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Para hablar sobre el desarrollo histórico de la epidemiología, podemos empezar por el origen
de este término; la palabra epidemiología, la cual surge de los términos griegos “epi”
(encima), “demos” (pueblo) y “logos” (estudio), etimológicamente significa el estudio de
“lo que está sobre las poblaciones”. La primera referencia propiamente médica de un término
análogo se encuentra en Hipócrates (460-385 a.C.), quien usó las expresiones “epidémico” y
“endémico” para referirse a los padecimientos según fueran o no propios de determinado
lugar.
Pero debemos tomar en cuenta que la transición de la epidemiologia en una ciencia no ocurrió
en un corto periodo, de hecho, este cambio tardo varios siglos; aunque aún hoy, es vista como
una ciencia joven. A principios del siglo XX el epidemiólogo inglés Clifford Allchin Gill
comentaba que esta disciplina, a pesar de su antigua ascendencia, se hallaba aún en la
infancia. Como muestra de ello, afirmaba que los escasos logros obtenidos por la disciplina
en los últimos 50 años no le permitían reclamar un lugar entre las ciencias exactas; que apenas
si tenía alguna literatura especializada.
Las plagas, pestes y epidemias, han sido estudiadas a lo largo de los años como fenómeno
poblacional, dado es el caso de El Papiro de Erbes, que menciona fiebres pestilente que
culminaron con gran parte de la población que se localizaba en los límites del Nilo alrededor
del año 2000 a.C, siendo el escrito más antiguo de padecimiento colectivo hasta la fecha. La
aparición de plagas a lo largo de la historia también fue registrada en la mayoría de los libros
sagrados, como en la Biblia, el Talmud y el Corán, que además de esto, contienen las primeras
normas para prevenir las enfermedades contagiosas, como el lavado de manos y alimentos,
la circuncisión, el aislamiento de enfermos y la inhumación o cremación de los cadáveres.
Pensadores y escritores tanto griegos como latinos de la antigüedad hicieron referencia del
surgimiento de las llamadas pestilencias, uno de los textos más llamativos fue el de la plaga
de Atenas, que asoló esta ciudad durante la Guerra del Peloponeso en el año 430 a.C. y que
Tucídides relata vivamente. Una característica resaltante en estas descripciones es que dejan
en claro que gran parte de la población creía firmemente que muchos padecimientos eran
contagiosos, a aunque los médicos de la época pusieran escasa atención en el concepto de
contagio.Más adelante, En el siglo XIV la aparición de la pandemia de peste bubónica o
peste negra que azotó a Europa, finalmente produjo la aceptación del término “epidemia”,
para referirse a la presentación de un número inesperado de casos de enfermedad.
El intento por descubrir el origen y desarrollo de las enfermedades dieron como resultado la
creación de diversas obras médicas durante los siglos posteriores al Renacimiento. En 1546,
el medico Girolamo Fracastoro publicó su libro, “De contagione et contagiosis morbis et
eorum curatione”, en donde se, por primera vez las enfermedades que en ese momento podían
calificarse como contagiosas, entre estas estaban la sarna, lepra, tisis, rabia, erisipela, viruela,
etc. Siendo el primero en establecer claramente el concepto de enfermedad contagiosa, en
proponer una forme secundaria de contagio a la transmisión de lo que denominó “seminaria
contagiorum”, y en establecer tres formas posibles de infección.
Estas formas posibles de infección establecidas por Francato son: por contacto directo (como
la rabia y la lepra), por medio de fomites transportando los seminaria prima (como las ropas
de los enfermos), y por inspiración del aire o miasmas infectados. Además, este médico
italiano también se encargó de establecer en forma precisa las diferencias, entre los conceptos
de infección, como causa, y de epidemia, como consecuencia. En 1580, el médico francés
Guillaume de Baillou publicó el libro “Epidemiorum” el cual contenía la relación completa
de las epidemias de sarampión, difteria y peste bubónica aparecidas en Europa entre 1570 y
1579, sus características y modos en los cuales se propagaban. Los trabajos realizados por
Baillou tuvieron un importante impacto en la práctica médica de todo el siglo XVII.
Sin embargo, estas tablas, derivan directamente de las acciones desarrolladas por las
compañías aseguradoras para fijar adecuadamente los precios de los seguros de vida,
comunes en Inglaterra y Gales desde mediados del siglo XVII. Entre los más famosos
constructores de tablas de vida para las compañías aseguradoras se encuentran: el astrónomo
británico Edmund Halley, descubridor del cometa que lleva su nombre y que en 1687
sufragara los gastos de publicación de su amigo Isaac Newton; y el periodista Daniel Defoe,
autor de “Diario del año de la peste”, el cual fue un relato extraordinario sobre la epidemia
londinense de 1665.
