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MODERNIDAD EN

GUAYAQUIL
MIKAELLA DOMÍNGUEZ CENTANARO
“La historia del tiempo comenzó con la modernidad. Por cierto, la modernidad es,

aparte de otras cosas y tal vez por encima de todas ellas, la historia del tiempo: la modernidad

es el tiempo en el que el tiempo tiene historia.” Zygmunt Bauman (2000)

La modernidad puede entenderse como toda innovación que se ha dado, y se sigue

dando, a través de la historia. Incluso desde la prehistoria existe la modernidad si se considera

a las pinturas rupestres como método de representación novedoso y sin precedentes. De la

misma manera ocurre en cada una de las épocas. En la antigüedad, se observaban edificaciones

de escalas monumentales con elementos específicamente pensados para conseguirlas, tales

como enormes columnas de ordenes clásicos y cúpulas soportadas por un sistema estructural

nunca antes diseñado. Siguiendo el hilo temporal se logra observar en el medioevo el desarrollo

del sistema de arbotantes, novedoso método, para la época, de distribución de cargas a través

de una serie de elementos portantes. Más adelante, en el periodo conocido propiamente como

edad moderna se incorporan nuevos criterios como la apreciación del genio y la manera propia

de interpretar el arte. Se deja de lado la copia y se imprime el carácter del autor en la obra, lo

cual, de cierto modo, se lleva a un extremo dando como resultado una distorsión de la idea de

orden establecida en sus inicios. Ya aquí, en el barroco, se empieza a mostrar a través de la

arquitectura y la decoración el poder económico y social de la burguesía. Luego, en la

ilustración se reescriben tratados y se prepara el camino hacia una nueva sociedad que será la

industrialización. Ya en el siglo XIX, mediante las exposiciones universales se intenta difundir

la nueva arquitectura, producto de los adelantos de la industria, el comercio y las artes. En el

siglo XX, se desarrollan las vanguardias del movimiento moderno con la intención de generar

un cambio en la arquitectura transmitiendo sus ideas revolucionarias mediante diseños

renovadores. Todo esto, como menciona Fajardo (2001), ejemplifica que la ciudad llega a ser

el centro de expresión moderna, exponiendo la manifestación de este proceso.


El siglo XXI no es la excepción. Tal como indica Alaine Touraine (1999), la idea de

modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el hombre es lo que hace.

En la actualidad se puede decir que la sociedad está en decadencia. La pérdida de valores y la

falta de contenido resultan en la banalización de la cultura. A diferencia de los siglos anteriores,

la arquitectura actual refleja esa ligereza de pensamiento y se podría decir que la “innovación”

de ahora es integrar el concepto de consumismo globalizado a las edificaciones. Sin duda, se

refleja esta desnaturalización y pérdida de sentido en todas las obras expuestas en las ciudades,

desde las grandes metrópolis hasta en las más pequeñas.

Tal como menciona Donskis (2015), actualmente vivimos en una época de obsesión por

el poder, que por lo general va de la mano con la hegemonía económica. Todo producto de la

sociedad va ligado estrechamente con este concepto. Se construyen rascacielos, grandes centros

comerciales y otras superestructuras sin un fundamento que sirven como herramienta para

demostrar el poder de reducidos grupos, simplemente porque tienen la capacidad económica

de hacerlo. Es por eso que se encuentran “formulaciones figurativas cada vez más dirigidas a

sustituir por puras imágenes la rigurosa construcción de forma.” (Tafuri. 1997). Y es así que

este declive de la cultura tiene como consecuencia la degeneración de la arquitectura.

Es común encontrar el mal de la negación de la identidad a lo largo de América Latina,

como si se sintiera la necesidad de exterminar cualquier rastro de inferioridad de los tiempos

de la colonia. Por lo general se busca adoptar cualquier innovación ajena al medio para crear

esa falsa ilusión de progreso, cuando en realidad no se está avanzando sino dándole forma

tangible al consumismo.

Todo lo antes mencionado se ve reflejado en distintos lugares del mundo y Guayaquil

no es la excepción. La arquitectura de la ciudad de Guayaquil se ha ido desarrollando mediante

la adopción de diferentes estilos extranjeros, por lo que se denota una carencia de identidad.

