Está en la página 1de 6

Córdoba, Argentina, 18 de agosto de 2018.

Señor
Director de la Real Academia Española
Don Darío Villanueva Prieto

De mi consideración:
El Diccionario panhispánico de dudas, en el apartado 4.3 de la palabra
Mayúsculas, dice textualmente: “Si un apellido español comienza por preposición, o por
preposición y artículo, estos se escriben con minúscula cuando acompañan al nombre de pila
(Juan de Ávalos, Pedro de la Calle); pero si se omite el nombre de pila, la preposición debe
escribirse con mayúscula (señor De Ávalos, De la Calle)”.
En mi opinión, el uso de la preposición de antes de un apellido español
responde simplemente a las reglas sintácticas de la lengua. Debe ser utilizada con los apellidos
toponímicos o solariegos, en los que resulta necesaria para establecer una relación de
procedencia o de posesión entre el nombre de pila y el apellido, o entre dos apellidos. Así, el
nombre Juan de Escobar indica que este Juan (o un antepasado suyo) era natural del lugar de
Escobar o dueño de un solar con ese nombre, mientras que Juan Celis de Burgos expresa la
procedencia burgalesa de Juan Celis o de sus ancestros. Solo por excepción la preposición se
usa en los apellidos personales (Alfonso de la Cerda) o sustituyendo la desinencia en los
patronímicos invariables (Manuel de Pablo).
Pero la preposición no forma parte constitutiva del apellido, pues en la
lengua española las preposiciones se usan para denotar el régimen o relación que tienen entre
sí dos elementos nominales. En este caso, una relación de procedencia o de pertenencia entre
un nombre de pila y un apellido o entre dos apellidos, como queda dicho. De allí que si el
primero de los elementos se omite, el uso de la preposición resulta innecesario y constituye por
tanto un solecismo.
La propia Academia, en su Diccionario de la lengua española, define a la
preposición como “una palabra invariable que introduce elementos nominales u oraciones
subordinadas sustantivas haciéndolos depender de alguna palabra anterior”. De ello se
desprende que la omisión de dicha palabra anterior de la cual depende el elemento introducido
–en el caso en cuestión el nombre de pila u otro apellido– hace innecesario, y por tanto
incorrecto, el uso de la preposición de marras. Además, la preposición de pertenece al grupo de
las semiplenas, que se comportan como marcas de enlace que necesitan de un contexto para
adquirir un significado concreto.
Siguiendo dicha regla es que decimos “vivo en la ciudad de Sevilla” o
“vivo en Sevilla”, y no “vivo en de Sevilla”, ya que al omitir el primer elemento nominal
(ciudad), pasa a ser incorrecto el uso de la preposición, pues a nadie se le ocurriría decir que la
ciudad se llama De Sevilla. Podemos “beber un vaso de agua”, pero si eliminamos vaso, sería
incorrecto decir que “bebemos de agua”.
La misma regla rige para el caso de los apellidos y así lo entendían nuestros
antepasados. Así, si mencionamos los apellidos de don Jerónimo Luis de Cabrera, José de San
Martín y Justo José de Urquiza omitiendo el nombre de pila, decimos Cabrera, San Martín y
Urquiza, y no De Cabrera, De San Martín y De Urquiza. En caso de aplicarse la norma
propuesta en el DPD, deberíamos decir que De Goya pintó La maja desnuda, De Cervantes
escribió el Quijote y De Quevedo La vieja Muñatones, lo que por cierto no hacemos ni debemos
hacer.
El hecho de que en la actualidad se advierta una tendencia –en mi opinión
incorrecta– a incorporar la preposición como parte del apellido, utilizándola aun cuando se
omite el nombre de pila, no amerita que la regla deba abandonarse. Ella rige incluso para los
casos de los apellidos que por proceder de un topónimo que es nombre común, además de la
preposición van precedidos por un artículo determinado o definido. Pedro de la Gasca,
presidente de la Real Audiencia de Lima a mediados del siglo XVI, solía firmar solo con su
apellido y lo hacía como “el licenciado Gasca”. En estos casos puede admitirse sin embargo la
inclusión del artículo como parte del apellido, como en el caso de Las Heras, La Madrid, Las
Casas o La Serna, pero no la preposición.
Además de constituir un error, esta costumbre trae complicaciones en la
confección de listas en orden alfabético en las que el apellido precede al nombre. Siguiendo la
regla enunciada, debe colocarse la preposición después de los nombres de pila y no antes del
apellido. Por ejemplo, resulta a mi ver más correcto, por las razones expresadas, escribir
Cabrera, don Jerónimo Luis de, y no De Cabrera, don Jerónimo Luis. Además de inducir al
error antes mencionado, imaginemos una lista de esta clase, confeccionada con nombres de
personas que vivieron en siglo XVI, cuando la mayoría llevaba apellidos toponímicos
precedidos de ella. En caso de aplicarse la modalidad propuesta por el DPD, la mayor parte se
concentraría en la letra D.
Luis Guillermo de Torre es autor de un interesante trabajo sobre el tema,
publicado en la revista Hidalguía N° 229 (Madrid 1991) y reproducido en Genealogía N° 26
(Buenos Aires 1993). Destaca en él que Domingo Faustino Sarmiento, en Recuerdos de
Provincia, cuando menciona a Salvador María del Carril nombrando solo su apellido, le dice
simplemente Carril y al aludir a su familia los llama los Carriles. A la de José Ignacio de la
Roza la nombra los Rozas.
Siguiendo una antigua tradición, los gobernadores de la Córdoba argentina
–mi ciudad– firmaron siempre los decretos con solo su apellido. Rafael de Sobre Monte, Félix
de la Peña, Jerónimo del Barco, Donaciano del Campillo y José Vicente de Olmos lo hacían
como Sobre Monte, Peña, Barco, Campillo y Olmos, respectivamente. Sin embargo José
Manuel de la Sota firmaba De la Sota, en franca contradicción con la norma gramatical
mencionada.
A todos estos argumentos los he expuesto en un trabajo titulado
Antroponimia hispanoamericana, que está publicado en la página web de la Real Academia
Matritense de Heráldica y Genealogía (www.ramhg.es), de la soy académico correspondiente
por Argentina.
Por lo expuesto, solicito respetuosamente por su intermedio a los señores
académicos se sirvan analizar el caso en cuestión y emitir una opinión al respecto.
Saludo a Ud. con mi consideración más distinguida.

