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EL DERECHO

INTERNACIONAL DEL
TIEMPO PRESENTE

Cástor Miguel Díaz Barrado

Dykinson
EL DERECHO INTERNACIONAL DEL TIEMPO
PRESENTE
Cástor Miguel Díaz Barrado
Catedrático de Derecho Internacional Público

EL DERECHO INTERNACIONAL DEL TIEMPO


PRESENTE

Universidad Rey Juan Carlos


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ISBN: 84-9772-350-3

Preimpresión realizada por los autores


SUMARIO

Prólogo por Cesáreo Gutiérrez Espada...................................................................................9

I. Consideraciones iniciales...................................................................................................11

1. Algunos hechos relevantes que han acontecido en la sociedad


internacional y su influencia en el ordenamiento jurídico....................................................17
2. Cambios y modificaciones en la sociedad internacional...................................................23
3. Perfiles básicos de la sociedad y del ordenamiento jurídico
internacionales.......................................................................................................................32
4. Algunas cuestiones de proceso histórico de la sociedad internacional
y de su ordenamiento jurídico...............................................................................................34

II. El Derecho Internacional en una Sociedad sumamente heterogénea...............................45

1.Una Sociedad internacional diversa en busca de una "relativa


homogeneidad"......................................................................................................................49
A) La diversidad en los actores internacionales y algunas de sus dimensiones en el
ordenamiento jurídico internacional......................................................................................51
a) Ciertas cuestiones sobre el Estado en el orden internacional............................................53
b) El ascenso de las Organizaciones Internacionales en el orden
internacional..........................................................................................................................58
c) La persona humana "en alza" en el orden jurídico internacional......................................64
B) La diversidad ideológica y el camino hacia el establecimiento de
sistemas democráticos...........................................................................................................72
a) La afirmación, en la sociedad internacional, del principio de la
democracia............................................................................................................................76
b) Ciertas consecuencias prácticas de la afirmación de la democracia en el
orden internacional................................................................................................................84
c) El significado de la democracia en el ordenamiento internacional...................................92
2. La Sociedad internacional, en la que habitan las desigualdades, en
un entorno de “relativa solidaridad”......................................................................................98
A) La desigualdad política entre los Estados......................................................................102
B) La desigualdad económica en la sociedad internacional: el derecho
al desarrollo.........................................................................................................................104

III. El Derecho Internacional como ordenamiento de la “comunidad


jurídica internacional”.........................................................................................................115

1. La aceptación de la expresión "comunidad internacional".............................................122


2. La presencia de solidaridades..........................................................................................130
3. El cambio de significado en las funciones del Derecho Internacional...........................138
4. La progresiva superación de la descentralización normativa e
institucional.........................................................................................................................147
A) La creación de normas internacionales: el valor de los
principios esenciales y de la costumbre internacional ........................................................155
8

a)La formulación de una “constitución internacional”: los


denominados principios fundamentales o esenciales..........................................................156
b) Ciertos procedimientos de creación de normas en la expresión de
una comunidad jurídica internacional: El papel de la costumbre internacional..................161
B) La aplicación del Derecho Internacional: Las contramedidas
y las sanciones internacionales............................................................................................168
a) Las contramedidas como reacciones de carácter descentralizado...................................180
b) Las sanciones internacionales como “manifestación” de la existencia de
una eventual comunidad jurídica internacional...................................................................190

IV. Consideraciones finales.................................................................................................199

Nota bibliográfica...............................................................................................................203
PROLOGO

No conviene dejarse seducir del todo por la belleza de los ideales. La


mermelada de los deseos se convierte en acíbar si abrimos los ojos a la realidad de
un mundo en el que los "cielos azules" y el "sol de la infancia" que evocaba el
poeta con cuya cita su autor pone bellamente fin a este libro se han ido
entenebreciendo a lo largo de los últimos diez años.

¿De qué nos servirá a la postre que pueda sostenerse, porque, sí, creo que
se puede, como su autor mantiene que el "Derecho Internacional del Tiempo
Presente" aboga por la validez universal de los derechos humanos, por el
establecimiento de sistemas democráticos, por la afirmación constante del
desarrollo, y que se orienta a la consecución de la paz en todas sus dimensiones, si
resulta que en la práctica el terrorismo internacional, al que algunos Estados
ayudan y respecto del que muchos callan, es combatido unilateralmente y manu
militari por el Hegemón una vez (Afganistán, 2002) (...) y otra (Iraq, 2003), si
resulta que el problema palestino se pudre sin remisión, si resulta que por primera
vez en la historia de la descolonización a un pueblo colonial (el saharaui) se le da
largas (...), si resulta que no hay manera de que los Estados más "culpables" se
comprometan en la reducción de los gases que acabarán si Dios no lo remedia con
este planeta azul, si resulta que para las violaciones graves de normas imperativas
la Comisión de Derecho Internacional (por miedo al que dirán estatal) no se ha
atrevido a imponer sino unas consecuencias tan insignificantes como aparatosa es
la denominación que se les da ("obligaciones de solidaridad"), si resulta que un
Estado culpable de violar gravemente las normas imperativas del Derecho
internacional general (las que protegen, Cástor amigo, intereses de "tu comunidad
internacional" en su conjunto) puede ser demandando por cualquier otro Estado del
Universo mundo ante cualquier tribunal internacional (...) ¡que tenga jurisdicción
sobre el caso (...).

No, querido compañero que me sorprendes pidiéndome, sin que haya


sabido yo negarme, un Prólogo, que no necesitas y menos salido de mi pluma: Te
envidio por tu actitud y no en menor medida valoro el esfuerzo que has hecho por
encarnarla en esta criatura de papel, que imagino muy querida, pero no comparto,
perdóname, tu optimismo. Quizás no has querido dar a tu libro sobre el Derecho
internacional del tiempo presente el título que acaso merezca su andadura de estos
diez últimos años, un Derecho internacional que está más bien de cuerpo presente.

Posiblemente el equivocado sea yo, y el tuyo es un libro de futuro, un


futuro mejor. Ojalá sea así. Ojalá hayas acertado al exprimir todo lo que de positivo
hay en un grupo social, como la sociedad internacional, convulso y en su, a veces,
zarrapastroso ordenamiento jurídico, para contar lo mejor de él o, al menos, lo que
más esperanzas despierta.
10
Porque, sí, Cástor, te concedo que necesitamos de Fe, de mucha Fe y
Esperanza. Cuando concluyes tu análisis de una sociedad internacional
"sumamente heterogénea" (II) hablándonos de la "progresiva superación de la
descentralización normativa e institucional" (III.4) para rematarlo con una
valoración final (IV) que yo entiendo en síntesis trimembre ("se asiste... a[l]
reconocimiento progresivo... de [la] personalidad jurídica de la comunidad
internacional...", "estamos... en los albores de una nueva orientación del Derecho
internacional que ha de conducir al cambio de su propia naturaleza jurídica", y
"en los inicios... del siglo XXI la construcción de una comunidad jurídica
internacional... está comenzando a realizarse...") tu libro nos las da, Fe y
Esperanza.

Bienvenidas sean. Bienvenido, por ello, tu libro sea.

Cesáreo Gutiérrez Espada.


Murcia. 15 de octubre de 2003, festividad de Santa Teresa.
I. Consideraciones iniciales

Se ha producido, con seguridad, una nueva etapa en las relaciones


internacionales y, por ende, en el ordenamiento jurídico internacional. El fin de las
relaciones internacionales contemporáneas ha dado paso a un nuevo marco que se
desarrolla en el seno de la sociedad internacional del tiempo presente. Situar los
inicios de esta nueva etapa quizá resulte difícil pero, en todo caso, se advierte con
nitidez que el significado y contenido de las relaciones internacionales que
acontecen en la actualidad se diferencian, en esencia, de los elementos que han
venido definiéndolas hasta ahora. Por esto, estimo que se debe reflexionar en torno
a determinados aspectos que definen y configuran el Derecho Internacional
Público, en el seno de una realidad concreta, reciente y, en mi opinión, decisiva
para el futuro de este ordenamiento jurídico. Busco así una aproximación a ciertas
cuestiones esenciales e imprescindibles para la comprensión del Derecho
Internacional del Tiempo Presente a la luz de la emergencia de una comunidad
jurídica que se debate entre la propia y singular estructura de la sociedad
internacional contemporánea, en cuanto medio social que ha de regular este
ordenamiento y, en cuyo seno, se elaboran, dictan y aplican sus normas; y la
voluntad de los entes que componen esta comunidad que, pese a configurarse en un
entorno sumamente heterogéneo, intenta apreciar y resumir aquellos elementos
que, de alguna manera, le otorgan un cierto carácter solidario.

Se avecina, a mi juicio, una concepción de las relaciones internacionales que,


sin prescindir en modo alguno de los elementos que durante largo tiempo las han
venido caracterizando, hace que primen nuevos aspectos en las relaciones entre los
actores internacionales que van a tener una trascendencia sustancial en el marco
del ordenamiento jurídico internacional. Como decía, muy acertadamente, D.
Colard "nous vivons dans un monde à la fois dangereux et instable: l'ordre
international ancien, issu de Yalta et de Postdam, est bouleversé et contesté; un
ordre nouveau est en gestation. Dans cette phase de transition, la Société et les
Relations internationales traversent une grave crise d'adaptation que devrait
conduire -si cette nécessaire transformation s'opère pacifiquement- á une meilleure
organisation du Monde au début du trosième millénaire"1. Esto nos permite decir
que se encuentra en gestación la formación de la comunidad internacional como un
espacio en el que, junto las diferencias y desigualdades, comienzan a percibirse
posiciones que indican la presencia de intereses comunes y compartidos por los
miembros de la misma; el establecimiento, también desde la perspectiva jurídica,
de determinados valores como principios fundamentales del sistema internacional;
y, en definitiva, el surgimiento de aspectos solidarios en las relaciones
internacionales. Todo ello, que permitiría hablar de un periodo de tránsito de la

1D. COLARD, Les Relations Internationales de 1945 à nous jours, 7ª ed., París, 1997.
12
sociedad internacional contemporánea a la sociedad internacional del tiempo
presente, podría abocar en la creación de una comunidad jurídica internacional.

Para lograrlo no son suficientes las dosis de buena voluntad que se aporten
por parte de los internacionalistas, sino que lo que realmente se precisa es que los
Estados manifiesten la voluntad política real de ir avanzando en la construcción de
esa comunidad, aunque no se deberá perder de vista, como lo ha indicado C. del
Arenal, que nos hayamos en presencia de un "sistema mundial o planetario, cerrado
espacialmente, profundamente fragmentado, heterogéneo y complejo,
crecientemente transnacionalizado, interdependiente y global, y políticamente no
estructurado o integrado"2. En realidad, se debe construir la comunidad
internacional con los instrumentos que aporta una sociedad compleja en la que
conviven, con cierta naturalidad, elementos de división y elementos de unión.

El examen de todo ello se ha de hacer con la actitud crítica propia de quien


debe ser portador de la incomodidad científica, porque el medio social en el que
operaba el Derecho Internacional contemporáneo se nos presenta, día a día,
francamente insatisfactorio; porque las funciones que cumple el Derecho
Internacional continúan siendo, básicamente, de coexistencia y cooperación, sin
que se produzca el salto necesario y preciso hacia la solidaridad; porque los
principios que en este ordenamiento imperan se inspiran, o quizá se interpretan,
más en la prevención de conflictos y reparto de competencias que en motivos de
carácter solidario; y porque, en definitiva, la construcción de una comunidad
jurídica no es completa, sino más bien inconsistente, fragmentaria y, de modo
constante, será puesta en tela de juicio.

De todos modos, el Derecho Internacional opera en este marco societario y


lo que se advierte es que se está produciendo, aunque sea muy lentamente, un
cambio en la naturaleza de este ordenamiento jurídico. No sólo, como es evidente,
se ha ampliado su ámbito de actuación y, en consecuencia, sus principios, normas y
obligaciones alcanzan, en la actualidad, al conjunto de los sectores que configuran
las relaciones internacionales, sino que, al mismo tiempo, y sin contradecir lo
anterior, la norma internacional acoge en su seno elementos que le dan consistencia
y estabilidad y que tienden, en definitiva, a proclamar un ordenamiento jurídico
permanente.

La inestabilidad propia de la sociedad internacional se refleja, también, en


el Derecho Internacional y los cambios y "sobresaltos" que se producen en aquélla
se plasman, de manera indeleble, en éste. Paulatinamente el "sistema jurídico
internacional" va, no obstante, adquiriendo elementos de estabilidad y permanencia

2C. DEL ARENAL, Cambios en la Sociedad Internacional y la Organización de las Naciones Unidas,
Jornadas sobre el Cincuenta Aniversario de las Naciones Unidas, 1995, p. 14.
13
a través del reconocimiento constante de ciertos principios y normas que se estiman
fundamentales e intangibles.

Se trata de superar así esa visión, ciertamente extendida, que ofrecería un


panorama del estado de las relaciones internacionales y de Derecho Internacional
similar al descrito por S. Belaid cuando ha afirmado que "dans une société
internationales en tourmente sur le plan politique, l'ordre juridique et le droit
international se peuvent qu'être négativement affectés et, perdre de leur
consistance, de leur cohérence et de leur efficacité. Le droit international
contemporain est en crise"3. Por lo tanto, todo cabe en la actualidad y lo único que
pretendemos es poner el énfasis en aquellos elementos que también están presentes
en la actual sociedad internacional, y que apuntan el nacimiento de una comunidad
internacional.

Aunque tampoco debemos desconocer que, a lo largo de la historia más


reciente, siempre se ha pensado que el Derecho Internacional debe cumplir
funciones de estabilidad en las relaciones internacionales y, lo que es más
importante aún, este ordenamiento jurídico ha sido observado permanentemente
como un punto de referencia inexcusable que asegure la convivencia entre los
Estados y los pueblos.

Cómo interpretar si no las expresiones que se contenían en la Declaración


de Aquisgrán, de 15 de noviembre de 1818, cuando se señalaba que "el objeto de
esta unión es tan simple como grande y saludable. No se orienta a ninguna nueva
combinación política, a ningún cambio en las relaciones sancionadas por los
tratados existentes. Calmada y constante en su acción, sólo tiene por finalidad el
mantenimiento de la paz y la garantía de las transacciones que la han fundado y
consolidado", para continuar indicando que "los soberanos, al formar esta unión
augusta, han considerado como base fundamental su invariable resolución de no
separarse jamás, ni entre ellos ni en sus relaciones con otros Estados, de la más
estricta observación de los principios del derecho de gentes, principios que en su
aplicación a un estado de paz permanente, son los únicos que pueden garantizar
eficazmente la independencia de cada gobierno y la estabilidad de la asociación en
general"4.

Con seguridad, el siglo XX, que ha tocado a su fin, ha aportado a la historia


de la humanidad acelerados cambios y transformaciones inéditas, aunque se pueda
sostener que, desde el punto de vista teórico y conceptual, ha sido el siglo más

3S. BELAID, Rapport de Synthèse, en R. B. ACHOIR y S. LAGHMANI (dirs.) Les nouveaux aspects
du droit international, París, 1994, p. 288.
4J. C. PEREIRA y P. A. MARTINEZ, Documentos básicos sobre Historia de las Relaciones
Internacionales 1815-1991, Madrid, 1995, p. 19 (cursiva añadida).
14
corto de la historia5. La verdad es que es difícil resumir en pocas palabras los
elementos centrales que lo definirían y lo que cabe señalar ahora es que, durante el
mismo, han tenido lugar sobresalientes transformaciones no sólo en el seno y en el
desarrollo de las sociedades internas y de las relaciones entre ellas sino, también, lo
que es más importante para nosotros, en el conjunto y en la misma configuración
de la sociedad internacional.

Más aún, se podría hablar de paulatinas modificaciones en la concepción y


en la estructura de esta sociedad. Por utilizar las palabras empleadas por el
Secretario General de las Naciones Unidas, en su Programa de Reforma, cabría
decir que "la historia del siglo XX demuestra la notable capacidad de adaptación
de las relaciones internacionales basadas en principios y normas multilaterales.
Los últimos 50 años especialmente han sido testigos de olas sucesivas de cambios
tumultuosos, tales como el fin de los imperios coloniales, el comienzo y la
terminación de la guerra fría, el surgimiento de nuevas potencias económicas a un
ritmo sin precedentes y la inmensa ampliación del programa político que las
naciones deben enfrentar"6. En un ámbito más concreto, el Secretario General
afirmaba que "se han producido cambios profundos, sobre todo desde el fin de la
guerra fría, que ponen en tela de juicio algunas de las formas habituales de hacer
frente a los desafíos del desarrollo"7.

Con ello, nos resulta difícil definir y precisar con exactitud la sociedad
internacional en la que realmente nos encontramos y, por ende, los elementos
específicos que han de caracterizar el ordenamiento jurídico encargado de regular
las relaciones que se produzcan en el seno de la misma. En particular, el último
cuarto de siglo y los primeros años del presente han deparado nuevas situaciones
en el sistema internacional; han modificado el contexto en las relaciones entre los
actores internacionales; y, también, han supuesto, de algún modo, los inicios de
una nueva etapa que, muchas veces, se ha caracterizado como de tránsito y de
incertidumbres en el devenir de la sociedad internacional.

Por lo menos, acontece, en la actualidad, como consecuencia de lo ocurrido


hace algunos años, la descripción realizada por D. Colad cuando ha afirmado que
"avec le XXème siècle, l'accélération de l'Histoire s'amplifie encore davantage. Les
transformations de la scène internationale affectent ses dimensions, ses centres de
gravité et dans une certaine mesure ses composantes (...) Aujourd'hui, le champ
diplomatique est unifié et se confond avec les limites de la planète. Il forme un
tout, un systéme global composé de sous-systèmes régionaux dont tous les
éléments sont interdépendants (...) Les formidables progrès de la technologie, de la

5D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 119.


6Informe del Secretario General. Renovación de las Naciones Unidas: Un Programa de Reforma
(A/51/950 de 14 de julio de 1997, párr. 94).
7Programa de Desarrollo, A/RES/51/240, 15 de octubre de 1997, párr. 5, (cursivas añadidas).
15
stratégie et des échanges ont rendu les Etats et les hommes plus solidaires dans tous
les domaines. La coopération prend ainsi de nouvelles formes et s'étend aux
secteurs le plus inédits de la vie internationale (...) Puisque nous n' -habitons qu'une
seule terre-, l'approche des grands problèmes politiques contemporains ne peut être
nationaliste: elle doit être -mondialiste-“8.

El propio Secretario General, desde otra perspectiva, se hacía eco de este


fenómeno, en el Programa de Desarrollo, al sostener que "uno de esos cambios,
cuya importancia es cada vez mayor y que afecta a todos los países, es el proceso
de mundialización impulsado por el mercado, especialmente debido a los rápidos
avances en el intercambio de información y las telecomunicaciones. Este proceso
comprende la integración creciente, en distintos grados, de los mercados mundiales
de bienes, servicios, capitales, tecnología y mano de obra, lo cual ha dado lugar a
una mayor apertura y una mayor libertad de movimiento de los factores de
producción y ha creado más oportunidades de cooperación a nivel internacional"9.

De alguna forma, la doctrina científica, tanto desde la perspectiva de las


relaciones internacionales como desde la óptica del Derecho Internacional Público,
ha pretendido encontrar aquéllas expresiones que mejor podrían definir, y explicar,
la estructura y los rasgos de la actual sociedad internacional y que, a la postre,
aportaran y precisaran elementos de certidumbre para la compresión de la misma.
A mi juicio, la mayor parte de las aproximaciones que se han realizado responden,
sin duda, a características que sí están presentes en la sociedad internacional, bien
de una forma consolidada o bien en el marco de procesos de consolidación, pero
ninguna de ellas puede explicar, por sí sola y en su totalidad, el contenido exacto
de la sociedad en la que debe habitar la humanidad del siglo XXI10.

8D. COLAD, Les Relations internationales cit., p. 18 (cursiva añadida).


9Programa de Desarrollo cit., párr. 6.
10Así, por ejemplo, uno de los factores que, a mi juicio, más influyen en la determinación de los
perfiles de la sociedad internacional será el progreso tecnológico y científico en la línea de lo que
señaló, hace tiempo, M. MERLE, es decir que "el progreso técnico afecta en todas sus formas
(política, militar, cultural y económica) a las relaciones internacionales. Acentúa la interdependencia
de los elementos constitutivos del sistema y favorece la unificación del campo de acción de todos los
actores. Pero, al mismo tiempo, acentúa los contrastes y los desequilibrios de poder entre los actores e
introduce nuevos focos de tensión y nuevos factores de dominación", Cfr., Sociologie des Relations
Internacionales, París, 1982, p. 185. También, en esta dirección, se pueden citar las palabras de C. del
ARENAL, para quien "las cuestiones y problemas socio-económicos y científicos-técnicos, en
consonancia con su decisiva incidencia en la configuración del poder y en la seguridad del Estado,
han pasado a constituir el centro neurálgico y la problemática central del sistema internacional,
quedando los problemas político-diplomáticos y estratégicos supeditados las más de las veces a los
primeros", Cambios en la Sociedad internacional y Organización de las Naciones Unidas, Jornadas
sobre el cincuenta aniversario de las Naciones Unidas, Madrid, 1995, pp. 16-17. Con mayor
rotundidad se ha expresado, quizá, F. SAHAGUN, al decir que "vivimos en medio de una nueva
revolución, en cuyo origen se encuentra, como en todas las revoluciones anteriores, el cambio
tecnológico. Unos ven en la tecnología la causa directa de los cambios, otros un simple catalizador.
Nadie niega que la tecnología está modificando de nuevo la realidad, pero, como en el comienzo de
16

Sea como fuere, intentaremos, a lo largo de este trabajo, indicar y


reflexionar sobre algunos de los elementos que, a mi juicio, han de estimarse como
más sobresalientes a la hora de perfilar la sociedad internacional contemporánea o,
si se quiere, como he señalado en alguna otra ocasión, este periodo de tránsito
entre la Sociedad Internacional Contemporánea y la Sociedad Internacional del
Tiempo Presente11.

Todo ello, considero que puede llevarse a cabo destacando, eso sí, un
aspecto, sin duda muy relevante de la actual sociedad internacional, es decir, su
heterogeneidad. Sobre la base de la constatación que, en su día, realizó M. Virally
al decir que "la sociedad internacional contemporánea se volvió muy heterogénea
tanto desde el punto de vista de las orientaciones ideológicas y del nivel de
desarrollo económico como desde el del poder político y militar de sus
miembros"12. Al mismo tiempo, se puede propugnar la existencia de solidaridades
en este entorno societario de carácter muy heterogéneo que representa la actual
sociedad internacional por lo que, en definitiva, no es descabellado reflexionar
sobre el ordenamiento jurídico internacional como el sistema jurídico propio de
una comunidad internacional.

En definitiva, hay de dos elementos que deben quedar claros en la


configuración del estudio que llevamos a cabo: Por un lado, los rasgos y
características que definen y que, progresivamente, van definiendo la sociedad
sobre la que opera y actúa el ordenamiento jurídico internacional; y, por otro lado,
los elementos más característicos de éste y que, en buena medida, nos conducen a
reflexionar sobre los aspectos centrales que lo definen tanto por lo que se refiere a
los procedimientos de creación de normas como en lo relativo a su aplicación.

todas las revoluciones anteriores, no hay acuerdo sobre las causas ni sobre las consecuencias", De
Gutenberg a Internet, Madrid, 1998, p. 21 (cursiva añadida).
11C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad internacional en busca de un orden constitucional, Anuario
Argentino de Derecho Internacional, 1994-1995, páginas 13-40. Característica que he atribuido,
también, al ordenamiento jurídico internacional y, por ello, al hilo del análisis del proceso codificador
he afirmado que "lo que sucede, en el fondo, es que el rápido discurrir de la sociedad internacional y
el tránsito del Derecho Internacional Contemporáneo al Derecho Internacional del tiempo presente se
compaginan mal con el apacible avanzar de los procesos de codificación, y quizá ello nos haga perder
de vista que aún nos encontramos tan sólo en los inicios de la necesaria codificación de nuestro
ordenamiento", La necesidad de la codificación en el Derecho Internacional Público, R.E.D.I., 1995-
1, p. 53.
12M. VIRALLY, El devenir del Derecho Internacional. Ensayos escritos al correr de los años,
México, 1997, p. 230 (cursiva añadida).
17
1. Algunos hechos relevantes que han acontecido en la sociedad internacional
y su influencia en el ordenamiento jurídico

Por supuesto que las realidades descritas repercuten en el ordenamiento


jurídico internacional y le otorgan las especificidades que conocemos. Desde una
óptica particular, A. Pellet ha dicho que el derecho nacional se aplica a una
sociedad muy integrada en la que existen estrechas solidaridades, lo que se traduce
en la institucionalización, mientras que la sociedad internacional, por el contrario,
"est faite d'abord de souverainetés juxtaposées dont les rivalités demeurent fortes.
Dans les deux cas, le droit traduit ces rapports de forces; mais alors que, au sein de
l'Etat, ceux-ci sont occultés par l'extrême sophistication des mécanismes
d'élaboration des normes, au plan international ils apparaissent beaucoup plus
ouvertement"13.

La sociedad internacional y el ordenamiento jurídico internacional,


indisolublemente unidos en sus desarrollos y contenidos, se configuran, en
realidad, como expresiones de los avances y retrocesos que se van produciendo y
hay que reconocer, en esta línea, que, muchas veces, serán algunos acontecimientos
los que mejor plasmen o expresen los elementos básicos de la realidad social y de
la realidad jurídica del "sistema internacional".

Así, podemos recordar que diversos hechos acaecidos en la escena


internacional durante los últimos años del decenio de los setenta del siglo XX,
hicieron que, al inicio del decenio de los ochenta, se hablase con insistencia de la
existencia de una profunda transformación en las relaciones internacionales. En
este contexto, comenzó a reflexionarse en torno al surgimiento de una "nueva
guerra fría" en las relaciones entre las grandes potencias14, lo que traería consigo
un "deterioro" importante del Derecho Internacional15, como ordenamiento
regulador, primordialmente, de las relaciones entre los Estados. En efecto, las
esperanzas que suscitó el acuerdo alcanzado por las grandes potencias y otros
Estados, y que se plasmó en el Acta Final de Helsinki, documento que ponía de
relieve el triunfo de la distensión en las relaciones internacionales, pronto se

13A. PELLET, Le droit international à l'aube du XXème siècle (La société internationale
contemporaine - Permanences et tendances nouvelles), Cursos Euromediterráneos Bancaja de
Derecho Internacional, 1997, I, p. 40.
14En concreto, N. CHOMSKY, Super-Potencias en colisión. La nueva guerra fría de los años
ochenta, Madrid, 1985. No obstante, cabe adelantar que, como ha dicho A. REMIRO BROTONS, "la
universalidad de la sociedad y del Derecho Internacional no ha sido impugnada seriamente en los
últimos cincuenta años. Los conflictos Este-Oeste y Norte-Sur han animado las políticas sobre el
Derecho Internacional, pero no han supuesto una quiebra de su unidad -y universalidad- esencial",
Universalismo, multilateralismo, regionalismo y unilateralismo en el nuevo orden internacional,
R.E.D.I., 1999-1, p. 55, p. 29.
15Ver, los artículos de V. ABELLAN publicados en El País los días 7 y 8 de noviembre de 1985.
18
estimaron frustradas. Esto demostró que, en nuestro ordenamiento, priman los
elementos de coexistencia o convivencia, como base y garantía última de la futura
cooperación internacional, ya que, más allá de la "relativa homogeneidad"
ideológica que tiende a consagrarse, subsisten diferencias y desigualdades notables
entre los diversos actores de las relaciones internacionales.

Naturalmente, como veremos, algunos hechos que han tenido lugar en


época más reciente prueban la existencia de una "positiva" transformación en la
sociedad internacional en beneficio de la coexistencia, lo que ha quedado
plasmado, por otra parte, en documentos de gran relevancia político-jurídica. Y
quizá el mejor ejemplo de ello sean los avances que se han producido en el seno de
la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (ahora OSCE) desde el
Acta Final de Helsinki de 1975 hasta la Carta de París para una nueva Europa de
1990 y a partir de ella16. En particular, estos cambios quedaron reflejados en la
"declaración conjunta de veintidós Estados" de 19 de noviembre de 1990, en la que
se afirma que: "los signatarios declaran solemnemente que en los albores de la
nueva era de las relaciones europeas ya no son adversarios, establecerán nuevos
lazos de asociación y se tienden mutuamente la mano de la amistad"17.

Entre los hechos a los que nos referimos cabe resaltar, a mi juicio, tres
acontecimientos que tuvieron lugar, precisamente, durante el año 1979 y que, se
quiera o no, resultaron notables en el devenir de las relaciones internacionales: En
primer lugar, hay que recordar la entrada de tropas soviéticas en Afganistán, que
hizo que un país, perteneciente, entonces y con intensidad, al movimiento de los
países no alineados, pasase a formar parte de la esfera de influencia soviética,
desatándose así una escalada de violencia verbal entre las grandes Potencias; en
segundo lugar, hay que destacar el triunfo de la revolución sandinista en
Nicaragua, lo que suponía el principio de todo un proceso de cambio que se estaba
gestando desde hacía tiempo en Centroamérica, avivando los temores en Estados
Unidos por perder su protagonismo en la zona; y finalmente, hay que valorar, sobre
todo, el cambio de régimen ocurrido en Irán, lo que abrió el camino de una
importante "escisión ideológica" en las relaciones internacionales con la
proclamación del fundamentalismo islámico como instrumento, también, de la
política internacional, alejado de la influencia de las grandes Potencias y
enfrentado a ellas18.

No obstante, la visión pesimista que entonces se cernía sobre la humanidad


pronto se disipó, poniéndose de relieve que la transformación que se estaba

16F. MARIÑO MENENDEZ, La Carta de París para una nueva Europa, R.I.E., 1991, pp. 153-176.
17Ver, en C. M. DIAZ BARRADO, El uso de la fuerza en las relaciones internacionales, Madrid,
1991, p. 217.
18Vid., C. M. DIAZ BARRADO, Laudatio Doctor Honoris Causa de D. Oscar Arias, Universidad de
Extremadura, mayo de 1996.
19
gestando, y que operaba ya en la sociedad internacional y en su orden jurídico,
consistía básicamente en la intensificación de las relaciones internacionales, la
profundización en los aspectos reales de la distensión y la cooperación, y la
consolidación de las normas esenciales que rigen las relaciones entre los actores
internacionales.

Buena muestra del proceso de cambio experimentado en esta línea por el


ordenamiento internacional será, a mi juicio, la Sentencia, de 27 de junio de 1986,
dictada por el T.I.J., en el asunto relativo a las actividades militares y
paramilitares en y contra Nicaragua, y que significó no sólo un punto de llegada
sino también, el inicio de una nueva etapa en el Derecho Internacional
contemporáneo. La decisión adoptada entonces por el T.I.J. trascendió las meras
relaciones entre los dos Estados implicados en la controversia (los Estados Unidos
y Nicaragua), y alcanzó al conjunto de las relaciones internacionales, al menos en
sus elementos básicos. En el contexto anteriormente descrito, cabe decir, pues, que
la sentencia posee gran relevancia, tanto desde el punto de vista político como
jurídico. Tal y como lo señaló J. L. Piñol: "La importancia que han tenido las
sucesivas ordenanzas y sentencias sobre el caso Nicaragua contra los Estados
Unidos de América para la clarificación de diferentes cuestiones jurídicas, tanto
procesales, como de fondo (especialmente conectadas con el alcance del artículo 2,
4 de la Carta de las Naciones Unidas y el del principio de la no intervención),
puede calificarse de fundamental". Pero es que, además, "su relevancia política, no
sólo respecto al sistema internacional en general, sino también sobre el futuro papel
del propio Tribunal Internacional de Justicia, es indudable"19.

Más tarde, a finales de los ochenta y durante los primeros años del decenio
de los noventa, nuevos acontecimientos sobresaltaron, una vez más, a la sociedad
internacional y comenzó a reflexionarse, con la misma celeridad que antes, en
torno a las sustanciales transformaciones que se estaban produciendo. Se habló,
cómo no, de "un nuevo orden internacional", que traería consigo una mayor
integración y cooperación entre los Estados, y que haría que los principios de la
libertad y la democracia recorriesen todos los rincones del planeta, muchas veces
ante la mirada atónita de aquellos que, proscritos de la "sociedad internacional
satisfecha", no llegaban, ni llegan, a alcanzar el profundo significado de esas
palabras. De esta forma, el Secretario General resumía la situación en el Programa
de Desarrollo, al indicar que "la situación crítica de los países menos adelantados,
cuya marginación de la economía mundial es especialmente marcada, exige la

19J. PIÑOL I RULL, Los asuntos de las actividades militares y paramilitares en Nicaragua y en
contra de este Estado (Nicaragua contra Estados Unidos de América), R.E.D.I., 1987, p. 99. También
la doctrina norteamericana resaltó el importante papel de esta sentencia, en concreto, HIGHET, K.
Evidence, the Court, and the Nicarague Case, A.J.I.L., 1987, p. 1. Véase, igualmente, el trabajo de A.
J. RODRIGUEZ CARRION, El derecho internacional en la sentencia de la Corte Internacional de
Justicia en el asunto Nicaragua-Estados Unidos, Cursos de Derecho Internacional de Vitoria -
Gasteiz, 1987, pp. 15-63.
20
atención prioritaria de la comunidad internacional en su conjunto, en apoyo de
políticas económicas y sociales adecuadas a nivel nacional"20.

Entre los hechos a los que nos referimos, cabe resaltar, sin duda, la caída
del muro de Berlín durante la noche del 9 de noviembre de 1989 y lo que ello
significó tanto respecto a la unificación alemana como en relación con la
importante fractura que se produjo en uno de los bloques que, desde 1945,
configuraban el esquema básico de la sociedad internacional; en segundo lugar, el
proceso de disgregación y cambio de actitud ideológica en la Unión Soviética que
finalmente llegó a la creación de la Comunidad de Estados independientes y al
surgimiento de nuevos Estados que reclamaban su soberanía e independencia21. Y,
finalmente, el denominado conflicto del Golfo Pérsico, cuyo inicio tuvo lugar,
como se sabe, el 2 de agosto de 1990 con la invasión iraquí de Kuwait y que
finalizó, prácticamente, con la rendición de las tropas iraquíes el 28 de febrero de
1991 y que, a la postre, trajo consigo el establecimiento de sanciones contra el
Estado iraquí.

Ahora bien, la visión optimista que se impuso sobre la humanidad pronto


se desvaneció y, nuevamente, pudo comprobarse que los graves problemas que la
aquejan persistían; que no se modificaban de un día para otro las bases sobre las
que se asienta la sociedad internacional; y que, en palabras del Parlamento español
de la II República, en 1932, en referencia al entonces rey Alfonso XIII, no se
reintegraban a la paz jurídica todos los seres humanos del planeta. Tan es así que,
al poco tiempo de producirse los cambios señalados, ya se comenzó a manifestar
un "cierto desencanto" en relación con los efectos de los mismos. En esta línea,
cabría recordar como E. Barbe Izuel, después de indicar que el proceso iniciado en
1989 había "arrastrado con su vertiginosa velocidad algunos de sus referentes
básicos", señalaba que se había pasado del mundo feliz de ese año a "un mundo en
el que en nombre del nacionalismo, de la homogeneidad étnica o de la crisis
económica se está destruyendo una convivencia cotidiana (...)"22.

20Vid., Programa de Desarrollo cit., párr. 18, (cursiva añadida).


21Sobre la Perestroika y el Derecho Internacional: W. E. BUTLER (ed.) Perestroika and
International Law, Dordrecht, 1990 y J. QUIGLEY, J. Perestroika and International Law, A.J.I.L.,
1989, pp. 788-797. E. PAZ BARNICA ha dicho que "la década de los ochenta significa una era
preponderante en la evolución de las relaciones internacionales. La Unión Soviética se desintegra
sobre la base de la <Doctrina Gorbachov>, que consiste en la perestroika y en la glasnost: la
perestroika, orientada a la reestructuración de la economía, y la glasnost, que significa un instrumento
de apertura política, que orienta el país hacia un sistema democrático que inicialmente se base en la
participación en los asuntos políticos de tendencias contrarias a las del partido gobernante", La
Cumbre de las Américas y la cooperación hemisférica, Cursos de Derecho Internacional de Vitoria-
Gasteiz, 1995, p. 204.
22E. BARBE, La teoría de las relaciones internacionales en la postguerra fría, Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria/Gasteiz, 1993, p. 155. También, de la misma autora, Relaciones
Internacionales, Madrid, 1995, en particular, pp. 266 ss.
21
Con la misma rotundidad, y con lujo de detalles, C. del Arenal afirmó que
"sin embargo, tan rápida como llegó la esperanza vino la desilusión. A partir de
1991 se empezó a hacer cada vez más evidente que el <nuevo orden mundial> no
existía o que, como mucho, tenía poco de paz, seguridad y justicia, que se
multiplicaban los focos de nuevos conflictos, derivados de la desmembración de la
Unión Soviética y del derrumbamiento del bloque comunista, y que las Naciones
Unidas fracasaban o se estancaban en muchas de sus operaciones de paz"23. Y, con
bastante claridad, B. B. Ghali, en su condición de Secretario General, con ocasión
de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad Carlos III de
Madrid, sostuvo que "es forzoso reconocer que, en muy poco tiempo, el mundo ha
pasado de la euforia al pesimismo. La caída del muro de Berlín y el fin del
antagonismo Este-Oeste habían dejado vislumbrar unos horizontes de paz
insospechados y un futuro radiante. Pero el aumento de los micronacionalismos y
de la intolerancia han transformado muy pronto y radicalmente esta visión del
porvenir"24.

La verdad es que el denominado “nuevo orden mundial” no modificó, de


manera sustancial, el marco de las relaciones internacionales y, menos aún, el
conjunto de normas y obligaciones que se derivaban del ordenamiento jurídico
internacional. Incluso, cabe decir que el concepto acuñado de “orden internacional”
ni tan siquiera encontró una definición ampliamente aceptada. Como lo ha señalado
B. Ghali, en el discurso señalado, hay que constatar que la noción de orden
internacional “"contiene al mismo tiempo una dimensión política y una dimensión
ideológica, una dimensión económica y una dimensión social, una dimensión histórica
y una dimensión cultural. Lo mismo puede servir de argumento jurídico a los Estados
más poderosos como de discurso militante a los Estados más débiles. En resumen, lo
que llamamos orden internacional es tanto la expresión de una relación de fuerzas
presente como la idealización de una sociedad futura".

Por último, a finales del decenio de los noventa y en los principios del
presente decenio, nuevos acontecimientos, eso sí mucho más puntuales, vendrán a
confirmar que la incertidumbre se ha apoderado del análisis propio de los
internacionalistas y que la sociedad internacional, en términos generales, discurre
entre elementos y caminos de difícil compresión. En el marco del proceso de
maduración de conceptos como mundialización y globalización quizá corresponda
mencionar cuatro hechos acontecidos durante el citado periodo que vienen a
mostrar las indecisiones y las contradicciones que habitan en la sociedad
internacional y que, además, se reflejan, con nitidez, en su ordenamiento jurídico.

La desintegración de la antigua Yugoslavia alcanzó el "corazón" mismo de


este Estado, y supuso un "desgarro" más en el continente europeo. La situación que

23C. Del ARENAL, Cambios en la sociedad cit., p. 9 (cursiva añadida).


24Acto de investidura, Serie Especial, Universidad Carlos III de Madrid, Madrid, 1994, p. 16.
22
se generó en Kosovo25 hizo que, finalmente, el 24 de marzo de 1999, una
organización regional de defensa como es la Alianza Atlántica asumiese la tarea de
"pacificación", mediante el uso de la fuerza no autorizado por el Consejo de
Seguridad. Por esos mismos días, curiosamente, la Cámara de los Lores del Reino
Unido de Gran Bretaña hacía pública su decisión de continuar con el proceso de
extradición del general Pinochet por la comisión de delitos que "afectaban a la
humanidad", lo que no pudo impedir que, el 2 de marzo del año 2000, "una
aeronave de color gris", como se la describió, llevase al "recuperado" Augusto
Pinochet de regreso a Chile26.

Tampoco podemos olvidar, en esta línea, que las navidades de 1999 y los
primeros meses del año 2000 fueron testigos de la "impotencia" de la comunidad
internacional en relación con los sucesos de Chechenia, territorio en el que han
acontecido y siguen aconteciendo, ante el silencio cómplice y las manifestaciones
timoratas, violaciones graves y masivas de los derechos humanos, adornadas, eso
sí, con la mayoría absoluta obtenida por Putin en las elecciones presidenciales
rusas, el 26 de marzo de ese año. Finalmente, quizá de mayor envergadura para el
devenir de las relaciones internacionales, habría que mencionar que el 11 de
septiembre del 2001 tuvo lugar “el ataque” contra los Estados Unidos con el
derrumbe de las “Torres Gemelas” del Word Trade Center que abrió una escalada
de “violencia internacional” cuya primera manifestación se produjo en la noche del
8 de octubre con el inicio del ataque sobre Afganistán y que, de alguna forma, se
encuentra en el origen de la guerra contra Irak, iniciado en marzo de 2003. Estos
últimos acontecimientos están poniendo de manifiesto la escasa intervención de
Naciones Unidas y el papel secundario, y pasivo en ocasiones, de la misma27.

El examen de estos acontecimientos, y de muchos más, permitiría decir que

25A. REMIRO BROTÓNS, Un nuevo orden contra el Derecho Internacional: El caso de Kosovo, Revista
Electrónica de Estudios Internacionales, nº 1/2000, p. 1. Aun admitiendo que esta actuación debería haber
sido reconducida dentro de la Carta de las Naciones Unidas, las reacciones que se produjeron después de
esta intervención no tenían como objeto de crítica de las motivaciones que “¿teóricamente?” la
provocaron, esto es, la violación sistemática de derechos humanos básicos para toda persona humana en
cualquier circunstancia. De este modo, como ha sostenido S. RIPOL CARULLA, esta crisis ha reforzado
la obligación de respetar estos derechos, poniendo de relieve el consenso suficiente para admitir una
reacción ante crímenes internacionales relacionados con su violación, El Consejo de Seguridad y la
defensa de los derechos humanos, Revista Española de Derecho Internacional, 1999, nº 1, p. 87.
26C. M. DIAZ BARRADO, Asunto 0/0: Democracia y derechos humanos contra Augusto Pinochet
Ugarte, Revista de Occidente, octubre 1998; y M. COSNARD, Quelques observations sur les
décisions de la Chambre des Lords du 25 novembre 1998 et du 24 mars 1999 dans l'affaire Pinochet,
R.G.D.I.P., 1999, pp. 309-328.
27Desde luego, con carácter general, para determinar las consecuencias jurídicas más relevantes de
este acontecimiento, cabe la consulta, en la doctrina española, de los trabajos sobre “el orden
internacional tras los atentados del 11 de septiembre de 2001”, publicado en la REDI, de 2001. Y el
trabajo de C. GUTIÉRREZ ESPADA, ¿No cesaréis de citarnos leyes viendo que ceñimos espada?,
A.D.I., 2001, pp. 25-38. Por lo que se refiere a la “guerra contra Irak”, tanto los antecedentes como el
final que, a mi juicio, aún no se ha producido del conflicto, merecen una consideración especial.
23
se acrecienta la distancia entre el derecho y la realidad y que, con seguridad, falta
un largo camino por recorrer a la hora de que la sociedad internacional tenga la
impresión de que se procede, con naturalidad, a un eficaz y correcto cumplimiento
del ordenamiento jurídico internacional. Ahora todo se confunde y entremezcla,
una sociedad internacional segura e insegura, cierta e incierta, cerrada y abierta y,
en resumen, parece que el devenir de la humanidad durante el siglo XXI se irá
configurando sobre bases que están aún por determinar.

Por lo menos, habría que sostener, con el Secretario General de las


Naciones Unidas que “vivimos en una era de reestructuración. Tanto en el plano
internacional como en el nacional, actúan fuerzas fundamentales que reconfiguran las
modalidades de la organización social, los esquemas de oportunidades y restricciones,
los objetivos que aspiramos a alcanzar y las causas del temor. Como en todos los
períodos de transición, en la actualidad coexisten, en una tensión inquietante,
expresiones muy diferentes de la situación humana: la mundialización se difunde pero
aumentan la fragmentación y la afirmación de las diferencias; se amplían las zonas de
paz a la vez que se intensifican diversas explosiones de terrible violencia; se está
creando una riqueza sin precedentes pero sigue habiendo grandes bolsones de pobreza
endémica; la voluntad de los pueblos y sus derechos integrales se celebran y violan al
mismo tiempo; la ciencia y la tecnología mejoran la vida humana en tanto que sus
efectos secundarios amenazan a los sistemas que sustentan la vida en el planeta"28.

A lo largo de este trabajo será preciso, pues, reflexionar sobre todos estos
cambios y realidades, y respecto a muchos más que han tenido lugar, en un marco
general, fuera -aunque no alejado- de los hechos coyunturales que, de vez en
cuando, causan fuertes impresiones en la sociedad internacional. Porque, en el
fondo, no debemos olvidar, como lo señaló C. del Arenal, que existen en la
sociedad internacional contemporánea, por un lado, factores de cambio de acción
inmediata y, por otro lado, factores de acción profunda29, siendo, a mi juicio, más
sustanciales estos últimos que los primeros. Y estas reflexiones deberán hacerse,
por supuesto y en nuestro caso, sobre la base de la incidencia de esos cambios en el
ordenamiento jurídico internacional.

2. Cambios y modificaciones en la sociedad internacional

Los acontecimientos que se van sucediendo en la historia de la sociedad


internacional han contribuido y contribuyen a modificar determinadas perspectivas
del actual orden jurídico internacional, pero no se puede decir, con rotundidad, que
modifiquen sustancialmente por sí solos los elementos del centrales del mismo,

28Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Suplemento nº. 1 (A/52/1), Nueva
York, 1997, párrafo 1.
29Cfr. C. del ARENAL y A. NAJERA, La Comunidad iberoamericana de Naciones, Madrid, 1991,
pp. 398 ss. También se refiere a ello C. del ARENAL en El nuevo escenario mundial y la teoría de las
relaciones internacionales, Homenaje a M. Díez de Velasco, Madrid, 1993, pp. 85 ss.
24
incluso ante acontecimientos de tanto “impacto visual” como los atentados
ocurridos en Nueva York (e, incluso, la acción ilícita de los Estados Unidos y Gran
Bretaña en territorio iraquí). Como lo señaló, hace algún tiempo, H. Thierry, el
derecho internacional es un producto de la historia, siendo así que será la historia
del siglo XX quien debe responder de lo que es y de lo no es el derecho
internacional, y "cette histoire a en effet deux versants. L'un trés sombre qui rend
compte des infirmités du droit international, l'autre plus éclairé qui répond de ses
avances"30. En todo caso, coincido con la opinión de S. Torres Bernárdez quien, al
referirse al denominado nuevo orden mundial, afirma que "el jurista tiene que
preguntarse antes de aceptar la mencionada expresión si se han producido
realmente cambios estructurales, institucionales y normativos. Por mi parte
confieso que no veo en las relaciones internacionales ningún cambio de este
tipo"31.

Por esto, quiero ser consciente, por un lado, de que, a lo largo del último
siglo y a principios de éste, se han producido importantes transformaciones en la
sociedad internacional y, por otro lado, que los cambios que han ocurrido en los
últimos años incidirán también, en mayor o menor medida, en la evolución del
Derecho Internacional. La consecuencia final, de todos modos, es clara y fue
perfectamente detectada por M. Lachs hace tiempo, para quien era indudable el
desarrollo positivo que había experimentado el ordenamiento jurídico internacional
durante el presente siglo32. Por lo que, como lo indicó el Sr. B. Ghali, "hay que
tomar conciencia de que el Derecho Internacional contemporáneo experimenta
considerables modificaciones que le afectan en lo más hondo de sí mismo y que se
refieren tanto a las instituciones internacionales como a la normas jurídicas"33.

Pero la visión que intentamos transmitir fue bien expresada, como decimos,
por M. Lachs. Para este autor, no nos resistimos a reproducir su posición: "nous
avons conscience des changements prodigieux qui se sont produits au cours des
dernières annés et nous pouvons prévoir que le droit international connaitra un
développement particulièrement brillant". La vida es hoy posible gracias a la
existencia de miles de normas jurídicas que diariamente se aplican en el espacio
terrestre, en el mar, en los espacios atmosféricos y extra-atmosféricos y, en
realidad, "en dépit des caprices du droit, son progrès s'est somme doute avéré

30H. THIERRY, Cours général de droit international public, R.C.A.D.I., 1990, p. 19.
31S. TORRES BERNARDEZ, Perspectivas en la contribución de las Naciones Unidas al
mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales: Comentarios y observaciones sobre la
declaración de los miembros del Consejo de Seguridad de 31 de enero de 1992, Homenaje a M. Díez
de Velasco cit., p. 745. Una actitud, también, prudente la de L. FERRARI BRAVO, Prospettive del
diritto internazionale alla fine del secolo XX, R.D.I., 1992, p. 527.
32Cfr., M. LACHS, Le Droit International a l'aube du XXIe siècle, R.G.D.I.P., 1992.
33Acto de investidura cit., p. 17 (cursiva añadida). Hace más tiempo, M. BEDJAOUI, sostuvo que "lo
que caracteriza al derecho internacional actual no es su crisis sino más bien su transformación rápida,
en un mundo que está en crisis", Hacia un nuevo orden económico internacional, París, 1979, p. 218.
25
inéluctable et doit être consigné. Nous vivons à une époque d'énorme
développement du droit international"34.

Todo es verdad, pero también lo es que permanecen intactas, aunque a


veces enriquecidas, tradicionales instituciones, normas y conceptos de este
ordenamiento jurídico, tales como la soberanía, la cooperación, la delimitación de
competencias e, incluso, la protección de intereses comunes para los miembros que
integran la sociedad internacional (…). Se mantienen inalterables, en esencia, los
procedimientos básicos de creación de normas jurídicas, tales como la costumbre o
los tratados; y, sin duda, el Derecho Internacional continúa encargándose de
regular sectores de los que se ha ocupado desde hace tiempo, como el derecho del
mar, las relaciones exteriores de los Estados, la protección del medio ambiente, o
el control y limitación del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, así
como del reparto de las competencias entre los Estados, por citar algunos sectores
concretos del ordenamiento jurídico internacional. En definitiva, cabe preguntarse,
con E. Rey Caro, que, "sin subestimar la importancia y la trascendencia que estos
hechos tienen en el marco de la política internacional", si es o no "posible
asignarles el mismo alcance en el derecho internacional a tal punto que debamos
referirnos en adelante a un nuevo orden jurídico internacional (...)35.

Pese a esto, se reconoce también que los cambios señalados han de incidir
necesariamente en ciertas normas jurídicas y en determinadas instituciones
propias del Derecho Internacional, propiciando, quizá, un cambio de visión o
perspectiva en algunas de ellas. Piénsese, por ejemplo, en el reconocimiento de
Estados en el que no dejan de existir nuevos aspectos jurídicos, debido,
fundamentalmente, al fuerte incremento de nuevos Estados que, en los últimos
años, han surgido como consecuencia de las secesiones y desmembramientos en
los países del Este. Con mayor razón aún, la denominada sucesión de Estados se
ha visto muy afectada en función de la práctica que al efecto se sigue. Y en este
caso, como decimos, mucho más, porque si es cierto que las normas básicas en
materia de reconocimiento están, a mi juicio, plenamente asentadas, no sucede lo
mismo por lo que se refiere a la sucesión de Estados tanto en materia de tratados,
como de bienes, archivos y deudas, o en la cualidad de miembro de una
Organización internacional; o, más allá, en materia de nacionalidad. Por su parte,
cabría reflexionar también respecto a las nuevas perspectivas y desarrollos del
derecho a la autodeterminación de los pueblos. Por lo menos, como ha indicado,
M. P. Andrés, salvo en lo relativo a la descolonización "los perfiles y límites de la

34M. LACHS, Le Droit International a l'aube cit., pp. 537 y 548 (cursiva añadida). M. VIRALLY se
mostró, sin embargo, más escéptico a la hora de abordar esta cuestión, op. cit., pp. 13-16, ("Le droit
international ne semble donc pas à la haueur de ce que l'histoire exige de lui"), op. cit., p. 19.
35E. REY CARO, Reflexiones jurídicas sobre la nueva realidad internacional, Homenaje al
Bicentenario 1791-1991, t. I, Universidad Nacional de Córdoba, p. 157.
26
libre determinación en otros supuestos no están totalmente definidos"36; o en torno
a los avances que se están produciendo en la exigencia de responsabilidad
internacional del individuo. Al menos, es verdad, como dice L. Condorelli, que la
creación por el Consejo de Seguridad del TPIY, en 1993, y el TPIR, en 1994,
representan "indiscutiblemente una de las novedades principales acontecidas en el
orden jurídico internacional en los últimos decenios; se trata, en efecto, de uno de
los frutos más llamativos de la revolución del sistema de las relaciones
internacionales de fines de los años 80"37.

Desde luego, hoy más que nunca, el debate principal está girando en torno
a los perfiles del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y, en términos
más amplios, en relación con los conceptos básicos que han de definir el
mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Los atentados de Nueva
York y, cómo no, las reiteradamente “anunciadas” guerras contra Iraq a lo largo
de los años 2002 y 2003 que culminaron en marzo de este último año con la
“invasión y ocupación” de este Estado y el derrocamiendo del régimen de Sadan
Hussein y, quizá, contra Corea del Norte, Siria e Irán, como integrantes del “eje
del mal”, hacen reflexionar, aceleradamente, sobre estas cuestiones al conjunto de
la doctrina iusinternacionalista y, también, hacen que se expresen muchas
posiciones “dispares y diferentes” por los Estados que conforman la comunidad
internacional.

Con independencia de las diversas posiciones que se mantengan al efecto,


parece claro, por un lado, que se está revitalizando la figura de la auto-tutela en el
orden jurídico internacional, lo que supone, sin duda, un paso atrás en la
configuración de las normas que regulan el uso de la fuerza en las relaciones
internacionales y que han venido encontrando expresiones, muy satisfactorias,
desde principios del siglo XX. Por lo menos, como lo ha indicado A. Remiro
Brotons, “el concepto que mejor define la operación militar de los Estados Unidos (y
sus aliados) es la venerable autotutela o autodefensa, la institución en cuya virtud
cada Estado, por sí mismo o mediante las oportunas alianzas, persigue la satisfacción
de sus intereses, recurriendo eventualmente a la fuerza armada. (...) El unilateralismo
de los Estados Unidos, exacerbado a partir del 11 de septiembre, es una opción
definitiva por la autotutela que los demás, ante la gravedad de los hechos y la
conveniencia de liberarse a sí mismos de ataduras, han aceptado implícita o
tácitamente”38.

36M. P. ANDRES SAENZ DE SANTAMARÍA, La libre determinación de los pueblos en la nueva


sociedad internacional, Cursos Euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, 1997, p. 123.
37L. CODORELLI, Le Tribunal Penal International pour l'Ex-Yougoslavie et sa jurisprudence,
Cursos Euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, 1997, p. 247. Más específicamente
sobre el Tribunal Penal Internacional, vid., C. GUTIERREZ ESPADA, La Corte Penal Internacional
(C.P.I.) y las Naciones Unidas. La discusión posición del Consejo de Seguridad, A.D.I., 2002, pp. 3-
61.
38A. REMIRO BROTONS, Terrorismo, mantenimiento de la paz y nuevo orden, REDI, 2001, p. 157.
27

Pero, por otro lado, también es verdad que se han intensificado la


cooperación y la colaboración internacionales en materia de terrorismo
internacional, tanto en el plano universal como en los planos regionales. Por esto, no
le falta razón a R. Calduch Cervera, cuando afirma que “"la gravedad de los atentados
del 11 de septiembre propició un decidido compromiso de Estados Unidos para
potenciar la cooperación internacional contra el terrorismo, lo que se tradujo en una
importante serie de medidas jurídicas, políticas y militares que han venido a reforzar,
y en ocasiones a materializar, los esfuerzos que en este terreno se venían
desarrollando durante los últimos años”39.

Asimismo, y en el seno de las Naciones Unidas se dejó sentir el "nuevo"


clima imperante en las relaciones internacionales, con la adopción de decisiones
por el Consejo de Seguridad que, hasta no hace mucho, era impensable que se
hiciesen realidad, debido a la parálisis de este órgano de Naciones Unidas40 o, en
todo caso, que quede claro, como decía, entonces, el Secretario General de esta
Organización, Boutros Ghali, que "las exigencias que pesan actualmente sobre las
Naciones Unidas no tienen precedentes en su historia. En todo el mundo es hoy
más evidente la presencia de la Organización, gracias a las actividades que
despliega para ayudar a los seres humanos en peligro y a los que sufren necesidad o
están sumidos en la desesperación"41. En el Suplemento de un "Programa de Paz",
expresó que "a partir de la Cumbre del Consejo de Seguridad se ha acelerado el
ritmo de los acontecimientos. Se han producido transformaciones espectaculares
por lo que respecta a la envergadura y al carácter de las actividades de las Naciones
Unidas en el ámbito de la paz y la seguridad. Se abren paso conceptos nuevos y
más amplios para encauzar esas actividades y vincularlas con la labor en pro del
desarrollo. Se están modificando antiguas concepciones. Ha habido éxitos y
fracasos. La Organización ha despertado un profundo interés en los medios de
comunicación, los cuales se refieren a ella en términos que suelen ser

39R. CALDUCH CERVERA, La incidencia de los atentados del 11 de septiembre en el terrorismo


internacional, REDI, 2001, p. 198.
40En todo caso, sin llegar a expresarlo con las esperanzas que necesariamente han de habitar en los
corazones y las mentes de los Secretarios Generales de las Naciones Unidas, que es lo que lo explica
que Boutros-Ghali afirmase que "En los últimos meses se ha acrecentado la convicción, tanto en las
naciones grandes como en las pequeñas, de que se ha vuelto a presentar una oportunidad de alcanzar
los grandes objetivos de la Carta: unas Naciones Unidas capaces de mantener la paz y la seguridad
internacionales, de hacer respetar la justicia y los derechos humanos (...)", Memoria sobre la labor de
la Organización del cuadragésimo sexto al cuadragésimo séptimo período de sesiones de la
Asamblea General, septiembre 1992, p. 2, párr. 3. Véase, C. GUTIERREZ ESPADA, El sistema de
seguridad colectiva en los albores del siglo XXI (O el cuento de la Bella Durmiente), en Balance y
perspectivas de Naciones Unidas en el Cincuentenario de su creación, Madrid, 1996, pp. 165-188.
41Memoria sobre la labor de la Organización del cuadragésimo sexto al cuadragésimo séptimo
período de sesiones de la Asamblea General, septiembre 1992, p. 6, párr, 12 (cursiva añadida). Con
carácter general sobre la Organización: M. SEARA VAZQUEZ (comp.), Las Naciones Unidas a los
cincuenta años, México, 1995.
28
encomiásticos, aunque más frecuentemente críticos, y se centran demasiado en sólo
una o dos de las numerosas operaciones que ha puesto en marcha, dejando de lado
otras que son fundamentales, así como la inmensa labor de las Naciones Unidas en
los ámbitos económico y social y otras esferas"42.

Y ello ha encontrado manifestaciones concretas como la nueva concepción


de las operaciones de mantenimiento de la paz o el impulso que se pretende dar a
la labor de las Naciones Unidas en el ámbito de la cooperación para el desarrollo
y que quedó plasmado, por ejemplo, en la Declaración citada, en la que se decía
que "un entorno económico internacional dinámico, vigoroso, libre y equitativo es
indispensable para el bienestar de la humanidad y para la paz, la seguridad y la
estabilidad internacionales. El sistema de las Naciones Unidas debe dedicarse con
mayor intensidad y eficacia al logro de este objetivo"43. Más aún, se podría hablar
de nuevas perspectivas en la solución pacífica de controversias o, por lo menos, se
constata, con V. Abellán Honrubia, que desde hace unos años "asistimos a un
considerable aumento de la acción y presencia de las Naciones Unidas en los
conflictos internacionales e internos (...)44".

