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Andrew Newberg es un destacado investigador en el campo de las imágenes
cerebrales médica nuclear. Como Director de Investigación en el Centro de Brind
Myrna de Medicina Integral en el Thomas Jefferson University Hospital, el Dr.
Newberg ha estado involucrado en la investigación innovadora de los trastornos
neurológicos y psiquiátricos, como la depresión clínica, lesión en la cabeza, el
Alzheimer y el Parkinson. Como profesor adjunto de Estudios Religiosos en la
Universidad de Pennsylvania Escuela de Medicina, el Dr. Newberg es mejor
conocido por su investigación se centró en el desarrollo de trazadores de
neurotransmisores de la religiosidad de evaluación, a la que él se refiere como
"neuroteología". Además, el Dr. Newberg También es autor de seis libros para
explorar más a fondo la relación entre el cerebro y las experiencias religiosas y
espirituales.
http://rubencarvajal.blogspot.com/2015/11/los-30-neurocientificos-vivos-mas.html
La religión en el cerebro: Andrew B.
Newberg y la neuroteología
La convergencia entre ciencia y teología puede resultar
iluminadora para ambas
Se sabe que en pacientes de epilepsia localizada en lóbulos frontales (que afecta a las zonas
mencionadas) se produce una hiperactivación de los patrones neurales en esas zonas hasta
producir estados denominados como hiperreligiosidad e hiperfilosofemia (que son estados
anormales). Esto son hechos que nadie pone en duda porque se comprueban
experimentalmente.
¿Qué significa? ¿Cómo debe interpretarse? En principio parece que estos hechos no
muestran necesariamente, y menos “demuestran”, la existencia o no existencia de Dios.
Pero sí evidencia científica de que la humanidad, ya en estadios protohistóricos muy
tempranos, al hacer uso de la razón, se abrió a la consideración de los enigmas metafísicos,
unidos al temor ante la naturaleza, la angustia por la vida y la muerte.
Poco a poco este ejercicio metafísico, filosófico y religioso, comenzó a producir los
mapeados neuronales en que se asentaba esa actividad psíquica. Por ello, cabe decir que la
tendencia a generar experiencias y conceptos religiosos y filosóficos está mapeada en el
cerebro humano.
Si responde a una real existencia de Dios, y Dios está detrás de esa activación interior en
alguna manera, o, más bien, se trata de un producto producido en la mente humana por
razones adaptativas pero que en el fondo son una ilusión, depende de una valoración
filosófica posterior.
Andrew B. Newberg
Lo primero, para contribuir a librar a la ciencia del sambenito del reduccionismo, que ha
sido propio de otras épocas de la historia de la ciencia, y que le colocaron algunos
fundamentalistas. Lo segundo, porque esas tendencias corroboran algo que siempre hemos
mantenido como fundamental: que la racionalidad científica catalizará la razonabilidad
teológica y filosófica en los próximos años.
No lo tienen fácil los neuroteólogos, y no obstante, desde las últimas décadas del siglo XX,
están haciendo esfuerzos titánicos por adquirir el derecho de ciudadanía para su disciplina,
correctamente entendida en el marco de la ciencia.
En la obra que analizamos dedica Newberg una parte sustancial al análisis de cuestiones
metodológicas referentes a la fenomenología (que describe las experiencias religiosas), la
teología y la neurología, viendo cómo se produce y bajo qué criterios su convergencia en la
neuroteología.
Los conceptos principales, como mente, conciencia, alma, religión, fe, Dios, ciencia…deben
estar claros (3). Se pregunta por lo que motiva a la gente a ser religiosa y el papel que juega
la química cerebral en ello, puesto que la motivación es psicológica. Los motivos pueden ser
diversos, como sentirse libre de pecado, el amor, el temor…y muchas otras causas. Interesa
aquí, sobre todo, determinar qué motivos apremian más que otros, y cuales han sido
utilizados por algunas religiones y no fueron utilizados por otras (4).
Las definiciones en neuroteología deben ser dinámicas, para que respondan a las exigencias
derivadas de la indagación teológica y científica, tomando en consideración los diversos
factores derivados de ambas componentes (5).
En el capítulo 3 aborda la interacción entre neurociencia y teología, ciencias y religión,
sosteniendo que es conveniente mantener un diálogo entre ellas para mejorar el
entendimiento de ambas perspectivas. Entre las cuestiones que incluye para explorar la
actual naturaleza de ese diálogo están las siguientes: para un diálogo entre la ciencia y la
religión, ¿son más importantes las percepciones, las cogniciones o las emociones? ¿Qué
ideas religiosas o creencias pueden ser más fácilmente traídas al diálogo? ¿Qué lenguaje es
el más apropiado? ¿Cómo entran en el diálogo los textos sagrados y la investigación
científica? ¿Qué barreras hay que eliminar para que entren en diálogo diferentes
individuos?, etc. (6).
