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Papeles: Gabriel Figueroa Flores!

¿Es mucho decir si digo que estamos presentando algunas de las mejores obras de Ga-

briel Figueroa Flores?¿Que su serie de papeles estrujados marca un hito en su relación

con la imagen, con el objeto fotográfico y con una tradición iconográfica? ¿Que su gesto,

delicado y violento, implica una doble rebeldía: ante la historia (ante su propia historia) y

ante los modelos de la contemporaneidad? Voy a correr un doble riesgo. Algunos dirán

que estoy sobrestimando la obra actual, por novedosa, y otros pensarán que estoy subes-

timando la obra precedente, por discreta. Pero lo cierto es que estas fotografías (¿o debe-

ría decir “estos papeles”?) vienen cargadas de la intención, la voluntad y la dosis de sub-

jetividad que, bien administradas, contribuyen en todo momento a la mejor definición y ca-

rácter de la figura de un autor. Y digo, más, porque la misión última del autor no es repre-

sentarse a sí mismo. Lo que más aprecio en estas obras es su disponibilidad para la ex-

periencia estética y su capacidad para sostenerse con una suerte de autonomía poética,

más allá de la intención y la voluntad, que es voluntad de estilo en última instancia.!

El encuentro con esos papeles arrugados fue una de las causas que desencadenó este

ciclo de exposiciones. Además de su enfática autorreferencialidad (el objeto fotográfico

representándose a sí mismo como materia y como superficie, como impresión y como

memoria) estas piezas resultan de una síntesis en la representación del paisaje, que de-

nuncia una mirada más selectiva y que desemboca en una serie de sinécdoques visuales,

con su inevitable efecto de fragmentación y desarticulación. Pero el más notable rasgo

formal, además de la manipulación del soporte, es la oscuridad de las imágenes y el deli-

cado equilibrio que el autor ha logrado mantener entre el fondo y la figura, teñidos ambos

por la misma negritud. El resultado es un finísimo juego de matices y de texturas, en el

que el signo gráfico es realzado por su propia sutileza. !

Estas imágenes dan fe de una peculiar sensibilidad ante la naturaleza y ante la ruina. En

la obra de Gabriel Figueroa Flores la ruina no es tratada como una curiosidad antropoló-
gica, sino como expresión de una relación estética con el tiempo y la memoria. Los dos

conjuntos que acompañan a los papeles arrugados en esta exposición completan esa na-

rrativa: una serie de copias de billetes antiguos, encontrados en un cajón del estudio de

su padre y una serie de fotografías del Partenón, intervenidas con láminas de oro. Iróni-

camente, ambas series contienen sendos subtextos sobre el valor y la economía, lo que

genera un contrapeso a la reacción nostálgica que parecen reclamar el archivo y el mo-

numento.!

Yo considero a Figueroa como un fotógrafo exigente, con un estilo y un carácter sosteni-

dos a base de perfección técnica, concentración en la especificidad del lenguaje y la ma-

terialidad de la fotografía y fijación en los géneros históricos: el paisaje y la arquitectura,

especialmente, aunque ha trabajado también el desnudo fotográfico y el retrato. Él asume

con orgullo su procedencia de una genealogía que lo conecta con la imagen de la moder-

nidad mexicana, tal como se produjo desde el cine, la fotografía y la pintura, desde la pri-

mera mitad del siglo XX. Incluso su voluntad de investigación y experimentación con la

plasticidad del objeto fotográfico pudiera considerarse como una muestra de respeto por

el medio y una oportunidad para hacer gala de pulcritud y de indudable inteligencia visual.

Sin embargo, por esa vía Gabriel Figueroa Flores se está encontrando con su obra más

original, la que lo lleva a refundar la relación con su propio origen. Esto, de momento, pu-

diera dejarlo sumido en una soledad promisoria.!

Juan Antonio Molina

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