Pero también, poniendo el énfasis en uno u otro de los aspectos de los


cambios que han ocurrido y que continúan produciéndose en la sociedad
internacional, las profundas transformaciones han sido tenidas en cuenta en
diversos foros internacionales, quedando constancia en declaraciones, relevantes o
solemnes, que han emanado de los mismos. Hasta tal punto ha sido así que,
incluso, la adopción de nuevas orientaciones y dimensiones en el seno de estos
foros se han enmarcado, en ocasiones, en los elementos que se han estimado que
definen un nuevo contexto internacional.

Por citar algunos ejemplos, aunque con un carácter muy parcial, podemos
recordar las expresiones que se contienen en la Declaración de Guadalajara de
1991 por la que se creó formalmente la Comunidad Iberoamericana de Naciones y

42Suplemento de un “programa de Paz”, A/50/60-S/1995/1, 25 de enero de 1995, párr. 4. Posición


que ha sido confirmada en la Declaración con motivo del cincuentenario de las Naciones Unidas
cuando se dijo: "En estos momentos, que coinciden con la época posterior a la guerra fría, y a medida
que nos acercamos al final del siglo, debemos crear nuevas oportunidades de paz, desarrollo,
democracia y cooperación. La rapidez y la amplitud de las transformaciones del mundo
contemporáneo hacen prever un futuro sumamente complejo y sembrado de dificultades, así como un
aumento considerable de las esperanzas que se depositan en las Naciones Unidas. Un trabajo
específico cuya lectura ofrece interés, respecto a los cambios habidos, el de N. H. TRU, La Charte des
Nation-Unies et le nouvel ordre mondial, C.-H. THUAN Y A. FENET (dirs.) Mutations
internationales et évolution des normes, Amiens, 1994, pp. 7-28.
43Vid., Resolución 41/128 de la A.G. de las N. U. Declaración sobre el derecho al desarrollo.
44V. ABELLAN HONRUBIA, El arreglo pacífico de controversias en el ámbito de las Naciones
Unidas, Balance y perspectivas cit., p. 57 (cursiva añadida). Me parece interesante la lectura del
trabajo de A. BADIA MARTIN, El arreglo pacífico de controversias en la Organización de las
Naciones Unidas, Barcelona, 1994.
29
en la que se nos dice que "al final del siglo XX se configura el surgimiento de un
nuevo esquema de organización de las relaciones internacionales. Sin embargo,
sus rasgos fundamentales están aún por definirse; no podemos esperar el cambio
pasivamente, debemos actuar para conformarlos, tenemos intereses genuinos que
deben ser reafirmados e impulsados". El carácter acelerado de los cambios y el
nuevo contexto internacional se ponen de relieve en las Conclusiones de Madrid,
tan sólo un año después, 1992. En las que se afirma que "Desde Guadalajara se han
producido cambios decisivos en un panorama político sometido a una súbita
aceleración histórica. El fin de la bipolaridad abre nuevas posibilidades de
concertación, al acabar con la lógica de la guerra fría y alterar el sentido de los
alineamientos en la Comunidad Internacional" (...) " y que "Las nuevas condiciones
internacionales han impulsado ya avances en distintas áreas"45.

O podemos apreciarlo, también, en las posiciones expresadas por el


Consejo de Europa, en particular, en la Declaración final de la Cumbre de los Jefes
de Estado y de Gobierno de los Estados miembros de esta Organización, celebrada
en Viena el 9 de octubre de 1993 en la que se afirma, entre otras cosas que "el fin
de la división en Europa nos ofrece una oportunidad histórica de reafirmar la paz y
la estabilidad en este continente. Todos nuestros países están comprometidos con la
democracia pluralista y parlamentaria, con la indivisibilidad y la universalidad de
los derechos humanos, con la preeminencia del Derecho y con un patrimonio
cultural común enriquecido por su diversidad. Por todo ello, Europa puede
convertirse en un amplio espacio de seguridad democrática", llegando a sostenerse
que "Pretendemos poner al Consejo de Europa en plena disposición para contribuir
a la seguridad democrática, para afrontar los desafíos de la sociedad del siglo XXI,
expresando jurídicamente los valores que definen nuestra identidad europea, y para
favorecer la mejora de la calidad de vida"46.

Y, cómo no, las consideraciones relativas a los cambios operados en el


ámbito internacional se reflejan en numerosos documentos de la Organización
para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). En particular, cabría
recordar el Documento titulado el Desafío del Cambio, adoptado por la entonces
Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, en Helsinki, en 1992, cuando
se afirmó que "la CSCE ha desempeñado un papel decisivo en el fomento de los
cambios; ahora tiene que adaptarse a la tarea de gestionarlos", destacándose el
"papel central de la CSCE en el fomento y la gestión del cambio en nuestra región",
para concluir que "Estamos en un momento prometedor pero también en un
momento de inestabilidad e inseguridad”. La verdad es que la constatación del
cambio en la escena internacional y, en particular, en el continente europeo ya se

45Vid., en especial, C. ARENAL y A. NAJERA, La Comunidad Iberoamericana cit. y C. M. DIAZ


BARRADO, Perfiles de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, Cáceres-Madrid, 1994.
46Vid., también, la Declaración de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados
miembros del Consejo de Europa, celebrada en Estrasburgo en 1997.
30
plasmó en la Carta de París para una nueva Europa, de 1990, al señalarse, desde
el principio, que "Nosotros, los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados
participantes en la Conferencia sobre Seguridad y cooperación en Europa, nos
hemos reunido en París en un momento de profundos cambios y de históricas
esperanzas. La era de la confrontación y de la división de Europa ha terminado"47.

En todos estos casos, y en muchos más, lo que sucede es que se va


expresando, en las Organizaciones y en los foros internacionales, la existencia de
un nuevo devenir, todavía indefinido, en las relaciones internacionales,
marcándose con trazo grueso el hecho de que nos encontramos ante un periodo
inédito en la escena internacional. Como decía el Secretario General de las
Naciones Unidas “ha pasado casi un decenio desde que terminó la guerra fría y aún
dista de ser clara la configuración de la nueva era. Naciones grandes y pequeñas
tratan de hacer frente a nuevas obligaciones y nuevos problemas. La
imprevisibilidad y la sorpresa se han convertido casi en moneda común. Existe
incertidumbre, y en algunos casos incluso ansiedad, por las nuevas funciones que
pueden llegar a exigirse de las organizaciones multilaterales, y, en términos más
generales, por el lugar que les corresponde en la comunidad internacional. De
hecho, los pueblos de las Naciones Unidas, en cuyo nombre se escribió la Carta,
buscan nuevas formas de definir cómo están unidas en una comunidad, aunque las
costumbres y las creencias, el poder y los intereses los separen. A pesar de los
extraordinarios logros del multilateralismo en el último medio siglo, las muchas
voces que no se hacen escuchar, el excesivo dolor que persiste y las demasiadas
oportunidades nuevas de avance de la humanidad que se desaprovechan no nos
permiten estar satisfechos de cómo están hoy las cosas (...)"48.

En suma, los cambios ocurridos van a influir, sin duda, en los objetivos y
finalidades a los que responden, así como en los mecanismos a instaurar para el
logro de los mismos, por lo que se llega a la conclusión de que nos encontramos
ante un escenario en el que, en realidad, "la Sociedad internacional se encuentra a
medio camino entre la comunidad y la anarquía. Su naturaleza es mixta: presenta
caracteres ordenados y desordenados. Lo que se explica por el hecho de que es
objeto de múltiples contradicciones"49.

Si se quisiera adoptar una perspectiva más moderada, podríamos hacernos


eco de las palabras empleadas por el Secretario General de las Naciones Unidas,
con ocasión del Coloquio celebrado en Túnez durante los días 13 a 16 de abril de
1994 sobre los nuevos aspectos del Derecho Internacional, cuando afirmó que

47Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa. Textos fundamentales, Madrid, 1992, pp. 296
y 297.
48Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Suplemento nº. 1 (A/53/1), Nueva
York, 1998, párrafos 1 y 2 (cursivas añadidas).
49D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 35.
31
"Chacun le sait, la notion même d'ordre international est chargée d'ambiguïtés
profondes. Car le concept d'ordre international -si tant est qu'il en soit un - remplit,
dans la vie des Etats et des peuples, des fonctions diverses. Il contient tout à la fois
une dimension économique, une dimension sociale, une dimension culturelle... Il
peut tout autant servir d'argument juridique aux Etat les plus puissants que de
discours militant aux Etas les plus faibles. Bref, ce que nous appelons l'ordre
internatioanl est tout aussi bien l'expression d'un rapport des forces présent que
l'idéalisation d'une société à venir"50.

Y, al mismo tiempo, el acontecer continuo de nuevos acontecimientos


explica, por ejemplo, que el decenio de los noventa del siglo XX haya constituido,
por ahora, en el periodo histórico en el que se han celebrado importantes
Conferencias Internacionales que, con un carácter sectorial, han abordado, eso sí
en un marco general, aspectos de las relaciones internacionales que preocupan a la
humanidad. Entre ellas, podemos destacar, prácticamente en la segunda mitad del
decenio y sin ánimo alguno de ser exhaustivos, la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Asentamientos Humanos (Habitat II), celebrada en Estambul en
1996; la Conferencia internacional sobre la Población y el Desarrollo, celebrada en
el Cairo en 1994; la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente
y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992; la Cumbre Mundial sobre
Desarrollo Social, celebrada en Copenhague en 1995; la Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pequín en 1995; la Segunda Conferencia
Mundial sobre los derechos humanos, celebrada en Viena en 1993; la Cumbre
sobre los Derechos del Niño, celebrada en Nueva York en 1990; y la Conferencia
Mundial sobre la Reducción de los Desastres Naturales, celebrada en 1994.

Aunque, a pesar de todo, la sociedad internacional, en sus


comportamientos, siempre tiene algo de coyuntural y puntual y centra su atención,
algunas veces en función de acontecimientos precisos. De este modo, los “ataques”
del 11 de septiembre del 2001 han avivado, como hemos dicho, la cuestión relativa
al terrorismo internacional y han supuesto la toma de decisiones, incluso por
Naciones Unidas, en una materia que, durante largo tiempo, se encontraba en la
agenda de multitud de Organizaciones Internacionales y que, en buena medida, se
adormecía en el seno de las mismas.

En definitiva, todo ello ha penetrando, sin duda y de un modo u otro, en


ciertos sectores de las relaciones internacionales y, con el tiempo, podremos ir
calibrando con mayor precisión la incidencia real de todo lo que va aconteciendo
en el orden jurídico internacional. Resulta claro, en resumen, que el hombre
contemporáneo está en un mundo, en el que la inestabilidad y la incertidumbre
forman parte del contexto social en el que habita, sin que éstas sean, en concreto,
características propias de los últimos años Así lo ha resaltado, en la doctrina

50R. B. ACHOIR y S. LAGHMANI (dirs.) Les nouveaux aspects cit., p. 10 (cursiva añadida).
32
española, J. A. Carrillo quien, al estudiar la evolución de las Naciones Unidas, ha
señalado que la continua adaptación de esta Organización "a las cambiantes
circunstancias de las relaciones internacionales y a las transformaciones
experimentadas en la comunidad internacional es una realidad que justifica (la)
afirmación (...) de que el signo del cambio ha presidido la historia de las Naciones
Unidas entre 1945 y 1990"51.

3. Perfiles básicos de la sociedad y del ordenamiento jurídico internacionales

No se descubre nada, pues, si se afirma que, como en tantas cosas, no es


posible entender tampoco la sociedad internacional y su ordenamiento jurídico sin
los parámetros propios de la naturaleza humana, porque el ser humano ha de
enfrentarse, desde siempre, a la naturaleza de las cosas, o por decirlo con palabras
de G. Boccaccio, en su célebre Decamerón, "es manifiesto que las cosas
temporales, transitorias y mortales están, en sí y fuera de sí, llenas de dolor,
angustia y fatiga, y sujetas a infinitos peligros; nosotros que vivimos mezclados
con ellas y de ellas somos parte, no podríamos resistirles ni ponerles remedio si una
especial gracia de Dios no nos prestara fuerza y prudencia" (Novela primera).

Entender, por lo tanto, el Derecho Internacional contemporáneo exige, en


nuestro caso y teniendo en cuenta estos factores, meditar sobre los rasgos básicos
que lo configuran, y ello creo que puede hacerse tomando como punto de partida,
antes de todo, cuáles son los elementos que definen, en esencia, a la sociedad
internacional contemporánea y cuáles son, en realidad, las líneas básicas que
configuran el actual ordenamiento jurídico internacional. Pero esto resulta,
además, particularmente difícil, ya que, como ha indicado F. Sahagún "ante la
desaparición del sistema bipolar y el surgimiento lento de un sistema nuevo, cuyos
perfiles probablemente no se acabarán de definir hasta comienzos del siglo XXI,
las teorías tradicionales de las relaciones internacionales se han visto seriamente
cuestionadas y se echan en falta nuevas ideas"52.

En tal sentido, hemos de recordar que, por un lado, el Derecho


Internacional contemporáneo se configura como el ordenamiento jurídico
encargado de regular las relaciones internacionales, estando claramente marcado
por los elementos y las estructuras que definen la actual sociedad internacional. De
manera muy simple, cabe decir que el Derecho Internacional es, en buena parte,
reflejo de la sociedad que regula y, además, expresión de lo que los hombres, a
través de las manifestaciones de organización política existentes, desean que ésta
sea.

51J. A. CARRILLO SALCEDO, El Derecho Internacional en perspectiva histórica, Madrid, 1991, p.


113.
52F. SAHAGUN, op. cit., p. 29.
33
En palabras de A. de Luna, aunque es verdad que en otro contexto, "no es
con buenos deseos, meros esquemas formales y trozos de utopía racionalista de un
parte, ni con criterios estadísticos y simples descripciones de lo que acaece de otra,
con lo que puede surgir una sistemática jurídica -si es que ésta es posible en el
derecho internacional por su especial estructura- de lo que debe acaecer y es
efectivamente la categoría de orientación de lo que acaece"53. De este modo, me
centraré, primero, en algunos de los rasgos que definen a la actual sociedad
internacional.

Pero, por otro lado, como ya señalé "<la aspiración, en todo orden jurídico,
por crear y formular reglas de conducta mínimas que aseguren la convivencia no
deja de ser, en último término, expresión de las necesidades que habitan en las
relaciones sociales. Los ordenamientos internos han encontrado fórmulas a través
de la cuales fijan las condiciones básicas y la reglas elementales por las que se han
de regir dichas relaciones, plasmándolas igualmente en un texto escrito que sirve
de fundamento al resto del ordenamiento jurídico. La constituciones cumplen, de
este modo, como dijera, entre otros, G. Peces-Barba, las funciones de seguridad,
justicia y legitimidad>54.

No sucede así, claro está, en la sociedad internacional en la que, como


afirmó A. Cassese <Los Estados, espontánea y casi inconscientemente, basan su
producción normativa sobre algunos postulados fundamentales, en los que se
inspiran generalmente>55, lo que sirve de base, no obstante, para afirmar que han
aparecido, y se van consolidando, en su ordenamiento jurídico ciertos principios
que han alcanzado el rango de pilares estructurales del mismo. Ellos nos revelan
buena parte del estado normativo en el que se encuentra el actual ordenamiento
internacional y diseñan, al mismo tiempo, los límites a los que están sujetos los
actores que intervienen las relaciones internacionales>"56.

Al no disponer de unos mecanismos normativos de esta naturaleza y


contenido, la búsqueda de los elementos centrales del ordenamiento jurídico
internacional se nos hace más difícil y, sobre todo, impregnada de una cierta

53Prólogo a la obra de M. Raventós e I. Oyarzábal, Colección de textos internacionales, Barcelona,


1936, p. vii.
54Prólogo a la Constitución española, Madrid, 1991, pp. 13 ss.: "Por la función de seguridad
sabemos a qué atenernos, tenemos certeza, sobre quién manda y cómo se manda" (...) "La
tranquilidad en la vida social depende en gran parte de conocer previamente la respuesta a las
preguntas ¿quién es competente para mandar? y ¿por qué cauces y por qué procedimientos se puede
mandar?, (p. 14). La función de justicia nos trae la respuesta: ¿a qué se manda?, (p. 15). La función de
legitimidad es la respuesta a ¿por qué se manda? y esta función es consecuencia de una adecuada
organización de las de seguridad y justicia. "Supone la justificación de la organización jurídica y
política (...) y también de los valores que la suministran razones para aceptar y obedecer al derecho"
(p. 16).
55A. CASSESE, Le Droit International dans un monde divisé, París, 1986, p. 117.
56C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit., pp. 38-39.
34
fragmentación. Esto no quiere decir que no haya elementos de certidumbre en el
ordenamiento jurídico internacional y que, de alguna forma, no podamos
configurar "un marco constitucional internacional". En tal sentido, lo que está claro
es lo que se afirmaba en la Declaración con motivo del cincuentenario de las
Naciones Unidas, es decir, que la Carta "ha proporcionado un marco duradero para
la promoción y el desarrollo del derecho internacional. La promoción y el
desarrollo continuos del derecho internacional deben proseguir, a fin de asegurar
que las relaciones entre Estados se basen en los principios de la justicia, la igualdad
soberana, los principios de derecho internacional universalmente reconocidos y el
respeto del estado de derecho. Esta acción debe tener en cuenta las novedades que
se están produciendo en las esferas de la tecnología, el transporte, la información y
los aspectos relativos a los recursos y los mercados financieros internacionales, así
como la creciente complejidad de la labor de las Naciones Unidas en los sectores
de la ayuda humanitaria y la asistencia a los refugiados".

De todas formas, sí merece la pena que expresemos las líneas básicas de


algunos ámbitos de este sistema jurídico como son los relativos a los procesos de
creación de normas, y ciertas cuestiones, siempre complejas, concernientes a la
aplicación de las mismas. De este modo, me centraré, segundo, en algunos de los
rasgos que definen al actual Derecho Internacional.

4. Algunas cuestiones del proceso histórico de configuración de la sociedad


internacional y de su ordenamiento jurídico

No debemos dejar pasar, tampoco, la oportunidad para expresar que, pese a


todo, la sociedad y el orden jurídico internacionales son el resultado de un dilatado
proceso histórico: La sociedad internacional contemporánea y el actual
ordenamiento jurídico internacional, a pesar de que vayan acumulando o
enriqueciendo los rasgos que los definen al hilo de los últimos acontecimientos,
son en el fondo la expresión y la manifestación de un largo proceso de formación y
evolución, cuyos orígenes pueden situarse en uno u otro periodo de la historia de la
humanidad, aunque no se deba perder de vista que todos ellos han influido, de una
otra forma, en la configuración de este ordenamiento. No le faltaba razón a J.
Carrillo Salcedo, cuando afirmó, recogiendo el pensamiento de su maestro, que "el
Derecho Internacional está en función de las formas históricas de Organización
Internacional"57.

En esta línea, se puede sostener que la sociedad internacional


contemporánea, en sus dimensiones y manifestaciones más relevantes, encuentra
sus fundamentos más inmediatos en la Paz de Westfalia y en el Sistema Europeo de
Estados. En particular, el citado autor ha sostenido que "el Derecho Internacional

57J. A. CARRILLO SALCEDO, El Derecho Internacional en perspectiva cit., p. 180 (cursiva


añadida).
35
tiene sus orígenes inmediatos en las relaciones que se dieron en Europa occidental
desde el siglo XVI, caracterizadas por la transformación de la sociedad medieval
en una pluralidad de reinos en los que los Príncipes reclamaban soberanía en el
interior de sus territorios e independencia en sus relaciones exteriores"58. Pero,
también, se podría recordar, con F. Mariño Menéndez, que "Podemos, pues,
afirmar que los orígenes remotos de la Sociedad Internacional contemporánea se
encuentran en las relaciones establecidas a principios de la Edad Media entre una
pluralidad de entes políticos independientes, pertenecientes a culturas y aun a
religiones y civilizaciones diferentes, que necesitaron relacionarse para proteger
sus respectivos intereses"59.

Lo que hay que resaltar, en todo caso, es que el análisis de los rasgos que
caracterizan a la sociedad internacional contemporánea y la delimitación de los
elementos propios del actual ordenamiento jurídico internacional, exigen
necesariamente no olvidar los procesos históricos de formulación y maduración de
ambos y, aunque éste no sea el momento apropiado para profundizar en ello, sí se
podría rescatar, una vez más, el pensamiento de M. Aguilar Navarro, para quien el
Derecho Internacional "es el más histórico de todos los derechos: su dependencia
de las circunstancias sociales es extremada; peca acaso de una auténtica
servidumbre en la que se encuentra con relación a los acontecimientos históricos".
Para continuar indicando este autor que "La sociedad internacional es una sociedad
en formación; el Derecho Internacional es un Derecho en proceso de gestación", de
tal modo que en ausencia de una visión histórica nuestro ordenamiento resultaría
incomprensible60.

A decir verdad, el examen de buena parte de las normas e instituciones


que, en la actualidad, conforman el Derecho Internacional no sería posible
realizarlo de manera completa si no se atendiese, debidamente, a los orígenes y
antecedentes históricos de las mismas. Por sólo citar dos ejemplos, podemos
recordar cómo cuestiones que, en ocasiones, parece que se han planteado y
suscitado hace tan sólo pocos años, encuentran sus últimas raíces en épocas más o
menos pretéritas.

De esta forma, no está mal recordar, como lo hace A. Pigrau Solé, al tratar
sobre el Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia, que "la creación de este
Tribunal no debe ser considerada como un hecho aislado en Derecho Internacional.
Más allá de los precedentes creados tras la segunda guerra mundial, conecta con la
tendencia iniciada con fuerza en los años veinte por algunos sectores doctrinales, e

58Ibid., p. 15.
59F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público. Parte General, Madrid, 1995, pp. 19-
20.
60M. AGUILAR NAVARRO, Derecho Internacional Público, Madrid, 1952, t. I, vol. I., p. 35.
También: POCH Y GUTIERREZ DE CAVIEDES, A. Consideración histórica del Derecho
Internacional, R.E.D.I., 1968, pp. 548-569.
36
impulsada desde entonces en el seno de distintas asociaciones científicas (...)"61. Y
lo mismo se podría decir del fenómeno de las minorías nacionales que, como se
sabe, ha "reaparecido" con fuerza a partir del decenio de los noventa y que, sin
embargo, recibió un tratamiento jurídico detallado durante el período de la
Sociedad de las Naciones. Por esto, aunque C. Fernández Liesa en un ámbito
específico de los derechos de las minorías, como es el caso de los derechos
lingüísticos, sostenga, desde el principio, que "la cuestión de las lenguas y de los
derechos lingüísticos es un tema novedoso desde la perspectiva jurídico
internacional", también reconoce este autor que fue "objeto de un sistema de
protección elaborado" en la época citada62.

En el fondo, aunque es cierto que el ordenamiento jurídico internacional es


un "producto histórico", también es verdad que lo realmente decisivo es que este
ordenamiento se desarrolla y se nutre en "entornos históricos determinados". Dada
la estructura política y económica del planeta, el entorno internacional es, por
esencia y por naturaleza, extremadamente cambiante o, si se quiere,
extraordinariamente dinámico.

Se trata, por lo tanto, de poner de manifiesto que el contenido de las


normas internacionales en vigor responde más al momento histórico, también con
sus connotaciones normativas, en el que surten sus efectos, que al hecho, siempre
relevante, de los orígenes históricos en los que encuentra su fundamento. En esta
dirección, estimo que hay que interpretar las palabras de A. Truyol y Serra, cuando
ha afirmado que "el Derecho que, al alba de los tiempos modernos, vio la luz junto
con el sistema europeo de Estados, no es el Derecho Internacional, sino una de sus
formas históricas"63.

Por continuar con los mismos ejemplos, se podría observar con toda nitidez
cómo la determinación de los derechos de las minorías nacionales varía
sustancialmente en la actualidad de la regulación que ha recibido en el pasado, ya
que los dos principios básicos y fundamentales en cuyo entorno han de ser
diseñados ahora esos derechos no se encontraban plenamente consagrados con
anterioridad. En efecto, sólo a partir de que se reconocen, con alcance general, la
protección internacional de los derechos humanos y el derecho a la libre

61A. PIGRAU SOLE, Reflexiones sobre el Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia desde
la perspectiva de la codificación y el desarrollo progresivo del Derecho Internacional, A.H.L.A.D.I.,
1994, pp. 212-213.
62C. FERNANDEZ LIESA, Derechos lingüísticos y Derecho Internacional, Madrid, 1999, p. 1. Lo
mismo en C. M. DIAZ BARRADO, La protección de las minorías nacionales por el Consejo de
Europa, Madrid, 1999. Véase, un trabajo completo y detallado: F. MARIÑO MENÉNDEZ, C.
FERNÁNDEZ LIESA y C. M. DIAZ BARRADO, La protección internacional de las minorías,
Madrid, 2001.
63A. TRUYOL Y SERRA, Historia del Derecho Internacional Público, Madrid, 1998, p. 15 (cursiva
añadida).
37
determinación de los pueblos como principios estructurales del orden jurídico
internacional, es cuando se pueden precisar los derechos que corresponden a las
minorías, determinar sus contenidos y límites, así como articular sistemas eficaces
de protección. Esto no quiere decir que el sistema de la Sociedad de las Naciones
no produjera, en algunos casos, excelentes resultados, pero hay que tener en cuenta
que, ya durante ese periodo, algunos (los más avanzados) situaron la cuestión de
las minorías nacionales en el marco de la protección de los derechos humanos64.

También, sólo en el marco de la actual sociedad internacional, con sus


características, es comprensible jurídicamente la creación de ciertos Tribunales
Penales Internacionales, sobre la base del principio relativo a la protección
internacional de los derechos humanos y proyectados en el propósito básico de la
comunidad internacional concerniente al mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales, por lo que A. Pigrau Solé ha podido constatar que, pese a que se
venía sosteniendo que la creación de tribunales penales internacionales se debería
llevar a cabo mediante tratado, en el asunto de la antigua Yugoslavia el mecanismo
que se utilizó fue una decisión del Consejo de Seguridad con base en el Capítulo
VII de la Carta65, algo absolutamente impensable no hace tantos años.

Pero se podría llegar, incluso, más lejos y comprobar cómo, en ocasiones, lo que se
produce es el cambio o modificaciones en ciertos aspectos de una determinada
institución del ordenamiento jurídico internacional. En tal sentido, podemos
contemplar que la protección diplomática permanece, en este ordenamiento,
configurada de manera plena desde principios del siglo XIX, pero que, sin
embargo, se están produciendo sucesivas transformaciones en numerosos aspectos
de la misma.

En efecto, la protección diplomática presenta, en la actualidad, una serie de


rasgos y de elementos que determinan su configuración jurídica y que hacen que
esta institución se nos presente en un determinado contexto social y normativo. En
realidad, se advierte, al hilo de la práctica de los Estados en la materia, que la
protección diplomática es una institución en constante proceso de evolución y ello
hace que varíen no sólo su significado y efectos sino, incluso, el contenido y
alcance de la misma, ya que se van incorporando, progresivamente, nuevos
aspectos que afectan a su caracterización jurídica y a los elementos centrales para
el ejercicio de la labores de protección.

Desde luego, los aspectos centrales de la protección diplomática se


mantienen prácticamente inalterables desde que se produjo el surgimiento de esta

64Vid., P. DE AZCARATE, Minorías Nacionales y Derechos Humanos, Madrid, 1998. Sobre la


configuración actual, en particular, J. A. FROWEIN, Le droit des minorités entre les droits de
l'homme et le droit des peuples à disposer d'eux-mêmes, Les nouveux aspects cit., pp. 123-136.
65Cfr., A. PIGRAU SOLE, Reflexiones cit., pp. 214 ss.
38
institución, estrechamente vinculada con el establecimiento de los Estados y con la
afirmación de la soberanía como elemento principal y básico de las relaciones
interestatales y, por ende, del ordenamiento jurídico internacional. Pero, al mismo
tiempo, no contradice lo anterior, el hecho de que se han ido enriqueciendo los
requisitos para su ejercicio y su puesta en práctica; se han establecido límites
relevantes a ejercicio efectivo de la misma; y, además, se han ido perfilando, con
mayor nitidez, el contenido y el alcance de la protección diplomática en todas y
cada una de sus dimensiones. Lo que ha de quedar claro, en todo caso, es que la
protección diplomática se nos presenta, en la actualidad, con unos rasgos que han
hecho que se incida, de manera especial, en determinados aspectos de la misma y
que ofrecen una configuración propia y singular de esta institución en el estado
actual del ordenamiento jurídico internacional66.

De todas maneras, cabe destacar, en esta línea, que existe una abundante
práctica en materia de protección diplomática y, al mismo tiempo, se advierte una
ingente documentación normativa en la materia. Como se ha dicho “la protección
diplomática es un tema sobre el cual se cuenta con mucho material en la forma de
codificación, convenciones, práctica de los Estados, jurisprudencia y doctrina. De
hecho, es probablemente cierto que no existe ninguna otra rama del derecho
internacional sobre el que exista tanto material. Sin embargo, ello no quiere decir
que necesariamente haya claridad o certeza en las normas que gobiernan la
protección diplomática en general”, siendo así que “las fuentes son en general
incoherentes y contradictorias y apuntan a varias direcciones”67.

Lo significativo, entonces, es que el carácter sumamente evolutivo de la


institución de la protección diplomática y la abundante práctica en la materia harán
que nos encontremos, en ocasiones, con bastantes dificultades a la hora de
determinar, con rigor y exactitud, cuáles son las normas jurídicas que determinan y
regulan el ejercicio de la misma, suscitándose distintas posiciones doctrinales e,
incluso, manifestaciones y posiciones jurisprudenciales de distinto signo o que, por
menos, sitúan el énfasis en unos u otros aspectos de la protección diplomática.
Todo ello, como decimos, en el marco de una práctica de cada uno de los Estados
que conforman la comunidad internacional que será, además de abundante, rica en
matices.

Dos conclusiones, pues, parecen ciertas:

Primera: que el ordenamiento jurídico internacional "sufre" los sobresaltos


que se van produciendo en la sociedad internacional y que éstos no son propios ni

66Cfr., C. M. DIAZ BARRADO, La protección diplomática en el Derecho Internacional


contemporáneo, unidad docente, 2002.
67Comisión de Derecho Internacional. Tercer Informe sobre la Protección Diplomática, J. Dugard,
Relator Especial, A/CN.4/523, 7 de marzo del 2002.
39
exclusivos de los últimos años, sino que van apareciendo, con relativa frecuencia,
en el discurrir de los años. No le falta razón, entonces, a R. B. Achour cuando ha
dicho que "Il reste à noter que ce n'est pas la première fois depuis la fin de la
deuxième guerre mondiale que l'ordre international est en proie à des mutations et
subit des transformations. Contentons nous de mentionner ici la formidable
transformation de l'ordre international du fait de l'octroi de l'indépendance aux pays
et aux peuples coloniaux ou encore les progrès des sciences et des techniques qui
ont fondamentalment changé les domaines du droit international, ses
préoccupations voire même ses concepts"68.

Segunda, que la consagración de las normas jurídicas en este ordenamiento


no acontece de una forma precipitada sino que, por el contrario, salvo alguna
excepción, es el resultado de un largo proceso de maduración histórica, tanto en
sus dimensiones convencionales como consuetudinarias, en el que aparecen
elementos de esta naturaleza y también se van sustanciando caracteres de contenido
normativo. Como señalara C. Jiménez Piernas, "los contenidos, ya sean fenómenos
sociológicos, hechos y comportamientos económicos o normas jurídicas, varían
considerablemente con las circunstancias; los contenidos tienen siempre un alto
grado de provisionalidad y debemos renovarlos muchas veces a lo largo de nuestra
vida"69.

Cualquier norma del Derecho Internacional puede ser examinada desde


esta perspectiva y, seguramente, se llegue a la conclusión de que los contornos de
la misma se van dibujando -con avances, retrocesos y estancamientos-, en el marco
de procesos históricos determinados. Esto he dicho, por ejemplo, en relación con
los principios fundamentales del ordenamiento jurídico internacional al señalar que
"<Las características y circunstancias, en el proceso de formación jurídica de cada
uno de estos principios, han sido diferentes y, además, cada uno de ellos encuentra
sus raíces en periodos históricos distintos de la formación del ordenamiento
jurídico internacional>"70.

Más aún, "el desarrollo normativo de estos principios no ha sido idéntico,

68R. B. ACHOUR, Actualité des principes de Droit International touchant les relations amicales et la
coopération entre Etats conformément à la Charte des Nations Unies, Les nouveaux aspects cit., p. 32
(cursiva añadida).
69C. JIMENEZ PIERNAS, El método cit., p. 9 (cursiva añadida).
70"Así, por ejemplo, mientras que el principio de la igualdad soberana de los Estados es reconocido
prácticamente desde el surgimiento, en la edad moderna, de los Estados-Nación; el principio a la libre
determinación de los pueblos no se plasma realmente y con cierta eficacia jurídica hasta el decenio de
los sesenta del presente siglo. En otros casos, la plena consolidación de un principio se ha producido
de forma más rápida que la de otros, cuyos orígenes eran más remotos. De este modo, por ejemplo, el
principio de no uso de la fuerza en las relaciones internacionales se consagró formalmente, y a nivel
universal, antes que el principio de la no intervención, a pesar de que este último había sido
reconocido, al menos en el ámbito regional, mucho antes que aquél". C. M. DIAZ BARRADO, La
sociedad cit.
40
lo que supone que las normas jurídicas que dichos principios informan poseen un
mayor o menor grado de precisión y, en consecuencia, imponen a los sujetos de
derecho internacional obligaciones más o menos específicas", lo que permite
"destacar el carácter evolutivo de estos principios hasta el punto de que, con el
tiempo, no sólo vayan adquiriendo nuevos significados, sino que éstos lleguen a
predominar en la concepción del principio en cuestión"71.

En el contexto histórico actual, como en periodos históricos anteriores, la


misión que le corresponde al Derecho Internacional es crear y consolidar un
sistema normativo y un sistema institucional propios y coherentse que permitan y,
a la vez favorezcan, tanto las relaciones "coexistenciales" como de cooperación, y
que vayan sentado y asentando, por qué no, las bases para la existencia de una
verdadera "solidaridad global". En palabras muy claras de C. Gutiérrez Espada,
para ello este ordenamiento "sólo cuenta, podría decirse, con sus normas e
instituciones"72. Pero hemos de apresurarnos a corroborar, antes de todo, la opinión
expresada por este autor, en el sentido de que el Derecho Internacional Público "no
ha logrado en su conjunto articular un sistema de instituciones análogo al que
existe en los derechos internos"73, lo que no significa, pese a todo, que este
ordenamiento jurídico no disponga en absoluto de mecanismos, también eficaces,
para la creación y aplicación de sus normas.

Y, al mismo tiempo, hemos de constatar que el conjunto de las normas e


instituciones que integran el ordenamiento jurídico internacional, en paulatino
proceso de expansión, se enfrentan a un lento y doloroso proceso de maduración.
Para ilustrarlo, nada mejor que acudir a la propia noción, acogida y abandonada, de
"crimen internacional". Como se sabe, tras lo trabajos realizados por el Sr. Ago en
el marco de la responsabilidad internacional por hechos internacionalmente ilícitos
tuvimos la impresión de que, aunque fuese en un proyecto de artículos, la
existencia de los crímenes internacionales, desde las perspectivas teóricas y
prácticas, era aceptada por la comunidad internacional o, por lo menos, por el
conjunto de Estados que conforman esta comunidad.

No obstante, no sólo la desaparición de este concepto del proyecto de


artículo 19 en el marco de los trabajos de la Comisión de Derecho Internacional
(C.D.I.) sino, sobre todo, los comentarios de ésta al respecto, nos muestran cuán
difícil es dar por seguro la aceptación universal y cierta de determinadas normas
internacionales (o conceptos básicos para el surgimiento de las mismas), siempre
en entredicho en cuanto a su contenido y, casi siempre, en continuos procesos de

71Ibid.
72C. GUTIERREZ ESPADA, Derecho Internacional Público, Madrid, 1995, p. 61.
73Ibid., p. 86.
41
revisión74.

A tal efecto, recordemos cómo la C.D.I. decía, en su Informe sobre los


trabajos realizados en su 50ª periodo de sesiones, en 1998, que se habían
expresado diferentes puntos de vista respecto a la inclusión o no de la noción de
<crímenes> en el artículo 19, así como respecto a la distinción entre crímenes y
delitos. Y se nos recordaba, en particular, que, según un determinado punto de
vista, dicha noción no debería figurar en el citado artículo, ya que no encontraba
fundamento en la práctica de los Estados y en la jurisprudencia. En concreto, "le
droit internacional n'admettait pas l'existance d'une responsabilité pénale de l'Etat
ni celle d'un mécanisme permettant de mettre en oeuvre cette responsabilité", por lo
que no había razones para incluir en el proyecto una noción jurídica que la
comunidad internacional no estaba dispuesta a aceptar. Es verdad, no obstante,
que se nos recordaba que, desde otro punto de vista, la noción de crimen de Estado,
tal y como se enunciaba en el artículo 19, era fundamental y constituía, junto a
otras, uno de los fundamentos necesarios del orden público internacional, estando
firmemente enraizada en la conciencia pública, por lo que el derecho no podía
ignorarla75.

Observamos, con todo, ciertas especificidades del orden jurídico


internacional y, sobre todo, el lento y pausado proceso de formación de normas
jurídicas en el seno de este ordenamiento. La propia estructura de la sociedad
internacional favorece y propicia que así sea, por lo que no debemos perder de
vista que el examen de cada norma o principio del Derecho internacional se debate,
constantemente, con los elementos que prueban o no su plena consagración y
aceptación por el conjunto de los Estados que conforman la comunidad
internacional, en un, siempre incierto, proceso histórico de maduración.

Esto podemos observarlo, incluso, cuando se trata de principios que se


estiman fundamentales en el orden jurídico internacional. A mi juicio, por ejemplo,
el principio de la no intervención no encuentra el modo de cerrar, definitivamente,
los perfiles de su contenido. A lo mejor, durante principios del decenio de los
ochenta del siglo XX, se tuvo la impresión, desde la perspectiva doctrinal y desde
la constatación de la propia práctica de los Estados, de que este principio había

74Véase el interesante y reciente trabajo de C. GUTIERREZ ESPADA, El punto final (¿ ?) de un


largo debate: los -crímenes internacionales-, R.E.D.I., 2001 pp. 1-48. Y, con un carácter más general,
¿Quo vadis responsabilidad? (del -crimen internacional a la violación grave de normas imperativas-),
C.E.B.D.I., 2001, vol. IV, pp. 391-564
75C.D.I., A/CN.4.496, 16 de febrero de 1999, C.D.I., Ginebra, 3 de mayo-23 julio de 1999, p. 17,
párr. 110 y p. 17, párr. 111. Ver, entre otros, O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad y pluralismo en
Derecho Internacional Público, Cursos euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, 1998,
pp. 230 ss.; y A. PELLET, Remarques sur une révolution inachevée. Le projet d'articles de la
Commission du Droit International sur la responsabilité, A.F.D.I., 1999, pp. 7-32, en particular, pp.
18-24. Vid., también del mismo autor, La Commission de Droit International, pour quoi faire?, Home.
B. Ghali, Bruselas, 1998, pp. 583-612.
42
alcanzado, no sólo su autonomía normativa frente a la igualdad soberana de los
Estados (de la que se presentaba tradicionalmente como corolario), y de la
prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales (debido a lo
espectacular de la manifestación "por excelencia" de la intervención, es decir, "la
intervención armada")76, sino que, al mismo tiempo, había logrado instaurarse, sin
fisuras, como norma indiscutible del Derecho Internacional.

Ahora, da la impresión de que este principio continúa sin encontrar la


manera de afirmarse rotundamente, ya que, en aspectos esenciales del mismo, se
sigue poniendo en entredicho su certero contenido. Ya el Tribunal Internacional de
Justicia, en la sentencia citada, no logró, desde mi perspectiva, emplear las palabras
adecuadas cuando abrió la puerta a la posibilidad de aceptar intervenciones lícitas e
ilícitas, privando así al desarrollo de la norma, por lo menos terminológicamente,
de su cabal proceso de maduración. Por su parte, mucho más recientemente, el
propio Secretario General de las Naciones Unidas, en el Informe sobre la Cumbre
del Milenio, dejaba claro que tenía dudas respecto al contenido del principio y,
curiosamente, titulaba el apartado correspondiente con las expresiones "El dilema
de la intervención"77.

Como hace tiempo indiqué, la naturaleza político-jurídica del principio de


la no intervención, se hizo especialmente patente en relación con los motivos
alegados por los Estados Unidos para justificar una determinada conducta de
«intervención» en Nicaragua, de tal modo que, como lo indicó el Tribunal, "en
diversas ocasiones las autoridades de los Estados Unidos han expuesto claramente
los motivos que tenían para intervenir en los asuntos de un Estado extranjero y que
se referían por ejemplo a la política interior de este país, a su ideología, a su nivel
de armamentos o a la orientación de su política exterior. Pero se trataba en este
caso de la exposición de consideraciones de política internacional y nunca de la
afirmación de normas del Derecho Internacional actual"78. Pero cabría preguntarse:

76Primero, es verdad, como indicó el Tribunal Internacional de Justicia, en su sentencia relativa a las
actividades militares y paramilitares en y contra Nicaragua, en 1986, que existen estrechas
relaciones entre el principio del respeto de la soberanía y los principios que prohíben el uso de la
fuerza y la no intervención, llegando a afirmar que "los efectos del principio del respeto de la
soberanía territorial y los efectos de los principios que prohíben el uso de la fuerza y la no
intervención hasta cierto punto se recubren inevitablemente" (T.I.J. Recueil, 1986, p. 118, párr. 251).
Y, segundo, no podemos olvidar que el principio de la no intervención en los asuntos internos de los
Estados ha recibido desarrollos normativos autónomos. Más allá, de la inclusión en el artículo 2, 7 de
la Carta de las Naciones Unidas (aunque se podría discutir su significado), fue recogido, como tal, en
la Resolución 2625 (XXV). Pero, sobre todo, en la Resolución 2131 (XX), de la A.G. de las Naciones
Unidas, Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención en los asuntos internos de los Estados
y protección de su independencia y soberanía, de 24 de diciembre de 1965; y, todavía más, en la
Resolución 36/103 de la A. G., Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención y la injerencia
en los asuntos internos de los Estados, de 9 de diciembre de 1981.
77Informe sobre la Cumbre del Milenio (El Papel de las Naciones Unidas en el siglo XXI.
Documentos Oficiales, Nueva York, 2000), párrs. 215-219.
78T.I.J. Recueil, 1986, p. 99, párr. 207.
43
¿qué sucedería en el caso de que esas consideraciones políticas comenzasen, cada
vez con mayor amplitud e intensidad, a penetrar en el orden jurídico internacional?

A mi juicio, es conveniente tratar de un modo más riguroso todo el


fenómeno de la intervención y alinearse, con espíritu de militancia, con posiciones
como la expresada por el Presidente del T.I.J., el juez Nagendra Singh, cuando dijo
que "I cannot conclude this opinion without emphasizing the key importance of the
docrine of non-intervention in the affairs of States which is so vital for the peace
and progress of international community. To ignore this doctrine is to undermine
international order and to promote violence and bloodshed which may prove
catastrophic in the end"79.

En definitiva, muchas de la reflexiones que se realizan en torno a la licitud


o no de la denominadas "intervenciones de humanidad" no tienen suficientemente
en cuenta, a mi juicio, el contenido del principio de la no intervención, y ello con
independencia de que los pronunciamientos en cuestión sean a favor o en contra
del reconocimiento de la licitud de comportamientos de ese tipo80. Por si fuera
poco, el rechazo a la admisibilidad de las denominadas "intervenciones
ideológicas" se continúa haciendo más desde la perspectiva de los derechos de los
Estados a determinar, en libertad, su régimen político, que desde la óptica de la
prohibición para otros Estados de llevar a cabo comportamientos que quiebren ese
derecho y, menos aún, desde la visión exclusiva del principio de la no intervención.

De este modo, cabría recordar la posición adoptada por el Tribunal


Internacional de Justicia en el asunto citado, cuando sostuvo que la elección por
Nicaragua de un determinado régimen político no suponía una violación del
Derecho Internacional consuetudinario. "concluir lo contrario equivaldría a privar
de su sentido al principio fundamental de la soberanía de los Estados en el que se
apoya todo el Derecho Internacional y la libertad de cada Estado de elegir sus
sistemas político, social, económico y cultural"81.

Para resumir, se podría decir que, por un lado, el Derecho Internacional del
tiempo presente es una de las manifestaciones históricas de este ordenamiento
jurídico. Por otro lado, nos encontramos aún, pese a los desarrollos que ciertamente
se han producido, en una etapa aún inicial de la formación de este ordenamiento
jurídico por lo que respecta al contenido de sus normas. Por último, la evolución
histórica que ha experimentado el Derecho Internacional demuestra que, todavía,
están ausentes elementos de consolidación respecto, incluso, a principios

79Ibid., p. 156. Opinión individual. Vid. C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit., pp. 32-33.
80Un trabajo reciente sobre esta cuestión: J. F. ESCUDERO ESPINOSA, Cuestiones en torno a la
intervención humanitaria y el Derecho Internacional actual, Universidad de León, 2002.
81Cfr., F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 96. (T.I.J. Recueil, 1986,
párr. 263).
44
esenciales del ordenamiento jurídico internacional.

El entorno en el que ha de cumplir sus funciones el Derecho Internacional


queda, entonces, diseñado; y todo hace presagiar que, tanto por razones
sociológicas como normativas, el lento discurrir de la formación de este
ordenamiento jurídico debe concebirse en el marco de los parámetros que definen,
desde unas y otras perspectivas, a la actual sociedad internacional. También, desde
las concepciones que, desde unas y otras ópticas, lo perfilan normativamente. En
esencia, la figura y los contornos "prácticamente acabados" del derecho de gentes
están lejos en el tiempo y, en la actualidad, lo que cabe constatar es que este
ordenamiento jurídico está inmerso, desde su génesis, en un complejo proceso de
formación.

La aparición de determinados valores tales como la paz, el desarrollo, los


derechos humanos y la democracia estarán, sin duda, presentes en la configuración
del sistema jurídico internacional en los próximos años. Desde luego, se podrían
abordar con detenimiento, aunque no es posible ahora, las relaciones entre ciertos
valores que van penetrando, progresivamente, en el "sistema internacional" y, sin
duda, entre éstas se encuentra la vinculación democracia-derechos humanos-
desarrollo. Las posiciones, al respecto, son muy diversas e, incluso, como ha
indicado S. Belaid, se podría hablar de una crisis de valores. En efecto, para este
autor, las deficiencias actuales del orden político internacional y del derecho que lo
regula, que provocan una situación de crisis, encuentra sus orígenes "en una crisis
de valores del sistema político y jurídico de la sociedad internacional"82.

Lo relevante ahora, para nosotros, es apuntar, aunque no coincidamos


plenamente con las consecuencias que finalmente se extraen, el significado de la
reflexión de S. Belaid, para quien "le trait fondamental et contradictoire à la fois,
de l'idéologie <droits de l'homme-démocratie-développement> est d'un côté, leur
vocation à l'universalité, sans laquelle ils perdraient une grande partie de leur
valeur et de leur signification mais d'un autre côté, le fait que ces valeurs ne
peuvent se réaliser qu'à l'échelle de l'Etat, dans le cadre de l'Etat et, avec la bonne
volonté de l'Etat"83.

Con independencia de la profunda realidad que se esconde en estas


expresiones, podemos resaltar que, quizá, sea el sector relativo a la protección de
los derechos humanos donde la vinculación democracia-paz-desarrollo y derechos
humanos hace que todos estos valores hayan adquirido un mayor significado o, por
lo menos, que se proyecten con mayor intensidad; y que, de esta manera, se aprecie
que no será posible prescindir del análisis de los mismos en los estudios jurídicos
en torno al significado y funciones del ordenamiento jurídico internacional.

82S. BELAID, loc. cit., p. 300.


83Ibid., p. 302.
II. El Derecho Internacional en una Sociedad sumamente heterogénea

Para entender el ordenamiento jurídico internacional, es imprescindible


meditar en torno a las características que definen la sociedad internacional
contemporánea o, con mayor profundidad, sobre los elementos concretos que
configuran su "estructura actual". La doctrina internacionalista ha sabido definir,
sin duda y con precisión, estos rasgos característicos, y no sólo aquellos
plenamente establecidos, aunque no inmutables, sino también aquellos otros que
apuntan claramente su nacimiento.

Así se ha dicho, entre otras cosas, que se trataba de una sociedad


universal84, heterogénea85, descentralizada e inorgánica86, básicamente interestatal
y no integrada87. También, se ha hablado, con reiteración, de las estructuras que en
ella perviven y cohabitan, pudiéndose categorizar: una sociedad internacional de

84Universalidad que, ciertamente, se debe entender en varios sentidos. Por un lado, es evidente el
aumento en el número de actores que intervienen en las relaciones internacionales. Por otro lado,
resulta significativa la incorporación a la sociedad internacional de actores plurales y diversos; y
finalmente, queda claro que se está produciendo un fenómeno, cada vez mayor, de globalización de
los problemas. J. A. CARRILLO ha dicho que la "sociedad internacional actual ha llegado a ser una
sociedad verdaderamente mundial. Se asiste hoy, en efecto, al desarrollo de un fenómeno de
mundialización generalizado: mundialización de la economía, mundialización científica y técnica,
mundialización de las comunicaciones y de los intercambios, mundialización de la información",
Droit International et souveraineté des États. Cours général de droit international Public, Recueil des
Cours de l'Académie de Droit International, 1996, vol. 257, p. 51.
85C. GUTIERREZ ESPADA destaca que es una sociedad heterogénea "por cuanto sus componentes
son enormemente diversos y diferentes entre sí" y en cuanto se "encuentra profundamente dividida",
Derecho Internacional cit., p. 25 (cursiva añadida). Asimismo, véanse las posiciones que se expresan
en N. Q. DINH, P. DAILLIER, y A. PELLET, Droit international Public, 6ª ed., París, 1999.
También, D. COLARD ha afirmado, con rotundidad que "Le milieu international n'est pas homogène
mais hétérogène", Les Relations internationales cit., p. 35.
86Para P. M. DUPUY, "Même si l'accroissement effectif du rôle des organisations internationales
atténue quelque peu le phénomène, on doi ainsi constater que la société internationale reste
décentralisée", op. cit., p. 3, párr. 5 (cursiva añadida); y Ch. DE VISSCHER, Théories et réalités en
droit international public, 3 ed., París, 1960. Por su parte, D. COLARD ha indicado que uno de los
elementos que definen a la sociedad internacional es su carácter "imparfait, inorganisé et peu
structuré", Les Relations internationales cit., p. 16.
87En palabras de F. MARIÑO MENENDEZ estamos ante una sociedad internacional "en cuyo seno
aún hoy no son claramente verificables procesos claros de integración social e ideológica, a escala de
la humanidad", Nociones de Derecho Internacional, Zaragoza, 3ª ed., 1991, p. 16 (En Derecho
Internacional Público. Parte General, Madrid, 1995, este autor afirma que se trata de una sociedad "no
organizada y no integrada", p. 29). Por su parte, hasta los que no son internacionalistas, como A. Ruiz
Miguel, destacan el carácter básicamente interestatal de la sociedad internacional. Este autor ha
indicado, en particular, que "el Estado, es el destinatario no único pero sí dominantemente
privilegiado (de las normas internacionales) hasta reducir casi a excepción el todavía reciente proceso
de incorporación de nuevos sujetos, como las personas individuales en algunos ámbitos limitados,
como el relativo a los derechos humanos o también, y precisamente, el de la responsabilidad por
crímenes de guerra", Guerras justas e injustas: entre la moral y el derecho, Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria/Gasteiz, 1991, pp. 115-116.
46
yuxtaposición (o relacional), una sociedad internacional institucionalizada, y una
sociedad internacional comunitaria88.

Más aún, desde la atalaya del pensamiento, R. J. Dupuy, en un atractivo


análisis, llegó a observar el planeta como la ciudad terrestre, concibiéndola
preferentemente desde la perspectiva de la humanidad, y como una entidad única
que emerge del actual sistema internacional. Para él, ésta sería la nueva estructura
social del futuro89. En la misma línea, aunque con una visión retrospectiva, M.
Lachs nos ha desvelado que "heureusement la dernière décennie de ce siécle a vu le
début d'un changement radical. Les divisions du monde ont disparu et la stratégie
géopolitique qui a dominé notre globle a perdu sa raison d'être. Il en va de même
du facteur que représente l'idéologie dans les relations internationales. Le monde
qui se déploie devant nos yeux est un monde multicolore mais ce monde est fait
désormais d'une seule pièce. Ce monde devrait ouvrir ses portes à tous les hommes
de toutes les nations et leur procurer une vie libre et décente"90.

En el seno de este discurso, y consciente de que todos los elementos


señalados están presentes, y algunos más, en la actual sociedad internacional, quizá
convenga profundizar selectivamente en ciertos rasgos que la definen. A tal efecto,
estimo que uno de los elementos que configuran, de manera esencial, la sociedad
internacional contemporánea, y desde el cual se pueden abordar y examinar otros
aspectos de la misma, es con toda seguridad el carácter heterogéneo de esta
sociedad, porque, en el fondo, será este elemento, a mi juicio, el que nos permita
hablar del tránsito de la sociedad internacional contemporánea a la sociedad
internacional del tiempo presente.

Como lo ha indicado C. del Arenal nos encontramos en presencia de "un


sistema en el que la heterogeneidad a todos los niveles y relaciones, producto
paradójico de un proceso de universalización y globalización llevado a cabo desde

88Veánse, P. REUTER, Principes de Droit International Public, R.C.A.D.I., 1961-II, pp. 425-656; y
R.J. DUPUY, Le Droit International, 5º ed., París, 1976, pp. 23 ss. (así como Communauté
internationale et disparités de développement, R.C.A.D.I., 1979-IV, pp. 9-232). En la doctrina
española, respecto a la estructura institucional A. G. CHUECA SANCHO ha señalado que, aunque
estemos ante una comunidad internacional heterogénea y escasamente integrada, poco a poco se va
dando una institucionalización de la misma. Dicha institucionalización se produce de modo
simultáneo y no coordinado a nivel universal, regional e incluso subregional, mediante las oportunas
Organizaciones Internacionales" Proyecto docente, Zaragoza, 1992, p. 24. En relación con la
estructura comunitaria, ya A. MIAJA DE LA MUELA destacó que el amplio contraste "de unos
miembros de la sociedad internacional con otros nos demuestra la debilidad de los vínculos
comunitarios que ligan a la totalidad de los Estados actuales; pero no puede de ello deducirse la
inexistencia radical de tales vínculos (...)", Introducción al Derecho Internacional Público, 7ª ed.,
Madrid, 1979, p. 13.
89R. J. DUPUY, L Cloture du système international. La cité terrestre, París, 1989. Véase, asimismo,
La Communauté internationale entre le mythe et l'histoire, París, 1986.
90M. LACHS, Le Droit International a l'aube cit., p. 542 (cursiva añadida).
47
Occidente, ha pasado a transformarse en uno de los factores determinantes de las
dinámicas del actual sistema mundial, determinando desde el fenómeno creciente
del regionalismo hasta el cambio en la naturaleza de los conflictos"91.

Pero, además, desde una perspectiva estrictamente jurídica, el elemento de


la heterogeneidad adquiere un papel sumamente relevante y se va a proyectar, en
esencia, en el conjunto de normas y principios que configuran el ordenamiento
jurídico internacional. Estimo que, de este modo, y aún más allá, se podrían
interpretar las palabras, con las que coincido, de C. Gutiérrez Espada, para quien
"la heterogeneidad de la sociedad internacional contemporánea constituye un dato
esencial para comprender en profundidad cuál es la misión de su ordenamiento
jurídico, cómo es su sistema normativo y en qué consiste y por qué su sistema
institucional. O, con más concreción, la división y diversidad de la sociedad
internacional contemporánea es la que explica la ampliación de las funciones del
DIP, es la que condiciona el sistema normativo al hacerlo incierto y favorecer, así,
su quebrantamiento, y es, en fin, la que condiciona su aparato institucional,
impidiendo la existencia de órganos internacionales comunes y fuertes y
entorpeciendo el funcionamiento de los que existen"92.

No sé si queda algo más por explicar, pero de lo que se puede estar seguro
es de que el elemento de la heterogeneidad, que como veremos seguidamente se
manifiesta fundamentalmente en la diferencia y en la desigualdad e, incluso, en la
diversidad, es un punto de partida inexcusable para comprender, hasta dónde se
pueda, los perfiles de la sociedad internacional contemporánea y, lo que es más
importante para nosotros, los rasgos esenciales que definen al actual ordenamiento
jurídico internacional.

Desde la heterogeneidad, como decimos, se puede pues consignar una vez


más que en esta sociedad internacional abundan las diferencias y las
desigualdades. Hemos de constatar que en la sociedad internacional son más
acusadas, que en otras sociedades humanas, las diferencias y las desigualdades
entre los actores que intervienen en las relaciones internacionales y que, en nuestro
caso, trataremos en su condición de sujetos del Derecho Internacional o
destinatarios de normas internacionales. H. Thierry, en tan sólo dos páginas, ha
llegado a emplear abundantes términos que subrayan estos aspectos, al decir que es
una sociedad en la que están presentes divisiones, contradicciones, antagonismos,
desuniones, desacuerdos y divergencias93; y, en tal sentido, cabría recordar, por lo
que respecta a la influencia que ello tiene en el Derecho Internacional, el ya clásico
trabajo Ch. Chaumont, centrado en lo que él denominó las contradicciones de

91C. del ARENAL, Los cambios en la sociedad cit., p. 12 (cursiva añadida).


92C. GUTIERREZ ESPADA, Derecho Internacional cit., pp. 29-30 (cursiva añadida).
93Cfr., H. THIERRY, Cours général de droit international cit., pp. 20-21
48
nuestro ordenamiento94.

Pero veámos algunas de las diferencias y desigualdades que se dan, no sólo


entre los que ocupan conjuntamente un determinado espacio de la subjetividad
internacional en relación con el resto, sino también entre los que poseen prima
facie el mismo grado de subjetividad y, sobre todo, los términos actuales en los
que éstas se plantean, para que podamos constatar después que, pese a todo, el
Derecho Internacional continúa encargándose de cumplir sus dos funciones
básicas, hoy seguramente más integradas entre sí: asegurar la coexistencia pacífica
y garantizar la cooperación. J. A. Carrillo ha destacado que el Derecho
Internacional "responde a una doble necesidad: regular la coexistencia de Estados
soberanos y jurídicamente iguales, de un lado, y, de otro, satisfacer intereses y
necesidades comunes. Estas son las raíces del Derecho Internacional
Contemporáneo y éstas son igualmente, desde sus orígenes, sus dos funciones
básicas (…)" 95.

Por lo tanto, observemos, con cierto detalle, una Sociedad, como la


internacional, que marcada por las notas de la desigualdad y de la diversidad de
una manera "desgarradora", también de los actores internacionales, encuentra
manifestaciones en los ámbitos ideológicos, sociales y culturales; y una sociedad
"dramáticamente" impregnada de desigualdades cuya expresión más destacable,
aunque no única, es el grado de desarrollo de los Estados y de los pueblos que
habitan en el planeta. Sociedad que, sin embargo, se proyecta como una sociedad
de carácter universal que se desarrolla y desenvuelve en un entorno mundial y
global. De esta manera C. Gutiérrez Espada ha afirmado que podría decirse que
"según la sociedad así será el Derecho. Si la primera es fuerte, no hay
desigualdades sociales o de poder exorbitantes, el Derecho de esa sociedad será
posiblemente, o podrá serlo con más facilidad, firme y claro, ordenado y justo. Si la
sociedad, por el contrario, está dividida profundamente por ideologías
contrapuestas, por irritantes desigualdades en el poder y la riqueza, el Derecho de
esa sociedad se verá influido por el caos del que emana"96.

Todas estas reflexiones se hacen, no obstante e insistimos, desde la óptica


de los efectos que todos y cada uno de los elementos señalados, producen o pueden
producir en el ordenamiento jurídico internacional y, por ende, en los principios y
normas que emanan del mismo.

