderse o no. Todavía tenia de-
í . . . ¡allí estaba! J a m á s podría
equivocarse de una cara asi. J e a n recho a matarla. E r a su turno.
Patzlg estaba sentada en una de Sin embargo, decidió postergar-
las mesas, mirando dentro de su lo y se f u e a u n cine. Después de
copa. cenar_ regresó a su cuarto y se
Frelaine caminó hasta la esquí, puso a leer el folleto de la O.C.E.
na. Dobló y se detuvo; le tembla- Luego se echó sobre la cama y
ban las manos. ¿ E r a loca esa mu- se puso a contemplar el cielorra-
chacha p a r a exponerse asi, t a n so. Todo lo q u e tenia q u e hacer
abiertamente? ¿ O se creía in- e r a . . . meterle u n balazo. Pasar
mortal? con el taxi y matarla.
Llamó a u n taxi y le dijo al EUa se negaba a hacerle el jue.
chofer que diese vuelta a la man* go, pensó con Ira, y se quedó dor-
zana. N o habla duda, allí estaba mido.
sentada.. A la t a r d e siguiente Frelaine
Frelaine la observó cuidadosa- volvió a pasar por el café. La mu-
mente. chacha estaba sentada en el mis-
il
mo lugar. Frelaine llamó un taxi. aillo. Muchacha Idiota que estaba
,f
Dé vueltas a la manzana lenta- privándolo del placer total del ca-
tamente" le dijo al conductor. tarsis emocional.
"¡•Cómo no!", le respondió el cho- Después de haberle pagado al
fer con una sonrisa sardónica. chófer, comenzó a caminar. Es
Desde el taxi Frelaine t r a t ó de demasiado difícil» declase p a r a sus
ubicar a los oteadores. Aparente» adentros. El estaba acostumbrado
mente no habla ninguno. La mu- a una auténtica cacería. La ma-
chacha tenia ambas manos sobre yoría de las seis presas anterio-
la mesa. E r a un blanco estático, res hablan sido bastante difíci-
fácil. les. Las victimas hablan tratado
Frelaine tocó el botón de su sa- de eludirlo. Una de ellas habia
co cruzado. Se abrió un pliegue y llegado a contratar hasta una do-
en su mano apareció el a r m a . La cena de oteadores. Pero Frelaine
abrió p a r a controlar la carga y había cobrado todas las piezas,
la volvió a cerrar con un golpe haciendo alteraciones en sus tác-
seco. ticas de acuerdo con cada caso
v i a
"Despacito... d e s p a c i t o . l e particular.
avisó al conductor. Una vez se habia disfrazado de
El taxi pasó f r e n t e al café a p a . lechero y otra de cobrador. La
so de hombre. Frelaine apuntó cui- sexta victima la habla tenido que
dadosamente. Se preparó p a r a ha- perseguir a través de las Sierras
cer fuego. Nevadas. El hombre también lo
"iMaldición!", exclamó. habla herido, pero Frelaine lo su-
Un mozo se habla puesto delan. peró.
t e de la muchacha. Frelaine no ¿Cómo podía enorgullecerse
quería liquidar a un tercero. "De- ésta? ¿Qué dirían en el Club de
mos o t r a vuelta a la manzana", los Diez?
Je dijo al chófer. Esto hizo reaccionar a Frelai-
El hombre esbozó o t r a sonrisa y n e . Deseaba ser aceptado en ese
se inclinó sobre el volante. F r e - •grupo. Aunque pasase por alto
laine pensó si el conductor se mos- a la muchacha todavía tendría
t r a r l a t a n divertido si supiese que q u e defenderse de un Cazador.
estaba a punto d e m a t a r a una Si sobrevivía, todavía le faltarían
mujer. c u a t r o cacerías para poder ingre-
E s t a vez no habla ningún mozo s a r al club. A ese paso tal vez
a la vista. L a muchacha estaba no lo lograrla jamás.
encendiendo u n cigarrillo, su tris, Volvió a pasar por el café; en-
t e rostro inclinado sobre el encen- tonces, respondiendo a un impul-
dedor. Frelaine apuntó, tomó la so repentino, se detuvo a b r u p t a ,
puntería, bien entre los ojos y con* mente y dijo: "Hola".
tuvo el aliento.
• •» i A •
J a n e t Pafcrig lo miró desde el
Luego, sacudiendo la cabeza vol- fonde de sus tristes ojos azules,
vió a colocar el a r m a en su bol-
• • a
pero a t a responder.
1 2
"Escúcheme", le dijo sentándose Frelaine no podía comprender
« su lado, "si le parece que soy por qué la muchacha se m á t e -
un fresco, dígamelo no más y me nla tan tranquila. ¿Se tratarty de
retiraré. Soy forastero aquí. He una suicida? Quizá simplemente
venido para asistir a una conven- no le importase. Quizá tuviese
c i ó n . . . y m e agradarla conversar deseos de morir.
con alguien del sexo bello. Pero, "¿No tiene oteadores?", le pre-
si la m o l e s t o . . . " guntó, con la adecuada expresión
"No me importa", respondió J a cíe asombro v
«et Patzig con voz opaca. ''No". Y en eso lo miró directa,
"Un brandy", le pidió Frelaine mente en los ojos y Frelaine no-
al mozo. La copa de Janet Patzig tó algo que no había visto antes.
íodavi» estaba semillena. Era muy hermosa.
Frelaine miró a Xa muchacha y "Soy una chica m u y . . . muy
«intió q u e su corazón palpitaba mala", dijo como al pasar. •'Sentí
fuertemente. Esto era más plau- deseos de cometer un asesinato y,
sible... beber en compañía de la entonces, m e registré en la O.C,E.
Victima. Cuando llegó el m o m e n t o . . . no
"Me Hamo Stanton Frelaine**, pude".
dijo, sabiendo que. de todos mo Frelaine sacudió la cabeza com?
tios, no hacia ai caso. padeciéndola.
"Janet". * "Pero aún estoy metida en es-
*'¿Janet q u é ? " to. Porque aunque no m a t é a
"Janet Patzig". nadie, ahora tengo que ser la
Víctima". *
"Encantado de conocería1", dijo
"¿Pero por qué no contrató al"
Frelaine con voz perfectamente
matura!. "¿Qué piensa hacer e s t i gunos oteadores?"
,4
noche, J a n e t ? " No pude m a t a r a nadie", dijo
ella. "Simplemente no podía. Ni
"Probablemente me maten esta siquiera tengo un arma".
noche", dijo ella calmosamente. "Es muy valiente", dijo Fre-
Frelaine la miró cuidadosamen- laine, "para animarse a salir asi
te. ¿Sabría ella quién era él? ¿Y sin protegerse". En el fondo de
sí ella le estaba apuntando con un su corazón estaba sorprendido por
revólver por debajo de la mesa? la estupidez de la muchacha.
Frelaine mantuvo su mano lis- •'¿Qué puedo hacer?", preguntó
ta sobre el botón del saco es- la muchacha con indiferencia.
pecial mientras preguntaba "¿Es "¿Es posible esconderse de
usted una Víctima Cazador? Al menos de uno ver-
"Lo adivinó"* respondió ella dadero. Y no tengo suficiente di-
4í
con sorna. Si yo fuese usted no &
nero como para desaparecer sin
me entrometería. No hay nece- deiar rastros".
sidad de que a uno io maten por "Pero, tratándose de su propia
error". defensa, supongo", comenzó a do-
13
cir Frelaine, pero se detuvo. barricadas. Un duelo sobre la
"No, y a estoy decididla. Toda cuerda floja.
está mal, quiero decir que toda La velada transcurrió plácida-
el sistema es equivocado. Cuando mente.
yo tenia mi Víctima a t i r o . . . Frelaine acompañó a la mu-
cuando vf que fácilmente podría.. chacha hasta su casa; las palma*
p o d r í a . . . " Se rehizo de inmedia- de sus manos estaban sudorosas.
to. "Olvidémoslo", dijo con un* J a m á s había hallado una m u j e r
sonrisa. que le agradase más. Y, sin em-
Frelaine encontró su sonrisa e n r bargo, era su Víctima legitima.
cantadora. No sabia qué hacer.
Después hablaron de otras co- Ella lo invitó a pasar y se sen-
sas. Frelaine le habló de su ne- taron sobre un sofá. La mucha-
gocio y ello le contó cosas de cha encendió un cigarrillo con un
• Nueva York. E r a una actriz i r a . gran encendedor y se arrellanó en
casada y tenía veintidós años. el sofá,
Cenaron juntos. Cuando acep- "¿Se va pronto?", le preguntó.
t ó la invitación de Frelaine para "Creo que sí", dijo Frelaine.
ir al Gladatorials (donde se re- "La convención termina mañana".
alizaban las justas) él se sintió Ella se quedó silenciosa un ins-
Absurdamente alborozado. Llamó t a n t e y luego dijo: "Lamentaré
«m taxi —parecía estar emplean- que se vaya".
á o su tiempo en Nueva York en -- Por un momento todo fue si-
¿axis— y le abrió la puerta. F r e . lencio. Luego, Janet se incorpo-
Saine la vio subir y vaciló. Po- ró para prepararle un copetín.
dría haberle metido un balazo Frelaine la miró. Había llegado
e n «se momento. Hubiese sido su- el momento. Llevó la mano hacia
c a m e n t e fácil. el botón.
f^ero se contuvo. Solamente
Pero, para él, el momento ha-
por ahora, se dijo.
bía pasado, irrevocablemente. No
Los '«Gladatorials" eran más o
. / • . i
i4
una Víctima. No viviré la sufi- "No e s t o y bromeando, mí
ciente como...** amor", le respondió ella.
"Nadie te m a t a r á . Yo soy el Una fracción de segundo fue
Cazador". suficiente para q u e Frelaine pen-
Por u n momento lo miró sor- sase cómo podía haber creído que
prendida, luego se rió incierta- la muchacha no era mucho mayor
mente . de veinte años. Mirándola aho-
•4'¿Me vas & m a t a r ? " , preguntó. ra, pero mirándola bien, sabia que
«4'No
1 seas ridicula"* dijo éL "Me no podía tener mucho menos de
t a s a r é contigo". treinta. Cada minuto de su agi-
De repente ella cayó en sus tada y tensa existencia se le re-
brazos. "Oh, Dios mío", exclamó. flejaba en el rostro.
"La e s p e r a . . . he tenido tanto míe. T e amo, Stanton", le dijo muy
do..." suavemente, todavía apuntándole
"Ya pasó todo", le dijo él. con el encendedor.
"Imagínate lo que tendremos pa- Frelaine sentía que le faltaba
r a contarles a nuestros hijos. Co- la respiración. Una parte de él
mo f u e que vine a asesinarte y le permitía darse cuenta de cuán
terminamos casándonos". maravillosa actriz era en reali-
Ella lo besó, luego volvió a dad. Ella no ignoraba nada, des -
Arrellanarse en el sofá y encendió de el comienzo.
otro cigarrillo.
Frelaine apretó el botón, el re-
"Vamos a hacer las valijas",
vólver apareció en su mano listo
dijo Frelaine. " Q u i e r o . . . " para vomitar plomo.
"Espera", le interrumpió J a n e t .
•"No me has preguntado si y© te El golpe que recibió en el pe-
amo. cho lo volteó encima de una mesi-
"¿Qué?" t a r a t o n a . Se le cayó el arma de
Ella seguSa sonriendo, le apun- la m a n o . Semilnconsciente, jadean,
taba con el encendedor. Tenia te, vio cómo ella se preparaba pa-
u n agujero negro, lo bastante r a darle el golpe degracia.
•grande como para una bala de "Ahora podré pertenecer ai
«alibre 38. Club de • los Diez", la oyó decir
"No hagas bromas", le dijo él con indiferencia mientras apre-
Incorporándose. taba el gatillo.
N1GEL KNEALE
Manta
Demencia
Muerte..
H
!
Estaba profundamente excava- Vio como la rana escuchaba.
do en un rincón del campo» aquel
%
. 27
mal y levanté a ambos al mismo • * •
to; y la luz se tornó más viva.
tiempo. %
Puso la r a n a sobre una bandeja,
—¡Ah, qué belleza! —dijo— avivó el fuego y, cuando volvió
i Qué lindo bicho eres! a sentir calor, se quitó la cha-
Sacó una aguja de remendar de queta .
la solapa de su chaqueta y con Se sentó cerca de la lámpara,
mucho cuidado mató al animal a bajo su luz, y sacó un afilado cu»
través de la boca, para que la chillo del cajón de la mesa. Con
piel no se dañara, y luego Se lo gran cuidado y paciencia comen*
2>uso en el bolsillo. zó a despellejar a la r a n a .
E r a la última r a n a del estan-
De cuando en cuando se quita,
que.
ba los anteojos y se restregaba los
Azotó el agua con el mango de
ojo», hzí tarea era fatigosa y
la red, y las hierbas se arremo-
también el calor de la lámpara
linaron y sacudieron: ahora no
se los hacia a r d e r . Hablaba en
había otro indicio de vida que
voz alta al animal muerto, mi-
las pequeñas moscas que revolo-
mándolo y rogándole cuando -en-
teaban sobre la superficie.
contraba difícil el trabajo. Pero
Se encaminó, con la red sobre
a su debido tiempo tuvo la piel
«I hombro, por el campo desier-
prolijamente separada, un mon-
to, temblando un poco, sintiendo
toncito de película resbaladiza y
que el calor habla desaparecido
desordenada. Dejó caer el cuer-
de su cuerpo durante la larga e s ,
po rígido y despellejado en una
pera. Sorteó un molinete, arro r
cacerola de agua hirviendo sobre
jando la red ante si para t e n e r
el fuego, y volvió a sentarse, can-
libres las manos. En el campo
turreando y sobrando la flexible
vecino, j u n t o a la ruta, estaba piel.
su cabaña.
—Lindo —dijo—. Vas a quedar
Caminó por entre la hierba con
tan bien.
dificultad, mientras el sol pro-
yectaba su larga sombra; palpó 'Había un frozo de jabón negro
el peso de la r a n a m u e r t a en e! en el cajón y lo sacó para refre-
bolsillo y se sintió contento. gar con él la piel, con el movi-
miento lento y m u y cuidadoso que
—¡Ah, qué belleza! —murmuró
revelaba la edad en su m a n o . La
nuevamente.
pequeña cosa moteada comenzó a
La cabaña era pequeña y seca, endurecerse con la operación de
y fea y m u y vieja. Las ventanas
r » • ^ ^ i # ^ c u r a . El viejo la dejó por fin y
daban escasa luz y tenían paneles se preparó un poco de té; de vez
de color azul oscuro y verde, que en cuando levantaba la tapa de
daban a las habitaciones la apa- la cacerola que hervía a fuego
riencia de hallarse bajo el m a r . lento, para asegurarse de que los
• i ' •
* 8
Tomando a sorbos su té, cruzó encogerse, la piel las habia ce-
la estrecha sala. Bastante lejos rrado.
del fuego se hallaba una mesa —I Ahora podéis cantar nueva-
alta, con su parte superior cu- mente y empinar vuestra copa!
bierta por un cuadrado de tela Sus ojos recorrieron la fiesta
oscura sostenida por un marco. inmóvil.
Se sentía un leve olor fétido. —¿Y ahora d ó n d e . . . ? ¡Ah!
—¿Cómo estáis, queriditos? — En el centro de la mesa, tre¿
dijo el viejo» de las criaturas estaban fijas en
Levantó la cubierta con temblo- la actitud de la danza.
roso celo. Debajo del sostén de El viejo les habló:
alambre se hallaban docenas de -—Pronto tendremos un compa-
ranas embalsamadas. ñero para esa señora. Será el
Todas hablan sido dispuestas en más guapo de todo el grupo, que
actitudes h u m a n a s ; vestidas con n d a . ¡Así que no te olvides d^
pequeñas chaquetas y pantalones sonreí ríe y mostrarte todo lo lin-
de montar, a la moda de un tiem. da que puedas!
po ya pasado. Habia señoras y Se apresuró en volver junto a'
caballeros, y lacayos inclinados en fuego y levantó la cacerola. Vol-
un ademán de cortesía. Una, con có el agua hirviendo en un balde
encaje en su garganta amarilla —Tienes un lindo cráneo, bien
y cerúlea, sostenia una copa de formadito —trabajó con el cuchi-
vino, de madera. A la seca pata llo—. Despacito, despacito.
delantera de su vecino se habia Lo colocó con admiración
cosido un diminuto monóculo, sin la mesa: e r a como una transpa-
lente y puesto frente a un ojo rente laminilla de marfil,
de botón negro. Un tercero tenia por uno, encontró los delicados
una pipa de juguete entre las huesecillos en la cacerola, sabien
mandíbulas, con una mecha de do cuál era cuál.
lana para el humo. La mismo la- —Ahora, duquesito. tenemos to-
na rústica; limpia y trabajada, dos los <que necesitamos —dijo
servía para las pelucas en minia- por fin—. Podemos convertirte en
t u r a de las damas, que llevaban u n cuadro, por cierto. El
largas faldas y sostenían abani- del baile. ¡Y un lindo objeto de
cos. i
celos para las encantadoras se-
El anciano contempló con or- ñoras! n • V p
i* k 1 *
' 3#
jo enhebró una aguja, acercándo- £ n ei armario encontró un fa-
la a la l á m p a r a . Del cajón de la rol ya preparado y lo encendió
mesa sacó entonces una embrolla, con u n a chispeante astilla. Se
da pelota de lana. Como un doc> colocó un abrigo y el sombrero.
tor que diese confianza a su pa- La noche e r a helada. Por últi-
ciente describiéndole su método, mo, *omó su red.
comenzó a hablar: Caminó con mucho cuidado. En
—Esta lana es tosca, lo sé, ami- u n principio, sus ojos no vieron
guito. Un pobre sustituto para nada, después de haber trabajado
rellenar esta piel tuya, podrías t a n cerca de la lámpara. Luego,
decir: lana de los setos, arranca- a medida que el croar le llegaba
da por las espinas del lomo de con mayor nitidez y se acostum.
las ovejas —arrancó de la lana braba él a la oscuridad, apresuró
mechones de la medida q u e ne. el paso.
cesitaba—. Pero encontrarás que Sorteó el molinete como antes,
te da una elasticidad tai que me arrojando primero la red del otro
quedarás agradecido por ello. lado. Esta vez, sin embargo, tuvo
Ahora, con mucho cuidado... que buscarlo en la oscuridad, atoi«
Con perfecta concentración tra- mentado por los ruidos que ve-
bajó con la a g u j a en la pie), nían del estanque. Cuando lo t u ,
uniéndola en torno de la lana vo de nuevo en las manos, comen,
con puntadas casi Imperceptibles. zó a avanzar cautelosamente.
—¿Un trozo de encaje en tu A casi veinte metros del estan-
mano izquierda, o mejor será un que se detuvo y escuchó.
impertinente? —con unas tije- No habia viento y el ruido lo
ritas recortó un fragmento de sorprendió. Cientos de ranas de-
piel—. Pero, espera. Esto es un bían de haber atravesado los
baile y será tu mano derecha la campos hasta llegar a ese sitio;
que guie a la dama. tal vez, desde otras aguas donde
Acomodó exactamente la pie! wrsrMo pelíero. qui-
en su sitio en torno del cráneo. gá, o sequía. Habia oido hablar
Se ocuparía más tarde de los hue. üt: esos casos.
eos vacíos de los ojos. Casi en puntas de pie se acercó
De pronto bajó su a g u j a . al estanque. No podía ver nada
Escuchó. todavía. No habla luna, y las
Confuso, dejó la piel rellena a m a t a s espinosas escondían la su.
medias, se dirigió hacia la puer- perficie del agua.
ta y la abrió. Estaba a unos pasos del están*
Ya estaba oscuro. Oyó el so- que cuando, sin previa adverten-
nido más claramente. Sabia que cia, los sonidos cesaron.
provenia del estanque- Un croar Volvió a sentirse helado. El si-
distante y áspero, como de una lencio e r a absoluto. Ni siquiera
gran cantidad de ranas. un chasquido o algún ruido apa-
1
Frunció el ceño. gado en el agua que le sugiriera
20
que una de esos cientos de ranas Inmediatamente retrocedió, brus-
se habia zambullido para buscar camente, con un alarido.
refugio entre las hierbas. E r a ex* Una b u r b u j a enorme, como un
traño. vómito de aire nauseabundo, par-
Se adelantó y oyó el restregar tió del estanque. Otra pasó a bor-
de sus botas contra el césped. botones junto a su cabeza. Des.
