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El extraordinario La Pira
Giulio Andreotti
Señor presidente de la República, colegas parlamentarios, señoras y señores: hay un adjetivo acertadísimo
para Giorgio La Pira: extraordinario. Ya de joven, cuando estudiaba en el Instituto técnico de Messina, se
ganaba algo de dinero con su amigo Salvatore Quasimodo llevando las cuentas de una pequeña fábrica de
“productos químicos coloniales y vinos de calidad”. De ahí deriva el carteo con el poeta que fue premio
Nobel. El 12 de noviembre de 1922 (en los turbulentos días de la marcha sobre Roma), por ejemplo,
encontramos en una de estas cartas frases como ésta: «Tenemos un origen común, pero caminos distintos;
sin embargo, la meta es una sola. Llegamos juntos al mismo tiempo, tú desde la poesía, yo desde la filosofía;
será el primer paso; luego continuaremos juntos hasta Ascesi». En esa misma larga carta leemos también:
«Entre los milagros de la salvación se nos enseñó: Primero, la pobreza».
Más tarde, ya catedrático de Derecho romano, La Pira
será para muchas generaciones de universitarios algo más También en las manifestaciones sociales
que un prestigioso profesor, será un maestro en la vida, de la FUCI, La Pira era un invitado
especialmente mediante la Misa del pobre que importó de deseado e incisivo. Lo recuerdo en el
Florencia a Roma, incluso viniendo él personalmente los Congreso Nacional de 1942 en Asís, en
domingos a la iglesia de San Jerónimo de la Caridad para un momento dramático para nuestra
prestar su cariñosa atención a algunos centenares de nación, desgarrada por una guerra ya
víctimas de la miseria, a quienes decía que los perdida, elogiando la paz que construye y
estudiantes teníamos que estarles agradecidos porque nos el amor que reedifica
enseñaban la verdadera filosofía de la vida. Ágil y alegre,
el profesor tenía para todos la palabra adecuada, pero
especialmente una sonrisa que daba serenidad.
También en las manifestaciones sociales de la FUCI, La Pira era un invitado deseado e incisivo. Lo recuerdo
en el Congreso Nacional de 1942 en Asís, en un momento dramático para nuestra nación, desgarrada por
una guerra ya perdida, elogiando la paz que construye y el amor que reedifica. Firme en los conceptos, su
estilo era llano; y al final el propio Fortini, que había expresado malestar oyendo estigmatizar el odio por los
ingleses, fue arrollado por la fascinación de La Pira y lo abrazó conmovido, recibiendo de él, entre nuestros
calurosos aplausos, una pequeña medalla de la Virgen.
Más tarde, en el ejercicio de la misión política, en el Parlamento, en el gobierno y especialmente como
primer ciudadano de Florencia, de lo que hablará el alcalde Domenici, centraría su enseñanza y su obra en la
subordinación de la ley a las exigencias de los ciudadanos desposeídos. Un economista puede incluso dudar
de que haya que adecuar las necesidades a los recursos disponibles, pero La Pira no. Hubo momentos en los
que este humanismo lapiriano lo enfrentó polémicamente con las autoridades. Por ejemplo, en un congreso
no aceptó la objeción de De Gasperi sobre la necesidad de adecuar los programas de desarrollo invocados
por La Pira a los recursos tributarios. La Pira insistió con un firme: «Amicus Plato sed magis amica veritas».
También reaccionó duramente a las críticas de don Sturzo sobre un pretendido estatalismo económico
serpeante.
Tampoco eran fáciles las contraposiciones entre los dos futuros candidatos a la beatificación.
Con ocasión de una de las ocupaciones de fábricas florentinas en crisis, se enfrentó al gobernador civil
diciendo: «La Fonderia delle Cure será una auténtica ciudadela de resistencia contra la injusticia y veremos
quién vencerá».
Yo mismo fui objeto de un telegrama lapidario porque había
tenido que enviar a la policía financiera para que impidiera el
Giorgio La Pira, nacido el 9 de enero de secuestro de las oficinas tributarias para alojar a los sin casa.
