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¿Es mucho decir si digo que estamos presentando algunas de las mejores obras de Ga-
con la imagen, con el objeto fotográfico y con una tradición iconográfica? ¿Que su gesto,
delicado y violento, implica una doble rebeldía: ante la historia (ante su propia historia) y
ante los modelos de la contemporaneidad? Voy a correr un doble riesgo. Algunos dirán
que estoy sobrestimando la obra actual, por novedosa, y otros pensarán que estoy subes-
timando la obra precedente, por discreta. Pero lo cierto es que estas fotografías (¿o debe-
ría decir “estos papeles”?) vienen cargadas de la intención, la voluntad y la dosis de sub-
jetividad que, bien administradas, contribuyen en todo momento a la mejor definición y ca-
rácter de la figura de un autor. Y digo, más, porque la misión última del autor no es repre-
sentarse a sí mismo. Lo que más aprecio en estas obras es su disponibilidad para la ex-
periencia estética y su capacidad para sostenerse con una suerte de autonomía poética,
El encuentro con esos papeles arrugados fue una de las causas que desencadenó este
memoria) estas piezas resultan de una síntesis en la representación del paisaje, que de-
nuncia una mirada más selectiva y que desemboca en una serie de sinécdoques visuales,
cado equilibrio que el autor ha logrado mantener entre el fondo y la figura, teñidos ambos
Estas imágenes dan fe de una peculiar sensibilidad ante la naturaleza y ante la ruina. En
la obra de Gabriel Figueroa Flores la ruina no es tratada como una curiosidad antropoló-
gica, sino como expresión de una relación estética con el tiempo y la memoria. Los dos
conjuntos que acompañan a los papeles arrugados en esta exposición completan esa na-
rrativa: una serie de copias de billetes antiguos, encontrados en un cajón del estudio de
su padre y una serie de fotografías del Partenón, intervenidas con láminas de oro. Iróni-
camente, ambas series contienen sendos subtextos sobre el valor y la economía, lo que
numento.!
con orgullo su procedencia de una genealogía que lo conecta con la imagen de la moder-
nidad mexicana, tal como se produjo desde el cine, la fotografía y la pintura, desde la pri-
mera mitad del siglo XX. Incluso su voluntad de investigación y experimentación con la
plasticidad del objeto fotográfico pudiera considerarse como una muestra de respeto por
el medio y una oportunidad para hacer gala de pulcritud y de indudable inteligencia visual.
Sin embargo, por esa vía Gabriel Figueroa Flores se está encontrando con su obra más
original, la que lo lleva a refundar la relación con su propio origen. Esto, de momento, pu-