Como el cerebro tiene funciones universales, todas las creencias y sistemas religiosos
pueden ser considerados desde una hermenéutica neuroteológica. Pero se requiere una
metodología que ayude a describir cómo y por qué se han formado las doctrinas de la
creación y soteriológicas; cómo y por qué tales doctrinas se elaboraron en sistemas lógicos
complejos, que nosotros llamamos teologías específicas, y, en tercer lugar, debe describirse
cómo y por qué las doctrinas básicas y ciertos aspectos de sus elaboraciones teológicas son
expresadas en los comportamientos que llamamos rituales ceremoniales (7).
Newberg prima, en esta obra, no tanto desarrollar la neuroteología como establecer unos
principios metodológicos que vehiculen investigaciones futuras, manteniendo siempre la
colaboración entre ciencia y religión. Precisamente en el capítulo 4 podemos encontrar los
principios que propone para regular esa colaboración e interacción.
En este capítulo 4, dedica especial atención a los principios que tienen un matiz
epistemológico, como puede observarse en el Principio XIV, en el que exige rigor, y nos
habla de la identificación de asunciones previas para determinar de qué manera pueden
influir en nuestras conclusiones.
Así, establece una navaja al estilo de Ockham, no dando por supuesto los entes que existen,
puesto que ni Dios, ni los ángeles, ni el cielo es competencia de la ciencia. Y aunque se puede
asegurar la existencia de la espiritualidad en los seres humanos, la naturaleza subjetiva de
la misma impide darles un tratamiento científico por principio (9).
Newberg se hace eco de la hipótesis del multiverso, con un infinito número de posibles
universos, destacando los argumentos de los cosmólogos, a partir de que es necesaria esta
hipótesis para explicar por qué nuestro universo es como es.
Pero, si aplicamos la navaja de Occam, ¿es más probable que haya una infinita multitud de
universos que nunca podemos medir y comprobar, o es más probable que haya un Dios que
tampoco nunca podremos medir ni comprobar?
Desde una perspectiva neuroteológica, se puede argüir que pluralitas non est ponenda sine
neccesitate”; pero que también se puede considerar que necesitas non est ponenda sine
pluralitate, que es lo que él llama la “navaja neuroteológica”, es decir, que no se dé por
supuesto todo sobre los entes que existen, aunque sean o no tomados en cuenta en la
investigación.
Por tanto, tampoco se debe dar por supuesto que sólo existen seres materiales. ¿Acaso la
conciencia humana no es un instrumento de medida en sí y de sí misma? No hay que
desechar que para explorar ciertos aspectos de la realidad tengamos que apartarnos de los
instrumentos materialistas de medida y utilizar el instrumento de la conciencia al que cada
uno tenga acceso (10).
Hermenéutica y metodología.
Hay, pues, que decidir si tienen los mismos registros neurológicos o si están asociadas a
señales neurológicas completamente diferentes. En el primer caso, parece lógico suponer
que se trata de la misma experiencia; en el segundo, no hay que desechar que se trata de
experiencias separadas y diferentes.
Nos ofrece en este lugar el autor una lista de oposiciones binarias, como dentro/fuera,
encima/debajo…, antes/después, simultáneo/secuencial, para asignarles matices
emocionales o atribuirles informaciones cognitivas o experienciales: A dentro, le
atribuye bueno; a fuera, malo; a arriba, bueno; a abajo, malo…Muchas de estas relaciones
las encontramos en diversas tradiciones religiosas mundiales. Puede ayudarnos recordar
que el cielo está arriba y el infierno, abajo.
No quedan olvidados para Newberg los métodos de investigación, de los que se ocupa en
el capítulo 6, empezando por la explicación de qué se persigue con ellos. Sigue manteniendo
que no deben quedar excluidas algunas conclusiones, aunque no encajen bien con una
visión materialista de la realidad (recordemos lo dicho antes sobre la navaja de Ockham).
El Principio XXVII establece que la “neuroteología debe ser una vía o entrada a un
conocimiento más profundo del cerebro humano y su asociada capacidad para responder a
las creencias religiosas y las experiencias espirituales que se tienen”. No puede evadirse
este marco, y quienes se dediquen a estudios neuroteológicos tienen que empezar por
reconocer y aceptar la perspectiva religiosa en la ciencia porque es algo crucial para
interpretar los hallazgos neuroteológicos.
No es fácil establecer estos correlatos, y así lo viene a reconocer Newberg, quien hace
referencia a introducir antes de nada una definición clara y precisa de qué se entiende por
experiencia religiosa.