94CHAUMONT, Ch. Course général de droit international public, 1970-I, vol. 129, pp. 335-528.
95J. A. CARRILLO SALCEDO, Curso cit.,
96C. GUTIERREZ ESPADA, Sobre las funciones, fines y naturaleza del Derecho Internacional
Público Contemporáneo, Home. M. Hurtado Bautista, p. 54.
49
1. Una Sociedad internacional diversa en busca de una "relativa
homogeneidad"

Las diferencias en la sociedad internacional son expresión, como es


sabido, de la existencia de relaciones entre grupos de naturaleza heterogénea tanto
desde el punto de vista ideológico-político como sociológico y cultural. Pero,
asimismo, estas diferencias se aprecian, con prisma estrictamente jurídico, desde el
momento en que no puede sostenerse lo que J. Barberis denominó esa visión
uniforme de la comunidad internacional que pretendía que todos sus miembros
perteneciesen a una misma especie97. Ello hay que completarlo hoy, como
veremos, con lo dicho, por ejemplo, por A, PELLET, para quien no hay dudas de
que la coexistencia entre Estados soberanos constituye la primera característica de
la sociedad internacional. Los Estados "están en el origen del derecho internacional
contemporáneo"; representan el papel fundamental; y son los principales sujetos de
este ordenamiento jurídico tan particular; pero, a pesar de que están en el corazón
del derecho que regula la sociedad internacional, no son los únicos sujetos98.

Desde esta perspectiva, se pueden apreciar, sin embargo, dos elementos


que están, sin duda, presentes en la actual sociedad internacional y que se reflejan,
de manera nítida, en el Derecho Internacional del Tiempo Presente:

Por un lado, y lo que es peor, una visión rápida a la configuración de las


relaciones internacionales contemporáneas, nos permitiría decir que, también desde
la óptica del ordenamiento jurídico internacional, se establecen diferencias
"injustificadas" entre los destinatarios de las normas del mismo. Aunque no
profundicemos en ello, podemos recordar las palabras de B. Delcourt y O. Corten,
quienes, al examinar detenidamente diversos supuestos de la práctica y desde
diferentes dimensiones, quisieron dejar constancia, en particular, de que la
comparación entre el trato dispensado respectivamente a Israel y a Libia, en el
sector relativo a los derechos humanos, constituye, sin duda, uno de los ejemplos
más claros de la política consistente en la existencia de dos varas de medir99. A
decir verdad, no se trata de algo nuevo ni sorprendente porque, como lo indicó A.
Rodríguez Carrión, "ya es clásico en los estudios internacionalistas señalar cómo el
propio ordenamiento internacional establece discriminaciones entre los Estados, en
atención a su situación en la escala social internacional"100.

Abundan, pues, los ejemplos en los que se hace patente un trato

97Cfr., J. BARBERIS, Los sujetos del Derecho Internacional actual, Madrid, 1984, p. 28.
98A. PELLET, Cfr., Le droit international à l'aube cit., p. 67.
99Cfr., B. DELCOURT y O. CORTEN, La face cachée du nouvel ordre mondial: l'application
discriminatoire du droit international, loc. cit., p. 37.
100A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI, Universidad
de Málaga, 1999, p. 14.
50
diferenciado en la comunidad internacional, muchas veces en razón de los sujetos
eventuales beneficiarios o titulares de determinados derechos. El propio Secretario
General de las Naciones Unidas ha constatado, en la Memoria de 1999, que "si
bien la crisis de Kosovo ha dominado los titulares de la prensa mundial este último
año, en general se ha hecho caso omiso de crisis de igual o mayor gravedad en
otras partes del mundo", llegando a decir, con un sentido profundo, que "si esta
negligencia se limitara únicamente a los medios de información, la situación no
tendría mayor gravedad, pero la falta de atención de los medios de información
refleja la actitud de buena parte de la comunidad internacional, como ha resultado
evidente en la disminución del apoyo con que se ha respondido a los llamamientos
humanitarios para África"101.

Por otro lado, nada tiene que ver lo anterior, en cuanto al fondo, con el
hecho de que, en el ordenamiento jurídico internacional, se coloca a los sujetos
cuyas relaciones regula en "situaciones jurídicas subjetivas internacionales
determinadas"102, pero sí tiene que ver respecto al influjo de la diferencia, de la
desigualdad y de la diversidad y, en último término, de la heterogeneidad de la
sociedad internacional, en la configuración del ordenamiento jurídico. En este
marco conceptual, adquieren pleno sentido las denominadas, en palabras de F.
Mariño Menéndez, "situaciones específicas y condiciones particulares
internacionales de los Estados"103, lo que sería perfectamente aplicable a otros
sujetos o destinatarios de normas jurídicas internacionales104.

Sobre estas bases, hemos de observar que la heterogeneidad, como factor


sumamente relevante de la sociedad internacional contemporánea, se deja sentir
con fuerza en el ordenamiento jurídico internacional y aquí radican, en buena parte,
las diferencias que tradicionalmente se establecen entre este ordenamiento y los
ordenamientos jurídicos internos.

Dos conclusiones podemos, pues, extraer, de lo que venimos indicando:


Primera, la sociedad internacional, lo que tendría necesariamente reflejo en el
ordenamiento jurídico internacional, es una sociedad muy diversa y en la que

101Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, p. 10,
párr. 71 (cursiva añadida).
102F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 74. Y de este autor, un reciente
e interesante trabajo que presenta elementos de alcance general: Las situaciones jurídicas subjetivas al
Derecho Internacional público, Cursos Euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, vol
III-1999.
103F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., pp. 121 ss.
104Nada de lo anterior debe interpretarse en el sentido de que se quiebre, por estas vías, el principio
de la igualdad soberana de los Estados y el significado más profundo del mismo. A. Pellet, lo ha
dicho con toda claridad: "Il faut bien comprendre que l'égalité souveraine n'est pas une description
factuelle, mais une constatation juridique", ya que no se puede sostener razonablemente que los
Estados sean iguales de hecho, pero sí que lo son en derecho, A. PELLET, Le droit international à
l'aube cit., p. 54.
51
abundan las desigualdades en todas sus manifestaciones y dimensiones. Segunda,
precisamente por la existencia de estas diversidad,es nos podemos encontrar ante
supuestos en los cuales el ordenamiento jurídico internacional ofrezca soluciones
distintas.

El carácter diverso de la sociedad internacional lleva, a la postre, a la


configuración de un "derecho situacional", que no siempre responde, sin elementos
de discriminación, a situaciones parecidas. Con palabras muy claras A. Remiro
Brotons ha dicho que "naturalmente, los Estados a los que se imputa justamente
una condición criminal deben ser sancionados, pero por las instituciones con que
cuenta hoy la sociedad internacional y respetándose los requisitos del debate
contradictorio sin el cual no cabe una aplicación imparcial y, en lo posible, objetiva
de las normas"105.

A) La diversidad en los actores internacionales y algunas de sus dimensiones


en el ordenamiento jurídico internacional:

Todos sabemos que una de las peculiaridades de la sociedad y del


ordenamiento internacionales de primeros del siglo XX, era que el Derecho
Internacional se concebía como un Derecho de Estados y para los Estados o, al
menos, que resultaba inconcebible afirmar en el Derecho Internacional la
existencia de otros sujetos que no fuesen los Estados. Difícilmente podría imaginar
la doctrina científica de la época que, tan sólo en cincuenta años, un Tribunal
Internacional se iba a pronunciar en una dirección radicalmente contraria o que, por
lo menos, se abría de para en par la puerta para que penetrasen, en la sociedad
internacional y en el ordenamiento jurídico internacional, otros “actores” que
pudieran alcanzar la condición de “sujetos”.

En efecto, es de sobras conocido que, en su Dictamen sobre reparación de


daños sufridos al servicio de Naciones Unidas, el T.I.J. afirmó, en 1949, que "los
sujetos de Derecho en un sistema jurídico no son necesariamente idénticos en
cuanto a su naturaleza o a la extensión de su derechos; y su naturaleza depende de
las necesidades de la comunidad". Más aún, "el desarrollo del Derecho
Internacional a lo largo de su historia ha estado influenciado por las exigencias de
la vida internacional, de modo que el crecimiento progresivo de las actividades
colectivas de los Estados ha hecho surgir ejemplos de acción ejercida en el plano
internacional por ciertas entidades que no son Estados"106.

En la actualidad, está claro pues que los Estados no son los únicos
creadores del orden jurídico; que el conjunto de las normas que florecen en su seno
no están destinadas exclusivamente a ellos; que ni tan siquiera son los únicos que

105A. REMIRO BROTONS, Universalismo cit., p. 31.


106T.I.J. Recueil, 1949, pp. 178-179.
52
están legitimados para exigir o reclamar por su incumplimiento; e, incluso, que no
son los únicos que pueden incurrir en responsabilidad internacional. Por todo esto,
podemos resaltar:

En primer lugar, que en las relaciones internacionales intervienen ahora


actores de muy diversa naturaleza que reclaman y toman posiciones diversas en el
ámbito jurídico, lo que propicia la existencia de nuevas diferencias y
desigualdades, con lo que se acrecienta y consolidad la heterogeneidad. Por lo que,
ante todo, se puede decir que la sociedad internacional "est juridicament
hétérogène en ce qu'elle est composée de sujets de nature diverse"107; y que, por lo
tanto, "la comunidad internacional forma un sistema global de interacciones, en el
que los Estados son los principales elementos, pero no los únicos"108.

En segundo lugar, y aunque estaría a mi juicio fuera de lugar profundizar


en este momento en la naturaleza y el contenido de los diversos entes que reclaman
o a los que se les atribuye ya cierta personalidad jurídica internacional, sí quisiera,
no obstante, constatar, en la misma línea, que, a lo largo del presente siglo, ha
aumentado considerablemente el número de entes que se encuentran en tal
situación; así como que se ha producido la extensión de sus derechos y
obligaciones en el sistema internacional; y, además, que en cada una de las
categorías que se pueden establecer los "nuevos entes con trascendencia jurídica"
realizan, en ocasiones, diferentes funciones.

Más aún, de alguna forma, y finalmente, por centrarnos en ciertos ámbitos,


podemos decir que se ha producido una pérdida relativa del protagonismo del
Estado, como sujeto único del derecho internacional clásico, y que se aprecia con
mayor nitidez una presencia mayor que, además, va en aumento, en particular, de
las Organizaciones Internacionales y de la persona humana.

Desde luego, no puede negarse ya de ninguna manera la pérdida de cierto


protagonismo del Estado en las relaciones internacionales, situación que se observa de
un modo particular en los procedimientos de creación de normas y en la progresiva
ampliación del conjunto de destinatarios de las mismas. Incluso desde la percepción
más exigente con las condiciones para admitir la adquisición de subjetividad en el
ordenamiento internacional, puede hacerse notar que los Estados no son los únicos
dotados de capacidad para hacer valer sus derechos y reclamar frente a actos que los
vulneren; además, ni siquiera se puede sostener en nuestros días que sean
exclusivamente ellos los que puedan incurrir en responsabilidad internacional.

107A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 99.


108D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 32.
53
a) Ciertas cuestiones sobre el Estado en el orden internacional

Por lo que se refiere al Estado, es verdad que se puede constatar cierta


pérdida de protagonismo de este ente en la sociedad internacional contemporánea,
habiéndose llegado, en ocasiones, a subrayar el declive del Estado como actor
principal de las relaciones internacionales y, en consecuencia, las debilidades de la
soberanía, como concepto jurídico, en el marco de esta sociedad básicamente inter-
estatal, y, en definitiva, como elemento básico y primordial que define al ente
estatal. En suma, aspectos esenciales y trascendentales en la configuración
progresiva del ordenamiento jurídico internacional en todas sus manifestaciones.

A mi juicio, se puede seguir sosteniendo, no obstante, que "le fondement


de la société internationale contemporaine est l'institution étatique, sujet de droit
international par excellence. Il en est ainsi en raison du fait que l'Etat était
considéré comme l'expression politique et juridique d'une réalité socio-politique et
culturelle -L'Etat-Nation-, le socle solide d'une identité collective suffisamment
pérenne pour pouvoir garantir à la fois, la cohésion et l'autonomie de décision et
d'organisation politique interne minimale et, pour asumer le statut politique et
juridique nécessaire pour entrer valablement en relation avec les autres entités
politiques, dans le cadre des principes juridiques fixés par le droit international",
pero también es cierto que algunos hechos pueden poner en cuestión, aunque sea
parcialmente, este postulado109.

Por de pronto, el proceso de desintegración que ha acontecido en la


antigua Unión Soviética y en algunos Estados del Este de Europa y las luchas
fraticidas y con vocación secesionista que tienen lugar en el continente africano,
por citar acontecimientos más recientes, responden también al hecho de que los
Estados, tal y como están configurados, no satisfacen en ocasiones los objetivos de
las poblaciones que en ellos habitan. Por ello, se llega a dudar de la validez
universal del Estado-Nación110, como fórmula de organización político-social
adecuada, en la medida en que en un mismo Estado habitan grupos que por
motivos étnicos, religiosos o lingüísticos no se identifican, en modo alguno, con el
Estado en cuestión. La imagen del "Puente de Mitrovika" podría resumir, bastante
bien, esta realidad incontestable que, con toda seguridad, tiene consecuencias muy
directas en la formulación del ordenamiento jurídico internacional.

Ahora bien, esto no explica, a la luz de los hechos, que el Estado en cuanto
tal sea objeto de discusión, porque, ¡paradoja!, la disgregación de un Estado lo que
da lugar, usualmente, es a la creación de más Estados o, por lo menos, los
movimientos secesionistas tienden y aspiran a la creación de nuevos Estados. Con
radicalidad, se diría que el objetivo básico de los grupos integrados en un Estado

109Cfr., S. BELAID, Rapport de synthèse, Le nouveaux aspects cit., p. 283.


110J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 54.
54
que ponen en cuestión el Estado en el que habitan lo que pretenden, en el fondo, es
constituir un nuevo Estado que asegure una mayor identidad entre la estructura
política a crear y la voluntad popular existente.

Por esto, deberíamos preguntarnos si las reivindicaciones procedentes de


movimientos nacionalistas o de minorías nacionales lo que están haciendo, en
realidad, no es si no fundamentar aún más el Estado como fórmula política
preferente y, en consecuencia, como sujeto pleno y prioritario del ordenamiento
jurídico internacional. Desde esta perspectiva, hay que coincidir, pues, con F.
Sahagún, para quien "con todos sus defectos y limitaciones, a pesar del declive
anunciado por los abanderados de la telépolis, el Estado nación tiene muy difícil
sustituto a medio y largo plazo. Ninguna otra organización social y política
proporciona el sentimiento de identidad imprescindible para un buen gobierno"111.

“La crisis” que afecta al Estado se concreta tanto en el plano externo como
interno. Si desde el primero se puede observar una cierta incapacidad del Estado para
encauzar fenómenos tan intensos como la globalización, no menos importantes son
algunos graves conflictos a que puede verse sometido y que pueden afectar a su
cohesión interna. Desde una perspectiva jurídico-internacional, un interés especial han
despertado estos últimos, porque, como se sabe, han conducido a una cierta
revitalización y actualización de instituciones tan importantes como la protección de
las minorías, el reconocimiento de Estados o la sucesión de Estados112.

Incluso se ha llegado a suscitar la remodelación de las relaciones entre


algunos grupos y el Estado al que pertenecen y del que no se sienten representados,
como ha ocurrido con los pueblos indígenas; este sentido se apuntaba, precisamente,
en el Proyecto de Declaración de las Naciones Unidas sobre los Pueblos Indígenas del
Mundo, en el que se reconocía que estos pueblos "tienen el derecho de determinar
libremente sus relaciones con los Estados"113.

Otros factores contribuyen, también, a restar protagonismo al Estado en el


orden internacional y, por ende, en el seno específico del ordenamiento jurídico
internacional. Entre estos quizá merezca la pena señalar: el fuerte impulso que está
recibiendo el regionalismo y que ha supuesto el desarrollo de procesos de

111F. SAHAGUN, op. cit., pp. 310-311.


112S. SUR, Sur quelques tribulations de l'État dans la société internationale, Revue Générale de Droit
International Public, tome 97, 1993, nº 4, p. 885.
113Incluso se sostenía en él que "los tratados, acuerdos y demás arreglos entre los Estados y los Pueblos
Indígenas son propiamente asuntos de interés y responsabilidad internacionales" (UNITED NATIONS,
ECOSOC, Doc. E/CN.4/1995/2, E/CN.4/Sub.2/1994/56, de 28 de octubre de 1994, p. 84, Informe de la
Subcomisión de Prevención de discriminaciones y protección a las minorías sobre su 46º Período de
sesiones, Relator: Sr. Osman EL-HAJJE, Ginebra, 1 a 26 de agosto de 1994). Véase R. L. BARSH:
Indegenous peoples: an Emerging Object of International Law, American Journal of International Law,
vol. 80, nº 2, 1986, pp. 369-384.
55
integración en diversos continentes; las dificultades a las que se enfrentan ciertos
Estados por sus escasas dimensiones y su absoluta dependencia económica; y,
finalmente, los procesos de "desintegración social" que acontecen en determinados
Estados y que dan lugar a lo que podemos denominar "Estados en situación de
catástrofe" o, como decimos que los define el Sr. B. B. Ghali, "los Estados en
quiebra”114. Si bien los dos últimos supuestos, pese a que, en algunos casos,
generen, desde diferentes puntos de vista, situaciones difíciles y desgarradoras,
podrían tener, sin embargo, una cierta dimensión anecdótica, algo que no sucede,
sin embargo, con el primero de los factores señalados.

Desde luego, podemos indicar antes de todo, con A. Rodríguez Carrión,


que "las organizaciones internacionales no sólo tienen la capacidad de solucionar
problemas con los que individualmente los Estados no pueden enfrentarse, sino que
con frecuencia establecen objetivos que a los Estados les resultarían inviables", por
lo que "las organizaciones internaciones suponen un ataque funcional, por
elevación, a la soberanía de los Estados"115. Pero este "ataque" se hace evidente y
palpable cuando se trata de procesos de integración que, precisamente, adoptan
como fórmula jurídica preferente la creación de Organizaciones Internacionales
regionales.

Sin duda, el proceso de integración europea sirve mejor que cualquier otro
para ilustrar esta situación y, por ello, se pueden suscribir las palabras de A.
Mangas y D. Liñan en el sentido de que "la sustancia de la que se nutre este
Tratado" (TUE) "es federal <una suerte de federalismo internacional> y, por ende,
política. No sólo los preceptos iniciales (arts. 1-7) están a todas luces impregnados
de la esencia y del método federal, sino que los tratados CE, CECA y CEEA, desde
su fundación se han servido del método federal"116. Y, aunque menos avanzados en
el logro de los objetivos que se han marcado, se podrían también citar, con todos
los matices que se quiera, otros procesos de integración tales como Mercosur o la
Comunidad Andina117.

En definitiva, lo que queremos poner de manifiesto es que el desarrollo de


estos procesos de integración, al tiempo que restan protagonismo al Estado como
tal en la escena internacional, nos muestran cómo, desde Organizaciones
Internacionales, se pueden ir generando y modificando normas internacionales que,

114Acto de investidura cit., p. 20. A mi juicio, se trataría de "Estados en situación calamitosa".


Asimismo, el proceso de mundialización ha sido interpretado como un elemento de pérdida de
competencias del Estado, Cfr., M. SALAH MOHAMED, Mondialisation et souveraineté de l'Etat,
J.D.I., 1996-3, pp. 611-662.
115A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit., p. 18
(cursiva añadida).
116A. MANGAS MARTIN y D. LIÑAN NOGUERAS, Instituciones y Derecho de la Unión
Europea, 2ª ed., Madrid, 1999, p. 21.
117Vid., C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.
56
por ello, adquieren y responden a nuevas perspectivas. Así, por citar algunos
ejemplos, podemos recordar lo que sucede con la introducción del concepto de una
ciudadanía común; lo relativo a "la política exterior" de las Organizaciones en
cuestión; y lo concerniente a los mecanismos de solución de controversias en el
seno de procesos de integración de esta naturaleza.

Por lo que se refiere a lo primero, es verdad que cuando la integración


alcanza importantes grados de "cooperación política", ello va a afectar a elementos
esenciales que, tradicionalmente, se situaban en el "núcleo duro" de la soberanía
estatal. Y esto sucede, precisamente, con la aparición del "concepto de ciudadano"
de una determinada Organización Internacional que, pese a que se articule y defina
sobre la base de la pertenencia de las personas a un Estado miembro de la
Organización, alcanza un cierto grado de autonomía no sólo como concepto sino,
también, desde la óptica normativa118.

En este sentido, la ciudadanía de la Unión Europea es un buen ejemplo, no


sólo práctico, que pone de relieve, con todas las limitaciones que se quiera, cierta
pérdida de competencias de los Estados y la adquisición de las mismas por un
proceso de integración en un sector especialmente sensible de la soberanía estatal.
Es verdad, que en el seno de la Unión Europea, aún no se han extraído todas las
consecuencias posible de la concesión del estatus de ciudadano a los nacionales de
los Estados miembros, pero los avances que se han producido muestran, a las
claras, que el proceso de integración europea ha entrado a diseñar un nuevo modelo
de relaciones inter-estatales.

La ciudadanía de la Unión debe ser concebida, por ahora, en los términos


expresados por A. Mangas y D. Liñán, es decir, que "los nacionales de un Estado
no ven disminuidos sus derechos <propios de la esfera estatal, sino que como
consecuencia de un proceso que integra pueblos, que los hace, más iguales y más
libres, es decir, con más derechos, comparten esos derechos propios con los
nacionales de los otros Estados miembros>", pero es que, además, "los nuevos
derechos vinculados estrictamente a la ciudadanía se pueden disfrutar, tanto en el
interior del Estado del que son nacionales como en el territorio de los otros Estados
miembros"119.

En relación con lo segundo, los efectos más sobresalientes de la puesta en


marcha de un "acción exterior común" por parte de los Estados miembros de los
diversos procesos de integración se van desvelando progresivamente a medida que
avanza el proceso de integración y se asumen, con pérdida de competencias por
parte de los Estados miembros, nuevos ámbitos de actuación por parte del "ente

118Vid., un examen completo, en J. M. RODRÍGUEZ BARIGÓN, La ciudadanía de la Unión


Europea, Madrid, 2002.
119A. MANGAS MARTIN y D. LIÑAN NOGUERAS, Instituciones cit., pp. 309-310.
57
integrador".

Aunque la Unión Europea sería un buen ejemplo, no hay que olvidar que,
en otros casos, también se aspira a que la Organización Internacional que lidera el
proceso de integración asuma protagonismo propio en la escena internacional. En
este sentido, estimo que hay que interpretar "los deseos" de la Comunidad Andina
por elaborar, diseñar y llevar a cabo su propia "política exterior" y que, aunque sea
poco, ha producido algunos resultados120.

Como tuve la oportunidad de señalar "con ocasión de la celebración del


XXX aniversario de la adopción del Acuerdo de Cartagena se celebró, el 27 de
mayo de 1999, el XI Consejo Presidencial Andino que dio lugar a la denominada
Acta de Cartagena. En ésta se decía, con toda claridad, que <La Política Exterior
Común constituye un instrumento idóneo para fortalecer la presencia internacional
andina y consolidar nuestro proceso integrador (...)>, siendo así que <la puesta en
marcha de una política exterior comunitaria se fundamenta en los instrumentos que
conforman el ordenamiento jurídico andino y en la aceptación común de los
valores compartidos (...)". Asimismo, hemos de tener en cuenta lo que se dispone
en el propio Acuerdo de Cartagena, una vez modificado, en el que señala que el
Comité Adino de Ministros de Relaciones Exteriores tendrá como funciones -
formular la política exterior de los Países Miembros en los asuntos que sean de
interés subregional" emanando de esta institución tanto Declaraciones como
Decisiones (artículos 16 y 17)>"121.

Comoquiera que sea, el espacio históricamente reservado a los Estados va


siendo ocupado por otros entes que, si bien es cierto que responden todavía y
básicamente a impulsos estatales, paulatinamente van adquiriendo más
protagonismo en la escena internacional.

Por último, es verdad como lo ha indicado E. Rey Caro que "la ausencia
de instancias internacionales universales obligatorias a imagen de las existentes en
los ordenamientos jurídicos estatales" es lo que hace que cada proceso de
integración, teniendo en cuenta sus propias características, elabore y diseñe
mecanismos de solución de controversias"122, pero es que, tras ello, se encierra la
realidad de que en los procesos de integración los mecanismos de solución de
controversias adquieren dimensiones específicas, tanto por lo que se refiere a los
procedimientos de solución, como a la determinación de los contenidos de los
mismos. Basta, en esta línea, comparar las reglas generales en materia de arbitraje

120Vid., en particular, la Decisión 458 sobre los "Lineamientos de la Política Exterior Común"; y la
Decisión 431, de 3 de abril de 1998, por la que se procede a la incorporación de la Comunidad a la
Asamblea General de las Naciones Unidas en calidad de observador.
121C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.
122Cfr., E. REY CARO, La solución de controversias en el Mercosur, A.A.D.I., 1996-1997, p. 279.
58
internacional con el sistema arbitral establecido en el seno de Mercosur para poder
observar cómo varían las mismas123.

En suma, cabría concluir, que el Estado continúa siendo el protagonista de


las relaciones internacionales y, por ende, el principal sujeto destinatario de las
normas internacionales pero que, al mismo tiempo, diversos factores van haciendo
posible que otros entes de "identidad y entidad no estatal" vayan asomando
progresivamente a la escena internacional, también como impulsores y
destinatarios del ordenamiento jurídico internacional. O como lo señaló el entonces
Secretario General de las Naciones Unidas, el Sr. B. B. Ghali, "tenemos que
convencernos de que el orden internacional del futuro deberá plantearse en una
sociedad internacional que duda de su propias estructuras y, singularmente, de la
primera de ellas: el Estado"124.

No obstante, no puede dudarse del protagonismo que mantiene el Estado


soberano en el sistema internacional como sujeto originario y principal destinatario de
las normas jurídicas internacionales. A pesar de las sombras que se ciernen sobre él,
en un contexto general cambiante, lo cierto es que constituye aún un componente
necesario en el modelo de relaciones internacionales que conocemos en nuestros días,
toda vez que, como afirma J. A. Carrillo Salcedo, "l'institution étatique reste le
fondement de la société internationale. L'institutionnalisation progresive de la
communauté internationale n'a pas déplacé les États souverains, et il est indiscutible
que la structure de celle-ci reste encore décentralisée"125.

b) El ascenso de las Organizaciones Internacionales en el orden internacional

En relación con la Organizaciones Internacionales, sobre la base de que


cada Organización, como ha señalado J. A. Carrillo Salcedo, "es un instrumento
para la puesta en práctica de la función de cooperación permanente e
institucionalizada entre Estados en una determinada materia"126, cabe decir que, en
general, el fenómeno de la Organización internacional está en alza y no sólo
porque haya aumentado considerablemente el número de ellas, superior en la
actualidad al de Estados, sino porque en algunas Organizaciones internacionales
todo apunta a que se encuentran inmersas en un paulatino proceso de desarrollo
institucional y de consecución de los objetivos y fines a los que responden.

Destaquemos, no obstante que, entre las Organizaciones Internacionales,


las diferencias existentes van más allá de las meras diferencias de hecho, en el

123C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.


124Acto de investidura cit., p. 19.
125J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 57.
126J. A. CARRILLO SALCEDO, Curso de Derecho Internacional Público. Introducción a su
estructura, dinámica y funciones, 2ª ed., Madrid, 1991, p. 60.
59
sentido de que por su propia naturaleza, éstas siempre difieren jurídicamente,
pudiéndose señalar, entre los factores para evaluar tales diferencias
fundamentalmente los siguientes: lo establecido en sus respectivos tratados
constitutivos y en la práctica desarrollada en el seno de las mismas; la mayor o
menor influencia de los Estados miembros en las decisiones que adopten y, por
ende, la eficacia de estas decisiones; los fines específicos para los cuales fueron
creadas; y, cómo no, el mayor o menor grado de integración del que gocen.

Más aún, lo que se puede apreciar, a la luz del examen de la práctica


internacional, es que el progresivo desarrollo de las Organizaciones internacionales
se manifiesta en todos los ámbitos y en todas las dimensiones y, por si fuera poco,
de una forma u otra, todos los espacios del planeta se ven inmersos en este proceso
de expansión.

De todos modos, se observa un relativo avance por parte de algunas


Organizaciones Internacionales en el logro de los fines específicos para los cuales
fueron creadas, tal y como hemos tenido la oportunidad de comprobar. Por esto,
quizá lo más llamativo y conveniente ahora sea reflexionar sobre alguna
Organización específica, en particular, sobre el papel que deben desempeñar las
Naciones Unidas, ya que esta Organización merece, a nuestro juicio, algunos
comentarios adicionales en relación con las consecuencias de la acción de la misma
en el ordenamiento jurídico internacional. Y es que no le falta razón al Secretario
General de la Organización cuando afirma, en el Informe sobre la Cumbre del
Milenio que "naturalmente, las Naciones Unidas existen para prestar servicios a sus
Estados Miembros. Es la única entidad de su clase con miembros de todo el mundo
y un ámbito amplio que abarca tanto aspectos del quehacer humano. Estas
características las convierten en un foro útil como ningún otro para compartir
información, llevar a cabo negociaciones, elaborar normas y dar expresión a las
expectativas, coordinar el comportamiento de los Estados y otras entidades y
ejecutar planes de acción comunes. Debemos asegurar que la Naciones Unidas
desempeñen estas funciones de la manera más eficiente y eficaz posible"127.

A la hora de valorar con carácter general el papel de las Naciones Unidas y


su "revitalización" como Organización capaz de asumir algunas de las funciones
para las cuales fue creada, hay que retener, de antemano, con Chemillier-Gendreau,
que el sistema jurídico internacional contemporáneo reposa básicamente sobre dos
polos: la presencia y la acción de las Naciones Unidas y la existencia de Estados
soberanos, dueños de sus relaciones internacionales128.

Y si bien no es necesario insistir sobre los efectos beneficiosos que en las

127Informe sobre la Cumbre del Milenio cit., párr. 8.


128M. CHEMILLIER- GENDREAU, La solution de la crise des Nations Unies: Application de la
Charte plutót que revision, R.B.D.I., 1987, pp. 28-40, en concreto, p. 28.
60
relaciones internacionales produce la existencia de una Organización Internacional
como las Naciones Unidas, en cuyo seno se vienen haciendo visibles, desde
siempre, las discrepancias entre los Estados que conforman la comunidad
internacional, sí es preciso recordar, no obstante, lo que se vino a denominar la
"crisis de las Naciones Unidas"129, en el sentido de que la Organización era incapaz
de asumir plenamente el protagonismo que le correspondía: asegurar por completo
el mantenimiento de la paz a escala regional y mundial; reordenar la consecución
del objetivo del desarme global; impedir las violaciones flagrantes de los derechos
humanos; y, sobre todo, diseñar el marco adecuado que permitiese el desarrollo
económico de todos los Estados de la Comunidad Internacional.

Aunque parezca mentira, el decenio de lo noventa nos deparó dos


percepciones encontradas respecto al papel desempeñado o por desempeñar por las
Naciones Unidas, aunque quizá se trate, por decirlo así, de dos dimensiones
diferentes que no tienen por qué interpretarse necesariamente en términos
contradictorios sino complementarios.

Por un lado, se han acentuado las posiciones relativas a que el sistema


institucional de las Naciones Unidas y, en consecuencia, la Organización en su
conjunto está inadaptada a la hora de hacer frente a los nuevos desafíos que se
presentan en la sociedad internacional. Las Naciones Unidas, según esta visión, no
pueden cumplir con eficacia las funciones que debería cumplir y no pueden
responder, de manera idónea, a los nuevos retos presentes en esta sociedad. De
manera radical, J. A. Carrillo Salcedo ha dicho que "reformemos la Carta o se
adapte la Organización a los nuevos desafíos, el problema básico seguirá siendo el
mismo: el de su incapacidad (...)"130. Esto lleva, necesariamente, a que se lancen
propuestas de reforma o, por lo menos, a que se indique que es difícil continuar con
el actual esquema de organización si se quiere que Naciones Unidas cumpla con
eficacia los fines para los que fue creada. Todo ello, y mucho más, ha hecho
posible, por lo tanto, que se suscite la eventual reforma no sólo de la Carta de las
Naciones sino, también, de la propia estructura de la Organización131.

Pero, por otro lado, y aunque ciertamente todavía, "las Naciones Unidas no
son capaces de hacer respetar suficiente y universalmente los principios de base

129A. LEWIN, La coordination au sein des Nations Unies: Mission impossible?, A.F.D.I., 1983, pp.
9-22.
130J. A. CARRILLO SALCEDO, La ONU, cincuenta años después, Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria-Gasteiz, 1995, p. 33 (cursiva añadida).
131Chr. TOMUSCHAT, L'adaptation institutionnelle des Nations Unies au nouvel ordre mondial, Les
nouveaux aspects cit., pp. 159-173. En la doctrina española, un trabajo reciente, aunque cenrado en un
órgano de las Naciones Unidas, R. RIQUELME CORTADO, La reforma del Consejo de Seguridad
de la ONU. El incremneto de sus miembros y su más adecuada representación equitativa, Madrid,
2000.
61
sobre los que se creó"132, estimo que se ha producido, no obstante, un cambio en la
percepción de esta Organización Internacional a nivel mundial. Tal y como se
dejaba entrever en la Memoria del Secretario General de 1992, a éste le
preocupaba sobremanera el logro de una estabilidad financiera, porque "en el
tumulto de exigencias que se le impone, no puede darse el lujo de convertirse en
víctima de su propia popularidad, de sufrir una crisis de expectativas y no, como
sucedía anteriormente, de falta de credibilidad en su capacidad de alcanzar
consensos"133.

El relevante papel que la Organización de las Naciones Unidas ha de


tener; el giro que se produjo en la percepción de esta Organización a principios de
los años noventa; así como el resurgimiento de su prestigio y autoridad -¿lo que
esperábamos que no fuera ilusorio?- comenzaron, en particular, cuando pudo
comprobarse que la Organización resultaba eficaz en la resolución y pacificación
de los conflictos de carácter regional, de tal modo que se iba consolidando
finalmente como un elemento integrador y favorecedor de la convivencia
internacional. Y todo ello, sobre la base de lo que se señalaba en el primer párrafo
de la Declaración con motivo del cincuentenario de las Naciones Unidas, es decir,
que "la Carta es expresión de las aspiraciones y los valores comunes de la
humanidad".

Claro que sí, las Naciones Unidas han servido mejor que nunca, en los
últimos tiempos, como medio imprescindible para la pacificación de conflictos
regionales, y se han ido poniendo de relieve, en particular, los resultados obtenidos
por el Secretario general en el ejercicio de sus funciones de mediador. En esta
línea, Parece que el Secretario general, J. Pérez de Cuellar, quiso hacer realidad su
propio pensamiento, cuando indicó que en periodos de tensiones y dificultades,
"su misión es buscar todas las posibilidades que puedan presentarse para mejorar la
comunicación y los acercamientos entre los Estados en desacuerdo, y sacar partido
de estas posibilidades. En mi opinión, negarse a actuar y no preocuparse del
resultado de una cuestión o diferencia por parte del Secretario general será

132M. CHEMILLIER-GENDREAU, loc. cit., p. 30.


133Memoria sobre la labor de la Organización del cuadragésimo sexto al cuadragésimo séptimo
período de sesiones de la Asamblea General, septiembre 1992, p. 18, párr. 44. Pero diversos peligros
acechan también a la labor que han de realizar las Naciones Unidas en el ejercicio de las funciones
que, en los últimos años, "reasumió". Nada mejor para comprobarlo que valorar la acción del Consejo
de Seguridad en el desarrollo de su principal función, es decir, el mantenimiento de la paz y la
seguridad internacionales, de tal modo que podría suceder, si no se realizan los debidos ajustes, que el
valor de la paz y seguridad internacional en el seno de este órgano, como lo ha indicado V. Abellán,
no coincidiese con "el valor de paz y seguridad internacional incorporado en el Derecho
Internacional", V. ABELLAN HONRUBIA, La amplitud del concepto de mantenimiento de la paz y
seguridad internacional por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: fundamento jurídico y
discrecionalidad política, Homenaje M. Díez de Velasco cit., p. 17.
62
absolutamente inadmisible. Es necesario que sea imparcial pero no indiferente"134.

De este modo, por citar algunos ejemplos, el fin del conflicto bélico entre
Irán e Iraq, las negociaciones tendentes a poner fin a los conflictos de Namibia y
Angola, la búsqueda de una solución a la cuestión chipriota, la participación directa
en los procesos de pacificación en Centroamérica, la solución al conflicto de
Kampuchea, las aportaciones a la solución del conflicto en Timor Oriental y la
preparación de un plan de paz para el Sahara, cuya aplicación, como se sabe, no
deja de ser turbulenta, son, entre otras, actuaciones que pasan a engrosar el haber
de las Naciones Unidas. En tales casos, la O.N.U. se suma así a la función de
coexistencia que cumple el Derecho Internacional, y se revela como el foro más
adecuado para discutir y resolver los problemas relativos al mantenimiento de la
paz y la seguridad internacionales.

Pero, en perspectiva mundial, quizá fuera la crisis del Golfo Pérsico la que
reveló que las Naciones Unidas deberían tener un protagonismo más cualitativo en
la escena internacional. Por lo menos, como lo ha señalado L. I. Sánchez
Rodríguez, "La actuación del Consejo de Seguridad durante la crisis (...) ha dado
lugar a apasionados juicios de valor en términos políticos; pero ha dado ocasión
también para desempolvar las olvidadas páginas del Capítulo VII de la Carta de las
Naciones Unidas para analizar, con mayor precisión, desde un punto de vista
jurídico, las competencias que el sistema le atribuye. La crisis ha servido al menos,
para reexaminar el sistema en toda su complejidad y con todas sus implicaciones,
y para terminar de convencer a los analistas de la potencialidad de un mecanismo
al que la guerra fría había sumido en un profundo y largo letargo"135.

En suma, cabría recordar con M. Lachs que se abrieron nuevas


perspectivas en lo relativo a la posibilidad de aplicar las disposiciones de la Carta,
de manera que Naciones Unidas llegase a ser una Organización Internacional muy
eficaz136. Y, en esta línea, y no en otra, se sitúa la invitación que se contenía en la
declaración de 31 de enero de 1992, aprobada tras la reunión celebrada por el
Consejo de Seguridad a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, para que el
Secretario General de la Organización preparase un análisis así como
recomendaciones respecto a los medios "para fortalecer y hacer más eficientes,
dentro del marco de la Carta y sus disposiciones, la capacidad de las Naciones
Unidas en materia de diplomacia preventiva, establecimiento de la paz y

134J. PEREZ DE CUELLAR, Le rôle de Secrètaire général des Nations Unies, R.G.D.I.P., 1985, p.
235 (cursiva añadida).
135L .I. SANCHEZ RODRIGUEZ, La invasión de Kuwait por Iraq y la acción del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, Cursos de Derecho Internacional de Vitoria/Gasteiz, 1991, p. 22
(cursiva añadida).
136M. LACHS, Le Droit International a l'aube cit., p. 542.
63
mantenimiento de la paz"137.

Por supuesto que queda pendiente una adaptación de la Organización con


el objeto de que la misma resulte eficaz y que se establezca una situación onusiana
en la que el diseño y funcionamiento de las Naciones Unidas coincida, en esencia,
con la realidad internacional del teimeo presente en la que debe actuar. En tal
sentido, está claro que las modificaciones más relevantes deberían centrarse en la
nueva estructura orgánica y en la composición, sobre todo, de los órganos
principales de la Organización; en la determinación de los propósitos y principios
de la Organización con una revisión a fondo de los mismos; y en las competencias
y funciones, delimitando el ámbito de actuación, de la propia Organización.

Pero nada de ello impide suscribir las palabras del Secretario General de la
Organización, para quien "el papel singular de las Naciones Unidas en la nueva era
mundial proviene de su composición y alcance y de los valores compartidos
consagrados en nuestra Carta. Nos incumbe la tarea de asegurar que la
mundialización proporcione beneficios no sólo a algunos, sino a todos; que la paz y
la seguridad se mantengan, no sólo para unos pocos, sino para muchos; que existan
las oportunidades, no sólo para los privilegiados, sino para todos los seres
humanos"138.

Para continuar indicando que "las Naciones Unidas son necesarias hoy mas
que nunca para salvar las diferencias del poder, cultura, tamaño e intereses entre
los Estados, de modo que puedan ser el lugar en el que se expongan claramente la
causa de la humanidad común y se la haga avanzar. Hace falta más que nunca un
ordenamiento jurídico internacional sólido, junto con los principios y la práctica
del multilateralismo, para definir las reglas fundamentales de una nueva
civilización mundial en la que pueda expresarse el mundo en toda su rica
diversidad"139.

Desde luego, que hemos resaltado algunos de los resultados más


sobresalientes de las Naciones Unidas y que, al mismo tiempo, se podría hablar de
algunos síntomas de debilitamiento de la Organización que se aprecian, con
nitidez, a la estela de acontecimientos más recientes como podrían ser la acción de
la Alianza Atlántica en Kosovo; o las acciones militares de los Estados Unidos en
Afganistán, a partir de finales del 2001; o, incluso, de las sombras que se ciernen
en la actualidad en relación con el destino final la guerra contra Iraq. Todo ello, sin
mencionar los diferentes supuestos en los que se produce, con claridad, una
pasividad de Naciones Unidas ante situaciones que, con seguridad, suponen
violaciones graves del ordenamiento jurídico internacional.

137Un programa de paz, Nueva York, 1992.


138Informe sobre la Cumbre del Milenio, párr. 45.
139Ibid.
64

En definitiva, debemos constatar el importante avance de las


Organizaciones internacionales en la escena internacional y, en consecuencia, está
claro que van a influir, de manera directa, en la formación y consolidación de los
principios y normas que integran el Derecho Internacional del Tiempo Presente.
Por lo menos, habría que decir, con Daniel Vignes, que “il n'est moins vrai que
l'importance que les organisations internationales ont prise dans les activités de la vie
internationale a obligé à de nombreuses modifications du droit international. Sans
doute restent-elles dans leur existence très dépendantes des États mais il est
difficilement concevable que ceux-ci puissent les éliminer, au contraire certaines
compétences des États déperisent au profit des organisations et ils ont souvent été
obligés de se plier à des regles qui, dans des domaines chaque jour plus nombreux,
sont l'expressión de la solidarité internationale. Leur participation à la conclusión de
traités multilatéraux les amenent à devenir elles-mêmes membres des organisations
internationales en est un des plus beaux exemples"140.

c) La persona humana "en alza" en el orden jurídico internacional

En relación con el ser humano, su influencia en el orden jurídico


internacional ha sido destacada, entre nosotros, por J. A. Pastor Ridruejo, para
quien el Derecho Internacional contemporáneo tiene un acusado carácter
humanista y social, "se interesa así por lo pronto de la protección de los derechos
fundamentales del hombre"(...) y por "la suerte de los pueblos, poniendo las bases
jurídicas para su autodeterminación y sentando los principios y cauces para el
desarrollo integral de los pueblos e individuos"141. En este sentido, el Derecho
Internacional "aspira mediante la protección internacional de los derechos del
hombre (...) a la imposición de obligaciones a los Estados respecto a todos los
individuos, nacionales o extranjeros, y a que los individuos puedan reclamar
directamente contra el Estado infractor ante instancias internacionales en caso de
vulneración de sus derechos"142.

Quizá nadie dudaría en afirmar la legitimidad del pensamiento que


atribuyese la personalidad internacional exclusivamente al ser humano, pero nadie
tampoco podrá afirmar que sea ésta precisamente la idea-fuerza que inspira y hace
funcionar la maquinaria de las actuales relaciones internacionales y de su
ordenamiento jurídico. En todo caso, no dejan de ser bellas, por expresivas, las
palabras de Lelio Basso, para quien "la communauté des hommes- donc les peuples
et les minorités nationales- sont les véritables sujets de l'histoire... L'Etat n'ést q'un

140D. VIGNES, Les organisations internationales sont-elles devenues des sujets de plein droit du Droit
International Public?, en Estudos en Homenagem ao Prof. Doutor A. FERRER CORREIA, Coimbra,
1991, pp. 99-100.
141J. A. PASTOR RIDRUEJO, Curso de Derecho Internacional Publico, Madrid, 1ª ed., 1986, p. 68.
142Ibid., p. 185.
65
des instruments dont le peuple se sert pour agir mais n'est rien en soi... Les sujets
de l'histoire sont les peuples, qui sont également les sujets du droit"143.

Se puede decir, por lo menos y con independencia de las cuestiones


relativas a los aspectos técnicos de la subjetividad internacional, que uno de los
caracteres más sobresalientes del Derecho Internacional actual viene marcado por el
reconocimiento de un lugar especial dentro del mismo a la persona humana. Como
afirma J. Roldán Barbero, "La faceta –humanitaria- se ha revalorizado visiblemente en
la ordenación internacional de nuestros días. Asistimos (...) a un -nuevo orden
internacional humanitario-, manifiestamente mejorable, sin embargo"144. Se ha
incorporado de este modo al individuo con un papel renovado en la Sociedad
Internacional que parece incontestable, a la vista de la importancia que al mismo se le
atribuye en las normas de Derecho positivo, y que parece admitido de forma
generalizada en la doctrina. Tanto es así, que J. A. Pastor Ridruejo ha concluido, de
forma amplia, que "si le droit international s'est construit dans le passé sur une société
d'États souverains, il aspire aujourd'hui à se fonder en autre sur une communauté
d'êtres humains"145.

Con seguridad, se suscitan múltiples cuestiones que derivan del hecho del
reconocimiento de la persona humana como actor, también privilegiado, de las
relaciones internacionales y, por ende, como eventual destinatario de principios y
normas que emanan del ordenamiento jurídico internacional. En todo caso, podríamos
centrarnos en algunas de ellas:

i) Ha penetrado, ciertamente, en el Derecho Internacional el


convencimiento de que es preciso asegurar el respeto de los derechos humanos e
impedir sus violaciones más flagrantes, porque, en definitiva y como se sabe, el
Estado, última garantía del respeto de los derechos humanos, se convierte a veces
en el verdugo de sus propios súbditos o, dicho de otro modo, "el Estado soberano
puede llegar a ser no el protector de sus nacionales sino su opresor: el marco estatal
no es pues suficiente para garantizar la protección del individuo"146.

De un modo u otro, se ha ido resaltando el convencimiento profundo de


que los derechos humanos ocupan un lugar central en el actual orden jurídico
internacional y, así, J. Verhoeven ha podido decir que "les droits de l'homme son

143Cit. por E. JOUVE, Le Droit des peuples, París, 1986, p. 7.


144 J. ROLDÁN BARBERO: Ensayo sobre el Derecho Internacional Público, Almería, 1996, p. 38.
145J. A. PASTOR RIDRUEJO, Le droit international à la veille du XXième siècle: normes, valeurs et
faits. Cours général de droit international public, Recueil des Cours de l'Académie de Droit International,
1998-IV, vol. 274, p. 113.
146M. CHEMILLIER-GENDREAU, loc. cit., p. 35. Una visión general en G. COHEN-
JONATHAN, L'évolution du droit international des droits de l'homme, Mélanges offerts à H. Thierry,
L'évolution du droit international, París, 1998, pp. 107-125, y A. A. CANÇADO TRINDADE, The
future of the international protection of human rights, Home. B. Ghali, Bruselas, 1998, pp. 961-986.
66
au coeur des préoccupations qui agitent aujourd'hui la <famille des nations>"147, lo
que se ha plasmado, de manera definitiva en el "corazón" del ordenamiento jurídico
internacional por lo que en la Memoria del Secretario General sobre la labor de la
Organización en 1999 se dice, con razón, que "el régimen jurídico internacional
para la protección de los derechos humanos ha constituido en el siglo XX el
resultado más importante de la labor realizada por la Sociedad de las Naciones y
por las Naciones Unidas en pos de la codificación y el desarrollo progresivo del
derecho internacional"148.

Para continuar indicando que "tenemos hoy declaraciones, convenciones,


tratados, declaraciones de principios y códigos de conducta que se refieren a
prácticamente todos y cada uno de los aspectos concebibles de la relación entre la
persona y el Estado. Existen instrumentos jurídicos para proteger los derechos del
niño, para proteger el derecho de la mujer a la igualdad de trato, para enunciar las
obligaciones de los gobiernos en cuanto a la observancia de los derechos civiles y
políticos y los derechos económicos, sociales y culturales, para prohibir la
discriminación racial, para prevenir la tortura, para proteger a las minorías y para
promover y proteger la diversidad cultural. Entramos en el nuevo milenio con un
código internacional de los derechos humanos que constituye uno de los grandes
logros del siglo XX"149.

Quiero constatar, no obstante, que el fracaso en la consecución del objetivo


de la protección de los derechos humanos a escala universal es patente, y que sólo
en ámbitos muy reducidos como es el caso del europeo-occidental, existen las
garantías mínimas para el respeto de ciertos derechos humanos fundamentales. Por
contra, la situación que ha venido reinando y reina en muchos lugares del planeta
ilustra la ineficacia del sistema internacional a la hora de proteger y garantizar el
respeto de esos derechos, y ello podemos observarlo, sin insistir en situaciones
lacerantes que periódicamente se reflejan en los medios de comunicación, como
fue en los años sesenta: Biafra (Nigeria); en los años setenta: Burundi, en los años
ochenta: Etiopía, o en el decenio de los noventa: Somalia; Bosnia-Hezergovina,
Sierra Leona y, también, porqué no decirlo, la situación que continúa existiendo en
Chechenia.

Las dificultades a las que se enfrenta, pues, la comunidad internacional en


la consecución del objetivo concerniente al respeto, lo más amplio posible y a nivel
universal, de los derechos humanos son de todos conocidas y se patentizaron,
también, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos,

147J. VERHOEVEN, Sur la sanction de la violation des droits fondamentaux de la personne


humaine, Les nouveaux aspects cit., p. 110.
148Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, p. 38,
párr. 256.
149Ibid., párr. 257 (cursiva añadida).
67
celebrada en Viena en junio de 1993 que, de alguna manera, supuso el resumen de
la labor realizada por esta Comunidad, en materia de derechos humanos, a lo largo
del siglo XX150.

En este ámbito, hemos de constatar uno de los elementos que, quizá en el


futuro, merezca una mayor atención por parte de la doctrina científica. Me refiero a
la posibilidad de afirmar o no, a la luz de las diversas concepciones sobre los
derechos humanos, la existencia de derechos humanos de carácter universal tanto
en su reconocimiento como en los límites y ejercicio de los mismos, lo que hará
que nos preguntemos sobre qué consecuencias tendrá todo ello en este importante
sector de la cooperación internacional151.

No corresponde profundizar ahora en esta cuestión, pero quizá sí merezca


la pena poner de relieve que, una primera aproximación a la realidad internacional,
revela la existencia de tendencias contradictorias. Así, por ejemplo, se observa,
por un lado, que en el espacio OSCE, como lo señaló V. Abellán, la consagración
de la denominada "dimensión humana" representa el acercamiento entre
posiciones, antes diferentes, en materia de derechos humanos152, mientras que, por
otro lado, no resulta difícil recordar las posiciones de ciertos Estados que han
puesto en tela de juicio instrumentos jurídicos, o quizá la interpretación de algunas
de sus normas, que hasta no hace mucho se consideraba que contenían la expresión
formal de valores que se estimaban universales153.

Para O. Casanovas "en los últimos años este fondo de valores comunes que
fundamentaría la universalidad del respeto a los derechos humanos, ha sido puesto
en tela de juicio. La primacía otorgada al desarrollo económico como primer
objetivo de los países en vías de desarrollo, el fundamentalismo islámico e, incluso,
la crítica al individualismo en el pensamiento occidental, han puesto en entredicho

150C. M. DIAZ BARRADO, La Segunda Conferencia Mundial sobre derechos humanos, Revista
Extremadura, 1995.
151A. MAHIOU, La Charte arabe des droits de l'homme, Mélanges H. Thierry cit., pp. 305-320. Y
M. CHARFI, Les Etats musulmans et les droits de l'homme, Home. Boutros Ghali, Bruselas, 1998,
pp. 991-1017.
152Cfr., V. ABELLAN HONRUBIA, Los derechos humanos en la Conferencia de Seguridad y
Cooperación en Europa, Cursos Vitoria/Gasteiz, 1989, pp. 85 ss.
153Vid. C.N. KAKORIS, La universalité des droits de l'homme: le droit d'être différent. Quelques
observations, Homenaje M. Díez de Velasco cit., pp. 415-426. Asimismo, la cláusula al respecto
incluida en el Documento Final de la Conferencia de Viena en la que se dice que "Todos los derechos
humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí", pero, al
mismo tiempo, se reconoce "la importancia de las particularidades nacionales y regionales, así como
de los diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos (...)". M. CHARFI nos ha recordado que
el representante iraní, en la 39 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, sostuvo que la
Declaración Universal de Derechos Humanos "ilustra una concepción laica de la tradición judeo-
cristiana" y que, por lo tanto, "no puede ser aplicada por los musulmanes", loc. cit., p. 994.
68
el universalismo de los derechos humanos"154. En el mismo sentido se ha
pronunciado K. Mbaye al señalar y subrayar ciertas amenazas que pesan sobre la
universalidad de los derechos humanos, tales como las transformaciones que se
han producido en la sociedad internacional, en particular, los progresos de la
ciencia y la tecnología, la intransigencia religiosa y el subdesarrollo, aunque para
este autor, la "universalidad se puede salvar"155.

La clave radica, entonces, en la interpretación y aplicación que se haga de


los derechos que se reconocen en el plano universal y con significados universales.
La tensión entre la posición de ciertos Estados y lo que se viene plasmando en
instrumentos jurídicos está presente y, en concreto, algunos Estados musulmanes
insisten en una interpretación y aplicación de ciertos derechos humanos en los que
primarían las perspectivas particulares. Quizá lo que suceda, en el fondo, es lo que
dijera M. Charfi, es decir, que "le monde musulman a du mal à s'adapter aux
principes nouveaux de liberté, démocratie, droits de l'homme et égalité de
sexes"156, pero con independencia de ello, la quiebra o no de la universalidad de los
derechos humanos, tal y como es concebida en la actualidad, estará en manos de
los órganos encargados de aplicar e interpretar los instrumentos en que dichos
derechos se reconocen. Por esto, K. Vasak ha señalado, acertadamente, que
"l'exigence de principe de l'universalité des droits de l'homme devrait amener les
organes compétentes pour appliquer les normes pertinentes à les interpréter de
manière a toujours faire prévaloir l'universalité des droits de l'homme, au détriment
même de la volonté particulariste, explicite ou implicite, des Etats”157.

La presencia de los particularismos, en materia de derechos humanos, no


debería desvirtuar los componentes fundamentales de un principio de protección
universal de los derechos humanos; por esta razón, los distintos órganos que se han
creado para la garantía de estos derechos deberían impedir que se atentara contra la
esencia de algunas normas que tanto ha costado acomodar en el seno de la comunida
internacional.

Aun así, la formulación general del principio de protección de los derechos


humanos actualmente parece orientada, más que a dotarle de un contenido, a instaurar
mecanismos supraestatales que permitan que el individuo se sienta amparado frente a
actos de los Estados que vulneren estos derechos. En este sentido, el Secretario
General de las Naciones Unidas ha subrayado, recientemente, que "sigue
constituyendo un desafío considerable para las Naciones Unidas el de salvar la brecha

154O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad cit., p. 183.


155Cfr., K. MBAYE, Menaces sur l'universalité des droits de l'homme, Hom. Boutros Gahli,
Bruselas, 1998, pp. 1243-1244.
156M. CHARFI, loc. cit., p. 993.
157K. VASAK, Les principes fondamentaux d'interprétation et d'application des droits de l'homme,
Home. B. Ghali, Bruselas, 1998, p. 1429.
69
que hay entre las normas de derechos humanos y su aplicación"158, y ello a pesar de
los importantes avances que, como hemos dicho, se han producido en la configuración
de mecanismos de protección de los derechos humanos, tanto en el ámbito universal
como en ámbitos regionales.

En resumen, está claro, antes de todo, que la persona humana va


adquiriendo cada vez un mayor protagonismo en la escena internacional y que el
mismo se desvela, con plenitud, en el ordenamiento jurídico internacional al hilo de
los avances que se van produciendo en lo relativo al reconocimiento y protección
de los derechos humanos, por lo que, como lo ha indicado A. Rodríguez Carrión,
nos hallamos en un marco de humanización "por la creciente preocupación por la
declaración de los derechos y libertades individuales de la persona humana y, lo
que es más importante, por el establecimiento de mecanismos eficaces de
protección", pero es verdad, también, que "esta consideración resulta casi ociosa si
no se olvida que hace apenas medio siglo se consideraba que las cuestiones
relativas a los derechos humanos constituían una cuestión relativa a la competencia
interna de los Estados, sin que el derecho internacional incidiera en estos
asuntos"159.

ii) Asimismo, el carácter humanista del Derecho Internacional del Tiempo


presente, implica el respeto de los derechos de los pueblos, en particular, su
derecho a la libre determinación. Es verdad que los logros en este campo han sido
mayores y más significativos, pero insuficientes para dar por zanjados, como
debería ser, los problemas de la colonización. Sin duda, "la cuestión palestina"
reúne todos los elementos que permiten confirmar esta observación.

En el marco de la descolonización y más allá de ésta, "la cuestión


palestina" continúa sin encontrar una solución plenamente satisfactoria, y la verdad
es que, en este caso, la claridad y precisión de las normas internacionales que
regulan la cuestión, contrastan sobremanera con la actitud de ciertos Estados,
empeñados en proseguir y consolidar hábitos trasnochados. Todo ello, además, de
que, como se vino observando, durante el año 2002, nos hallamos en presencia de
una “situación” que genera graves peligros para el mantenimiento de la paz y la
seguridad internacionales.

Esperemos, en todo caso, que se hagan realidad las palabras del entonces
Presidente del Gobierno español en la Conferencia de Paz de Madrid, celebrada en
1991, cuando señaló que "somos conscientes de la complejidad del proceso, pero
los españoles sabemos cómo la cooperación entre las culturas y la unión de los
esfuerzos colectivos pueden generar una convivencia pacífica. La paz es la

158Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Suplemento nº. 1 (A/56/1),
Nueva York, 2001, párrafo 196.
159A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit.
70
condición necesaria. La región tiene recursos naturales y capital humano que en un
clima que sustituya el conflicto por la cooperación puede garantizar el desarrollo y
el bienestar de todos los seres humanos que habitan en ella"160.

En síntesis, salvo supuestos no desdeñables, el derecho a la


autodeterminación de los pueblos, en cuanto derecho a la descolonización, se ha
revelado en toda su magnitud, siendo indudable su eficacia en las relaciones
internacionales contemporáneas, quedando claro, sin embargo, como ha indicado
M. P. Andrés en relación con el contenido de este derecho, que es igualmente
cierto "que salvo lo relativo a la descolonización, los perfiles y límites de la libre
determinación en otros supuestos no están totalmente definidos"161.

En la actualidad, este derecho comienza a manifestarse con efectividad en


otros ámbitos, y, en esta línea, el relanzamiento de los nacionalismos en el ámbito
europeo ha hecho visible la faz oculta del derecho a la autodeterminación, es decir,
lo que podríamos denominar la "autodeterminación interna", con lo que el principio
está adquiriendo una mayor complejidad162, por ejemplo, por la afirmación de
derechos que corresponden a las minorías nacionales, étnicas, religiosas y
lingüísticas estrechamente vinculado este problema al reconocimiento de los
derechos humanos.

Desde luego, hay que partir en esta cuestión de la posición que, en 1992,
adoptara el Secretario General de las Naciones Unidas cuando indicó, en una frase
que por repetida no ha perdido valor, es decir, que "las Naciones Unidas no han
cerrado sus puertas, pero si cada grupo étnico, religioso o lingüístico pretendiera
formar un Estado, la fragmentación no tendría fin, con lo que serían aún más
difíciles de alcanzar la paz, la seguridad y el bienestar económico para todos"163.
Posición que, de otra forma, reiteró en el seno de la Universidad Carlos III de
Madrid, cuando sostuvo que “algunos pueblos, en medio de trágicos balbuceos,
intentan conciliar la racionalidad del Estado y los impulsos del micronacionalismo. Y
debemos plantearnos gravemente la cuestión de saber si el principio del derecho de
los pueblos a disponer de sí mismos no corre a veces el riesgo de favorecer en cierto
modo la aparición de micronacionalismos, en contra de la idea que todos tenemos del
Derecho Internacional"164.

