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cultura y educación
El pragmatismo pedagógico
Quesnay, que sostuvo que toda la riqueza provenía de la tierra, por lo que sólo el
agricultor era el productor auténtico. Los fisiócratas admitían la existencia de la
monarquía absoluta y entendían que el rey debía vigilar el cumplimiento de la ley
natural. Dentro de esta concepción, se atribuyó al Estado la obligación de
ocuparse de la educación popular, con una orientación pragmática, que
permitiera a los educandos desempeñarse con eficacia en el mercado del trabajo.
parte del rosario. Seguía un cuarto de hora de oración y después continuaban sus
labores y enseñanza como por la mañana, repitiendo la asistencia a las enfermas.
Al atardecer volvían al Coro para rezar la tercera parte del rosario. Después
tenían examen de conciencia y un cuarto de hora de oración, pasando el resto de
la noche, hasta el tiempo de cenar, en la lectura espiritual y ocupaciones de
beneficio común. Después de la cena, en que se guardaba la misma distribución
que al mediodía, se tocaba a las nueve a silencio y reposo. Cada ocho días tenían
comunión y, asimismo, en las festividades particulares y solemnes.
Pocos años antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1771, el
entonces gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vértiz y Salcedo, pidió
opinión a los cabildos eclesiástico y secular acerca del progreso de la educación
en la ciudad de Buenos Aires y la posibilidad de aplicar los bienes de los jesuitas
expulsos para ese fin. El cabildo eclesiástico –cuya respuesta fue redactada por el
canónigo Juan Baltasar Maziel– propuso crear un colegio convictorio y una
universidad. Inclusive, sugirió que “el Patrón y titular de la Universidad, será en
obsequio del nombre de nuestro Soberano, el glorioso Arzobispo de Milán San
Carlos Borromeo [...]”4. A su vez, el cabildo secular coincidió con esta opinión y
propuso, además, trasladar la Universidad de Córdoba a Buenos Aires.
Consecuentemente, al año siguiente, como primer paso, el 10 de febrero se
abrieron los Reales Estudios con la dirección de Maziel –que había estudiado
teología en Córdoba y luego se había graduado en derecho civil y canónico en la
Universidad de Santiago, en Chile– en el local que había ocupado el Colegio
Grande o de San Ignacio de los jesuitas, cerrado, como hemos dicho, en 1767, con
motivo de la expulsión de los religiosos decretada por Carlos III.
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Siete años después, en 1783, habiendo sido nombrado Vértiz virrey, sobre la
base del colegio de Reales Estudios, se inauguró, el 3 de noviembre, el Real
Colegio Convictorio Carolina o de San Carlos, con más de 80 alumnos
inscriptos. Sus constituciones establecían que el Colegio estaría a cargo de un
rector, que debía ser clérigo y nombrado por el virrey. Los estudios eran de artes
y teología, como en Córdoba. Cabe señalar que el 12 de abril anterior se había
inaugurado el Colegio Seminario Conciliar de San Carlos de la Asunción, en el
Paraguay, en un acto que fue presidido por el entonces gobernador de esa
jurisdicción, Pedro Melo de Portugal, futuro virrey del Río de la Plata.
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iglesia de San Ignacio. Salvo la cátedra de teología, que era a perpetuidad, las
demás se renovaban cada tres años.
El Colegio de la Enseñanza
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Con el apoyo del virrey Vértiz, inauguró en 1782 el primer Colegio de Niñas
Huérfanas en la ciudad de Córdoba, que encomendó a las hermanas terciarias
carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús, entre las que se recuerdan los
nombres de las hermanas María Josefa de los Dolores Echeverría, Feliciana de
Santa Teresa, María de las Mercedes Cañete y María Ignacia de San José Yedros;
y, posteriormente, en 1783, otro semejante en Catamarca, que puso a cargo de
mujeres seglares, las hermanas Agustina, Juana Rosa y María Manuela Villagrán.