Por otra parte, convienen varias experiencias religiosas para dar garantía a la indagación de
sus elementos fenomenológicos y fisiológicos, y para poder así valorar el alcance de nuestra
comprensión de cada uno de ellos, incluso integrados en la experiencia como un todo.
Los neurocientíficos han investigado que el sistema límbico une las emociones de nuestro
sentido de identidad y, como los lóbulos temporales proporcionan un flujo de memoria para
este sentido, nos posibilita el pensar abstracto acerca de ella.
El lóbulo parietal ayuda a proveer un sentido del espacio y una orientación de las propias
acciones. Y cada una de estas estructuras juega un papel en las prácticas religiosas y
espirituales. Pero se desconoce la completa relación entre ellas.
Todo esto permite hacer una evaluación más completa desde una perspectiva
neuroteológica, dada la importancia de lo ritual en las tradiciones religiosas y espirituales,
al mismo tiempo que facilita la evaluación de los rituales, puesto que se relacionan doctrinas
y fenómenos de varias religiones (17).
Lo sintetiza en el Principio XXX y en el XXXIII establece que todos los métodos posibles –
científico, religioso y fenomenológico– deberían ser considerados potencialmente útiles en
la evaluación de las experiencias espirituales (18), cuya riqueza dificulta muchísimo
encontrar una parte del cerebro adscrita a lo espiritual, en contra de lo que algunos
afirmaron.
Tal vez sea esto lo que le lleva a focalizar los modelos en los lóbulos temporales, frontales y
sistema nervioso automático.
Precisamente sobre los temporales trabajó el canadiense Michael Persinger, que fue quien
ha intentado estimular las experiencias religiosas mediante campos electromagnéticos en
estos lóbulos. Cita también Newberg a Patrick MacNamara, que describe su modelo de
religión como perteneciente al sentido de identidad, explicando como ésta se integra en
Dios o el Absoluto.
Asimismo se ocupa de los modelos de Gelhorn y Kiely, envueltos casi exclusivamente en
una función automática, pues asocian los estados de éxtasis religiosos a la actividad
simpática y los de intensa quietud y felicidad los asocian a la parasimpática, aunque otros
los han asociado con la meditación, en la que se registra disminución de la presión
sanguínea, oscilaciones cardíacas y respiratorias y disminución del oxígeno metabólico.
Turing sugiere que no hay mente separada de la materia. Pero Kurt Gödel, en cambio,
mantiene que el cerebro tiene que comportarse computacionalmente; pero la mente está
allende el cerebro.
Aquí, si el cerebro por sí mismo no puede determinar veracidades acerca del mundo, es
menester introducir una combinación de aproximaciones para evaluar demandas
epistemológicas y ontológicas. Esto viene exigido por el Principio XL (21).
Por otra parte, afirma Newberg que los tres criterios más comunes para decidir lo que es
realmente real, son: 1) un sentido subjetivamente vivo de la realidad; 2) una duración
mantenida a través del tiempo; 3) un acuerdo intersubjetivo de lo que es real, tal como está
constituido en una dimensión social. El ejercicio de estos tres criterios, desde la perspectiva
neuroteológica, está asociado con funciones específicas del cerebro.
Newberg prosigue con una exposición acerca del estudio de las creencias morales, políticas,
sociales…, en las que confiamos todos los días. Y también con la consideración de que la
neuroteología es una perspectiva desde la cual se refrescan viejas cuestiones teológicas que
podrían verse afectadas por ella: si hay un Dios cuya existencia puede ser probada, cuál es
la naturaleza de ese Dios, cuál es la naturaleza del bien y del mal y como éste se relaciona
con el pecado, la voluntad libre y la virtud, cuál es la naturaleza de la revelación espiritual,
si Dios es inmanente al universo, cuál es la naturaleza de su relación con los seres humanos,
si hay alma y cuál es el proceso por el cual se puede conseguir la salvación.
Son cuestiones que posiblemente serán abordadas en este siglo XXI y que marcarán los hitos
de nuevas tendencias. Pienso que no estaría de más que los teólogos contaran con ello, es
decir, con los avances que pudieran producirse en el estudio de los correlatos neurales de
las actividades religiosas.
También está en juego explicar cómo el cerebro es capaz, en cada uno de nosotros, de
adquirir experiencia de la realidad y cómo construye su imagen de la realidad, entre otras
cosas de las realidades espirituales: lo que sí podemos considerar, con independencia de si
la causalidad, el tiempo, la materia…, existen en el mundo, es cómo percibe el cerebro los
atributos de aquello que nosotros aceptamos subjetivamente como realidad. Esto puede
aplicarse a lo religioso.
La importante pregunta de si Dios creó el universo o este “se creó” a sí mismo (siendo
autosuficiente), mediante un proceso como el del Big Bang (¿?), tiene asimismo un enfoque
neuroteológico, y consecuencialmente se pregunta si creó Dios al hombre o el hombre a
Dios: La primera cuestión sería teológica; pero la segunda, en cambio, sería neurológica.