160Política Exterior, Informes y Documentos, nº 23, Monográfico La Conferencia de Paz sobre


Oriente Próximo, Palacio Real de Madrid, 30 de octubre-3 de noviembre de 1991, p. 15.
161M. P. ANDRES SAENZ DE SANTAMARIA, La libre determinación de los pueblos en la nueva
sociedad internacional, Cursos euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional 1997, p. 123.
162Ibid.., p. 121.
163Un Programa de Paz, p. 51.
164B. BOUTROS GHALI, Discurso del Secretario General de las Naciones Unidas con motivo de la
entrega del Diploma de Doctor Honoris Causa de la Universidad Carlos III, pp. 19-20 (cursivas
añadidas). De todas formas, ante la dificultad de determinar el contenido del derecho a la
autodeterminación, fuera de los casos de pueblos sometidos a dominación colonial, I. BROWNLIE ha
71

iii) Por último, la relevancia de la persona humana en el orden jurídico


internacional y el sentir humanista que habita ya en este ordenamiento permiten,
también, reflexionar sobre la conclusión de normas convencionales destinadas a que
las violaciones de Derechos Humanos sean objeto de una represión particular cuando
procede del comportamiento de individuos.

Sin infravalorar la relevancia que han tenido, en la configuración de la


responsabilidad penal del individuo, algunas normas convencionales, como la
Convención de las Naciones Unidas contra la tortura y otros tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes (adoptada el 10 de diciembre de 1984), la creación por el
Consejo de Seguridad de Tribunales Penales Internacionales ad hoc para la ex-
Yugoslavia y para Ruanda constituye, sin lugar a dudas, una de las aportaciones más
relevantes al Derecho Internacional que se ha producido en los últimos decenios, y
que sólo pueden ser entendidas a partir de las transformaciones habidas en la Sociedad
Internacional desde los últimos años del decenio de los ochenta.

Con todo, puede considerarse un hito fundamental en la historia de la


Humanidad el hecho de que, el 1 de julio de 2002, se haya producido la entrada en
vigor del Estatuto de la Corte Penal Internacional, firmado en Roma, como se sabe,
en 1998165. En palabras del Secretario General de las Naciones Unidas, "la création de
la Cour est un gage d'espoir pour les générations à venir et un pas de géant sur la voie
du respect universel des droits de l'homme et de l'État de droit"166.

En suma, la evolución del Derecho Internacional ha incorporado a la persona


humana a sus valores fundamentales a través de normas que demuestran el papel
relevante que la misma tiene en la comunidad internacional.

suscitado que tal derecho podría ser predicable de cualquier pueblo, siempre y cuando esta pretensión
haya sido sometida al reconocimiento y a la validación a través de diferentes procedimientos, Cfr., I.
BROWNLIE, International Law at the Fiftieth Anniversary of the United Nations, Recueil des Cours de
l'Académie de Droit International, 1995, vol. 255, pp. 55-63. De este modo, se le atribuyen al
reconocimiento un valor y una eficacia de gran interés que podría incidir, claramente, en la creación de
nuevos Estados; tanto es así que, como ha puesto de relieve F. Mariño, "en las actuales condiciones de la
Sociedad Internacional, no cabe excluir completamente el nacimiento de Estados nuevos por procesos no
legitimados por el principio de autodeterminación. En tales supuestos, la efectividad del nuevo Estado
(mantenida en el tiempo y reconocida por un número suficiente de Estados) bastaría para que aquél
adquiriera subjetividad internacional, al margen de la "legitimidad" de la lucha por la secesión”, F.
MARIÑO MENÉNDEZ, Naciones Unidas y el Derecho de autodeterminación, en Balance y perspectivas
cit., p. 99.
165Vid., I. LIROLA DELGADO y M. MARTÍN MARTINEZ, La Corte Penal internacional. Justicia
versus impunidad, Barcelona, 2001.
166Déclaration de Kofi Annan, Secrétaire général des Nations unies, faite le 18 juillet 1998 à Rome à
l'occasion de la signature du Statut de Rome de la Cour pénale internationale (Communiqué de Presse,
SG/SM/6643, L/289).
72
B) La diversidad ideológica y el camino hacia el establecimiento de sistemas
democráticos

Quizá haya sido en el plano ideológico-político donde con mayor vigor, y


durante el presente siglo, se hayan manifestado las diferencias entre los Estados.
No obstante, venimos asistiendo, en los últimos años, al incipiente nacimiento de
un común denominador en la esfera ideológica que encuentra sus fundamentos
tanto en el respeto de la autonomía política de los Estados como en una tendencia
hacia el establecimiento de sistemas democráticos. Todo ello, claro está, sin que se
hayan desvanecido completamente las diferencias y las contradicciones político-
ideológicas, y sin que tal tendencia pueda considerarse aún definitiva, por lo menos
en direcciones claramente establecidas.

En síntesis, todavía no puede hablarse de la existencia, en el Derecho


Internacional, de un criterio universal de legitimidad en el plano ideológico-
político (eventualmente basado en el carácter democrático de los sistemas
establecidos) para juzgar los regímenes políticos o las raíces ideológicas que
imperan en cada Estado. A mi juicio, están plenamente vigentes, entonces, las
palabras que dijera, hace algún tiempo, D. Manai, para quien la legitimidad en
Derecho Internacional es una noción especialmente ambigua que desborda, en
buena parte, el ámbito de lo jurídico167.

Ahora bien, el logro de autonomía política, por parte de Estados sometidos


tradicionalmente al influjo de las grandes potencias, y que se hizo definitivo tras el
derrumbe ideológico de una de ellas, comenzó con anterioridad. En efecto, la
escisión Este-Oeste, en el seno de la cual vino operando durante algún tiempo el
Derecho Internacional, ha desaparecido finalmente, siendo lo sobresaliente, en
cualquier caso, que más allá de los enfrentamientos políticos entre los Estados,
comenzó a manifestarse con eficacia real la diversidad política entre ellos, y lo que
era más importante aún: el respeto a esta diversidad.

Cambios que, además, acontecieron en el seno de la propia escisión y no al


margen, o superada ésta. De tal modo que, durante cierto tiempo, pudo hablarse de
la existencia de "escisiones" dentro de los dos polos de atracción ideológica que,
desde la Segunda Guerra Mundial, venían monopolizando las principales
diferencias ideológicas en el sistema internacional.

Hoy, más que nunca, estamos en presencia de la verdadera diversidad


ideológica que, seguramente, habrá que analizar en el futuro en terrenos distintos a
los ya tradicionales. Téngase en cuenta en esta línea, por ejemplo, el paulatino
ascenso de las tesis fundamentalistas en algunos países árabes, lo que nos hace

167Cfr., D. MANAI, Discours juridique soviétique et interventions en Hongrie et en


Tchécoslovaquie, Ginebra-París, 1980, p. 16.
73
reflexionar, con mayor profundidad, en torno a la existencia, en la sociedad
internacional, de lo que S. Bastid, retomando el pensamiento de M. Virally,
denominó conflicto de civilizaciones y el papel del Derecho Internacional en el
seno de dicho conflicto168.

En tal sentido, nos encontramos con manifestaciones concretas que tienen


una relevancia capital en las relaciones internacionales. Como lo ha indicado D.
Colard, "jusqu'a la Révolution iranienne de l'iman Khomeiny de février 1979 <qui
restera au pouvoir jusq'au 3 juin 1990>, on pouvait encore ignorer la dimension
islamique des Relations internationales. L'onde de choc sucitée par la création de
cette <République islamique> et le développement de l'intégrisme, du
fondamentalisme ou de l'islamisme oblige l'observateur à combler cette lagune"169.

Lo que está claro, en todo caso, es que los cambios en el plano ideológico,
que han tenido lugar recientemente, no nos pueden llevar a afirmar que en la
sociedad internacional contemporánea no se deje sentir el influjo de las ideologías.
Desde luego, "sería peligroso concluir -como lo han hecho ciertos autores- en la
muerte o el declive de las ideologías en las relaciones inter-estatales";170 y, por lo
tanto, es verdad que el factor ideológico, a través de unas u otras manifestaciones,
tendrá relevancia en la configuración del ordenamiento jurídico internacional. En el
caso del fundamentalismo (islámico o no) ya tendremos oportunidad de indicar
algo más, pero tengamos en cuenta, ahora, que el mantenimiento de estas tesis
tiene, con claridad, su reflejo en el orden jurídico internacional y, en consecuencia,
en las normas y principios que lo configuran

Comoquiera que sea en el futuro, hoy es posible sostener el declive de la


teoría de las zonas de influencia, que, en el caso de que pervivan todavía algunos
de sus efectos, se manifiestan con contenidos y formas diferentes y, desde luego,
sin la intensidad material e ideológica que llegó a alcanzr en otras épocas.
Recordemos, no obstante, que sus efectos más señalados se hicieron patentes a
partir de 1960.

La doctrina de "la soberanía limitada", seguida por la Unión Soviética en


sus relaciones con los Estados socialistas, no sólo encontró aplicaciones prácticas
significativas, como la invasión de Checoslovaquia en 1968, sino que, además,
llevó a los teóricos soviéticos a insertarla en el marco de las relaciones jurídicas

168 S. BASTID, Adaptation du Droit International au realtions nouvelles entre Etats, Mélanges à M.
Virally, París, 1991, p. 82. M. VIRALLY, R.C.A.D.I. cit., pp. 33-36.
169D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 52. En realidad, como ha indicado este autor lo
importante es que la doctrina clásica del Islam "tiene una concepción muy particular de las Relaciones
internacionales: una sociedad internacional jerarquizada, desigualitaria y conflictual", p. 53. En
esencia, pues, sería equivocado olvidar "el peso del factor religioso en las relaciones internacionales",
Cfr., p. 79
170ibid., p. 79.
74
entre los Estados de la denominada "Comunidad de Estados socialistas", a través de
los principios del "internacionalismo socialista". Tan es así, que en el discurso
jurídico soviético se produjo una superposición de los principios del Derecho
Internacional General con los principios jurídicos inter-socialistas, como principios
rectores de las relaciones "internacionales" entre los Estados de este ámbito
político171.

Al mismo tiempo, la "doctrina americana de la soberanía limitada"172, cuya


mejor expresión fue, con seguridad, la intervención de los Estados Unidos en la
República Dominicana en 1965 (y que finalmente adquirió carta de naturaleza con
la invasión de Panamá, en diciembre de 1989), tiende a asegurar que las relaciones
entre los Estados Unidos y los Estados situados en su zona de influencia se rijan
por los "principios de la democracia representativa", tal y como éstos son
concebidos e interpretados, y lo pero de todo aplicados, por los Estados Unidos.

Recuérdense a este respecto las palabras, en ocasiones lamentablemente


vigentes, del Presidente norteamericano, L. B. Johnson, para quien "las naciones
americanas no pueden, no deben y no permitirán el establecimiento de otro
Gobierno comunista en el Hemisferio occidental. Este fue el unánime punto de
vista de todas las naciones americanas cuando, en enero de 1962 declararon: los
principios del comunismo son incompatibles con los principios del sistema
interamericano"173.

En ambos casos, "la doctrina (o las doctrinas) de la soberanía limitada"


tendían "a definir los espacios (geográficos) donde deb(ían) aplicarse y los campos
(instituciones, valores y personas) que preten(dían) proteger y promover"174. Y
diseñaban, en consecuencia, un determinado marco de las relaciones entre los
Estados que incidía, de manera directa, en la configuración del ordenamiento
jurídico internacional en el que, todavía, no han desaparecido absolutamente todos
los efectos que se produjeron.

Pero, como decíamos, junto a esos enfrentamientos ideológico-políticos se


fue abriendo paso la diversidad, de la mano precisamente del comportamiento de
los Estados insertos en las respectivas zonas de influencia. Así, en el marco de las
relaciones entre los Estados Unidos y los países de su zona de influencia, el
proceso centroamericano fue un buen índice de los cambios ocurridos. Las
negociaciones de Contadora y Esquipulas tuvieron como mérito real, al margen de
los resultados que se hubieran o no obtenido, el haberse llevado a cabo sin la

171TUNKIN, G.I., International Law and other social norms functionning within the international
system, Essays G. Schwarzenberger, Londres, 1988, pp. 282-300.
172 R. CHARVIN, La doctrine américaine de la souveraineté limitée, R.B.D.I., 1987, pp. 5-17.
173 Anuario Iberoamericano, Hechos y documentos, 1965, pp. 170-172.
174R. CHARVIN, loc. cit., p. 13.
75
presencia y la presión directa de los Estados Unidos. Quizá por esto, el punto
relativo a la democratización en los acuerdos de Esquipulas II, resuma mejor que
cualquier otro la autonomía relativa de los Estados centroamericanos frente a los
Estados Unidos.

En dicho punto se decía que: "los gobiernos (de la zona) se comprometen a


impulsar un auténtico proceso democrático, pluralista y participativo, que implique
la promoción de la justicia social y el respeto de los derechos humanos, la
soberanía, la integridad territorial de los Estados, el derecho de todas las naciones
a determinar libremente y sin injerencias de ninguna clase su modelo económico-
político y social (...)". Todo ello se consolidó y se tradujo, finalmente, en la
celebración de elecciones libres en Nicaragua, y en el sorprendente triunfo en
ellas, en su momento, de la Unión Nacional Opositora (U.N.O.).

Pero, paradoja, a esta diversidad le acompaña, en la actualidad, otro


fenómeno, también apreciable: se da una clara tendencia a la aproximación
ideológica. Diversos hechos ponen de relieve que, al menos en ciertos ámbitos
regionales, se está produciendo esta aproximación ideólogica cuyo fundamento
básico va a ser el concepto de democracia representativa. Y, claro está, que nos
referimos a algo más que a la situación constatada por M. Virally cuando afirmó,
en relación con que los miembros de las Organizaciones Internacionales están
próximos los unos a los otros, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino
también desde la perspectiva del desarrollo económico, cultural e ideológico,
refiriéndose fundamentalmente a las organizaciones europeas175.

Se trata, en realidad, de la expansión más generalizada y no necesariamente


imbricada en Organizaciones Internacionales, de los principios democráticos. Con
seguridad, se puede hablar, pues, de una clara tendencia en el orden jurídico
internacional o, como lo ha indicado J. Salmon, de la "emergencia en el nuevo
orden mundial de un principio de legitimidad democrática susceptible de
revolucionar positivamente las relaciones internacionales"176.

El fenómeno se ha visto favorecido por la práctica desaparición del


socialismo real y el establecimiento, en los Estados pertenecientes a ese régimen
político, de sistemas democráticos, pudiéndose constatar, con J. Salmon, que
"numerosos Estados se han convertido recientemente al multipartidismo y a la
democracia parlamentaria"177. Pero, también, por la expansión de la democracia en

175Cfr., M. VIRALLY, op. cit., p. 18.


176Cfr., J. SALMON, Vers l'adoption d'un principe de légitimité démocratique?, A la recherche du
nouvel cit., p. 59. Vid., también, R. BEN ACHOUR, El derecho internacional de la democracia,
Cursos Euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, Vol IV – 2000.
177Ibid., p. 76. También: P. MEYER-BIRSCH, Démocratisation: genèse de nouvelles distinctions
démocratiques des pouvoirs, C-H. THUAN Y A. FENET (dirs.) Mutations cit., pp. 171-188; y M.
76
los Estados americanos y, sobre todo, por su expresión y formulación jurídicas en
el seno de las organizaciones de cooperación o de integración que actúan y se
proyectan en este continente, como tendremos ocasión de comprobar.

a) La afirmación, en la sociedad internacional, del principio de la democracia

Quizá no fuera posible fijar con precisión el momento en el que la


democracia comienza a fluir y repercutir con fuerza en el seno de la sociedad
internacional y, más difícil sería aún sostener, con rotundidad, que nos hallamos
ante uno de los principios que inexcusablemente vertebran la actual sociedad y el
presente orden internacional.

El deseo y la voluntad de instaurar y consolidar sistemas democráticos que


se desvela en el conjunto del planeta, aunque puedan ser observados con
benevolencia no son, por supuesto, expresiones ciertas y seguras de los elementos
que configuran, de manera definitiva, la sociedad internacional del tiempo
presente, a pesar de que en la Declaración con motivo del cincuentenario de las
Naciones Unidas se destacase, el 24 de octubre de 1995, el papel de la democracia,
al afirmarse que “en este contexto, reafirmamos que la democracia, el desarrollo y
el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, incluido el
derecho al desarrollo, son interdependientes y se refuerzan entre sí”.

No obstante, lo que sí podemos sostener es que la democracia ha ido


penetrando progresivamente en esta sociedad internacional heterogénea desde el
momento en el que un número significativo de Estados han comenzado a regirse
por sistemas democráticos, y a partir de los instantes en los que se reclama, desde
diversos foros, “la democratización” de la propia sociedad internacional. En la
actualidad, asistimos a lo que se podría denominar el fenómeno de la proyección
internacional de la democracia o, si se quiere, con mayor precisión, la instauración
del “principio democrático” en la sociedad internacional, como un elemento que
parece que va a definir y caracterizar a la sociedad internacional del tiempo
presente.

De ahí que, por lo menos de manera emergente, se pueda hablar de que el


“principio” de la democracia forma parte del orden jurídico internacional o, en
palabras de M. Ortega Carcelén “una manifestación actual y extrema de esta
corriente es la afirmación de que está emergiendo un principio, desarrollo de los
derechos humanos y libertades fundamentales, que concede un derecho a los
individuos y a los pueblos a ser gobernados de forma democrática. De manera que
el Derecho Internacional habría incorporado una nueva norma que exige a los

GOUNELLE, la démocratisation politique publique internationale, Mélanges offerts à H. Thierry, cit.,


pp. 201-213.
77
Estados cuidar la participación política de sus propios ciudadanos”178.

Se constata así que, incluso, uno de los cambios que se vienen operando es
precisamente la instauración de sistemas democráticos en Estados que han llevado
a cabo una verdadera transformación en todos los sectores, y se puede apreciar,
además, que la comunidad internacional se ve interesada por esos cambios. Por lo
menos, esto cabría deducir de las expresiones que se contienen en el punto 17 de la
Declaración de Copenhague relativa al Desarrollo Social, en la que los Estados
participantes en la Conferencia reconocen que los países que están experimentando
“transformaciones fundamentales en lo político, en lo económico y en lo social,
incluidos los que se encuentran en un proceso de consolidación de la paz y la
democracia, requieren el apoyo de la comunidad internacional"179.

Observando el fenómeno un poco más de cerca, se advierte que, en


diversos foros internacionales, se afirma que la democracia ha de ser el régimen a
instaurar en el conjunto de Estados que conforman la comunidad internacional y
que debería establecerse como elemento imprescindible que permita la cooperación
internacional. En el plano universal se advierte, sin duda, esta tendencia, aunque
quizá con menor nitidez e intensidad que en los escenarios regionales. Por lo
menos, señalemos, como dijera Boutros-Ghali, que "los regímenes autoritarios han
cedido el paso a la fuerzas más democráticas y a gobiernos sensibles a los
problemas existentes. La forma, alcance e intensidad de estos procesos varían
según se trate de América Latina, África, Europa o Asia, pero su similitud es
suficiente para apreciarlos como un fenómeno mundial"180.

Ahora bien, Naciones Unidas ha asumido, también, el valor de la


democracia que va apareciendo, de manera cada vez más significativa, en el
discurso de la propia Organización. A esto responde, quizá, la Resolución 54/36 de
la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 20 de enero del 2000, sobre el

178M. ORTEGA CARCELEN, Hacia un gobierno mundial, Salamanca, 1995, pp. 171-172 (cursiva
añadida). Por su parte, J. Roldán ha señalado que “la cooperación democrática en el orden
internacional adiciona un sistema de protección suplementario a las libertades internas. Las relaciones
internacionales, no sólo el Derecho internacional stricto sensu, representan una garantía contra
atentados a Constituciones democráticas. El medio internacional vela por la libertad interna y
reacciona cuando el orden estatal ha sucumbido al autoritarismo”, J. ROLDAN BARBERO,
Democracia y Derecho Internacional, Madrid, 1994, p. 147.
179A/CONF. 166/9, 19 de abril de 1995, Informe de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social,
Copenhague, 6 a 12 de marzo de 1995.
180Un programa de Paz, Naciones Unidas, 1992, p. 5, párr. 9. B. B. Ghali ha abogado por un
Derecho Internacional de la Democracia, en particular, Pour un Droit International de la Démocratie,
Theory of International Law at the Treshold of 21 century, Essays Skubiszewski, 1996, pp. 99-108
(Vid., Una Agenda para la Democracia de B. Ghali, A/51/761, 20 de diciembre de 1996). Y los
trabajos de R. BEN ACHOUR, La contribution de Boutros Boutros-Ghali à l'émergence d'un droit
international positif de la démocratie, Home. B. Ghali, Bruselas, 1998, pp. 909-924; y R. GREEN, La
democratización de las relaciones internacionales: aspiración de Boutros Ghali, ibid., pp. 1085-1102.
78
apoyo del sistema de Naciones Unidas a los esfuerzos que se desarrollan por los
gobiernos para promover y consolidar las nuevas o restablecidas democracias, en
la que, este órgno onusiano se muestra consciente, desde el principio, de que
existen "lazos indisolubles" entre los principios consagrados por la Declaración
Universal de Derechos Humanos y los fundamentos de toda sociedad democrática.

Detengámonos, sin embargo, a examinar cómo se ha ido afirmando


progresivamente, y cada vez de manera más clara y precisa, el principio de la
democracia en ciertos ámbitos regionales. A mi juicio, será precisamente en éstos
en los que, con mayor claridad, se aprecie el significado y la proyección del
denominado principio democrático como elemento emergente o tendencial de la
actual sociedad internacional.

El ámbito europeo en su conjunto comienza, al menos, a configurarse


como un espacio democrático, siendo buena prueba de ello tanto el ingreso de
nuevos Estados en el Consejo de Europa181, como las formulaciones adoptadas en
el marco de la C.S.C.E182, y la posiciones, conocidas, adoptadas por la Unión
Europea en esta materia.

En este sentido, resulta extraordinariamente reveladora la afirmación que


se contiene en la Carta de París para una nueva Europa en la que los Estados
participantes se comprometen "a edificar, consolidar y reforzar la democracia como
único sistema de Gobierno de nuestras naciones", lo que sería, de nuevo,
reafirmado, entre otros, en el Documento de la reunión de Moscú de la Conferencia
sobre la dimensión humana de la C.S.C.E., en septiembre de 1991, en el que, sin
ambages, se afirma que "el pleno respeto de los derechos humanos y de las
libertades fundamentales y el desarrollo de sociedades que se funden sobre
democracias pluralistas y sobre el Estado de derecho son condiciones previas para
la existencia de un orden duradero de paz, de seguridad, de justicia y de
cooperación en Europa". En realidad, se podría sostener, con C. Kaminski y S.
KruK, que "le principe démocratique est devenu le critère politique commun de
l'entité europénne"183.

181Vid. Declaración de Viena, de 1993; el texto, en RIE, 1993, pp. 1085 ss. También, Declaración
de Estrasburgo de 1997.
182En este ámbito, como lo ha indicado J. Roldán Barbero “el adoctrinamiento de la cultura
democrática recogido en los documentos de la Conferencia se dirige fundamentalmente de hecho a las
democracias nacientes, pero su espíritu no resulta ocioso para las más asentadas. El régimen de
libertades se concibe como patrimonio y responsabilidad colectiva de toda Europa”, J. ROLDAN
BARBERO, Democracia y Derecho Internacional cit., p. 61. No debemos olvidar, en esta línea, el
informe al Consejo de la CSCE del Seminario de expertos de la CSCE sobre Instituciones
democráticas, Oslo, 15 de noviembre de 1991, Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa,
Textos fundamentales, Madrid, 1992, pp. 275 ss.
183C. KAMINSKI y S. KRUK, Le nouvel ordre internacional, París, 1993, p. 39.
79
Por lo que se refiere a la Unión Europea, basta recordar que ya en el
Tratado de la Unión, de 7 de febrero de 1992, los Estados miembros confirmaban
“su adhesión a los principios de libertad, democracia y respeto de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales y del estado de derecho” y que en, en el
artículo 6. 1 del Tratado de Amsterdam, dentro de las disposiciones comunes, se
estipula que “la Unión se basa en los principios de libertad, democracia, respeto de
los derechos humanos y de las libertades fundamentales y el Estado de Derecho,
principios que son comunes a los Estados miembros”. Se trata, como han señalado
A. Mangas Martín y D. Liñan Nogueras de una “exigencia para poder ser
miembros y para permanecer en la Unión y es otra forma más de regular, de forma
concreta, las relaciones entre los Estados miembros y sus pueblos”184.

De todas maneras, lo importante es que esta formulación apareció


explícitamente con el Tratado de la Unión Europea en 1992, aunque es verdad que
nos encontramos ante “una declaración codificadora de una condición que hasta
ahora había estado implícita en la vida comunitaria o, a lo sumo, se había
explicitado para los Estados del Sur con ocasión de las ampliaciones de 1981 y
1986”. Ahora, lo relevante es que “el principio democrático es una condición
expresa para todos”185. Por si fuera poco, en el ámbito de la Política Exterior y de
Seguridad Común se define como uno de los objetivos “el desarrollo y la
consolidación de la democracia y del estado de derecho” en el artículo 11.

De esta forma, la Unión Europea concibe el principio democrático en su


vertiente ad intra y ad extra, siendo así que en este último ámbito adquiere,
incluso, perfiles muy concretos como es el caso de la cooperación al desarrollo,
hasta el punto de que el artículo 117, 2 del Tratado constitutivo de la Comunidad
Europea establece, con claridad, que “la política de la Comunidad en este ámbito
contribuirá al objeto general de desarrollo y consolidación de la democracia y del
estado de derecho (...)”186.

Ni que decir tiene que el “principio” de la democracia ha encontrado un


perfecto acomodo en el seno del Consejo de Europa desde sus orígenes y que,
paulatinamente, se ha ido desarrollando con numerosos efectos, en el seno del

184A. MANGAS MARTIN y D. LIÑAN NOGUERAS, Instituciones y Derecho de la Unión


Europea, Madrid, 1ª ed., 1996, p. 49 (se pueden consultar, también, siguientes ediciones).
185Vid., ibid.
186J. ROLDAN BARBERO, Democracia y Derecho Internacional cit., pp. 77 ss. Con todo, podemos
concluir que la Unión Europea ha tomado, sin indecisiones, el camino de expandir el “principio
democrático” en las relaciones intra-comunitarias y en las relaciones con terceros países,
estableciendo, incluso, en algunos casos como condición precisa para la existencia plena de esas
relaciones el establecimiento y mantenimiento de sistemas democráticos. Vid. J. M. SOBRINO
HEREDIA, La Unión Europea y el Desarrollo. Aspectos recientes, El Desarrollo y la Cooperación
internacional cit., pp. 93-106. Pero es que, incluso, se derivan consecuencias muy claras de la
afirmación de este principio, nel propio seno de la Unión Europea, como puede apreciarse en lo
establecido en el artículo 7 del T.U.E en relación con el contenido del artáiculo 6 de dicho Tratado.
80
mismo. Como tuve la oportunidad de señalar “no es nada sorprendente afirmar que
el Consejo de Europa ha hecho tradicionalmente fe de su arraigo a los principios
democráticos, en cuanto base y elemento central del quehacer de la propia
Organización”187.

Pero, también, hay que insistir en que“estimo relevante el nuevo impulso


que se le pretende dar a la Organización, a partir de los primeros años de decenio
de los noventa, quizá al hilo de los avances significativos que se producían en el
seno de la OSCE y de la consolidación de la Unión Europea como foros de
expresión privilegiados en el ámbito europeo. Todo ello queda finalmente
reflejado, por lo que a nosotros nos interesa, en la Declaración de Viena de 9 de
octubre de 1993 en la que los Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados
miembros de la Organización acuñan la expresión -seguridad democrática-, como
valor y objetivo básico del Consejo de Europa, y en la que se reitera, una y otra
vez, (en la propia Declaración y no tanto en los anexos que la acompañan) -el
compromiso con la democracia pluralista y parlamentaria-, señalándose, al mismo
tiempo, como condición para la adhesión de nuevos Estados miembros la
adaptación de sus -instituciones y su ordenamiento jurídico a los principios
fundamentales del estado democrático, a la preeminencia del derecho y al respeto
de los derechos fundamentales-. Por si fuera poco, el Consejo de Europa, a través
de los Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros, manifiesta su
voluntad de afrontar los desafíos del siglo XXI expresando su disposición -para
contribuir a la seguridad democrática-“ 188.

Pero todo ello lo apreciamos también en otros ámbitos regionales189. Así,


podemos citar, como ejemplo muy significativo, lo que ha venido ocurriendo en los
Estados de América Latina y el Caribe, por lo que hay que sostener, con J.
Rodríguez Elizondo, que “podemos decir con satisfacción que vivimos el mejor
momento de América Latina desde el punto de vista de la democracia. América
Latina cuenta actualmente con un elenco homogéneo de sistemas democráticos de
gobierno. Serán más o menos perfectos. Pero la tendencia, que es lo importante
desde las grandes líneas del pensamiento y de la historia, es que se camina hacia un
sistema democrático que haría aparecer a América Latina como el segundo
continente más democrático después de Europa”190.

187C. M. DIAZ BARRADO, Las fracturas de España en el seno de la integración europea, España
invertebrada, Bosquejos de algunos pensamientos históricos, Cáceres, 1999, pp. 197-198.
188Ibid.
189C. KAMINSKI y S. KRUK, op. cit., pp. 105-108. Como han indicado estos autores "l'évolution
vers la démocratie a réussi à atteindre les pays parmi le plus défavorisé de la planète, contradisant
ainsi les anciennes thèses. Néanmoins, ce processus conduit souvent à exacerber les crises latentes,
économiques, sociales et politiques", p. 106.
190J. RODRIGUEZ ELIZONDO, Democracia y Seguridad en América Latina, en América Latina y
nuevos conceptos de seguridad, Zaragoza, 1992, p. 23.
81
No cabría negar, ciertamente, la extraordinaria contribución de los Estados
de este continente, durante los últimos años, a la consolidación de la democracia
como un valor básico de la sociedad internacional contemporánea en el ámbito
americano191. En este caso, la aceptación y la difusión del principio democrático
adquiere un significado especial, ya que estos Estados se sitúan, en términos
generales, en el segmento de la sociedad internacional que cuando afirma el valor
de la democracia lo hace sobre la base de lograr el respeto de los derechos
humanos, el desarrollo económico y la participación; y no como un valor a
imponer, con condiciones, a otros Estados del planeta; y, asimismo, en un contexto
regional marcado precisamente por la ausencia real de buena parte de los valores
mencionados.

Considero relevante, a este respecto, destacar dos ámbitos en los que estos
Estados han afirmado y propalado el valor del principio democrático en sus
relaciones mutuas y, de este modo, lo han extendido, de forma más general, en el
marco de las relaciones internacionales.

Por un lado, es notable la acción llevada cabo por los Estados


centroamericanos, en razón de la situación existente y conocida en esos países.
Como se sabe, desde 1986, en el sector que nos interesa, van emanando
documentos de todo tipo de la “Reunión de Presidentes Centroamericanos”, siendo
así que, en ocasiones, se abordan con nitidez las cuestiones relativas a la
democracia, aunque es verdad que, casi siempre, muy vinculadas a la pacificación
de los conflictos.

De todos esos documentos quizá merezca la pena reseñar ahora las expresiones que
se contienen en la Declaración de Esquipulas I, de 25 de mayo de 1986, en la que
se afirma que “la paz en América Central sólo puede ser fruto de un auténtico
proceso democrático pluralista y participativo que implique la promoción de la
justicia social, el respeto a los derechos humanos, la soberanía e integridad
territorial de los Estados y el derecho de todas las naciones a determinar libremente
y sin injerencias externas de ninguna clase, su modelo económico, político y social,
entendiéndose esta determinación como el producto de la voluntad libremente
expresada por los pueblos”.

Por otro lado, los Estados de América han participado activamente en el


marco de la OEA reafirmando el principio democrático. En realidad, el
Documento, elaborado por César Gaviria y titulado "Una nueva visión e la OEA",
resumía, perfectamente la posición de esta Organización y de sus Estados
miembros en lo relativo a la democracia como principio básico y elemental de la

191J. ROLDAN BARBERO, La Carta democrática internaricana aprobada el 11 de septiembre de


2001 por la Asamblea General de la OEA, R.E.D.I., 2002, 1, pp. 459-465.
82
acción de la Organización192.

En este sentido, una mención especial, aunque no sea específicamente en el


ámbito de la OEA pero sí vinculada a esta de manera muy estrecha, merece la
Cumbre de las Américas, siendo así que en la Primera Cumbre, celebrada en
Miami en 1994, y titulada, precisamente, “Pacto para el Desarrollo y la
Prosperidad: Democracia, Libre Comercio y Desarrollo Sostenible en las
Américas”, se afirmaba, en particular, que había que “preservar y fortalecer la
comunidad de democracia de las Américas”. Dado el cúmulo de matices que se
contienen en los pronunciamientos generales sobre esta materia, no nos resistimos
a la tentación de reproducir un apartado de esta Declaración en la que podemos
observar, con nitidez, el conjunto de efectos que se le atribuyen a la democracia en
este ámbito. Así, se dijo que:

“La Carta de la Organización de los Estados Americanos establece que la


democracia representativa es indispensable para la estabilidad, la paz y el
desarrollo de la región. La democracia es el único sistema político que garantiza
el respeto de los derechos humanos y el estado de derecho; a la vez, salvaguarda la
diversidad cultural, el pluralismo, el respeto de los derechos de las minorías y la
paz en y entre las naciones. La democracia se basa, entre otros principios
fundamentales, en elecciones libres y transparentes, e incluye el derecho de todos
los ciudadanos a participar en el gobierno. La democracia y el desarrollo se
refuerzan mutuamente.
Reafirmamos nuestro compromiso de preservar y fortalecer nuestros sistemas
democráticos en beneficio de todos los pueblos del Hemisferio. A través de los
organismos competentes de la OEA, trabajaremos en favor del fortalecimiento de
las instituciones democráticas y de la promoción y defensa de los regímenes
democráticos constitucionales, de conformidad con la Carta de la OEA. Apoyamos
los esfuerzos de esta Organización en favor de la paz y la estabilidad democrática,
social y económica de la región.
Reconocemos que nuestros pueblos buscan con ahínco mayor capacidad de
respuesta y eficiencia por parte de nuestros gobiernos. La democracia se fortalece
mediante la modernización del Estado, que incluye aquellas reformas que agilizan
su funcionamiento, reducen y simplifican las normas y los procedimientos
gubernamentales, y aumentan la transparencia y la responsabilidad de las
instituciones democráticas. Considerando que es esencial que todos los sectores de
la sociedad tengan acceso expedito y eficaz a la justicia, afirmamos que la
independencia del poder judicial constituye un elemento crucial para la existencia
de un sistema jurídico eficiente y de una democracia duradera. Nuestro objetivo
final es mejorar la satisfacción de las necesidades de la población, especialmente
de las mujeres y los grupos mas vulnerables, incluidos las poblaciones indígenas,

192Documento de Trabajo presentado por el Dr. César Gaviria al Consejo Permanente, el día 6 de
abril de 1995. El fortalecimiento de la democracia en el hemisferio: Hacia una Acción integral para
la democracia, y la Unidad para la promoción de la Democracia.
83
los discapacitados, los niños, ancianos y las minorías.
La democracia efectiva requiere que la corrupción sea combatida de manera
integral, toda vez que constituye un factor de desintegración social y de distorsión
del sistema económico que socava la legitimidad de las instituciones políticas”193.

Lo que no cabe olvidar, en todo caso, es que la democracia ha formado


parte históricamente del sistema interamericano o, como lo ha señalado
acertadamente J. Roldán Barbero “la Carta de Bogotá establece la democracia
representativa como ideología de base de la organización; pero este ideario hay que
conciliarlo con otra máxima nuclear del hemisferio: la no intervención en los
asuntos internos de los Estados (...)”194. En efecto, en el Preámbulo de la Carta de
la OEA, reformada por el Protocolo de Buenos Aires en 1967, por el Protocolo de
Cartagena de Indias en 1985 y por el Protocolo de Managua en 1993, los Estados
miembros de la Organización se declaran “ciertos de que la democracia
representativa es condición indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo
de la región”, aunque el el artículo 2, b de la Carta dichos Estados establecen como
propósito esencial de la Organización “promover y consolidar la democracia
representativa dentro del respeto al principio de no intervención”195.

Por si fuera poco lo dicho hasta ahora, no cabe olvidar que, precisamente el
11 de septiembre del 2001, la Asamblea General de la OEA adoptó la Carta
Democrática Inter-americana, en la que se parte del principio de que “el carácter
participativo de la democracia en nuestros países en los diferentes ámbitos de la
actividad pública contribuye a la consolidación de los valores democráticos y a la
libertad y la solidaridad en el Hemisferio”; y en la que se indica que “la solidaridad
y la cooperación de los Estados americanos requieren la organización política de
los mismos sobre la base del ejercicio efectivo de la democracia representativa y
que el crecimiento económico y el desarrollo social basados en la justicia y la
equidad y la democracia son interdependientes y se refuerzan mutuamente”196.

193Es de sumo interés el Plan de Acción que se aprobó en dicha Cumbre y en el que se destina una
parte a “La Preservación y el Fortalecimiento de la Comunidad de Democracias de las Américas”.
(Asimismo, véase la Primera Cumbre Ministerial de Comercio y Foro empresarial, Denver, Colorado,
junio-julio de 1995, la segunda Cumbre celebrada en Cartagena de Indias, Colombia en marzo de
1996; la tercera cumbre celebrada en Belo Horizonte en Brasil en mayo de 1997). En lo mismo se
incide tanto en la Cumbre de Santiago de Chile de 1998 como en la Cumbre de Québec del 2001.
194J. ROLDAN BARBERO, Democracia y Derecho Internacional cit., p. 71. También, J. ROLDAN
BARBERO, La Carta democrática interamericana cit.
195Se podría, incluso, realizar un estudio detallado de este principio en los principales procesos de
integración que acontecen en América Latina y el Caribe, como Mercosur, la Comunidad Andina o la
Comunidad del Caribe. En todos ellos, se afirma, con rotundidad, el princpio democrático como
fundamento de la integración., vid., C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.
196Vid., J. ROLDAN BARBERO, La Carta democrática interamericana cit.
84
Más aún, cabría interpretar cómo se formula y proyecta la democracia en
este continente sobre la base de lo que se establece en el artículo 1 de dicha Carta
en la que, su mera lectura, es suficiente para comprender la intensidad y
profundidad de la afirmación del principio. El precepto señalado estipula que “los
pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación
de promoverla y defenderla. La democracia es esencial para el desarrollo social,
político y económico de los pueblos de las Américas”, y a lo largo del documento
se establecen algunos efectos relevantes de la afirmación de la democracia, sobre
todo, en su relación con los derechos humanos; en su vinculación con el desarrollo
integral y el combate de la pobreza; en el marco del Fortalecimiento y
preservación de la institucionalidad democrática; y, en particular, se detalla, en la
línea de resoluciones anteriores de la OEA, la relación entre la democracia y las
misiones de observación electoral, abogándose, incluso por una promoción de la
cultura democrática197.

Comoquiera que sea, debemos seguir preguntarnos qué valor ha llegado a


alcanzar la democracia en el ámbito del ordenamiento jurídico internacional. En
otras palabras, debemos saber si la democracia es o no un principio fundamental
del Derecho Internacional del Tiempo Presente; debemos determinar si la
democracia es o no un concepto que carece de efectos jurídicos; y debemos decidir
si la democracia está influyendo o no en la conformación de normas
internacionales de manera decisiva. En fin, la pregunta va de suyo y se podría quizá
resumir en las expresiones relativas a si la democracia, “como noción, concepto,
valor o principio”, ha llegado a penetrar en el orden jurídico internacional y de qué
modo.

b) Ciertas consecuencias prácticas de la afirmación de la democracia en el


orden internacional

Lo realmente importante, a los efectos jurídicos, es que la afirmación de la


democracia ha traído aparejada ciertas consecuencias en el comportamiento de los
Estados y de las Organizaciones Internacionales y, como es natural, en las
relaciones entre ellos. Ahora, se trata, tan sólo, de registrar algunas de las
consecuencias que supone, en el orden jurídico internacional, esta afirmación
reiterada y constante de la necesidad de establecer sistemas de carácter
democrático; y que, en esencia, serían los mejores índices de los verdaderos efectos
que la afirmación de la democracia, como régimen a instaurar en el conjunto de los
Estados que conforman la comunidad internacional, tendría en el Derecho
Internacional. Por supuesto, sin ánimo alguno de ser exhaustivos, podemos realizar
algunas reflexiones en ámbitos concretos:

En primer lugar, está claro que las normas básicas relativas al

197Ibid.
85
reconocimiento de Estados se han visto enriquecidas por la exigencia particular de
que los nuevos Estados respeten y garanticen un sistema de carácter democrático.
En este ámbito, podríamos sostener, con J. Roldán Barbero, que “en los últimos
años, el valor democracia ha ganado indiscutiblemente terreno a la libre elección
del sistema político. En lo atinente al reconocimiento de Estados y de Gobiernos,
por ejemplo, han acontecido novedades, singularmente en el marco europeo”198.

Como todos recordamos, la Declaración de los Doce referida al


reconocimiento de nuevos Estados en la Europa del Este y la Unión Soviética,
adoptada en 1991, suponía la adopción de una posición común que implicaba “el
respeto de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas y de los
compromisos suscritos en el Acta Final de Helsinki, y en la Carta de París, en
particular en lo que se refiere al estado de derecho, la democracia y los derechos
humanos”. Con ello, la Comunidad y sus Estados miembros afirman su voluntad de
reconocer (...) a los nuevos Estados que "tras las modificaciones históricas
acaecidas en la región, se crearían sobre una base democrática".

De este modo, la democracia aparece como una condición adicional, por lo


menos para un grupo de Estados que integran la comunidad internacional, a la hora
de proceder al reconocimiento de nuevos Estados, y sólo la generalización de esta
práctica le llevaría a constituirse en norma consuetudinaria de alcance universal.
Sea como fuere, la tendencia está apuntada y parece que reverdecen, ahora en el
ámbito del reconocimiento de Estados, las antiguas doctrinas de “legitimidad
democrática” que proliferaron al hilo del reconocimiento de Gobiernos199.

En segundo lugar, el mantenimiento de relaciones, con alcance general,


entre Estados y con Organizaciones internacionales y, en su caso, el
reconocimiento de ciertas situaciones, se ha hecho depender del carácter
democrático o no existente en el Estado en cuestión. Aunque no es posible en este
trabajo analizar y examinar con profundidad la acción de la OEA por lo que se
refiere a la proyección interna y externa del principio de la democracia, lo que sí se
puede constatar, por lo menos, es que, como hemos indicado, el seno de esta
Organización se han llevado a cabo, en los últimos años, numerosas acciones en la
línea del establecimiento y consolidación de los sistemas democráticos200 y, en

198J. ROLDAN BARBERO, Democracia y Derecho Internacional cit., p. 135.


199Por todos, ver las interesantes reflexiones de F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional
Público (Parte General), Madrid, 1993, p. 143 ss. Y, también, S. LAGHMANI, Vers une légitimité
démocratique?, loc. cit., pp. 249-278.
200Así, por ejemplo, en 1990 se creó la Unidad para la Promoción de la Democracia que ha puesto
en marcha programas relacionados con misiones de observación electoral (Proyectos nacionales,
actividades regionales y misiones de observación y asistencia técnica); y estimo que es de interés
también, en esta dirección, la lectura del documento de trabajo presentado por César Gaviria ya
citado, en el que se señala que “el documento dice de manera muy precisa lo que pretendemos hacer
en materia de fortalecimiento de la democracia en el hemisferio”. Este documento destina una parte a
86
particular, en el ámbito descrito.

Cabría destacar, muy en particular, la incesante acción de la OEA para


favorecer el establecimiento o restablecimiento de sistemas democráticos, siendo
quizá un ejemplo muy relevante el supuesto de Haití, en el que se ha llegado a
sostener que “reafirmando que uno de los propósitos esenciales de la Organización
de los Estados Americanos es promover y consolidar la democracia representativa
dentro del respeto al principio de la no intervención”, la reunión ad hoc de
Ministros de relaciones exteriores de la Organización resuelve “reafirmar la
decidida voluntad de los Estados miembros de continuar prestando, en el ámbito de
la Organización de los Estados Americanos, una activa cooperación orientada hacia
la consolidación del sistema democrático, la promoción del desarrollo económico y
social y el respeto absoluto de los derechos humanos (en Haití)”201.

En tercer lugar, el establecimiento de relaciones, preferentemente en el


sector económico, se condiciona, algunas veces, a la existencia de sistemas
democráticos. La Comunidad Europea ha celebrado, en este sentido, diversos
acuerdos con ciertos países, muchas veces, en el marco de la ayuda al desarrollo y
de ellos se desprende, con nitidez, que dicha ayuda está condicionada, en buena
parte, al mantenimiento de un sistema democrático.

Pero, incluso, con un alcance más general, cómo interpretar si no, por citar
un ejemplo de los primeros, el artículo 1 del acuerdo-marco de cooperación

la cuestión de la democracia bajo el título: “Hacia una acción integral para la democracia” en la que
se comienza diciendo lo siguiente: “El fortalecimiento, el ejercicio efectivo y la consolidación de la
democracia constituyen la prioridad política fundamental para las Américas. La Organización de
Estados Americanos es el principal organismo hemisférico para la defensa de los valores y las
instituciones democráticas”; y se dedica otra de las partes del mismo a la “La Unidad para la
promoción de la democracia”. En esta línea, hemos de señalar también que el impulso que la
democracia ha recibido en el seno de la OEA ha supuesto la adopción de diversas resoluciones al
efecto como, por ejemplo, la resolución 1402 (XXVI) de la Asamblea General sobre la Promoción de
la Democracia de 7 de junio de 1996 (la anterior: resolución 1337 -XXV- de 9 de junio de 1995) o la
resolución 1401 (XXVI) sobre la promoción de la democracia representativa de 7 de junio de 1996; lo
que, en buena parte, encuentra sus orígenes en la resolución 1080 (XXI) de 5 de junio de 1991 sobre
la democracia representativa, y en el compromiso de Santiago con la democracia y con la renovación
del sistema interamericano, aprobado en la tercera sesión plenaria, celebrada el 4 de junio de 1991.
Vid., también, los Informes generales anuales del S.G. de 1994-1995 y 1995-1996 (Unidad para la
promoción de la Democracia); y algunos de los discursos y declaraciones del Secretario General,
César Gaviria, tales como el pronunciado en la Conferencia de Paz y Democracia de Centroamérica,
Tegucigalpa, Honduras, 23 de octubre de 1994; en el Foro democrático, Democracia y Derechos
indígenas, Washington, 25 de abril de 1997; o en la Conferencia del Comando Sur sobre las “fuerzas
armadas, democracia y derechos humanos en el umbral del siglo XXI”, Miami, 5 de febrero de 1997.
201Vid., S. LAGHMANI, loc. cit., pp. 261-264. De todas formas, para comprobar los elementos más
relevantes de este asunto y los resultados finales: R. PANIAGUA REDONDO y J. ACOSTA, La
crisis haitiana y Naciones Unidas, Barcelona, 1994. Ver, en general, H. CAMINOS, The role of the
Organization of American States in the promotion and protection of democratic governance,
R.C.A.D.I., 1998, vol. 273, pp. 103-238.
87
comercial y económica entre la Comunidad Económica Europea y la República
Argentina, de 8 de octubre de 1990, que, por de pronto, adoptaba el enunciado de
"Fundamento democrático de la cooperación", y en el que se establecía que "1. Las
relaciones de cooperación entre la Comunidad y Argentina, así como todas las
disposiciones del presente Acuerdo, se fundamentan en el respeto de los principios
democráticos y los derechos humanos que inspiran las políticas internas e
internacionales de la Comunidad y Argentina. 2. El fortalecimiento de la la
democracia y la integración regional son los principios fundamentales del presente
Acuerdo y constituyen una preocupación compartida por ambas Partes (...)"202.

Más aún, como ha puesto de relieve J. Roldán Barbero, y aunque es verdad


que la denominada "cláusula democrática" es también una fórmula de rendimiento
económico, la verdad es que "con el Tratado de Maastricht se incorpora (…) al
derecho primario de la Comunidad Europea el nexo entre la política de desarrollo y
la triada de la cultura política occidental: democracia, derechos humanos, estado
de derecho"203.

Y lo mismo se puede apreciar en las relaciones bilaterales de algunos


Estados europeos. De este modo, resulta interesante, para nosotros, constatar, la
actitud de España en sus relaciones con ciertos países iberoamericanos y así
observamos como la "cláusula democrática" se ha insertado también en algunos
convenios de ayuda económica a Estados del hemisferio occidental204.

En definitiva, lo que tratamos de poner de relieve es que en la acción


exterior de ciertas Organizaciones Internacionales (y también de Estados) se señala
a la democracia como un factor a tener en cuenta para el establecimiento de
relaciones o para el normal desarrollo de las mismas y lo relevante, en suma, es que
se trasciende de las meras formulaciones políticas para llegar a la inclusión del
principio de la democracia en acuerdos que producen efectos jurídicos.

De este modo, considero que tienen gran interés, con independencia de la


eficacia real de los mismos, los acuerdos celebrados entre procesos de integración
económica. En particular, es significativo que la cláusula democrática aparezca en

202D.O.C.E., 26 de octubre de 1990. L. 295/68.


203J. ROLDAN BARBERO, La cooperación al desarrollo, Gaceta jurídica CE, número monográfico,
septiembre, 1992, 2ª parte, pp. 137-140, en especial, p. 138 (cursiva añadida). Un trabajo de gran
interés, D. LIÑAN NOGUERAS, Límites del discurso de la condicionalidad en la acción exterior de
la Unión Europea, en F. Mariño Menéndez, Acción exterior de la Unión Europea y Comunidad
Internacional, Madrid, 1998, pp. 413-438. En particular, las reflexiones e indicaciones sobre "la
cláusula democracia y derechos humanos como aglutinante del discurso de la condicionalidad", en pp.
422 ss. Aunque se hace, de manera primordial, desde la perspectiva de los derechos humanos, se
puede consultar la obra: La condicionalidad en las relaciones internacionales: ¿sirve para la
protección de los derechos humanos?, ILSA, Sanfé de Bogotá, 1996.
204 R. SAENZ GIL, Cooperación para el desarrollo entre España y América Latina, Zaragoza,
2001.
88
las relaciones convencionales, de mayor contenido, que se dan entre la Unión
Europea, la Comunidad Andina y Mercosur205.

Hemos de recordar, así, por un lado, el Acuerdo Marco para la creación de


la Zona de Libre Comercio entre el Mercosur y la Comunidad Andina, firmado en
Buenos Aires el 16 de abril de 1998, ambas partes estimaron que “la vigencia de
las instituciones democráticas constituye un elemento esencial para el desarrollo
del proceso de integración regional”. Aunque, más recientemente, el Acuerdo de
Complementación Económica celebrado entre la Comunidad Andina y el Mercado
Común del Sur (MERCOSUR), de 6 de diciembre de 2002, tan sólo se limita a
indicar que “la integración económica regional es uno de los instrumentos de que
disponen los países de América Latina para avanzar en su desarrollo económico y
social, a fin de asegurar una mejor calidad de vida para sus pueblos”.

Por otro lado, el Acuerdo Marco de Cooperación Interregional Mercosur-


Unión Europea, de 15 de diciembre de 1995, en el que se disponía, en su artículo 1,
que "El respeto de los principios democráticos y de los Derechos Humanos
fundamentales, tal y como se enuncian en la Declaración Univeral de Derechos
Humanos, inspira las políticas internas e internacionales de las Partes y constituye
un elemento esencial del presente Acuerdo"206.

Y, finalmente, el Acuerdo Marco entre la Comunidad Económica Europa y


el Acuerdo de Cartagena y sus Países Miembros, adoptado en Bruselas el 26 de
junio de 1992, en el que se estipula, en su artículo 1, que "las relaciones de
cooperación entre la Comunidad y el Pacto Andino y todas las disposiciones del
presente Acuerdo se basan en el respeto de los principios democráticos y de los
derechos humanos que inspiran las políticas internas e internacionales tanto de la
Comunidad como del Pacto Andino, y que constituyen un elemento fundamental
del presente Acuerdo"207.

205Ni que decir tiene que la democracia tambien aparece en las declaracions finales de las dos
Cumbres Unión Europea-América Latina celbradas hasta ahora. En partitucar, en el Compromiso de
Madrid, de 17 de mayo de 2002, se dice: “Los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, de
América Latina y del Caribe, reunidos en Madrid, nos comprometemos a avanzar en nuestra
asociación estratégica birregional basada en la Declaración y el Plan de Acción adoptados en la
Primera Cumbre que tuvo lugar en Río de Janeiro en junio de 1999. Nuestra historia y cultura, junto
con los valores y principios que compartimos, constituyen la base de esta relación privilegiada, así
como de nuestro enfoque común sobre las principales cuestiones internacionales. Necesitamos
enfrentar conjuntamente los graves desafíos y aprovechar las oportunidades el siglo XXI. Con un
espíritu de respeto mutuo, igualdad y solidaridad, reforzaremos nuestras instituciones democráticas e
impulsaremos los procesos de modernización de nuestras sociedades, teniendo en cuenta la im-
portancia del desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la diversidad cultural, la justicia y la
equidad social”.
206Cfr., L. Bizzozero, El acuerdo marco interregional Unión Europea-Mercosur: dificultades y
perspectivas de una asociación estratégica, Argentina, 2001.
207Es de interés, también, la Declaración común sobre el Diálogo político entre la Unión Europea y
la Comunidad Andina (Roma, 30 de junio de 1996) en la que se habla de que ambas partes están de
89

En cuarto lugar, la exigencia en la acción exterior, sobre todo de las


Organizaciones Internacionales, de afirmar la democracia y de consolidar sistemas
democráticos viene a significar, necesariamente, el establecimiento de este
requisito en los fundamentos de la propia Organización de la que se trate. En otros
términos, la democracia consigue situarse en el "marco de los elementos
constitucionales" de la Organización en cuestión. El fenómeno se aprecia, con toda
nitidez, en las Organizaciones o procesos con vocación de integración. Y no
supone, únicamente, una afirmación genérica sino que, también, se derivan
consecuencias jurídicas, en los supuestos en los que se produzca la ruptura del
orden democrático en algunos de los Estados miembros de la Organización.

Parecía que no iba a ocurrir, pero la Unión Europea se ha tenido que


enfrentar a la situación creada por el Estado austriaco, en el que la entrada en el
gobierno de un grupo político de “extrema derecha”, ha hecho reflexionar al resto
de los Estados miembros, a las instituciones comunitarias y, en definitiva, al
conjunto de la Unión Europea; y, lo que es más importante aún, ha encendido "el
sistema de alarma democrático”208.

Por último, hay que reconocer que son principalmente los Estados
europeos-occidentales, los que favorecen y propician el establecimiento de
regímenes democráticos en todas las zonas del planeta, siendo así que, tales
actitudes, producen, a veces, distorsiones importantes en el objetivo final. En
palabras de Edgar Pisani "en la actitud de Occidente con respecto a la
democratización del Este y del Sur hay algo de insoportablemente vanidoso.
Pretendemos estar en la posesión de la solución, y esperamos que sea aceptada
como verdad revelada. En un momento en que nosotros mismos nos estamos
cuestionando sobre la evolución necesaria de nuestros sistemas, los imponemos
como palabra del evangelio. Olvidamos que para que echen raíces, derechos del
hombre y democracia deben ser el fruto de la lucha que los pueblos libran contra
las dictaduras y contra ellos mismos"209.

Las manifestaciones de todo ello creo que pueden encontrarse en claras

acuerdo en "guiarse por los valores democráticos", y se pone de relieve que "el respeto de los
derechos humanos, las libertades individuales y el principio de la constitucionalidad del Estado, que
es la piedra angular de la sociedad democrática, guían la políticas interior y exterior de los países de
la Unión Europea y de la Comunidad Andina y sientan la base de su proyecto común". Un buen
anális, de todo ello, en W. HUMMER, El “Diálogo político” y el “Compromiso democrático” en las
zonas de integración en América Latina, Homenaje E. Rey Caro 2002, cit., pp. 1241 ss.
208Vid., E. REGAN, Are sanctions against Austria legal?, ZÖR, 55 (2000), pp. 323-336. Pero, como
he señalado, ciertas previsiones, más o menos definidas, se han contemplado también en otras
Organizaciones Internacionales, como Mercosur o la Comunidad Andina, adoptándose Protocolos
adicionales a los tratados constitutivos de estas Organizaciones y relativos al respeto, por los Estados
miembros, del principio de la democracia, C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.,
209EL País, 30 de julio de 1992. La transición democrática.
90
actitudes y comportamientos que los Estados europeos-occidentales han mantenido
en relación con ciertos acontecimientos o, quizá, en sus relaciones con otros
Estados. Tal aspiración puede llegar, incluso, a adquirir dimensiones más
considerables y demostrar, no sólo una actitud "contradictoria" de los Estados de
tradición occidental respecto a situaciones similares sino, incluso, contraria a
ciertas normas fundamentales del Derecho Internacional.

Las situaciones ciertamente varían, pero, en un breve repaso por la historia


de los últimos años, vemos que pueden ir desde aquellas en las que se atisban
elementos de cierta “comicidad” al animar artificialmente el desarrollo de algunos
procesos democráticos, como, a mi juicio, podría calificarse el flagrante ridículo de
lo sucedido en Kuwait al fragor de la "guerra del Golfo"; pasando por la actitud
"acrítica" en situaciones en las que era de esperar un claro pronunciamiento al
respecto en favor de la "legalidad democrática" como sucedió con ocasión del
triunfo del Frente Islámico de Salvación en la primera vuelta de las elecciones en
Argelia, en 1992; hasta llegar a la situación más dramática de pretender justificar el
uso de la fuerza sobre la base de "criterios democráticos", como se hizo, aunque
hace ya más tiempo, con la invasión de Panamá por los Estados Unidos en 1989210.

Por esto, aunque con otras palabras menos amargas, podríamos suscribir el
fondo de las reflexiones de A. Remiro Brotons cuando ha indicado que:
“guardémonos de ir deprisa. Pretender introducir cuñas federalistas en un contexto
internacional conduce a una secuencia imparable de despropósitos. Viejas recetas,
ahora con un plus de incoherencia. No juguemos con las necesidades del Tercer
Mundo, moviendo las fichas del Primero. No demos por descontado que ellos
quieren lo que nosotros queremos que quieran. No acabemos suscribiendo planes
que, bajo la apariencia de espectaculares avances normativos, suponen lamentables
retrocesos institucionales. ¿Qué significa en términos prácticos que Estados Unidos
y la comunidad internacional deberían no sólo asistir, sino garantizar el resultado
de elecciones libres y el establecimiento de una democracia constitucional?"211.

Esta consecuencia de la afirmación del principio democrático en las


relaciones internacionales, aclara que nadie podrá aún sostener que, en un breve
lapso de tiempo, vayan a imperar sistemas democráticos en todas las
organizaciones y sistemas políticos del planeta, de modo que la democracia se
constituya en un elemento imprescindible para la coexistencia o la convivencia
entre los Estados y en un eje inspirador, y condición sine qua non, de la
cooperación internacional.

210Vid., P. NANDA, The validity of United States Intervention in Panamá under International Law,
A.J.I.L. 1990, pp. 494-503.
211A. REMIRO BROTONS, Civilizados, bárbaros y salvajes en el nuevo orden internacional,
Madrid, 1996, pp. 68-69.
91
Pero no por ello, hay que negar que la tendencia apuntada sea
extraordinariamente clara y significativa. Tan es así que, en unos casos, la presión
sobre los Estados que no admiten dicho régimen, aunque también por otras
razones, se deja sentir con toda virulencia, como es, claro está, el caso cubano. Y
en otros supuestos, los gobernantes de ciertos Estados, como es el marroquí, se ven
forzados a establecer una "democracia aparente" con el fin de mantener y
profundizar en sus relaciones con los Estados occidentales.