Prudencio Bustos Argañáras

* * *

Respuesta del 29 de marzo de 2019:

Estimado Sr. Bustos:


En primer lugar, le pedimos disculpas por la tardanza en responder a su
consulta, motivada por la existencia de problemas organizativos ajenos a nuestra voluntad
que nos han impedido responder con la prontitud deseada. Pasamos a dar respuesta a su correo.
El asunto que nos plantea tiene más relación con el ámbito de la
onomástica que con cuestiones gramaticales.
Como usted indica, el uso de la preposición de en la formación de apellidos
respondía en su origen a una construcción sintáctica que expresaba la procedencia del portador
(ya fuera de filiación familiar, ya de lugar de origen), pero este uso se fue ampliando a lo largo
del tiempo en apellidos cuya construcción carecía de este valor, como De los Santos, De la
Mora, De la Rosa… Asimismo, la preposición de se utilizó para la formación de patronímicos:
José de García, es decir, José hijo de García, o como indicación de pertenencia a una familia:
Diego de Silva y Velázquez.
Ahora bien, como es sabido, los sistemas de nominación varían a lo largo
del tiempo y la preposición que inicialmente era un mero nexo ha pasado a ser interpretada en
la actualidad como parte integrante del apellido, por más que no se trate del eje de referencia o
alfabetización.
El hecho de que la preposición tuviera originariamente una función y un
significado en la composición del apellido aunque no fuera estrictamente parte constitutiva de
él no significa que hoy este siga siendo su análisis. Hasta tal punto ha dejado de analizarse así
que su presencia o ausencia en los apellidos actuales marca una determinada filiación familiar:
Pedro Torres y Pedro de las Torres no podrían ser designaciones de la misma persona, ya que
el primero procederá de la familia Torres, mientras que el apellido de la familia del segundo
será De las Torres.
Estas partículas, por tanto, son ya parte constitutiva del apellido, por más
que a la hora de su alfabetización no se tengan en cuenta y deban posponerse al nombre de pila,
como se indica en la Ortografía de la lengua española publicada en 2010 (pág. 638):

a) Cuando el primer apellido está encabezado por preposición o por preposición seguida de
artículo, estos elementos no se tienen en cuenta en la alfabetización, por lo que se escribirán
en minúscula tras el nombre de pila:

Amo González, Pedro del


Diego Cortázar, Ana de
Torre Ibarra, Ramón de la

Al cumplimentar formularios, los apellidos encabezados con preposición, artículo o con ambos
deben escribirse juntos en el campo correspondiente, sin dislocarlos:

Apellido 1: Del Amo


Apellido 2: Belmonte
Nombre: Juan

Posteriormente, si los datos del formulario han de alfabetizarse, las preposiciones y artículos
que forman parte del primer apellido no se tendrán en cuenta en el proceso.