Tal como menciona Fernández Cox (1988), “la superioridad de los europeos y los
norteamericanos hace que sus modelos de avances resulten simbólicamente tan atractivos que

nos vemos impulsados al mimesis: a la apropiación simbólica de la vivencia de valor mediante

la repetición del gesto, en forma altamente independiente de la adecuación objetiva de tales

modelos a nuestra realidad.” Y esto se traduce en un problema. Se podría decir que esta

adopción de modelos foráneos denota claramente el rechazo a nuestra identidad. Se piensa que

algo extranjero es mejor simplemente por ser extranjero. Se adoptan modelos de edificaciones

que no tienen nada que ver con el contexto de la ciudad y la mayoría de las veces, si no son

todas, por el motivo de verse bien o verse “moderno”.

“La negación de esta dimensión decisiva de nuestra identidad genera fallas en el

digestor selectivo de influencias externas modernizadoras”. (Fernández Cox. 1988). Tendemos

a no seleccionar bien la fuente de la cual vamos a extraer o meramente copiar la idea de un

edificio, y eso debe a que no se consideran las diferencias de medios climáticos, económico y

sociales de la ciudad de origen con Guayaquil. Esta falla que se arrastra desde la selección de

la fuente de influencia es perceptible hasta en la etapa de construcción, ya que ni siquiera se

selecciona el emplazamiento más adecuado para dicho modelo. Por ejemplo, que se haya

ubicado el edificio The Point justo en frente del cerro Santa Ana rompiendo completamente

con el entorno y ambiente considerado de alguna manera propio de la ciudad. Lo lamentable

es que como este hay numerosos casos, de distintos ámbitos, a lo largo de toda la ciudad.

Una de las áreas más afectadas por este problema es la de los negocios. En la ciudad de

Guayaquil se han construido en los últimos años una gran cantidad de edificios destinados a

oficinas, tanto para grandes corporaciones como para alquiler de oficinas individuales para

negocios particulares a menor escala. En primer lugar, la gran cantidad de fondos destinados a

ese propósito demuestra la importancia que tiene el sector económico en la sociedad

guayaquileña. Muchas veces los edificios no se construyen con un propósito específico, sino

solo para ser vendidos al mejor postor o al que esté en la capacidad de costearlo, por lo que en
ocasiones hay edificios nuevos y vacíos ocupando un lugar en el espacio sin ninguna función.

Además, que se los considere como hitos debido a su mero aspecto denota la importancia del

impacto visual en el medio. Tomando así a la “ciudad como campo de imágenes y por lo tanto

como sistema de sobreestructuras, como consecuencia ilógica de formas. (Tafuri. 1997)

La característica que más resalta en ellos es la utilización del vidrio en las fachadas

queriendo simular el muro cortina de varios de los grandes rascacielos de las ciudades más

importantes del mundo, con lo cual lo único que consiguen es una mayor concentración de

calor y un despilfarro de dinero en la energía necesaria para el constante funcionamiento de los

sistemas de enfriamiento. Uno de los edificios que tiene la mayor parte de la fachada compuesta

de vidrio es Blue Towers ubicado en la Av. Francisco de Orellana. Evidentemente al importar

dicha tipología no se consideró en lo absoluto las diferencias climáticas entre regiones y las

altas temperaturas que se dan en Guayaquil. El material utilizado únicamente potencia el efecto

del sol creando un ambiente incómodo y poco funcional. Ciertamente, se necesitan

adecuaciones de ciertas generalidades civilizatorias universales debido a las peculiaridades de

cada lugar, como indica Fernández Cox (1988).

Ilustración 1: rascacielos de New York


Ilustración 2: Edificio Blue Towers

La apariencia repetida de todos los edificios de oficinas muestra cómo la reducción de

toda morfología da como resultado la invariabilidad de los tipos. Esta replica constante

evidenciada por la utilización del vidrio remarca la carencia de lenguaje de la producción

arquitectónica guayaquileña. Solo se lo utiliza por la concepción de que si tiene más vidrio es

“más moderno”, ignorando por completo todos los problemas que ese elemento conlleve en el

ámbito de Guayaquil.

No solo en cuanto a la repetición de materialidad, sino también en cuanto al alcance de

una gran altura, se puede exponer como ejemplo a los edificios Xima y Del Portal en la vía

Samborondón. Con la gran altura se pretende demostrar el poder del área de los negocios,

construyendo edificaciones dominantes a simple vista, así estas no representen a una gran

marca o corporación en especial. Generalmente este tipo de edificios reúne diferentes tipos de

negocios lo que demuestra muy bien la sociedad globalizada y la proliferación del consumismo.

En el mismo lugar se puede encontrar oficinas de operadoras celulares, consultorios médicos

y cafeterías, lo cual prolonga la estadía del usuario prácticamente obligándolo a gastar a cada

paso que da.