De cualquier manera, también son perceptibles las reacciones que producen


ciertos comportamientos o declaraciones que caminan en la dirección de la defensa
de la democracia como sistema que debe imperar en el conjunto de Estados que
conforman la comunidad internacional. Baste recordar que, en la Cumbre del
Movimiento de Países no alineados que tuvo lugar en Yakarta en septiembre de
1992, ciento ocho Estados reafirmaron la validez universal de los derechos
humanos básicos y de las libertades fundamentales, y saludaron la creciente
tendencia presente en la sociedad internacional hacia la democracia.

Pero, no por ello, dejaron de subrayar que "ningún país debe usar su poder
para dictar su concepto de democracia y derechos humanos o para imponer
condiciones a otros". Durante el mismo mes, la Asamblea paritaria ACP/CE no
pudo adoptar el informe relativo a la "democracia y el desarrollo" elaborado por el
eurodiputado español Sr. José Enrique Pons Grau, por la oposición de los
representantes de los países ACP, siendo destacable que algunos de los elementos
que provocaban el rechazo eran precisamente: la afirmación, en el informe, del
derecho de injerencia democrática proclamado por los parlamentarios europeos, y
la condicionalidad de la ayuda, consecuencia práctica de ese pretendido derecho de
injerencia212.

En definitiva, y desde la perspectiva jurídica, estimo que no le faltó razón a


J. Salmon cuando afirmó que "le processus extrêmement positif de la place de la
démocratie dans les relations internationales et en droit internacional mérite
incontestablement d'être appuyé. Cela doit cependant rester un processus contrôlé,
afin que le combat pour la démocratie ne devienne pas un prétexte, au profit des
puissants, pour imposer à des victimes aléatoires des interventions, des abus de
qualifications, et, en fin de compte, leur totalitarisme"213.

La democracia es considerada, en el seno de la comunidad internacional


del tiempo presente, como uno de los principios que inspiran la acción de los
miembros que la integran o si se quiere, con mayor precisión, cabría decir, con J.

212Cfr., Europa-desarrollo, nº 38, noviembre 1992, p. 2. Habrá que llegar, por lo tanto, a un acuerdo
respecto al contenido de la democracia en el ordenamiento jurídico internacional. Una aproximación a
ciertos aspectos en J. Y. MORIN, L'Etat de droit: émergence d'un principe du droit international,
R.C.A.D.I., 1995, vol. 254, pp. 9-464.
213J. SALMON, Vers l'adoption d'un principe cit., p. 86.
92
Roldán Barbero, que “la democracia se ha convertido en un vector indiscutible de
las relaciones internacionales; el derecho internacional se configura como un activo
agente de democratización; en cierto sentido, como un contrato social entre Estados
para la defensa de la democracia”214. Por lo que cabe señalar, con el énfasis que
corresponda, que la democracia va penetrando en las entrañas de la sociedad
internacional del tiempo presente y comienza a producir efectos, y cada vez más,
en el plano del ordenamiento jurídico internacional.

c) El significado de la democracia en el ordenamiento internacional

A mi juicio, sería difícil sostener que existe un principio democrático


calificable de estructural en el orden jurídico internacional, lo que no quita que la
democracia sí se está dejando sentir, de manera notable, en el seno de este
ordenamiento jurídico. Con mayor crudeza, podríamos decir que la democracia ha
“atacado” a las esencias del orden jurídico internacional y, por ende, su
consideración debe hacerse en el seno de algunos de los principios más
consagrados del mismo. Por lo demás, la democracia también produce efectos en
determinadas normas del ordenamiento jurídico internacional más allá de los
efectos que produce en el ámbito de los principios.

Considero, por lo tanto, que merece la pena diseñar, aunque sea con
carácter muy general, algunos de los efectos que la consideración de la democracia
pueda producir en el ámbito del principio relativo a la igualdad soberana, del
principio concerniente a la no intervención y del principio que reconoce el derecho
de los pueblos a la libre determinación, siempre, claro está, sobre la base del
carácter evolutivo de estos principios que se encuentran en constantes procesos de
transformación. Y, asimismo, observar cómo la democracia se vincula, también,
con otros principios de este ordenamiento, como es el caso del relativo al
reconocimiento y protección de los derechos humanos.

La verdad es que los tres principios mencionados primeramente, a pesar de


su autonomía normativa y de ser el resultado de procesos históricos e
institucionales diferentes, tienen algunos elementos en común, y entre ellos quizá
corresponda resaltar ahora que, en los tres casos, se pone el acento en la defensa
“del sistema político” de los Estados o de los entes eventualmente destinatarios de
normas internacionales.

Por seguir las expresiones que se utilizan en la Resolución 2625 (XXV) de


la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 1970, podemos decir que, en el
marco del principio de la no intervención, se preceptúa que: “Todo Estado tiene el
derecho inalienable a elegir su sistema político, económico, social y cultural, sin
injerencia en ninguna forma por parte de ningún otro Estado”; que por lo que se

214J. ROLDAN BARBERO, Democracia y Derecho Internacional cit., pp. 24-25.


93
refiere al principio de libre determinación se dice que: “todos los pueblos tienen
derecho a determinar libremente, sin injerencia externa, su condición política y de
proseguir su desarrollo económico, social y cultural”; y que, en el ámbito del
principio de la igualdad soberana, se reconoce que: “Cada Estado tiene derecho a
elegir y a llevar adelante libremente su sistema político, social, económico y
cultural”.

Con todo, observamos cómo los Estados y los pueblos podrán determinar
libremente su sistema político, de tal manera que el derecho internacional no
establece prima facie elementos de legitimidad en razón del sistema político que se
establezca. En otros términos, de las expresiones que se contienen en los
mencionados principios, no cabría deducir que la democracia tendría que ser
necesariamente el sistema político adoptado por los Estados y por los pueblos y,
menos aún, que tuviera que tratarse de la democracia representativa.

Ahora bien, sobre la base de lo anterior, lo que sí es apreciable, en la


sociedad internacional, es que en el ejercicio de los derechos a los que nos hemos
referido aparece la tendencia a que se instauren sistemas políticos democráticos y
que, dentro de un margen de actuación propia de los Estados y de los pueblos, se
vaya progresivamente caminando hacia la instauración de la democracia como
sistema político idóneo para el establecimiento de relaciones estrechas de
colaboración y cooperación.

Sin entrar en el fondo de las cuestiones planteadas, lo que sí se dibuja, con


ello, en el panorama del Derecho Internacional, son los principales efectos que esa
tendencia está produciendo en cada uno de los principios señalados, y que permiten
constatar cómo, de un modo u otro, la democracia se va configurando en el sistema
político, no sólo tolerado por la comunidad internacional en su conjunto sino,
incluso, animado e “instigado” por la misma, con el objetivo de que el mayor
número de Estados gocen de un régimen o sistema democrático en la sociedad
internacional del tiempo presente.

Como decía anteriormente, cabría reflexionar respecto a las nuevas


perspectivas y desarrollos del derecho a la autodeterminación de los pueblos en el
marco del significado que la democracia adquiere en la configuración normativa de
este principio fundamental del ordenamiento jurídico internacional que ha venido
operando, durante largo tiempo y como se sabe, en el ámbito de la descolonización
y que comienza a abrirse camino en otras situaciones distintas. Como lo ha
señalado J. Roldán “el principio de la libre determinación se proyecta a situaciones
posteriores a la descolonización y sin ningún ligamen con el período colonial. En
virtud de esta renovación, la autodeterminación se emancipa del derecho de cada
Estado de elegir su sistema político (…) y se asimila, como en sus orígenes, a la
democracia política, a un derecho colectivo que asiste a los pueblos para
94
autogobernarse en el interior de un Estado” 215. En esta línea, lo que cabría decir
es, con F. Mariño Menéndez, que “en un sentido general y fundamental, el objetivo
último del principio de libre determinación apunta ciertamente a la realización de la
democracia: la autodeterminación de los pueblos es una manifestación central de la
realización de la democracia. Pero tal ideal, que abarca en realidad todos los
aspectos de la vida colectiva, es de difícil concreción y formulación a escala
universal, no habiendo un único modelo de democracia que el conjunto de los
Estados acepte como tal”216.

Cabría preguntarse, también, acerca de las relaciones entre democracia y


principio de la no intervención, principalmente en lo referente a la posibilidad de
que el Derecho Internacional aceptase supuestos de injerencia con el objeto de
establecer o restaurar sistemas democráticos217, ya que, en principio, podría parecer
inconciliable la tendencia al establecimiento de sistemas democráticos y la
afirmación del principio de la no intervención; y, sin duda, no estaría demás pensar
en el influjo de la democracia en la configuración normativa del principio de la
igualdad soberana de los Estados.

El examen de la práctica de los Estados revela que los citados principios


continúan siendo esenciales en el actual orden jurídico internacional y que se van
viendo enriquecidos por la presencia de nuevos valores entre los que se halla, sin
duda, el valor de la democracia. De esta manera, empieza a estimarse, en la
sociedad internacional del tiempo presente, que el ejercicio efectivo y cabal de los
mismos debería hacerse en el marco de lo que determina la instauración y
consolidación de sistemas democráticos sin que, por ello, sea aceptable que se
produzcan injerencias de unos Estados en otros con esa finalidad.

En otros términos, se avanza paulatinamente en la dirección de constituir


Estados de carácter democrático así como en la democratización de la propia
sociedad internacional organizada, sin que ello sea un obstáculo para que se
mantengan, en cuanto tal, los derechos que corresponden a los Estados y los
pueblos de determinar libremente su sistema político, el derecho a no sufrir
injerencias, y los derechos que se derivan del disfrute y ejercicio de la propia
soberanía.

Más allá, es apreciable, como decimos, la intensa vinculación entre


democracia y derchos humanos. Por supuesto, que, como señalamos, la

215Ibid., pp. 162-163.


216F. MARIÑO MENENDEZ, Naciones Unidas y el derecho de autodeterminación, Balance y
perspectivas cit., p. 101.
217Ibid., pp. 103 ss. Estimo que está fuera de toda duda la no pertinencia del reconocimiento de un
derecho de intervención armada con el objetivo de instaurar o restablecer sistemas democráticos, C.
M. DIAZ BARRADO, La prohibición del uso de la fuerza y sus excepciones: Balance a los cincuenta
años de Naciones Unidas, Balance y perspectivas cit., pp. 155 ss.
95
Conferencia de Viena de 1993, en el marco de la Segunda Conferencia mundial
sobre derechos humanos, supuso, de alguna forma, el resumen de los avances que,
en esta materia, se han producido a lo largo del siglo XX y, en ella, se señalaron los
desafíos a los que se debía enfrentar la sociedad internacional durante el siglo XXI.
Lo importante es, como lo indicó el Secretario General de las Naciones, en su
discurso de inauguración de la Conferencia el 14 de junio de 1993, que “es
entonces natural que la comunidad internacional experimente hoy el deseo de
examinar sus propios valores y que, al reflexionar sobre su historia, se interrogue
sobre su identidad más profunda, es decir, sobre el hombre, y sobre la protección
que se brinda a sí misma mientras se la brinda a él”218.

Lo que debemos subrayar, no obstante, es que la democracia aparece a lo


largo de esta Conferencia, y en particular en los documentos oficiales, vinculada
estrechamente a la cuestión relativa a la protección de los derechos humanos.
Desde un primer momento, el propio Secretario General tomó partido al efecto
señalando que “los derechos humanos dependen en extremo de la manera como los
Estados los entienden; en otras palabras, de la forma en que gobiernan a sus
pueblos; y dicho de otra manera, del carácter más o menos democrático de sus
sistemas políticos”, formulando incluso un voto solemne en el sentido de que la
Conferencia debería estar a la altura del tema a tratar y situándose bajo la égida de
lo que el llamó “los tres imperativos de la Conferencia”: universalidad, garantías,
democratización219.

En esta línea, Boutros Ghali realizó un profundo análisis de la vinculación


existente entre democracia y derechos humanos, insertando la primera en el
sistema internacional de protección de los segundos. Además de sus interesantes
reflexiones220, lo relevante, a mi juicio, será el significado que, para el Secretario
General, adquiere la democracia en el ámbito de la protección de los derechos
humanos, de tal manera que no se podría concebir el reconocimiento de derechos,
los sistemas de protección, la universalidad e interdependencia de los derechos
humanos e, incluso, el propio sistema internacional en su conjunto sin que la
democracia estuviese presente.

En palabras del Secretario General el imperativo de la democratización es


el “elemento fundamental que está en juego en este fin de siglo. Sólo la
democracia, dentro de los Estados y dentro de la comunidad de Estados, es
verdadera garante de los derechos humanos. Sólo la democracia concilia los

218Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Naciones Unidas, Nueva York, 1995, p. 6 (cursiva
añadida).
219Ibid, pp. 9 y 10 (cursiva añadida).
220Sobre el papel de la democracia en el ámbito del derecho al desarrollo (“no puede haber desarrollo
duradero sin promoción de la democracia y, por ende, sin respeto de los derechos humanos”). Y de la
relación indispensable entre democracia y pacificación de conflictos y solución de controversias (“la
democracia es una garantía para la paz”), Ibid, p. 21.
96
derechos individuales y los derechos colectivos, los derechos de los pueblos y los
derechos de las personas. Sólo la democracia concilia los derechos de los Estados y
los derechos de la comunidad de Estados”221.

De un modo un otro, las inquietudes del Secretario General quedaron


recogidas en la Declaración y en el Programa de Acción de Viena, aunque quizá
no con la intensidad que cabría deducir de sus palabras. Por esto, podemos señalar
algunos de los aspectos principales de la relación democracia-derechos humanos
tal y como, finalmente, quedó reflejada en esta Conferencia, recogiendo los
siguientes aspectos:

En verdad, la Conferencia de Viena se hace eco de los cambios que se han


producido en la sociedad internacional y reafirma los principios consagrados en la
Carta de las Naciones Unidas, entre los cuales, como se sabe, no se encuentra el
principio democrático, de tal modo que la Conferencia parte de la consideración de
que la democracia no es un principio fundamental del “orden internacional”. Ahora
bien, ello no quita que el principio fundamental relativo a la protección de los
derechos humanos no deba interpretarse en un “entorno democrático”.

Para la Conferencia Mundial de Derechos Humanos este respeto debe


ejercerse en condiciones “de paz, democracia, justicia, imperio de la ley,
pluralismo, desarrollo, niveles de vida más elevados y solidaridad”. De lo anterior
queda claro que no hay un pronunciamiento decisivo, por parte de la Conferencia,
en el sentido de introducir a la democracia como un factor absolutamente
determinante en la actual sociedad internacional y, asimismo, que se ofrece una
visión amplia de la democracia222 no vinculada necesariamente a lo que se entiende
por la misma en el mundo occidental; de ahí quizá el empleo del término “imperio
de la ley” en lugar de utilizar las expresiones “estado de derecho”223.

221Ibid, pp. 10-11.


222Esto se desprende de lo que se señala en el punto 2 de la Declaración, al hilo del derecho a la libre
determinación de los pueblos, en donde se habla de que los pueblos estén “dotados de un gobierno
que represente a la totalidd del pueblo perteneciente al territorio, sin distinción alguna”; y, sobre todo,
del importante punto 5 en el que habita un reconocimiento de la diversidad de sistemas políticos.
223Esta actitud se comprueba de manera más fehaciente en otras Conferencias internacionales
celebradas en el decenio de los noventa, en las que el término democracia o bien no aparece como es
el caso de la Cumbre Mundial en favor de la Infancia o bien aparece con un carácter extremadamente
sectorial como es el caso de la Cumbre sobre la Mujer, en la que para erradicar la pobreza se requiere
la participación democrática (punto 47 del Programa de Acción) y se señala el papel de la democracia
respecto a la función de “la mujer en el ejercicio del poder y la adopción de decisiones” (puntos 181 y
182 del Programa de Acción). No obstante, no debemos olvidar que, con un carácter más general, en
el punto 15 de la Declaración se señala que “la igualdad de derechos, de oportunidades y de acceso a
los recursos, la distribución equitativa entre hombres y mujeres de las responsabilidades respecto de
la familia y una asociación armoniosa entre ellos son indispensables para su bienestar y el de su
familia, así como para la consolidación dela democracia”. Con ello se le otorga a la democracia un
lugar central en el marco de los objetivos a satisfacer mediante la promoción de los derechos de la
mujer. Por su parte, en el punto 15 del Programa de Acción (referido al contexto mundial) se indica la
97

Pese a todo, debemos valorar de manera muy positiva el hecho de que el


concepto democracia se configure como una de las condiciones que determinan el
ejercicio de la promoción y el fomento de los derechos humanos y del derecho de
libre determinación de los pueblos. En otros términos, a diferencia de lo que
sucedió en la Primera Conferencia Mundial de derechos humanos, celebrada en
Teherán en 1968, ahora nos encontramos con que la democracia forma parte ya,
aunque sea tenuemente, del sistema de protección de derechos humanos, y a pesar
de que, con ello, no se pueda decir todavía que a la democracia se le haya dado, en
la Declaración y en el Programa de Acción de Viena, un lugar extraordinariamente
relevante y decisivo en la configuración del orden internacional. Esto podemos
comprobarlo si procedemos a la lectura de estos documentos en los que, tan sólo de
forma esporádica, va apareciendo el concepto democracia. Quizá sea en el punto 8
de la Declaración en el que se le dé a la democracia un mayor significado al
afirmarse que “la democracia, el desarrollo y el respeto de los derechos humanos y
de las libertades fundamentales son conceptos interdependientes que se refuerzan
mutuamente. La democracia se basa en la voluntad del pueblo, libremente
expresada, para determinar su propio régimen político, económico, social y
cultural, y en su plena participación en todos los aspectos de la vida”. En otros

tendencia mundial a la democratización como un fenómeno importante a tener en cuenta, a pesar de


que, pese a ella, no se estén logrando los objetivos que se pretendan. Por lo que se refiere a la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio ambiente y el desarrollo (A/CONF. 151/26 vol.
II, Río de Janeiro, 12 de agosto de 1992) en el punto 2.6 del programa 21 se pone de relieve que el
desarrollo sostenible exige el “avance hacia un gobierno democrático, a la luz de las condiciones
concretas de cada país”, que permita “una plena participación de todas las partes interesadas”. Por lo
demás, hay referencias a la democracia en el punto 3.2 (capacitación de los pobres para el logro de un
subsistencia sostenible); sección III (fortalecimiento del papel de las ONG); sección IV (Fondo para
el Medio Ambiente Mundial). En la Conferencia internacional sobre Población y desarrollo
(A/CONF. 171/13, El Cairo, 18 de octubre de 1994) se contienen referencias en el Capítulo III sobre
relaciones entre la población, el crecimiento económico sostenido y el desarrollo sostenible, punto
3.21; en el Capítulo X sobre Migración internacional, puntos 10.1, 10.3 y 10.23; y en el ámbito de la
enseñanza y la educación, puntos 11.2 y 11.12. No obstante, quizá sea la Cumbre Mundial sobre
desarrollo social en la que, de una manera más amplia y directa, se le conceda a la democracia un
papel significativo en la consecución de los objetivos que se determinan en la propia Conferencia y,
por ello, ya en el punto 4 de la Declaración de Copenhague se afirme que “Estamos convencidos de
que la democracia y un buen gobierno y una administración trasparentes y responsables en todos los
sectores de la sociedad son bases indispensables para la consecución del desarrollo sostenible en los
aspectos sociales y en el ser humano”. Ahora bien, será en los puntos 25 y 26 de la citada Declaración
en los que se presente a la democracia tanto como un objetivo a lograr, en el marco del desarrollo
social, así como un concepto especialmente válido y útil a la hora de interpretar las acciones a adoptar
en el marco de dicho desarrollo, ya que más allá de que el punto 26 f se señale a la promoción de la
democracia en el marco de la acción a realizar por los Estados, lo relevante es que en el punto 25 se
indica, con toda claridad, que “Nosotros, Jefes de Estado y de Gobierno, declaramos que sostenemos
una visión política, económica, ética y espiritual del desarrollo social que está basada en la dignidad
humana, los derechos humanos, la igualdad, el respeto, la paz, la democracia, la responsabilidad
mutua y la cooperación y el pleno respeto de los diversos valores religioso y éticos y de los orígenes
culturales de la gente”, dejándose extraordinariamente claro que “en las políticas y actividades
nacionales, regionales e internacionales otorgaremos la máxima prioridad a la promoción del progreso
social y al mejoramiento de la condición humana, sobre la base de la plena participación de todos”.
98
casos, tan sólo se expresa la voluntad de cooperar por parte de todos (incluso con
asignación de recursos) con los Estados que están en proceso de democratización
(punto 9, 34, 67); se califican ciertos actos, como el terrorismo o el tráfico de
drogas como acciones que atentan contra la democracia (punto 17). Por lo demás,
y aunque no se haya insistido sobremanera en ello, la aparición de la democracia en
las Conferencias internacionales citadas, en unos casos como objetivo a satisfacer,
en otros como condición precisa para el logro de una determinada situación y, en
otras ocasiones, como elemento de interpretación en las acciones a llevar a cabo es
significativa a los efectos de la consideración de esta realidad en el sistema
internacional y representa una prueba, aunque sea tenue y aún no definitiva, de la
tendencia que se observa en el conjunto de la sociedad internacional hacia el
establecimiento y consolidación de sistemas democráticos.

Al hilo de los comentarios anteriores, lo destacable es que se aprecia, con


toda nitidez, una tendencia segura, en la sociedad internacional, a ir traduciendo
paulatinamente el concepto de democracia a términos y consecuencias jurídicos,
de tal manera que algunos de los principios fundamentales del ordenamiento
jurídico internacional se ven impregnados e influidos por dicho concepto. No se
afirma, desde luego, un principio democrático con carácter y alcance universales y
de contenido obligatorio, pero sí se interpretan y configuran otros principios
jurídicos a la luz del significado del mismo.

Por lo que se deben suscribir, en esencia, las expresiones de M. Bedjaoui,


para quien "la democratización de las relaciones internacionales implica la
participación de los Estados, grandes, medianos y pequeños, con los mismos
derechos, en el examen y la solución de los problemas internacionales de interés
común, entre los cuales cabe citar el desarrollo y la paz, que pasan uno y otro por el
establecimiento de un nuevo orden económico internacional"224. Desde luego, esta
tendencia se va afirmando, pero el logro de la democracia en el orden jurídico
internacional del tiempo presente exige un marco jurídico más completo o, en
plabaras de M. Sahovic, para democratizar "il faut suivre aujourd'hui les voies de
l'institutionnalisation de la communauté internationale"225.

2. La Sociedad internacional en la que habitan las desigualdades en un


entorno de "relativa solidaridad"

Es claro, por lo demás, que la intensificación de las relaciones políticas y


económicas entre los Estados y, concretamente, el progresivo desarrollo de la
cooperación a todos los niveles, ha generado relaciones de dependencia e inter-

224M. BEDJAOUI, Hacia un nuevo cit., p. 164.


225M. SAHOVIC, Est-il possible de démocratiser le droit international?, Home. B. Ghali, Bruselas,
1998, p. 1343. Para este autor la democratización de las relaciones internacionales y del derecho
internacional son las dos manifestaciones de un mismo proceso, Cfr., p. 1333.
99
dependencia entre éstos, más acusadas que en épocas pasadas. Asimismo, los
avances técnicos y científicos nos sitúan ante un futuro cercano en el que la
dependencia mutua, no sólo entre los Estados, sino entre los seres humanos será
cada vez mayor.

La cooperación internacional recobra un especial vigor, porque la


profundización en la interdependencia que ha conducido a la globalización ha
acrecentado la necesidad de cooperar. El Sr. Kofi Anan lo ha expresado de forma
meridianamente clara al afirmar que "en el proceso actual de creciente
mundialización, ninguna de las cuestiones críticas con que nos enfrentamos puede
resolverse en un ámbito exclusivamente nacional. Todas requieren la cooperación, la
asociación y un reparto de tareas entre los gobiernos, las Naciones Unidas, las
organizaciones regionales, las organizaciones no gubernamentales, el sector privado y
la sociedad civil. Las Naciones Unidas han desplegado considerables esfuerzos para
forjar asociaciones mundiales que promuevan los intereses internacionales, pero
necesitamos profundizar aún más ese proceso"226. Verdaderamente, esta necesidad
resulta acuciante para los Estados, pero supone también la implicación de los
individuos, los pueblos y, por supuesto, las Organizaciones Internacionales.

No obstante, a pesar del avance en la cooperación internacional y de la


existencia de múltiples interdependencias, sobre todo entre los Estados del planeta,
las desigualdades en la sociedad internacional que derivan, tanto de razones
históricas como de los diferentes niveles de desarrollo político y económico
existentes entre los actores de las relaciones internacionales, permanecen y
perviven y, en algunos sectores, se acrecientan e, incluso, se manifiestan de una
manera más intensa y desgarradora.

En la sociedad internacional contemporánea sucede lo que ya apuntaba,


hace tiempo, M. Merle, cuando decía que en un mundo en el que los recursos
efectivamente disponibles son por hipótesis limitados y en donde las capacidades
de acceso a la riqueza han sido distribuidas, por razones históricas y geográficas,
desigualmente, los intereses en presencia entrarán necesariamente en conflicto los
unos con los otros. Todo hace prever la existencia de graves desigualdades en la
distribución de las riquezas y en las oportunidades que van a tener los grupos en
presencia para modificar su reparto227.

La desigualdad está, por lo tanto, en las esencias mismas de la sociedad


internacional y se expresa a través de dimensiones diferentes o, mejor dicho,
encuentra manifestaciones, en realidad, en todos los ámbitos de las relaciones
internacionales. Esto no impide que ciertos sectores presenten mayores elementos

226 Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Suplemento nº. 1 (A/56/1),
Nueva York, 2001, párrafo 11.
227Cfr., M. MERLE, Sociologie des relations internacionales, 3º ed., París, 1982, p. 219.
100
de desigualdad. En este contexto, encuentran sentido, con un alcance más general,
las expresiones de S. Belaid, para quien "outre ses composantes inégalitariste et
non-solidariste, le libéralisme économique est, en dernière analyse, la doctrine du
<chacun pour soi> dans les relations internationales et de la prédominance de la
logique strictement <nationaliste> ou plutôt <egoïste> dans la considération et
l'inter-action des intérêts en présence"228.

Abundan, ciertamente, las descripciones relativas a la situación en la que se


encuentra el planeta en relación con las desigualdades, -sobre todo cuando este
fenómeno se analiza desde la perspectiva económica-, que existen entre los
Estados, los grupos de Estados, los pueblos y, en el fondo, las personas que habitan
en la sociedad internacional. Baste recordar, por ello, las “moderadas” expresiones
del Secretario General de las Naciones Unidas, para quien "sigue habiendo una
sensible diferencia entre las aspiraciones y los logros. A pesar de la prosperidad sin
precedentes de que disfrutan muchos países gracias a los avances tecnológicos y a
la mundialización de la producción y las finanzas, ni los gobiernos ni las Naciones
Unidas, ni tampoco el sector privado, han dado con la clave para erradicar la
persistente pobreza en que se debate la mayor parte de la humanidad". Para
continuar indicando que "de hecho, los desequilibrios existentes actualmente en la
economía mundial plantean graves desafíos a la estabilidad internacional del
futuro. Se trata de desequilibrios en la distribución de la riqueza, entre las fuerzas
que promueven la integración económica y las que impulsan la fragmentación
política, y entre los efectos de la presencia humana en los sistemas planetarios de
apoyo a la vida y la capacidad de éstos"229.

Dos elementos se combinan, pues, en la realidad que se configura en la


actual sociedad internacional. Por un lado, se mantienen y, en ocasiones, se
acrecientan las desigualdades entre los actores de las relaciones internacionales
que se expresan, con toda nitidez, cuando se comparan los niveles de desarrollo
económico y social de los diversos países del planeta. Por otro lado, esta
desigualdad de hecho tiene que convivir con el hecho de la inexcusable
interdependencia que, como se sabe, se ha acrecentado también en épocas más
recientes. Como ha dicho D. Colard, la mundialización de la economía, de las
técnicas y de los numerosos problemas nacionales ha creado "una interdependencia
creciente entre los actores de la Sociedad internacional"230.

228S. BELAID, loc. cit., p. 319.


229Un Programa de Reforma cit, párr. 4 (cursiva añadida).
230D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 122. Es verdad que se puede adoptar otra
perspectiva, como lo hace M. FLORY cuando señala que "la idea de una comunidad internacional
solidaria desaparece bajo los efectos de la mundialización en favor de la economía de mercado. La
toma de conciencia de una solidaridad planetaria con su exigencias es abandonada por un mercado
global competencial en el que los operadores actúan conforme a sus intereses de mercado", Cfr., loc.
cit., p. 629.
101
El objetivo a cumplir por la sociedad internacional y por su ordenamiento
jurídico está, en consecuencia, perfectamente delimitado y, como veremos, falta
aún por precisar los medios, los procedimientos y los mecanismos para el logro de
este objetivo. En palabras del autor citado, la única forma de que el sistema
internacional se adapte a las nuevas realidades es profundizando en las
solidaridades universales "cela passe par le partage des responsabilités, des
moyens, des ressources et des richesses"231. Y, más recientemente, lo ha dicho, sin
ambages, el Secretario General de las Naciones Unidas, al enfatizar que "como
resultado de la globalización, poco a poco se está empezando a comprender que el
compromiso de todo el mundo para con los países pobres, responde, no sólo a un
imperativo moral, sino también a un interés común. Cada país debe asumir la
responsabilidad principal de sus propios programas de crecimiento económico y de
reducción de la pobreza. Sin embargo, librar al mundo del azote constituido por la
pobreza extrema es un desafío para cada uno de nosotros. Es un desafío al que
tenemos ineluctablemente que responder"232.

En este marco, el Derecho Internacional apuesta, no obstante, por la


afirmación general de la igualdad jurídica entre los Estados; lo que supone, por de
pronto, el respeto a la independencia política de éstos y la obligación de abstenerse
de intervenir en sus asuntos internos y, en definitiva, abrir el camino, como decía el
Secretario General de las Naciones Unidas, para "construir instituciones, encontrar
modos de hacer frente a los problemas mundiales que provoquen menos
enfrentamiento y buscar formas más productivas de utilizar recursos humanos,
materiales y tecnológicos", porque ahora, al dejar atrás las consideraciones
políticas "la economía de las relaciones internacionales tiende claramente a
determinar la política en la materia"233.

Se constata, por tanto, que el ordenamiento jurídico internacional aporta,


también para eliminar las desigualdades, el significado profundo del concepto de
soberanía cuya expresión no es otra que la igualdad soberana. Como lo ha
indicado A. Pellet, en la sociedad internacional los Estados son igualmente
soberanos o soberanamente iguales. "La igualdad entre los Estados es un dato
fundamental del ordenamiento jurídico internacional (...)"234. Y, a mi juicio, esta
noción de igualdad soberana debería sobrepasar los límites, en su interpretación
jurídica, de las entidades estatales, por lo que se podría afirmar, en derecho, un
principio inspirador de la igualdad en sentido amplio, que abarcarse, también, a
otros entes de la sociedad internacional. En otras palabras, el mayor protagonismo
en la escena internacional que van adquiriendo otros entes, diferentes de los

231D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 138.


232Informe sobre la Cumbre del Milenio , párr. 188.
233Memoria sobre la labor de la Organización del cuadragésimo sexto al cuadragésimo séptimo
período de sesiones de la Asamblea General, septiembre 1992., p. 25, párr. 56.
234A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 54.
102
Estados, podría llevar con el tiempo a la afirmación de que las normas
internacionales de las que son destinatarios se inspiran en un principio genérico de
igualdad.

Con esto, y aunque se debe reconocer que el concepto que une al conjunto
de Estados de la comunidad internacional, "la igualdad soberana, puede parecer
paradójico cuando no provocador"235, lo cierto es que no son del todo satisfactorios
los recientes avances en el objetivo de la igualdad político-jurídica. En esencia, en
la sociedad internacional contemporánea habitan profundas desigualdades,
manifestándose jurídicamente o de hecho estas desigualdades no sólo entre los
Estados sino también entre los seres humanos que habitan en el planeta. Pero no
olvidemos, al mismo tiempo, que, de manera un poco paradójica, el aumento de las
desigualdades se produce simultáneamente con el crecimiento de elementos de
solidaridad en el "sistema internacional".

Sobre estas bases, podemos apreciar, aunque sea de manera sucinta, ciertos
ámbitos o sectores de las relaciones internacionales en los que se producen, con
claridad, elementos de desigualdad, destacando, sin duda, la desigualdad político-
militar entre los Estados y la desigualdad económica entre ellos.

A) La desigualdad política entre los Estados

En el ámbito de las relaciones políticas entre los Estados, y a pesar de que


la descolonización trajo consigo un aumento considerable de entidades políticas
independientes en la sociedad internacional que, desde el punto de vista formal,
gozan de igualdad soberana, persiste la desigualdad política real entre ellos y las
situaciones de dependencia. Manifestaciones de estas desigualdades podemos
observarlas, por ejemplo, en la capacidad de algunos Estados para hacer que sus
criterios primen en las actuaciones llevadas a cabo en el seno de ciertas
Organizaciones Internacionales:

Ya apuntó A. Chueca Sancho que "las Organizaciones Internacionales


creadas por Estados constituyen a su vez instrumentos de sus creadores" y, lo que
es peor, en ocasiones "a través de ellas los Estados intentan lograr objetivos que
difícilmente podrían lograr mediante acciones individuales"236. A la postre, tales
actitudes reflejan, a mi juicio, la desigualdad existente entre los Estados que, si
bien en algunos casos se plasman jurídicamente mediante el otorgamiento a
algunos Estados de un status particular, en otros casos se deja sentir flagratemente
en el actuar y decidir de la Organización Internacional en cuestión. Esto se
manifiesta, incluso, en Organizaciones Internacionales cuyo grado de integración
se estima muy elevado para el estado actual de la comunidad internacional. No es

235Memoria sobre la labor cit,, septiembre 1992, p. 29.


236A. CHUECA SANCHO, Proyecto docente cit., 1992, p. 57.
103
extraño, pues, que en el entonces “Sistema de Cooperación Política Europea” se
adoptasen decisiones por los Doce Estados comunitarios que, con meridiana
claridad, fortalecían las posturas particulares de ciertos Estados, aunque quizá
algunas veces ello respondiese, a la vez, a la defensa de intereses comunes de los
Estados miembros.

En cualquier caso, las reiteradas indefiniciones y ambigüedades de la


"política exterior de la Comunidad Europea" son, también, producto de la voluntad
de ciertos Estados de la Comunidad de defender, sobre todo, sus propios intereses
en el plano internacional y, lo que es aún peor, las posiciones en tal dirección
arrastraron a los Doce, en algunos casos, al terrero en el que se debatían los
intereses de esos Estados. Y esto sigue sucediendo en el estadio actual de la
integración europea.

Lo ha dicho tajantemente A. Mangas Martín: "todavía los Doce no son


conscientes de que comparten intereses esenciales y que éstos deben ser defendidos
de manera conjunta. Algunos Estados no ven más lejos de sus intereses inmediatos
de expansionismo político y económico sobre sus antiguas esferas de
influencia"237, y, por si hiciera falta, ciertos hechos confirmaron estos temores,
como fue el caso de la posición de Alemania, y de los Doce, ante la situación
reinante en Yugoslavia a partir de 1991 y lo han vuelto a hacer, con ocasión de las
posiciones comunitarios en relación con “el ataque” a Iraq, tras la adopción dela
resolución 1441 del Consejo de Seguridad en noviembre del 2002.

En el plano universal, que representa Naciones Unidas, hay que recordar


también, como ejemplo significativo, la actitud de ciertos Estados occidentales en
relación con la República Árabe Libia acusada por aquéllos de ser la responsable
de los actos terroristas perpetrados, en Escocia, contra el vuelo 103 de Pan
American y que generó el asunto relativo a Cuestiones de interpretación y
aplicación de la Convención de Montreal de 1971 surgidas del incidente aéreo de
Lockerbie.

Con independencia del fondo del asunto, lo cierto es que sólo la


desigualdad política entre las partes es lo que explica que a este Estado árabe se le
"colocase" en una posición jurídica claramente desfavorable o, por decirlo con más
precisión, tal y como lo ha hecho F. Mariño Menéndez, "la solución dada por la
Ordenanza dictada por el Tribunal en respuesta a la petición de medidas
provisionales presentada por Libia contra Estados Unidos y el Reino Unido en este
asunto, ha venido plenamente determinada por una acción concomitante del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que, antes de que aquella Ordenanza se
dictara pero después de la clausura de las audiencias, adoptó la resolución 748

237A. MANGAS MARTIN, El tratado de la Unión Europea, Gaceta Jurídica, curso monográfico,
1992, p. 33.
104
(1992) por medio de la cual, actuando en virtud del capítulo VII de la Carta,
decidía que el gobierno de Libia debía entregar en un plazo determinado en
extradición a Estados Unidos o al Reino Unido, para ser juzgados allí, a dos
súbditos libios sospechosos de actos de terrorismo, particularmente de haber
provocado la explosión en vuelo de un avión de pasajeros de la compañía Panam
sobre territorio escocés”238.

Para este autor, “el Consejo de Seguridad decidía además que en caso de
incumplimiento de su primera decisión, a partir del 15 de abril siguiente los
Estados adoptarían determinadas sanciones específicas contra Libia, sanciones que
se especificaban en el propio texto". Si se quiere, se puede ser aún más radical y
afirmar, con este autor, que es "cierto (y el Tribunal así lo reconoce) que la
resolución 748 (1992) alteró la base jurídica y el Derecho aplicable por la
Ordenanza del Tribunal a la petición de medidas provisionales (...). Ha habido,
pues, en cierto modo una acción mediatizadora del desarrollo del procedimiento
judicial, adoptada por el Consejo, que el Tribunal aceptó sin otras consideraciones
que su vinculatoriedad y sin dictar ninguna otra medida provisional"239.

Estos supuestos representan, únicamente, algunos ejemplos de lo que, con


asiduidad, ocurre en el seno de las relaciones que acontecen en la sociedad
internacional. La elección de cualquier sector de las relaciones internacionales nos
depararía, casi con certeza, situaciones similares, en las que se aprecian los efectos
de la desigualdad política entre los Estados que encuentra, algunas veces e
infortunadamente, reflejo en el ámbito de lo jurídico. Estoy seguro, en
consecuencia, de que un detenido análisis de la práctica de los Estados en materia
de protección de sus nacionales en el extranjero pondría de relieve, no sólo que los
Estados con mayor poder político llevan a cabo labores de protección de sus
nacionales de mayor eficacia, sino que, al mismo tiempo, se revelaría que la
intensidad de la protección aumenta o disminuye en función de quien sea el Estado
en relación con el cual se ejercita240.

B) La desigualdad económica en la sociedad internacional: el derecho al


desarrollo.

En el seno de las desigualdades existentes en la sociedad internacional, no


por repetido, deja de tener vigencia, sobre todo, la escalofriante desigualdad en los
niveles de desarrollo entre los Estados que conforman la comunidad internacional.
En tal sentido, quizá fuera posible decir, como hemos apuntado, que no se han

238F. MARIÑO MENENDEZ, Responsabilidad e irresponsabilidad de los Estados y Derecho


Internacional, Homenaje a M. Díaz de Velasco cit., p. 481.
239Ibid.
240Un trabajo de interés, M. BENNOUNA, La protection diplomatique, un droit de l'Etat?, Home. B.
Ghali, Bruselas, 1998, pp. 245-250..
105
encontrado las fórmulas jurídicas para hacer frente, realmente y con eficacia, a los
problemas que genera esta desigualdad y, mientras tanto, ésta subsiste con bastante
intensidad. Como lo señaló, hace algún tiempo, V. Abellán, "hoy los foros
internacionales parecen también haberse decidido finalmente a enterrar el NOEI,
pero el subdesarrollo sigue vivo. Son muchos los países que continúan en la
miseria, y muy elevado también el porcentaje de población mundial que no puede
satisfacer las condiciones mínimas de subsistencia; es ésta una realidad que
trasciende las fronteras nacionales y se sitúa en el plano internacional"241.

Es una realidad que, en la sociedad internacional, se ha dejado sentir


siempre con mayor fuerza que la división ideológica, la denominada escisión
Norte-Sur, entre países desarrollados e industrializados y países en situación de
subdesarrollo, por lo que, tras los acontecimientos que se vienen produciendo, se
podría sostener, con C. Gutiérrez Espada, que "si la división de la sociedad
internacional en Estados ideológico-políticamente contrapuestos se difumina, sigue
sin embargo patente y con un toque mayor de drama, porque la diferencia tiende a
irse acentuando, la que separa a los Estados desarrollados de los que no lo son, a
los ricos del Norte de los Estos pobres del Sur del planeta (...)242.

Esto nos permite apuntar, al menos, que la existencia de intereses comunes


y la necesaria defensa conjunta de los mismos "dulcifica", en buena parte, las
desigualdades que se plasman en la escena internacional. A la postre, la
Comunidad Internacional está inmersa, y "condenada", en un proceso de reparto de
las cargas y de las responsabilidades que se deriven de las decisiones que se
adopten y que producen sus efectos más allá de los intereses limitados de ciertos
actores de las relaciones internacionales.

Todo esto se comprueba, por ejemplo, en el sector relativo a la protección


internacional del medio ambiente, de tal modo que, como se señala en el Principio
2 de la Declaración de Río, adoptada en la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre Medio Ambiente y Desarrollo, en 1992: "De conformidad con la Carta de las
Naciones Unidas y con los principios del Derecho Internacional, los Estados tienen
(...) la responsabilidad de velar por que las actividades realizadas dentro de su
jurisdicción o bajo su control no causen daños al medio ambiente de otros Estados
o de zonas que estén fuera de los límites de la jurisdicción nacional"243.

Las acciones normativas tendentes a eliminar estas desigualdades o, por lo


menos, a ir dulcificando progresivamente los efectos de las mismas, encuentran

241Prólogo a la obra de A. PIGRAU I SOLE, Subdesarrollo y adopción de decisiones en la economía


mundial, Madrid, 1990, p. 11 (cursiva añadida). Para superar esta situación y respecto a los intentos
que se han hecho, véase el Capítulo de este autor dedicado al principio de igualdad de participación
de los países en desarrollo en las relaciones económicas internacionales, pp. 185 ss y, también, 263 ss.
242C. GUTIERREZ ESPADA, Derecho Internacional cit., p. 27.
243Para los documentos emanados de esta Conferencia: I.L.M., 1992, pp. 814 ss.
106
una manifestación muy significativa en la proclamación, por el ordenamiento
jurídico internacional, del derecho al desarrollo y de la afirmación de la necesaria
promoción del desarrollo. Algo que acontece en todos los foros internacionales y
en lo que participan el conjunto de las Organizaciones Internacionales, aunque
siempre quepa resaltar las acciones que, en esta materia, llevan a cabo las Naciones
Unidas. En cualquier caso, hay que coincidir con el Secretario General de esta
Organización, en el sentido de que "en un mundo cada vez más interdependiente,
sólo pueden afrontarse los desafíos del desarrollo mediante una acción
internacional bien planificada, coordinada y debidamente financiada"244.

Ahora bien, prácticamente consagrado el derecho al desarrollo, el fracaso


del Derecho Internacional en sus funciones de cooperación, se manifiesta, en este
caso, tanto en la lentitud a la hora de poner en práctica normas internacionales en
materia de desarrollo, como en la ausencia de una acción común que lleve al
campo consuetudinario normas y principios cuya eficacia jurídica es limitada, por
encontrarse, muchas veces, en resoluciones con carácter de recomendación. Por lo
que "es necesario que el derecho al desarrollo afirmado y reconocido sea
explicitado por normas más precisas"245, ya que está claro que, en las relaciones
económicas internacionales, "tal y como en la actualidad están organizadas", al
hecho de la interdependencia se añade "la cualificación de la desigualdad.
Interdependencia y desigualdad aparecen así como las coordenadas más
significativas de la economía mundial contemporánea"246.

La acción en favor del desarrollo, en sus formulaciones jurídicas, se


concibe, de todas maneras, como un elemento imprescindible para eliminar la
desigualdad y afirmar, de este modo, la existencia de ciertas "solidaridades" en la
sociedad internacional. La estrecha vinculación que se establece entre el desarrollo
y la configuración de una comunidad internacional enel tiempo presente o, por lo
menos, con elementos de solidaridad en la actual sociedad internacional ha
quedado clara y la ha explicitado, por ejemplo, M. Flory, para quien "au règne
exclusif de l'Etat souverain tendaient à se substituer les exigences d'une
communnauté internationale solidaire qui s'efforçait d'élaborer des règles de fond
por planifier le développement et imposer aux Etats des obligations d'aide et de
coopération"247. Por su parte, también lo ha hecho F. Mariño Menéndez, al decir
que "dadas su universalidad, la importancia de su objeto y la amplitud de su
intencionada <intensidad normativa>, un principio así concebido tiene por fuerza
que ser incluido entre los que integran la constitución material del ordenamiento

244Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, p. 18,
párr. 127.
245J. J. ISRAEL, Le droit au développment, R.G.D.I.P., 1983, p 27.
246V. ABELLAN HONRUBIA, Algunas consideraciones sobre el Nuevo Orden Económico
Internacional, R.F.D.U.C., ONU año XL, Madrid, 1987, p. 217.
247M. FLORY. Mondialisation et Droit International du développement, R.G.D.I.P., 1997-3, p. 610.
107
internacional". Para este autor, con mayor precisión, "quienes afirman la vigencia
del principio que impone la obligación de respetar el derecho al desarrollo también
afirman la obligación de los Estados de cooperar para el desarrollo. Pero ello es así
porque el principio de cooperación queda afectado por el nuevo principio y debe
ser entendido en su interrelación con él, al igual que deben serlo todos los demás
principios que, como se ha dicho, integran lo que puede denominarse <constitución
material del ordenamiento internacional (...)>"248.

Esto nos permite hacer, con carácter general, ciertas reflexiones sobre la
base de que "se han producido cambios profundos, sobre todo desde el fin de la
guerra fría, que ponen en tela de juicio algunas de las formas habituales de hacer
frente a los desafíos del desarrollo"249.

Está claro, antes de todo, que el desarrollo es uno de los objetivos


primordiales de la actual comunidad internacional. Las primeras expresiones del
Programa de Desarrollo destacaban, precisamente, que "el desarrollo constituye
una de las principales prioridades de las Naciones Unidas. El desarrollo es una
empresa multidimensional para lograr una mejor calidad de vida para todos los
pueblos. El desarrollo económico, el desarrollo social y la protección del medio
ambiente son componentes del desarrollo sostenible que tienen una relación de
interdependencia y se refuerzan recíprocamente"250. Se ha llevado a cabo, en esta
línea, una incesante labor normativa que ha ido produciendo como fruto la
adopción de instrumentos jurídicos, de desigual valor, en favor del desarrollo.
Dichos instrumentos, que han ido perfilando los elementos centrales del derecho al
desarrollo, lo han ido concibiendo en sus diferentes dimensiones y han ido
diseñando ámbitos diversos en los que podría producir efectos.

De esta forma, el derecho al desarrollo y la promoción del desarrollo, sin


entrar en los significados del derecho al desarrollo, del derecho del desarrollo y del
derecho para el desarrollo, adquieren distintos significados normativos o, por lo
menos, se expresan en sectores diferentes del ordenamiento jurídico internacional.
El carácter multidimensional del desarrollo queda patente en los instrumentos
jurídicos que abordan esta cuestión y que pertenecen, en sentido riguroso, a
ámbitos diferentes.

Por citar algunos ejemplos, no se pueden situar en el mismo espacio


normativo ciertas resoluciones en las que se reconoce, con claridad, este derecho y
entre las que destaca, sin duda, la Resolución 41/128 de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, de 4 de diciembre de 1986, titulada "Declaración sobre el

248F. MARIÑO MENENDEZ, El marco jurídico internacional del desarrollo, El Desarrollo y la


Cooperación internacional, Madrid, 1998.
249Programa de desarrollo cit., párr. 5.
250Ibid.., párr. 1.
108
Derecho al Desarrollo", pero a la que habría que añadir resoluciones adoptadas,
durante el decenio de los setenta, como la Resolución 3201 (S-VI) que contiene la
Declaración relativa al establecimiento de un Nuevo Orden Económico
Internacional, de 1 de mayo de 1974 o la Resolución 3281 (XXIX) que contiene al
Carta de los Derechos y los Deberes Económicos de los Estados, de 12 de
diciembre de 1974; o la Resolución S-18/3 relativa a la Declaración sobre la
cooperación económica internacional.

Pero, también, podríamos recordar, desde otra perspectiva, muchas otras


resoluciones que enmarcan la cuestión del desarrollo en el Derecho Internacional,
tales como la Resolución 1515 (XV), sobre una acción concertada en pro del
Desarrollo; o las Resoluciones 1710 (XVI), 2626 (XXV), 35/56 y 45/1999 en las
que se establecen los decenios de Naciones Unidas para el desarrollo. Incluso,
como veremos, actuaciones en el campo de los derechos humanos adquieren, en la
esfera del desarrollo, un importante significado, como pueden ser la Declaración
contra la discriminación Racial, adoptada por la Unesco, en 1978 o la Segunda
Conferencia Mundial sobre derechos humanos, celebrada en Viena, en 1993.

Con lo que debe quedar claro, entonces, que existen numerosos aspectos
del desarrollo o, por lo menos, que este fenómeno se puede abordar desde
diferentes perspectivas. El desarrollo, como se dice en la Declaración sobre el
Derecho al Desarrollo, "es un proceso global económico, social, cultural y
político, que tiende al mejoramiento constante del bienestar de toda la población y
de todos los individuos sobre la base de su participación activa, libre y significativa
en el desarrollo y en la distribución justa de los beneficios que de él se derivan".
Ahora bien, sería equivocado contemplar el desarrollo de una manera parcial o
fragmentada, más allá de los análisis teóricos, ya que todos y cada uno de los
elementos que definen el derecho al desarrollo están indisolublemente unidos,
motivo por el que, en la citada Declaración, se estipula, en su artículo 9, que
"Todos los aspectos del derecho al desarrollo (...) son indivisibles e
interdependientes y cada uno de ellos debe ser interpretado en el contexto del
conjunto de ellos".

Teniendo en cuenta la labor que, en materia de desarrollo, se ha llevado a


cabo en el orden jurídico internacional, quizá merezca la pena resaltar, también,
dos ámbitos en los que la afirmación del desarrollo, como un elemento básico en la
actual sociedad internacional y la voluntad de promocionar el desarrollo,
contribuyen de manera notable a eliminar elementos de insolidaridad en esta
sociedad. En estos dos ámbitos, el desarrollo puede ir más allá de concebirse como
un principio o, en su caso, como un valor de carácter programático e ir
adquiriendo, en consecuencia, una mayor efectividad.

Por un lado, el derecho al desarrollo se sitúa, por lo menos, en el marco


apropiado para crear las condiciones que aseguren un esquema económico que
109
permita el ejercicio de este derecho. Como se señala en el Programa de Desarrollo
"si bien el fin de la guerra fría ha fomentado un nuevo espíritu de diálogo y
cooperación a nivel político en el mundo entero, es necesario mejorar el entorno
económico internacional de manera que sea más favorable al desarrollo
socioeconómico de los países en desarrollo, especialmente mediante el
cumplimiento de los compromisos convenidos en las conferencias importantes de
las Naciones Unidas celebradas recientemente"251.

El derecho al desarrollo tiene, con toda seguridad, un contenido de


carácter económico y su ejercicio depende, también, de las circunstancias
económicas que rodean a los titulares del mismo. Como se decía en la Declaración
con motivo del cincuentenario de las Naciones Unidas, en el primer párrafo de los
dedicados al desarrollo, "un entorno económico internacional dinámico, vigoroso,
libre y equitativo es indispensable para el bienestar de la humanidad y para la paz,
la seguridad y la estabilidad internacionales".

Por lo que, en definitiva, el desarrollo, como elemento de equilibrio en la


sociedad internacional, deberá concebirse en el marco del Derecho Internacional
Económico. No le falta razón, entonces, a V. Abellán Honrubia cuando afirma que
"una de las propuestas más sugestivas y audaces para la promoción del desarrollo
de los países en vías de desarrollo llevada a cabo por las N.U., es la contemplada
en la Declaración sobre el establecimiento de un Nuevo Orden Económico
Internacional"252.

Con ello, se trata de poner el énfasis en el hecho de que el establecimiento


de las normas en materia de derecho internacional económico debe suponer la
inclusión de la normativa referente al desarrollo. Dada la estructura y las
características de la actual sociedad internacional, las cuestiones relativas al
desarrollo no presentan un carácter marginal sino que, por el contrario, ocupan un
lugar central en los procesos de creación de normas en el ámbito económico. El
Derecho Internacional Económico tiene como una de sus partes centrales el
Derecho del Desarrollo. Por esto, "si un nouvel ordre doit se metre progessivement
en place dans le domaine économique, il devra se construire en associant
étroitement les principes du droit international du développement: le sous-

251Programa cit., párr. 24.


252V. ABELLAN HONRUBIA, El Derecho Internacional Económico cit., p. 586. Para esta autora el
"Derecho Internacional del Desarrollo" constituye uno de los ámbitos materiales del "Derecho
Internacional Económico", p. 582. Además, "la consideración del desarrollo desde la perspectiva
internacional, ha propiciado que su noción no se circunscriba únicamente a los problemas que se
suscitan en el interior de cada Estado, sino que debe elaborarse teniendo en cuenta las circunstancias
y condicionamientos tanto económicos como políticos existentes en las relaciones entre los Estados.
Por ello, la noción de desarrollo en el ámbito del derecho internacional ha ido vinculada normalmente
a las exigencias del sistema económico imperante en la sociedad internacional (...) a su percepción en
cada momento, y a las distintas coyunturas de la política internacional", p. 583.
110
développement reste l'un des problèmes majeurs de l'économie mondiale"253.

A pesar de que se pueda hablar del ¿fracaso? del N.O.E.I. y de la difícil


aceptación, en el ámbito jurídico, de las normas que emanan en materia de
desarrollo, lo que sí se advierte es que el conjunto de normas que diseñen el
Derecho Internacional Económico no pueden perder de vista el objetivo del
Desarrollo.

La propia resolución sobre el Derecho al Desarrollo establece esta


vinculación entre orden económico y derecho al desarrollo en el parrafo 3, del
artículo 3, cuando dispone que "los Estados deben realizar sus derechos de modo
que promuevan un nuevo orden económico internacional basado en la igualdad
soberana, la interdependencia, el interés común y la cooperación entre todos los
Estados, y que fomenten la observancia y el disfrute de los derechos humanos".

El Derecho Internacional económico no tendría, por lo tanto, como únicas


metas regular las relaciones económicas entre los Estados y otros entes que
intervienen en las relaciones internacionales, sin tener en cuenta objetivos tales
como la promoción y defensa de los países en desarrollo. Lo que se puede constatar
es que resulta innegable que el Derecho Internacional Económico ha evolucionado,
de manera lenta, en un sentido más justo y más conforme con los intereses de los
países más débiles254. Esto quiere decir que este sector del ordenamiento jurídico
internacional está también impregnado de la defensa de intereses comunes que van
más allá de las posiciones concretas que adopten, en cada caso, los Estados y las
Organizaciones internacionales en la defensa de sus posiciones particulares.

Por otro lado, y estrechamente ligado a la defensa de los derechos


humanos, el derecho al desarrollo está comenzando a tomar formas específicas en
el Derecho Internacional, lo que quiere decir, en definitiva, que las desigualdades
económicas no deben plantearse exclusivamente en términos de relaciones inter-
estatales, sino en el sentido más global e integrador que tiene como último punto de
referencia al ser humano255. Es verdad que no sólo se establece la vinculación entre
derechos humanos y desarrollo, sino que, también, se puede indicar una estrecha

253E. ROBERT, Le nouvel ordre mondial à l'épreuve du désordre économique international,


Association de Droit de gens cit., pp. 239-240.
254Cfr., F. HORCHANI, loc. cit., p. 209. Para este autor, el derecho, y menos aún el derecho
internacional, no es neutro, por lo que se puede decir que el derecho internacional económico, que
descansa en una filosofía económica liberal, ha sido capaz de adaptarse a las más grandes y profundas
transformaciones que están ocurriendo en la sociedad internacional, Cfr., p. 200.
255Como nos recuerda A. CHUECA SANCHO, "Hace aproximadamente dos décadas, la doctrina
internacional comienza a hablar de un grupo de Derechos que no nacen ni de la tradición liberal ni de
la tradición socialista; se trata de los derechos de la tercera generación o derechos de la solidaridad.
Estos derechos pretenden responder a los principales retos a los que se enfrenta la Humanidad en el
presente", El derecho al desarrollo en el ámbito internacional, Desarrollo, maldesarrollo y
cooperación al desarrollo, Seminario de Investigación para la paz, Zaragoza, 1997, p. 27.
111
relación entre desarrollo y medio ambiente que da lugar a la noción de desarrollo
sostenible; y la existencia de un importante nexo entre desarrollo y mantenimiento
de la paz.

Lo que nos importa resaltar ahora, en particular, es que se viene


estableciendo una estrecha relación entre desarrollo y protección de los derechos
humanos, pues, como diría, el Secretario General de las Naciones Unidas, éstas
”reconocen desde hace tiempo que la política de desarrollo no es sólo una cuestión
económica en sentido estricto. El desarrollo no se da en el vacío. Requiere niveles
mínimos de seguridad para el ser humano y debe comportar participación política y
respeto de los derechos humanos"256.

La verdad es que la promoción del desarrollo, las acciones tendentes a


garantizar situaciones de desarrollo, y el fenómeno en su conjunto, se han ido
escorando, paulatinamente, hacia el sector relativo a los derechos humanos,
entendiéndose que el derecho al desarrollo es un derecho humano. La Declaración
sobre el Derecho responde, en último término, a la voluntad de dejar claro y de
positivar un derecho de esta índole. No sólo el Preámbulo de esta Declaración está
anegado de referencias a los derechos humanos, sino que, también, el conjunto de
su parte dispositiva diseña, como se dice en el párrafo 1 del artículo 2, el contenido
del "derecho humano al desarrollo". Esto se advierte en algunas de las líneas que
dibuja la Declaración y que, en esencia, serían las siguientes:

Primera, el derecho al desarrollo no sólo es un derecho humano sino que se


ejerce en el contexto de protección internacional de los derechos humanos. Como
se señala el artículo 1, este derecho "es un derecho humano inalienable en virtud
del cual todo ser humano y todos los pueblos están facultados para participar en un
desarrollo económico, social, cultural y político en el que puedan realizarse
plenamente todos los derechos humanos y libertades fundamentales, a contribuir a
ese desarrollo y a disfrutar de el". Segunda, se sitúa a la persona humana en el
centro de la titularidad del derecho al desarrollo, con independencia de que sean
también titulares otros entes. Por esta razón, el artículo 2 afirma categóricamente
que "La persona humana es el sujeto central del desarrollo y debe ser el
participante activo y el beneficiario del derecho al desarrollo". Por último, se deja
claro que el incumplimiento en materia de derecho humanos perjudica el ejercicio
del derecho al desarrollo y, así, el artículo 6, párrafo 3 de la Declaración establece
que "los Estados deben adoptar medidas para eliminar los obstáculos al desarrollo
resultantes de la inobservancia de los derechos civiles y políticos, así como de los
derechos económicos sociales y culturales".

El contenido de la Declaración que emana de la Segunda Conferencia

256Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, p. 20,
párr. 145.
112
Mundial sobre Derechos Humanos, celebrada en Viena, en 1993, supone, desde la
óptica de la afirmación del derecho al desarrollo como un derecho humano, un
avance bastante significativo. Ya en su discurso inaugural, el Secretario General de
las Naciones Unidas recordaba el vínculo existente entre democracia, desarrollo y
derechos humanos, y sostenía que "una cosa es segura: no puede haber desarrollo
duradero sin promoción de la democracia y, por ende, sin respeto de los derechos
humanos"257.

Esta posición del Sr. Boutros Ghali va quedar bien reflejada en el texto de
la Declaración y el Programa de Acción, lo que nos permite decir, con F. Mariño
Menéndez, que el "Documento Final" de esta Conferencia "hace una vigorosa
reafirmación del derecho al desarrollo como derecho universal e inalienable y
como parte integrante de los derechos humanos fundamentales"258. En efecto, la
Declaración de Viena, una vez que, en su punto 8, establece la relación
democracia, desarrollo y respeto de los derechos humanos y libertades
fundamentales, sobre la base de que "la comunidad internacional debe apoyar el
fortalecimiento y la promoción dela democracia, el desarrollo y el respeto de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales en el mundo entero, dedica
íntegramente los puntos 10 y 11 a precisar el contenido del derecho al desarrollo en
la línea marcada por la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo, y aborda, de
nuevo, cuestiones referidas al desarrollo en el apartado titulado "Cooperación,
desarrollo y fortalecimiento de los derechos humanos" del Plan de Acción
(apartado C, puntos 66 a 77).