Levantó la red contra el pe- pués otra. Grandes trozos de hier-
cho, dispuesto a dar el golpe si bas fangosas fueron arrojadas por
vela moverse algo. Llegó hasta encima de las espinosas ramas.
to<
los arbustos espinosos y tampoco El estanque io pareció her-
oyó ningún sonido. Sin embargo, vir.
a juzgar por el barullo que ha- Ciegamente, se volvió para es-
bían hecho, deberían de estar sal» capar y se enredó entre los es
tando a docenas bajo sus pies. pinos. Se sintió agonizar. Un ba-
Aguzó la vista y repitió el ruido baboseo horrible ensordecía sus
gutural q u e había llamado a la oídos: El hedor superaba a sus
r a n a aquella tarde. El silencio sentidos. Sintió que algo le arran-
persistió. caba la red de la mano. Las hier.
Miró hacia abajo, hacia donde bas heladas le mojaron el rostro.
debía de estar el agua. La su- Los juncos lo azotaron.
perficie del estanque, sombreada Después se halló en medio de
por los arbustos, era demasiado una blandura inmensa, latiente,
oscura para distinguirla. Tirita- que se abría para recibirlo y re-
ba, pero esperó. tenerlo. Supo que estaba gritan-
Poco a poco se dio cuenta de do. Sabia que nadie podía oírlo.
la presencia de un olor. Una hora después había salido
Era completamente desagrada, el sol, y la lluvia se había con-
ble. Aparentemente provenía de vertido en una leve garúa.
ias hierbas, pero, mezclado con e! Un policía en bicicleta pasó len.
olor vegetal se hallaba otro, de tamente por el camino que corría
otra especie de putrefacción. Un junto a la cabaña, sacudiendo su
leve y cenagoso burbujeo lo capa con una mano, esperando
acompañaba. Debían de ser gases casi que el anciano apareciera,
que surgían del limo del fondo. para hacer algún comentario so-
No serviría de nada quedarse en bre el tiempo. Entonces apareció
ese lugar y arriesgar la salud. la lámpara, brillando todavía dé-
Se inclinó, estupefacto todavía bilmente en la cocina, y bajó de
por la desaparición de las ranas, la bicicleta. Encontró la puerta
y miró intensamente, una vez abierta, y se preguntó si no ha-
más, la oscura superficie. Dispu- bría ocurrido algo malo.
so la red para el golpe y ensayó Llamó al viejo. Vio el extraño
el llamado gutural por última trabajo, qu© yacía sobre la mesa,
vez. como si lo hubiesen abandonado
21
repentinamente, y la cama sin r a m a s espinosas le quitaran el
deshacer. casco—. Esto no está bien, sabe.
D u r a n t e media hora el policía Puede meterse en dificultades...
buscó en las cercanías de la ca- Vio el fango verdoso en la bar.
bafta, repitiendo a gritos y a in- ba del viejo, y los ojos abierto#
tervalos el nombre del viejo, an- de par en par. Un escalofrío le
tes de acordarse del estanque. Se recorrió la espalda. Con un des-
dirigió hacia el molinete. agrado poco profesional, estiró
Al pasarlo, frunció el ceño y una m a n o y tomó al anciano por
Comenzó a apurarse. L o que vio la parte superior del brazo. Esta-
lo dejó confuso. ba helado. El policía tembló y lo
Sobre la orilla del estanque se movió suavemente.
hallaba en cuclillas una figura Entonces lanzó un gemido y se
desnuda. a p a r t ó corriendo del estanque.
El policía se aproximó más. Vio Porque el brazo se había sepa,
que era el viejo; los brazos esta- rado en el hombro: juncos, plan-
ban rectos, las manos descansa, tas acuáticas y fango salieron de
ban entre los pies. No se movió la articulación rota.
cuando el p o l i c í a se acercó. Cuando el viejo cayó hacia
—¡Eh, usted! —dijo el policía atrás, diminutas puntadas verdes
Se inclinó para evitar que la9 brillaban a través de su vientre.
BISTURI DE AIRE
Un finísimo chorra de aire, lanzada a velocidad fantástica, es ta
base del "aerótomo", un nuevo instrumento de cirugía creado por el
doctor Robert Hall, de , ittsburg. El chorro de aire permite cortar hue
sos y cartílagos con la misma facilidad con que un cuchillo común
corta tía manteca; cirujanos que lo han usado declaran que el "aer*>-
lomo" reduce en un 80% el tiempo necesario para una amputación.
Tan neto y preciso es el corte del aerótomo que el doctor Hall puede
CORTAR su nombre en la cáscara de un huevo sin dañar en lo más
mínimo la membrana pegada a ella.
22
i
DAVID G R I N N E L L
No puedo decir si soy la vícti- deambulado por el alto vestíbulo
ma de un truco muy ingenioso de donde un pequeño número de per
parte de algunos de mi amigos sanas, sin duda encargados de im
más locos, o si sólo soy alguien portantes asuntos, iban y venían.
que se halla accidentalmente me ¡Un guardia, sentado cerca de
tido en ciertos asuntos de secreto ios ascensores, hizo como si fuese
absoluto. Pero sucedió, y m e su- a dirigirse hacia mí para saber
cedió personalmente a mí, mien- quién era yo y qué diablos que-
tras visitaba recientemente a ría. cuando uno de los ascensores
Washington, sólo para ver algo, bajó y un grupo de hombres salió
saben, mirar el Capitolio y los apresuradamente de él. Eran, dos
otros enormes edificios blancos. hombres, evidentemente escoltas
E r a verano, bastante caluroso, del Departamento de Estado, ele-
el Congreso no sesionaba, y no so- gantemente vestidos con t r a j e s
b a d a mucho en otros terrenos, cruzados grises, con otros tr^r
porque la mayor parte de la gen que marchaban con ellos. Estos
te estaba de vacaciones. Ese d*a tres me llamaron la atención por.
me proponía hacer una visita al que me parecieron algo raros:
1 Departamento de Estado, sin sa vestían largas capas negras, gran-
oer que no podía, porque no ha- des sombreros gachos de anchas
bía nada publico para ver, a me- alas, echados sobre los rostros, y
nos que fuese el imponente y más llevaban portafolios. P a r a cua'
Oien marcial vestíbulo (me dicen quiera, tenían la apariencia de
que antes fue el edificio del De- los espías de capa y espada que
partamento de Guerra), Esto no se representan en las historietas.
lo descubrí, hasta ¡que hube subi- Supuse que serían algo así como
;
do. muy alegre, ios escalones de diplomáticos extranjeros y, al d
mármol hasta ia entrada, pasado rigirse directamente hacia donde
las grandes puertas de bronce y vo estaba, me mantuve en el lu-
13
5r'
fcar, decidido a ver quiénes eran. bello rojizo, cortado muy corto
Ei piso era de mármol. Regia- y muy crespo. No, no es eso, en
mente pulido. Uno de los hom- absoluto, todo podría haber sido
bres que se aproximaban a mi una mala percepción momentánea
pareció de repente perder el equi- de mi p a r t e . Es la moneda que
librio. Resbaló, su pie salió brus- recogí del piso, donde habia caído
camente de debajo de él y el su portafolios.
hombre, cayó. Su portafolio se He ¡buscado en todo catálogo de
deslizó en linea recta hasta mis estampillas y monedas que pude
pies. encontrar o pedir prestado, y
preguntado a una docena de pro*
Como yo era quien estaba más
fesores de idiomas y nadie puede
cerca, levanté el portafolio y fui
identificar esa moneda o las le'
el primero en ayudarlo a incor-
t r a s que acompañan su circunfe-
porarse. Tomándolo del brazo, lo
rencia.
levanté del pia> —parecía ser
Es más o menos del tamaño de
extraordinariamente débil en las
una moneda de veinticinco cénti-
piernas. Sent! casi que se iba a
mos, plateada, muy liviana pero
desplomar de nuevo. Sus compa-
también muy dura. Además dp
ñeros pe-manecieron más bien
las letras, que ni siquiera el Ins-
«turdidc# como indefensos, con
tituto de Lingüistica, que conoce
sus rostros curioc-**nente impá-
mil lenguas y dialectos, puede des-
vidos. Y aunque el hombre al que
cifrar, hay un dibujo de un lado
ayudé, debía de haber recibido un
y un símbolo en el otro.
buen porrazo, su cara no alteró
El dibujo es el rostro dé un
•u expresión.
hombre, pero de un hombre con
Justo entonces los dos hombres rasgos curiosamente lobunos: agu.
del Departamento de Estado reco- dos caninos separados en lo que
braron su propia serenidad, se podria ser una sonrisa; una nariv
apresuraron e interponiéndose en. aplastada, ancha y algo promi-
tre mi y el hombre al que había nente, más parecida al .hocico de
auxiliado, me apartaron brusca- un perro; ojos penetrantes, muy
mente y condujeron rápidamente separados, de zorro; y, sin duda
•1 grupo hacia la p u e r t a . alguna, orejas peludas y puntia-
Ahora bien, lo que me preocupa gudas.
no es la impresión que recibí de El simbolo de la otra cara es
que el brazo de aquel hombre fue- un círculo, con líneas de latitud
se curiosamente esponjoso, como y longitud. Flanqueándolo, uno de
$i llevase un abrigo de piel debajo cada lado, hay dos lunas en cuarto
de la capa (¡y eso en el verano creciente.
de Wáshington!), ni tampoco la Me gustarla saber hasta dónde
certeza de que llevaba una más han llegado esos experimentos
cara (recuerdo perfectamente ha. con cohetes que hacen en Cabo
ber visto el elástico entre el ca.
• ^
Kennedy.
24
I
SER
¿STROIT
liA?
Las condiciones "promedio"
para sentarse en una cápsula es-
pacial parecen ser: 35 años, 80
kilos, no más de 1,80 metro,
ojos claros, cabello castaño, y
cortado casi al rape.
25
Así es el promedio de los 28 Esto, como dijimos, es el pro-
astronautas que actualmente medio. Yendo al detalle, 5 de
adiestra la NASA. los 28 astronautas son civiles
Cualquiera, al ver estos datos, aunque todos hicieron como pi-
pensará que también él puede lotos el servicio militar. Más de
emular a los Clenn y los Divitt. an cuarto de los astronautas vo-
•a * i" ** * ' * *
"PEGASO"
THEODORE STURGEON
28
-
t
día. El hombre se encolerizó, pe-
—•Eso es absurdo. ro ella no le devolvió el cheque.
—-Pues ahí lo tiene. Cuando se lé ocurrió d a r orden
—Sí, lo tengo, p e r o . . . de que fió lo pagaran, ya el che.
?. 2 8
que había sido acreditado. Y él papel escribió la lista de sus obli
siguió viviendo su vida. gaciones e ideó un plan con el fin
La suma pagada a la señora de resolver los problemas. Era
Hallowell desequilibró bástanle un plan que estaba dentro de sus
sus finanzas, pero d u r a n t e un pe- posibilidades y que implicaba el
ríodo sorprendentemente prolon- incumplimiento de sus obligacio-
gado pudo sobrellevar la situa- nes d u r a n t e mucho, mucho tiem-
ción. De todos modos, nada hizo po, hasta que nuevamente pudie
para restablecer la solvencia de ra considerarse pura y simplemen-
su cuenta, e inevitablemente lle- te arruinado. La primera persona
gó el momento en que tuvo que en quien ensayó .el plan fue el
a f r o n t a r a sus acreedores o deci- administrador del hospital, y con
dirse por el suicidio. De modo nue inmensa sorpresa de parte de Fo-
consiguió una cuerda, le hizo un wler, la cosa dio resultado; en re.
nudo y se !o puso a] cuello. Ató el sumen, nadie pensaba en hacerle
otro extremo al barrote del ra- juicio para que pagara la cuen-
diador y se arrojó por la ventana. ta. y ei hosiptal estaba dispuesto
Era un hombre corpulento, pero a esperar hasta que todo se arre-
la soga resistió perfectamente. glara. Hasta ese momento nadie
Sin embargo, se rompió el b a r r o t e le había dado siquiera una opor-
del radiador y Maxwell cayó des tunidad parecida; pero por otra
de una altura de seis pisos. Dio parte, nunca había encarado asi
contra el toldo de una tienda, lo ningún problema.
atravesó y cayó pesadamente a .Salió del hospital y comenzó su
!a vereda. A los pocos instantes nueva vida.
se había reunido una considerable
multitud para escuchar los ruidos La señora Hallowell pasó un
que hacía a causa de todo lo que mal momento respecto de Fow-
se había roto. ler. Cierta noche despertó, y es-
taba pensando en él.
Fowler consagró cierto tiempo
a la reparación de su cuerpo, y --Oh, es terrible —dijo—. Co-
al mismo tiempo aprovechó Ja metí un error.
oportunidad para reflexionar cu!, A la mañana siguiente telefo-
dadosamente. Sus pensamientos neó, pero Fowler no estaba. La
no resultaron reconfortantes, pues señora Haííowell telefoneó una v
eran honestos, y no le importaba otra vez. hasta que al fin encon-
cuáles serían las posibles conclu. tró alguien ¡que le pudo informar.
siones, de modo que en definitiva El inquilino del departamento ve-
trazó un retrato de sí mismo que cino al de Fowler había cometido
nadie hubiera podido admirar y un error con el calefactor de gas;
tuvo una visión de su propio yo y como tenía un f u e r t e resfrío,
que nadie habría deseado como encendió un fósforo y voló una
compañera de lecho. De todos sección entera del edificio. Fow-
modos, superó el trance, y en un ler había sido recogido de entre
• i *
3a mas* de escombros, sangrando ejercía sobre lineas muy genera-
profusamente. £ l informante di- les. De modo que un error podia
jo: cubrir mucho terreno. Gradual-
—¿ Puedo transmitirle algún mente, Fowler cobró conciencia
mensaje ? del error. Pero le llevó aproxima*
• •
APAGANDO EL ¡BUMI
1
¿ #
3 3
hasta los fondillos de sus volumú elevación que se alzaba frente a
nosos "shorts" color caqui. éí, corriendo en dirección al ' m a t
Mientras ponía el pie en la eos» con muy escasa consideración por
ta se le ocurrió que aquel solita- la integridad física,
rio paisaje arenoso, las áridas on- • # •
dulaciones y los sombríos riscos A la cabeza, un joven morena
color ocre, el silencio del océano de suelto turbante verde y panta-
alrededor, interrumpido por los lones blancos de brin parecía per-
gritos quejosos de las golondrinas der terreno ante la figura que lo
que estaban muy necesitadas de perseguía, y que, a pesar de que
un buen lavado, no eran exacta, estaba cubierta de la cabeza a
m e n t e la imagen de un paraíso los pies en ese informe atuendo
tropical. nativo del resto, por algunas suti-
Y no contribuía a aliviar su es- les conformaciones podía ser iden-
tado de ánimo el hecho de que tificada como una hembra.
sobre los mismos riscos áridos va- Ambos se detuvieron brusca-
rios grupos de figuras silenciosas, mente al avistar al coronel Glinka
tocadas con albornoces, lo con- en el camino; la hembra se retiró
«*•
34
H pecho—. ¿Hadji Abdul Hakkim pues m e crié en los yacimiento!»
be» Zalazar? Soy baudteta, y ade- petrolíferos.
más un hadji. Oiga» Joe, ¿tiene —¿Y quién t e educó? ¿Un cria,
un cigarrillo norteamericano? dor de camellos?
—Algo mucho mejor q u e eso —La Socony Vacuum —afirmó
—declaró el coronel Glinka, al Abdul.
mismo tiempo que extraía una ci- Subieron por la ladera de la
garrera de oro muy trabajada—. colina. Simultáneamente medie
Muchacho, prueba uno de éstos. docena de miembros del grupo de
Abdul Hakkim ben Salazar to- encapuchados comenzó a seguir <
mó dos, y los olfateó suspicaz- los. Cuando el coronel Glinka se
mente. * detuvo y miró hacia atrás, t a m
—Son muy oscuros —dijo. bién ellos se detuvieron. Y cuan,
Con actitud menos critica el co- do continuó su camino, ellos hi-
ronel Glinka encendió uno para cieron lo propio.
d. —¿No tienen adónde i r ? —se
—¿Sabes? —dijo—, tenia la es- quejó Glinka—. ¿No tienen nada
peranza de que pudieras llevarme qué hacer?
a la casa de un viejo amigo mió. —Son un pueblo muy atrasado
<—¿Cómo se llama? que vive al aire libre —explicó
—Ignoro bajo qué nombre vive Abdul—. No t r a b a j a n .
aquí, pero es un tipo pequefto y —¿Y cómo viven estos Infeli-
encorvado, de espesa barba ne- ces? Supongo que de la caridad
g r a . . . o por lo menos antes la de Wall Street.
tenia. Sé que está e n algún lu- • •
—Oh, no, cuando no tieneh qué
•v . *
35
%
36
nos a la cabeza del mundo en ge. ño de goma, y bañó las plantas
netica, así como ahora somos los con una suave lluvia esmeralda.
primeros en tísica. He leiuo todos —Es verdad
1 —dijo finalmente--
• B •
sus libros sobre el fascinante te-
* } *
—¡Sé que está por aquí! —gri- generados que suben SE las colinas
tó el corone! Giinka—. ¡Le ase- para mirarnos, y por qué tiene*
guro que lo encontraré, camara- que alimentarlos? Sé que no fue-
da, y entonces, la cosa nn ***** ron creados por usted, pero quizá
muy agradable para usted! ¡Oh. se les paga para que desempeñen
no, ciertamente no le gustará lo la función de conejillos de Indias.
que le haré! Quizá están todos pagados por los
Tenia los ojos rolos y llorosos británicos. ¿ Tengo razón ?
Se los enjugó con el pañuelo per- Prestó atención, pero no hubo
fumado de lavanda, y apoyado en respuesta.
las manos y las rodillas comenzó Después de completar el exa-
a desplazarse entre las filas de men del invernadero, entró en !a
*{ t
villa y la revisó cuidadosamente, los que el sol aún derramaba es¿>
como se le había enseñado a ha- brillo sanguinario visible solamen-
cer, y miró el interior de cada te en esas latitudes, mientras ei
uno de los muebles y bajo las ca- crepúsculo se extendía rápidamen-
JOASS» te desde los cañones que se orien-
Cuando terminó su inspección, taban hacia el mar.
salió por la puerta del frente y la —Ajá —murmuró el coronel
cerró, dejando entre la hoja y el Giinka—. Por ese lado se fue,
marco una fina cuña que preparó creyendo escapar de mí. Pero tú...
con la mitad de un lápiz. —agitó el bastón en dirección a
En el jardín había muchos es* Abdul, que ya estaba meneando
condrijos, pero el coronel Giinka negativamente la cabeza— me lle-
los revisó uno por uno, y de varás a él. Conoces sus hábitos,
tanto en tanto edhaba una ojeada y además sin duda estás familia,
hacia atrás para asegurarse de rizado con todos los escondrijos
que Stefanik no lo seguía alrede- de esta isla, ya que te gusta tan.
dor de la casa, en una suerte de to que las mujeres te persigan.
danza fantástica. —Ya oscureció demasiado, ef-
—Sé que usted se encuentra por íendi —dijo Abdul—. Si salimos
aquí, camarada —dijo. ahora, no solo nos perseguirán, si-
Poco después se hallaba nue- no que nos cazarán, pues saben
vamente en el punto de partida, ver bien en la oscuridad.
transpirando profusamente, y se —¿Quiénes nos cazarán?
disponía a repetir todo el circuito —(Esa gente. Son peores que
cuando advirtió que algo se movía los tuaregs. Por lo que sé, des.
bajo los pachulíes, cerca del por- cienden de los tauregs, y todos sa-
tón. Apuntó el bastón de malaca ben que un tuareg es tan cap:**
y oprimió parte del mango con el de besar el orillo del albornoz de
pulgar. Una bala silbó a poca un hombre como cortarle la gar-
distancia del portón metálico. ganta.
