El dolor.
A través de su relación con el dolor podemos analizar a un ser humano, al ser humano, a
la humanidad. Si quisiésemos se podría hacer la historia del dolor. En nuestro tiempo
disponemos de una nueva relación con el dolor, que el autor se dispone a desentrañar.
Tendemos a relegar el dolor del reino del azar, una zona eludible, de la cual podemos
escapar. Pero si observamos fríamente, con una mirada analítica, es muy probable que
nos demos cuenta que el acoso de ese sentimiento es ineludible, nos alcanza a todos.
Esto nos lleva a que dudemos de nuestros valores, hace que acechemos lugares en que
existan protección y seguridad. Queremos escapar del dolor.
Tiempos pasados.
El siglo XIX se vio marcado (para los europeos) por una sensación de seguridad. El
hecho de conquistar el globo terráqueo sin utilizar pólvora y recibir tributos constantes
por la conquista, la transformación de las realidades en conceptos generales (de los bienes
en dinero, de lo vínculos naturales en vínculos jurídicos) produjo una cierta ligereza y
una libertad de movimiento de la vida.
El bienestar que en ellos se nota es onírico, indoloro: al ver una película cuya acción
transcurra a finales del siglo XIX o a comienzos del XX, con sus modas femeninas
cortadas a la medida del goce y no del deporte o del trabajo nos sumerge en un estado
narcótico.
Nos es lícito preguntarnos entonces donde está el sitio donde se soportan las cargas, entre
tanta ligereza. Las fricciones mas groseras se sofocan artificialmente, pero el dolor llena
sus espacios, infiltrándose gota a gota. Así, el aburrimiento es su experiencia de
“disolución de dolor en el tiempo”.
No hay nada mas sintomático de finales del siglo XIX, que el surgimiento de los
dominios de la psicología, ciencia relacionada con el dolor íntimo, el dolor anímico
surgido de la omisión del sacrificio.
El siglo XX.
Ya para principios del siglo XX podemos decir que el mundo de la persona singular que
se complace en sí misma y se inculpa a sí misma es un mundo que dejamos atrás.
Al tratar al cuerpo como un objeto , resulta posible crear con medios artificiales el
“puesto de mando a distancia” del que se carecía en el sentimentalismo. El ataque del
dolor pasa a tener un significado puramente táctico, y el cuerpo es sacrificable desde gran
distancia. Ya no se trata de escapar al dolor sino de resistirlo.
Cuando ha de mantenerse un poder, y éste sabe que cosas deben saberse y cuales no, la
investigación libre está de mas. Así, un rango superior asigna a la investigación sus
tareas, y el saber se ve amputado en todas las situaciones decisivas.
Tal objetización pasa a ser una característica segura de todos los espacios donde el dolor
representa una de las experiencias directas y obvias. El sentimiento de cercanía (de valor
no simbólico, sino fundado en sí mismo) desaparece para dejar lugar al movimiento a
distancia de las unidades vivientes. La vida, las personas y sus articulaciones se
convierten en objeto.
Nosotros consideramos como una característica elevada, dice Jünger, el hecho de que la
vida pueda distanciarse de si misma. Eso no pasa en ningún lugar donde la vida se
reconoce en si misma como el valor normativo, donde no es contemplada meramente
como un puesto avanzado. Pero la técnica – la disciplina- es diferente a cada situación
(¿?)
La técnica.
La técnica es el gran espejo donde se puede ver con claridad la creciente objetización de
nuestra vida, y que se halla a resguardo del dolor. La revolución objetiva está
sometiendo al ser humano de manera imperceptible, y sin que proteste, a una
legalidad modificada.
El autor encuentra llamativo como en las primeras leyes sobre los ferrocarriles se expresa
claramente el empeño de hacer recaer sobre el propio ferrocarril la responsabilidad de
todos los daños resultantes del puro hecho de su existencia, y como hoy se ha impuesto,
por el contrario, la concepción de que el peatón no sólo ha de adaptarse al tráfico, sino
que también se lo hace responsable de las infracciones cometidas contra la disciplina del
tráfico.
Las víctimas reclamadas por el proceso técnico se nos aparecen necesarias porque se dan
en un marco en el cual “el dolor es uno de los fenómenos inevitables del orden del
mundo”1.
La fotografía y el cine.
El hombre se fue dedicando a crear ámbitos extraños en los que el empleo de órganos
artificiales de los sentidos crea un alto grado de coincidencia típica con la objetización
que vive a diario.
1
Ya Bismark insertó en un debate sobre la pena de muerte la consideración de que no se nos ocurre cerrar
las minas aunque cabe calcular estadísticamente con antelación el número de víctimas que exigirán.
Lo fotografiado deja de estar ligado a un espacio y tiempo particular, ya que puede ser
reflejado como en un espejo en cualquier lugar, y ser repetido tantas veces se quiera.
Estos constituyen indicios de la existencia de una gran distancia.
Detrás del carácter de diversión de estos medios, Jünger alerta, se esconden formas
especiales de disciplina. En esos espacios, dice, la transmisión de órdenes ha de ser mas
segura, penetrante e inviolable que en ninguna otra parte. “Es de prever que también eso
vaya poniéndose de manifiesto a medida que la participación, la conexión, especialmente
en el servicio radiofónico, se convierta en algo obligatorio”.
El deporte.
“Nuestra extraña tendencia a fijar récord en cifras, hasta las menores fracciones
espaciales y temporales, brota de la necesidad que sentimos de estar informados con
máxima exactitud de los resultados que es capaz de alcanzar el cuerpo humano como
instrumento”.
El deporte pasa a ser una profesión, una parte del proceso de trabajo, y es incluso mas
evidente que éste ya que en el deporte falta lo utilitario propiamente dicho.
Una conclusión.
Lo dicho hasta ahora evidencia suficientemente que nuestra relación con el dolor se ha
modificado de hecho. El nuevo espíritu que viene dando forma a nuestro paisaje, es cruel.
Deja sus huellas en los seres humanos, en los que elimina los lugares blandos y endurece
las superficies de resistencia.
Aun podemos notar la situación de pérdida y simplificación del mundo, pero hay
generaciones que están naciendo inmersas, y que se encuentran muy alejadas de todas las
tradiciones con las que nacimos nosotros, dice Jünger.
Ante un mundo con estados armados hasta los dientes, que se orientan al despliegue de
poder y que disponen tropas cuyo destino es indudable, surge la pregunta: ¿estamos
asistiendo a la inauguración del espectáculo donde la vida sale a escena como voluntad de
poder y nada más?
Todas estas cosas indican que se está a punto de pasar al estado donde se supere la
voluntad del hombre. Y la relación del ser humano con la profecía indica que en lo mas
íntimo de si se halla informado de la situación. Su relación con el orden dado es pasiva.
“La consecuencia práctica que para la persona singular se deriva de lo dicho hasta aquí es
la necesidad de participar, pese a todo, en el equipamiento bélico –tanto si divisa en él la
preparación para el desastre como si cree reconocer en las colinas en que las cruces se
hallan carcomidas por la acción del tiempo y se han desmoronado los palacios aquella
inquietud que suele preceder a la erección de nuevos estandartes del general en jefe”.
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