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Una mañana es magnífica en su primer segmento:

En sus tres horas iniciales el tiempo es un infante de 3 años esparcido por doquier con
sus manitos pequeñitas como garras que acarician nubes y montañas; suaves a su vez,
como el algodón cultivado en los campos de una viuda peregrina... jugueteando con el
aire que da vitalidad a los hombres y traspasándolos para dejarlos luego sin rastro de sí
mismos, mientras ellos, hermanados por el linaje de la noche, desayunan a la luz
artificial de acogedoras casitas pueblerinas.

Así es el primer segmento de la mañana, siempre infante y juguetón.

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