Con todo, y como lo ha señalado M. Pérez González, "una característica


básica del derecho al desarrollo (...) es su autonomía, en el sentido de que es un
derecho con consistencia propia y no una simple suma o aglomerado de derechos
preexistentes, sin que ello suponga negar que tal derecho (...) constituye una mera
dimensión de los derechos humanos y (....) una síntesis (...) de los diferentes
derechos"259. De ahí que pueda hablarse de un "desarrollo humano" amparado por
normas internacionales de diversa naturaleza, que afectan a diferentes sectores de
las relaciones internacionales, y con distintos destinatarios.

En el fondo, sabemos que, con frecuencia, será "la ausencia de


compromiso político, y no la falta de recursos financieros (...) la causa verdadera
del abandono en que se encuentra el hombre"260, pero ello no impedirá que sea
elemento imprescindible del desarrollo humano el crecimiento económico sin que

257Conferencia cit., pp. 20-21.


258F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 196.
259M. PEREZ GONZALEZ, El derecho al desarrollo como derecho humano, El derecho al
desarrollo o el desarrollo de los derechos, Instituto de Ciencias y Sociedad, Madrid, 1991, p. 86
(cursiva añadida).
260Desarrollo humano, Informe, 1991, Oxford, 1991, p. 17.
113
se ponga en peligro el objetivo de alcanzar un orden que se fundamente en el
desarrollo humano sostenido.

En definitiva, el ser humano, gracias a la introducción "de esta nueva


dimensión ética en la consideración de las relaciones económicas
internacionales"261, comienza a configurarse como el destinatario de las normas
internacionales favorecedoras de estos avances en los ámbitos, por ahora, de la
protección de los derechos humanos, de la conservación y mejora del medio
ambiente, y del desarrollo económico en sentido estricto. Se abre, por lo tanto, una
nueva dimensión en materia de desarrollo que se puede conceptuar como la
búsqueda del desarrollo social262. Y en cuyo marco caben multitud de reflexiones,
como la realizada por el Secretario General de las Naciones Unidas, cuando ha
afirmado que "la comunidad internacional tiene que trabajar en pro del desarrollo
social con todos los instrumentos de que dispone, procurando fomentar una mayor
sensibilidad por esas cuestiones y al mismo tiempo impulsar la financiación de
iniciativas para combatir la pobreza y satisfacer las necesidades del desarrollo
social"263.

Por todo, la situación normativa está clara y no le faltaría razón a A.


Chueca Sancho cuando afirma que "la positivación del derecho al desarrollo no es
un fenómeno emergente sino consolidado. Estamos ante un derecho, formulado en
términos jurídicos, regulado por el Derecho Internacional; la obligatoriedad
jurídica de este derecho es además asumida (de un modo más o menos claro) por
los Estados, las Organizaciones Internacionales e incluso muchos individuos"264.

261V. ABELLAN HONRUBIA, loc., cit., ONU, p. 220.


262M. FLORY, loc. cit., pp. 631-632.
263Las causas de los conflictos cit., párr. 85.
264A. CHUECA SANCHO, El derecho al desarrollo cit., p. 33.
III. El Derecho Internacional como ordenamiento de la "comunidad jurídica
internacional"

El carácter sumamente heterogéneo de una sociedad, como la


internacional, puede llevar a la conclusión de que no es posible contar con un
ordenamiento jurídico que disponga de notas y características propias de todo
derecho o, por lo menos, que éstas se expresen mediante modalidades muy
rudimentarias. De ahí a configurarse como el sistema jurídico de una comunidad
sería, desde esta perspectiva, algo completamente ilusorio y más propio de la
imaginación que de la realidad. Las profundas diferencias políticas entre los
Estados, las disparidades y las desigualdades de contenido económico, las
divergencias y las discrepancias entre ellos, en muchos ámbitos, impedirían o, por
lo menos, obstaculizarían seriamente que se aspirase a satisfacer un mínimo de
valores que, a la postre, y bien articulados, deberían encontrar expresión jurídica a
través de principios y normas del Derecho Internacional. Y, con ello, constituirse
en el ordenamiento jurídico de una determinada comunidad.

Aunque se reconociese que es necesario contar con un ordenamiento


jurídico para una sociedad de esas características e, incluso, aunque se advirtiese
que habría que proceder, con intensidad, a su codificación, en la línea señalada por
C. Gutiérrez Espada, quien considera que el motivo por el cual la codificación y el
desarrollo progresivo del Derecho Internacional han encontrado tras la segunda
guerra mundial "un impulso evidente es, precisamente, por las exigencias de una
sociedad dividida, desigual y, al mismo tiempo, interdependiente, que necesita,
como el menesteroso el pan, de clarificación y orden"265; la verdad es que ello no
abocaría, necesariamente, a la creación del Derecho Internacional como expresión
cierta de una comunidad internacional ya formada y sólida y con un carácter
permanente.

La perentoria necesidad de contar con un ordenamiento jurídico capaz de


regular, con eficacia, el conjunto de las relaciones que acontecen en la sociedad
internacional contemporánea se enfrenta, como obstáculos más sobresalientes, a los
rasgos que precisamente definen esta sociedad y, también, a su carácter sumamente
dinámico y evolutivo. Por lo que, como dijera B. B. Ghali, "debemos tener siempre
presente el hecho de que el orden internacional ya no debe regir de ahora en
adelante una sociedad inter-estatal, sino un sociedad fundamentalmente
transnacional"266.

El objetivo final que pretendemos, ahora, es resaltar todos estos elementos


para observar los eventuales factores que contribuyen, desde distintas ópticas pero

265C. GUTIERREZ ESPADA, Hacia un compendio de Derecho Internacional Público, Barcelona,


1991, p. 191.
266Acto de investidura cit., p. 17.
116
sobre todo desde la perspectiva jurídica, a la configuración del Derecho
Internacional del Tiempo Presente como el ordenamiento jurídico de la comunidad
internacional. Por supuesto, en los momentos del tránsito hacia el Derecho
Internacional del tiempo presente se continúa, en buena parte, con un ordenamiento
jurídico encargado de regular tan sólo las relaciones entre los entes a los que se les
atribuye subjetividad internacional y no se consolida, por lo tanto, como el derecho
propio y singular de una verdadera comunidad jurídica internacional.

Las especificidades que definen y configuran la esencias de la sociedad


internacional contemporánea se plasman, de manera indeleble, en el Derecho
Internacional y hacen que en éste, pese a los esfuerzos por sistematizarlo y
cohesionarlo, pervivan, y en algunos sectores normativos con bastante fuerza, los
elementos propios y peculiares que lo definieron en épocas pasadas. Estamos
seguros, no obstante, de que la evolución de la sociedad internacional vendrá
acompañada de la evolución del ordenamiento jurídico internacional y, por esto,
sólo la consagración real de una comunidad internacional en el entorno social
conducirá a la creación de una comunidad jurídica internacional.

Todo derecho lleva en sí el germen de regir y regular una determinada


comunidad que, desde el momento, en el que se ve apoderada por el ordenamiento
en cuestión se convierte en comunidad jurídica. También, el sistema jurídico
internacional participa de esta vocación, a pesar de que la ausencia de elementos
comunitarios haya llevado, incluso, a negar la propia existencia de este
ordenamiento jurídico. En el fondo, las razones últimas que justifican las
posiciones negadoras del Derecho Internacional descansan en elementos que
estarían plenamente presentes si se tratase del derecho de una determinada
comunidad267.

Por ahora debemos conformarnos, pues, con una descripción de este


ordenamiento jurídico cercana a la realizada por S. Belaid, para quien "d'un côté, le
droit international moderne est, en tant qu'ordre normatif, marqué par une évidente
ambiguïté due aux divergences entre les conceptions et à des divergences non
moins évidentes quant aux valeurs; d'autre côté, étant -comme tout système
juridique-, un instrument de la politique, il se trouve -plus que tout autre système
juridique-, marqué par les divergences et même les contrariétés entre les visées et
les objectifs politiques des uns et des autres et, particulièrement <l'expression d'un
rapport de forces présent> (B. Boutros Ghali) entre les <plus puissants et les plus
faibles>"268.

Todo ello se enmarca, en la actualidad, en una serie de consideraciones


que, por un lado, demuestran la falta o, en su caso, la insuficiencia, de elementos

267Vid., A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., pp. 37-40.


268S. BELAID, loc. cit., p. 289.
117
comunitarios y homogéneos en la sociedad internacional y, por otro lado, la
aparición emergente de aspectos de esta índole. Lo que se observa es que, como se
ha dicho, "deux faits constants dominent ces deux siècles de vie internationale (...)
la persistance de l'Etat souverain" y "la prise de conscience, dans presque tous les
domains, de l'existance des intérêts communs, bref, de la solidarité
internationale"269. Quizá, aunque de modo parcial, podemos referirnos a algunas de
estas consideraciones, pero siendo conscientes, eso sí, de que el Derecho
Internacional debe recorrer aún un largo camino que le conduzca, en definitiva, a
su consagración como el ordenamiento jurídico propio de la "comunidad
planetaria".

Lo que sí podemos afirmar es que, en el trasfondo de la creación de esta


comunidad, estarán presentes una serie de valores que, con mayor o menor
traducción jurídica, vendrán a definir las grandes ideas-fuerza sobre las que giran
las concepciones en torno a las relaciones que acontecen en la sociedad
internacional. En la actualidad, la paz, el desarrollo, la democracia y los derechos
humanos están, con toda seguridad, en el centro de las preocupaciones de la
eventual comunidad internacional y, por esto, podrían constituirse en los puntos de
referencia inexcusables en la formación de los principios y normas sobre los que se
sostuviera la “comunidad jurídica internacional”. Como dijera J. Pérez de Cuellar,
"se establece así una estrecha correlación entre la democracia, derechos humanos,
desarrollo y paz que hace urgente emprender, en los ámbitos interno e
internacional, una vigorosa acción que cree en todos los países del mundo,
especialmente en los menos desarrollados, condiciones justas mediante la
educación de la democracia y de los derechos humanos (...)"270. Posición que,
también, ha adoptado B. Ghali, en su condición de Secretario General de las
Naciones Unidas, al decir, al hilo de los nuevos acontecimientos, que "tenemos el
deber de mirar de distinta manera los grandes objetivos de la Comunidad
internacional. Y concretamente las reglas del Derecho destinadas a preservar la
paz, a promover el desarrollo o a favorecer la democracia"271.

Quizá estos valores se han ido pergeñando y han alcanzado, en mayor o


menor medida, la consideración de objetivos primordiales de la comunidad
internacional en su conjunto. Por lo menos, están en la base de ingentes
comportamientos que adoptan los Estados y las Organizaciones Internacionales y
se plasman en numerosos instrumentos de naturaleza jurídica. Aunque,
ciertamente, será preciso que su consideración como propósitos termine
reflejándose en principios de naturaleza y contenido jurídicos; en normas de las

269Cfr., DINH, N.Q., DAILLIER, P. y PELLET, A. Droit international Public, 5ª ed., París, 1994,
p. 29.
270J. PEREZ DE CUELLAR, Reflexión sobre los variados aspectos de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, Consolidación de derechos cit., p. 33.
271Acto de investidura cit., p. 21 (cursiva añadida).
118
que dimanen obligaciones específicas y concretas para los Estados y demás sujetos
del Derecho Internacional; y, en suma, en sistemas institucionales que garanticen el
cumplimiento de los principios y de las normas. Lo que sí se advierte, en todo caso,
es que determinados sectores del ordenamiento jurídico internacional van
elaborando el entramado jurídico correspondiente con fundamento en esos valores
y, todo ello, hace que, a la postre, normas concretas sean, en el fondo, la expresión
jurídica y obligatoria del propósito que las inspira.

Por centrarnos en dos ámbitos que han sido objeto de nuestra investigación
y que, a mi juicio, presentan un interés reciente, cabría recordar que tanto el
reconocimiento y la protección de los derechos de las minorías nacionales como la
asunción de obligaciones en el marco de procesos de integración económica, se
inspiran y se plasman jurídicamente en los valores mencionados. En otras palabras,
las normas y principios que emanan en cada uno de estos sectores encuentran su
fundamento último en la existencia de determinados valores.

Por lo que se refiere a las minorías nacionales, ya dijimos que "la


consideración de las minorías nacionales en Europa se va definiendo, también, en
un entorno diseñado y enriquecido por determinados valores que se consideran
propios de la identidad europea o que van definiendo la misma272. (...) Quizá, no
sea posible identificar con precisión cada uno de estos valores y, al mismo tiempo,
podría resultar difícil coincidir en los valores que realmente definen a la Europa
contemporánea. De todos modos, parece cierto que la realidad europea se ha ido
plasmando en cada uno de los instrumentos político-jurídicos más relevantes de
cada una de las Organizaciones (...), de tal manera que los valores que se recogen
en los mismos se consideran, en ocasiones, como elementos –constitucionales- de
cada una de las citadas Organizaciones. Estos elementos y valores, por lo que a
nosotros nos interesa, se configuran como las verdaderas bases para la acción
presente y futura en materia de minorías nacionales. Como lo señaló A. Fenet, las
tres Organizaciones <llegan a desarrollar actividades en relación con las minorías,
preocupándose todas, aunque de forma diversa, de los derechos humanos, de la
seguridad, de la diversidad cultural y de las regiones>"273.

En tal sentido, qué duda cabe que cuando las diversas Organizaciones se
han ocupado, o se ocupen más intensamente, de esta materia lo han hecho y lo
harán, o por lo menos no podrán olvidar, que se van satisfaciendo progresivamente
ciertos pilares en los que se fundamenta cada una de estas Organizaciones, en
particular, la democracia y el estado de derecho, la protección de los derechos
humanos, y el respeto a la diversidad regional y cultural en Europa"274. Con ello,
se nos pone de relieve que la adopción de normas, en materia de reconocimiento y

272C. M. DIAZ BARRADO, La protección cit.


273C. M. DIAZ BARRADO, La protección cit. (A. FENET, loc. cit., p. 94).
274Ibid.
119
protección de los derechos de as minorías nacionales, responde al objetivo de
satisfacer lo que se “esconde” tras lo valores indicados.

En lo que concierne a los procesos de integración, señalábamos, al analizar


la integración en América Latina y el Caribe, que "los procesos que conducen a
hacer realidad el espacio iberoamericano de integración deben tener
necesariamente unos fundamentos sobre los que se asienten y, asimismo, deben
manifestar las dimensiones sobre las que se proyectan”. Para continuar indicando
que “quisiera, (...), aventurarme a detallar algunos elementos que, a mi juicio, están
presentes en los procesos de integración que analizamos y que configuran, en
esencia, la fundamentación y el ámbito de actuación de los mismos”275.

Por ello, era posible decir que “desde esta perspectiva, hay que partir, sin
duda, de fundamentos de diverso contenido pero que, (...), podríamos resumir en la
existencia de vínculos históricos y en la presencia de lazos de carácter cultural
entre los Estados que participan en los procesos de integración (...); en la necesidad
de crear espacios en los que reine la seguridad y la estabilidad como expresión de
la estrecha colaboración y de las relaciones pacíficas entre los Estados
participantes; en la voluntad política de crear y consolidar regímenes de carácter
democrático en los que se asuma el reconocimiento y la protección de los derechos
humanos; y todo ello en el marco del establecimiento de un espacio económico que
asegure el bienestar y el desarrollo en los Estados implicados”276.

Con lo que, en consecuencia, “desde una visión estrictamente jurídica, y


con todas las reservas que se quiera, podríamos decir que la integración (...) es
portadora de unos <principios> que le sirven de fundamento y de unos
<propósitos> que van delimitando su campo de actuación. Pero hay que advertir
que dichos principios y propósitos que, a mi juicio aún no se encuentran articulados
de modo completo, se condicionan mutuamente”277.

En ambos casos, lo que apreciamos es que la adopción de normas y, en su


caso, el establecimiento de principios de contenido jurídico responden, con
seguridad, al objetivo de satisfacer unos determinados valores que están presentes
en las normas y principios en cuestión y que se proyectan en el conjunto del sector
del ordenamiento jurídico al que informan.

En realidad, el examen de cualquier sector del ordenamiento jurídico


internacional, y en un plano universal, manifiesta que los principios en los que se
inspira y la adopción de normas en el marco del mismo, se encuentran influidos por
todos o algunos de los valores indicados y que, progresivamente, se está

275Cfr., C. M. DIAZ BARRADO, Iberoamérica cit.


276Ibid.
277Cfr. ,ibid.
120
produciendo una fenómeno en el que se entiende que estos valores tienen un
carácter indivisible e interdependiente. El discurso de las Conferencias
internacionales, celebradas durante el decenio de los noventa del siglo XX, revela
tanto la presencia y el empleo de los conceptos de paz, democracia, desarrollo y
derechos humanos, como la estrecha vinculación que se quiere establecer entre
ellos, quizá con la finalidad de que informen conjuntamente normas o principios
jurídicos o bien con el objetivo de servir como parámetros de interpretación.

En particular, podemos observar cómo la Declaración y el Plan de Acción,


adoptados en Viena en 1993, en la Cumbre Mundial sobre los derechos humanos,
están impregnados de estos valores a los que hacemos referencia. Y, en esta línea,
hay que interpretar las palabras del Secretario General, con ocasión de la apertura
de la citada Conferencia, cuando señaló, con rotundidad, que "sólo la democracia,
dentro de los Estados y dentro de la comunidad de Estados, es verdadera garante de
los derechos humanos"; "que debe establecerse (...) el vínculo que ya existe en
nuestra mente entre democracia, desarrollo y derechos humanos"; y que hay que
"promover la democracia y los derechos humanos", también en los países en
desarrollo, porque "únicamente el desarrollo de cada cual garantizará la paz para
todos"278. Quizá sea posible, en esta línea, establecer un cúmulo de interrelaciones
de unos valores con otros y llegar a conclusión de que todos y cada uno de ellos se
condicionan mutuamente y que, por lo tanto, sólo se podrán alcanzar plenamente
en el caso de se satisfaga cada uno de ellos.

Por lo demás, es constatable que los valores que venimos mencionando han
supuesto un cambio decisivo en las concepciones de las relaciones internacionales
y que, por ello, han encontrado su reflejo en el ordenamiento jurídico internacional.
Hace menos de un siglo que los principios, valores y conceptos que primaban en la
sociedad internacional eran, precisamente, los contrarios a los que venimos
indicando y aquéllos, admirados y tolerados, encontraron, en su época, una perfecta
traducción jurídica.

En lugar del derecho a la paz, era el ius ad bellum el protagonista de las


relaciones internacionales y el uso de la fuerza, por cualquier motivo o razón, se
constituyó y configuró como un atributo de la soberanía estatal, hasta el punto de
que el recurso efectivo a la fuerza por un Estado se estimaba como un adorno que
aportaba al Estado en cuestión cierto prestigio en la escena internacional. Por lo
menos, quedó claro, durante largo tiempo, que los Estados podían recurrir a la
fuerza armada sin más límites que los que se derivaban de circunstancias de
oportunidad política.

El derecho al desarrollo ni tan siquiera se podía concebir en una sociedad


marcada por las diferencias económicas de los Estados y de los pueblos. Éstos, en

278Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Naciones Unidas, 1993, pp. 10, 20 y 21.
121
los supuestos de dominación colonial, observaban, con resignación, cómo se
procedía al expolio de los recursos naturales y sufrían, en consecuencia, la
explotación económica más grave de la que ha tenido conocimiento la historia y la
humanidad. El principio jurídico era el colonialismo y la dominación colonial y las
consecuencias de todo ello, en el ámbito económico, eran de todos conocidas.

Los conceptos de participación ciudadana en los asuntos internacionales y


la consagración de un eventual principio democrático en la sociedad internacional,
hubieran creado asombro en nuestros antepasados y era imposible imaginar,
incluso sociedades internas, en las que respetase la más mínima intervención de los
gobernados en los asuntos de gobierno. El individuo no era, en modo alguno,
destinatario de derechos y se concebía como un súbdito del Estado. Desde luego, la
trasparencia y la participación en los asuntos públicos no formaban parte de los
atributos de los Estados y, ni que decir tiene, que en la sociedad internacional no
habitaban elementos de democratización.

Por último, "homo hominis non sacra res" sería una máxima válida, en la
sociedad internacional de hace tan sólo sesenta años. Los derechos eran de los
Estados y no de los seres humanos y las violaciones de los derechos humanos,
incluso de los más elementales y básicos, además de constituir un asunto interno de
cada Estado, no eran violaciones del ordenamiento jurídico internacional. El
reconocimiento y protección, en el plano internacional, de los derechos humanos
tardó mucho tiempo en consagrarse como un objetivo y como un asunto de interés
para los Estados.

En suma, no podemos negar que, ciertamente, se ha producido una


profunda transformación en los valores que inspiran el conjunto de la sociedad
internacional, más allá de su efectividad, y estimamos que, en la actualidad, nos
hallamos en presencia de “conceptos de valor” que, con todos los matices que se
quiera, favorecen la integración y la solidaridad en el planeta. Pero los argumentos,
hasta ahora utilizados, son insuficientes para demostrar, con certeza, que el
conjunto del ordenamiento jurídico internacional ha sabido reflejar con perfiles
estrictamente jurídicos y perfectamente entrelazados entre sí los elementos de un
sistema de normas e instituciones propios de una comunidad jurídica internacional.
A lo más, aunque no menos, la definición de las características de la comunidad
internacional se va enriqueciendo con aportaciones de esta índole y se va
generando la convicción, también jurídica, de que los valores no deben estar
ausentes ni en el proceso de elaboración de normas ni en la instauración de
mecanismos que aseguren su aplicación.

En definitiva, el carácter de la sociedad internacional, los procedimientos


normativos e institucionales del Derecho Internacional y, sobre todo, el poder de
los Estados en la configuración del sistema internacional, en todas sus dimensiones
y manifestaciones, son quienes determinan los caracteres profundos del Derecho
122
Internacional. La “comunidad jurídica internacional”, como realidad completa,
depende, entonces, del quehacer de quienes la conforman. En un sector muy
concreto, ya lo decía el Secretario General de las Naciones Unidas: "en el Estado
debería la comunidad internacional delegar principalmente la función de velar por
la protección de las personas"279.

Por todo, hemos de señalar que, en la actualidad, se pude abordar con


fundamento la cuestión relativa a la eventual existencia de una “comunidad
internacional” y que, en el fondo, hemos pasado de posiciones negadoras del orden
jurídico internacional o, al menos de su juridicidad, a posiciones en las que se
suscita la existencia de principios y normas dotados de generalidad y exigibilidad.

1. La aceptación de la expresión "comunidad internacional"

Nos interesa, ahora, ofrecer algunas reflexiones en torno al concepto de


"comunidad internacional" en el ordenamiento jurídico internacional en el
momento actual, teniendo en cuenta, como dijera F. Mariño Menéndez, que "dada
su estructura interestatal básica, no existe en la Comunidad Internacional un poder
constituyente, capaz de dar forma jurídica específica a una Constitución formal del
orden jurídico internacional". Más aún, "la Comunidad jurídica internacional
carece de una autonomía central que sea titular de poderes jurídicos normativos de
alcance general"280.

Desde la óptica normativa, se podrían observar, sin embargo, elementos


que contribuyen o través de los cuales percibimos la configuración, en el futuro, de
una eventual comunidad jurídica internacional o que nos descubren, por lo menos,
que sigue intacta la vocación del Derecho Internacional por constituirse plenamente
en el "sistema jurídico" encargado de regular las relaciones que habiten en el seno
de la comunidad internacional. Entre estos elementos es destacable el empleo, cada
vez más frecuente de la expresión "comunidad internacional" y lo que se esconde
tras la utilización de estos términos.

Interesa reseñar que las expresiones que dan contenido a la realidad


"comunidad internacional" no han estado ausentes, a lo largo del tiempo, en el
discurso tanto de la doctrina internacionalista, como en las posiciones
jurisprudenciales y en la práctica de los Estados. Y ello con independencia de la
correcta o incorrecta utilización de los términos. En otras palabras, no deja de

279Ibid.,, p. 16.
280F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 59. Tres trabajos en los que se
abordan, con detalle y rigurosamente, cuestiones relativas a la comunidad internacional: Ch.
TOMUSCHAT, Obligations arising for States without o againts their will, R.C.A.D.I., 1993-IV, pp.
195-374; B: SIMMA, From bilateralism to community interest in International Law, R.C.A.D.I.,
1994-VI, pp. 217-384; y A. FROWEIN, Reactions by not directly affected to breaches of Public
International Law, R.C.A.D.I., 1994-IV, pp. 345-437.
123
haber muchas ocasiones en las que se utiliza la expresión "comunidad
internacional" otorgándole el contenido y las connotaciones que, en realidad, le
corresponden. En sentido amplio, J. A. Carrillo Salcedo ha dicho, con razón, que
"la vie internationale reste dominée par les rapports interétatiques, mais le recours à
la notion de communauté internationale (...) est de plus en plus fréquent en raison
de la force évocatrice des termes qui l'expriment et de la subordination qu'ils
suggèrent des souverainetés particuliéres au bien commun"281.

Por recordar sólo algunas, aunque pocas posiciones doctrinales, tengamos


presente que, en los momentos en los que se podría situar el origen del Derecho
Internacional, ya se reflexionó respecto a la existencia de una comunidad
internacional. En efecto, como nos recordaba A. Truyol Serra, "sea suficiente en
esta evocación señalar cómo, al tomar conciencia de la novedad de la situación
creada en el ámbito jurídico por la aparición en su horizonte del Nuevo Mundo,
Vitoria se elevó a la idea de una comunidad internacional universal basada en la
unidad del género humano, diversificado en pueblos y naciones (gentes) cuya
organización política (hoy diríamos su estatalidad) requiere un mínimo de
adecuación a las exigencias de un orden racional (...)"282.

Por su parte, F. Mariño Menéndez comienza su obra general indicando que


"la Comunidad Internacional está constituida por el conjunto de entes colectivos
que se relacionan entre sí por medio de normas del Derecho Internacional Público
o Derecho de Gentes", para afirmar, después, este autor, que "la Comunidad
Internacional es una noción que ha recibido expresión en el Derecho
Internacional"283. Y esto es lo verdaderamente relevante: el empleo de esta noción
se hace en un marco jurídico y con efectos de esta naturaleza.

La verdad es que el empleo de la expresión "comunidad internacional" se


ha ido haciendo cada vez más frecuente, por parte de la doctrina científica, y ello
no deja de ser un indicio más de que, tras esta expresión, se esconde una realidad
que va más allá de lo que significa la sociedad internacional; que representa algo
más que la sociedad internacional organizada (cuyo principal exponente serían las
Naciones Unidas); y que, incluso, debe ser interpretada con un sentido diferente al
que le corresponde a la noción de humanidad.

La comunidad internacional sacaría a la luz los elementos solidarios que


habitan en la sociedad internacional, supondría la defensa conjunta de intereses y
valores comunes, y se fundamentaría en una serie de principios y normas
generalmente aceptados por los miembros de la misma. En palabras de C. Jiménez

281CARRILLO SALCEDO, J. A. Droit International cit., p. 132 (cursiva añadida).


282A. TRUYOL SERRA, Francisco de Vitoria a la luz del Descubrimiento, Inauguración, La
cooperación internacional, XIV Jornadas AEPDIRI, Bilbao, 1993, pp. 21-22 (cursiva añadida).
283F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 17 (cursiva añadida).
124
Piernas, desde una perspectiva eminentemente normativa, "también hay reglas que
protegen no ya intereses de los Estados individualmente considerados o en grupo,
sino intereses colectivos esenciales de la Comunidad Internacional (C.I.) en su
conjunto, que pretenden la realización solidaria de un cierto orden público
internacional basado en la adhesión a un mismo código de valores mínimos
(...)"284. A partir de aquí el Derecho Internacional se dotaría de aquellos elementos
que le darían eficacia, se adornaría de las notas de efectividad y exigibilidad, y
establecería procedimientos de creación de normas más centralizados. Y todo ello,
aunque no se puede olvidar, sin embargo, que muchos internacionalistas han
negado la existencia de una comunidad internacional. Así, O. Casanovas nos
recordaba que "la afirmación de que los Estados forman una <comunidad
internacional> es susceptible de ser acogida con un cierto grado de escepticismo e,
incluso, ha sido objeto de negación", de tal manera que algunos estudiosos de la
vida internacional, poniendo el acento más en los intereses particulares de los
Estados, llegan a la conclusión de que "no existe propiamente una comunidad
internacional y que las normas jurídicas internacionales, si realmente existen,
juegan un papel muy secundario y relativo"285.

De esta forma deberían darse, para la existencia de una comunidad jurídica


internacional, los dos presupuestos señalados por F. Mariño Menéndez, es decir,
una sociedad internacional y la convicción de que las relaciones en el seno de la
misma "deben estar regidas por normas determinadas, aplicadas recíproca y
generalmente"286. La generalidad de las normas adquiere así un papel
preponderante en los elementos de definición de la comunidad jurídica
internacional y se opone, de manera radical, a características hoy presentes del
ordenamiento jurídico internacional, tales como el relativismo, el particularismo y
el "carácter situacional" de este Derecho.

Constatemos, en definitiva, que el empleo de la expresión "comunidad


internacional" por parte de la doctrina científica responde, sobre todo cuando se le
otorga un determinado contenido a la misma, al hecho de que el ordenamiento
jurídico internacional establece precisiones, de carácter más o menos vinculantes,
que tienen como destinataria a esa comunidad. Así, la reflexión doctrinal sobrepasa
los términos de la categoría y del enfoque filosófico, para penetrar en el plano más
concreto de la realidad jurídica. Por esto, las tendencias contradictorias que habitan
en la sociedad internacional tienen, como ha dicho A. Pellet, una traducción
jurídica. "d'une part, le droit international demeure essentiellement ce qu'il a

284En M. DIEZ DE VELASCO, Instituciones de Dercho Internacional Pubíco, Madrid, 1999, pp.
67-68.
285O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad cit., pp. 146-147.
286F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 18. Con ello se eliminarían
ciertas incertidumbres y se insistiría en los elementos de cohesión que deben habitar en la sociedad
internacional. No caben dudas de que el establecimiento de norma de contenido y alcance general es
uno de los objetivos del Derecho Internacional Contemporáneo.
125
toujours été depuis l'avènement des Etats modernes: un faisceau de relations
bilatélares (et plurilatérales). D'autre part, de façon encore balbutiante, il consacre
des solidarités globales qui affleurent dans la sphère juridique et que l'on
synthétise en parlant de <communauté internationale>"287.

Pero lo importante es que, generalmente, la doctrina internacionalista


acepta que se dan elementos en el orden jurídico internacional que permiten
situarlo en la línea del ordenamiento de una determinada comunidad internacional.
Incluso, quienes ponen el énfasis en aspectos menos societarios y comunitarios, se
ven forzados, a la postre, a reconocer que, pese a todo, hay elementos de esta
índole en la actual sociedad internacional. Así, A. Remiro Brotons ha afirmado que
"en una sociedad como la internacional sería ilusorio concebir el Derecho
Internacional como un orden pacífico y completo. No podemos analizar la realidad
jurídica sin entrar en el incierto e inestable proceso de su transformación ni
debemos aislar la violación de las normas del contexto histórico en que se
producen", para llegar a decir, este autor, que urge "volver a la Carta,
manifiestamente mejorable, para reconstruir el consenso sobre las instituciones que
han de servir los principios constitucionales que nos hemos dado y para ampliar o
complementar estos principios"288.

Pero por si fuera poco, se ha dicho, también con razón, que ciertas
características básicas de la actual sociedad internacional no impiden el
surgimiento de una comunidad internacional. Para O. Casanovas "la presencia de
conflictos en las relaciones entre los Estados, e incluso las guerras que en entre
ellos han existido, no constituyen un obstáculo insuperable a la idea de comunidad
internacional", puesto que, en definitiva, "el conflicto presupone una cierta
comunidad de intereses y puede tener aspectos positivos"289.

Desde luego, no resulta difícil observar y registrar aquellos elementos de la


sociedad internacional que significan división y contradicción y que ponen de
manifiesto, en consecuencia, la debilidad de esta sociedad. Más complicado es, sin
duda, advertir aquellos aspectos que, deducidos incluso de los comportamientos de
los Estados, inciden en los intereses comunes de éstos. Están siendo desbordadas, a
mi juicio, las posiciones doctrinales que ponen el acento en el carácter unilateral y
en las vertientes más desgarradoras de la sociedad internacional y se van abriendo
paso progresivamente concepciones que, sin negar los elementos dramáticos de las
relaciones internacionales, apuntan aquellos aspectos que están orientados a poner
de relieve cierta solidaridad.

287A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 101 (cursiva añadida).


288A. REMIRO BROTONS, Universalismo cit., 55 (cursiva añadida).
289O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad cit., pp. 149 y 150.
126
Tengo la impresión, en suma, de que la reflexión doctrinal camina, en
esencia, en una doble dirección: Por un lado, es innegable que la actual estructura
del ordenamiento jurídico internacional ha sido levantada con "andamios" de
naturaleza y contenido particulares, es decir, con fundamento básicamente en el
quehacer de los Estados; por otro lado, está claro que, paulatinamente, se han ido
advirtiendo aspectos que afectan al conjunto de Estados y que tocan intereses
comunes de éstos y del resto de los destinatarios de normas internacionales. Sin
duda, el análisis doctrinal en torno a una eventual comunidad jurídica internacional
es mucho más fácil hoy que en tiempos pretéritos ya que, incluso, la propia acción
estatal es la que ha ido despojando al Derecho Internacional de particularismo y
relativismo y le ha ido aportando generalidad y exigibilidad.

La ausencia de referencias explícitas a la comunidad internacional en


instrumentos jurídicos sumamente relevantes, como sería el caso de la Carta de las
Naciones Unidas, ha sido parcialmente compensada y queda cubierta por su
aparición en otros instrumentos que están dotados, también, de cierta envergadura
y que, en concreto, poseen una profunda significación jurídica. En este sentido, hay
que recordar, sin lugar a dudas, la Resolución 2625 (XXV) de la Asamblea
General, que, precisamente en el marco de la afirmación del principio de la
igualdad soberana, sostiene, como se sabe, que "Todos los Estados gozan de
igualdad soberana. Tienen derechos y deberes iguales y son miembros iguales de la
Comunidad Internacional (...)". Resulta curioso y aleccionador que esta referencia
se vincule, de manera clara, al principio fundamental del ordenamiento jurídico
internacional que prima facie más pondría en tela de juicio la existencia de una
comunidad internacional, y es aún más sorprendente que esto se haga en el
contexto de la igualdad jurídica soberana de los Estados, con lo que se apunta,
desde luego, a una comunidad jurídica internacional.

La afirmación constante de la soberanía de los Estados no sería, por lo


tanto, incompatible con el reconocimiento de competencias compartidas entre ellos
y orientadas a la satisfacción de intereses de carácter común. En otras palabras, el
reconocimiento de la soberanía de los Estados, como vértebra de la estructura del
sistema internacional, no es un obstáculo en el camino que conduce a la
configuración de la comunidad internacional. Se podría hablar, por ello, de una
"reformulación de la soberanía" cuando los "fines y objetivos son establecidos por
la comunidad de Estados en su conjunto"290.

Por lo demás, la celebración de la Convención de Viena sobre el derecho


de los Tratados prestó la oportunidad para que, al hilo de la definición de las
normas imperativas, se introdujera, como se sabe, en el artículo 53 del Convenio,
una referencia a la comunidad internacional. Se entiende, en este precepto, que las
normas imperativas son aquellas aceptadas y reconocidas "por la Comunidad

290A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit., p. 20.
127
Internacional de Estados en su conjunto". De nuevo, la expresión "comunidad
internacional" aparece en un sector eminentemente jurídico y tomando como punto
de referencia a determinada categoría de normas internacionales de gran
significación jurídica. Sin duda, la codificación del derecho de los tratados revela
una de las manifestaciones esenciales del Derecho Internacional y está impregnada,
como no podía ser de otro modo, del valor del consentimiento en los procesos de
asunción de obligaciones jurídicas. Ahora bien, la referencia puntual, en el citado
artículo 53, a la comunidad internacional esconde una reflexión más profunda que
aparece, con menor espectacularidad, en otros preceptos del citado Convenio y que
hacen florecer relaciones que van más allá de las meramente bilaterales y
multilaterales, alcanzando la defensa y la protección de intereses comunes.

La comunidad internacional, como expresión, aparece, por lo tanto, en el


marco donde habita con toda intensidad el consentimiento de los Estados como
manifestación jurídica por excelencia de su soberanía y se plasma en el sector
concerniente a los procedimientos de creación de normas internacionales. Si se
quiere, el empleo de la expresión “comunidad internacional” acontece en unas de
las “arterías” que recorren el conjunto del ordenamiento jurídico internacional.

Anotemos, también, a pesar de su destino final que ya hemos señalado, que


el proyecto de artículo 19, aprobado en primera lectura por la Comisión de Derecho
Internacional, sobre la responsabilidad de los Estados por hechos ilícitos, incluía
la expresión que estamos comentado al delimitar el contenido de <crimen
internacional>, por considerarlo un hecho internacionalmente ilícito "resultante de
una violación por un Estado de una obligación internacional tan esencial para la
salvaguardia de los intereses fundamentales de la comunidad internacional
(...)"291. En este caso, la expresión comunidad internacional aparece en un
proyecto de artículo sobre uno de los segmentos capitales y medulares del
ordenamiento jurídico internacional y vinculada a obligaciones jurídicas
consideradas como esenciales. La discusión en torno a la aceptación o no de la
figura de “crimen internacional” no altera, en modo alguno, el contenido de lo que,
quizá, en el futuro sea un convenio general de codificación sobre la materia,
reconociendo que las normas del proyecto de artículos se encuentran, en esencia,
reconocidas por vía consuetudinaria292.

De todos modos, lo que importa destacar es que ha calado el


convencimiento de que la exigencia de responsabilidad internacional no es siempre
de carácter meramente signalagmático ni que los problemas de responsabilidad se

291Vid., los trabajos de C. GUTIERREZ ESPADA, ¿Quo vadis responsabilidad? cit., y C.


TOMUSCHAT, Nuevas tendencias de la responsabilidad en el derecho internacional, ibid, 2000.
292C. GUTIERREZ ESPADA, El punto final cit. y, ¿Actio popularis en Derecho Internacional? (El
proyecto definitivo de artículos de la CDI sobre la responsabilidad internacional del Estado de agosto de
2001", en Estudios de Derecho Internacional en Homenaje al profesor Ernesto J. REY CARO, Córdoba
(Argentina), 2002, pp. 549-575.
128
resuelven siempre en puras relaciones entre los Estados afectados, sin que pueda
verse implicados intereses de contenido y alcance general.

Diversos preceptos del proyecto de artículos desprenden el aroma de la


"responsabilidad comunitaria" y, por ello, se establecen obligaciones como la de
restaurar la legalidad que ha sido vulnerada mediante la comisión de un hecho
internacionalmente ilícito. Pero es que, quizá para superar la “decepción” que para
muchos supuso la eliminación de la figura del “crimen internacional”, hay que
anotar que el artículo 48 del proyecto de artículos, finalmente aprobado, dispone
que “Todo Estado que no sea un Estado lesionado tendrá derecho a invocar la
responsabilidad de otro Estado de conformidad con el párrafo 2 si: a) La obligación
violada existe con relación a un grupo de Estados del que el Estado invocante
forma parte y ha sido establecida para la protección de un interés colectivo del
grupo; b) La obligación violada existe con relación a la comunidad internacional
en su conjunto”293.

Y la Comisión de Derecho Internacional llegó a entender, en el comentario


al citado precepto, que “todos los Estados son, por definición, miembros de la
comunidad internacional en su conjunto, y las obligaciones de que se trata son, por
definición, obligaciones colectivas que protegen determinados intereses de la
comunidad internacional en cuanto tal. Por supuesto, esas obligaciones pueden al
mismo tiempo proteger los intereses individuales de los Estados, de la misma
manera que la prohibición de actos de agresión protege la supervivencia de cada
Estado y la seguridad de su población”294, pero lo importante es que hay intereses
específicos de esa comunidad internacional. De todas maneras, en las esencias del
ordenamiento jurídico internacional, es decir, en su régimen de responsabilidad, la
expresión "comunidad internacional" ha tenido el atino de introducirse, y
vinculada, como puede observarse, a los aspectos centrales de la ilicitud.

En último término, lo que cabe subrayar es que la expresión "comunidad


internacional" ha cruzado la línea de lo filosófico y de lo político, lo que le
conducirá a su inserción en instrumentos de naturaleza jurídica y, de este modo,
comenzará a perfilarse su significación en el ámbito puramente normativo. Por lo
que "la comunidad internacional no es sólo un concepto, que tiene una base real en

293Como ha dicho la C.D.I. “el artículo 48 se basa en la idea de que en los casos de violación de
obligaciones específicas que protegen los intereses colectivos de un grupo de Estados o los intereses
de la comunidad internacional en su conjunto, pueden invocar la responsabilidad Estados que no son
Estados lesionados en el sentido del artículo 42”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional,
53º periodo de sesiones (23 de abril a 1 de junio y 2 de julio a 10 de agosto de 2001), A. G.
Documentos Oficiales, 56º periodo de sesiones, suplemento nº 10 (A/56/10), Capítulo IV,
Responsabilidad de los Estados, p. 349.
294Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 353, (cursiva añadida)
129
el proceso histórico de los últimos siglos, sino también por ser un fenómeno
perteneciente al ámbito de realidad, es un hecho jurídicamente relevante"295.

Tal vez se podrá insistir en que la aparición de esta expresión en


instrumentos jurídicos es todavía esporádica y episódica o, quizá, incipiente, y que,
por ende, no debería se representativa de la realidad jurídica que configura el
ordenamiento jurídico internacional en su conjunto. Todo lo contrario, la mera
inserción de las palabras "comunidad internacional" en instrumentos de esta
naturaleza y contenido es de por sí la expresión profunda de que realmente existe
dicha comunidad, aunque falten por extraer todas las consecuencias jurídicas que
se derivan de esa existencia y aunque se pueda decir que, por ahora, estamos en las
fases de gestación y desarrollo de esta noción.

Finalmente, hay que reseñar, aunque sea de forma breve, que la


jurisprudencia internacional ha reconocido y acogido, también la expresión
"comunidad internacional", cabiendo destacar lo que el Tribunal Internacional de
Justicia manifestó en su sentencia en el asunto de la Barcelona Traction al decir
que había que establecer una esencial distinción entre las "obligaciones de los
Estados respecto a la comunidad internacional en su conjunto" y aquellas otras que
se dan entre Estados en el marco de la protección diplomática.

Un sector de las relaciones internacionales en el que el ordenamiento


jurídico internacional cumple, sin duda, funciones muy clásicas y de yuxtaposición,
como es la protección diplomática, va a ser de nuevo el marco en el que el
Tribunal afirme, precisamente, la existencia de una comunidad internacional como
detentadora de derechos que imponen obligaciones a los Estados. La referencia del
T.I.J. a la comunidad internacional, en el pasaje citado, no debe ser entendida,
entonces, como una manifestación puntual ni marginal sino como la expresión del
profundo convencimiento del más alto órgano jurisdiccional internacional de que la
comunidad internacional jurídicamente existe.

También habría que destacar las expresiones que se contienen en la


sentencia, de 24 de mayo de 1980, en el asunto del personal diplomático y
consular de los Estados Unidos en Teherán, en la que el T.I.J. sostuvo que "estos
sucesos no pueden más que socavar la base de un edificio jurídico pacientemente
construido por la humanidad a lo largo de los siglos y cuya salvaguardia es esencial
para la seguridad y el bienestar de una comunidad internacional tan compleja
como la actual, que tiene más necesidad que nunca del respeto constante y
escrupuloso de las reglas que presiden el desarrollo ordenado de las relaciones
entre sus miembros"296.

295O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad cit., p. 153 (cursiva añadida).


296T.I.J., Recueil, 1980, pár. 92. En este caso, para C. TOMUSCHAT, "the international community
is appelled to as a guardian of fundamental interests (..), Obligations arising for States cit., p. 232.
130

En suma, observamos cómo está latente, en el proceso de formación del


ordenamiento jurídico internacional y en la interpretación del mismo, la existencia
de una comunidad jurídica en el seno de la cual se originan y sustancian relaciones
jurídicas entre los sujetos del Derecho Internacional. Da la impresión de que
determinadas normas (las de ius cogens), ciertas obligaciones (¿las esenciales? y
las obligaciones erga omnes), y algunos principios (la igualdad soberana entre los
Estados) no formarían parte del "sistema jurídico internacional" en ausencia de una
noción, con entidad y significación jurídicas, como es la de comunidad jurídica
internacional. Con lo que esta noción no sería el resultado de una mera
elucubración teórica o "de algunos autores" ni una especulación, sino que nos
hallaríamos en presencia de una "comunidad real, desarrollada en el proceso
histórico y plenamente identificable"297. Es cierto, no obstante, que una vez que se
acepta jurídicamente la expresión "comunidad internacional" corresponde ir
derivando las consecuencias que sean pertinentes del empleo de la misma. La
expresión "comunidad internacional" debe sobrepasar, por lo tanto, el significado
de ser un término meramente evocador y “militante” para convertirse en una
expresión que resuma, en sí misma, todo un modo de concebir las relaciones
jurídicas en la sociedad internacional.

2. La presencia de solidaridades

Aunque desde el punto de vista jurídico, lográsemos demostrar la


existencia de una comunidad internacional, esta demostración formaría parte de
una especie de ficción jurídica si no se sustentara en fundamentos de carácter y
dimensiones sociales. Los "bienes jurídicos protegidos" por la expresión
"comunidad internacional" y las consecuencias que se derivan, por ende, de la
misma, deben tener su correspondencia en la realidad social internacional y, a pesar
de que no procedamos a identificarlos en particular, sí hay que admitir que debe
darse un entorno de solidaridad al abrigo del cual se gesten, maduren y se
desarrollen.

Al igual que se pueden enfatizar las diferencias, las desigualdades y las


disparidades que existen, con certeza, en las relaciones internacionales, también es
posible poner el acento y los énfasis en aquellos elementos, si es que existen, que
aseguren y adviertan de intereses comunes del conjunto de Estados y que
perfectamente articulados entre sí den forma y coherencia al ordenamiento jurídico.

Queremos decir que las diferencias y las desigualdades reales se sustancian


en un entorno en el que se observan elementos de cierta solidaridad. Deberíamos

Como ha dicho este autor, "the international community appears as an institutional arrangement
called upon to shoulder the ultimate responsability for the fate of the community of human beings
living in Namibia", ibid., p. 231.
297Cfr., O. CASANOVAS Y LA ROSA, Unidad cit., p. 152.
131
preguntarnos, entonces, con D. Colar: ¿Porqué no se puede sostener que "los
elementos de solidaridad, los intereses comunes son más importantes que los
factores de división o de oposición"?, o admitir, por lo menos, que "la Sociedad
internacional contemporánea presenta un cierto grado de organización, incluso de
integración a nivel regional", y que esto conduce, inevitablemente, a disminuir la
desigualdad y a equilibrar el conjunto de las relaciones internacionales298.

Desde la perspectiva jurídica, la presencia de la solidaridad da cohesión,


sin duda, al ordenamiento jurídico internacional, refuerza la eficacia del mismo y, a
la postre, contribuye de manera decisiva a su desarrollo y consolidación. Se podría
decir, por lo tanto, que la sociedad internacional camina en busca de la
solidaridad y que "es verdad que la expresión <comunidad internacional> pone el
acento sobre la solidaridad internacional"299. En esta línea, debemos recordar el
pensamiento del Secretario General de las Naciones Unidas, para quien la historia
"demuestra que los sistema de relaciones internacionales basados solamente en la
proyección del poder, sin que éste vaya informado y limitado por una visión común
de principios, derechos y legitimidad universales, no permiten establecer raíces
duraderas"300.

El fenómeno que conduce a la existencia de "solidaridades" en la escena


internacional se ve favorecido, al menos, por dos elementos: el benéfico influjo
ejercido por el Derecho Internacional ya que, en el peor de los casos, "la Sociedad
internacional no es absolutamente una sociedad anárquica puesto que está sometida
a ciertas reglas obligatorias"301; y, además, por la consagración de una sociedad
internacional de carácter y contenido planetarios en la que, como se ha dicho, "los
elementos de unificación se combinan con los elementos de diferenciación"302.

De este modo, las dimensiones de los problemas a los que se enfrenta la


actual sociedad internacional nos debe llevar, de manera imprescindible, a la
afirmación jurídica de la existencia de solidaridades. En su Memoria sobre la labor
de la Organización de 1999, el Sr. Kofi Anan decía, con toda claridad, que "la
magnitud de los desafíos de la mundialización es tal que los gobiernos y las

298Cfr., D. COLARD, Les Relations internationales cit., pp. 31 y 32. Como ha dicho este autor: "Las
relaciones entre los actores de la escena internacional son tanto pacíficas como belicosas: no están
fundadas exclusivamente en relaciones de fuerza. Y, en muchas circunstancias, la solidaridad, la
cooperación, la negociación priman sobre la confrontación", p. 34. Porque, en definitiva, ello es una
consecuencia de la interdependencia, "La sociedad mundial actual forma una unidad orgánica por las
interdependencias complejas que existen en todos los niveles y en todos los campos. Las fronteras
estatales ya no son herméticas: han llegado a ser permeables y penetrables", p. 33.
299Cfr., DINH, N. Q., DAILLIER, P. y PELLET, A. Droit international Public cit., p. 37. Estos
autores hablan de comunidad jurídica internacional, en p. 38.
300Un programa de Reforma cit., párr. 93.
301D. COLARD, Les Relations internationales cit., p. 34.
302Ibid., p. 36.
132
organizaciones internacionales no pueden hacer frente a ellos por sí solos", y ello
después de sostener que "los múltiples y diversos desafíos que plantea (...)
constituyen el motivo más inmediato y obvio para el fortalecimiento de la
cooperación multilateral"303. Lo que nos pone de relieve el Secretario General es
que se está configurando una sociedad internacional en la que los elementos de
integración, cohesión y certidumbre han de ir ocupando, cada vez, un lugar más
sobresaliente entre las características que la definen e incide, de esta manera, en las
relaciones de interdependencia y, ello, se hará patente en todos los sectores del
ordenamiento jurídico.

En este contexto, adquiere pleno sentido abogar por la progresiva


consolidación, en el ordenamiento jurídico internacional, del "principio de la
solidaridad" del que derivarían normas específicas en las relaciones
internacionales. Es decir, ya se puede hablar de la existencia de sectores del
Derecho Internacional en los que el "principio de la solidaridad" encontraría
eventuales desarrollos normativos; y ya se dan las condiciones mínimas para que
las manifestaciones de los elementos solidarios, que se dan en la sociedad
internacional, encuentren algún tipo de traducción jurídica. En todo caso, y como
lo ha indicado A. Chueca Sancho, se podría hablar, ciertamente, de "un progresivo
establecimiento de la solidaridad como principio jurídico que debe regir las
relaciones en la Comunidad Internacional; ello se conseguirá estableciendo una
norma internacional que considere a la solidaridad como una obligación jurídica
internacional". Aunque este autor toma la precaución de advertir, con lo que hemos
de coincidir, que "es un principio que debe regir tales relaciones, no que las rija
actualmente"304.

Dos manifestaciones que acontecen en el seno de la sociedad internacional


y del ordenamiento jurídico que la regula, apuntan a que existe un "entorno de
solidaridad" en la escena internacional:

Por un lado, y poniendo el acento en los aspectos que definen a la sociedad


internacional contemporánea, se puede decir que esta sociedad es una sociedad
universal que se desarrolla en un entorno mundial y de globalización, lo que
necesariamente debe llevar a que habiten en ella elementos de solidaridad. Por
primera vez, como dijera D. Colard, los hombres se encuentran frente a problemas
planetarios que les conciernen a todos individual y colectivamente305, estando por
hacer la <nueva arquitectura> del Mundo del siglo XXI, de tal manera que

303Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, pp. 32 y
34, párrs. 220 y 234.
304A. CHUECA SANCHO, El derecho al desarrollo cit., p. 40.
305Cfr., D. COLARD, Les Relations internationales cit., pp. 119-120.
133
corresponde a los hombres y a los Estados definir "la Casa Común Universal en la
que deberán cohabitar pacíficamente"306.

Sin embargo, no hay que olvidar tampoco que, en ocasiones, se ha puesto


el énfasis en la eventual fragmentación del "sistema internacional". Como han
indicado C. Kaminski y S. Kruk, "les risques de fragmentation, de dissémination
des pouvoirs politiques régionaux peuvent dessiner les contours d'un véritable
désordre international". Más aún, para estos autores, "Les tendances se multiplient
à la fragmentation des pouvoirs, et à l'intégration régionales. Dans ce mode
désormais multipolaire, une nouvelle course s'engage: celle où rivalisent puissances
économiques que naviguent entre compétitivité et solidarité. Il demeure difficile
encore de formuler les lieux où puisse s'exercer davantage leur
complémentarité"307.

Los elementos de solidaridad que, sin duda, están presentes en la actual


sociedad internacional deberán, pues, convivir con elementos de fragmentación que
tendencialmente apuntan al establecimiento de sistemas insolidarios. Y en esta
situación debe conformarse el ordenamiento jurídico internacional. Aunque
interpretadas con un carácter más general, se podrían suscribir, pues, la palabras de
F. Horchani, para quien "si le droit international prétend contribuir à maintenir
l'ordre collectif -qui a bénéficié pendant longtemps aux pays développés- son
évolution future est nécessairement liée au bien être collectif"308.

Desde luego y por lo que respecta a la configuración de una comunidad


jurídica internacional, que debe ir más allá de una comunidad internacional de
Estados, lo que sucede, en realidad, es que falta aún por lograr la cohesión precisa,
a nivel mundial, que permita la existencia de una sociedad internacional más
equilibrada y "justa" y, por tanto, globalmente solidaria. Existen cuestiones
trascendentales que todavía están sin resolver y a las que el Derecho Internacional
no da una respuesta satisfactoria. Quizá, por ello, como diría J. A. Carrillo Salcedo,
"ciertos sectores del Derecho Internacional contemporáneo son inseguros e
inciertos en cuanto a su positividad"309. Se trata, sobre todo, de cuestiones en las
que el Derecho Internacional ha de cumplir su función de cooperación, como paso
subsiguiente al mantenimiento de la coexistencia pacífica e intermedio en el logro
de la "sociedad comunitaria".

Ahora bien, como decimos, debe tratarse de algo más que una mera
comunidad de Estados, aunque se deba reconocer que a éstos les corresponde

306Cfr., ibid., p. 131.


307C. KAMINSKI y S. KRUK, op. cit., pp. 75 y 125 (cursiva añadida).
308F. HORCHANI, Le nouvel ordre économique international: mort ou métamorphose?, Les
nouveaux aspects cit., p. 215 (cursiva añadida).
309J. A. CARRILLO SALCEDO, Curso cit., p. 19.
134
configurar la misma, dar contenido a los intereses comunes y asumir, de manera
preferente, la defensa de estos intereses. El propio Secretario General, con una
visión realista, sostenía que "Del mismo modo, los Estados deben cobrar más
conciencia de su doble función en nuestro mundo globalizado. Además de las
responsabilidades que cada uno de ellos tiene para con su propia sociedad, los
Estados son también, colectivamente, los guardianes de nuestra vida común en
este planeta, una vida que comparten los ciudadanos de todos los países. A pesar
de que con frecuencia la mundialización da una idea de confusión institucional, no
existe ninguna otra entidad que pueda competir con el Estado o pueda
reemplazarlo. Por consiguiente, la gestión de la mundialización requiere, antes que
nada, que los Estados se comporten de una manera compatible con su doble
función"310.

Es verdad entonces, pero ya con matices, que "l'institution étatique reste le


fondement de la société internationale. L'institutionnalisation progresive de la
communauté internationale n'a pas déplacé les Etats souverains, et il es indiscutible
que la structure de celle-ci reste encore décentralisée"311. Lo relevante es que hay
una afirmación constante de intereses comunes, de preocupaciones comunes y de
objetivos comunes que deben ser perseguidos y satisfechos, preferentemente, por la
comunidad de Estados en su conjunto. Y que el medio social, mundializado,
favorece la aparición de solidaridades por lo que, como dijera M Bedjaoui, "las
fronteras del derecho internacional han quedado considerablemente desplazadas,
para convertirlo en el derecho de lo universal"312.

Por otro lado, se puede afirmar que el ordenamiento jurídico internacional


camina en la dirección de precisar sus normas e instituciones y de constituirse en
el ordenamiento de una verdadera "comunidad internacional", más allá de la
"comunidad ilusoria" como la ha calificado F. Attar313. En esta línea, S. Belaid ha
dicho, sin embargo y con rotundidad, que "est illusoire de parler, aujourd'hui
comme hier, de <communauté internationale>, en tant qu'exprimant une conscience
collective et une volonté commune d'action devant un certain nombre de principes
politiques et juridiques communément admis et respectés (...)314. Pero lo que no se
puede negar es que el Derecho Internacional evoluciona, quizá lentamente, en la
dirección de establecer un conjunto de normas y de instaurar una serie de
instituciones que le van otorgando mayor solidez, que le hacen cada vez menos
rudimentario y que, a la postre, permitirían hablar de un derecho estable que, pese a
todo, apunta y garantiza las relaciones pacíficas y de cooperación en la sociedad
internacional.

310Informe sobre la Cumbre del Milenio, párr. 43 (cursiva añadida).


311CARRILLO SALCEDO, J. A. Droit International cit., p. 57.
312M. BEDJAOUI, Hacia un nuevo orden cit., p. 218.
313F. ATTAR, Le Droit International entre ordre et chaos, Hachette, 1994, pp. 79 ss.
314S. BELAID, loc. cit., p. 287.
135

Como ejemplo, más allá de otros elementos que pueden ir configurando


una verdadera comunidad jurídica internacional y a algunos de los cuales nos
referiremos con posterioridad, señalemos que en el proceso de determinación y de
precisión del ordenamiento jurídico internacional ha de jugar un papel central la
codificación y el desarrollo progresivo del mismo. Hace algún tiempo sostuve que
"la codificación de este ordenamiento jurídico, en los albores del siglo XXI, se nos
presenta como un fenómeno a la vez inacabado e incierto, sin duda indefinido y
ambiguo, seguramente perturbador e inconsistente", pero, al mismo tiempo,
recordé la posición de M. Lasch, para quien, sobre la base de que en la actualidad
la codificación y la creación del derecho están en manos de los legisladores, sería
en el siglo XXI cuando éstos se encuentren plenamente embarcados en la gran
aventura de la codificación315.

Desde luego, hay que seguir sosteniendo que la codificación contribuye, de


manera decisiva, a precisar y a dar estabilidad y certidumbre al conjunto del
ordenamiento jurídico internacional y que, al mismo tiempo, produce, muchas
veces, la aparición de sistemas institucionales que favorecen la aplicación del
mismo. Pero hoy estimo que es posible avisar, también, de que la aventura de la
codificación, en el plano universal, podría suponer un significativo fracaso y
conducir a una situación de dispersión normativa, de ruptura de la unidad del orden
jurídico internacional y de pérdida de "juridicidad" de normas internacionales. Con
mucho temor a equivocarme, diré que la codificación en el siglo XXI debe
prescindir, necesariamente, de algunos elementos que la han venido definiendo en
la última mitad del siglo XX. Por lo menos, deben establecerse nuevos mecanismos
y procedimientos en la labor codificadora; y se debe argumentar, con una visión de
conjunto, cada uno de los procesos de codificación emprendidos316. Sirvan
algunas reflexiones generales para ilustrar esta posición, he de reconocer un tanto
pesimista en relación con mis posiciones anteriores:

La labor realizada por la C.D.I. en su 51º período de sesiones (3 de mayo a


23 de julio de 1999) pone de relieve, junto a avances significativos, ciertos
elementos de desasosiego en la valoración del proceso codificador. Más allá, por
supuesto, de que se precise una profunda reforma de este órgano, de sus funciones
y competencias y de la elección de los temas a codificar, el trabajo de la C.D.I.