Estos Colegios –donde aplicó una verdadera pedagogía del huérfano, como la
denomina Alberto Caturelli 8– tenían por objeto “familiarizar a los educandos
con el trabajo y dar a cada uno aquel oficio que corresponda a su naturaleza y a
su talento”. El obispo San Alberto pretendía que los niños fueran “labradores
industriosos, artesanos diestros, comerciantes ingeniosos y, en una palabra, otras
tantas manos fuertes que, aplicadas al cultivo, a las manufacturas y al comercio,
preparen al Estado y a la Patria, en lo sucesivo, la abundancia y la felicidad”9.
Para ser utilizado en sus colegios, publicó un Catecismo civil, con lo cual
culminó su obra en la región del Tucumán, ya que en 1784 fue promovido a la
arquidiócesis de Charcas. Al mismo tiempo, el virrey Vértiz lo nombró visitador
de la Universidad de Córdoba, con la misión de redactar sus nuevas
Constituciones. El obispo San Alberto mantuvo en dicha Universidad a los
franciscanos que, como hemos dicho, habían sucedido a los jesuitas en 1767, con
motivo de la expulsión. Esta posición le valió un conflicto con los hermanos
Funes –Ambrosio y Gregorio–, que propiciaban su entrega al clero secular. La
cuestión fue zanjada en 1808 por una Real Cédula que separó a los franciscanos
de la Universidad. Al año siguiente regresó a España, donde desempeñó un alto
cargo. El 25 de marzo de 1804 falleció en Madrid, luego de una larga vida
consagrada al servicio de Dios y de sus semejantes.
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Ese mismo año, el rey Carlos III lo nombró secretario perpetuo del Real
Consulado que debía instalarse en Buenos Aires, por lo que emprendió el regreso
a su ciudad natal donde, al año siguiente, asumió el cargo asignado. Como parte
de sus obligaciones, anualmente debía redactar una Memoria que se leía al abrir
las sesiones de la corporación, circunstancia que aprovechó para dar a conocer
sus ideas renovadoras, inspiradas en la fisiocracia, aunque adaptadas a la
realidad rioplatense. De esta manera, en una región donde predominaba la
ganadería, propuso el fomento de la agricultura, la industria y el comercio; y, en
particular, la introducción del cultivo del lino y del cáñamo y el establecimiento
de curtiembres. Para facilitar el desarrollo de estas actividades, se pronunció por
la promoción de la educación técnica de la juventud y de los adultos y la
elevación de la condición social de la mujer, mediante la educación. Particular
atención merece la Memoria que leyó el 15 de junio de 1796 que, según Esteban
Fontana, “lo consagra como una de las mentes más claras que haya tenido
nuestro país en materia educacional” 10 En este documento, entre otros aspectos,
propicia la creación de una escuela práctica de agricultura y de escuelas gratuitas
para niñas.
de ese año, que adujo razones de economía. En cuanto a Hernández, cabe agregar
que era considerado el maestro tallista de la ciudad. A él se le deben, por
ejemplo, el retablo y la imagen de la iglesia de San Nicolás.
Por iniciativa del Dr. Miguel O'Gorman, de origen irlandés –llegado al Río
de la Plata con la expedición del virrey Pedro de Ceballos–, con estudios de
medicina realizados en Francia y el título de médico revalidado en Madrid, el 17
de agosto de 1780 se instaló en Buenos Aires el Tribunal del Protomedicato,
destinado a otorgar las licencias para el ejercicio de la medicina y, a la vez, velar
por la salud pública. El 22 de octubre de 1783, el rey aprobó su creación, aunque
dejó en suspenso la designación de O'Gorman, cuya nacionalidad fue objetada.
Recién el 1� de julio de 1798 se reconoció el establecimiento definitivo del
Protomedicato Independiente de Buenos Aires, y el 18 de septiembre de 1799
inició sus actividades oficialmente.
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