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El paso del tiempo


:: REPERCUSIONES EN LA PRENSA ::
03-09-2009 | Beatriz Sarlo, Cine, Juan Martini

Beatriz Sarlo lee y comenta Cine en la edición de Perfil del 30 de agosto.

El paso del tiempo


La ensayista continúa su análisis de la literatura argentina reciente. En este caso, lee Cine, historia en la que un guionista escribe sobre la Eva Perón del 17 de octubre de

1945, mientras como un “voyeur” atisba la vida de sus vecinas por la ventana. “La ecología de estos personajes cubre Botánico hasta Libertador y Palermo, como si todo

estuviera definido por una fuerte determinación sociocultural. Es un destilado de cultura y de ciudad, que incluye también sus pobres”, afirma Sarlo, y la describe como una

suerte de reverso de una novela anterior del escritor, Puerto Apache.

Sivori es director de cine, tiene 51 años; desde el verano hasta mayo, escribe el guión de su
próxima película, que consistirá en un diálogo de una hora y media o dos entre Evita y una amiga,
la tarde del 17 de octubre de 1945, mientras esperan que Perón sea liberado y conducido a Plaza
de Mayo. Evita y su amiga no estarán allí, ni siquiera cerca, sino en un departamento de la calle
Posadas. Sivori quiere contar sólo ese diálogo en un largo plano secuencia; por cierto, su
productor tiene objeciones. Sivori quiere además que Evita ya sepa, esa tarde de 1945, que ella se
va a transformar en una leyenda. A tal efecto, en el guión de Sivori, Evita dice frases proféticas
que la convierten en una verdadera adivina. Sivori defiende este anacronismo, pero no está
contento con lo que va escribiendo. Y tiene razón para sentirse insatisfecho, porque lo que ha escrito no es bueno.
Esta es una de las líneas que da título a la novela de Martini, que se llama Cine también por otras razones. Sivori espía,
desde el momento mismo de la mudanza, a su nueva vecina de piso. Las cocinas de ambos departamentos están
enfrentadas; tras la celosía que cubre la ventana de Sivori es posible ver, sin ser visto, la ventana sin cortinas de su
vecina, Pina Bosch, traductora de alemán, 43 años, bisexual, desequilibrada y vulnerable. Sivori observa diálogos y
almuerzos entre Pina Bosch y su amiga Carola Holms, intérprete de francés e inglés, bisexual, muy internacional, bella
y controlada. También sorprende una escena entre Pina Bosch y Mauro, bisexual, proveedor de drogas. Lo que Sivori
puede ver desde su ventana tiene los límites de un encuadre fijo; el fuera de cuadro (lo imaginado) vincula al espía y a
los lectores. Martini lo hace muy bien.

Beatriz Sarlo lee y comenta Cine en la edición de Perfil del 30 de agosto.

El paso del tiempo


La ensayista continúa su análisis de la literatura argentina reciente. En este caso, lee Cine, historia en la que un guionista escribe sobre la Eva Perón del 17 de octubre de

1945, mientras como un “voyeur” atisba la vida de sus vecinas por la ventana. “La ecología de estos personajes cubre Botánico hasta Libertador y Palermo, como si todo
estuviera definido por una fuerte determinación sociocultural. Es un destilado de cultura y de ciudad, que incluye también sus pobres”, afirma Sarlo, y la describe como una

suerte de reverso de una novela anterior del escritor, Puerto Apache.

Sivori es director de cine, tiene 51 años; desde el verano hasta mayo, escribe el guión de su próxima
película, que consistirá en un diálogo de una hora y media o dos entre Evita y una amiga, la tarde del
17 de octubre de 1945, mientras esperan que Perón sea liberado y conducido a Plaza de Mayo. Evita
y su amiga no estarán allí, ni siquiera cerca, sino en un departamento de la calle Posadas. Sivori
quiere contar sólo ese diálogo en un largo plano secuencia; por cierto, su productor tiene
objeciones. Sivori quiere además que Evita ya sepa, esa tarde de 1945, que ella se va a transformar
en una leyenda. A tal efecto, en el guión de Sivori, Evita dice frases proféticas que la convierten en
una verdadera adivina. Sivori defiende este anacronismo, pero no está contento con lo que va
escribiendo. Y tiene razón para sentirse insatisfecho, porque lo que ha escrito no es bueno.

Esta es una de las líneas que da título a la novela de Martini, que se llama Cine también por otras razones. Sivori espía,