315C. M. DIAZ BARRADO, La necesidad de la codificación en el Derecho Internacional Público,


R.E.D.I., 1995. pp. 33 y 52. y Cfr. M. LASCHS, loc. cit., p. 538.
316Ya se han apuntado algunas reflexiones, como la de J. A. PASTOR RIDRUEJO, para quien la
crisis de la codificación se debe, fundamentalmente, "a la abundancia y a la naturaleza de los temas
que ocupan en estos últimos años a la C.D.I.. A la abundancia, pues su número impide que la
Comisión concentre debidamente sus esfuerzos. Y también a la naturaleza, pues algunos de esos
temas no se prestan fácilmente a la tarea codificadora", Las Naciones Unidas y el Derecho
Internacional, Barcelona, 1997, pp. 186-187.
136
muestra a las claras, entre otros aspectos, el agotamiento al que puede conducir la
labor codificadora y el desgaste de la misma317.

Respecto a lo primero, el mejor ejemplo puede ser, casi con seguridad, el


esfuerzo destinado a codificar las normas sobre la responsabilidad internacional
de los Estados. Es verdad, por qué no decirlo, que nos hallamos en presencia de
uno de los sectores más complejos y, también, más medulares del ordenamiento
jurídico internacional, pero es cierto, con seguridad, de que se está generalizando
la impresión de que se trata de un proceso inacabable. Así, en 1999, el párrafo 14
del Informe de la C.D.I. nos decía que la "Comisión examinó el segundo informe
del Relator Especial, relativo a los capítulos III, IV y V de la primera parte del
proyecto de artículos. La Comisión decidió remitir al Comité de Redacción los
artículos de los Capítulos III, IV y V, y tomó nota ulteriormente del informe del
Comité de Redacción (cap. V). Además, la Comisión celebró un debate general
acerca de las contramedidas, sobre la base de un capítulo del segundo informe del
Relator Especial"318. En otras palabras, tras años de trabajo se continuban
abordando cuestiones muy debatidas y se abrían y volvía abrir temas de debate.

Parece, no obstante, que, por lo menos en el seno de la Comisión de


Derecho Internacional, se cierra la cuestión relativa a la codificación de esta
materia, una vez que, como se sabe, “el Presidente del Comité de Redacción
presentó su informe (A/CN.4/L.602 y Corr.1 y posteriormente A/CN.4/602/Rev.1)
en las sesiones 2681ª a 2683ª y 2701ª de la Comisión, celebradas del 29 al 31 de
mayo y el 3 de agosto de 2001. En las mismas sesiones, la Comisión examinó el
informe del Comité de Redacción y aprobó la totalidad del proyecto de artículos
sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos en sus
sesiones 2683ª y 2701ª”. Además, “en sus sesiones 2702ª a 2709ª, celebradas del 6
al 9 de agosto de 2001, la Comisión aprobó los comentarios a dicho proyecto de
artículos”. Y, por último, y “de conformidad con su Estatuto, la Comisión presenta
a la Asamblea General el proyecto de artículos”319.

Pero hay que advertir, sin duda, que el largo camino de la codificación de
las normas en materia de responsabilidad de los Estados por hechos
internacionalmente ilícitos ha recorrido tan sólo parte del camino que, a la postre,
le conduzca, de ser el caso, a su plasmación en un instrumento jurídico de carácter
vinculante. Para ser así, aún faltaría quizá la adopción de una resolución por parte
dela Asamblea General y la celebración de una Conferencia internacional que
decidiese adoptar un convenio en la materia.

317J. A. PASTOR RIDRUEJO, Las Naciones Unidas y la codificación del Derecho Internacional.
Balances y perspectivas en el cincuentenario de la Organización, Balance y perspectivas cit., pp. 111
ss.
318A.G.D.O. Suplemento nº 10 (A/54/10), p. 6.
319Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,
137

En palabras de la Comisión se “decidió, de conformidad con el artículo 23


de su Estatuto, recomendar a la Asamblea General que tomara nota del proyecto de
artículos sobre la responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos
en una resolución y que incluyera el proyecto de artículos como anexo a esa
resolución”; y, asimismo, se “decidió también recomendar que la Asamblea
General estudiase, en una etapa posterior, y a la luz de la importancia del tema, la
posibilidad de convocar una conferencia internacional de plenipotenciarios para
examinar el proyecto de artículos sobre la responsabilidad del Estado por hechos
internacionalmente ilícitos con miras a concertar una convención sobre el
tema”320.

Respecto a lo segundo, se podría hablar, sin duda, de la existencia de un


proceso de codificación en materia de derechos humanos, de alcance universal,
liderado por Naciones Unidas y de procesos de codificación de alcance regionales,
que están produciendo, junto a desarrollos muy positivos, un fenómeno de
inflacción y dispersión normativas. Como decía, C. Villán Durán "la codificación y
desarrollo progresivo del DIDH se ha desarrollado con buen ritmo hasta la fecha,
pues nuestro ordenamiento cuenta ya con un Código de 86 tratados internacionales,
todos ellos elaborados en el marco de las Organizaciones internacionales,
universales y regionales. Estos tratados crean obligaciones jurídicas concretas para
los Estados Partes en los mismos. Además, el Código se completa con un número
importante de declaraciones, resoluciones, reglas mínimas, conjuntos de principios
y recomendaciones, que tienen un valor jurídico desigual"321.

Pues bien, esta abundante normativa crea distorsiones, genera problemas


complejos de interpretación, abunda en las duplicidades y conduce, a la postre, a un
sistema de protección de los derechos humanos escasamente sistematizado, poco
integrado y cargado de repeticiones. Pero lo que es peor, genera solapamientos
institucionales y mecanismos ineficaces de protección. Estando, pues, en favor de
los procesos de codificación en materia de derechos humanos y de la
sectorialización normativa en la materia, no podemos menos que apuntar que se
precisa de un proceso o de varios procesos conjuntos de sistematización y de una
labor, ciertamente difícil, de "aclaración normativa".

El examen de las dos dimensiones indicadas nos pone de manifiesto que la


existencia de solidaridades en el sistema internacional, que alcanza una cierta
plasmación jurídica, es una condición necesaria para que se pueda hablar, en
profundidad, de la comunidad internacional en la que habitan y se desarrollan
elementos de significado solidario. La sociedad planetaria y los avances

320Ibid.
321C. VILLAN DURAN, El futuro de protección de los Derechos Humanos en las Naciones Unidas,
Balance y perspectivas cit., p. 26.
138
normativos e institucionales del Derecho Internacional, sabiamente combinados,
nos ofrecen un panorama en el que se va construyendo progresivamente la
comunidad internacional. De esta manera se entrelazan los intereses de contenido
social y los intereses de carácter normativo.

La "cooperación profunda" hace que surjan elementos de solidaridad y esto


se aprecia, por ejemplo, en aquellos procesos, como la Unión Europea y algunos
que acontecen en América Latina y el Caribe, en los que el principio de la
solidaridad, con uno u otro contenido, está presente como elemento esencial del
proceso en cuestión. Como lo indican A. Mangas Martín y D. Liñán Nogueras "a la
Unión se le confía la misión de organizar de modo coherente y solidario las
relaciones entre los Estados miembros y entre sus pueblos. Este capital artículo 1
del TUE formula el principio de solidaridad, al que se refiere también el
Preámbulo al formular su propósito de <acrecentar la solidaridad entre sus
pueblos>. Este principio se ha venido asentando en la Comunidad Europa hace ya
tiempo mediante la política regional y el marco más amplio de la cohesión
económica y social"322.

Lo mismo, aunque con menos rotundidad, se puede predicar de la


comunidad internacional en su conjunto. La exigencia de cooperación se plasma en
la interdependencia y ésta conduce a la solidaridad. Eso sí, varían sustancialmente
los modos y maneras de hacerla efectiva, así como las manifestaciones de la
misma, en función del sector de las relaciones internacionales de que se trate.
Incluso dentro de un mismo sector normativo la influencia que ejerce el “principio
de solidaridad” se deja sentir con mayor o menor intensidad. Esto se puede
comprobar, por ejemplo, en el ámbito correspondiente al Derecho del Mar, en el
que el régimen jurídico, establecido por la Convención de Montego Bay de 1982,
está más o menos condicionado por el citado principio según se trate de la Zona
Económica Exclusiva o de los Fondos Marinos y Oceánicos.

En definitiva, aunque aún no se pueda decir que exista un principio


fundamental o estructural del orden jurídico internacional que consista en la
afirmación de la solidaridad, sí se dan elementos solidarios en la sociedad
internacional contemporánea y, lo que es más importante para nosotros, estos
elementos encuentran cierta plasmación jurídica en determinados ámbitos de las
relaciones internacionales.

3. El cambio de significado en las funciones del Derecho Internacional

Se va abriendo paso, y no sólo a nivel teórico, una concepción más amplia


y generosa de las funciones que ha de cumplir el Derecho Internacional en la
presente sociedad internacional, y así, en las relaciones internacionales, comienzan

322A. MANGAS MARTIN y D. LIÑAN NOGUERAS, Instituciones 1999 cit., pp. 24-25.
139
a confundirse e integrarse, afortunadamente, las funciones de coexistencia, de
cooperación y de solidaridad, tanto por lo que se refiere a los sectores que
tradicionalmente han sido analizados con base en una u otra de ellas, como en lo
relativo a los instrumentos y estructuras empleados para hacerlas eficaces.

Este cambio en el significado de las funciones del ordenamiento jurídico


internacional coadyuva, también, a hacer real la comunidad jurídica internacional y
hace que la misma se proyecte en diversas dimensiones jurídicas, al favorecer su
presencia en diferentes sectores del ordenamiento internacional. Por lo menos, hay
que constatar, con C. Gutiérrez Espada, que el Derecho Internacional Público
"tiene, en efecto, distintos niveles, objetivos o, si se prefiere, diversas funciones
que cumplir" hablándonos este autor de "las nuevas funciones"323. Hay, desde
luego, no sólo un aumento de los objetivos sino, sobre todo, un cambio de
percepción en las funciones del ordenamiento jurídico internacional, pues, como
diría A. Rodríguez Carrión, "la auténtica inflexión se produce cuando los intereses
estatales empiezan a ser subordinados en aras a la consecución de intereses
comunitarios. De esta forma los criterios competencialistas empezarán a dar juego
a perspectivas de cambio pacífico, en las que el rígido reparto competencialista
queda orientado a objetivos generales"324.

Lo que nos importa destacar ahora es que este cambio en la perspectiva y


en la orientación de las funciones que corresponden del ordenamiento jurídico
internacional señalan, cada vez más, hacia el ámbito de la existencia de una
"cierta comunidad internacional". Veámos esto, al hilo esencialmente de la
posición doctrinal de M. Lachs y de las posiciones que mantuvo el Secretario
General de las Naciones Unidas, Boutros Ghali, en lo relativo, por un lado, al
sector del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, prototipo de la
coexistencia y, por otro lado, respecto al desarrollo económico de los Estados,
ejemplo fidedigno de la función de cooperación que ha de cumplir el orden jurídico
internacional y de su proyección en la búsqueda de cierta solidaridad internacional.

Se trata, por lo tanto, de poner el acento en el hecho de que no sólo el


Derecho Internacional ha ido paulatinamente expandiendo sus ámbitos de interés y
de aplicación llegando, incluso, a sectores de las relaciones sociales que, hace tan
sólo unos años, estaban claramente reservados a la competencia exclusiva de los
Estados, sino que, también, hay que constatar que, en los ámbitos de los que se ha
venido ocupando tradicionalmente, se han producido sustanciales modificaciones.
Por lo que se podría hablar, en suma, de las "funciones cuantitativas" y de las
“funciones cualitativas" del Derecho Internacional Contemporáneo.

323C. GUTIERREZ ESPADA, Sobre las funciones, fines y naturaleza cit., p. 62.
324A. RODRIGUEZ CARRION, Lecciones de Derecho Internacional Público, Madrid, 1994, p. 69
(cursiva añadida).
140
Pero, como decíamos, y según el iusinternacionalista polaco, el
funcionamiento de las Naciones Unidas en la aplicación del artículo 2, 4 de la
Carta debería cambiar. Para él, "Les dispositions de la Charte peuvent recevoir une
nouvelle signification: ses articles peuvent être interpretés d'une manière qui mette
davantage l'acent sur la cooperatión", posición que ilustra con lo sucedido en la
crisis del Golfo, poniendo de relieve que, según él, el Consejo de Seguridad llegará
a ser, en el siglo XXI, un instrumento de cooperación internacional realmente
efectivo, para salvaguardar los intereses de los Estados, tanto grandes como
pequeños325. Por otra parte, después de destacar la importancia de la economía en
el mundo de hoy y de subrayar el problema existente en las relaciones entre el
norte y el sur, este autor constató que, lo que él denomina "la seguridad colectiva
para el desarrollo", no ha llegado a entrar aún en el mundo de los hechos, por lo
que "el derecho puede y debe ofrecer las respuestas adecuadas". Nos enfrentamos,
por lo tanto "a la radical oposición que existe en las relaciones entre los ricos y los
pobres"326. Con ello, se apuntan determinadas direcciones en las que debería
caminar el Derecho Internacional Contemporáneo y se sitúa el acento en los
cambios que, a juicio de este autor, se habrían de producir en la actual sociedad
internacional en el marco de la cual, como hemos dicho, el Derecho Internacional
cumplirá sus funciones.

En la misma dirección que M. Lachs, se pronunció el Sr. Boutros-Ghali, en


su condición, precisamente, de Secretario General de las Naciones Unidas. Por lo
que respecta a las operaciones de mantenimiento de la paz, el Secretario General
advirtió, entonces, que estas operaciones cumplen, no sólo una función de
coexistencia sino también de cooperación, y así señaló, en 1992, cómo
evolucionaba rápidamente la índole de estas operaciones en las que, además de
personal militar, se necesitaba "un número considerable de personal civil, entre
ellos especialistas en procedimientos electorales, salud, hacienda, ingeniería y
administración"327. Más contundente fue al referirse al campo específico del
desarrollo, abogando por un enfoque integrado del desarrollo, ya que "está claro
que la Organización no puede cumplir sus funciones y compromisos en el ámbito
político y de la seguridad a expensas de sus funciones en el ámbito del desarrollo y
que no hay entre esas funciones relación de subordinación en uno u otro sentido. Es
fundamental que ambas tareas se cumplan en forma integrada y se apoyen
mutuamente"328.

Se trata de poner de manifiesto que los diferentes sectores del


ordenamiento jurídico internacional están siendo abordados desde una óptica
integral en la que se combinan elementos de coexistencia, elementos de

325Cfr., M. LACHS, Le Droit International a l'aube cit., p. 543.


326Ibid., p. 546.
327Memoria sobre la labor de la Organización cit., septiembre 1992, p. 8, párr. 18.
328Ibid., p. 29, párr. 66 (cursiva añadida).
141
cooperación y elementos de solidaridad. En otras palabras, es difícil encorsetar, en
la actualidad, algún ámbito del Derecho Internacional en un determinado marco
normativo, inspirado tan sólo en los principios que informan esos elementos. Se
avecina, por lo tanto, una visión multidimensional del ordenamiento jurídico
internacional. Se entremezclan y confunden, por el contrario, lo solidario con la
cooperación, ésta con la yuxtaposición y lo relacional con los intereses colectivos.
Cualquier norma internacional aparece así impregnada o puede aparecer con
connotaciones diversas, ya que se ha producido un salto cualitativo consistente en
que se han ampliado los objetivos del Derecho Internacional y se han hecho más
complejos y prolijos. Desde aquí se marca, sin duda, el camino que conduce a una
"comunidad jurídica internacional".

Y este enfoque, único e integrado, de las clásicas funciones del Derecho


Internacional va penetrando, como decimos, en todos los sectores de las relaciones
internacionales regulados por este ordenamiento. Se adaptan las normas; adquieren
también, si es necesario, una orientación distinta; se buscan, por qué no, fórmulas
inéditas de entendimiento; y, en fin, se canalizan las relaciones por las vías más
adecuadas para llegar a una solución satisfactoria para todos. Los derechos que se
reconocen, las obligaciones que se imponen y los objetivos que se pretenden lograr
no tienen una única dimensión sino que aparecen diferentes dimensiones de los
mismos y se propicia la satisfacción de éstos que se formula, además, de una
manera conjunta e integrada. Se establece, así, una interdependencia indisoluble
entre los valores, los principios y las normas que, finalmente, se plasma en las
obligaciones que emanan para los Estados y los demás sujetos del Derecho
Internacional.

Esto hace que el Derecho Internacional, por la multidimensionalidad de sus


funciones como decimos, se haga cada vez más complejo y que se vayan
suscitando, con mayor intensidad, cuestiones referidas a la jerarquización de las
normas. Lo más relevante de todo ello podemos observarlo, por ejemplo, en dos de
los campos de actuación tradicionales de nuestro ordenamiento jurídico.

Por un lado, en el seno de las relaciones diplomáticas y consulares, E.


Vilariño Pintos no se ha limitado a decir que "en la actualidad, la exigencia y
búsqueda de unas relaciones más intensas y amistosas entre los Estados, que
posibiliten y desarrollen la cooperación internacional y que a la vez, y por ello,
alejen una confrontación bélica que sería desastrosa para toda la humanidad,
potencian, sin duda, las acciones diplomática y consular en cuanto medios
cualificados para procurar e instrumentar el acercamiento entre los pueblos"329,
sino que advierte, asimismo, de que el panorama internacional anima a "presentar

329E. VILARIÑO PINTOS, Curso de Derecho Diplomático y Consular, Madrid, 1987, p. 14 (cursiva
añadida).
142
el modo de ser de la regulación jurídica de estas viejas y siempre renovadas
instituciones diplomática y consular"330.

Y es que, en verdad, cualquier examen de las instituciones básicas de las


relaciones diplomáticas y consulares lleva necesariamente a la conclusión de que
éstas se encuentran en un proceso inacabado de transformación y que se
desarrollan en un marco de constante evolución. Poco tiene que ver, entonces, una
de las instituciones por excelencia de las relaciones diplomáticas, como es el caso
de la protección diplomática, con la forma en que ésta era concebida y "practicada"
no hace tanto años. El esfuerzo codificador llevado a cabo por la C.D.I. en esta
materia lo demuestra y suscita reflexiones de interés.

Y lo mismo sucede, por otro lado, en el ámbito de la solución pacífica de


controversias que se encuentra, igualmente, en un proceso de desarrollo inacabado.
A ello, responde, a mi juicio, la tendencia, como lo ha dicho M. P. Andrés Sáenz de
Santamaría, "a borrar las rígidas fronteras que antes separaban a cada
procedimiento de solución pacífica, dentro de la búsqueda del método más
adecuado para cada caso concreto"331. Lo que encontró su reflejo normativo en la
Declaración de Manila sobre el arreglo pacífico de las controversias
internacionales, de 1982, en la que, como se sabe, se afirma que, al procurar llegar
al arreglo pacífico, "las partes convendrán en valerse de los medios pacíficos que
resulten adecuados a las circunstancias y a la naturaleza de la controversia".
Estando, por lo demás, esta Declaración repleta de precisiones normativas que
limitan los efectos del principio de la libre elección del medio como principio
central en este sector del ordenamiento jurídico.

En el fondo, la Comunidad Internacional está buscando el modo de


encontrar soluciones satisfactorias para todos, sobre la base de las diferencias
políticas, las diversidades y la existente desigualdad de hecho. La heterogeneidad
lleva al acuerdo y a la solidaridad. Esto se observa, por ejemplo, en el ámbito del
control del armamento y el desarme, en donde el cumplimiento integrado de las
funciones del Derecho Internacional se está llevando a cabo con resultados bastante
positivos, con independencia de que, en ocasiones, también se produzcan
retrocesos.

Como se sabe, hace ya algunos años que los acuerdos bilaterales entre las
grandes Potencias en materia de desarme alejaron, al menos provisionalmente, los
temores de que se produjera un enfrentamiento nuclear a escala mundial. El
fenómeno, sin embargo, no es nuevo, pues, en verdad, la imperiosa necesidad de
asegurar la paz mundial siempre ha traído consigo la preocupación por el control

330Ibid., p. 15.
331M. P. ANDRES, Nuevas perspectivas del arreglo pacífico de conflictos en Europa: Teoría y
práctica, R.I.E. 1992, p. 489.
143
de armamentos y el desarme, en cuanto vías para la consecución de aquel objetivo.
De alguna manera, los Estados han manifestado, de manera constante, su
preocupación por establecer normas claras y seguras en este sector normativo.

La irrupción del arma nuclear en la escena internacional no sólo modificó,


desde el punto de vista militar, las tácticas y estrategias bélicas, sino que, desde la
perspectiva jurídica, dejó sentir su influjo en las normas jurídicas internacionales
encargadas de ordenar las relaciones pacíficas entre los Estados. Por ello, uno de
los rasgos característicos de la actual Sociedad Internacional es, como diría Merle,
"la instauración de un campo estratégico unificado, mundial, en función de la
existencia de armas de destrucción en masa y de las transformaciones
experimentadas en el campo de la balística y de los armamentos"332. En este
sentido, el Derecho Internacional intenta ofrecer una respuesta al fenómeno de la
carrera de armamentos y, por ende, al "riesgo de proliferación nuclear" al que se
enfrenta, en palabras de J. A. Carrillo Salcedo, el mundo contemporáneo333.

En este contexto, el Derecho Internacional pretende prevenir el riesgo del


surgimiento del conflicto nuclear, de consecuencias impredecibles para la paz
mundial, y equiparar, de este modo y de hecho, la situación de los Estados. Para
lograrlo, el ordenamiento jurídico internacional impone a los Estados obligaciones
concretas en relación con los comportamientos o conductas de éstos relacionados
con el arma nuclear.

Obligaciones que, como ha indicado F. Mariño Menéndez, son


fundamentalmente de dos tipos: Por un lado, la obligación de no realizar
determinadas actividades, por lo que se establece la prohibición de la amenaza o el
uso de la fuerza armada nuclear, en un sentido más riguroso que la prohibición
general contemplada en el artículo 2, párrafo 4 de la Carta de las Naciones Unidas;
y la prohibición, en algunos casos, de almacenar, instalar o experimentar armas
nucleares. Por otro lado, se establece la obligación del desarme nuclear, siendo así
que "el objetivo del desarme global y completo bajo un control internacional eficaz
forma parte esencial del Derecho Internacional Contemporáneo"334. En buena
parte, la consecución del objetivo de la paz mundial y el cumplimiento de la
obligaciones señaladas, reposa sobre los Estados poseedores de armas nucleares,
por lo que se puede hablar de la existencia de una "responsabilidad específica" de
éstos frente a la comunidad internacional, en orden a detener progresivamente la
producción de armamentos nucleares y, en todo caso, a impedir su empleo.

332M. MERLE, op. cit.,


333Cfr., J. A. CARRILLO SALCEDO, El Derecho Internacional en un mundo en cambio, Madrid,
1986, p. 8.
334Cfr., F. MARIÑO MENENDEZ, Zonas libres de armas nucleares, Cursos de Derecho
Internacional de Vitoria-Gasteiz, 1985, pp. 154 ss.
144
Y en esta línea, se avanzó hace ya algún tiempo. Tras la firma de los
acuerdos Salt I y Salt II, la Cumbre de Washington, en diciembre de 1987,
representó un paso importante en el camino hacia el desarme global. Quizá dos
notas definan a los acuerdos alcanzados entonces. Por una parte, se estableció un
sistema de verificación, de tal modo que, como lo indicó Nash Leich, "the scope
and intrusivenes of verification called for in this Treaty are unprecedented in the
history of arms control agreements between United States and the Union
Soviet"335.

Por otra parte, la positiva reacción de la mayor parte de los Estados de la


comunidad internacional por la conclusión de los mismos, debido, cómo no, a que
"todos los grupos humanos sin excepción están afectados por las negociaciones
sobre el desarme. Lo están no sólo en razón de los riesgos que corren. Lo están
también por relación a la financiación del exceso de armamento. Los arsenales
militares de las grandes potencias representan para los presupuestos de estos
Estados una carga excesiva"336.

Pero el proceso continúa, habiéndose llegado a acuerdos que se refieren, no


sólo al desarme nuclear, sino también al desarme convencional y al control del
armamento de destrucción masiva, y se pone, asimismo, de relieve la voluntad de
ciertos Estados de sumarse a propuestas y acuerdos que significan una actitud
favorable al control y limitación del armamentos.

Hay, sin duda, hitos tan importantes como la Cumbre de Moscú de 30 y 31


de julio de 1991 para hacer efectivos, de una vez por todas, los acuerdos entre las
"grandes potencias" respecto al control del armamento nuclear; la Reunión de los
cinco miembros del Consejo de Seguridad en París, los días 8 y 9 de julio con el fin
de elaborar un "código de conducta" para los productores y exportadores de armas;
la celebración del Tratado sobre fuerzas convencionales en Europa, el 19 de
noviembre de 1990337; los importantes avances que significan los acuerdos sobre
armas químicas y, en particular, la adopción en París, el 13 de enero de 1993, de la
Convención sobre la prohibición del desarrollo, la producción, el almacenamiento
y el empleo de armas químicas y su destrucción; la voluntad de Argentina de
sumarse al Tratado para la proscripción de armas nucleares en América Latina; la
firma, en Moscú, en 1993, del acuerdo Start II; o la celebración del Tratado de
Pelindaba por el que se establece una zona libre de armas nucleares en África.
Todo ello nos hace pensar que se camina, en este ámbito, en la dirección más

335Contemporary practice the U.S. relating to International Law, A.J.I.L., 1988, p. 346. Un trabajo
muy interesante: M. L. AZNAR GOMEZ, Los métodos de verificación en el Derecho Internacional
del Desarme (1945-1995), Madrid, 1995.
336M. CHEMILLIER- GENDREAU, La solution de la crise des Nations Unies: Application de la
Charte plutôt que revision, R.B.D.I., 1987.
337F. MARIÑO MENENDEZ, Tratado sobre fuerzas convencionales en Europa, R. E.D.I., 1991, pp.
57-74.
145
adecuada y conforme a los valores y principios que estarían en la base del
surgimiento de intereses propios de una comunidad internacional.

Más aún, se podría señalar el nuevo enfoque que se está realizando en esta
materia con la finalidad de obtener resultados satisfactorios, como es el caso, del
denominado micro-desarme del que el Secretario General de las Naciones Unidas
pudo decir que tenía "gran importancia en la actualidad, por la enorme
proliferación de las armas de asalto automáticas, las minas antipersonal y otras
armas similares"338.

Estos logros no tendrían explicación si las relaciones en la sociedad


internacional se basaran única y exclusivamente en intereses particulares de los
Estados, por lo que los avances en materia de desarme y control de armamentos se
sitúan, con seguridad, en el marco más preciso de las estrechas relaciones de
cooperación y de satisfacción de intereses comunes. En otras palabras, el objetivo
del desarme sólo se entiende completamente si lo vinculamos a los objetivos
esenciales que se persiguen en la comunidad internacional. Para el Secretario
General de las Naciones Unidas "la reducción progresiva y sistemática de las armas
nucleares, que culmine con su total eliminación, seguirá siendo una de las tareas
prioritarias de la comunidad internacional"339.

Aunque es verdad que, también, se producen ciertos "desencantos". A mi


juicio, la posición que mantuvo el Tribunal Internacional de Justicia en su Opinión
consultiva sobre la legalidad de la amenaza o empleo de armas nucleares, en
1996, no se puede decir que apuntara en la línea de un desarrollo progresivo del
ordenamiento jurídico internacional, por lo menos en algunos de sus aspectos más
relevantes.

En particular, recordemos que el Tribunal sostuvo que "el derecho


internacional consuetudinario y de tratados no contiene ninguna disposición
concreta que autorice la amenaza o el uso de armas nucleares ni de ninguna arma,
ni en general ni en circunstancias particulares, especialmente las relativas al
ejercicio del derecho de legítima defensa", pero, también, indicó que "la amenaza o
el empleo de las armas nucleares sería generalmente contrario a las normas del
derecho internacional aplicable a los conflictos armados, particularmente a los
principios y normas del derecho humanitario", llegando a la cuestión crucial,
cuando afirmó que de "la situación actual del derecho internacional y de los
elementos de hecho de que dispone, la Corte no puede pronunciarse
definitivamente sobre si la amenaza o el empleo de las armas nucleares sería lícito

338Suplemento cit., párr. 61.


339Memoria del Secretario General sobre la labor de la Organización, Nueva York, 1999, p. 16,
párr. 119 (cursiva añadida).
146
o ilícito en circunstancias extremas de legítima defensa, en las que corriera peligro
la propia supervivencia del Estado"340.

Cabría esperar, quizá, algo más, pero el Tribunal consideró que el estado
actual del Derecho Internacional tan sólo permitía sostener una posición tan
ambigua como ésta y que deja, sin lugar a dudas, un excesivo margen para la
reflexión.

En otras ocasiones, “las sorpresas” vienen dadas por el comportamiento de


ciertos Estados en relación con esta materia. A tal efecto, cabe destacar las
declaraciones realizadas por el Embajador de Corea del Norte ante Naciones
Unidas, el día 10 de enero del 2003, en las que se expresó la voluntad de este
Estado de denunciar el Tratado de No Proliferación del que, como se sabe, forman
parte la mayoría de los Estados que conforman la actual sociedad internacional y
que supone, desde luego, una garantía, para el establecimiento de relaciones
internacionales más seguras.

En este caso, lo realmente importante es que los argumentos esgrimidos


por Corea del Norte apuntan en la dirección de la reafirmación de la auto-tutela en
el orden jurídico internacional lo cual, en este asunto, produciría, de ser así, sus
efectos, en un ámbito especialmente delicado de las relaciones entre Estados.
Como se recordará, el embajador norcoreano sostuvo que cualquier medida o acto
de sanción que se le impusiese a Corea del Norte, incluso por el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, sería interpretado como una “declaración de
guerra” que, en consecuencia, activaría el derecho del Corea del Norte a la legítima
auto-tutela341.

En definitiva, se ha producido un cambio de visión en las funciones del


ordenamiento jurídico internacional y con ello se aporta, con seguridad, el entorno
preciso para que se vaya consolidando una sociedad más homogénea y se crea,
pues, la atmósfera necesaria para la afirmación futura de una sociedad más
integrada. El carácter multidimensional de los objetivos que se ha marcado este
ordenamiento se hace, en la actualidad, plenamente visible y se comprueba, sin
dificultad, en cada uno de los sectores de las relaciones internacionales de los que
se ocupa más intensamente. Ya no hay, en puridad, sectores destinados a asegurar
exclusivamente la coexistencia si no que ésta incorpora, en su seno, elementos de
cooperación y, al mismo tiempo, el devenir de la interdependencia conduce a la
"integración". Estamos asistiendo, a lo más, "a un crecimiento de las normas
jurídicas internacionales sin parangón en tiempos pretéritos, y no como resultado

340Vid., en particular, X. PONS RAFOLS, Opinión consultiva del TIJ sobre la legalidad de la
amenaza o empleo de armas nucleares, Barcelona, 1997; y R. RANJEVA, L'avis consultatif sur la
liceité de la menace ou de l'emploi d'armes nucléaires et le problème de la guerre juste, Cursos
euromediterráneos Bancaja de Derecho Internacional, 1998, pp. 21-34.
341Cfr., El País, 11 de enero del 2003.
147
de ningún voluntarismo, sino como conclusión o solución a nuevas metas y nuevas
necesidades"342.

La adopción de esta óptica no es, sin embargo, tampoco suficiente, por sí


sola, para explicar la existencia de una comunidad jurídica internacional, por lo que
deberemos tener en cuenta otros elementos. Aunque, de todas formas, dejemos
constancia de que serían inacabables los ejemplos referidos a todos y cada uno de
los sectores del ordenamiento jurídico internacional en los que se ha ido
produciendo la situación descrita, lo que revela, en el fondo, que sí se puede
sostener que la sociedad internacional está inmersa en un profundo proceso de
transformación pero, también, esto acontece, con toda intensidad, en el
ordenamiento jurídico internacional.

4. La progresiva superación de la descentralización normativa e institucional

Una de las razones que hacen que se dude de la existencia de una verdadera
comunidad jurídica internacional se encuentra en el hecho de que el ordenamiento
jurídico internacional utiliza procedimientos de carácter descentralizados tanto a la
hora de consumar la creación de normas como, por si fuera poco, cuando se trata
de la aplicación de este ordenamiento jurídico, en el que no se dispone,
usualmente, de instancias ni de mecanismos institucionales que aseguren
cabalmente la misma. De ahí la existencia de un derecho, como decimos,
"descentralizado" en el que los poderes legislativo y de ejecución de normas se
encuentran inequívocamente dispersos y fragmentados y se fundamentan, en la
mayoría de los casos, en la voluntad de los Estados y única y exclusivamente en la
voluntad de éstos. El Derecho Internacional Contemporáneo, como en los tiempos
de sus orígenes, continúa siendo pues un derecho que se sustenta básicamente en el
consentimiento de los Estados y se proyecta, sobre el conjunto de las normas y
principios que lo integran, sobre la base del mismo.

Desde esta perspectiva, J. A. Carrillo Salcedo ha señalado, con nitidez, que


"la especificidad del orden jurídico internacional, es decir, su carácter fragmentario
y su relativismo", lo que hace, por un lado, es que "aucune autorité législative
distincte des Etats souverains n'y est constituée, et le droit va s'y élaborer et se
développer par l'action de ceux qu'il est destiné à regir, ce qui explique
l'importance de la volonté des Etats souverains dans la formation des régles
juridiques interntionales"; y, por otro lado, que "l'absence d'instance extérieure et
face à un comportement étatique perçu comme illicite, l'Etat qui s'en estime
victime dispose de la faculté de réagir directement par des mesures dirigées contre
le responsable de ce comportement"343.

342A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit., p. 61.
343J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 71.
148
La cuestión que debemos plantear ahora es, sin embargo, la contraria, es
decir, si de alguna forma se está produciendo y en qué medida un cierto grado de
"centralización" en el sistema jurídico internacional que coadyuve a la plena
consolidación de la comunidad internacional o, por lo menos, determinar si los
procedimientos de creación de normas internacionales y los mecanismos
institucionales, que aseguren su aplicación, albergan en su seno elementos que no
obstaculizan o impidan la instauración de dicha comunidad.

Para determinarlo definitivamente habría que realizar, algo que no es


posible ahora, un exhaustivo análisis de todos y cada uno de los procesos de
creación de normas internacionales (tratados, costumbre, actos unilaterales, actos
de las Organizaciones Internacionales o principios generales del derecho como
supuestos más relevantes), así como de los mecanismos que, en la actualidad,
estimamos más relevantes para la aplicación de las normas internacionales (tale
como el control, la responsabilidad internacional, los medios coercitivos para la
aplicación del Derecho Internacional, y los ordenamientos jurídicos internos como
mecanismos de aplicación de normas internacionales ...).

No obstante, sí parece posible destacar, al hilo de alguno de los elementos


señalados, aquellos aspectos que presentan o anuncian, en particular, que el
Derecho Internacional también dispone de procedimientos que producen normas
generales y cuenta, asimismo, con sistemas de aplicación efectiva de normas
internacionales que le dan coherencia al conjunto del ordenamiento jurídico. Y
que, además, estos procedimientos y estos sistemas contribuyen al desarrollo de un
ordenamiento jurídico más cohesionado, menos rudimentario (si se quiere menos
primitivo) y, en definitiva, más propio y característico de una comunidad que de
una mera amalgama de intereses estatales dispersos que tan sólo en contadas
ocasiones coinciden en la consecución de intereses comunes.

La debilidad que habitualmente se le atribuye al ordenamiento jurídico


internacional y que encuentra sus expresiones más radicales en los procesos de
creación y aplicación de normas dejaría de estar absolutamente presente si se
observasen “atisbos” e “indicios” de que, paulatinamente, la creación de una norma
internacional (de cualquiera o de algunas) no está sólo condicionada por la
voluntad del Estado y que, asimismo, la aplicación de una norma jurídica no se
deja, siempre y en todo caso, en manos de los Estados y a "la libre
discrecionalidad" de éstos.

Como lo ha indicado J. A. Pastor Ridruejo "Le droit international


commence à devenir plus fort et plus solide lorsque les intérêts des Etats sont
interdépendants, et on passe du domaine de la confrontation à celui de la
coopération"344. Por lo que cuando aparecen intereses comunitarios y cuando se

344J. A. PASTOR RIDRUEJO, Le droit international à la veille du XXième siècle cit., p. 37.
149
tiende, por parte de los Estados, a la consecución de objetivos comunes, se refuerza
la presencia del Derecho Internacional y, en su seno, se “fabrican” normas y se
establecen procedimientos de aplicación que gozan de mayor certidumbre y
solidez.

Ahora bien, destaquemos, antes de profundizar en ello, dos elementos que,


a mi juicio, presentan cierto interés a la hora de pergeñar, desde la perspectiva
teórica, la eventual existencia de un ordenamiento jurídico encargado no sólo de
regular las relaciones particulares que se producen entre los entes con personalidad
jurídica internacional, en concreto los Estados, de manera independiente y
esporádica, sino también con vocación de ir diseñando un conjunto de normas,
entrelazadas entre sí, y cuyos destinatarios últimos son todos los componentes de la
comunidad internacional, precisamente en razón de su pertenencia a la misma. En
otros términos, aquellos elementos que permitirían apreciar un "sistema jurídico"
en el que están presentes elementos comunitarios en la formación de las normas y
que cuenta con cierta institucionalización en su aplicación.

Por un lado, es verdad y no debemos desconocerlo, que en el Derecho


Internacional se dan esos tres elementos que señalaba A. Pellet, es decir, "la rareté
des normes autoritaires", "l'absence de hiérarchie entre les normes" y "la
décentralisation normative", y que todo ello viene, además, acompañado de la
"décentralisation des mécanismes de mise en oeuvre du droit international"345. El
fundamento último de que esto sea así hay que encontrarlo, sin duda, en que el
conjunto del ordenamiento jurídico internacional se encuentra presidido e
impregnado por la noción de "consentimiento de los Estados". De tal manera que,
como lo ha indicado J. Roldán Barbero, "Como expresión del principio de la
soberanía estatal que vertebra, con todos sus condicionantes, el Derecho
Internacional Público, el consentimiento de los Estados es el factor primordial de
creación de normas en este ordenamiento jurídico (…) como lo es también de la
investidura de nuevos sujetos y, en buena parte, de la aplicación del derecho"346.

Ello se puede apreciar en un asunto reciente, como es el caso de la


demanda presentada por Yugoslavia contra España ante el Tribunal Internacional
de Justicia. En este caso, se hace realidad la máxima de que el “Estado que
consiente se obliga y el Estado que no consiente no se obliga”. En efecto, como se
recordará, el 29 abril de 1999, la República Federal de Yugoslavia presentó una
demanda ante el Tribunal contra Bélgica, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Países
Bajos, Portugal, España, Reino Unido de Gran Bretaña y Estado Unidos de
América, acusando a estos Estados de haber bombardeado el territorio yugoslavo
en violación de sus obligaciones internacionales”347.

345A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 43.


346J. ROLDAN BARBERO, Ensayo de Derecho Internacional Público cit. (cursiva añadida).
347T.I.J. Licitud del empleo de la fuerza, 1999, (http://www.icj-cij.org/cijwww/cdecisions.htm)
150

Con independencia del fondo del asunto, lo que nos interesa resaltar ahora
es que el Tribunal Internacional de Justicia ha decidido rechazar la petición
yugoslava referente a la adopción de medidas provisionales y ha manifestado,
asimismo, que no goza de competencia para conocer del asunto. Y todo ello,
precisamente, porque el Estado español tan sólo está obligado en relación con
aquello para lo que otorgó su consentimiento y en el marco de los establecido en el
mismo. A tal efecto, “Pour fonder la compétence de la Cour, la Yougoslavie a
invoqué les déclarations par lesquelles les deux Etats ont accepté la juridiction
obligatoire de la Cour à l'égard de tout autre Etat acceptant la même obligation
(article 36, paragraphe 2, du Statut de la Cour), ainsi que l'article IX de la
convention pour la prévention et la répression du crime de génocide, adoptée par
l'Assemblée générale des Nations Unies le 9 décembre 1948. L'article IX de la
convention sur le génocide prévoit que les différends entre les parties contractantes
relatifs à l'interprétation, l'application ou l'exécution de la convention seront soumis
à la Cour internationale de Justice”348.

No obstante, y a pesar de los argumentos esgrimidos por el Estado


yugoslavo, el Tribunal ha entendido “qu'elle «n'a pas automatiquement compétence
pour connaître des différends juridiques» entre Etats et que «l'un des principes
fondamentaux de son Statut est qu'elle ne peut trancher un différend entre des Etats
sans que ceux-ci aient consenti à sa juridiction». Elle ne peut indiquer de mesures
conservatoires sans que sa compétence en l'affaire ait été établie prima facie (à
première vue)”349.

En realidad, el examen de la cuestión lleva necesariamente a adoptar la


posición que ha asumido el Tribunal y que, en esencia, consiste en que España no
se encuentra obligada a someter la diferencia ante el T.I.J. o, en otros términos, que
no cabe que dicho Tribunal conozca del asunto porque no se da el consentimiento
del Estado español. Desde luego, no cabe interpretar otra cosa distinta de las
expresiones utilizadas por el Tribunal y que merece la pena reproducir.

El Tribunal señaló, con acierto, que “Au sujet de la première base de


compétence invoquée, la Cour observe que l'Espagne a fait valoir que sa
déclaration contenait une réserve, pertinente en l'espèce. Aux termes de celle-ci,
l'Espagne ne reconnaît pas la compétence de la Cour en ce qui concerne «les
différends dans lesquels l'autre ou les autres parties en cause ont accepté la
juridiction obligatoire de la Cour moins de douze mois» avant la date de
soumission de l'affaire à la Cour. La Cour constate que la Yougoslavie a déposé sa
déclaration d'acceptation de la juridiction obligatoire de la Cour auprès du
Secrétaire général des Nations Unies le 26 avril 1999 et qu'elle a porté le différend

348Ibid.
349Ibid.
151
devant la Cour le 29 avril 1999. Elle indique qu'il ne fait aucun doute que les
conditions d'exclusion spécifiées dans la déclaration de l'Espagne sont remplies. La
Cour conclut que les déclarations faites par les parties ne sauraient manifestement
pas constituer une base de compétence en l'affaire, même prima facie”. Pero más
aún, “A propos de l'article IX de la convention sur le génocide, la Cour indique
qu'il n'est pas contesté que tant la Yougoslavie que l'Espagne sont parties à cetme
convention, mais que l'instrument d'adhésion de l'Espagne, déposé auprès du
Secrétaire général des Nations Unies le 13 septembre 1968, comporte une réserve
«touchant la totalité de l'article IX». La convention sur le génocide n'interdisant pas
les réserves et la Yougoslavie n'ayant pas présenté d'objection à la réserve faite par
l'Espagne, la Cour considère que l'article IX ne constitue manifestement pas une
base de compétence, même prima facie”350.

Por todo lo cual, y con expresiones muy claras al respecto, “La Cour
conclut qu'elle «n'a manifestement pas compétence pour connaître de la requête de
la Yougoslavie» et qu'elle «ne saurait dès lors indiquer quelque mesure
conservatoire que ce soit». Elle ajoute que «dans un système de juridiction
consensuelle, maintenir au rôle général une affaire sur laquelle il apparaît certain
que la Cour ne pourra se prononcer au fond ne participerait assurément pas d'une
bonne administration de la justice»”351.

Por esencia, los procedimientos de creación de normas producen como


resultado normas particulares y de naturaleza dispositiva, y los mecanismos para
la aplicación quedan, muchas veces, en manos exclusivas de los Estados y
enmarcados en elementos de espontaneidad. Queda claro, entonces, que "Le
pouvoir de <faire le droit y est diffus, éparpillé dans l'esemble du corps social"352.
Ahora bien, estas características del Derecho Internacional no deben suponer un
obstáculo insuperable para concebir un ordenamiento en el que habiten los
elementos esenciales de una comunidad jurídica. Lo único que sucede es que el
poder para crear el derecho y la capacidad para aplicarlo no han sido atribuidos a
ningún órgano o autoridad central que represente al conjunto de la comunidad
internacional. No parece correcto, por lo tanto, fundamentar las normas jurídicas
exclusivamente sobre la voluntad de los Estados sin incluir algunas matizaciones
relevantes. En este sentido, no cabe sostener una concepción estrictamente
voluntarista de todas las normas internacionales precisamente porque la misma
soberanía del Estado que motiva este voluntarismo coexiste con otras soberanías, con
las que se interrelacionan en un plano de igualdad dentro de la sociedad internacional.
De este modo, el reconocimiento de un principio de igualdad obliga a admitir ciertos
límites sobre todas las soberanías353.

350Ibid.
351Ibid.
352A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 43.
353Cfr. J. A. CARRILLO SALCEDO: El Derecho Internacional en un mundo cit., p. 192.
152

Con todo, se abre paso una cierta "centralización" o, por lo menos,


principios, normas y obligaciones que van más allá, en su significado y contenido,
de las meras relaciones inter-estatales. Quizá, por ello, J. A. Carillo Salcedo habla
precisamente de "un système juridique éminemment décentralisé et faiblement
institutionnalisé"354. Es decir, descentralizado sí, pero no del todo, y débil, también,
pero algo institucionalizado. Pero es que, incluso, se podría llevar el razonamiento
un poco más lejos y, pese a reconocer que el modelo basado en el consentimiento
de los Estados es el que prima en el ordenamiento jurídico internacional y el que le
da sustancia y contenido, cabría preguntarse, con C. Tomuschat, si este modelo
expresa realmente, en la actualidad, todas las especificidades del sistema jurídico
internacional355.

En otras palabras: ¿tendrían cabida otros modelos normativos o ciertos


elementos diferentes, en el modelo normativo por excelencia, a los que están ya
plenamente presentes en el modelo basado en el consentimiento? ¿Por qué
aferrarse, indefinidamente, a un modelo consensual que produce excelentes
resultados en las relaciones internacionales pero que crea, al mismo tiempo,
incertidumbres y no genera solidaridad internacional alguna?

Desde luego, no es posible, en la actualidad, prescindir de la fuerza y del


empuje del consentimiento pero, desde siempre, el Derecho Internacional, ha ido
restringiendo y limitando los efectos del "consentimiento absoluto" o, si se quiere,
el valor absoluto del consentimiento. El principio del no formalismo, aceptado por
la comunidad de Estados, es una buena prueba de que esto es así y, como se sabe,
puede llevar a los Estados a una situación de "esquizofrenia normativa". El
comportamiento sin más, el asentimiento, la aquiescencia y hasta el silencio,
cuando existe la obligación de pronunciarse, tienen la capacidad de producir plenos
efectos jurídicos y hacen que el consentimiento se entienda por prestado en
situaciones de esta índole.

Dos de los aspectos centrales de cualquier ordenamiento jurídico, la


creación de normas y la aplicación de las mismas, presentan, por lo tanto, una gran
singularidad en el ordenamiento jurídico internacional, de tal manera que el poder
y los procedimientos que hacen que surja una determinada norma jurídica se
encuentran "repartidos" principalmente entre los Estados; y la ejecución de las
obligaciones que de ella dimanan no dispone de sistemas previamente establecidos
y vinculantes. En palabras de A. Pellet "Dans le domaine international, l'existence
d'obligations dont l'exécution ne peut faire l'objet en dernier ressort d'une
procédure juridique a toujours constitué la règle plutôt que l'exception"356.

354J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 50.


355Cfr., C. TOMUSCHAT, Obligations arising for States cit., p. 210.
356A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 44.
153

Las consecuencias prácticas se revelan, entonces, con toda nitidez: se


acrecienta el grado de incertidumbre no sólo respecto a la existencia de la norma y
de sus obligaciones sino, sobre todo, en relación con el contenido exacto de las
mismas; y, también, la aplicación de la norma internacional se hace menos rigurosa
y, en consecuencia, se crean y desarrollan mecanismos menos eficaces, y eso
siempre y cuando los Estados no pretendan crear mecanismos de “dudosa
legalidad”. En realidad, lo que sucede es que "the international community ad its
constitution were created by States"357.

A pesar de todo, diversos fenómenos que acontecen en la escena


internacional y cuyas más importantes manifestaciones han sido señaladas, por
ejemplo por A. Pellet, nos podrían conducir a afirmar el cumplimiento de una
función "cuasi-legislativa en el plano internacional"358. Estamos lejos, eso sí, del
establecimiento de un poder centralizado de carácter legislativo en el sistema
internacional que, en el caso de darse, resolvería muchas dudas respecto a la
existencia de una comunidad jurídica internacional, pero ello no quita que podamos
constatar la existencia de ciertos aspectos en esa dirección.

Por lo demás, las deficiencias institucionales que se aprecian en el Derecho


Internacional no eliminan tampoco los efectos de los avances que se van
produciendo en el plano relativo a la elaboración de normas. Es verdad, como ha
dicho C. Gutiérrez Espada, que el Derecho Internacional "está necesitando
ineludiblemente de un sistema institucional firme, que haga frente a los defectos
del sistema normativo, aclarando la ambigüedad, disuadiendo a sus sujetos del
desconocimiento de sus normas"359, pero lo verdaderamente dramático es que el
sistema institucional con el que se cuenta es todavía más débil que el sistema
normativo. En otras palabras, se aprecian avances más significativos en los
procesos de creación de normas que, con el tiempo, van ganando en claridad, que
en los mecanismos de aplicación de las mismas que, tan sólo muy lentamente, se
van instaurando con carácter general en la sociedad internacional.

Por otro lado, el empeño constante de los internacionalistas por afirmar,


una y otra vez, que el Derecho Internacional no debe emular a los ordenamientos
jurídicos internos y que, en consecuencia, no se puede tratar de la misma forma a
una eventual comunidad internacional que a las comunidades internas, lo que hace
es ocultar que, simplemente, esto no sucede porque no es posible. Aunque se
reconozca, como está claro, que el "sistema jurídico internacional" tiene perfiles
propios y diferentes de los que adornan a los derechos internos, nada más lejos de

357C. TOMUSCHAT, Obligations arising for States cit., p. 236.


358Cfr., A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 105.
359C. GUTIERREZ ESPADA, Sobre las funciones, fines y naturaleza cit., p. 72.
154
la realidad que pretender privar, con todas sus consecuencias, a la "comunidad
jurídica internacional" de los aspectos que caracterizan a las sociedades estatales.

Y como los hechos se imponen, hay que suscribir las palabras de F.


Horchani, para quien "la inestabilidad, el subdesarrollo, la pobreza, el hambre, la
contaminación, la demografía, los derechos humanos e, incluso, la democracia son,
con mayor frecuencia, problemas de la sociedad que se plantean a nivel mundial.
La tierra ha llegado a ser tan pequeña que todo concierne a todos -que lo próximo
es el todo-. La antigua distinción entre lo interno y lo internacional corre el riesgo
de perder completamente su valor en el siglo venidero"360. Y, en este espacio
reducido que constituye ahora el planeta, ¿por qué hay que negar que la aspiración
última, con todos los matices que se quiera y todas las especificidades posibles, no
es otra que crear centros de decisión política y de producción normativa en el
plano mundial parecidos o similares a los que emplean los sistemas estatales;
órganos de ejecución de carácter centralizado e instaurar, en consecuencia,
sistemas jurisdiccionales de carácter obligatorio como acontece en las sociedades
internas?

No se puede, ciertamente, mirar de otra manera o interpretarlo de otra


forma. La impotencia de la sociedad internacional, por las razones que sean, para
constituirse en un "espacio bajo la jurisdicción y el control" plenos del Derecho
Internacional, no justifica que, desde la perspectiva teórica, se afirme que el
sistema jurídico del planeta tiene unos rasgos que hacen necesario un modelo
diferente a los instaurados en los ordenamientos jurídicos internos. Seguir este
camino conduce, inevitablemente, a proclamar una sociedad internacional en la que
reinen las ambigüedades, un ordenamiento jurídico “deslabazado” e inconsistente
y, a la postre, un sistema anárquico de relaciones en el que, de vez en cuando, se
hace brillar algún aspecto solidario o comunitario.

Aunque quizá no pensara en ello, lo que produce la existencia de una


comunidad internacional es, como indica J. A. Carrillo Salcedo, un cambio en la
naturaleza del Derecho Internacional361. Y este cambio de naturaleza se puede
preconizar, por qué no, desde la aceptación de modelos que han producido
excelentes resultados en el ámbito de los ordenamientos estatales. Por supuesto, la
Comunidad jurídica internacional no respondería a una base social constituida por
un “Super-Estado”, pero sí contaría, a su manera, con mecanismos centralizados de
creación de normas y procedimientos expeditos para su aplicación. No se trataría,
por lo tanto, de reproducir a escala universal los sistemas jurídicos internos
mediante "una versión bastarda" de los mismos, pero sí de propugnar que el

360F. HORCHANI, loc. cit., p. 211.


361Cfr., J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 132. Para este autor, la noción de
comunidad internacional estaría no sólo en el origen de "una trasformación de la naturaleza del
derecho internacional, sino también de la aceptación de la exigencia de normas de orden público", p.
135.
155
ordenamiento jurídico internacional, al hálito de los avances que se sucedan en la
estructura de la sociedad internacional, adquiriría elementos que están presentes en
los ordenamientos jurídicos internos y que hacen de éstos "sistemas jurídicos" que,
con sus deficiencias, responden a intereses comunes y colectivos. Una prueba de
que esto podría ser así nos la encontramos en los procesos de integración que están
teniendo lugar en la actualidad. En efecto, tanto en la integración europea como en
la integración americana lo que se revela es que los Estados participan y se ven
inmersos en el seno de Organizaciones Internacionales que crean su propio derecho
y que, a la postre, tienden hacia el establecimiento un derecho dotado de las notas
de autonomía, primacía y efecto directo y que, cada vez más, se va pareciendo, en
los modos de producción y en su contenidos, a los ordenamientos jurídicos
internos.

En todo caso, lo relevante para nosotros es que se pueden extraer dos


conclusiones de este fenómeno, ciertamente relevante, de la integración económica
y política que está aconteciendo en la sociedad internacional contemporánea: Por
un lado, los esfuerzos de integración tienden, con seguridad, a la creación y
consolidación de un ordenamiento jurídico propio, autónomo y específico que se
diferencia del ordenamiento jurídico internacional y que, a la postre, hará que un
importante número de Estados queden bajo el imperio de dicho ordenamiento
comunitario. Por otro lado, se advierte que, con todas las reservas que se quiera, los
ordenamientos comunitarios que emanan de los procesos de integración se
asemejan mucho a ordenamientos jurídicos internos o, por lo menos, aparecen, con
claridad, procesos centralizados de creación de normas y procedimientos
institucionalizados de aplicación de las mismas.

En esencia, es posible observar, en determinados ámbitos, un cierto grado


de centralización normativa y también de centralización institucional en el
ordenamiento jurídico internacional. En otros términos, los procedimientos de
creación de normas internacionales no llevan en su seno el germen de la
destrucción de un sistema jurídico y los mecanismos para la aplicación del Derecho
Internacional no están diseñados para cumplir el objetivo de impedir el surgimiento
de ese sistema. La normas internacionales, se quiera o no, se crean y se aplican y la
sociedad internacional, con ciertos elementos de anarquía, está regulada por un
determinado ordenamiento jurídico.

A) La creación de normas internacionales: El valor de los principios esenciales


y de la costumbre internacional

Por lo que se refiere, en concreto, a la creación de normas internacionales,


hemos de señalar, antes de todo, que tanto los tratados como la costumbre así como
ciertos actos emanados de Organizaciones internacionales aportan, al ordenamiento
jurídico internacional, algunos elementos de generalidad y permanencia. No se
puede decir, por lo tanto, que los actuales procedimientos de creación de normas en
156
el Derecho Internacional impidan per se que se den elementos que contribuyan al
surgimiento de una “comunidad jurídica internacional” y que sean portadores, tan
sólo, de las características tradicionales que se les han venido otorgando a estos
procedimientos.

En particular, una atenta observación de la realidad jurídica internacional,


lo que nos permite constatar es que, en el ordenamiento internacional
contemporáneo, existen ciertos principios fundamentales o esenciales; que la
costumbre aporta elementos de generalidad a este ordenamiento jurídico; y que
algunos de los tratados y de los actos de Organizaciones Internacionales que han
sido adoptados cumplen un cierta "función legislativa". En definitiva, que nos
hallamos en presencia de procedimientos de creación de normas que apuntan en la
dirección de los elementos que constituirían una “comunidad jurídica
internacional” o, por lo menos, que van más allá de una sociedad internacional
absolutamente descentralizada.

A decir verdad, se mantienen, en esencia, los procedimientos que


tradicionalmente ha empleado el Derecho Internacional para la creación de normas,
pero se han producido cambios muy relevantes en sus características y contenido y
en las manifestaciones que ello supone para el conjunto del ordenamiento jurídico
internacional. J. A. Carrillo Salcedo ha constatado, con acierto, que "l'évolution des
modes de formation des normes constitue l'un des phénomèmes les plus marquants
du droit international contemporain", resaltando este autor, y esto es lo realmente
importante, que se han transformado profundamente y que han alcanzado una gran
complejidad362. Con todo ello, se puede reflexionar, al menos, sobre ciertas
cuestiones que afectan a los procedimientos de creación de normas y que, de una
manera u otro, nos ponen de manifiesto que, de forma paulatina, se va generando
una comunidad internacional también desde esta perspectiva:

a) La formulación de una “constitución internacional”: Los denominados


principios fundamentales o esenciales.

Es verdad que no se puede hablar, con rigor, de la existencia de una


Constitución formal en el ordenamiento jurídico internacional y que ningún
instrumento jurídico, por mucho que se quiera, cumple en modo alguno, las
funciones de Constitución de la comunidad internacional contemporánea. Por lo
tanto, no se puede decir que nos hallemos ante una situación, ni siquiera similar, a
la que acontece en los ordenamientos jurídicos internos, en los que se parte, con
frecuencia, de la existencia de un instrumento jurídico que se sitúa en la cúspide
del sistema normativo en cuestión y en el que se recogen los elementos esenciales
de la organización política y social de un determinado Estado. No obstante, sí se
puede apreciar, en el seno del Derecho Internacional Contemporáneo, el continuo

362Cfr., ibid., Droit International cit., p. 149.


157
proceso de elaboración de un "esquema normativo" en el que se produce la
consagración de ciertos principios en el orden internacional y su consideración
como principios estructurales o fundamentales del mismo, lo que coadyuva
sobremanera a definir esa eventual “comunidad jurídica internacional”, ya que
dichos principios se concebirían como elementos imprescindibles de un “orden
jurídico constitucional” internacional.

Como he señalado, estos principios siempre prestan la oportunidad de


reflexionar en torno a si se está produciendo o no la configuración de un "orden
constitucional internacional" que se desarrollaría alrededor de los mismos363.
Pudiéndose llegar, incluso, a sostener, con F. Mariño Menéndez, que "todos esos
principios, incluidos los programáticos, pueden considerarse en su conjunto los
principios constitucionales del ordenamiento jurídico internacional"364. En pocas
palabras, aunque es cierta la ausencia de una Constitución formal en la sociedad
internacional, no es menos cierto que determinados principios podrían configurar el
"orden constitucional consuetudinario" y que, además, acontece un fenómeno de
organización normativa en el conjunto del Derecho Internacional contemporáneo
que, hasta ahora, no había tenido lugar. Por esto, A. Pellet ha señalado, con razón,
que "il est clair qu'il n'existe pas de <constitution> de la communauté internationale
au sens formel du terme; mais l'on assiste aujourd'hui à l'amorce d'une
hiérarchisation des normes qui n'existait pas dans le droit international classique
ou, en tout cas, qui n'y était pas perçue (...) et qui commence á être timidement
organisé"365.

La existencia de una Constitución formal y escrita no es, pues, una


condición imprescindible y absolutamente necesaria para que se genere una
comunidad jurídica internacional y su falta no es, por lo tanto, un obstáculo
insuperable para la progresiva constitución de la misma. Salta a la vista que la
incertidumbre es mayor cuando no se dispone de un instrumento jurídico que, de
manera clara y sistemática, precisa los elementos de un determinado ordenamiento
jurídico, como sucede con el Derecho Internacional; pero, también, es verdad que
las precisiones constitucionales, en nuestro caso, podrían aparecer en un marco de
conformación histórica y por vía consuetudinaria.