—¡Quieto allí, amigo mío! — —De modo que ahora son tua-
ordenó. regs -rcomentó el coronel Giin-
Abdul Hakkim ben Salazar se ka con una sonrisa lenta y fe-
Incorporó lentamente entre los roz—. Sin embargo, antes hablas
arbustos, con las manos en alto. sugerido que eran frutos del ge-
—Me atrapó, Joe —dijo. nio del camarada Stefanik^ hijos
• » • de la ciencia genética, con el se-
El portón estaba abierto, de mo- llo "Fabricado en las islas Sey-
do que la via de escape de Stefa- chelles" estampado en el trasero^
nik resultaba dolorosamente ob- Quizás crecieron en el invernade-
via*, ro de la semilla de un tuareg.
£1 coronel Giinka observó re* Abdul esbozó una mueca.
flexüvamente Jjbfe riscos que se —No recuerdo haber dicho tal
oscurecían progresivamente, sobre cosa, aunque a veces digo cosa«v
;
39
que luego se me borran de la me- un grito de guerra de Abdu] Hak«
moria. Bueno, quizá no son tua- kim ben Saiazar, Pero no había
regs. A decir verdad, ya vivían respuesta.
akjuí cuando yo vine a trabaja* —Lo atraparemos — dijo el
para el sidi, doctor Stephens, y coronel Glinka—. Oh, por cierto
por eso me pareció que él los ha- que sí.
bla fabricado, pues antes esta is- Pero pasó una hora y aún no
la se hallaba deshabitada. A lo habían encontrado un alma en el
sumo, habla algunos pájaros ma- sendero.
rinos y unas pocas cabras salvajes. Finalmente, Abdul se detuvo
El coronel Glinka se golpeó la bruscamente. Se hallaban en un
frente con la mano. pequeño y estrecho cañadón, a
—¡Basta, basta o enloqueceré: bastante altura sobre el mar, ro-
Abdul Hakkim se sentó obe- deados de altos riscos, y desde la
dientemente, cruzó las piernas, y costa lejana llegaba claramente
/
U
pasto para recuperar aliento. En mi condición de idealista, qui-
En la oscuridad se encendió un zá les di zapatos e ilustración,
alegre resplandor. De e n t r e las pero no les he dado esto, y por lo
sombras emergió la liviana y gro- tanto no son del todo míos. La
tesca figura del doctor Stefanik gente como Giinka a f i r m a toda-
y de su pica. vía su fe en el común denomina
—;Ah! —jadeó Abdul—. ¿Dón- dor y en la igualdad general, y
de estaba, sidi, cuando yo andaba ¡quiere a r r a n c a r de sus palacios a
a f u e r a , exponiendo la vida por unos pocos y elevar a las masa.-,
usted ? del cieno. Tú que eras un hadii
—e indudablemente infestado de
—Oculto en e] más alto de los
•gusanos—, ¿crees en la igualdad
canelos, como un mono —dijo el
doctor Stefanik. de los h o m b r e s . . . u honestamen
Desde los riscos vecinos llegó te la deseas?
un alarido agudo y prolongado. —¿Que todos .seamos effendis?
—Lo a t r a p a r o n —dijo Abdul. --—Algo por el estilo.
Abdul Hakkim ben Salazar re-
—Y ahora supongo que lo des-
flexionó un momento, con el ce-
plumarán —dijo el doctor Stefa-
ño fruncido.
nik—. A propósito, en ellos hay
—No, sidi —dijo finalmente—.
algo que nunca entendí del todo.
pues en ese caso no habría quien
Esa insaciable curiosidad es algo
nos a j u s t a r a los tornillos.
que pasará; pero este otro im-
La hembra interrumpió la c a r r e
pulso, esa pasión más bien alar
ra v se arrodilló en el sendero.
m a n t e que han demostrado por
—¿Qué está haciendo? —pre-
la propagación de la especie quizá
guntó el doctor Stefanik.
constituye un elemento universal
—Está quitándose los zapatos,
de la vida que nadie puede tocar
para correr más velozmente que
o alterar.
yo. " . . . Y el ganado con los de su
Por ei sendero que descendía especie, y todo lo que se mueve
del risco apareció corriendo una sobre la tierra con sus r^snect 5
-1Ü
1
XA ES HISTORIA^EJpJ
NIS 4, HISTERIA RICA E?
©
í Mf
I
II
I
'
44
- • •
i
£1 traje espacial usado por los astronautas es un prodigio de la
técnica: la "tela" consta de 22 capas, y sirve de armadura antimeteo-
rito (en Jos ensayos resistió impactos de ^proyectiles plásticos lanzado*
a más de 8.000 metros por segundo). También sirve como aislante
térmico (protege contra las temperaturas más extremas) . Y es una
cámara de presión perfecta (gracias a él White no estalló como una
bomba cuando salió al espacio) . No es muy caro: si usted quiere
uno se lo hacen a la medida por apenas 30.000 dólares, unos 5 mi
llones y pico de los pesos nuestros, al cambio oficial. Ignoramos
sí hay facilidades.
'VvSS' • $ £
áíBS &
. •;*" t' &•'ta*'
. - : l
' «
• .
mwm^
^ftgs^agi.
•
i
Comieron carne y fruta, pero hechas puré con agua, en bolsitas
íic plástico; no fue un menú particularmente tentador. Eso sí, Divitt,
que es católico, pudo comer puré de pescado el viernes.
48
Los retrocohetes funcionaron durante 2 minutos 41, un segun-
do más de lo calculado. Este segundo de más apartó la cápsula 60
km. del blanco previsto^
mV
f
50
Son grandes las diferencias entre el .paseo espacial de Leonov,
el ruso, y el paseo de White: el ruso estuvo sólo diez minutos fuer.*
de la cápsula, y su traje espacial no le .permitió más movimiento*
que algún salto mortal (todavía se ignora si la pirueta fue volun-
taria o no: Leonov terminó mareado su paseo). White, en cambio,
como ya hemos visto, pudo divertirse a sus anchas durante los veinte
minutos de su excursión: los controles debieron ponerse serios para
•hacerle obedecer la orden de reingresar a la cápsula.
iiwy/ '
•- .
-s.\>
m v
r
.f ív
É \
S8&ií.
vv.'vVyK
xís-.:
l&ti
Vfl
*8 /•
1
I
!
Para los astronautas el vuelo de) Céminis 4 £ue un salto para
arriba en más de un sentido: el presidente Johnson en persona los
ascendió a teniente coroneles.
56
zados para preservar esta momia ñuto surge la vida. El plano del
revelan que poseían un somero principio y del fin, de la vida...
conocimiento de química. Las ta- y de la ausencia de vida; en esa
llas del sarcófago d e m u e l a n oscura región la materia oscila
que se trataba de una cultura fácilmente entre antiguos y nue-
tosc% carente de conocimientos vos hábitos. El hábito de lo or-
mecánicos. En una civilisáación de gánico y el hábito de lo inorgáni
ese tipo no podía existir mayor co. 'Los mecanismos de selección
desarrollo de las potencialidades carecen de valores vitales y no
del sistema nervioso. Nuestros ex- vitales. Los átomos nada saben de
pertos lingüistas han analizado el lo inanimado. Pero cuando los
mecanismo de grabación de voces» átomos forman moléculas» hay en
que forma parte de cada ejem- el proceso un paso, un pequeñísi-
plar, y aunque los lenguajes re- mo paso, el de la v i d a . s i es
producidos son muchos —prueba que comienza a existir la vida.
de que se ha reproducido el an- Un paso, y luego la oscuridad. O
tiguo lenguaje hablado en el mo- el movimiento,
mentó en que el cuerpo está vi- Una piedra o una célula viva.
vo—, no tuvieron dificultad en in- Un grano de oro o una hoja de
terpretar el sentido de las frases. tüerba, las arenas del mar o los
Ahora ya 'han ¡adaptado nuestra anlmalitos igualmente numerosos
mJfouiina de lenguaje universal, de que pueblan las aguas infinitas
modo que quien desee hablar só- pobladas de p e c e s . . . La diferen*
lo necesita acercarse a este comu- cía está en la zona intermedia de
nicados y sus palabras serán tra- la materia. Cada célula viva
ducidas al idiomia de la persona Jleva consigo toda la forma. Cuan-
revivida. Por supuesto, el meca- do al cangrejo le arrancan una
nismo funcionará también a la pata, le crece otra nueva. Ambo#
inversa. Ah, veo que y a estamos extremos del gusano planaria se
listos para el primer cuerpo. alargan, y pronto hay dos gusa-
Enash observó atentamente, at nos, dos Identidades, dos sistemas • , •
5t
«1 control de la situación y ase- sar de todo mantenía un aire re-
gurar sii propia salvación. Tran- flexivo.
quilícese. N o realice movimientos —No necesito seguir —dijo al
sospechosos, y todo marchará per- fin—. Quizá ustedes puedan jua-
ledamente. gar mejor que yo cuánto tiempo
La expresión del rostro del hom- transcurrió desde que nací y se
bre no demostró* si creía o no la construyeron estas máquinas. Allí
mentira. Tampoco demostró con veo un instrumento que, de acuer*-
una mirada o un movimiento que do con la placa que lleva enci-
hubiera visto el suelo chamus- ma, cuenta átomos cuando explo-
cado donde el revólver de rayos tan. Una vez que ha explotado
acababa de destruir a sus dos el número requerido, se interrum-
predecesores. Avanzó con aire de pe el paso de energía durante el
curiosidad hacia la puerta más tiempo indispensable para impe-
cercana, estudió al guardia que dir una explosión en cadena. En
allí lo esperaba, y luego pasó an- mi tiempo habia un millar de
siosamente al otro salón. Lo si* toscos artefactos para limitar las
guió el primer guardia, luego proporciones de una reacción nu-
avanzó la pantalla de energía mó- clear, pero desde los comienzo»
vil, y finalmente, uno tras otro, de la energía atómica se necesi-
jasaron los consejeros. taron dos mil altas para desarro,
Enash fue el tercero en cruzar llar esos artefactos. ¿Ustedes po-
el umbral En el salón habia es- drían realizar una comparación?
queletos y modelos plásticos de Los consejeros miraron a Veed.
animales. El recinto que se abría El oficial ingeniero vacilaba. Fi-
a continuación era lo que, & fal- nalmente habló, aunlque lo hizo
ta de nombre mejor, Enash de- de mala gana.
nominó salón cultural. Contenía —¡Hace nueve mil años tenía-
los artefactos de un sólo período mos un millar de métodos para
de la civilización^ Parecía muy limitar las explosiones atómicas.
avanzado. Había examinado algu- —hizo una pausa y continuó más
nas de las máquinas cuando pasó lentamente—: Nunca conocí un
É •
W
abatidos simultáneamente, ardien- Yoal al oído de Eftash, cuando se
do con llamas azules. Las lla- hubo extinguido el estruendo de
mas lamieron la pantalla, retroce- la explosión.
dieron y luego atacaron más fu- El pálido sol amarillo se alzó
riosamente. En medio de una cor- sobre el horizonte tres dias des-
tina de fuego, Enash vio que el pués del lanzamiento de la bom-
hombre se había retirado hacia ba, y ocho después del desembar-
la puerta más distante, mientras co. Enash flotaba con el resto del
la máquina contadora de átomos grupo sobre otra ciudad. Ahora
resplandecía con intensa lumino- se oponía a que se practicaran
sidad azul. nuevas resurrecciones.
El capitán Gorsid comenzó a —En mi condición de meteoró-
impartir órdenes por el comunica, logo —dijo— afirmo que este pla-
dor. neta está en condiciones de reci-
—Guarden todas las salidas con bir la colonización de Ganae. No
revólveres de rayos, i Alerta las veo la necesidad de afrontar nue-
naves espaciales para descargar vos riesgos. Esta raza descubrió
los cañones pesados sobre el ex- los secretos de su propio sistema
tranjero ! nervioso, y no podemos admitir
—Control mental —comentó al- que...
guien—. Cierto tipo de control Fue interrumpido por Mamar,
m e n t a l . . . ¿En qué nos hemos el biólogo:
metido ? —Si tanto sabían —preguntó
El grupo comenzó a retirarse. secamente-—, ¿por qué no emigra-
La llama azul estaba en el cielo, ron a otros sistemas y se sal-
rraso y pugnaba por atravesar la varon?
pantalla. Enash dirigió una últi- —Admito —replicó Enash— que
ma miradá a la máquina. Segura- quizá no habían descubierto nues-
mente todavía estaba contando tro sistema para localizar estre-
átomos, pues fulguraba con un llas dentro de las Camillas planea
azul infernal. Enash corrió con tarias.—-Paseó la vista por el circu-
los demás hasta el salón donde
• •
lo de sus amigos—. Pero conven-
habían resucitado al hombre. AUÍ gamos en que el nuestro fue un
otra pantalla de energía acudió hallazgo accidental. Fuimos afor-
en auxilio del grupo. Ahora esta- tunados, no inteligentes.
ban a salvo, de modo que se me- Advirtió por las expresiones de
tieron en las burbujas individua- sus colegas que éstos estaban re-
les, salieron del museo y aseen» futando mentalmente sus argu-
dieron .a las naves. Cuando ia gran mentos. Experimentó la sensación
nave comenzó a desplazarse, de de su propia impotencia frente a
su vientre brotó una bomba ató- una inminente catástrofe. Pue*
mica. El hongo Igneo destruyó to- entreveía la imagen de una gran
talmente el museo y la ciudad. raza frente a la muerte. Sin du-
—Pero aún ignoramos por quA da la cosa había ocurrido rápi-
desapareció esa raza —murmuró damente, pero no tanto como ¡m-
ra que no supieran lo que les es- que hemos adoptado, debamos te-
peraba. Había demasiados esque- mer a un hombre?
letos al aire libre, en los Jardines Enash guardó silencio, sintién-
de magníficos palacios, como si dose en una postura incómoda.
cada hombre y su esposa hubie- El descubrimiento de que había
ran salido a esperar el fin de la alimentado una obsesión emotiva
especie. Trató de explicar su<* lo abatió. No quería parecer poco
pensamientos al consejo» lo que razonable. Formuló una protesta
había sido ese momento, mucho final.
tiempo antes, en que una raza —Sólo quiero señalar —dijo obs-
afrontó con calma su propio fin, tinadamente— que este deseo de
Pero su descripción fracasó, por- descubrir qué le ocurrió a una ra-
que los otros se movían impacien- „ za muerta no me parece Algo ab-
tes en los asientos dispuestos de- solutamente indispensable.
trás de una serie de pantallas de El capitán Gorsid se volvió ha-
energía. _ cia el biólogo^
—Veamos un poco —dijo el ca- —Adelante —dijo— con las re-
pitán Gorsid—, ¿a qué se debe, surrecciones. —Y volviéndose a
exactamente, esa intensa reacción Enash, agregó: —¿Nos atrevería-
emocional, Enash? mos a regresar a Ganae y a re-
comendar las migraciones en ma-
La pregunta sorprendió a este
3a... para reconocer luego que
último. En realidad, no habia pen-
no completamos nuestras investi-
sado que se tratara de una reac-
gaciones? ¡Imposible, amigo mío!
ción emocional. Ni siquiera habia
Era el viejo argumento y, aun-
comprendido la naturaleza de su
que de mala gana» Enash recono-
obsesión, tan sutilmente se habia
ció . que tenía cierta validez. Al
insinuado en él. De pronto, advir-
.. fin dejó de lado el problema, por-
tió de qué se trataba.
que el cuarto hombre estaba mo-
—Fue el tercero —dijo pausa- viéndose.
damente—. Lo vi a través de la El hombre se incorporó. Y des-
cortina de fuego, de pie en el um- apareció.
bral distante, contemplándonos Hubo un silencio total y horro,
con curiosidad antes que echára- rizado. D e pronto se oyó la voz
mos a correr. Su bravura, su se- seca del capitán Gorsid.
renidad, la habilidad con que nos —No puede salir de aquí, eso
e n g a ñ ó . . . ¡todo se sumó! es seguro. Debe estar en alguna
—>¡Y dio como resultado final parte.
su muerte! —dijo Hamar, y todos Alrededor de Enash los gana-
echaron a reír. enses abandonaron sus asientos y
—Vamos, Enash —dijo bonda- examinaron el receptáculo de
dosamente el vicecapitán Mayad energía. Los guardias permane-
—, ¿no pretenderá que esta raza cían en sus sitios, con los revól-
es m á s valerosa que la nuestra» veres de rayos. Por el rabillo de!
o que, con todas las precauciones ojo vio que uno de los técnicos
62
de las pantallas protectoras lla- das las razas destruidas por los
m a b a a Veed, el cual acudió al ganaenses, la implacable volun-
instante. Regresó con expresión tad que los habla animado, cuan-
sombría. do descendieron de aniquilar to •
—M)e informan que las agujas do lo que encontraran. El oscuro
saltaron diez puntos cuando el abismo de inexpresaao odio y te-
hombre desapareció. Eso significa rror q u e se abría tras ellos; los
que está en el nivel nucleónico. dias sin fin en que implacable-
—¡Por la antigua Ganae! — m e n t e volcaron torrentes de ra-
m u r m u r ó Shuri—. Hemos trope- diaciones venenosas sobre los des-
zado con lo que siempre temíamos. prevenidos habitantes de pacífi-
Entretanto, Gorsid gritaba por cos p l a n e t a s . . . , todo eso estaba
el comunicador. en las palabras de Mayad.
- -Destruyan todos los localizado- —De todos modos, me niego c» -
res de la nave. • Destruyanlos, creer que haya huido. —Era la
¿me oyen? voz del capitán Gorsid—. Esta
Se volvió con los ojos cente- aquí. Espera que bajemos las pan.
lleantes. tallas protectoras para huir. Pues
-Shuri —rugió—. Parece que bien, no haremos tal cosa.
no m e entienden. Ordene a sus Nuevamente contemplaron en
subordinados que procedan. Es ne- silencio el vacío del receptáculo
1
cesario destruir todos los locali- de energía. El reluciente recons-
zadores y reconstructores. tructor descansaba sobre sopor,
—¡Apúrense! ¡Apúrense! —or- tes de metal. Pero nada más. Ni
denó Shuri con voz débil. un destello de luz o de sombras
Cuando se ejecutó la orden, to- que no f u e r a natural. Los rayos
dos respiraron aliviados. Hubo amarillos del sol bañaban los es
sombrías sonrisas y un sentimien- pacios abiertos con un brillo que
v
to de tensa satisfacción. no permitía ningún ocultamiento.
—Por lo m¡enos —comentó el —Guardias —dijo Gorsid—. des
vícecapitán Mayad—, a h o r a no po- truyan el reconstructor. Creí que
drá descubrir dónde está Ganae. tal vez volvería a examinarlo, pe-
Nuestro gran sistema p a r a locali- ro no podemos arriesgarnos.
zar soles dotados de planetas se El artefacto ardió furiosamen-
m a n t e n d r á secreto. No podrá ha- te. Y Enash, ftue había abrigado
ber represalias p o r . . . —se inte- la esperanza de que la m o r t í f e r a
rrumpió. y continuó lentamente—: energía obligara al ser de dos
¿De qué estoy hablando? No he- piernas a manifestarse, vio des-
mos hecho nada. No sonábs res - vanecerse sus esperanzas.
ponsables del desastre q u # s u f r í e . — P e r o . . . ¿dónde puede haber
ron los habitantes de este planeta ido? — m u r m u r ó Yoal.