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Esta es una de las líneas que da título a la novela de Martini, que se llama Cine también por otras razones. Sivori espía,
desde el momento mismo de la mudanza, a su nueva vecina de piso. Las cocinas de ambos departamentos están
enfrentadas; tras la celosía que cubre la ventana de Sivori es posible ver, sin ser visto, la ventana sin cortinas de su vecina,
Pina Bosch, traductora de alemán, 43 años, bisexual, desequilibrada y vulnerable. Sivori observa diálogos y almuerzos
entre Pina Bosch y su amiga Carola Holms, intérprete de francés e inglés, bisexual, muy internacional, bella y controlada.
También sorprende una escena entre Pina Bosch y Mauro, bisexual, proveedor de drogas. Lo que Sivori puede ver desde
su ventana tiene los límites de un encuadre fijo; el fuera de cuadro (lo imaginado) vincula al espía y a los lectores. Martini
lo hace muy bien.
Obsesionado por su vecina, Sivori es auxiliado dos veces por la suerte. La primera, cuando en el palier de servicio que une
ambos departamentos descubre unas cajas con viejas agendas de Pina Bosch; se las apropia, no sin dudarlo, y averigua
algunas cosas de la recién llegada. La segunda oportunidad se la ofrece Pina misma que, desesperada, le toca el timbre a
las once de la noche para pedirle un somnífero.
Sivori es primero un voyeur. Luego tendrá relaciones con esas dos mujeres (sugerentes, la dos) y seduce, del modo menos
intencionado, digamos, a la hija de veinte años del productor de su película, que es, a la vez, su amigo. Es un solitario con
tiempo, que espera decisiones demoradas de su productor, quien a su vez espera las demoradas páginas del guión, o la
escaleta o lo que fuera, que Sivori debería entregarle para persuadir a quienes pondrían plata en la película.
El mundo de Pina Bosch, de Carola Holms y de Sivori está poblado por los signos de las clases medias cultas de cualquier
ciudad grande. A Sivori le gustan las películas de Michael Haneke (Caché, sin duda, aunque no se la nombra), de David
Lynch (sobre todo Mulholland Drive), los conciertos solo piano de Jarrett, las pastas De Cecco. Pina tiene revueltos sobre
la cama, además de una laptop, CDs de Charles Lloyd, de Jarrett, de Miles Davis y de Leonard Cohen. Carola lee a
Mankell, aunque, cuando escucha ese nombre, Sivori se permite una reserva irónica. Martini, autor de El cerco, que sabe
mucho de novela policial, no se confunde con ese gusto promedio.
La ecología de estos personajes cubre Botánico hasta Libertador y Palermo, como si todo en Cine estuviera definido por
una fuerte determinación sociocultural. Nadie va más al sur de la calle Santa Fe, y sólo se pisa Independencia para comer
sushi. Es un destilado de cultura y de ciudad, que incluye también sus pobres (vistos a la noche, y con extraordinaria
claridad, por Sivori). Cine ocupa el otro lado del mapa de Puerto Apache. No hay objeción en que una y otra novela de
Martini encuentren sus geografías en esos dos extremos. Más bien, si algo pudiera objetarse, es el carácter previsible,
compacto, sin fisuras, de los nombres propios con que se delimita un área cultural, la alta tipicidad de los consumos y de
los lugares. De repente, sería mejor que a un personaje de Cine no le gustara lo que le tiene que gustar, que alguien se
aburriera con Jarrett, no conociera a Charles Lloyd o prefiriera comer fideos Don Vicente, una pequeña rebelión cultural
o una ignorancia leve; que cuando un personaje viajara a Nueva York, almorzara en la esquina de sexta Avenida y la calle
44 y no en el Soho. Esos desvíos de la media conmoverían una superficie demasiado típica y la volverían más interesante
por las leves imperfecciones.
La novela tiene algunos rasgos formales que intrigan. Se repiten textualmente algunos párrafos, sin que queden claros los
motivos narrativos de esas repeticiones. Es, de todos modos, una cuestión menor. En segundo lugar, se transcribe el
guión que Sivori está escribiendo. Como se dijo, Sivori está descontento y los lectores no pueden menos que acompañar
su sentimiento. Pero esto tiene consecuencias, porque algo que no le gusta a Sivori es intercalado a medida que la
escritura avanza. No hay objeción con las intercalaciones; lo que más bien se objeta son los diálogos del guión
intercalado. En tercer lugar, la novela tiene muchas notas al pie. Explicativas, ofrecen datos sobre discos, películas,
estatuas, plazas. Las notas al pie de una novela, dentro de la tradición en que se la lee, la de la literatura argentina,
recuerdan formalmente las del comentarista en Los siete locos y Los lanzallamas. Pero en el caso de Arlt, las notas no
explican sino que corrigen o embrollan el relato, impiden fijar sentido; son ficciones dentro de la ficción que las tiene a pie
de página.
En Cine, esta función la cumplirían dos capítulos finales de “escenas no incluidas”. Sin embargo, al ser encabezadas por el
título de “no incluidas”, lo que viene después de ese título cae fuera de la novela, como si la lectura se resintiera porque
debe seguir a lo largo de páginas que el autor denomina de ese modo. Como sea, Martini sabe armar una trama y sabe que
algunos hilos quedaron sueltos; en las “no incluidas” terminan de atarse.
De todos modos, el debate de Cine está en zonas que todavía no he mencionado. Sivori es también profesor de “cine
europeo” y percibe la sonrisa y el escepticismo burlón de sus alumnos ante sus gustos. Allí hay un conflicto: este hombre
de cincuenta años no logra conectar con la cultura de esos muchachos. Esto es raro, porque la obsesión de Sivori con
David Lynch es precisamente la flecha de plata que no usa para conquistarlos. Les habla del primer Godard en vez de
hablarles de Terciopelo azul (además, a casi todos los alumnos reales de cine suele gustarles mucho el primer Godard).
Otro conflicto aparece muy al principio referido al mundo del espectáculo, pero la fórmula podría extenderse: “Sus
críticos y sus cronistas están regidos por tendencias y caprichos que suelen hacerse pasar como las marcas de una época”.
Sivori está solo y siente ese cambio de una época. Para compensarlo, la chica de veinte años, hija del productor, le pide
trabajar con él en su película como meritoria de dirección. Martini destina la última página (“escenas no incluidas”) a esta
reconciliación entre generaciones.

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