Cada uno de nosotros tiene un patrimonio, ya sea de
antepasados pioneros, de los que más tarde se hicieron conversos, o de otros que influyeron en nuestra vida. Este patrimonio sirve de fundamento que se ha edificado en el sacrificio y en la fe. Nuestro es el privilegio y la responsabilidad de edificar sobre esos cimientos firmes y estables.
Una historia escrita por Karen Nolen publicada en la
revista New Era, en 1974, nos habla de Benjamín Landart, quien en 1888 tenía 15 años de edad y era excelente violinista. Para él, vivir en una granja del norte de Utah con su madre y siete hermanos y hermanas era a veces un desafío, ya que disponía de menos tiempo del que le gustaría tener para tocar el violín. A veces su madre tenía que guardar el violín bajo llave hasta que él terminara las tareas de la granja, debido a la gran tentación que era para Benjamín tocarlo. A fines de 1892 se le pidió a Benjamín viajar a Salt Lake para participar en una audición para formar parte de la orquesta territorial. Para él, eso era un sueño hecho realidad. Después de varias semanas de práctica y de oraciones, viajó a Salt Lake en marzo de 1893 para la esperada audición. Cuando el director, un tal señor Dean, oyó a Benjamín tocar, le dijo al joven que era el mejor violinista que había oído de toda la región al oeste de Denver. Se le informó que se mudara a Denver para los ensayos del otoño y se enteró que ganaría lo suficiente para sostenerse a sí mismo, y que tendría dinero sobrante para mandar a casa.
Sin embargo, una semana después de que Benjamín recibió
las buenas noticias, su obispo lo llamó a su oficina y le preguntó si no podría posponer tocar con la orquesta durante dos años. Le dijo que antes de que empezara a ganar dinero, había algo que le debía al Señor; luego le pidió a Benjamín que aceptara un llamamiento a la misión.
Benjamín pensó que el renunciar a la oportunidad de tocar
en la orquesta territorial sería algo que casi no podría soportar, pero también sabía cuál sería su decisión. Le prometió al obispo que si había alguna manera de reunir el dinero necesario para servir, aceptaría el llamamiento.
Cuando Benjamín le dijo a su madre acerca del
llamamiento, ella estaba rebosante de alegría. Le dijo que el padre de él siempre había deseado servir en una misión pero había muerto antes de que le llegara la oportunidad de hacerlo. No obstante, cuando hablaron del aspecto financiero de la misión, el rostro de ella se ensombreció. Benjamín le dijo que no permitiría que ella tuviera que vender más de sus tierras. Ella lo miró con detenimiento y luego le dijo: “Ben, hay una manera de recaudar el dinero. Esta familia posee algo que tiene suficiente valor para enviarte a la misión. Tendrás que vender tu violín”.
Diez días más tarde, el 23 de marzo de 1893, Benjamín
escribió lo siguiente en su diario: “Esta mañana desperté y saqué el violín del estuche. Todo el día toqué la música que me gusta. En la noche, cuando se atenuó la luz y ya no pude seguir tocando, puse el instrumento en el estuche. Será suficiente. Mañana salgo [para la misión]”.
Cuarenta y cinco años más tarde, el 23 de junio de 1938,
Benjamín escribió en su diario: “La decisión más importante que he tomado en mi vida fue la de dar algo que yo amaba tanto al Dios a quien amaba aún más. Dios nunca me ha olvidado por ello”.