P e r o Enash sabía lo tjue pensa- Enash se volvió p a r a discut'r
ba su compañero. En tales mo- el asunto. En ese mismo instante
mentos emergían los sentimientos descubrió que el monstruo esta-
de c u l p a . . . , los f a n t a s m a s de to- ba de pie sobre un árbol, a unos
63
siete metros de distancia, obser Avanzó lentamente hasta colocar-
vándoios. Seguramente habia lle- se a dos metros del ganaense más
gado en ese mismo instante, pues cercano. Enash estaba al fondo
ios consejeros lanzaron una ex- del grupo. El hombre dijo lenta-
clamación colectiva. Todos retro- mente:
cedieron. Demostrando gran pre. —Son posibles dos lineas de ac-
sencia de Animo, uno de los téc- ción, uná fundada en la gratitud
nicos interpuso una pantalla de por haberme revivido, la otra
energía entre los ganaenses y el fundada en la realidad. Sé bien
monstruo. La criatura se adelan. quiénes son ustedes. Si, los conoz-
tó lentamente. Era una figura co, y eso es lamentable. Es di-
menuda y llevaba la cabeza muy fícil sentir compasión. Para em
erecta. Sus ojos brillaban como pezar —continuó—, digamos que
encendidos por un fuego interior. me revelan el secreto del locali-
S e detuvo al llegar a la panta- zador. Por supuesto, ahora que
lla, extendió una mano y tocó existe un sistema, nunca seremos
la barrera con los dedos. Se prtfc destruidos como antaño.
dujo una llamarada que ensegu Enash se habia mantenido aten-
da cobró cambiantec colores. Es- to, su mente tan alerta a las po-
toa adquirieron más intensidad sibilidades del desastre que en-
y formaron un complicado dibu- f rentaban, que parecía imposible
jo desde la cabeza al suelo. La que pudiera pensar en otra co-
mancfts llameante se aclaró. E! sa. Y a pesar de todo, parte de
dibujo se disipó. El hombre habia su atención derivó hacia otra co-
-atravesado la pantalla. sa
S e echó a reir con un sonido —¿Qué ocurrió? —preguntó.
suave y extraño; luego recobró la El hombre cambió de color. Los
compostura. sentimientos de aquel lejano día
—Cuando desperté por primera le enronquecieron la voz.
vez —dijo—v me llamó la aten- —Una tormenta nucleónica. VI-
«
05
material muy brillante. Los miró que rechazaba el llamado de'
con calma, pero no dijo palabra. destino.
El capitán Gorsid formuló la —¿Por qué —insistió el hom-
propuesta. Enash no tuvo más re- bre— no controlan, las cámaras de
medio que admirar la forma en reproducción ?
que habló frente a la máquina —¿Y que derroquen al gobier
lingüistica. £1 comandante se no? —-inquirió a su vez Yoal.
mostró muy franco. Se habia con- Habló en actitud tolerante, y
venido en proceder de ese modo. Enash advirtió que los Otros son-
Señaló que no podía suponerse reían ante la ingenuidad del hom
que los ganaenses se dedicaran a bre* Sintió que el abismo intelec-
revivir a los muertos del plane- tual entre ellos se ensanchaba.
ta. Dicho altruismo sería antina- Aquella criatura no entendía la
tural, si se tenia en cuenta que naturaleza de las fuerzas vitales
las masas de ganaenses en cons- y naturales que Influían sobre el
tante crecimiento necesitaban con- proceso. El hombre habló nueva,
tinuamente nuevos mundos. Cada mente:
nuevo y amplio incremento de la —Bien, si ustedes no las con-
población era un problema que trolan, lo haremos nosotros por
podía resolverse de un solo modo. t&sleáes.
En este caso, los colonos respeta* Reinó entonces el mayor si-
rían de 'buena gana los derechos lencio.
del único sobreviviente del pía-
Los miembros del grupo comen-
neta.
zaron a adoptar una actitud más
En ese momento el hombre in- firme. Enash lo sintió en sí mis
terrumpió la exposición. mo, y vio que lo mismo les ocu~
—Pero, ¿cuál es el propósito de rría a ios demás. Su mirada se
esa interminable expansión? —Pa- posó, uno tras otro, en los miem-
recía auténticamente asombra- bros del grupo, y finalmente vol-
do—. ¿Qué ocurrirá cuando usté- vió a !a criatura que estaba en
des hayan ocupado todos los pla- el umbral. Enash pensó —y no
netas de esta galaxia? era la primera vez que ello le
Los asombrados ojos del capi- ocurría—- que su enemigo pare-
tán Gorsid se encontraron con los cía impotente. "Caramba", pensó,
de Yoal, luego se volvieron hacia "'podría cerrar mis ventosas so-
Veed, y hasta Enash. Este último mbre él y aplastarlo".
se encogió de hombros y experi- Se preguntó si el control men-
mentó compasión por la criatura. tal de las energías nucleónica,
El hombre no comprendió y po- nuclear y gravitatorla incluía la
siblemente mii.ca comprendería capacidad de defenderse de un
Era el antiguo problema de dos a t a q u é macroscópico. Sos peen.)
puntos de vista diferentes, el vi. que la respuesta era afirmativa
ril y el decadente, la raza que La exhibición de fuerza realizada
aspiraba a las estrellas y la ra^e dos horas antes quizá tenia lími-
M
tes, pero en todo caso ello no era El hombre lo miró, pero nada
muy evidente. La fuerza o la de» dijo. Enash continuó hablando.
bilidad no modificaban la situa- —Si pudiera destruirnos, ái ya lo
I .#• ' M ' • . -k l f* ' " I »•* "l * * t A *" «• i Él * - w
ción. Se habla; pronunciado la
^
68
No recordaba haber r||pzado le de su mente comenzó a refu-
ningún movimiento, ni sentía que giarse nuevamente en el anterior
lo hubieran aturdido o dañado. estado de soledad. Pocos minutos
Observó que Veed, Yoal y el capi- después conocía la historia com-
tán Gorsid estaban a su lado, tan pleta . El ayudante de uno de los
asombrados como mismo. Enash físicos, en camino hacia el depó-
permaneció inmóvil, pensandcNen sito, habla observado la figura de
lo que ei hombre había dicho: un hombre en uno de ios corre,
* ..han olvidado un peqtttfte de- dores inferiores. En una nave tan
talle'*. ¿Olvidado? Eso significaba fuertemente tripulada era extraño
que lo conocían ¿Cuál podia ser? que el intruso hubiese evitado ser
Aún i estaba reflexionando en eUo* descubierto antes. Enash tuvo una
cuando Yoal dijo: idea.
—Es casi seguro 'Que nuestras —Después de todo, no nos diri-
bombas no tendrán ei menor gimos a uno de nuestros plane-
©recto. tas. ¿Cómo cree que podrá uti-
• • « •• • *"• 7
Efectivamente, asi fue. lizarnos para localizarlo si solo
® $ 9 utilizamos la televisión?— Se in-
A• la distancia de cuarenta
\ Sf y terrumpió. SI, claro, de eso se
siete años luz de la Tierra, Enash
• •
trataba. Seria preciso utilizar ra-
ivte llamado a las salones del con- yos direcdonales de televisión, y
sejo; Yoal lo saludó con voz dé- el hombre viajarla en dirección
fei!. apropiada tan pronto se estable-
--E! monstruo está a bordo. ciera contacto.
Con violencia de trueno la no- Enash vio la decisión en los
licia conmovió a Enash, y enton- ojos de sus compañeros, la única
c e s , súbitamente, comprendió lo decisión posible dadas las circuns-
ocurrido. tancias. Y a pesar de todo se le
—A eso se refería cuando dijo ocurrió que estaban omitiendo un
$ue hablamos olvidado algo ---di- punto vital. Se acercó lentamen-
jo finalmente» en voz alta y re. te a la gran pantalla de televi-
fíexiva—. Que él puede v>ajar & sión situada en un extremo de la
voluntad por el espacio, dentro dé cámara. En ella se reflejaba una
ciemos Umites.,.:. ¿Cuál fue ¡a Imagen tan nítida, tan vivida, tan
cifra que usó en una. de sus fra- majestuosa que la mente desacos-
ses? Ah, si, noventa años luz. tumbrada se habría apartado de
Suspiró. No le sorprendía que ella como sacudida por un rudo
Sos ganaenses, que tenían que golpe. Aúte él. ftue conocía la es-
usar naves, no hubieran pensado cena, se sintió agobiado por un
inmediatamente en -esa posibili- sentimiento de opresión, un?. sen-
dad. Lentamente comenzó a re- sación de inconcebible vastedad
traerse de la realidad. Ahora que Era la imagen televisada de una
se habla producido el choque, s« sección de la Via Láctea. Cua-r
sintió viejo y cansado, y una par- Irocientos millones de estrellas
il
vistas a través de telescopios que ve. De modo que sólo nos queda
podían recoger la luz de un punió una alternativa real.
rojo a treinta mil años luz de El capitán Gorsid rompió el si-
distancia. lencio kjue siguió.
La pantalla de televisión tenia —'Bien, caballeros, creo que sa.
veinticinco yardas de diámetro... bemos a qué atenernos. Fijare-
«na escena sin igual en todo eH mos la velocidad de los motores,
universo. Otras galaxias no te- volaremos los controles y lo lle-
nían tantas estrellas. varemos con nosotros.
Sólo uno de cada doscientos mil Se miraron unos a otros, y e!
de esos soles resplandecientes te- orgullo de la raza se reflejaba en
nia planetas. los ojos de todos. Enash tocó con
Tal el hecho colosal mi* «hora sus ventosas las de los otros, uno
los obligaba a un acto irrevoca- por vez.
ble. Con air e fatigado, Enash 'Una hora después, cuando el
®chó una ojeada alrededor. calor ya era considerable, Enash
concibió un pensamiento que lo
—El monstruo ha sido muy in-
impulsó a avanzar tambaleándose
teligente —dijo serenamente—.
hacía el comúnicador para llamar
Si seguimos avanzando, viaja con
a Shuri, el astrónomo.
nosotros, obtiene un reconstruc-
—Shuri —gritó—, cuando el
tor, y retorna a su planeta por
monstruo despertó por primera
sus propios métodos. Si utilizamos
v e z . . . el capitán Gorsid no con-
los rayos direccionales, se despla-
siguió que sus subordinados des-
ga ayudado por ellos, obtiene un
truyeran los localizadores. Nunca
reconstructor y nuevamente lle-
se nos ocurrió preguntarles el mo-
ga primero a su planeta. En
tivo de la demora. Pregúnteles...
cualquiera de ambos casos, cuan-
pregúnteles...
do nuestras flotas lleguen alli ha-
Hubo una pausa, y luego la voz
brá resucitado a suficiente núme-
de Shuri llegó débilmente sobre
ro de semejantes como para frus-
%
el rugido de^la estática.
írar nuestros ataques.
— N o . . . pudieron... entrar...
Movió el torso. ¡El cuadro era en el salón... La puerta... esta-
preciso, de ello estaba seguro, pe- ba cerrada.
ro todavía parecía incompleto- Enash se desplomó. Comprendió
—Ahora tenemos una ventaja que habían olvidado más de un
—observó con voz lenta—. Sea punto. El hombre habia desperta-
cual fuere nuestra decisión, no do, y comprendido la situación: y
hay una máquina lingüistica que al desaparecer se dirigió a la na-
JM
le permita enterarse de nuestros ve, y allí descubrió el secreto del
planes. Podemos ejecutarlos sin localizador y posiblemente tam-
que él sepa qué nos proponemos.
é
70
que necesitaba. El resto había que había llegado. No hubo res-
sido ideado con el fin de impul- puesta. Del aparato brotaron lr.>
sarlos al gesto de desesperación sonidos estáticos de una energía
de lanzar la cosmonave contra un incontrolable e inconcebible.
sol. Mientras pugnaba por acercarse
Y ahora; unos minutos más y al transmisor de materia el calor
abandonaría la nave, seguro de quemaba su piel blindada. El apa-
que al pocp tiempo ninguna m e n t e rato le arrojó una llamarada púr-
pura. Volvió al comunicador gri-
*
e x t r a ñ a conocería la existencia de
su planeta. Y consciente también tando y aullando.
de que su r a z a . r e t o r n a r í a a la
vida, para no perecer jamás. Seguía gimiendo pocos minutos
Enash consiguió incorporarse, después, cuando la poderosa nave
se aferró al comunicador, y a se hundió en el núcleo de un sol
gritos expresó las conclusiones a azul y blanco.
EN DESGRACIA
EL OJO QUE
TODO LO VE
El >delta del Silo, en plena inundación anual.
El ¡Nimbus, satélite destinado
a la observación meteorológica,
la resultado un estupendo fotó-
grafo: a la izquierda podemos
apreciar algunos de los trabajo»
•«
c>
*
7 v
IMPULSO ÍERIC FRANK RUÍSELL
Ilustró EDUARDO ARNAU
74
?
sa, o si no un esperanzado ven- su interlocutoY y tartamudeó:
dedor de seguros que usted no —¿ Q u i . . . quién diablos ea us-
tiene ninguna intención de sus- ted ?
cribir. Nuestra expresión tiene —jEsoí —arrojó un recorte a
una contorsión extraña y le da Blain.
escalofríos. Una mirada casual, seguida por
El hombre movió un ojo casi una más detenida. Luego Blain
putrefacto para mirar con sorna protestó:
y con horrible falta de brillo, al —Pero esto es el informe d<e
anonadado Blain. Agregó: un periódico sobre un cadáver
—Nuestra voz surge a borboto- que robaron de la morgue.
nes, y su sonido le hace estreme- —Correcto —expresó el ser
cer la columna. Tenemos ojos pu* frente a él.
trefactos que lo miran con sorna 0 —'Pero, no entiendo —los ras-
con una falta de brillo que usted gos tensos de Blain demostraban
considera horrible. m confusión.
Con un esfuerzo brutal, Blain —Esto —dijo el otro, señalando
se inclinó hacia adelante^ tem- con un dedo incoloro su deforme
blando, rojo el rostro. Sus cabe- chaleco— es el cadáver.
llos grises se erizaban en su nu- —¡Qué! —Por segunda vez,
ca. Antes de que pudiera abrir Blain se incorporó. El recorte ca-
la boca, su interlocutor dijo las yó de sus dedos insensibles, des-
palabras no pronunciadas: cendió sobre la alfombra. Con-
—¡Santo cielo! ¡Usted ha esta- templó la cosa que estaba sobre
do leyendo mis pensamientos! el sillón, expulsó su respiración
Las frías órbitas del hombre en un fuerte silbido, y buscó va-
quedaron fijas en el sorprendido camente palabras.
rostro de Blain cuando éste se —Este es el cadáver —repitió
puso de píe de un salto. lluego el hombre. Su voz sonaba como
dijo, brevemente, simplemente: si pasara a través de una capa
—¡Siéntese! de espeso petróleo. Señaló el re-
Blain permaneció de pie. Pe- corte—: Usted no miró la foto-
queñas gotas de traspiración sur- grafía. Mírela. Compárela con la
gían de la piel de su frente y que tenemos nosotros.
descendían por su rostro tenso —¿Nosotros? —preguntó Blain,
y fatigado. con la mente hecha un torbelli-
Con mayor nrgencia, como pre- no.
viniéndole, el otro dijo entrecor- —¡Nosotros! Somos muchos.
tadamente: Nos apoderamos de este cuerpo.
—¡ Siéntese'. Siéntese.
Blain se sentó; sus piernas es- —^Pero...
taban extrañamente débiles en —¡Siéntese! —La criatura del
ías rodillas. Miró fijamente la sillón deslizó una mano fría y
fantasmal palidez del rostro de blanca del arrugado chaleco, sac<*
75
un gran revólver y apuntó tor- alerta su mirada en la puerto.
pemente. Para Blain, la boca del Estaba convencido que tenia que
arma parecía abrirse absurdamen- tratar con un loco. Sí, un mania-
te. Se sentó, volvió a tomar el re. co, a pesar de la lectura del pen-
corte y miró detenidamente la fo- samiento, a pesar de esa foto en
tografía. el recorte.
La leyenda decía: "James Win- —Hace dos dias —borboteó
stanley Clegg, cuyo cuerpo des. Clegg, o lo que N fuera una vez
apareció misteriosamente anoche Clegg— un asi llamado meteoro
de la morgue de Simmstown". cayó fuera de esta ciudad.
Blain miró a su visitante, luego —Leí sobre el asunto -r-a<Jmí-
a la fotografía, luego a su visi tió Blain—. Lo buscaron, pero no
tante nuevamente. Los dos eran lo pudieron encontrar.
el mismo. La sangre comenzó a • ''—Ese fenómeno era en reali-
latir en sus arterias. dad un navio espacial —el revól-
El revólver bajó, osciló, subió ver se encorvó en la mano floja;
una vez más.
* quien lo sostenía apoyó el arma
—Sus preguntas son anticipa- en su regazo—. Era una nave es-
das —musitó el ya fallecido Ja- pacial que nos habia traído desde
mes Winsftanley Glegg—. No, es- nuestro mundo de Glantok. La
te no esi un caso de resurrección
• •• nave era demasiado pequeña pa-
espontánea de un cataléptico. Su ra los "standards" de ustedes. Pero
idea es ingeniosa, pero no expli- también nosotros somos pequeños.
ca la lectura del pensamiento. Muy pequeños. Somos submicros-
—¿Entonces éste es un caso de cópicos y nuestro número es in-
qué? —preguntó Blain con re-
é
finito.
pentino coraje. —No, gérmenes inteligentes no
—Confiscación — sus ojos brin- —el fantasmal individuo arrebató
caron macabramente—. Hemos el pensamiento de la mente del
entrado en posesión. Ante usted que lo escuchaba—. Todavía me-
está un hombre poseído —se per. nos que eso —hizo una pausa
mitió una risita espectral—. Pa- mientras trataba de buscar pa~
rece que en vida su cerebro es- labras más' explícitas—. En la
taba dotado de cierto sentido del masa, .nos parecemos a un líquU
« 4
humor. do. Podría considerarnos
% como un
• * • • V.
—Con todo, yo no puedo... virus inteligeiile.
. . ' • r •.
—-¡ Silencio! —el revólver se ba- —¡Oh! —'Blain se esforzó en
lanceó para en fa tizar la orden—, calcular el número de saltos ne-
Nosotros hablaremos; usted es. cesarios para llegar hasta la puer-
cuchará. Nosotros comprendere, ta y hacerlo sin revelar sus pen-
mos sus pensamientos. samientos.
—'Muy bien —el Dr. Blain se —Nosotros los glantokianos so-
recostó en su sillón, y mantuvo mos parásitos en el sentido de
76
que habitamos y controlamos kw desplazó los pies h a d a una posi-
cuerpos de criaturas inferiores. ción sólida sobre 21 alfombra,
Llegamos aquí, a su mundo, ocu- afianzó sus manos en los brazos
pando el cuerpo de un pequeño del sillón y trató de controlar sus
mamífero glantokíano. pensamientos. El otro no se fijó
Tosió, con un viscoso rumor en en lo más minimo, pero mantuvo
el fondo de su garganta, y luego su rostro macilento vuelto hacia
continuó: Blain y continuó lentamente mo-
—Cuando aterrizamos y sali- dulando sus palabras:
mos, un perro persiguió a nuestro —Bajo nuestro control, el cuer-
animal y lo cazó. Nosotros nos po robó estas ropas y esta arma.
apoderamos dei perro. Nuestro Su propia mente difunta registra-
animal murió cuando lo abando- ba el propósito del arma y nos
namos. El perro era inútil para dijo cómo debía usarse. También
nuestro propósito, pero sirvió pa- nos informó sobre usted.
9
i4
ahogarse, can el mismo ruido li- amenazó con el dedo a Blain y
quido de antes, dijo guturalmente:
—No podemos garantizar que —'Usted nos asistirá —el dedo
ocuparemos los cuerpos de los in- giró hacia la puerta— y ese cuer-
teligentemente conscientes sin que po servirá como primero.
