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Manejo del duelo y afrontamiento a la muerte

Autores: Manuel Nevado y José González. Copyright © 2013 by TEA EDICIONES, S. A. U.


Prohibida la reproducción total o parcial. Todos los derechos reservados.

Módulo 1. Documento adicional 1

Ejercicio 1. Curriculum vitae de pérdidas

Uno de los primeros aspectos que se debe trabajar para lograr una buena intervención en duelo es la
introspección de las propias pérdidas sufridas a lo largo de la vida. Pueden ser pérdidas sentimentales,
pérdidas materiales, pérdidas afectivas, pérdidas por fallecimiento, etc.

Este ejercicio consiste en enumerar las pérdidas más importantes sufridas por usted en las diferentes
etapas vitales propuestas en el cuadro siguiente. A continuación trate de elaborar una redacción sobre
dichas pérdidas, siguiendo el ejemplo propuesto de Ángel.

Este tipo de ejercicios suelen resultar muy importantes como base de adaptación a un proceso terapéu-
tico de duelo.

Etapa vital Pérdidas

0-15 años

15 – 30 años

30 – 45 años

45 – 65 años

+ 65 años
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Mi Currículum Vitae de pérdidas


(Ángel, 75 años)

Me han pedido que haga un ejercicio a modo de redacción sobre las


pérdidas que he tenido a lo largo de mi vida. Hace tiempo entré en lo que
se denomina «tercera edad», por lo tanto, ya he tenido muchas, y trata-
ré de resumirlas.
La primera, que aún hoy recuerdo, y eso que hace muchos años, fue la
de mi padre. Yo era muy pequeño, tenía ocho años, fue durante la Guerra
Civil. Un día le alistaron forzosamente, según contaba mi madre, y todavía
hoy no hemos sabido nada de él. Vivir la niñez sin padre es muy complica-
do, tuve que ser yo el cabeza de familia y adopte más responsabilidades
que las que son propias de mi edad, pero en esa época tampoco resultaba
tan raro, éramos muchos los niños sin padre y te acababas acostumbrando.
Unos años después, viví otra pérdida: una chica del pueblo —de la que
estaba locamente enamorado cuando tenía dieciséis años— emigró con su
familia a Barcelona. Yo soy de Extremadura, y en aquella época todos,
como luego me ocurrió a mí, teníamos que emigrar en busca de un futuro
mejor. Se me cayó el mundo a los pies, estuve muy deprimido.
A los veinte años sufrí la siguiente pérdida: me fui a Alemania a trabajar
para poder dar de comer a mi familia, y tuve que romper con todo, con mi
pueblo, mis amigos, mis costumbres y con mi familia. Venía una vez al año,
casi siempre por Navidad. Por suerte, como allí había muchos españoles, me
adapté más o menos bien. Allí conocí a la que hoy es mi esposa.
Quince años después volví a España y me quedé a vivir en Madrid. A los
dos años falleció mi madre y entonces pensé: “¡el siguiente soy yo!”. Pero
no, vinieron antes los fallecimientos de mis tíos —que para mí fueron como
unos segundos padres— y de dos de mis mejores amigos; llegó la jubilación,
las broncas de mi mujer porque me metía en sus labores (la verdad es que
era muy pesado), mi hijo mayor se fue a trabajar a Canarias…
Y ahora, con setenta y cinco años, vivo la que creo, ya que tengo
experiencia en esto de las pérdidas, la peor de todas: la de mi esposa.
Ella no está muerta, pero sus recuerdos sí; no me reconoce, no habla, y
ahora está en silla de ruedas. Hace ocho años la diagnosticaron Alzheimer.

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