Por otra parte, en el siglo XIX, se habían publicado trabajos que hacían empleo de la
enumeración estadística. Uno de ellos, fue un trabajo de James Lind, publicado en 1747,
donde realizó un trabajo que demostró los causantes de la enfermedad llamada escorbuto,
llegando a la conclusion de que dicha enfermedad era producida por el deficiente consumo
de cítricos, mientras que Daniel Bernoulli en el año 1760 realizó un trabajo afirmando que la
variolación era la solución para la viruela.
Sin embargo, el representante de los estudios sobre la regularidad estadística, más destacado
del siglo XIX fue el astrónomo, matemático y sociólogo belga Adolphe Quetelet, quien se
basó en los estudios realizados por Poisson y Laplace para identificar los valores promedio
de diversos fenómenos biológicos y sociales. Como resultado, Quetelet transformó
cantidades físicas conocidas en propiedades ideales que seguían comportamientos regulares,
con esto, inauguró los conceptos de término medio y normalidad biológica, categorías usadas
frecuentemente durante la inferencia epidemiológica.
Éstos se han relacionado con el paradigma de salud dominante, los intereses políticos y
económicos de la clase dominante, y la configuración y problemáticas de salud específicas
para cada momento histórico, Hasta ahora la epidemiología ha tenido que vencer importantes
limitaciones a la hora de hacer extensivo su campo de actuación a exposiciones poco
convencionales o nuevas.
Es el momento de utilizar estos avances, de forma integrada, para el progreso social, Si cada
empresa de investigación necesita revisar permanentemente sus supuestos teóricos y su
propio objeto de estudio, es evidente que, en el caso de la Epidemiología, estas demandas
también deben estar presentes en el interés por un diálogo transdisciplinario, tal como
requiere el estudio del proceso salud-enfermedad, En las ciencias sociales y la reflexión
filosófica, el problema de la causalidad social ha sido siempre polémico y complejo. Ante la
dificultad de aplicar las leyes de la naturaleza a la esfera social, orientada desde intereses y
conductas en permanente confrontación y cambio, Kant, por ejemplo, señalaba la pertinencia
de evaluar las acciones sociales desde imperativos éticos.
La causalidad social es desde entonces más cercana a una preocupación por las "finalidades",
pese a que en su descripción, por lo menos en el siglo xix, acoja el modelo evolutivo
desarrollado por la biología. La verdad histórica de Hegel así como la dialéctica del conflicto
descrita por Marx, son tributarias de esa forma de pensar. La epidemiología actual exige
avances técnicos también en la medición de las nuevas exposiciones,
reclama inversiones suficientes en investigación epidemiológica de los nuevos riesgos y
defiende, junto a las organizaciones de consumidores, el derecho de los ciudadanos a elegir
libre e informada mente sus alimentos, su entorno, las exposiciones a las que voluntariamente
se somete. Todo estudio epidemiológico está sujeto a un cierto margen de error, por lo que
será muy importante conocer cuáles son sus fuentes principales y los diferentes
procedimientos que pueden ser utilizados para minimizar su impacto en los resultados. Los
errores se pueden clasificar en dos grandes tipos: los errores no aleatorios o sistemáticos y
los errores aleatorios (no sistemáticos); ambos tipos de error, de no controlarse
adecuadamente, pueden comprometer la validez del estudio.
El error aleatorio (no sistemático) ocurre cuando las mediciones repetidas, ya sean en un
mismo sujeto o en diferentes miembros de la población en estudio, varían de manera no
predecible, mientras que el error sistemático (no aleatorio) ocurre cuando estas medidas
varían de manera predecible y, por lo tanto, se tiende a sobre o subestimar el valor verdadero
en medidas repetidas. La analogía que se utiliza para describir ambos conceptos es la práctica
de "tiro al blanco" donde el punto medio del objetivo es el valor verdadero en la población
blanco y los "disparos" son las diferentes mediciones que se realizan en la población en
estudio para estimar dicho valor verdadero.
Un buen tirador cuya arma no está bien calibrada apuntará al blanco equivocado, podrá ser
muy preciso (todos los disparos dan en el mismo lugar), pero ninguno de ellos da en el blanco
correcto.
Esto corresponde al error sistemático. Por otra parte, un tirador con mano temblorosa, pero
con un arma bien calibrada, estará apuntando al blanco correcto aun cuando sus disparos no
den en el punto medio del blanco seleccionado.
Los estudios de casos y controles son particularmente susceptibles a este tipo de sesgo ya que
en la mayoría de sus aplicaciones se trata de estudios retrospectivos. En el contexto de este
tipo de estudios, cualquier factor que influya sobre la probabilidad de selección, ya sea como
caso o control, y que a su vez esté relacionado con la exposición en estudio, será una posible
fuente de sesgo de selección.
La epidemiología actual sabe comunicar los riesgos a la población de una forma clara,
incluyendo el saber comunicar la incertidumbre y el desconocimiento. Son nuevos retos para
un nuevo tiempo y la epidemiología actual ha de mostrar su liderazgo e iniciativa.