1904 en Pozzallo (Siracusa) Para hacerme perdonar aceleré el traslado al ayuntamiento de
la Fortezza da Basso, cuya pertenencia a la estructura militar
La Pira censuraba con razón. En esta ocasión llegó a ser
poético.
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Del La Pira constituyente queda la documentación de una aportación de altísimo valor. Recuerdo, por
ejemplo, además del discurso del 17 de marzo de 1947 sobre la doctrina social cristiana, que según la
cultura hegemónica no existe, su relación sobre los “Principios relativos a las relaciones civiles”. Es un
texto sobre el que tendremos que meditar en este período de discusiones sobre las reformas. Pero fuera de
los resúmenes estenográficos, la aportación de La Pira fue extraordinaria incluso a la hora de crear y
mantener un clima de cooperación, sin el cual es imposible establecer líneas y ordenamientos que duren en
el tiempo.
Una extraordinaria característica de La Pira. Nadie consideraba que, a pesar de que fechaba las cartas con el
santo del día y se apartaba de las reuniones con los sindicatos en el Ministerio de Trabajo para leer el
breviario, fuera un clerical. También por esto es justo definirlo extraordinario.
Sólo él podía permitirse una propuesta como ésta: «El
Ministerio de Defensa tiene un presupuesto y gasta en armas.
¿Por qué no crear un capítulo para las eficacísimas armas
nucleares de la oración: las ciudadelas de la oración en Italia
y en el mundo, y crear otras nuevas en Asia, en África, en
América Latina? Piénsatelo. Es un asunto más serio y más
técnico de lo que parece. Sé que tú no te reirás de esta
propuesta».
No me reí. Aunque también es cierto que no la pude aplicar;
más tarde, en un monasterio tailandés que acogía a monjas de
clausura procedentes de China, a orillas del río Kwai, una
hermanita me preguntó: ¿cómo está La Pira? Otra imagen de la ceremonia del 25 de
febrero: el cardenal Ennio Antonelli,
Un momento particular aquí en Montecitorio fue cuando el 21
de diciembre de 1947 propuso que se introdujera la frase: «En
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nombre de Dios, el pueblo italiano se otorga la presente arzobispo de Florencia, con el presidente
Constitución». Lo hizo delicadamente, citando –buscando Ciampi
consenso– el mazziniano “Dios y Pueblo”. En realidad, era ya
demasiado tarde por lo que se refiere al procedimiento, pero La Pira provocó en todos atención y malestar.
Bien lo dijo Piero Calamandrei: «No tengo nada contra el colega y amigo La Pira; porque si el punto al que
hemos llegado en nuestros trabajos no nos lo hubiera impedido, yo también habría deseado que al principio
de nuestra Constitución hubiera alguna palabra que significara una llamada al Espíritu. Porque, colegas, al
finalizar nuestros trabajos, a veces difíciles e incluso molestos, a veces enfrascados, digamos, en cuestiones
burdamente políticas, al final de nuestros trabajos existe en nuestra conciencia la sensación de haber
participado en esta obra nuestra en una inspiración solemne y sagrada. Habría sido oportuno y reconfortante
expresar también en una sola frase esta conciencia nuestra de que en nuestra Constitución hay algo que va
más allá de nuestras personas, una idea que nos vincula al pasado y al porvenir, una idea religiosa, porque es
religión todo aquello que demuestra la transitoriedad del hombre y la perpetuidad de sus ideales».
El 5 de febrero de 1977, al enterarme de que Giorgio La Pira había empeorado, fui a Florencia a visitarlo
con la esperanza de que superara la crisis. Estaba muy cansado, aunque sereno y especialmente cariñoso.
Por la noche recibí en Roma un telegrama que le había dictado a Fioretta Mazzei. Decía que rezaba al Señor
para que ayudara al gobierno: «A llevar la barca italiana que, pese a las ansias terribles como las de la
violencia y el aborto, ha de llegar nuevamente al puerto de la fraternidad y la paz para la defensa de las
nuevas generaciones».
Murió en noviembre, y su funeral florentino fue un momento inolvidable de conmoción y cariño.
Para terminar, agradezco al presidente Casini que me haya asociado a esta solemne reevocación de un
insuperable maestro, más que de política, de espiritualidad, de coherencia y de vida.
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