•a'
enloquezcan en el proceso. Una La joven que se hallaba en la
mente desordenada es menos útil puerta era agradablemente regor
p a r a nosotros que una reciente- deta, de hermosos cabellos. Se de-
mente muerta, y no más útil que tuvo allí, tapando coit una mano
lo que seria para ustedes una el encarnado de su boca pequeña,
máquina descompuesta. entreabierta. Sus ojos azules se
El sonido de las suelas cesó; ta desorbitaban con terrible fascina-
(puerta de entrada se abrió y ai- ción al fijarse en la máscara blan-
guien caminó por el pasillo. La ca detrás del dedo que la seña-
puerta volvió a cerrarse. Sobre la laba.
alfombra, los pies se deslizaron Durante un momento hubo un
fiacia la sala de espera. silencio profundo, mientras el de-
do mantenía su gesto fatal. Los
En consecuencia —continuó
rasgos de su poseedor parecian
fel humano que no era humano—,
sujetos a un acromatismo gra-
debemos ocupar a los inteligen-
dual, se tornaban más descolori-
tes mientras están demasiado pro-
dos, más cenicientos. Sus globos
fundamente inconscientes como
oculares —esferas muertas en ór-
para verse afectados por nuestra
bitas heladas— se iluminaron con
penetración, y debemos poseerlos
diminutas chispas de luz, luz ver-
plenamente antes de que despier-
dosa e infernal. Se levantó torpe-
ten. Debemos contar con la asis-
mente y avanzó trastabillando so.
tencia de alguien que sea capaz
bre los talones.
de tratar a los inteligentes en la
La joven abrió la boca. Sus
forma que queremos, y hacerlo
ojos bajaron, vieron el revólver
ahí despertar la sospecha general.
en una mano escapada de la tum-
En otras palabras: necesitamos
ba. Gritó con un tono demasiado
ía cooperación de un médico.
débil por su altura. Gritó como
Los ojos horribles se hincharon si estuviese entregando su alma
levemente. Su dueño agregó: a lo desconocido. Entonces, mien-
—(Dado que está fuera hasta de tras el muerto vivo se acercaba
nuestro alcance animar mucho tropezando hacia ella, cerró los
tiempo más a este cuerpo, debe* ojos y se desplomó.
mos tener uno fresco, vivo, salu- Blain la recibió antes de que
dable, tan pronto como podamos cayera sobre el piso. Cubrió la
conseguirlo. distancia en tres saltos frenéticos,
Los pasos en e* pasillo dudaron, tomó el cuerpo suavemente mol-
ae detuvieron. La puerta se abrió. deado, lo salvó del choque. Hizo
En ese instante, el difunto Clegg descansar la cabeza sobre la al-
n
fombra y abofeteó vigorosamente comprensión en el rostro de su
¿as mejillas. adversario. Incorporándose, le-
—Se desmayó —gruñó, ciego de vantó la forma inerte de la joven,
ira—. Puede ser un paciente o la llevó a través de la puerta, po*
haber venido a buscarme para ic el pasillo y hacia su sala de ci-
a ver a un paciente. Un caso ur- rugía. La cosa que fue el cuerpo
gente, quizás. de Clegg avanzó, tropezando gro-
—¡'Basta! —el grito fue tajan- tescamente detrás de él.
te, a pesar de su fantástico bur~ Depositando suavemente a la
bujeo. El revólver apuntó direc- joven sobre una silla, Blain res-
tamente a la frente de Blain—. tregó las manos y muñecas, gol-
Vemos, por su pensamiento, que peó nuevamente las mejillas. Un
esta condición de desmayo es tem- desmayado color retornó a la piel,
poraria. Sin embargo, es oportu- los ojos temblaron. Blain se acer-
na. Aprovechará usted la sitúa* có a un armario, corrió las puer-
ción, coloque el cuerpo bajo la tas de vidrios y aferró una bote-
«cción de un anestésico y lo to- lia de amoniaco. Algo duro se
maremos como propio. aplastó entre sus hombros. Era
Arrodillado junto a la joven, el revólver.
Blain levantó la vista y dijo len. —Olvida uste4 que sus proce-
ta y deliberadamente: ros mentales son como un libro
—'¡Lo veré en el infierno! abierto. Está tratando de revivir
—-No habla necesidad de expre- al cuerpo y de ganar tiempo —la
sar el pensamiento —observó la enfermiza apariencia detrás del
criatura. Gesticuló horriblemente a r m a obligó a sus músculos fa:
y dio dos pasos irregulares hacia cíales a un gesto desdeñoso—. Co-
adelante—. Puede hacerlo usted loque el cuerpo sobre esa camilla
mismo, o si no lo haremos con la y anestésielo.
ayuda de su propio conocimiento De mala gana, el Dr. Blain re-
y su propia carne. Una bala a tra- tiró su mano del armario. Alzó a
vés del corazón, nos apoderamos la joven, la depositó sobre 1*
de usted, reparamos la herida y milla, encendió la poderosa lám-
usted es nuestro. para que pendía sobre ella direc.
—¡Condenado! —maldijo, ro- tamente.
bando las palabras de los propios —Míás líos! —comentó el otro—.
labios de Blain—. Podríamos Apague esa luz. Con la que está
usarlo de todos modos, pero pre. encendida basta.
ferimos un cuerpo vivo a uno Blain apagó la luz. Con el ros-
muerto. tro tirante por la agitación, pero
Lanzando una mirada inútil en la cabeza recta, sus puños fir-
torno de la habitación, el doctor mes, enfrentó la amenaza del ar-
Blain comenzó una plegaria men- ma y dijo:
-•
79
—4 Estupideces! —el ex Clegg húmedo el rostro, cuando se in-
caminó en torno de la camilla clinó sobre ella y aseguró las he-
<-on pasos lentos y arrastrados—, billas. La miró con un valor di*
Como observamos antes, usted ficilmente justificado y le su-
trata de ganar tiempo. Su propio surró: %
m
mohadilla de gasa de algodón y zó la habitación hacia un arma-
colocó la máscara sobre la nariz rio más pequeño, lo abrió y sacó
de la espantada muchacha. Si? una botellita de éter. La colocó
sintió seguro para hacerle un gui- sobre el radiador y comenzó a ce-
ño reconfortante. Un guiño no es rrar el armario.
un pensamiento. —¡Sáquela de allí! —graznó la*
Abrió el armario una vez más, increíble voz en un agudo tono
permaneció frente a él, convocó a de premura. El revólver emitió
todas sus facultades y obligó a su un "clic" de advertencia cuando
mente a recitar "éter, éter, éter". Blain arrebató la botella—. ¿Df
Al mismo tiempo, impulsó su ma- modo que esperaba que el radia-
no hacia una botella de ácido sul- dor haría evaporar el líquido lo
fúrico concentrado. Hizo un es- bastante rápido para que la bo-
fuerzo poderoso para lograr su tella estallase, eh?
doble propósito, y sus dedos se El Dr. Blain no dijo nada. To-
Acercaron más y más a la botella. mando el mayor tiempo posible,
La tomó. llevó el líquido volátil hacia la
Forzando cada fibra de su ser camilla. La joven lo vio acercar-
para hacer algo mientras su men- se, desmesuradamente abiertos los
te estaba fija en otra cosa, se vol- ojos por la aprensión. Emitió un
vió, quitando el tapón de vidrio suave sollozo. Blain lanzó una mi-
al mismo tiempo. Entonces per- rada al reloj, pero, a pesar de su
maneció inmóvil, con la botella rapidez, su verdugo captó el pen-
abierta en su mano derecha. La samiento y sonrió.
figura de la muerte estuvo inme- —Aquí está él.
diatamente frente a él, levantan, —¿Quién está aquí? —pregun-
ñ<s- eS revólver. tó Blain.
—Eter —dijeron burlonamente —Su empleado, Mercer. Está
las cuerdas vocales de Clegg—. afuera, a punto de entrar por la
Su mente consciente aullaba puerta del frente. Percibimos lo 5
"¡éter!" mientras su mente sub- fútiles devaneos de su mente pe-
consciente susurraba ácido!". rezosa. Usted no ha sobreestima-
¿Piensa usted que su inteligencia do la poca inteligencia que ese
inferior puede competir con la tipo posee.
nuestra? ¿Piensa ^ue puede des- La puerta de entrada se abrió,
truir lo que ya está muerto? confirmando la profecía. La jo-
¡Imbécil! —el revólver se adelan- ven luchó por levantar la cabeza,
tó—. La anestesia, sin demora. llenos de esperanzas sus ojos.
Sin dar ninguna respuesta, el —Mantenga la boca abierta con
Dr. Blain repuso el tapón en e? algo —articuló la voz con control
cuello de la botella y la volvió a ajeno—. Entraremos por la boc<i
colocar en donde la había saca- —hizo una pausa, al escucharse
do. Mas deliberadamente, despla- fuertes pasos sobre la esterilla de
zándose con máxima lentitud, cru. la puerta de entrada—. Y llame
82
aquí a ese tonto. Lo usaremos —'Perdón, señor. No sabía que
también. usted estaba acá.
Las venas se hincharon en su Sus ojos bovinos recorrieron sin
frente cuando el Dr. Blain llamó: interés el cadáver viviente, ei re-
—¡Tod! ¡Ven aquí! vólver que apuntaba, luego gira*
Encontró una mordaza dental, ron lentamente hacia el aguado
jugueteó con su trinquete. Blain. Tod abrió la boca para de-
La excitación tenia en suspen- cir algo. La cerró; una mirada de
so a sus nervios, de los pies a la leve sorpresa apareció en su ros-
cabeza. Ningún revólver podía tro redondo; sus ojos volvieron
disparar en dos direcciones al hacia el revólver nuevamente.
mismo tiempo. Si podia desplazar Esta vez, la mirada no duró
al idiota de Miercer hacia la po- una décima de segundo. Sus ojos
sición justa y hacerle compren- comprendieron lo que velan. Ba-
d e r . . . si pudiera estar él de un lanceó un puño, grande como un
lado y Tod del o t r o . . , jamón, con sorprendente rapidez,
—No trate de hacerlo —acon- y lo incrustó en el horrible ros
sejó el animado Clegg—. Ni lo tro del que fuera Clegg. El golpe
piense siquiera. Si lo hace, termi- f u e dinamita, dinamita pura. El
naremos por tenerlos a los dos. cadáver se desplomó con un tum
Tod Mercer entró pesadamen- bo que sacudió a la habitación.
é
84
I
Todos pensaron que había pe- rrieron a refugiarse con sus ins-
dido más volumen, pero en reali- trumentos en la sala de concier-
dad Nekiseh había recibido una tos, y Herr Loeífler se dirigió
gota de lluvia en la punta de su tristemente hacia el foro del am-
batuta y otra en ia palma de la plio escenario, se quitó el largo
mano. levitón negro y le sacudió la llu-
Hizo callar a la orquesta, miró via.
•furiosamente al cielo y después Allí lo detuvo Nekiseh con su
a Ferdinand Loeífler, el concer- batuta. Se la clavó a Herr Loeí-
tino. Este se estiró para atrapar fler entre los dos botones supe-?
una hoja de Finlandia que se vo- riores del chaleco y lo arrinconó
laba, y el público abrió los para- contra la elevada plataforma.
guas y se fue. Los músicos eo- Ganghofer, el percusionista, le
86
oyó decir: "Es usted una bestia, do de la caja registradora, esta-
Herr Loeffler, no un Kofuertmei*. ba sentada Frieda, la hermana
ter, una bestia; es la última vez. de F r a u Loeffler. Esta la señaló
H e r r Loeffler; no puede hacer con el pulgar de su mano dere-
t>ien ni las cosas més sencillas; te. cha:
nemos un déficit, Herr Loeffler, —Mira, Ferdi. Mírala a FriecUv
•ya no corren los buenos tiempos Mientras te estuve esperando se
de antes, Herr Loeffler. Se lo di- comió tres helados, cuatro taja-
go por última, por última ve¿ das de t o r t a de nuez, dos meren-
1 Adentro 1 Aquí, en este salón to- gues y dos porciones d e choco! a-
camos cuando llueve, y afuera te, y ahora le está echando el ojo
cuando brilla el sol." a aquellos pasteles de crema.
H e r r Loeffler se puso en silen- —Sí —dijo Herr Loeffler.
cio su sombrero azul de fieltro, —Ay, Ferdi, ¿por qué no teñe,
tomó su primer violin y salió a irnos nosotros u n pequeño resto-
esperar un tranvía que lo llevase r á n como éste, con huéspedes y
al otro extremo de la ciudad, don- diarios y revistas, en lugar de
de el hermano de su mujer, Ru- preocuparnos por ese director Ne-
dolf, tenia u n pequeño café, "Loe kiseh y su adentro y a f u e r a ?
tres cuervos". —'Hoy me llamó bestia, Nekiseh
iFrau Loeffler, sentada en un —dijo Herr Loeffler—. "Es la úl-
rincón del saloncito, lela la Neue tima vez", m e dijo.
Freía Preste, sujeta por un sopor- —¿Por quién te ha tomado?
t e de bambú. Revolvía su café. ¿Por el Papa? ¡Que lo decida él.
—Ah, Ferdi —dijo apretándole si es tan listo! Me vuelvo loca,
Ja mano—, pero hoy has venido Ferdi: m e paso los dias sin dor-
temprano. —(Podía leer en la cara mir, cuando tienes que tocar, in-
de é l . . . , y los dos miraron a tra- formándome
• *- t sobre el• •estado» •dpt
vés de ios ventanales la calle em- tiempo, preguntando a la gente,
papada. mirando las montañas y hasta fi-
—Afuera otra vez —dijo ella, y jándome si los perros comen hier-
buscó la primera página de lá ba. Quise preguntarles a persona*
" Freíe 'Preítse, donde leyó, en las del campo, pero tampoco ellos sa.
noticias meteorológicas: "Chapa- ben. Nunca se puede estar segu-
rrones aislados en Viena, tiempo ro, parecen no venir de nhreftn
bueno y claro en el Salzkammer- lado esas nubes, cuando no quie-
•gut." res que vengan, y cuando toca*
—>¡ Adentro, a f u e r a ! —murmuró adentro y esperas que llueva
ella varias veces. Estas dos pala- «Cuera, brilla el sol, como adré»
bras encerraban el mismo terror de, ¡y te echan la culpa a ti!
que para otras personas se ocul- Juntaron sus cuatro manos en
t a en las palabras muerte, fuego, silenciosa comunión, poniendo una
"policía, bancarrota. encima de la otra hasta sobrina-
Detrás de un mostrador, al la- jsar la altura de un vaso. F r a u
87
Loeffler miró ei Interior de su su esposa no. —Y se lavó las ma-
pocilio de café y susurró tierna- nos, Herr Loeffler f u e a besar a
mente : su pobre mujer y volvió en se-
—Tengo algo que decirte, Ferái- guida.
iú decir esto adoptó un aire tí- —'Herr Doktor —vaciló—. ¿no
mido, como una niñita, y luego tendremos-.. ? ¿no s e r é . . . ?
habló ai oído de é l . . . El doctor Gráusbirn cerró el
—¡No! —exclamó Loeffler con maletín y se abrochó los geme-
ojos incrédulos. los.
~*¡Sí, sí, Ferdi —insistió ella. —Animo, Loeffler; sea hombre
—¿Cuándo? —pregunté él. —le dijo—. No será p a d r e . . .
—En enero, hacia mediados de —¿Nunca? —preguntó Herr
e n e r o . . . , dijo el doctor Graus- Loeffler.
hirn... —Nunca —afirmó el doctor.
JEn ios dos conciertos siguientes
Herr Loeffler se sentó sobre el
Loeffler acertó con su pronóstico
borde de su silla y, como si se
del tiempo. Brilló el sol y se hi-
dirigiera a la mesa, que tenía
cieron afuera. Nekisch volvió a.
delante, murmuró:
dirigirle la palabra, y Loeffler
iba a los conciertos con paso li- —Le pedimos tan poco a la vi-
da. Siempre quisimos uno. Hasta
gero, silbando.
Se hablamos puesto nombre: lo
Una mañana, en un ensayo de
THI Euienspieget, no pudo aguan- llamamos P u t z i . . . Si Anita has-
tar más: tenia que anunciarlo. ta le encendía velas a San José.
Le palmearon el hombro y le es- «4 patrono de los padres. —Y sus-
trecharon ia mano. El propio Ne- piró otra vez.
kisch descendió del podio y le —¿Por qué me pasa esto a mi?
puso ambas manos sobre los bra+ —dijo—. ¿Cómo pudo pasar? Pe-
zos. "Herr Loeffler", le dijo, na- dimos tan poco.
da más que "Herr Loeffler". El doctor Grausbim le mostró
Pero un buen dia, después de algo al otro lado de la ventana:
la Llebesiod, Loeffler, al regresar —Vea, H e r r Loeffler —le ex- *
a su hogar, vio f r e n t e a su casa plicó—, es asi: ¿Ve ese precioso
el coche y el caballo del doctor
<•
W
/ •
i
za! ¿Entiende, Herr Loeffler, lo móviles que arrancaban, de las
que quiero decir? bocinas y de la campana del tran-
Miraron el arbolito una vez vía, gritó:
más: estaba lleno de pimpollos, —•; Putzi nos pertenece a nos-
tan lleno que a sus pies la tierra otros! —y golpeó tres veces con
parecía blanca. el paraguas el asiento adicional
—Ese pimpollo, nuestro pobre- plegado que tenía delante. El co-
cito P u t z i . . . —musitó Herr Loef- chero se volvió para mirarlo.
fler. —¿Putzi? —preguntó el doctor
—Si —respondió el médico—, GrauSbirn.
¿Dónde está irii sombrero? —Nuestro pimpollito —dijo Herr
El médico f u e a buscar su som- Loeffler, señalando el maletín del
brero, y Herr Loeffler lo acom- médico.
pañó escaleras abajo. El doctor Grausbirn siguió con
—Si va para el centro... —se la vista el vuelo de una paloma,
ofreció el doctor Grausbirn, abrien- que se posó en una fuente y be-
do la puerta de su landó. Loeí- bió en ella. Debajo de la fuente
fler asintió y subió al coche. había un perro que, después de
Ai final de la calle estaban pin. comer hierba, corrió rápidamente
tando un farol. >E1 coche dobló hasta la cuneta De allí los ojo»
por la avenida arbolada, y una del médico se dirigieron a la es-
columna de jóvenes soldados los palda del cochero y, finalmente,
pasó. Cuando dejaron atrás el fa- miraron de hito en hito al primer
rol, Herr Loeffler le habló ai violín, por cuyo rostro se desli-
doctor Grausbirn con vehemen- zaba una lágrima. El médico pu-
cia, pero éste meneó la cabeza: so su mano sobre la rodilla de
—No, no, no, no y no, Herr Loeffler:
Loeffler. Imposible: no se puede —Loeffler, lo haré. No hay nin-
hacer. guna l e y . . . , todos los museos tie-
«—Pedimos tan poco —siguió nen uno. Debidamente preparado,
Herr Loeffler, y remarcando las desde luego... en una botella...
palabras "el únlco^', "nunca más", el lunes que viene... Servu®, Herr
"mi pobre mujer*'/ "cariño", "fa- Loeffler.
milia". mientras trataba todo el —Auf Wiedertehen, Herr Dok-
tiempo de hacer un nudo en la tor.
gruesa correa de cuero que col- Y así Putzi le fue entregado a
gaba de la puerta del carruaje. Herr Loeffler. Este, que tenía
—No -—dijo el doctor Grausbirn. muy•
buena
®
letra, hizo un t *rótulo
El cochero tiró de las riendas precioso para la botella; escribió
y el caballo se detuvo para dejar en él: "Nuestro querido Putzi" y
pasar a un tranvía y dos auto- debajo del nombre anotó la fecha.