En cuanto a la mención de las personas que portan un apellido encabezado


por una preposición, efectivamente, en épocas en que la preposición no se interpretaba como
parte del apellido, lo normal era suprimirla cuando no se mencionaba el nombre de pila:
Cervantes, por Miguel de Cervantes, o Goya, por Francisco de Goya.
Hoy, por el contrario, lo más habitual es incluir la preposición que precede
al apellido, si bien su uso en la denominación habitual de cada persona es fluctuante. Baste
tomar como ejemplo el caso de las hermanas Ana y Loyola de Palacio, la primera conocida
como Ana Palacio y la segunda como Loyola de Palacio.
Al igual que otros campos de la lengua, los sistemas de nominación
cambian y evolucionan, por lo que la presencia de la preposición de encabezando un apellido
cuando este no está precedido del nombre de pila no puede censurarse ni considerarse un
solecismo.
Reciba un cordial saludo.

Departamento de «Español al día»


Real Academia Española

* * *

Mi respuesta de 30 de marzo de 2019:

Estimados señores:
Les ruego me disculpen por no dirigirme a una persona en particular, lo que
me veo impedido de hacer por no llevar vuestro mensaje ninguna firma.
He leído atentamente vuestra respuesta, pero me veo obligado a deciros que
no comparto vuestros argumentos. No hay duda de que la cuestión planteada pertenece al
ámbito de la Onomástica y dentro de ella al de la Antroponimia, pero también es cierto que el
lenguaje utilizado en ambas disciplinas debe estar sujeto a las reglas gramaticales que, a mi
entender, no deben ser erráticas, ni susceptibles de ser modificadas como consecuencia de un
mal uso.
La función que cumplen las preposiciones en nuestra lengua sigue siendo la
misma por más que los usos cambien y no me parece correcto que se establezca una regla para
los tiempos pasados y otra para el presente. ¿Cuál sería por ejemplo, en tal caso, el límite
cronológico a partir del cual la preposición pasaría a formar parte del apellido?
No me convence el argumento según el cual lo correcto debe subordinarse
al uso corriente. Si a Cervantes y a Goya los llamamos de esa manera cuando omitimos sus
nombres de pila, no encuentro razón para que hoy llamemos De Cervantes y De Goya a quienes
llevan dichos apellidos, lo que además vulnera otra norma gramatical, según la cual las
preposiciones solo llevan mayúsculas cuando inician una frase. Añádase a ello que tal uso
llevaría a cometer un solecismo y una torpe cacofonía al tener que repetir la preposición en
expresiones tales como "la casa de De Estrada", "el libro de De la Peña" o “la señora de De
Urquiza”.
El texto de la Ortografía de la lengua española publicada en 2010,
reproducido en vuestra respuesta, parece confirmar mi razonamiento, cuando dispone que "si
los datos del formulario han de alfabetizarse, las preposiciones y artículos que forman parte
del primer apellido no se tendrán en cuenta en el proceso".
Me satisface comprobar que la Real Academia ha resuelto incorporar en su
Diccionario de la Lengua Española variantes lingüísticas de las diversas regiones del gran
universo hispanoparlante y modificaciones que el uso popular ha ido introduciendo. Pero insisto
en que las normas gramaticales deben mantenerse y que al consignar cambios que las vulneren,
se debería señalar cuál forma es la correcta y cuál no, a efectos de que la unidad del idioma no
se pierda.
A modo de ejemplo, me pregunto cuál es la razón por la que se ha pasado a
considerar permutable el modo condicional por el pretérito imperfecto o el pretérito
pluscuamperfecto del subjuntivo en verbos como haber o deber, lo que implica sacrificar una
riqueza de nuestra lengua. Hoy se considera correcto decir “si hubiera sabido no lo hubiera
hecho” y no “si hubiera sabido no lo habría hecho”, como hasta hace poco disponían las reglas
del bien hablar y del bien escribir.
Hago votos para que esa prestigiosa institución se mantenga firme en su
misión de "velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante
adaptación a las necesidades de sus hablantes, no quiebren la esencial unidad que mantiene
en todo el ámbito hispánico". Y que de esa manera continúe "limpiando, fijando y dando
esplendor" al patrimonio cultural intangible más valioso de los pueblos de habla hispana.
Me despido de ustedes con un cordial saludo

Prudencio Bustos Argañarás


Presidente de la Academia Argentina de Genealogía y Heráldica

También podría gustarte