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La respuesta de Jean- Jacques Rousseau

El periodo de la Ilustración que caracterizó al siglo XVIII enfatizó y la discusión fría.


Opuesto a ese movimiento y en forma contemporánea surgió en Filosofía el
Romanticismo que se extendió posteriormente a otros ámbitos. Uno de los principales
representantes del romanticismo filosófico es Jean Jacques Rousseau. Nació en Ginebra
en 1712. Su madre murió pocos días después del parto. A la edad de 16 años.
Insatisfecho con los varios oficios con que había experimentado hasta entonces,
comenzó una vida de vagabundo que de alguna manera, mantuvo hasta su muerte.

En 1749 se enteró de que la Academia de Dijon proponía un concurso sobre el tema de


si la civilización habla corrompido a la humanidad. Este problema lo motivó a tal punto,
que se abocó por completo a la reflexión sobre el mismo, ganando, por su obra, el
primer premio. En su escrito, que luego fue desarrollado en su Discurso sobre el origen
de la desigualdad entre los hombre, manifiesta que el hombre es bueno por naturaleza,
que la sociedad lo ha corrompido y que la única solución es el retorno a la vida natural.

Tiempo después se trasladó a Paris, donde escribió Economía Política, Carta a


Dalembert, La nueva Eloísa, Emilio y el Contrato social. Murió en 1778, habiendo
mostrado en sus últimos años un desequilibrio mental agudo.

La obra que nos interesa para el problema que abordamos en el discurso sobre el origen
de la desigualdad entre los hombres. Allí Rousseau plantea que hay dos tipos de
desigualdades, una es física y propia de todo animal En efecto en todas las especies hay
individuos más fuertes y mejor dotadas que otros. Pero la otra desigualdad, la moral es
propia del hombre en su estado actual.

Veremos entonces cómo describe Rousseau al hombre en su estado natural, y luego nos
referiremos brevemente a qué fue lo que ocurrió ara que aquella situación paradisíaca
terminase

¿Cómo imagina Rousseau al hombre en aquel estado previo a la civilización?

Despojado este ser así constituido de todos los dones sobrenaturales que hubiera podido
recibir y de todas las facultades artificiales que no ha podido adquirir sino mediante
largos progresos, considerándolo, en una palabra, tal cual debió de salir de las manos de
la naturaleza, veo en él un animal menos fuerte que unos y menos ágil que otros, pero
en conjunto mejor organizado que todos lo veo saciar su hombre bajo una encina, su sed
en el arroyo y más cercano, durmiendo bajo el árbol mismo que le proporcionó su
sustento y de esta suerte satisfacer todas sus necesidades. La tierra abandonada es la
fertilidad natural y cubierta de inmensos bosques que el hacha no mutila jamás, ofrece a
cada paso alimento y refugio a los animales de toda especie.

Al leer el párrafo previo habrás podido apreciar por qué calificamos de paradisiaco a lo
que Rousseau describe como el estado natural. El hombre se encontraba integrado con
la naturaleza. Se valía de ella en cuanto lo requerían sus necesidades, pero no la
dominaba y era capaz de descubrir en cada planta o en cada roca el fruto o el arma para
defenderse. Rousseau concibe al hombre natural como un animal, pero con ventajas por
sobre los otros, que le permitían defenderse tanto de los rigores del clima como de las
especies feroces que merodeaban la zona ¿Que tenía el hombre que lo ubicara en esa
posición? Los hombres diseminados entre ellos, observan, imitan su industria y se
instruyen así hasta posesionarse del instinto de las bestias con la ventaja de que cada
especie no tiene sino el suyo propio al paso de que el hombre, no teniendo tal vez
ninguno que le perteneciera se los apropia todos.

Por otra parte, las condiciones de vida imponían al hombre la necesidad de resistir y
sobreponerse a dificultades de todo tipo. Habituados desde la infancia a las
inclemencias de la intemperie y al rigor de las estaciones ejercitadas en la fatiga y
obligados a defender, desnudos e inermes sus vidas y sus presas contra las otras bestias
feroces o escapar de ellas mediante la fuga, los hombres adquieren un temperamento
robusto y casi inalterable. Los niños que vienen al mundo con la misma excelente
constitución de sus padres que y que la fortifican por medio de los mismos ejercicios,
adquieren así todo el vigor de que es capaz la especie humana. La naturaleza obra
precisamente en ellos como la Ley de España con los hijos de los ciudadanos hace
fuertes y robustos a los bien constituidos y suprime lo demás diferente en esto de
nuestras sociedades en donde el estado haciendo que los hijos resulten onerosos a sus
padres los mata indistintamente antes de haber nacido. Rousseau afirma que, aun
enfrentándose con animales fuertes, el hombre saldrá en general airoso. Pero viviendo el
hombre salvaje dispersado entre los animales y encontrándose desde temprana edad en
la necesidad de medir sus fuerzas con ellos, establece pronto la comparación, y
sintiendo que los sobre empuja en habilidad más de lo que ellos le exceden en fuerza, se
acostumbra a no temerles.

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