-móviles. A Herr Loeffler se le A la semana siguiente Herr
había enrojecido el rostro. Apro- Loeffler falló otra vez en sus pro-
vechando los ruidos de los auto- nósticos: llovió para Beetho-
89
ven, afuera; mientras que para Loeffler lo advirtiese. Observó
Brahmg, adentro, fue un día de atentamente durante unos días
sol. Y el director Nekisch rompió más, y entonces se lo dijo a su
su batuta. mujer. Tomó una libreta y un lá-
—Váyase. Herr Loeffler —di- piz y trazó una raya horizontal
jo—. Tengo mucha paciencia, pe- por la mitad de la hoja. En lá
ro usted me ha hecho esto dema- mitad de abajo escribió "Aden-
siadas veces. ¡Sálgase de mi vista, tro", y en la superior, "Afuera";
Jejos, donde nunca más ío vuelva luego se frotó las manos y espe-
a ver, bestia de Konzert metete r! ró...
Herr Loeffler volvió a casa ca- Mucho, mucho antes que la más
tenue nube azul asomase por so-
bre alguna de las altas montañas
Putei permaneció durante un
ftue rodeaban el hermoso valle de
año sobre la chimenea El día de
Salzburgo, Putzi podia anunciar-
su cumpleaños le pusieron flores,
lo: se hundía hasta el fondo de su
y en Navidad le colocaron un ar-
botella, la sombra de dos arrugas
ibolito con una vela. Ahora Herr
surcaban su frentecita, y los es-
l^oefíler se pasaba las horas sen-
casos pelillos que crecían sobre
tado en su sillón, mirando por la N
su ^ ja izquierda se rizaban en
ventana afuera, y al pequeño Pút-
arrolladas espirales.
en su botella y pensando en el
En cambio, cuando el sol del
tiempo y en la orquesta en aden-
día siguiente prometía elevarse
tro y afuera.
a través del aire diáfano de la
SLat Neue Frele Preste casi siem- montaña para brillar todo el día.
bre se equivocaba; y los pronós- 1
Putzi nadaba en la parte supe-
ticos oficiales las más de las ve- rior de su botella con una sonrisa
ces tampoco acertaban. Nekisch liliputiense y mejillas sonrosadas.
a o acertaba nunca; peor aún que —Vamos, Putzi —dijo Herr
cuando era Loeffler el que hacia Loeffler una vez que estuvo llena
ios pronósticos-... Pero Putzi, den- la libreta, y se lo llevó junto con
t r o de su botellita, él si que no >as anotaciones a ver a Nekisch...
se equivocaba, y con bastante an- Herr Loeffler se ha reintegrado
ticipación . . . a la orquesta: adentro, cuando
Sin embargo, transcurrieron va- Hnevé; afuec*. cuando brilla el
rios meses antes de que Herr
. w T "'étf^LllíV P ¡T*1V1
mmw SBliljlfete---
S-'taT'O¡S.¡KH
£ra
GB
IASE O KO,
flOUVMNlllEOS
En un cañadón del Gran De-
sierto australiano fue encontra-
da un tribu que vive aún hoy:
en la más atrasada edad de pie-
dra: son los "hindibus" y viven
felices y contentos a pesar de
que sólo comen semillas, lagar-
tos y pajaritos. Pulen y traba-
jan con los dientes las precarias
herramientas de piedra que se
fabrican.
% ftf
á£f>\.
W* 7
m •mprn*. 4 r *. M-
*
91
CIENCIA
Y
TECNICA
REVOLUCION BOMBERA
92
&OBERT b l o c h
Ilustró E U G E N I O ZOPPi
iCUIDADO
CON1AS
METAFOR AS!
Un deseo satisfecho puede $¡?r
la peor de las maldiciones
é
d
tían algunas diferencias tequie Borden se sentía justamente or-
tintes. gulloso de Margaret Zurich Era
una mujer de sorprendente belle- áo habitual de la palabra, Este
«a» y una pianista famosa en va- instrumento no confunde los pen-
rias galaxias... una de las pocas samientos. Como ves, se coloca
que aún se destacaban en el anti- alrededor del cuello, en la larin-
cuo arte de la mútsica no electró- ge . Sirve para confundir y em-
nica. Borden envidiaba realmen- brollar las subvocallzaciones.
t e ei talento de la joven. —¿Los pensamientos que uno
Pero cuando Margaret entró formula en palabras pero no dice
bruscamente en la habitación don. en voz alta?
de él estaba sentado con Vorm, —Más o menos. El hecho es
Borden no sintió orgullo ni envi- que ese hombre posee una desusa,
cia, y si solamente un frenético da capacidad auditiva, la que in-
temor. cluye la percepción de las subvo-
—Discúlpame un momento — calizaciones. Por eso usamos pro-
dijo, esbozando un gesto en di- ductores de interferencias... para
rección a Vorm, mientras se po- confundir los sonidos no hablados.
nía de pie y avanzaba a l encuen- —•Pero yo n o . . .
tro de Margaret Zurich. Antes de —Por favor, después discutire-
que ella pudiera formular una ob- mos el asunto. No quiero dejar
jeción, la tomó del brazo y la esperando a mi huésped.
llevó a la antesala. Y aun así, de Con la garganta cubierta y el
ningún modo se sentía seguro de pulso atenuado por los impulsos
haber actuado con la rapidez su- electrónicos, Margaret volvió a
ficiente para impedir una crisis, entrar en la habitación y se acer-
—Querido, ¿qué pasa? — pre- có al visitante.
guntó Margaret. Fijó los ojos en La joven pareció sorprendida
el cuello de Borden—. ¿Y qué es por el aspecto de Vorm, sobre to-
eso que tienes ahí? do cuando éste respondió al salo,
—Es un productor de interfe- do elevando bruscamente las ex-
rencias —replicó Borden, al mis- tremidades y destornillando el
mo tiempo que abria el cajón del brillante apéndice situado encima
escritorio y extraía una réplica del tubo parlante. Luego intro-
del mismo artefacto—. Toma éste dujo una extremidad en la car-
para ti. Mira, te mostraré cómo tera diplomática que llevaba su-
debes ponerlo. ^ jeta a la cintura y extrajo una
—Pero, ¿para qué? suerte de caño romo que insertó
—'Has oído hablar de los pro- en el agujero.
ductores de interferencias, ¿ver- Margaret Zurich fingió no ha-
dad? ber advertido la maniobra, pero
—Por supuesto. Pero nunca vi Borden comprendió que se sentía
uno —-frunció el ceño—. ¿Quieres inquieta. Después debía llevarla
decir que esa criatura que está aparte y explicarle tjue en el
allí es un telépata? mundo de Vorm ese <^mbio de
—No, por lo menos en el senti- nariz era una forma de recibi-
94
miento amable. L a r a s a de Vorm Borden tenia que explicar t a m -
n o necesitaba narices. bién eso a Margaret. Los mecos
Antaño, quizá miles de años an- habían dado muerte a los huma-
tes, habían sido criaturas de car- nos del primer grupo que tomo
ne y hueso. Luego, como ermita, contacto con ellos, pero habla si-
ños, se hablan retirado al interior do un accidente. El grupo de h u -
de sus valvas sintéticas; en rea* manos no sabia que los mecos po-
Üdad hablan creado esas valvas dían detectar las subvocalizado-
para protegerse de las debilida- nes» y tampoco hablan advertido
des de • los seres mortales.
• Hablan otra importante diferencia psico»
reemplazaba la evolución física por lógica. Los mecos lo interpreta,
la evolución mecánica, y ahora ban todo literalmente. En su len-
solo quedaba la inteligencia, pro. guaje no habla símiles, ni figuras,
tegida por cuerpos artificiales que ni abstracciones, ni hipérboles.
eran completamente funcionales. De modo que cuando un miem-
En un cuerpo completamente ar- bro del grupo, agotado por los ri-
tificial, la nariz no era más que gores del largo viaje, y desalen-
una herramienta especial. L a car- tado por la primera visión del ári-
tera diplomática que Vorm lie. do planeta había subvocalizado pa-
vaba debía contener una docena ra sí mismo: «TPensar que m e
de distintos apéndices nasales, ca- presenté voluntario para esta ex-
da uno concebido para ser utili- pedición. . í tendría que hacerme
zado en una situación dada. Bor- examina? la cabeza!", los mecos
den sabia de la existencia de una le tomaron el pensamiento direc-
que desempeñaba funciones de tamente al pie de la letra.
torno; otra e r a una especie de H u b o otras muertes, una serie
lámpara de acetileno, y habla una completa de trágicos incidentes,
que era simplemente un gran ins- hasta que alguien tuvo la Idea
trumento cortante, afilado como de preguntar a los mecos la ra-
una navaja. Todas eran útiles pa- zón de sus actos. Y los mecos die-
r a la raza de Vorm en las minas ron explicaciones. Aparentemente
del planeta que habitaban. declan la v e r d a d . . . del mismo mo-
SI, Borden tendría que explicar do que nunca dudaban de las afir-
claramente a Margaret la origina- maciones do otros. Cuando se su-
lidad de Vorm; sus facultades su- po q u e detectaban las subvoeaTU
persensibles, el hecho de que no raciones, q u e las "oían" como el
necesita comer, ni evacuar, ni lenguaje humano común, el r e .
dormir. Margaret no e r a como medio f u e obvio. Desde entono**
esas multitudes que en la calle los miembros de las tripulaciones
gritaban: *¡ Abajo los sucios me» utilizaron productores de interfe-
eos!" Mecos. Los monstruos roe. rencias improvisados Rápidamente.
cánteos, a Quienes nada importa, Y como precaución suplementaria
foán la/vida o los sentimientos del procuraron evitar a ú n ios pensa-
ser d i m a n o . mientos exagerados.
95
I
dependía del éxito de esa re- no, y á todos se les había instruí,
u n i ó n . . . y entretanto, sobre Bor. do sobré la conducta que debían
den recala la responsabilidad de observar. Todos tenían puestos los
establecer y mantener relaciones productores de interferencias co-
cordiales. mo cosa perfectamente natural.
Borden sabia desempeñar el pa- •
Una vez reunido el grupo, Bor-
pel de amable anfitrión. Tenia den llevó a Vorm al salón y lo
una colección de antiguos discos, presentó a los circunstantes. En
y decidió pasar algunos en honor general, los humanos lograron di-
d e su visitante. Aparentemente, simular la tensión o la agitación
Vorm escuchó con agrado las sua- suscitada par la presencia de
ves disonancias... el final de aquel ser, pero hubo un visible
Chout, de Prokofiev; los ritmos auinento del consumo de bebidas
97
a n t e r de la cena* Lawrerjee, el
mayordomo (formaba parte d« la
tradición, de la Embajada utili-
zar servidores de carne y hueso)
m pm®& con la bandeja medía
tipra o más antes de que se anun~
¡®i%r& la cena.
Vorm entró en el comedor 1le-
vando del «brazo a Margaret Zu-
rich. La joven demostraba admi-
rable compostura. También en es-
te caso Borden se sintió orgullo-
so de ella, y por otra parte sus
invitados no le dieron motivo pa-
r a sentirse avergonzado. Comie-
ron y bebieron con toda naturali-
dad, y fingieron no advertir que
Vorm estaba sentado alH y que
utilizaba su orificio oral sólo para
ttablar.
Si él se sintió embarazado —O
st experimentó verdadera repug-
nancia— ante el espectáculo ofre-
cido por los seres humanos que
Ingerían alimentos, no lo demos-
tró. Su tubo oral funcionaba cons-
tantemente, y parecía complacido
a n t e la presencia de tantos f u n -
cionarios y dignatarios.
Borden ojbservó que se habla
«alocado un apéndice nasal distin-
to en honor de la ocasión. Era
•un artefacto en forma de estre-
na, que evidentemente tenia ca-
rácter de adorno, porque estaba
engarzado en diamantes. Varias
d e las damas lo admiraron fran-
camente. Borden caviló sobre lo
que habrían dicho s! Vorm hubie.
«e preferido usar el torno, o qui.
s i s el largo Cuchillo afilado como
tina navaja. Seguramente las da-
mas habrían recordado las ver-
% «
95
V
8
5¿5
no" y tenido reacciones desagra- Todos se sobresaltaron al oír si
dables. ruido, y luego fijaron los ojos en
P o r otra parte, e r a probable el adoquín t^ue había aterrizado
que Vorm viese en los producto- en el piso del parquet. Por la ven-
res de interferencias adornos de tana rota llegaba el clamor de la
carácter ritual. Si observó la au- multitud reunida en la calle.
sencia de subvocalizaciones, no Lawrence se acercó rápidamen-
dio señales de ello. te a Borden y m u r m u r ó algunas
Todo marchó perfectamente. No palabras. Borden enfrentó a sus
hubo incidentes durante la cena, invitados con una sonrisa estereo-
y Borden se sintió bastante ali - tipada.
viado cuando concluyó con buer» —Por favor, no se alarmen
éxito. Llevó a sus huéspedes al —dijo—. Abajo hubo un pequeño
salón, y allí anunció que Marga- accidente. Iré a ocuparme de ello.
ret tocaría algunas piezas en ho- Margaret, si tienen la bondad de
nor del distinguido visitante. continuar...
Algunos de los invitados nun- La joven obedeció, mientras
ca habían visto ese anticuado ias- Borden salía rápidamente del sa-
trumento llamado "piano", pero lón y «bajaba la escalera saltando
todos conocían la reputación ar- los escalones de dos en dos. Law.
tística de Margaret. De modo que rence lo siguió, armado con un
todos se prepararon a saborear revólver de rayos igual al que
el intermedio musical. tenían los guardias que se halla-
Borden y Vorm se sentaron jun- ban apostados en el recibidor de
tos, directamente f r e n t e al instru- la planta baja.
mento. Vorm parecía fascinado —Muy desagradable —dijo Law-
por el espectáculo de una ejecu- rence—. Consiguieron f r a n q u e a r
ción "viva". los portones. Es lo tínico que pue-
P o r supuesto, el repertorio de den hacer los hombres para im-
Margaret era clásico. Se especia- pedir que entren. El capitán Ro-
lizaba en las tres B —Bartock. llins teme verse obligado a abriv
Brubeck y Berstein— y Borden se fuego, a menos que se haga algo
recostó en su asiento, radiante de para dispersar a la multitud. Quie-
orgullo, .mientras ella ejecutaba. r e saber cuáles son sus órdenes..,
—¿Toca usted? —le preguntó Borden asintió y se adelantó.
Vorm en voz baja. —¡"Un momento, señor! —lia
—Muy poco —reconoció Bor- m ó el mayodormo—. No piensi
dea—. Pero me falta el toque ne. salir, ¿verdad? Vea, olvidó el re-
cesario —vaciló—. A veces creo vólver
que no estoy hecho para la diplo- Borden siguió avanzando. En la
macia. Debí, haber s i d o . . . puerta, el capitán Rollins quiso
Hubo- un súbito estrépito, y interceptarlo, pero Borden lo es.
B o r d e n ' se puso de pie de un quivó sin decir palabra y abrió
salto. m
la puerta.
«. • m am ^W
100
El rugido <ie la multitud se aba cendino en el planeta de ios me-
lió sobre él como un mazazo. cos. Explicó con sencillez el me-
—¡Entreguen al meco! ¡Sabe- canismo de la f i b vocalización, y
mos que está allí! como ejemplo presentó su propio
Borden elevó las manos* con las productor de interferencias.
palmas hacia la multitud, para Pero cuando retiró de su cuello
demostrar que estaba desarmado. ei aparato, durante un instante
Ei gesto ejerció su inevitable e terrible advirtió algo que antes
inmemorial efecto tranquilizador. no había observado; pero trató de
Después no pudo recordar bien no pensar en ello. Sonriendo, con-
qué había dicho exactamente. Pe- tinuó su discurso.
ro las palabras no eran, problema Borden insistió en qué no ha-
para un experto diplomático, y bía motivo de alarma. En reali-
Borden se había elevado a la po- dad el meco creía q u e los guar-
sición que ocupaba gracias a sus dias estaban allí para proteger-
cualidades superiores. lo. .., ¡pues tenía miedo de la gen
Empezó por decir a la multitud te! ¡Si no hubiera sido por la mú-
que nada tenían que temer. Si, sica, probablemente ya se habría
adentro había uii meco, ¿ pero ocultado bajo una cama!
acaso no veían que había guar- Consiguió arrancar una carca-
dias alrededor del edificio para jada a la multitud, y después el
proteger al público? El meco no resto -fue pura rutina. Cinco mi-
podía escapar para hacer daño a nutos después Borden había lo-
nadie. Además, no tenía la menor grado disolver la reunión. Diez
intención de hacer daño. En ese minutos más tarde la calle de )?
mismo momento estaba escuchan- Embajada estaba casi desierta.
do música, ;Sí, el meco era afi- Así Borden pudo dejar la situa-
cionado a la música! Y si no lo ción en manos del capitán Ro-
creían, que prestaran atención y llins.
oirían los acordes a través de la —Magnifico trabajo, señor —d'
ventana. jo Rollins. Hizo una pausa—. ¿ Q ' a é
De modo q u e no existía . el me- ocurre? —preguntó.
nor peligro. El meco estaba visri —Mire esto —Borden lev a i í t á
lado* continuaría en esa situación él productor de interferem .;as—
hasta la m a ñ a n a siguiente, en que Cuando m e lo quité para m ost'rar
regresaría a su planeta. Había lo a la multitud, advertí < ^ J e un;
venido por invitación del gobier- válvula estaba rota. El aparati
no, para f i r m a r un tratado. £1 no funciona.
gobierno, necesitaba a los mecos - ¿ C r e e que se habr ¿ aflojad
para explotar las minas de meta- cuando se lo quitó?.
les de la Galaxia. —Así lo espero— replicó Bo
Borden terminó explicando la den con voz tensa— v[ e desagi"
Muerte de los tripulantes de las daría mucho sabe p q u e e s t u \
orímeras naves a u e habían des- arriba con nuestro qíh
protección de «ate artefacto. Asi lo hicieron, y el episodio
Advirtió que Vorm bajaba la concluyó. Mjargaret no intentó
escalera, y entonces se volvió rá- reanudar la ejecución, y poco des-
pidamente para quitar del cuello pués los huéspedes partieron. Aun-
del capitán Rollins el productor que estaba bastante seguro de
. de interferencias. que la multitud ya no significa-
—Lo necesito —explicó. Apenas
•• • •
b a ningún peligro, Borden insis-
tuvo tiempo de colocárselo ante? tió en que utilizaran nuevamente
de que Vorm llegara al pie de la la puerta del fondo. En cuanto a
escalera. •Margaret, la persuadió de que pa-
—Lo siento, pero tuve que ve- sara la noche allí.
nir —dijo Vorm—. Sé que le he —Me sentiré más tranquilo si
causado muchas molestias. *
estás aquí —dijo a la joven.
—'Fue un e r r o r —replicó Bor- —Muy bien, si insistes.
d e n — U n malentendido. Margaret se despidió de Vorm,
—Es muy amable de su parte y Lawxence la escoltó hasta uno
expresarlo asi —ronroneó Vorm, de los departamentos para hués-
inclinando la cabeza—. Pero com- pedes situados al final del corre-
prendo lo que ocurrió. Ellos vi- dor.
niere»! a destruirme, y usted los Borden se quedó solo con Vorm,
alejó. Usted me salvó. pero no por mucho tiempo. El di-
—No se ofenda. Ocurrió simple-* plomático se sentía embarazado
* mente que no entendian. por las protestas de gratitud de!
—-No estoy ofendido. Lo admi-
4
meco.
ro. Vea, después de todo expe- —Realmente, ¿no hay nada que
rimento algunos d© sus sentimien- usted desee particularmente? —
tos Si bien nuestra raza no com- insistía.
prende el amor, conoce la admi- —Nada —replicaba Borden me-
ración. Y la gratitud. Le estoy neando enfáticamente la cabe-
agradecido, seftor Borden, y de. za—. Ahora si usted me discul-
seo recompensarlo. pa...
