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Eran las 10:00 de la mañana y las puertas del Estadio ya estaban llenas.

Se podía sentir la
pasión de los aficionados esperando a su equipo favorito. Pasadas algunas horas, a las
12:00 del medio día el sol comenzó a brillar con mayor fuerza, el calor no se hizo esperar.
A pesar de esto, el entusiasmo de los asistentes no disminuyó, algunos comenzaron a
comprar botellas con agua helada e incluso a mojarse unos a otros para refrescarse y
también

tiempo. El silbato sonó y los gritos de pasión de los aficionados no se hicieron esperar. Las
olas hechas por todos. Los silbidos. Los saltos de emoción cada vez su equipo estaba
cerca de anotar el tan esperado gol.

Minuto 24 del primer tiempo. El tablero marcaba 0-0, ambos equipos estaban dando lo
mejor de sí para obtener la ventaja, aún no ocurría.

¡Cinco minutos más tarde! El equipo visitante cometió una falta y se le marcó un penal al
equipo local. Los aficionados están a la expectativa, se puede respirar el estrés y la
emoción que reinaba en ese estadio. José Hernández, el goleador del equipo local fue
elegido para lanzar ese tiro. Se prepara. Se concentra. Toma un tiempo para respirar
profundo. Se coloca. Lanza, y…¡anota! El marcador estaba ahora a favor del equipo local.
Los gritos, aplausos y saltos de los aficionados no se hicieron esperar. La alegría y la
pasión se contagiaba, se respiraba a cada segundo. El primer tiempo terminó así, con un
marcador 1-0 que hacía palpitar fuertemente el corazón de todos los presentes.

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