De igual modo debe clarificar la distinción entre aquellos atributos de Dios que puede
percibir el cerebro humano y aquellos que no puede percibir: Newberg considera
incomunicables la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, y comunicables los
relacionados con la justicia, el amor, la ira… (23).
Una cuestión neuroteológica sería plantearse si los estados religiosos son verdaderamente
diferentes desde una perspectiva neurológica y fenomenológica, o son descritos como
diferentes, aunque son lo mismo.
Porque si las experiencias unitarias son finalmente lo mismo a través de las tradiciones
religiosas, habría que pensar que dimanan de una misma fuente; pero si son diferentes,
esto nos llevaría a concebir que cada religión y sus experiencias unitarias asociadas son
distintas, es decir, han sido construidas por procesos humanos diferenciados.
Newberg concluye su obra afirmando que la neuroteología es una de las únicas disciplinas
que busca necesariamente la integración de la ciencia y la teología. La ciencia es aquí la
neurología que estudia los procesos neurales que están en la base de las emociones
religiosas y los conceptos teológicos.
La teología es el estudio de las cosmovisiones religiosas cuyo mundo debe de estar fundado
en las actividades del cerebro. Los correlatos dados entre la experiencia religiosa y la
actividad del cerebro como un todo, y en sus módulos específicos, es el estudio de la
neuroteología (26).
Reflexiones conclusivas
Y esto hace pensar que así como en el siglo pasado predominaron los estudios e
investigaciones en el campo de la genética, el siglo XXI pudiera ser el de la neurociencia.
2ª.- El trabajo de Newberg en esta obra se me antoja de una importancia colosal, no sólo
por el número de cuestiones que aborda (aunque algunas sean sólo con intención
programática), sino también por su apuesta y empeño en encontrar una estructura de
colaboración entre neurociencia y teología, entre ciencia y religión.
3ª.- Por tanto, ponerle obstáculos en el camino con actitudes fundamentalistas, bien sean
del lado de la ciencia o de la teología, me parece una estupidez, que puede llevar a
situaciones incómodas por irresponsabilidad: en ningún sitio sobran más las actitudes
soberbias y tiene un papel más eficiente la humildad.
4ª.- Pienso que aquello de que en el s.XXI “lo religioso deberá investirse de una mayor
racionalidad (entiéndase restringida)”, no es baldío. Y en este sentido será capital su
relación con las neurociencias.
5ª.- Tal vez haya que intentar buscar un subsuelo metafísico a algunas cuestiones
neuroteológicas, tales como la epistemología de la realidad. Buscar a Dios desde una
concepción antropológica, para vigorizar otros accesos como la pura experiencia religiosa;
evaluar en este contexto la dimensión teologal del hombre en una perspectiva filosófica;
evaluar los registros cerebrales a la luz de la impresión primordial de realidad, y traer a
colación el enfoque del problema de la realidad y la idea de lo real en su realidad, Dios como
experiencia del hombre dentro de lo que significa experiencia humana y su vinculación a la
realidad con fundamentos neurales cuya presencia debería investigarse, etc.
Todo esto último a la luz de las categorías del pensamiento zubiriano que, a nuestro
entender ofrecería un marco conceptual apropiado para situar la vinculación a la realidad,
a Dios, y todo ello como manifestación de la actividad neuronal.
Notas:
Un estudio reciente llevado a cabo por un grupo de investigadores demostró que la curación
física puede suceder como resultado del poder de la oración.
Debes saber también, que este estudio arrojó que la oración es muy similar a un
entrenamiento físico para el cerebro.
El Dr. Andrew dijo: “Cuando miramos el funcionamiento del cerebro, todo apunta a que es
fácilmente capaz de ajustarse a las prácticas religiosas y espirituales… Sólo tiene sentido si
Dios está allá arriba y nosotros acá abajo, que tengamos un cerebro que sea capaz de
comunicarse con Dios, orándole y haciendo las cosas que Él necesita que hagamos”.
Este estudio también demostró que el resultado es el mismo si se trata de monjas orando
o de monjes meditando.
Así, para conducir este estudio, el Dr. Andrew inyectó a los participantes con una tintura
radiactiva no dañina, mientras estaban en oración o meditación profunda. Esta tintura
luego pasaba a las partes del cerebro donde el flujo sanguíneo era mayor. De esta forma,
concluyó que independientemente de la religión, la oración creó una experiencia
neurológica en los individuos.
De verdad tuvieron este tipo de experiencia, por lo tanto, es, neurológicamente, real.
http://beautyuniverse.net/cientificos-descubierto-esta-oracion-cura-muchas-
enfermedades/