—Le aseguro que no es nece- -—Por supuesto. Usted debe des.
sario. cansar, ¿verdad? La estructura
-—Me ocuparé de que se firme humana tiene muchos aspectos
el tratado del que usted habló. que aún no comprendo.
—^Realmente, es muy amable —•Buenas noches.
de su parte. —En efecto, es una buena no-
—Pero eso no es suficiente. De- che —convino Vorm.
bo pensar en algo apropiado para Borden se retiró a sus habita-
usted personalmente. ciones. Habla sido una noche in-
—Olvídelo, por favor. tensa. El asunto había concluido
—Jamás olvido nada de manera satisfactoria, y la mul-
—¿Qué le parece si nos reuni- titud se habla dispersado. Vorm
mos con los otros se sentía favorablemente dispues-
102
to a concertar un tratado No -—¡Otra vez!
habla motivos de preocupación... —Asi es, señor. Parece que su
excepto, quizás, el problema del actitud de anoche lo ha impre-
artefacto defectuoso. E r a muy sionado profundamente. Un triun-
probable que se hubiera descom- fo diplomático, si me permite de-
puesto cuando se lo quitó frente cirlo —el mayordomo tosió dis-
a la multitud. Pero si la falla era cretamente—. A decir verdad, le
anterior... dejó un pequeño regalo de des-
Se esforzó frenéticamente por pedida.
recordar las subvocalizaciones que «Lawrence le extendió una cajvta
hubiera podido emitir en el cur- blanca, y Borden comenzó a des-
so de la noche. Era un esfuerzo atar &í cordel
casi desesperado, pues los indivi- —¿Por qué? Más gratitud, qui-
duos rara vez tienen conciencia zás. . .
del fenómeno constante y habi- —Exactamente —replicó Law-
tual. Borden sólo podía abrigar la rence con una sonrisa—. Dijo que
esperanza de que sus esfuerzo* pasó varias horas tratando de ha-
conscientes p a r a pensar y hablar llar algo apropiado para un hom-
exclusivamente en términos lite- bre que afirmaba tenerlo todo.
rales se hubieran visto coronados Afortunadamente, me dijo, es in-
•por el éxito; que por inadverten- capaz de olvidar nada, Y al fin
cia no hubiese emitido algún giro recordó que anoche usted habla
verbal perfectamente normal pa- expresado cierto deseo, y que se
sible de alguna inquietante inter- ¡sentía muy feliz de poder satis-
pretación. facerlo.
No pudo dormirse hasta cerca Borden interrumpió sus esfuer-
del alba, y sin duda como conse- zos para desatar el paquete.
cuencia de ella se durmió, pues —¿Un deseo? — m u r m u r ó — N o
cuando despertó Lawrence esta» recuerdo»..
toa sacudiéndolo y diciendo algo —Dijo que ahora usted podrá
en el sentido de que Vorm se ha- tocar bien el piano.
bla marchado. Borden se apartó lentamente
>—¿Se marchó? —Borden se del paquete.
sentó bruscamente en la cama—. Permaneció de pie, pensando
¡ Pero yo debía acompañarlo per- en Vorm. Vorm, que no conocía
sonalmente a la plataforma de «1 amor, pero que sabia lo que
lanzamiento! era gratitud. Vorm, que no com-
—De ello se ocupó el capitán prendía los problemas y las di-
Rollins, señor, Y como sabia que ficultades de la carne, pero que
usted estaba muy fatigado... sabia que podía cambiar a volun.
—Pero yo deseaba despedirlo... tad cualquier parte de su cuerpo,
—En realidad, no era necesa- para lo cual le bastaba destorni-
rio. Vorm me indicó que le ex- llar un instrumento y reempjja-
presara s u ' agradecimiento. zarlo por otro. Vorm, que toma.
103
toa al pie de la letra todo lo que —Un" / •'poco. Pero me falta ei ta-
escuchaba. Vorm, que podía ado- que necesario —habla replicado
sarse un apéndice nasal que era Borden. Se habla interrumpido
como una gran navaja, y sin duda en ese momento se
—¿Qué pasa, señor? —murmu- produjo la subvocalizaeién. Si, ha.
ró Lawrence—. ¿No piensa echa? hia sido entonces, y el productor
una ojeada al regalo? de interferencias ya estaba des
Pero Borden ya estaba comen, compuesto, y Vorm habia oido eí
do por el salón en dirección al deseo inexpresado..., el deseo que
cuarto de Margaret ahora acababa de satisfacer lite-
Sabía que e r a demasiado t a r d e ralmente.
así como sabia lo que el paquete Borden atravesó a la carrera el
guardaba. Porque ahora recorda- salón, y la subvocalización le
ba. .. recordaba que él y Vorm
atronaba tos oídos. Si, ahora re-
habían contemplado a Margaret
mientras ésta tocaba el piano. cordaba las palabras.
—¿Usted toca? —ftabia pregun- *©ja*4 tvvwf» ecos úeém.
tado Vorm,
MOHOLE A
IVOLARA EL "CONCORDE"?
Hace poco pareció que el proyecto del "Concorde", el gran avión
supersónico franco - británico, quedaba varado para siempre en los ba-
jíos de la política y la economía. Pero el proyecto ha recibido nuevo
empuje, y hoy son más grandes que nunca las esperanzas de ver en el
aire el gigantesco superavión.
I
Por las puntas de las palas hue-
HELICOPTERO cas del rotor escapa el chorro do
gases producido por el turbogene-
rador: eí rotor gira obedeciendo al
A CHORRO mismo principio de las ruedas gi-
ratorias de los fuegos artificiales.
105
Ilustró PIGAFETTA
.'/A. ' —
DEL
REPOSO
La posibilidad de que el doctor
Hiilebrand se estuviese dando »
la cleptomanía causó una buena
dosis de placer entre sus colega*
más jóvenes, es decir, todo el per-
sonal del Departamento de An-
tropología, inclusive su director
Walter Klibben. No era que na.
die realmente no apreciara al vie-
jo. Eso hubiera sido muy difícil,
porque era un buen compañero,
gentil y de buen genio; era quí-
35ás la más alta autoridad vivien-
te en arqueología del Sudoeste, y
ampliamente capacitado en la
ciencia general de la antropolo-
gía; y era un hombre que se ale-
graba con los éxitos de los demás.
El Dr. Hiilebrand era el últi-
mo miembro sobreviviente de un
grupo de hombres que hablan he-
cho famoso al Departamento de
Antropología en la primera par
te del siglo XX. Sus ideas eran
anticuadas; para Walter Klibben,
quien a los cuarenta años tenia
mucho del joven que promete, y
para los hombres que había re-
106
T
«nido en torno suyo, la presencia canzado la edad del retiro, pero
del Dr. Hillebrand, revestida de ellos habían• rechazado la limi~ w
autoridad, resultaba tan incon- tación acostumbrada en su caso,
gruente .como lo seria la de un Era curador del museo, cargo só-,
pequeño y manso brontosaurio en lo levemente menos importante
una granja moderna'. que el del director, y ocupaba la
Por otra parte, ningún otro cátedra Kleinman de Arqueología
hombre tenia una técnica arqueo- Norteamericana. E r a un puesto
lógica mejor. Se agregaba a ello bien rentado, con varios miles
una curiosa intuición, que io ha- más por año que el propio cargo
cía cavar en lugares inesperados de profesor de Klibben.
y hacer hallazgos sorprenden- El que el Dr. Hillebrand ocupa-
tes —la especie de cosa que de- r a esos puestos, además de su ca-
leita a donantes y síndicos, tales si monopolio del dinero para pu
como la jarra con motivos blan- bticaciones, constituía la dificul-
cos sobre negro, de Mesa Verde, tad. El obstaculizaba todo. Basta-
la mayor, e intacta-, conocida has- ba con que esa vieja reliquia «r
ta ese entonces; el famoso escon- retirara p a r a que los hombre*
dite de Biitabito, de turquesas y más jóvenes pudiesen ascender.
objetos de concha, descubierto dos Klibben ya habia imaginado todo.
años antes y que no se exhibía La cátedra Kleinman serla para
aún; y, apenas el año anterior, él, y McDonnell podría ascender
las decoraciones murales en las a su profesorado. Dejarla a Stein
vainas de Máscara Pintada. El
é
burg -como adjunto, pero lo haría
mural, del cual se habia recupe- curador. En esa forma, Steinburg
rado sólo una pequeña parte, po* y MbDorrneli recordarían que eí.
día compararse favorablemente cargo de curador podría siempre
con los encontrados en Awatowi ser transmitido a McDonnell co-
y Kawaika-a por el Museo Pea- mo el hombre con más antigüe^
body, pero tenia varios siglos más dad, lo cual los mantendría a a m
de antigüedad. Además, en la par- bos bien despabilados. Por lo me-
te ya expuesta habla) una másca- nos un profesor auxiliar podría,
ra katchina ídentificable, única y a su debido tiempo, convertirse
\
m
servirían para reparar su colec- de) barbas; Era, pcinsó Klibben,
ción de muñecos katchina. En- la clase de deleznable pequeño
tre ellas se hallaban plumas de detalle en el que tino podría- es-
loro y cacatúa, y las espumosas perar hallar ocupado durante mu-
plumas del pecho de un águila. cho tiempo al Dr. Hillebrand.
El campo de Klibben no era el Este habia entregado sus ejem-
sudoeste norteamericano» p e r o plares a los muchachos del sector
cuadquier antropólogo del país "plantas y herencia", que estu-
habría podido -sacar una conclu- vieron encantados de tenerlos.
sión evidente. Turquesas, conchas Ellos, a su vez, habían seguido
y plumas de esa clase eran com- para obtener —para compara-
ponentes de las ofrendas rituales ción— semillas de maíz de los mo-
e n t r e cuyos restos habia llevado dernos indios pueblos, navajos y
a cabo su tarea de toda una vida hopi, y plantarlas. Era- bastante
el Dr. Hillebrand. El Dr. Klib- natural, entonces, que, de tiempo
ben comenzó a sospechar —o a en tiempo, el Dr. Hillebrand lle-
esperar— que el anciano estuviese vase ejemplares de semillas y de
sucumbiendo a una debilidad men- polen a su casa para estudiarlos
tal mucho más seria que la que por su cuenta. Podía resultar tan
demdbtrarfa el mero {hurto de claro como el día para Klibben
unos pocos trozo* de turquesa y que el viejo chocheaba ya hasta
conchillas. el punto de realizar ofrendas ri-
El director hizo, con mucho tuales a los dioses de las mora-
tacto, algunas preguntas en el la. das de las barrancas. Pero todavía
boratorio de genética, para saber •no tenía nada que pudiese con-
si el anciano habia buscado polen vencer al cuerpo de síndicos, de-
de maíz, otro de los componentes cididos partidarios de Hillebrand.
de las ofrendas rituales, y descu- Aun así, la situación permiti a
brió que allí la cuestión de la alentar esperanzas. Klibben sugi-
evolución del Zea maJx en el Sud- rió al sereno que, por el cuidado
oeste estaba vinculada a la mu- de la salud del profesor Hille-
cho mayor y zarandeada cuestión brand, se mantuviese especialmen-
del origen y domesticación de esa te atento a las actividades que
Importante planta; del N « e v o éste realizaba después de hora en
Mundo, tan interesante para ar- el museo. Llegado Junio, Klibben
queólogos, botánicos y genetis- se las arreglarla para que Fran
tas. El Dr. Hillebrand habia es- klin —por su interés en el Sud-
tando coleccionando especímenes oeste, Franktfn era la elección 16*
de antiguo maíz en los lugar*?-* gica— acompañase a la expedición
arqueológicos durante largo tiem- de Hillebrand y viese lo que pu-
po —espigas, tusas y granos que diere ver.
se montaban a dos mil o m á s años Franklin aceptó la misión de
atrás, y otras partes de la plan- buena gana, dándose plena cuenta
ta, inclusive algunos fragmentos de las posibles ventajas que esto
110
i
le reportaría en caso de que el trescientos kilómetros} llegar a
anciano se retirase. El arqueó, las barrancas contra las cuales se
logo aceptó con ecuanimidad el alzaban las ruinas de Máscara
agregado del joven a su equipo. Pintada. El principal objetivo del
Observó que eí conocimiento de trabajo de ese verano era exca-
Franklin sobre la vida diaria de var en detalle la klva *, expío,
los pueblos seria útil para/ Inter* r a r otra kiva y realizar otras ex-
p r e t a r lo que pudiera descubrirse, cavaciones rutinarias en las rui-
a la p a r que un mejor afianza- nas en general.
miento en la prehistoria del Sud- P a r a el fin de la semana, ei
oeste agregarla profundidad a las trabajo se realizaba espléndida-
percepciones etnográficas del jo- mente. El Dr. Hiilebrand puso a
ven. Inmediatamente después de Franklin, como científico de más
la partida, salieron hacia el terrí- antigüedad entre los del grupo,
torio navajo de Arizona, acompa- a cargo de la tarea en la kiva
ñados por dos estudiantes y cuatro pintada. Franklin sabia perfecta?-
graduados. mente bien que era deficiente en
E n Faraniington, en Nuevo Méxi- la técnica que imponía tal labor;
co, recogieron el camión y la fur- en realidad, dependería de su pri
goneta de la universidad y el au- m e r asistente, Philip Fleming,
to de Hiilebrand, un modelo Ford quien estaba a punto de graduar-
A, tan arcaico como su dueño. se. Fleming habla trabajado en
Considerando los ingresos del hom- esa kiva en la temporada ante-
bre pensó Franklin, el aferrarse rior, pasado otras tres tempora-
a semejante cosa era una extra- das con el D r . Hiilebrand, y és-
vagancia más, un elemento que t e lo consideraba la promesa mftr
podría agregarse a muchos otros brillante e n t r e los muchos que
para probar la tesis de Klibben. habían trabajado con él. Existia
También en Farmdngton engan- ¡un verdadero afecto entre los dos
charon a un cocinero y un asis- hombres.
tente general. El trabajo del D r . Dos de los otros graduados esta-
Hiilebrand. estaba generosamente ban bien capacitados p a r a dirigir
financiado, aparte de cuanto en* unq excavación simple por si so-
traba en él de las propias ganan- los. Uno f u e puesto a cargo de
cias del a<nciano . la todavía intacta segunda kiv«i*
El grupo anduvo a los tumbos el otro cavarla una zanja que ta-
por el horrible camino hasta pa- jase la masa general de las mi-
sar las Cuatro Esquinas y con- nas partiendo del Norte. Fran-
tornear el lado norte de la Mon-
taña ¡Hermosa, para adentrarse * kiva: cámara o recinto ce-
en el valle Chinlee, luego dirigir- remonial de algunos indios nor-
se hacia el Sur y el Oeste y, des- teamericanos en el que ae entra
pués de haber ocupado un dia y por arriba, (N. del T.)
medio p a r a recorrer alrededor de
; ni
klin se sintió incómodamente su- las actividades del D r . Hillebrand
pernumerario, pero reconoció que en la expedición no habían evi-
esa era una ventaja para mantener denciado otra cosa que su magni-
una estrecha vigilancia sobre el fica competencia. Si al viejo se
director de la expedición. le ocurría realizar locos ritos anti-
Después de la comida, en ia no- guos con elementos robados seri*
che del octavo día, el Dr. Hille- en ese su lugar secreto de medi-
brand anunció, con cierta timidez, tación. Quizá se alzaba y danza-
que estaría ausente por unos cua- ba en honor de los antiguos dio-
tro días, "para seguir una vieja ses. -Hasta se podría sacar una
costumbre "que todos ustedes co- foto...
nocen". Los m á s jóvenes sonrie- El Dr. Hillebrand dijo:
ron. Franklin mantuvo un rostro —No estaré ausente mucho
inexpresivo para ocultar su inte, tiempo. Mientras tanto, por su-
rés avivado. puesto, el D r . Franklin quedará
Esta era una famosa, o noto- a cargo de todo —se volvió direc-
ria, excentricidad del viejo, en la tamente hacia su ayudante—
cual cifraban grandes esperanzas George, aquí hay varias ¿osas qu*
los doctores Klibben, McDonnell debe vigilar estrechamente. Sí
y ei resto. Todos los años, a co- quiere mirar estos diagramas...
mienzos de la temporada, el Dr. y usted también, P h i l . . .
Hillebrand iba solo a unas ruinas Franklin y Fleming se senta-
que habia excavado a principios ron junto a él. El Dr. Hillebrand
de su carrera. Existía cierta fri- explicaba. Fuera que el viejo dia-
certidumbre en cuanto al lugar; blo k> hubiese hecho intencionai-
se creia que era un sitio al que mente o no, estaba frito. Frente
ios navajos llamaban Tsekaiye a lo delicado de la tarea, y al re-
KM. Nadie sabia qué h a d a el an- sultado probable del trabajo de
ciano allá. El decía que esos para los próximos días, no podría ha-
jes y la soledad eran valiosísimos llar posiblemente una excusa pa*
para pensar y salir adelante en ra ausentarse, cuando también se
la tarea que tenia entre manos. encontraba ausente el jefe de la
HabHualmente, no mucho después expedición.
de su regreso de esas ruinas, solía El Dr. Hillebrand partió tem-
anunciar su decisión de cavar en prano a la mañana siguiente, en
tal o cual lugar, y procedía a des- su vibrante Ford A. Llevaba con-
cubrir la kiva pintada, o los fe- sigo u n mínimo espartano de ali-
tiches de la Caverna de la Olla, mentos y ropa de cama. Era bue-
o la manta de Kin Hatsosi, o al- no estar solo una vez más en los
#&n otro hallazgo notable. largo tiempo amados parajes del
Si Franklin pudiese escaparse territorio navajo. El automóvil
en ia furgoneta y seguir al viejo, marchaba bien. Todavía lo usaba
podría conseguir la información porque, con excepción del Jeep,
que quería. Hasta ese momento, nada que fuese más moderno te-
112
nía la virtud de llevarlo donde él entonces, pensó, no había caba-
quería ir. llos que pastasen— y el lecho de
Conducía con lentitud, porgue la corriente estaba erosionado
se hallaba en la edad en que e! más profundamente, y aquí y allá
conocimiento y la destreza deben grietas muy marcadas llegaban a
reemplazar a la fuerza-, y que- él desde los lados.
darse en medio del camino sería Sin embargo, los álamos ame-
grave. Cuando tenia cincuenta ricanos crecían entre la azarosa
años, reflexionó, habria llegado al corriente y las altas barrancas,
T'iiz Hatsosi Canyon desde el cam- cálidamente bruñidas en oro. Ex-
pamento actual en menos de cua- cepto a mediodía, había sombra,
tro horas: cuando tenia treinta, si y la condición de intimidad, de se-
•hubiese sido posible viajar en au- creto casi, perduraba. En la pa-
to por esos campos, habria ido a red oeste se hallaba la ancha fa-
mayor vélocidad y muy probable-
& •
ja de rocas blancas que daba su
mente habria terminado por per- nombre a las pequeñas ruinas,
derse. Llegó a la zona abierta agr - Tsekaiye Kin, y llevaba la vista
e d a fuera del lugar en que el T'iiz hacia el largo borde, arriba, al
Hatsosi se deslizaba hacia la gran que la barranca curvaba como
mesa, hacia el Sur. Había casi el
%
m
grieta en la roca, a más de un solo, cuando era un joven con un
xaetro sobre el piso» y corría ha- brillante y reciente titulo de doc-
cia abajo sobre la piedra para tor, un muchacho-hombre no muy
formar un estanque en la base. diferente de Fleming. Aquí ha-
La roca, dorada y castaña» brilla- bía descubierto qué significaba
ba; pequeños hilos de agua se entrar en una habitación que fiún
deslizaban por las grietas. En el conservaba intacto su techo, y
estanque habia berro, y alrededor ver las marcas del humo del fue-
de éi 4uus>goa j ii^siaiiifc. hierba go del hogar, las cuerdas del telar
como para hacer algún metra de todavía en su sitio en el cielorra-
césped. so y en el piso, la quebrada vasi-
Aftuí ei D r . Hillebrand deposi- ja para cocinar todavía en el
tó su equipo para dormir y su« rincón.