Ilustración 3: Edificio Xima

Otro aspecto que comparten los tres edificios antes mencionados es que poseen un

edificio anexo de parqueo, ya sea en su base o como un elemento lateral o posterior adosado.

Esta construcción destinada netamente a parqueos choca de manera brusca con el estilo

adoptado en el edificio principal. Se conforma de hormigón contradiciendo la ligereza y

transparencia del vidrio, lo que dificulta el establecimiento de un lenguaje definido. Esta

mezcla de estilos, sin sello propio y sobretodo mal adoptados generan eclecticismo en

Guayaquil. Nada está definido, pero todo es replicado llegando a un notorio sin sentido. El

sello característico de los edificios de oficinas se vuelve la proyección de esta imagen de caja

de vidrio que adorna la ciudad.

A pesar de que se intenta lograr una innovación en la forma de los edificios, lo único

que se hace en realidad es modificar por lo general la cara frontal del prisma básico. En Blue

Towers se intenta modificar el aspecto del prisma rectangular, formado por dos prismas más

finos, mediante una curvatura en dos de sus caras externas. En el Xima, se realizan

sustracciones de elementos, dejando formas curvas en la fachada frontal, siendo esta la única

que contiene vidrio. Por último, en el edificio Del Portal, se logran observar curvaturas más
pronunciadas, hechas a base de vidrio en la fachada frontal, pero dicha forma es solo una

pantalla. Pues a simple vista se logra identificar lo poco o nada compatible que es el sistema

estructural, ya que a través de los mismos muro cortina se puede apreciar la existencia absurda

de grandes y gruesas columnas que obstruyen la funcionalidad y posible visibilidad de cada

una de las plantas en altura. Pero, más allá de esas pequeñas adecuaciones poco innovadoras,

siguen siendo un intento fallido de asemejar a menor altura los rascacielos con el sistema de

muro cortina.

Ilustración 4:Edificio Del Portal

La falta de identidad en la sociedad de Guayaquil es uno de los mayores problemas de su

modernización, ya que impide una buena selección de modelos para ser aplicados en la ciudad,

porque simplemente se busca adoptar otro estilo diferente al propio. Si no se diera este

fenómeno, como indica Fernández Cox (1988), esta “condición de retraso relativo podría

significar una enorme ventaja: la de disponer una vastísima gama de ideas técnicas y modelos

de éxito comprobado y de una amplísima información al respecto.” Y de esta manera no solo


se replicaría sin sentido, se adoptarían solo los aspectos positivos y se adaptaría en todo lo

posible al medio de la ciudad.

En conclusión, en Guayaquil debería evitarse por completo la construcción de edificios

vacíos, mudos y meramente reproducidos de alguna fuente externa. Así como existen los

edificios destinados a oficinas existen muchos otros que carecen de un lenguaje autentico y se

componen de los retazos de diferentes estilos, que muchas veces no tienen nada que ver uno

con el otro. Es importante resaltar que todo esto lo ocasiona la banalización de la cultura de los

últimos años; por lo que el desorden y la falta de identidad percibidos en Guayaquil hacen que

esta ciudad llegue a ser el escenario de la “representación teatral de los valores comunitarios”

(Tafuri 1974). Valores para nada positivos en este caso. Esta negación de identidad, escases de

un buen lenguaje arquitectónico, y la gran importancia del poder y el consumismo contribuyen

a que “la percepción y el uso de la ciudad pueda asemejarse a un auténtico “banquete de la

náusea”” (Tafuri. 1997). Nada parece encajar y es evidente que todo lo que se construye o

replica, no solo fue sacado totalmente de su contexto, sino que también se lo ubica en el lugar

menos idóneo dentro de la ciudad. Esta sociedad de consumo y ambición por el poder,

originada por la globalización sin precedentes, solo intenta persuadir a las masas con imágenes

proyectadas en las fachadas vidriadas de las edificaciones y así reforzar las ideas de

superficialidad que rigen el pensamiento del hombre actual.


Referencias

Alaine Touraine,A .1999. Crítica de la modernidad. Fondo de Cultura Económica de España.

Bauman, Z. 2002. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica de España.

Donskis,L. 2015. Ceguera moral. Paidos Ibérica

Fajardo,C. 2001. Estética y posmodernidad: nuevos contextos y sensibilidades.

Fernández Cox, C. 1988. ¿Regionalismo crítico o modernidad apropiada?

Tafuri,M. 1974. Arquitectura en el tocador.

Tafuri,M. 1997. Teorías e historia de la arquitectura.

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