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Jardín somos.

A falta de agua,

Nos riega el amor.

A falta de tierra,

Nos fertiliza el amor.

Secos, descuidados,

Sin sol,

Pero jardín somos,

Y de ahí se empieza

Para ser flor.

Hay jardines callados, silenciosos, jardines que susurran un te quiero al viento, como un diente de león,
jardines que hablan solo lo necesario, que florecen solo cuando hay alguien dispuesto a regarlo. Otros, en
cambio, florecen por naturaleza, su belleza se podría decir que es por instinto, la gracia de la rosa los
adorna, y no hay quien no quiera mirarlos. También hay jardines que tardan muchísimo en florecer, que
nacen como muertos, que aunque se les ponga al sol, o se les riegue, no crecen, no se alzan, no viven. Pero
esto es porque a este tipo de jardines le hace falta alma. Necesita entonces otro jardín que comparta su
alma con él, y aunque sucede raramente, cuando pasa, ambos jardines combinan la belleza de todas las
flores, se visten de girasoles, jazmines, orquídeas, margaritas…quién lo diría. Podemos llegar a florecer
partiendo de otra semilla, para crear una nueva. Eso sí, es una lástima cuando estas semillas se vuelven de
pronto incompatibles, y no tienen más remedio que separarse. Es triste, porque ninguno de los dos jardines
podrá volver a florecer por un largo tiempo. El alma que han creado juntos, deja de existir, y ambas semillas
se quedan huecas hasta que estén listas para volver a amar. Ojalá vuelvan a amar. Y tanta palabrería de
semillas, plantas, flores; es para decir, que jardín somos, y de ahí se empieza para ser flor.

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