provisiones. Calculó que le que- Presentó sus respetos a esa cá-
daban algo m á s de dos horas de mara —"Habitación 4-B-—; se man.
luz. Cortó alguna cantidad de ie« tuvo un instante en la pequeña
ña. Luego sacó mi paquete de su y abierta área central; luego si-
c a f e t e r a . £1 paquete estaba en- guió hacia el óvalo irregular y
vuelto en un viejo pedazo de piel sin techo de 1a kiva. El solo la
<de ante. Con él en la mano» eo~ había excavado.
menzó a trepar í& ladera, hacia Sí el Dr. Franklin hubiese po-
las minas. dido encontrarse allí entonces,
El sentimiento de pm había co- espiando sin ser visto, se habría
menzado una vez que no estuvo sentido feli<$simio. 'De b a j o de
m á s a su vista el campamento de una piedra que parecía firmemen-
l&s ruinas de Máscara Pintada. te incrustada en el piso de arci-
Había aumentado cuando él entró lla, el Dr. Hillebrand sacó una
«si ei Tiíz Hatsosi Canyon; se h a . antigua pipa de piedra, provista
bía t o m a d o más intenso cuando de un caño nuevo de sauce. La
descendió del automóvil y contem- 3 leñó de tabaco, realizó curioso?
pló a través de los álamos su pe- movimientos mientras la encen-
queño pueblo, con sus catorce ha- día y lanzó humo hacia las seis
bitaciones. J u n t o a la fuente, se direcciones. Luego salió de la ki-
había vuelto m á s f u e r t e todavía va. por el lado interior, y fue por
mezclado con una nostalgia de debajo de la doble hilera de ha-
los tiempos idos que era dulce- bitaciones, hacia la zona más oscu-
mente penosa, como el recuerdo ra, bajo la curva convexa de la
de un amor maravilloso, ya per-» pared en el fondo de la caverna,
dido. Dejó de lado esos pensa- cuyo piso era una mezcla de tie-
mientos para consagrarse a la ta- r r a y desperdicios. Dos piedras
rea de ascender, lo cual no era pequeñas y redondeadas, a casi un
enteramente simple. Cuando es- metro una de la otra, marcaban
tuvo en las ruinas, volvieron cua- en forma poco notoria un lugar.
druplicados. Aqui habia trabajado Hillebrand se sentó junto a él, so
114
bre un borde adecuado de la ro- ron por accidente cuando la gen-
ca, y volvió a chupar la pipa; te anterior a la que construyó la
luego abrió ei paquete de cuero kiva pintada se trasladó. Perte-
de ante y procedió a realizar la necía a una mujer llamada Pluma
antigua ofrenda de cuentas de de Cola de Azulejo. Su niño se
turquesa, conchillas blancas y ro- había escapado y se perdió justa-
jas, piedras negras, plumas y po- mente cuando comenzaban a mo
len de maiz. verse. Para el momento en que
Se volvió a sentar, cómodamen- ia encontró, ei jefe de guerra es-
te, y dijo: taba impaciente. De todos modos,
—Bueno, aquí estoy de nuevo. podemos volver al asunto más
La respuesta no surgió de la tarde. Puedo ver que algo ronda
tierra, en la que reposaban los en tu mente.
huesos del interlocutor, sino de —Estoy solo —dijo simplemen -
un punto en el espacio, tal como te el Dr. Hiilebrand—. Mis ver-
si estuviese sentado frente al Dr. daderos amigos se han ido todos.
Hiilebrand: Hay un montón de gente con
—Bienvenido, viejo amigo. Gra- que me llevo muy bien, pero no
cias por los dones. Su aroma es me queda nadie a quien quiera
grato para todos nosotros. —es decir, sobre la tierra— y tú
—No sé si podré traerte más eres el único bajo ella que soy
—-dijo el arqueólogo—. Puedo capaz de alcanzar. Me gustaría...
compilar fcksai> nuevas, [por su- poderme llevar tus restos conmigo
puesto, pero conseguir las anti- y entonces podríamos hablar a la
guas se está volviendo difícil. Me noche.
observan. —No me gustaría.
—No es necesario —respondió —Entonces no lo haré, por su-
la voz—. Somos ricos en ios es- puesto .
píritus de cosas como éstas, y nues- —Estaba seguro de eso. Tu
tros nietos sobre la tierra todavía r r a es extraña para mí, y viajar
nos las ofrecen. Más bien ha si- de un lado a otro representará
do en tu beneficio que he querido mucho esfuerzo. Lo que vi
que las trajeras, y creo que ese Ha vez que te visité me era to-
adiestramiento ha servido para su talmente ajeno; lo serta par-
propósito. también, según creo. No pasa»**
—Me das un gran alivio —lue- mucho tiempo, pienso, antes do
4
go, con un matiz de ansiedad—: verme liberado! enterame* ^
¿Eso no significa que tengo que mi sujeción a mis huesos, pero sí
interrumpir mis visitas? los sacas ahora, resultaría emb«*
-—De ninguna manera. Y, de razoso. Toma por ejemolo a
paso, hay u n a muy linda vasija que llevaste a tu casa hscf»
con cantidad de cuentas de una años, el viejo Palo Corteé. F 1
variedad muy antigua; en donde dice que lo trataste muy bien v
estás excavando ahora. La deja- le diste e l aroma de las joyas e*-
115
remóntales toda vez que pudiste, bi? —preguntó la Frente del Sol.
pero a veces vuelve agotado de —Nuevo Oraibi.
su viaje. EH jefe dio un resoplido desde-
•—Palo Conejo —meditó el D r . ñoso.
Hillebrand—. Me preguntaba si no —•De modo que, habiendo tam-
1
iiabría alguien alli. Jamás me ha bién leido algunos libros, cree que
diablado. un etnógrafo, sólo Viue se hace
—No podía. Era simplemente llamar antropólogo cultural. Y
un hombre confín del Clan del aqui está para encontrar pruebas
Junco. Pero t e agradece las de que mi cerebro falla —son-
ofrendas» porque le han dado la rió—*. Por cierto que lo pensa-
fuerza que necesitaba. Como sa- rían si me viesen aquí, hablando
bes, yo puedo hablar contigo por- al vacio.
que yo era la 'Frente del Sol, y L a Frente del Sol se rió.
tuviste la suerte de pensar y sen. —-Por cierto que sí. No podrían
t i r e n la <forma¡ correcta cuando oírme, lo sabes —luego su voz se
te acercaste a mi. Pero, dime, ¿los tornó grave nuevamente—. Eso
jóvenes q u e aprenden contigo no ocurre siempre, creo. Me ocurrió
te sirven de compañía? a mi. Querían hacer las cosas de
—Si. Hay uno que es como un otra manera, cuando yo habia lle-
hijo para mi. Pero una vez que gado por último al punto en que
han aprendido, se van. Los hom- un Anciano me habló. Llegué a
bres intermedios, que se han con- eso ya viejo, no joven, como tú.
vertido en, digamos, jefes, en mi No podian quitarme el titulo, pe-
Departamento, no me sirven. ro querían arrebatarme mis atri-
Quieren que me convierta en ju- buciones, traerme bastante comi-
bilado, es decir, darme una pen- da para que pudiese vivir, oír mis
sión, apoderarse de mi autoridad consejos y no escucharlos. Lu-
y mis sueldos y ponerme en un char contra ellos se tornó moles-
lugar en que pueda dar consejos, to y disgustante, de modo que de-
y ellos poder ignorarlos. Tienen cidí darme por terminado. A la
nuevos métodos y desprecian los* edad que J habia alcanzado, casi la
míos. De modo que ahora me es- tuya, es fácil de hacer.
tán vigilando. Esta vez han man- —¿Y ahora dices que vas a des.
dado a un joven conmigo para prenderte enteramente de tus
que me vigile. Lo llaman estu- huesos? ¿Estás por alcanzar la
diante de las costumbres de tus siguiente etapa?
nietos; pefsó una vez seis sema- —Oigamos que comienzo a es-
nas entre los zuftis, cuando vio perar. Nuestra vida es hermosa,
que la gente no gustaba de él, se pero durante un siglo más o me-
.0
fue y pasó el resto del verano nos he estado anhelando la pró-
u n Oraibi. xima, y comienzo a tener espe-
—¿Nuevo Oraibi o Viejo Orai- ranzas.
116
—¿Cómo ocurre ¿O no debo jo la Frente del Sol—. En cuanto
saberlo ? al baile, ya no estarás en ese vie-
—Puedes saberlo. Eres bueno, y jo cuerpo. No danzarás con esos
guardas nuestros secretos, tal co- huesos frágiles y reumáticos. Hay
mo hicieron siempre nuestros lugar para ti en nuestro país.
. hombres sabios. Verás a un hom- ¿Por qué no vienes? Descansa tan
bre que se ha tornado joven, solo en «quel hueco y decídete.
apuesto y lleno de luz. Cuando —Sabes —dijo el Dr. Hille-
bailan^os, él baila coa magnifica
.1 r * *
brand—, creo que lo haré.
belleza; su canto es hermoso y t e Tanto el profesor de Arqueo-
parece que estuviese creando vi- logia Norteamericana como el es-
da. lluego, una vez que los kat- piritu que fue una vez la Frente
chiñas están danzando ante nos-
* • !
117
estaba cargado coji mucha esco-
A
cado de un collar que había des-
fci» y que necesitarla mucho tiem- enterrado, y continuó con un po-t
po antes de poder reunir las f u e r , quito de polen que le habla dado
zas necesarias para intentar un un navajo. De pronto, su rostro
viaje al país de su amigo. mostró una estupefacción absoluta
Su retrato, en toga y toca aca- y se puso a escuchar atentamente.
démicas, f u e pintado y colgado En la temporada siguiente. Fie-
*
& la entrada del museo* a un la- ming regresó a las ruinas de Más-
do de la estela de Quiriguá y fren- cara Pintada, por concesión del
t e a la reproducción del famoso D r . Klibben, quien estaba encan-
mural de la Kiva pintada. El Dr. tado de que su Departamento se
Klibben manejé hábilmente ios as- viese enteramente libre de arqueo,
censos y emolumentos que caye- logia del Sudoeste. Allí cavó una
ron bajo su control. Philip Fle- zanja que llevó directamente a
ming se graduó con todos los ho- una magnífica vasija policroma,
nores y pronto se le ofreció un que contenia g r a n cantidad de s e .
cargo magnifico en Harvard. Mo- millas de alto interés botánico.
vido por un impulso que no com- Pocos años después dejó de vi-
prendía, y siguiendo uno o dos sitar la tumba, pero fue lo bas-
actos que habla realizado para su tante sentimental como para ha-
propia sorpresa, Fleming f u e k cer un peregrinaje, solo, a Tse-
ia tumba del Dr. Hillebrand, en kaiye Kin al comienzo de cada
un gesto de respeto y agradeci- temporada de expediciones. Se de-
miento . •
cía en broma entre sus colegas
he había parecido poco apropia- que allí comulgaba con el espíri-
do llevar flores. En cambio, al t u del viejo Hillebrand. Por cier-
sentarse junto a la tumba, con le- to, parecía haber heredado de
ves movimientos de las manos, aquella figura el don legendario
gfrrojó sobre ella unos trocitos de de Realizar hallazgos espectacu-
turquesa y concha que había sa- lares.
118
EL
AUTOLUNA
fxm
119
HECTOR C OESTEKHELI>
María Santos cerró los ojos, aflo- ella se levantara, encontrara ins-
jó el cuerpo, acomodó la espalda talado el banco al pie del árbol.
contra el blando tronco del á r b o l María Santos sonrió agradecida;
Se estaba bien allí, a la som- el tronco parecía rugoso y áspero,
ora de aquellas hojas transparen- pero era muelle, cedía a la menor
• /
tes que filtraban la luz rojiza de! presión como si estuviera relleno
sol. de plumas. Carlos había tenido una
Carlos, el yerno, no podía ha- gran idea cuando se le ocurrió
berle hecho un regalo mejor para plantarlo allí, al borde del sem-
su cumpleaños. brado.
Todo el día anterior había tra-
> * •**
Tuf-tuf-tuf. Hasta María Santos
bajado Carlos, limpiando de male- llegó el ruido del tractor. Por en-
zas el lugar donde crecía el árbol. tre los párpados entrecerrados, la
Y había hecho el sacrificio de ma- anciana miró a Marisa, su hija,
drugar todavía más temprano que sentada en el asiento de la xná- >
m
£1 brazo de Marisa descansaba Tierra, con algún "panadero" v®.
en la cintura de Carlos, las dcu lando alto!
cabezas estaban muy juntas: se- —¿Duermes, abuela? —Roberto,
guro -que Hacían planes para la el nieto, viene sonriente, con su
nueva casa que Carlos quería libro bajo el brazo.
construir. —No, Roberto. Un poco cansa-
María Santos sonrió; Carlos era da, nada más.
un buen hombre, un marido inme- —¿No necesitas nada?
jorable para Marisa. Suerte que —No, nada.
Marisa no se casó con Larco, el —¿ Seguro ?
ingeniero eJ^uel; Carlos no era más .—Seguro.
que un agricultor, pero era bueno Curiosa, la insistencia de Rober-
y sabia trabajar, y no les hacía to; no acostumbraba a ser tan
íaltar nada. solícito; a veces se pasaba di as
¿No les hacía faltar nada? enteros sin acordarse de que ella
extetía.
Una punzada dolida borró la son-
risa de María Santos. ¡Pero, claro, eso era de esperar;
la juventud, la juventud de siem-
El rostro, viejo de incontables
pre, tiene demasiado quehacer con
arrugas, viejo de muchos soles y
eso, con ser joven.
de mucho trabajo, se nubló.
Aunque en verdad María San-
No, Carlos podría hacer feliz a
tos no tiene por qué quejarse: úl-
Marisa y a Roberto, el hijo, qu¿?
timamente Roberto había estado
ya tenia 18 años y estudiaba me-
muy bueno con ella, pasaba horas
dicina por televisión.
enteras a su lado, haciéndola ha-
Nc, nunca podría hacerla feliz blar de la Tierra.
a ella, a María Santos, la abuela... Claro, Roberto no conocía la Tie*
Porque María Santos no se adap- r r a ; él había nacido en Marte, y
taría nunca —hacia mucho que las cosas de la Tierra eran para él
'había renunciado a hacerlo—, a algo tan raro, como cincuenta o
la vida en aquella colonia de sesenta años atrás lo habían sido
0 *.
Marte. las cosas de Buenos Aires —la ca-
De acuerdo con que allí se ga- pital—, tan raras y fantásticas pa-
naba bien, que no les faltaba na. ra María Santos, la muchachita
da, que se vivía mucho mejor que que cazaba lagartijas entre las tu-
en la Tierra, de acuerdo con que nas, allá en el pueblito de Cata-
allí, en Marte, toda la familia te-
^ • marca.
nía un porvenir mucho mejor; de Roberto, el nieto, la había hecho
acuerdo con que la vida en la Tie. hablar de los viejos tiempos, de
r r a era ahora muy d u r a . . . De los tantos años que María Santos
acuerdo con todo esó; pero, ¡Marte vivió en la ciudad, en una casita
era tan diferente!...
• * ®
12!
por ladrillo la casa, quiso saber el El pasto amarillo, ese pasto raro
nombre de cada flor en el cantero que cruje al pisarlo, María Santos
que estaba delante, quiso saber có- no se acostumbró nunca a él. Es
mo era la calle antes de que la como una alfombra rota que se
pavimentaran, no se cansaba Se estira por todas partes; por los lu-
oiría contar cómo jugaban los chi- gares rotos afloran lew rocas, siem-
cos a la pelota, cómo remontaban pre angulosas, siempre oscuras.
barriletes, cómo iban en bandadas Algo pasa delante de los ojos de
de guardapolvos al colegio, tres María Santos.
cuadras más allá. •Un golpe de viento quiere des-
Todo le interesaba a Roberto, el peinarla.
almacén del barrio, la librería, la María Santos parpadea, trata de
lechería.,. ¿No tuvo Acaso sjue ver lo que le pasa delante.
explicarle
* cómo eran las moscas? Allí viene otro.
Hasta quiso saber cuántas patas? Delicadas, ligeras estrellitas de
t e n í a n . . . ¡ Como si alguna vez Ma- largos rayos blancos...
ría Santos se hubiera acordado de ¡•^Panaderos"!
contarlas! Pero, hoy, Roberto no ;SS, "panaderos", semillas de car.
quiere oírla recordar: claro, debe do, iguales que en la Tierra!
z- ser ya la hora de la lección, por El gastado corazón de María
eso el muchacho se aparta cas! de Santos se encabrita en el viejo
pronto, apurado, pecho: ¡ "Panaderos"!
Carlos y Marisa terminaron* el No más pastos amarillos: ahora
surco que araban con el tractor. •hay una calle de tierra, con hue-
Ahora vienen de vuelta. vones profundos, con algo de pasto
Da gusto verlos; ya no ton jó- verde en los bordes, con una zan-
venes, pero están contentos. ja. con veredas de ladrillos torci-
Más contentos que de costumbre, dos . . .
con un contento profundo, un con- Callecita de barrio, callecita de
tento sin sonrisas, pero con una recuerdo, con chicos de guardapol-
gran placidez, como si ya hubie- vo corriendo para la librería de la
ran construido la nueva casa. O esquina, con el esqueleto de un
como si ya hubieran podido com- barrilete no terminando de morir-
prarse el helicóptero que Carlos se nunca, enredado en un hilo del
dice que necesitan tanto, teléfono.
Tuf-tuf-tuf... El tractor llega María Santos está sentada en la
hasta unos cuantos metros de ella; puerta de su casa, en su silla de
Marisa, la hija, saluda con la ma- .paja, ve la hilera de casitas ba-
no, María Santos sólo sonríe; qui- jas, las más viejas tienen jardín
siera contestarle, pero hoy está al frente, las más modernas son
i muy cansada. muy blancas, con algún balcón cro-
Rocas ondulantes erizan el hori- mado, el colmo de la elegancia.
zonte, rocas como no viera nunca "Panaderos" en el viento, viento
en su Catamarca de hace tanto. alegre que parece bajar del cielo
122
mi&mfo, desde aquellas nubes tan los tres se acercan a María San-
iblancas y tan redondas... tos .
'•Panaderos" como los que perse„ Se quedan mirándola.
•guía en el patio de tierra del ran* —Ha muerto feliz... Mira» pare-
cho allá en la provincia. ce reírse.
í ^Panaderos"! —Si... ¡Pobre doña María!...
El pecho de María Santos es —(Fue una suerte jque pudiéra-
gran tumulto gozoso. mos proporcionarle una muerte
"Panaderos" jugando en el aire s asi.
yendo a lo alto. —Sí... Tenía ra2ón el que me
vendió el árbol, no exageró en na-
da: la sombra m a t a en poco tiem-
Carlos y Marisa han detenido el po y sin dolor alguno, al contra-
tractor. rio . . .
Roberto, el hijo, se les junta, y —IAbuela!... ¡Abuelita!... -j
I
I
COLABORACIONES
CONCURSO
PERMANENTE
CUENTOSé
I
1
J
POOL
QUE NO
m m w*
LV't'l
%L CABO KENNEDY
r • « 2 C WT/ n ^ 1
^ P ^ •• 9*
• • fl J#
•
4?
!
'.a. i 1
• | i* ^ . «á j A| «fe '¿ I
I IfiXl A
Esta sección nuestro
- O
correo: en eua
mos y
cartas que
lectores.
Rogamos clarid
NUESTRA
CANGALLO 1642 - 4" Piso - i*
O
* £ Tarifa reducida
& en trámite
má < l £
A
Estación Espacial Boeing. La cienci
se hace ficción...