Sin entrar en detalles, cuando determinados valores, que se consideran


esenciales, se traducen jurídicamente y adoptan la forma de principios
estructurales de los cuales dimanan normas de gran relevancia y a la luz de los
cuales debe interpretarse el ordenamiento jurídico en su conjunto, asistimos al
asomo de un "sistema constitucional implícito", pero inequívoco, constituido por
principios y normas intangibles.

363Cfr., C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit.


364F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 69.
365A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 106.
158

Si privamos al Derecho Internacional de aquellos principios que se han ido


formalizando como principios fundamentales del ordenamiento o prescindimos de
su especial naturaleza jurídica, llegaríamos al absurdo de haber construido un
ordenamiento carente de fundamentos y dotado de tanta inestabilidad que no
cumpliría función alguna. Por lo menos, hay que coincidir, con C. Gutiérrez
Espada, en que "los principios, que expresan los valores fundamentales que
inspiran la estructura general del ordenamiento jurídico internacional en un
momento dado de su evolución histórica, vendrían a conformar el sistema
normativo básico común a la sociedad internacional en su conjunto; actuarían a
modo de reglas de juego indispensables y comunes a todos los jugadores; serían,
en definitiva, si se prefiere, los principios estructurales o supremos del Derecho
Internacional"366.

El hecho de que no estén determinados con precisión milimétrica los


principios del sistema jurídico internacional y, por ende, las obligaciones que
imponen las normas que de ellos dimanan, así como el hecho de que, en cada
momento histórico, puedan cambiar los principios en cuestión y, sobre todo, su
contenido y alcance así como sus formas de manifestación, no abortan, en modo
alguno, la posibilidad de que exista una "constitución internacional" o, por lo
menos, en el momento actual de la sociedad interancional, cabría decir que
asistimos a la emergencia de la misma.

Por supuesto que faltaría un mecanismo institucional que diera plena


consistencia a los principios estructurales o esenciales y, aunque Naciones Unidas,
como ha dicho J. A. Carrillo Salcedo, no sea una "autoridad política superior a los
Estados sino un centro que armoniza los esfuerzos de los Estados miembros para
alcanzar unos fines y unos propósitos comunes"367, su acción junto al
comportamiento de los Estados y de otras Organizaciones Internacionales crean
una "red institucional", poco integrada y coordinada eso sí, pero que va dando
sentido a los principios estructurales del ordenamiento jurídico internacional, que
los va delimitando y que va expresando su contenido y alcance.

El orden jurídico internacional se adapta al medio social y hace que


penetren, aunque sea por resquicios, principios y valores que pronto se sitúan en la
base de las relaciones inter-subjetivas y que determinan los límites de las mismas.
Además, se aprecia que los titulares y los destinatarios de las normas que emanan
de esos principios son todos los entes que tienen capacidad jurídica y "capacidad de
obrar" en el orden internacional, lo que sustenta su universalidad y generalidad. En

366C. GUTIERRREZ ESPADA, Derecho Internacional cit., p. 39.


367J. A. CARRILLO SALCEDO, Los fundamentos de la paz en la acción de las Naciones Unidas:
Derechos Humanos, Acción Humanitaria y Desarrollo, Jornadas sobre el cincuenta aniversario cit.,
p. 56.
159
este marco, quizá sea oportuno, ahora, señalar, dos cuestiones muy puntuales, pero
que, a mi juicio, ponen de relieve aspectos centrales que afectan a la noción de
“comunidad jurídica internacional”:

Por un lado, estimo que hay que insistir en el valor que tiene el
reconocimiento del principio de la buena fe en las relaciones internacionales que,
necesariamente, debe ir más allá de su significado técnico-jurídico y de sus
consecuencias prácticas en ámbitos tales como el derecho de los tratados o la
solución pacífica de las controversias. Este principio debe ser entendido con un
sentido más general y como un principio que inspira el conjunto del ordenamiento
jurídico. Como lo ha dicho S. Belaid, debería ser un principio con alcance general
y por, su connotación moral evidente, debería primar sobre los otros principios368.
La dimensión ética del principio de la buena fe trasciende, por lo tanto, de su
significación sólo jurídica y hace que penetre, con mayor o menor intensidad, en
las esencias del Derecho Internacional del Tiempo Presente369.

Lo relevante es destacar que este principio fundamental del ordenamiento


jurídico internacional participa de forma activa en los procesos de creación y
aplicación de normas, otorgando al Derecho Internacional elementos de coherencia
jurídica y puntos de referencia en un marco estrictamente comunitario. Quizá esto
latía tras las expresiones, de hace tiempo, de F. Mariño Menéndez para quien
"además del deber de obrar de buena fe en el cumplimiento de las obligaciones ya
formadas (...) podemos afirmar también la existencia de un deber genérico de obrar
de buena fe en la realización de aquellos comportamientos orientados a la
formación de nuevas normas de derecho internacional y a los de su aplicación"370.
Se trata, en consecuencia, de subrayar que el comportamiento, sobre todo de los
Estados en los ámbitos descritos, debe estar imbuido de los efectos de dicho
principio porque forman parte de una misma comunidad jurídica. En resumen, y
como lo decía el citado autor, "wn el principio de buena fe se encuentra una de las
claves centrales de la organización del ordenamiento jurídico internacional. Desde
mi punto de vista la clave principal"371.

Por otro lado, la existencia de esos principios estructurales y su


reconocimiento dan mayores garantías de la presencia de normas de naturaleza
imperativa y de obligaciones erga omnes. En esta línea, como ya lo expresé, el
reconocimiento de la naturaleza consuetudinaria de los principios fundamentales,
"aunado a que de ellos derivan las auténticas normas imperativas del Derecho

368Cfr., S. BELAID, loc. cit., p. 295.


369Ello sin negar, como se ha dicho, que "el principio de buena fe en su sentido jurídico hace siempre
referencia a su sentido ético", F. MARIÑO MENENDEZ, Memoria de Derecho Internacional
Público, 1982, p. 320.
370Ibid., p. 312.
371Ibid., p. 311 (cursiva añadida).
160
Internacional, puede llevar a la conclusión de que se trata de principios de
<carácter supralegal o constitucional>".Y debemos recordar "que el carácter
imperativo de ciertas normas internacionales está fuera de toda duda. Como ha
señalado C. Gutiérrez Espada <Hoy se reconoce la existencia de normas jurídicas
internacionales superiores, más importantes que el común de las mismas: las
normas imperativas de Derecho internacional o de ius cogens>372. Y, además, se
puede seguir sosteniendo que “parece conveniente a la hora de identificar y
descubrir una norma imperativa diferenciar, por un lado, lo que es una norma de
esta naturaleza y lo que es una norma que produce efectos erga omnes, siendo así
que, en principio, toda norma imperativa produciría tales efectos, pero que no
necesariamente hay que llegar a la conclusión de que toda norma que llevase
aparejados tales efectos debería ser conceptuada como norma de ius cogens. Por lo
demás, convendría ponerse de acuerdo “respecto a los otros rasgos que idealmente
definirían a las normas imperativas"373.

Comoquiera que sea, lo importante, en el fondo, es que se puede hablar,


con certeza, de la existencia de normas de naturaleza imperativa en el
ordenamiento jurídico internacional y de obligaciones destinadas al conjunto de
los sujetos de este ordenamiento, lo que hace pensar más en un Derecho "menos
descentralizado" de lo que se viene diciendo habitualmente. En otros términos, la
discusión gira en torno al contenido, los efectos y el alcance de las normas de ius
cogens; en torno a su identificación y delimitación; en relación con el contenido y
el proceso de formación de las obligaciones erga omnes; pero no en lo que se
refiere a su existencia normativa.

En definitiva, se observa una incipiente formación, en el Derecho


Internacional, de un “marco constitucional” que cumple primordialmente dos
funciones: Por un lado, diseña los elementos centrales de este ordenamiento
jurídico a través de la consagración de determinados principios esenciales; y, por
otro lado, delimita los contornos de dicho ordenamiento, estableciendo los límites
en los comportamientos de los Estados y otros sujetos del Derecho Internacional.
En cualquier caso, el Tribunal Internacional de Justicia, una vez más, ha destacado
el lugar y la importancia de estos principios, al decir, en la Opinión Consultiva
concerniente a la licitud de la amenaza o el empleo de armas nucleares, de 8 de
julio de 1996 que "ces règles fondamentales s'imposent d'ailleurs à tous les Etats,
qu'il aient o non ratifié les instrument conventionnels qui les expriment, parce
qu'elles constituent des principes intransgressibles du droit international
coutumier"374.

372C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit. (C. GUTIERREZ ESPADA, Hacia un compendio, p.
141).
373Ibid.
374T.I.J., Recueil, 1996, párr. 79.
161
b) Ciertos procedimientos de creación de normas en la expresión de una
comunidad jurídica internacional: El papel de la costumbre internacional

En el ámbito de los tratados y de la costumbre internacional hay que


partir, sin duda, de que se trata de "(...) los dos procedimientos autónomos de
elaboración de normas jurídicas internacionales: los dos demuestran el papel que
les corresponde a los Estados en la creación, modificación y el desarrollo del
derecho internacional, puesto que la inexistencia de un legislador internacional
supone que los Estados soberanos sean, a la vez, los sujetos principales del derecho
internacional y los creadores de su reglas jurídicas"375. En ambos casos, aunque
con mayor nitidez y precisión por lo que se refiere a los tratados, sabemos que la
voluntad de los Estados ocupa un lugar central, pero también, en los dos modos de
creación de normas internacionales, se producen elementos que apuntan a la
producción normativa de carácter y alcance generales.

Aunque no es posible detenernos en todo ello, sí caben breves reflexiones


respecto al papel de la costumbre en la perspectiva señalada, una vez que
afirmemos, como se sabe, que la costumbre internacional constituye uno de los
procedimientos de creación de normas internacionales en los que se aprecia, con una
intensidad particular, el fundamento obligatorio de las normas internacionales.De
todos modos, interesa resaltar, como decimos, ciertos aspectos:

En primer lugar, y a mi juicio, la costumbre internacional (cuando se trata


de costumbres universales) aporta, con toda rotundidad, elementos de generalidad
al ordenamiento jurídico internacional y en ella se encuentra, por ahora, la base y el
fundamento de la creación de un orden jurídico más homogéneo. Sin entrar de
lleno en esta cuestión, cabría señalar, como punto relevante, que la figura del
objetor persistente ha dado, sin lugar a dudas, elementos para el debate y muestra a
la claras la fuerza y el valor de la voluntad de los Estados que participan en la
creación de normas internacionales.

Ahora bien, no coincido, plenamente, con la posición mantenida, a este


respecto, por J. A. Carrillo Salcedo, para quien "or l'existence établie d'une règle
coutumière ne signifie pas qu'elle soit applicable à tous les Etats: s'il s'agit d'une
coutume générale, il n'est certes pas nécessaire que l'Etat ait directement participé à
sa formation, ni qu'il l'ait explicitement acceptée. En revanche, l'Etat qui, par son
comportement, rejette expressément une coutume au stade de sa formation, n'est
pas lié par elle et la souveraineté apparaît alors comme une faculté de blocage"376.
Por lo menos, cabría establecer algunas excepciones a esta formulación de carácter
general y que tales excepciones pusieran de relieve que "determinadas
costumbres", a pesar de la oposición de algún o algunos Estados, alcanzasen tal

375J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 88.


376Ibid., p. 94
162
naturaleza y contenido, que les sería, incluso, oponible jurídicamente. Con cierta
prudencia, pero a mi juicio con mucha razón, F. Mariño Menéndez ha dicho que
"es muy dudoso que la <objeción persistente> produzca efectos no vinculantes
respecto a normas que llegan a ser de Derecho Internacional general y, a fortiori,
de normas de jus cogens"377. Y, con ingenio, C. Gutiérrez Espada, después de
plantear su posición al respecto, dice que "ya se habrá intuido que la <objeción
persistente> sería ineficaz frente a una norma consuetudinaria de naturaleza
imperativa"378.

No quiero decir, con esto, que la oposición inequívoca, constante y


persistente a una norma que pugna por constituirse en consuetudinaria carezca de
efectos jurídicos para el Estado que mantiene una actitud de este tipo, en la línea de
lo señalado en el asunto de Pesquerías, en 1951, cuando el Tribunal Internacional
de Justicia sostuvo que "de cualquier modo, la regla de las diez millas no es
oponible a Noruega, puesto que este Estado se ha opuesto siempre a toda tentativa
de aplicarla a las costas noruegas"; pero, a mi juicio, la colisión que se produce
entre la norma que trata de emerger y cristalizar y los comportamientos de
oposición a la misma normalmente se decanta en favor de la primera.

En unos casos, por el carácter imperativo de la norma consuetudinaria cuya


naturaleza hace que se debilite y carezca de efectos, en último término, la objeción
que se presenta de manera constante e inequívoca. Priman los intereses generales y
fundamentales de la comunidad internacional y el objetor no podría alegar su
comportamiento en contra. En otros casos, porque los objetores deben estar
sumamente atentos para no incurrir en contradicciones que debiliten su posición.
En realidad, a quienes objetan una costumbre general se les exige un
comportamiento constante y uniforme de oposición sin que se produzca, en muchos
casos, la más mínima fisura en su comportamiento o, por lo menos, que no tenga
lugar un comportamiento que varíe la dirección de la posición que venía
manteniendo. Y, finalmente, porque, incluso, nos podemos encontrar ante el
supuesto del "objetor persistente solitario" que se ve forzado, en última instancia, a
asumir las consecuencias de la norma consuetudinaria. En esta última situación se
podría encontrar, por ejemplo, España en relación con el régimen del derecho de
paso en tránsito por los estrechos utilizados para la navegación internacional.

Como se recordará, los preceptos que finalmente se aprobaron en el


Convenio de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de 1982, en relación con
los derechos de paso por algunos estrechos consagraron el derecho de terceros de
Estados de que sus buques y aeronaves navegaran por las aguas del estrecho y
sobrevolaran el espacio aéreo suprayacente, en el ejercicio de un "nuevo" derecho
que va más allá, en su contenidos, del derecho de paso inocente. La posición

377F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 233.


378C. GUTIERREZ ESPADA, Derecho Internacional cit., p. 536.
163
española es de todos conocida y se reflejó, de manera nítida, en la declaración
interpretativa, al no poder formular reserva, al propio Convenio, en la que se indica
que "el Gobierno español interpreta que el régimen establecido en la Parte III de la
Convención es compatible con el derecho del Estado ribereño de dictar y aplicar en
el espacio aéreo de los Estrechos utilizados para la navegación internacional sus
propias reglamentaciones aéreas". Conservar parte de soberanía y reconducir el
derecho de paso en tránsito al camino del derecho de paso inocente, pero
reconociendo al final "la derrota" de su posición en la Conferencia y resignándose
en su "objeción". En efecto, el propio Estado español se vio forzado a incluir en su
declaración interpretativa las expresiones, "siempre que ello no obstaculice el paso
en tránsito de las aeronaves".

A mi juicio, a lo más que llega la "objeción persistente" es a impedir, en su


caso, que un Tribunal internacional aplique una norma consuetudinaria a un Estado
que de manera inequívoca se haya opuesto, desde su formación, a la misma. Pero,
esto no es lo mismo que impedir la formación de la norma. Como lo dice, muy
claramente, C. Gutiérrez Espada "una costumbre general no será oponible, no le
vinculará en definitiva, al Estado que insistente e inequívocamente se haya opuesto
a la misma durante su periodo de formación (...). Este no podrá verse obligado a
regirse por una norma a la que él se ha opuesto, pero lo que éste u otros Estados no
pueden conseguir es impedir o vetar la aparición de una norma consuetudinaria que
la generalidad de la sociedad internacional considera conveniente y existente"379.

El carácter “casi inexpugnable” de la costumbre internacional general se


aprecia, aún mejor, cuando se pretende lo contrario, es decir, cuando un Estado o
un grupo de Estados aspiran a modificar radicalmente el contenido de una norma y
a convertir en derecho una prohibición. Aunque nos movamos en el terreno de la
imperatividad, el comportamiento de los Estados Unidos dirigido a reconocer la
licitud de ciertas intervenciones sobre la base de una pretendida legitimidad
democrática “se ha estrellado” siempre, y por ahora, con el carácter general de la
norma que establece la no-intervención. No obstente, esto no quiere decir, en modo
alguno, que la costumbre general impida la evolución normativa ya que, por el
contrario, la costumbre es por esencia dinámica y evolutiva.

En definitiva, dos hechos adquieren, a mi juicio, gran relevancia en el


marco de lo que venimos reflexionando y que nos ponen de manifiesto, a la claras,
que se puede seguir abogando por la existencia, consolidada o emergente, de una
“comunidad jurídica internacional”:

Primero, como se sabe es la norma consuetudinaria la que da validez a los


procesos de creación normativa y ello hace que se sitúe en la cúspide de la
producción normativa. Segundo, es en el ámbito consuetudinario donde surgen

379Ibid., pp. 534-535.


164
preferentemente las normas internacionales generales y en donde encuentran
perfecto acomodo normativo los principios esenciales de este ordenamiento. Por
todo, es innegable que el proceso consuetudinario de creación de normas y las
normas consuetudinarias que de él dimanan, en el plano universal, van otorgando al
ordenamiento jurídico internacional, en función de la actual estructura de la
sociedad internacional, elementos de carácter constitucional y general. A decir
verdad, las principales normas internacionales y sus correspondientes obligaciones
tienen siempre un reflejo consuetudinario.

La sentencia dictada por el T.I.J. en el asunto relativo a las actividades


militares y paramilitares en y contra Nicaragua lo que vino a constatar es que
mientras no se produzca un cambio sustancial en los procedimientos de creación de
normas, la norma consuetudinaria no pierde su valor, su carácter y su contenido, a
pesar de haber sido traducida y perfilada en el ámbito convencional, incluso, si se
nos permite la irreverencia, aunque haya sido “transcrita o traspuesta”. La
costumbre general permanece como garantía de permanencia del ordenamiento
jurídico internacional, con el objeto de que las obligaciones que dimanen alcancen
a todos los sujetos de este ordenamiento.

Segundo, me parece muy relevante la posición que ocupa la costumbre


general en sus relaciones con otros procesos de creación de normas
internacionales, porque en estas relaciones se advierte la consistencia que la norma
consuetudinaria otorga al Derecho Internacional. Sin entrar en muchos detalles,
podemos destacar, de manera sumaria, dos aspectos de las mencionadas relaciones:

i) Antes de todo, el Tratado puede tener por vocación crear normas


generales. Más aún, como sabe, la codificación del Derecho Internacional
acontece preferentemente a través del Tratado. Asistimos, así, a un cambio
trascendental desde el momento en el que el procedimiento de creación de normas
que supone el tratado y que se caracteriza por la vigencia y los efectos del
consentimiento de los Estados, es empleado para lograr como último objetivo el
surgimiento de normas que impongan obligaciones universales/generales. Ahora
bien, quisiera destacar, en particular, que la convivencia entre la norma
consuetudinaria y la norma convencional codificadora apunta el supremo valor de
la costumbre. Por de pronto, los Estados no partes en el convenio de codificación
continúan vinculados por la norma consuetudinaria con independencia de que
ambas coincidan en su contenido y alcance. Además, la norma convencional,
aunque aporta y enriquece, toma como punto de referencia, en la determinación de
su contenido, a la costumbre que codifica. Y, por si fuera poco, la evolución del
precepto codificado se produce bajo los efectos de la práctica de los Estados.

Como he dicho, la codificación del Derecho Internacional acontece en el


seno de la sociedad internacional tal y como es, y sucede, en ocasiones, "que la
heterogeneidad y diversidad, no sólo de los actores internacionales, sino también
165
en razón de sus comportamientos e intereses, producen como resultado normas
escritas impregnadas de ambigüedad"380. Más aún, como ha recordado F. Munch,
es posible que el desarrollo del derecho consuetudinario, a la par y al abrigo del
texto codificado, traiga consigo el peligro de que desaparezca la certidumbre en el
derecho a la que, precisamente, se aspira con la codificación381.

La visión, por lo tanto, podría ser desoladora: Todo parece que retorna a
sus orígenes y allí donde empezamos es donde se acaba; la formación de las
normas internacionales vaga entonces interminablemente por una constelación
asimétrica en la que cada norma permanece inalterable destellando reflejos de
cambio. Lo que el tratado determina con claridad hoy, lo deshace mañana la
costumbre382, el futuro se hace cada vez más incierto, y en las entrañas del
ordenamiento internacional habita el recuerdo de Penélope, tejiendo y destejiendo
aceleradamente, en nuestro caso, el contenido de las normas383.

Pero, en realidad, hoy podría decir que el resultado no es tan negativo: lo


que se pone de relieve es que la costumbre prima porque, a pesar de su
ambigüedad e incertidumbre o su falta de precisión en cuanto a su contenido, da
seguridades de permanencia para el comportamiento que han de seguir los Estados,
se proyecta y orienta con un sentido y alcance generales y, sobre todo, la norma
consuetudinaria general o, por decirlo mejor, el conjunto de las costumbres
generales crean un "marco de constitucionalidad en el ordenamiento jurídico
internacional".

Aunque lo hayamos analizado de una manera muy parcial, lo que se


pretende es resaltar que la creación de una “comunidad jurídica internacional” se
puede concebir, en la actualidad, sobre la base de las normas de naturaleza
consuetudinaria. Se produce, ciertamente, la paradoja de que uno de los procesos
de elaboración de normas per se más descentralizados, como es la costumbre, ya
que en él hay que tener muy en cuenta el comportamiento individual de cada uno
de los Estados que contribuye a la formación de la norma consuetudinaria, produce,
a la postre, normas de alcance general y con vocación de aplicarse al conjunto de la
sociedad internacional y, en consecuencia, centraliza. Es cierto, no obstante, que la
producción normativa a través de costumbres internacionales se presta mal para
diseñar, de una forma sistemática, el marco de "protección de intereses de la
comunidad internacional como tal"384, pero no deja de ser verdad, también, que la

380C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit.


381F. MUNCH, La codification inachavé, Studi R. Ago, t. I, Milán, 1987, p. 384.
382 M. BOS, Aspects phénoménologiques de la codification du Droit International Public, Studi R.
Ago, t. I, Milán, 1987, p. 152.
383Cfr., C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit.
384F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 218.
166
costumbre ha tenido, y tiene, una importancia capital en el orden internacional,
relevancia que se puede resumir, a los efectos que nos interesan, en varias razones:

Habría que destacar, el "lugar constitucional"385 que ocupa y que se revela,


especialmente, en ciertos principios y normas que llegan a constituirse como los
verdaderos fundamentos constitucionales del ordenamiento jurídico internacional,
tal y como es el caso de los principios esenciales o estructurales que, pese a
encontrarse recogidos en tratados, se mantienen como principios de naturaleza
consuetudinaria y despliegan buena parte de sus efectos en virtud de esta
naturaleza. Ya manifesté que "Más allá de su naturaleza convencional y de su
formulación en resoluciones de organizaciones internacionales de una especial
trascendencia, la característica esencial de estos principios fundamentales es que
forman parte del Derecho Internacional consuetudinario"386. De acuerdo con lo
que señaló el T.I.J., en su sentencia de 1984, en el asunto relativo a las actividades
militares en y contra Nicaragua, "principios como el no uso de la fuerza, la no
intervención, el respeto de la soberanía e integridad de los Estados y la libertad de
navegación continúan siendo obligatorios como parte del Derecho Internacional
consuetudinario, a pesar (despite) de la operatividad de los preceptos de derecho
convencional en los que han sido incorporados"387.

Asimismo, es importante el alto grado de participación de los Estados en


la conformación de costumbres de carácter general. En realidad, se puede hablar
de su profundo carácter "democrático" ya que el conjunto de los Estados que
integran la comunidad internacional tienen la oportunidad de pronunciarse respecto
al contenido y efectos de una norma consuetudinaria general. En este marco, la
costumbre general "arrastra" de algún modo el comportamiento del conjunto de los
Estados en una determinada dirección y crea la atmósfera precisa para que se forme
y cristalice la norma consuetudinaria en cuestión y, todo ello, sin obstaculizar las
eventuales oposiciones a la misma.

ii) Pero también, no debemos olvidar que la labor normativa realizada por
ciertas Organizaciones Internacionales contribuye, de manera decisiva, a la
conformación de un ordenamiento jurídico menos fragmentado y disperso, menos
relativo y más homogéneo. La labor, en particular, de las Naciones Unidas en esta
materia es, sin duda, encomiable y se hace patente, por ejemplo, en el sector
concerniente a la protección de los derechos humanos. En efecto, ciertas
resoluciones de la Asamblea General alcanzan, desde luego, este significado. En
ellas se concentran dos elementos que apuntan al objetivo de aportar coherencia al
ordenamiento jurídico internacional:

385Cfr., ibid.
386Cfr., C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit.
387T.I.J. Recueil, 1984, p. 424, párr. 73.
167
Primero, el "carácter codificador" que albergan. Como ya lo expresé "el
Derecho Internacional o, con mayor precisión, ciertas normas consuetudinarias
internacionales han sido "también codificadas o incorporadas" en otros
instrumentos jurídicos, tales como determinadas resoluciones de Organizaciones o
Conferencias Internacionales. Las resoluciones a las que nos referimos declaran
normas o principios básicos para la convivencia mundial que se han ido
consolidando durante un largo periodo de tiempo y que, finalmente, quedan
reflejados, de forma sistemática, en aquéllas388. Segundo, esas resoluciones
suponen el reflejo de aspiraciones de contenido comunitario de la sociedad
internacional, estando destinadas a traducir jurídicamente valores de la comunidad
internacional389 y, de este manera, nos hallamos en presencia de instrumentos
jurídicos que, en realidad, tienen un contenido y un alcance de mayor profundidad
que el que les corresponde desde la perspectiva meramente formal.

Pues bien, sobre estas bases, hemos de resaltar que, por un lado, muchas de
las resoluciones citadas toman como punto de referencia, a la hora de determinar su
contenido, la práctica de los Estados, incluso en aquellos casos en los que se ha
dicho que crean "derecho nuevo". Por tanto, no sólo, como dice, C. Gutiérrez
Espada, "contribuyen al nacimiento de nuevas normas consuetudinarias"390 sino
que, también, traducen y "codifican" la costumbre o, en palabras del autor citado,
contribuyen "a la mejor precisión y claridad de las costumbres ya existentes"391.

En el fondo, ambos procesos, en muchas ocasiones, se confunden y lo


relevante es que la costumbre se sitúa en el trasfondo del proceso de elaboración de
la resolución en cuestión. A tal efecto, cualquier resolución, de relevancia, en
materia de derechos humanos nos revela que el contenido de la resolución, aunque
es verdad que van precisando y clarificando las posiciones de los Estados en la
materia, también significa una "reproducción" del comportamiento de esos. Por
otro lado, lo que está claro es que los límites que encuentran estos actos normativos
de Organizaciones Internacionales a la hora de garantizar su carácter vinculante y
obligatorio son eliminados acudiendo al "refugio" de la norma consuetudinaria.
Como nos decía C. Gutiérrez Espada, las Declaraciones de la Asamblea General
son resoluciones que "ejercen una no pequeña influencia en la conformación de las
normas jurídicas internacionales", a lo que se podría añadir "generales", pero
reconocía que esto era así no "porque ella sienten directamente y per se normas
jurídicas, sino por su interacción con la costumbre internacional"392.

388C. M. DIAZ BARRADO, La sociedad cit.


389J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 160.
390C. GUTIERRREZ ESPADA Derecho Internacional cit., p. 589.
391Ibid.
392Ibid., p. 584.
168
En otros términos, el valor especial de la costumbre se aprecía aquí en el
hecho de que estas resoluciones, bien conformadas y sistematizadas y en las que de
manera detallada y clara se establecen normas jurídicas, precisan, en último
término, de la norma consuetudinaria para encontrar un valor obligatorio en el
orden internacional. En la sabia combinación que se produzca entre una
determinada resolución con las características señaladas y la costumbre
internacional estará el éxito jurídico de las normas que dimanan de aquella. En
definitiva, los análisis de estos aspectos, aunque sean parciales, ponen de relieve
que la costumbre internacional coadyuva mucho a la definición y a determinar el
contenido de una eventual comunidad interncional.

B) La aplicación del Derecho Internacional: Las contramedidas y las


sanciones internacionales

Uno de los elementos característicos del Derecho Internacional, desde sus


orígenes hasta nuestros días, ha sido, con toda seguridad, la ausencia de
mecanismos que permitieran una cabal y eficaz aplicación de las normas que
dimanan del mismo. La debilidad de este ordenamiento jurídico se ha plasmado, de
manera muy clara y nítida, en la fragilidad de los procedimientos de aplicación de
normas o, incluso, en la inexistencia de procedimientos de esta índole. En una
sociedad internacional descentralizada, como la que conocemos aún en nuestros días,
los Estados no sólo participan en la formación de las normas jurídicas internacionales
y son, en consecuencia, los principales destinatarios de las mismas, sino que además
son, también, los principales encargados de su aplicación. En estas condiciones, A.
Rodríguez Carrión ha señalado, con razón, que "en la sociedad internacional la
aplicación de las normas descansa prioritariamente en el autocumplimiento, sin que el
grado de cohesión de dicha sociedad haya hecho aconsejable o posible de momento
unos mecanismos de control y sanción de la inaplicación"393. Todo esto determinará
claramente una cierta debilidad para un sistema jurídico como el internacional, sobre
el que Tomuschat ha apuntado que "the executive function is insufficiently developed
in the international community"394 y propiciará que, en el fondo, nos hallemos en
presencia de un ordenamiento de cuya aplicación se encargan preferentemente los
propios Estados.

Lo que debemos decir ahora, no obstante, es que la falta de mecanismos de


aplicación y, en el mejor de los casos, la "descentralización" en la aplicación del
ordenamiento jurídico internacional favorecen poco la configuración de una
verdadera “comunidad jurídica internacional”. En otras palabras, difícilmente se
puede sostener que existe una comunidad internacional, en sentido propio, cuando
no existen procedimientos que garanticen la aplicación de las normas por las que se
rige esa comunidad o cuando el "poder de aplicación" se encuentra muy repartido y

393A. RODRÍGUEZ CARRIÓN: Lecciones cit., p. 252.


394Ch. TOMUSCHAT, Obligations arising for States cit., p. 353.
169
se halla absolutamente disperso en multitud de entes, en nuestro caso básicamente
en los Estados, que lo ejercitan sobre la base, preferentemente, de sus intereses
particulares y, por lo tanto, la aplicación del Derecho Internacional no responde, en
último término, a la defensa de intereses comunes de carácter colectivo sino que
descansa, en la mayoría de los casos, en razones de oportunidad política.

Es evidente, entonces, como ha dicho el citado autor español, que "nunca


ningún Estado ha podido reunir un poder lo suficientemente amplio, intenso y
permanente como para imponerlo a la sociedad internacional en su conjunto;
tampoco Organización internacional intergubernamental alguna ha existido o existe
a modo de un Poder Supranacional de dirección del mundo. Por el contrario, el
poder en la sociedad internacional es fragmentario y disperso, y no existe un
modelo institucional único o central"395.

Aunque durante mucho tiempo la sociedad internacional no contaba con


los citados mecanismos de aplicación de normas, hay que reconocer que
progresivamente se van instaurando y consolidando procedimientos que, a la
postre, aunque hoy todavía de una manera incipiente, permitirán hablar de un
ordenamiento jurídico que, también y a pesar de las apariencias, cuenta con un
sistema coherente o, por lo menos, en fase de desarrollo, de aplicación de las
normas que emanan del mismo. En realidad, como ha señalado F. Mariño Menéndez,
en el sistema internacional también se han establecido algunas normas que disponen
su aplicación desde el propio ordenamiento jurídico internacional, como son las que
establecen la responsabilidad internacional o la regulación del arreglo pacífico de las
controversias internacionales, así como las que contemplan la instauración de
mecanismos de control y de aplicación coercitiva de normas internacionales396.

La heterogeneidad de la sociedad internacional trae consigo la dificultad en


la aplicación del ordenamiento jurídico encargado de regularla, pero los paulatinos
avances que se vienen produciendo en la configuración de un nuevo modelo de
sociedad internacional y en los procesos de creación de normas internacionales
hacen posible que vayan surgiendo, también, nuevos mecanismos de aplicación y
que los tradicionales procedimientos alcancen y se adornen de otras dimensiones y
características. En breve, la presencia de solidaridades en el sistema internacional
que permite un cierto grado de centralización normativa, hace que, al mismo

395C. GUTIERRREZ ESPADA, Derecho Internacional cit., p. 112 (cursiva añadida). La


consecuencia, entonces, es clara, y ha sido señalada, entre otros, por A. RODRIGUEZ CARRRION,
para quien " (...) en la sociedad internacional la aplicación de las normas descansa prioritariamente en
el autocumplimiento, sin que el grado de cohesión de dicha sociedad haya hecho aconsejable o
posible de momento unos mecanismos de control y sanción de la inaplicación". Para este autor, está
claro que "los Estados no han delegado en mecanismos institucionales ni la elaboración ni el control
de la aplicación de las normas internacionales", op. cit., p. 252. C. TOMUSCHAT, ha señalado, de
manera sencilla que "the executive function is insufficiently developed in the international
community", Obligations arising for States cit., p. 353.
396F. MARIÑO MENÉNDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 379.
170
tiempo, se produzca, en el grado que sea, una cierta centralización institucional.
Por lo tanto, la “comunidad jurídica internacional” a la que nos venimos refiriendo
también encontraría o debería encontrar expresión en el ámbito de la aplicación de
normas y no sólo en aquello relativo a la elaboración de las mismas.

No obstante, el progreso cierto que se viene produciendo en lo que se


refiere a la aplicación de las normas internacionales es el resultado de la suma de
un cúmulo importante de factores de muy diversa índole que van desde el aumento
cuantitativo y cualitativo de los sujetos del Derecho Internacional hasta la
determinación y aceptación de algunos valores como elementos básicos y
fundamentales de la actual sociedad internacional, pasando, asimismo, por la
propia evolución que se va produciendo en el ordenamiento jurídico internacional,
dado su carácter sumamente dinámico, y que hace que éste penetre en ámbitos de
las relaciones sociales que, durante largo tiempo, estuvieron reservados a la
competencia exclusiva de los Estados.

Lo que podríamos denominar la expansión y diversificación del


ordenamiento jurídico internacional, aunque es cierto que puede generar ciertas
dificultades relativas a la comprensión de este ordenamiento en el marco de la
unidad, es verdad que, al mismo tiempo, logra un grado de especialización que
permite el establecimiento de sistemas de garantía y mecanismos de aplicación en
determinados sectores del Derecho internacional contemporáneo.

En definitiva, la norma internacional tiene, como cualquier otra norma de


naturaleza y contenido jurídicos, una clara vocación de aplicabilidad y, por esto
también, al proceso de elaboración de la norma en cuestión le acompaña, como
complemento indispensable del mismo, el convencimiento de que es preciso contar
con mecanismos que aseguren su aplicación correcta y efectiva.

Un buen ejemplo de esta situación la encontramos en el ámbito


concerniente al reconocimiento y protección de los derechos humanos. En efecto,
la comunidad internacional ha elaborado, durante la segunda mitad del siglo XX,
como se sabe, innumerables instrumentos jurídicos destinados a reconocer
derechos de todo tipo, orientados a impedir la comisión de determinados actos que
atentarían contra los derechos humanos, o centrados en el reconocimiento de
derechos de determinados grupos humanos o, en términos más generales, dirigidos
a establecer los derechos que corresponden al ser humano. Pues bien, el proceso
conducente a plasmar normativamente los derechos humanos que se reconocen en
el sistema internacional conlleva, en último término, el establecimiento de
mecanismos de garantía de una u otra naturaleza y dotados de mayor o menor
eficacia, pero cuyo objetivo final no es otro que hacer realidad el contenido de las
normas a las que responden. El reconocimiento amplio y detallado de derechos se
ve así acompañado de mecanismos que garanticen que, sobre todo los Estados,
cumplan las obligaciones asumidas en los instrumentos en los que aparecen y son
171
reconocidos y que, de este modo, den aplicación a las normas jurídicas en las que
se plasman.

Más aún, se podría decir que cuando el marco normativo en materia de


derechos humanos se encuentra ya muy elaborado, se tiende a incidir y señalar la
necesidad de que a dicho marco se le añadan aquellos procedimientos o medios
mediante los cuales se asegure sus permanencia397. De este modo, no debe
extrañarnos que en la Conferencia de Derechos Humanos, celebrada en Viena en
1993, aunque se resumiesen en ella los avances que en materia de reconocimiento
de derechos se habían producido a lo largo del presente siglo, se insistiera en la
necesidad de ir previendo nuevos mecanismos de garantía e ir mejorando y
enriqueciendo los existentes398.

Por esto, en el punto 88 del Plan de Acción que emanó de esta Conferencia
se recomendaba, con rotundidad, que "los Estados Partes en instrumentos
internacionales de derechos humanos, la Asamblea General y el Consejo
Económico y Social consideren la posibilidad de analizar los organismos creados
en virtud de tratados de derechos humanos y los diversos mecanismos y
procedimientos temáticos con miras a promover una mayor eficiencia y eficacia
mediante una mejor coordinación de los distintos órganos, mecanismos y
procedimientos, teniendo en cuenta la necesidad de evitar la duplicación y
superposición de sus mandatos y tareas"399.

Esto se observa, por lo demás, en todos los ámbitos, y no sólo en el plano


universal, en los que se abordan cuestiones relativas a los derechos humanos. Así, a
pesar del juicio que merezca su mayor o menor eficacia real, es fácil constatar que
en el seno de la OSCE la configuración de la denominada "dimensión humana"
partió, como no podía ser de otro modo, de la mera declaración de derechos y de la
expresión de la voluntad de los Estados que participan en este foro de asumir la
defensa de los derechos fundamentales de la persona, tal y como se manifestó en el
Documento de Viena de 1989. No obstante, poco tiempo después, la entonces
Conferencia se vio obligada a crear determinados mecanismos destinados a
asegurar y garantizar, en la medida en que sea, los derechos que se venían
reconociendo. Y, de este modo, se establecieron sistemas que, ciertamente flexibles
y, a la postre, dotados de una parcial eficacia, supusieron un avance decisivo en la
consideración de los derechos humanos en el seno de la actual OSCE.

397Ver, con carácter general, el completo e interesante trabajo de C. VILLAN DURAN, Curso de
Derecho Internacional de los Derechos Humanos, Madrid, 2002.
398Desde luego, cabe reirerar que un estudio muy completo de estos mecanismos lo encontramos en
la obra citada de C. VILLAN DURAN, quien ha afirmado que “las UN y los organismos
especializados del sistema (...) han creado, a lo largo de los años, una tupida red de órganos
subsidiarios a través de los cuales se asegura la institucionalización de la cooperación internacional de
los Estados en las tareas de promoción y protección de los derechos humanos”, op. cit., p. 124.
399Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Naciones Unidas, 1993, p. 74.
172

De esta manera, en los Documentos de Copenhague y de Moscú de 1990 y


1991 respectivamente, se observa que, junto al proceso de ampliación en el
reconocimiento de derechos, se aborda la cuestión relativa a la garantía de los
mismos mediante mecanismos, eso sí extremadamente flexibles y poco
vinculantes, pero que, en el fondo, vienen a demostrar que siempre la norma que
reconoce derechos precisa inevitablemente de complementos concernientes a la
aplicación de la misma.

Incluso, podríamos llegar más lejos y sostener que la eficacia demostrada


de ciertos mecanismos de garantía, en materia de derechos humanos, arrastra a que
se proponga que normas que no están contempladas en el instrumento jurídico en el
que se instauran esos mecanismos se vinculen de una u otra forma al mismo y se
beneficien del eficaz procedimiento de aplicación que se haya previsto. Esto
sucede, por lo menos, con el Convenio Europeo para protección de los derechos
humanos y la libertades fundamentales de 1950, de tal manera que la labor del
Consejo de Europa en el ámbito relativo a la protección de derechos humanos está
siempre atenta a la posibilidad de que a este Convenio se le añadan Protocolos con
el fin de que ciertos derechos puedan ser protegidos y garantizados a través de los
mecanismos previstos en el mismo. Las posiciones que se mantienen respecto a la
Carta Social Europea y el Convenio-Marco para la protección de las minorías
nacionales son buenos ejemplos de esta situación.

Por referirnos sólo a la primera, cabe recordar que la constante y


"desordenada" evolución que se ha producido en relación con la Carta Social no ha
hecho que se olvide la posibilidad de que se elabore un protocolo adicional en el
que se incluyan derechos muy específicos de carácter y contenido sociales que
puedan beneficiarse de la "acción benéfica" del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos. De este modo, en el Informe de P. Pulgar, presentado a la Comisión de
cuestiones sociales, salud y familia, se sostenía que "un protocole additionnel à la
Convention européenne des Droits de l'homme, contenant un certain nombre de
droits sociaux qui ne seraient pas déjà reconnus et protegés par la Convention
permettrait d'établir des sauvegardes au profit de groupes le plus vulnérables de la
société"400.

Con todo, lo que se intenta poner de manifiesto es que no sería posible


reconocer que se están produciendo avances muy significativos en los procesos de
creación de normas internacionales sin que a ello le acompañasen logros en lo
relativo a su aplicación, es decir, la creación de una norma internacional alberga en
su seno el eventual surgimiento de mecanismos y fórmulas que garanticen su
aplicación y que, por lo tanto, la hagan plenamente efectiva. En todo caso, hemos
de hacer, de antemano, algunas precisiones:

400Consejo de Europa, Doc. 8357, 23 de marzo de 1999.


173

En primer lugar, el fenómeno de la aplicación de normas en Derecho


Internacional acontece en situaciones y contextos muy diferentes. No es lo mismo,
ciertamente, la situación jurídica que se produce cuando se trata de tratados u
Organizaciones Internacionales que prevén específicamente mecanismos de
control, verificación o aplicación de normas, como es el caso de los convenios
relativos a los derechos humanos o en materia de control de armamentos, por
señalar sólo dos ejemplos, que cuando se plantea la aplicación general de normas
del ordenamiento jurídico internacional.

En segundo lugar, es verdad, por qué no decirlo, que, en muchas ocasiones,


la claridad y la certeza de la norma se corresponde mal con los mecanismos de los
que se dispone para asegurar una correcta aplicación de la misma. El mejor
ejemplo durante mucho tiempo ha sido, sin duda, la prohibición del uso de la
fuerza en las relaciones internacionales en cuanto principio fundamental del
ordenamiento jurídico internacional del cual deriva, muy en particular, la
prohibición de la comisión de actos de agresión, como manifestación por
excelencia del denominado, en su momento, “crimen internacional”.

Finalmente, hemos de señalar, con rotundidad, que, aunque el avance


normativo no garantice siempre el avance institucional, los logros que se vayan
produciendo en las normas internacionales que vayan alcanzando claridad y
certidumbre repercutirán, de manera directa, en la creación e instauración de
mecanismos de aplicación. A mi juicio, así habría que interpretar la posición de A.
Pellet, para quien la criminalización internacional de ciertos comportamientos
"imputables à des individus est longtemps demeurée purement normative, sans
s'accompagner de l'institution de mécanismes internationaux de répressión",
quedando la competencia para juzgar a sus autores en manos de tribunales
nacionales401. Situación que, como sabemos, ha cambiado radicalmente, por lo
menos en su formulación, en épocas muy recientes.

Por todo, al igual que dijimos al hablar de los procesos de creación de


normas internacionales, es necesario recorrer aún un largo camino para contar, en
el ordenamiento jurídico internacional del tiempo presente, con mecanismos
expeditos de aplicación de sus normas. No existe en la sociedad internacional
contemporánea “un ejecutivo mundial” capaz de imponer las obligaciones jurídico-
internacionales, ni un Gobierno Mundial que dicte los comportamientos que han de
seguir los componentes de la comunidad internacional y las medidas que
correspondan en caso de incumplimiento.

Como se sabe, no se ha llegado aún, con carácter general, a establecer una


jurisdicción universal que resuelva, de manera ejecutiva y vinculante, las

401Cfr., A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 118.


174
controversias que se susciten entre entes dotados de personalidad jurídica
internacional. El panorama, por lo tanto, en esta materia, no deja de ser un tanto
desolador y sólo con dificultad se puede propugnar una comunidad jurídica
internacional, ya que a ningún ente en particular se le ha atribuido la capacidad o el
poder de aplicar las normas y ningún órgano u órganos ostenta la facultad de
dirimir, mediante soluciones vinculantes, cualquier tipo de litigio o controversia
que se suscite en el plano internacional.

Ahora bien, aunque menos espectaculares, los logros que el Derecho


Internacional viene alcanzando en materia de aplicación de normas van dando
cohesión al conjunto del ordenamiento jurídico, contribuyen a clarificar el
contenido de las normas y obligaciones, y, también, satisfacen los objetivos que
sustentan la existencia de una comunidad internacional. El Derecho Internacional
no es todavía un ordenamiento en el que reinen las medidas coercitivas en
supuestos de incumplimiento de normas, pero es un ordenamiento en el que hoy,
más que en el pasado, las medidas coercitivas responden no sólo a intereses
particulares de los Estados sino que están sujetas y domeñadas al marco diseñado
por el propio ordenamiento internacional en el seno del cual habitan principios de
alcance universal y normas generales. El Derecho Internacional carece aún de
mecanismos de exigencia de responsabilidad internacional, con todas sus
consecuencias, pero es un ordenamiento en el que, en la actualidad, se van
percibiendo las formas y los grados de la responsabilidad internacional y los
medios para hacerla efectiva402.

El Derecho Internacional no cuenta por ahora con medios que garanticen


que, a pesar de todo, se resuelven las controversias, pero es un ordenamiento que
ha ido cerrando aquellos efectos más "perniciosos" que establece el principio de la
libre elección del medio sobre la base de que las controversias deben ser resueltas
lo antes posibles y sobre la base del principio de la buena fe. En palabras de la
Declaración de Manila, de 1982, "Los Estados procurarán, de buena fe y con un
espíritu de cooperación, el arreglo pronto y equitativo de sus controversias
internacionales (...)".

Puesto que no es posible detenernos en todas y cada una de las cuestiones


que venimos apuntando, sí parece conveniente reseñar algunos aspectos que
podrían probar que, también, desde la perspectiva de la aplicación de las normas
internacionales, se camina en la dirección de ir constituyendo una comunidad
jurídica internacional.

i) En tal sentido, hay que partir del hecho de que, en esencia, el poder de la
“comunidad internacional” para dictar las normas y ejecutar las decisiones radica

402Aquí debemos recordar con C. GUTIERREZ ESPADA que nos hallamos ante una materia
delicada e importate, ¿Quo vadis cit., pp. 394-395.
175
en los Estados considerados individualmente o actuando en conjunto. Es decir, la
comunidad internacional se manifiesta, en los supuestos de aplicación de normas, a
través básicamente de los Estados que, en definitiva, son los encargados de que se
cumplan las normas internacionales. Sólo advirtiéndolo desde esta óptica es posible
reconocer que en las relaciones internacionales contemporáneas habita una
comunidad internacional cuyas características, en el ejercicio de las competencias
que le correspondan, difieren de las que definen y perfilan a otros tipos de
comunidades. La comunidad internacional, a la hora de ejecutar las normas, sólo
cuenta con la acción de los Estados bien actúen de manera individual o de forma
colectiva o bien manifiesten su acción a través de Organizaciones Internacionales
que, las más de las veces, quedan condicionadas por las posiciones adoptadas por
los Estados miembros. Como ha dicho A. Rodríguez Carrión "en derecho
internacional el Estado no sólo es el sujeto primordial y básico del ordenamiento,
así como la base esencial para la creación de normas jurídicas a través de sus
consentimiento, sino que igualmente es él mismo quien tiene encomendada la
verificación, control y sanción en los supuestos de vulneración de sus
disposiciones, cualquiera sea quien las incumpla"403.

ii) También hay que constatar que es difícil sistematizar los procedimientos
de aplicación de normas internacionales y construir así una teoría general en
torno a la aplicación del Derecho Internacional. Este ordenamiento jurídico
penetra por cualquiera de los resquicios que encuentra a la hora de dar plena
eficacia a sus normas y se aprovecha, todo lo que puede, de los mecanismos
disponibles para asegurar una cabal aplicación. Salvando todas las distancias, se
podría decir que en el ámbito relativo a la aplicación de normas internacionales
rige un principio similar al que está presente en los procesos de creación de normas
y que consistiría en la no exigencia de formalidades previamente establecidas a la
hora de asegurar la aplicación de una norma. Ello produce, sin duda, como
resultado, que el análisis del fenómeno de la aplicación del ordenamiento jurídico
internacional debe tener siempre presente que determinados mecanismos no tienen
un significado ni un alcance general sino que, tan sólo, producen efectos jurídicos
en determinados ámbitos de las relaciones internacionales. En otras palabras,
algunos de los procedimientos de los que se vale el ordenamiento internacional
para asegurar la aplicación de sus normas no pueden se utilizados con carácter
general y deben limitarse al sector en el que realmente producen sus efectos. De
esta manera, ni el control internacional ni la aplicación del Derecho Internacional a
través de los ordenamientos jurídicos internos se podrían concebir, por ahora,
como medios de aplicación general del ordenamiento jurídico internacional a pesar
de que, paulatinamente, tanto uno como otro procedimiento vayan expandiendo sus
ámbitos de actuación.

403A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit., p. 66
(cursiva añadida).
176
Nada de ello constituye, sin embargo, un obstáculo insuperable para
concebir una comunidad internacional como se puede apreciar en un ámbito que, a
primera vista, estaría muy alejado del diseño de una verdadera comunidad
internacional, como es el relativo a la aplicación de medidas coercitivas en
supuestos de incumplimiento de normas internacionales. En esta materia, con el
objeto de llegar al fenómeno de las sanciones, podemos hacer un cierto balance del
significado de las contramedidas, pero antes conviene aclarar que hemos
seleccionado este sector de la aplicación del ordenamiento jurídico internacional
porque en él se aprecia, de manera bastante clara, la existencia de dos aspectos que
habitan en el conjunto de la aplicación del ordenamiento jurídico.

Por un lado, la aplicación coercitiva del Derecho Internacional tiene algo,


quizá mucho, de "justicia privada" puesto que descansa en los Estados la facultad,
la competencia y el poder para determinar el contenido y el alcance de la violación
que se haya producido y, lo que es más significativo, las medidas, las acciones y
los comportamientos que se generan como consecuencia de esa situación. Aquí se
hace plenamente real que, en el ordenamiento jurídico internacional, "la répression
des manquements au droit n'y est pas assurée de maniére aussi rigoureuse ou, en
tout cas, aussi efficace, que celle des violations du droit interne"404.

Pero, por otro lado, también se pueden ir apreciando, en la aplicación


coercitiva del Derecho Internacional, elementos que nos dejan entrever que su
ejercicio se realiza en un marco de respeto de elementos comunitarios o, por
decirlo de otro modo, que a través del empleo de procedimientos de aplicación
coercitiva del Derecho Internacional, por mucho que respondan en esencia a la
actual estructura de la sociedad internacional, va emergiendo el sentimiento de que
se habita en una comunidad internacional que impone límite y condiciones en el
ejercicio de tales procedimientos.

A decir verdad, la presencia de esos dos aspectos en los mecanismos de


aplicación de las normas internacionales es una constante y se produce, casi con
seguridad, en todos los casos y sea cual fuere el procedimiento empleado para
hacer efectiva la norma internacional. Por señalar un supuesto significativo, cabría
pensar que cuando el Derecho Internacional se aplica mediante los ordenamientos
jurídicos internos se darían todas las garantías para afirmar que, entonces, se
procede a una aplicación rigurosa y eficaz que aseguraría los elementos
comunitarios de la sociedad internacional.

Todo ello sobre la base de que las características de los derechos internos
harían que la norma internacional, al tiempo que ganaría en eficacia y eficiencia,
sirviese como elemento de cohesión y afirmación de una determinada comunidad
jurídica. Pues bien, no siempre queda garantizada esta solución y, así, nos

404A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 45.


177
encontramos ante supuestos en los cuales los órganos internos encargados de la
aplicación de la norma internacional lo pueden hacer sobre la base del denominado
"nacionalismo jurídico" desvirtuando y privando de su significado y alcance a la
norma internacional.

Incluso, se aprecia en la realidad internacional contemporánea la pretensión


de ciertos Estados por afirmar el principio de la "extraterritorialidad" de la norma
interna que se impondría así a la norma internacional y que tendería a consagrarse
como tal en el ámbito internacional. En estos casos, no deja de haber un punto de
conexión entre el comportamiento de los Estados y lo que ellos entienden que es el
contenido de la norma internacional. Como lo ha señalado A. Rodríguez Carrión,
"algunos Estados están manifestando la tendencia a promulgar leyes internas
destinadas a forzar a terceros Estados a seguir una determinada línea de conduzca,
que ellos estiman exigida por el derecho internacional, mediante mecanismo de
sanción, embargo o procedimientos análogos"405. Y como no podía ser de otro
modo, hoy se podría ilustrar esta situación acudiendo a la adopción por los Estados
Unidos de la denominada Ley Helms-Burton.

Comoquiera que sea, una visión general de los procedimientos para la


aplicación de las normas internacionales nos revela que resulta muy difícil tratar
este fenómeno de una forma unitaria y sobre la base de criterios idénticos o
similares en todos los casos. La aplicación del Derecho Internacional se manifiesta
de una forma compleja, abigarrada y particularizada. Cada norma, al igual que es
el resultado de un determinado proceso histórico de formación, es también
portadora, según su contenido, naturaleza y alcance, de un mecanismo o de
determinados mecanismos de aplicación.

Esto se observa, de manera prístina, cuando la norma que impone una


determinada obligación nace y se desarrolla en el seno de un tratado en el que se
prevén procedimientos para hacerla efectiva, para controlar su aplicación o para
verificar su cumplimiento. Qué duda cabe de que el cumplimiento de obligaciones
que dimanan de muchos acuerdos relativos al desarme y al control de armamentos
se sustancia en el marco de los mecanismos previstos en los mismos. Por esto, M.
Aznar Gómez ha podido decir, con razón, al definir la verificación, y habiendo
examinado muy detenidamente los acuerdos más relevantes en la materia, que se
trata de "instituto jurídico cuya finalidad es garantizar la aplicación de los acuerdos
de desarme a través de un procedimiento, normalmente complejo, que trata de
prevenir, comprobar y promover el acomodo efectivo de la conducta de los Estados
parte a la obligaciones en ellos contenidas"406.

405A. RODRIGUEZ CARRION, El Derecho Internacional en el umbral del siglo XXI cit.., p. 70
(cursiva añadida).
406M. AZNAR GOMEZ, Los métodos de verificación cit., p. 22.
178
En suma, también en el marco de la aplicación habría que atender a eso que
se ha denominado "situaciones subjetivas" de los Estados, de tal manera que una
misma norma puede encontrar diferentes vías de aplicación en razón de factores
tales como el instrumento jurídico en el que se haya plasmado, la posición de cada
uno de los Estados ante el mismo, o el contenido que llegue a tener.

Centremos nuestra reflexión, de todos modos, como decíamos, en dos de


los mecanismos de aplicación coercitiva del Derecho Internacional como son las
contramedidas y las sanciones con el único objeto, por ahora, de poner de relieve
que también aquí se aprecia el germen de una eventual “comunidad jurídica
internacional”, aunque debamos partir de una constatación de carácter general. Se
trata, en esencia, de ir más allá de lo que ha señalado A. Rodríguez Carrión al
hablar de que "la superposición de los diversos tipos de sociedad da lugar, en el
terreno de la aplicación del Derecho internacional, a la superposición de
mecanismos diferentes de ejecución del Derecho: la descentralización del poder
político entre los diferentes Estados se proyecta en la existencia de mecanismos
descentralizados de aplicación del Derecho Internacional. De otra parte, la
aparición de las Organizaciones internacionales, a las que se han conferido
competencias para asegurar la aplicación del Derecho Internacional, se manifiesta
en la existencia de procedimientos institucionalizados"407.

Es decir, lo importante es que en el entorno de la descentralización


aquellos mecanismos que, en principio, se definen y configuran como
procedimientos no institucionalizados responden, también, a un marco de
centralización normativa y dentro de la expresión principal van surgiendo
manifestaciones, incluso institucionalizadas. "Los gérmenes" de una comunidad
jurídica internacional "atacan" al núcleo esencial de la aplicación del Derecho
Internacional, tal y como se ha venido concibiendo tradicionalmente, haciendo que
esta aplicación, en los supuestos tipo y en los que se plantean situaciones
patológicas, sea cada vez menos descentralizada y menos inter-subjetiva, y que de
esta manera se pueda calificar como más integrada e, incluso, parcialmente
institucionalizada.

Hay que constatar, ante de todo, que ha sido una constante en el Derecho
Internacional hablar de las medidas de auto-tutela. La falta de mecanismos que
aseguren la aplicación de las normas ha llevado a los Estados a establecer
mecanismos mediante los cuales eviten ser lesionados o puedan obtener una
reparación en caso de lesión y, todo ello, en función del comportamiento exclusivo
del Estado lesionado que actuaría en defensa de sus propios derechos aunque con
ello se reestableciese, al mismo tiempo, la legalidad cuya ruptura le sería atribuible
a otros Estados.

407A. RODRIGUEZ CARRION, Lecciones cit., p. 276.


179
Lejos estamos, desde luego, de una comunidad que defiende y asegura,
mediante procedimientos previamente establecidos y rigurosamente señalados, los
intereses del conjunto de los entes que la conforman. Más próximos estamos, con
seguridad, de una sociedad muy poco integrada en la que los intereses comunes
brillarían por su ausencia en algunos casos y en la que quienes ostentan el poder, es
decir los Estados, se aseguran y garantizan y no dejan al azar la defensa de sus
propios intereses.

El principio de la auto-tutela no está ausente, ni mucho menos, de la


realidad internacional contemporánea e impregna muchas de las normas del
ordenamiento jurídico internacional408. La protección diplomática es un buen
ejemplo de esta situación ya que, en puridad, el Estado protector sólo asume la
defensa, en la manifestación más estricta de la protección como es la reclamación
internacional, de aquellas personas que ostentan su nacionalidad, aunque se hayan
relajado las condiciones en otras formas de asistencia y protección pudiendo
alcanzar éstas a nacionales de otros Estados. En el supuesto señalado, el Estado,
por utilizar la terminología del Tribunal Permanente de Justicia Internacional, en el
asunto relativo a las concesiones Mavrommatis en Palestina no sólo hace suya la
causa de sus nacionales, sino que es la causa del Estado la que se dirime en la
esfera internacional. No cabe decir más: "En realidad, ejercita su propio derecho".

Por lo tanto, y por lo que concierne en general a la "centralización" en la


aplicación del Derecho Internacional, aunque también se podrían registrar ciertos
avances, hay que partir de lo que ha afirmado J. A. Carrillo Salcedo, es decir, que
"il est incontestable que le droit international général ne connaît de procédures
institutionnalisées d'application des règles juridiques. Celles-ci n'existen, en
principe, que si elles on été prévues dans un traité, ou au sein d'une organisation
internationlaes, dans les dispositions de son traité constitutif", y todo ello acarrea
que la ausencia "de sanction sociale organisée est une des causes de la faiblesse du
droit international"409. Pero las medidas de auto-tutela o de auto-protección de los
intereses de los Estados han comenzado a adquirir un nuevo significado.

En particular, y sin entrar de lleno en un cúmulo de precisiones que quizá


fueran precisas, se podría decir que la reacción frente al ilícito internacional se va
perfilando en la actualidad con fundamento en factores de muy diversa índole pero
entre los cuales no debemos excluir: la propia configuración normativa del

408Como lo ha dicho C. GUTIERRREZ ESPADA, "la institución de la autotutela (...) es, desde
luego, una figura presente en nuestra disciplina", Derecho Internacional cit., p. 53.
409J. A. CARRILLO SALCEDO, Droit International cit., p. 104. Para J. FERRER LLORET "Hay
que decir que a pesar de las muchas críticas que se pueden hacer a los procedimientos
descentralizados de aplicación de normas, continúan estando vigentes dado el carácter no centralizado
de la Sociedad internacional contemporánea y, por lo tanto, se configuran como absolutamente
necesarios, coexistiendo con las sanciones institucionalizadas",, Responsabilidad internacional por
violación grave y masiva de los derechos humanos: práctica española, R.E.D.I., 1995, p. 79.
180
Derecho Internacional y la existencia de una cierta organización e
institucionalización política en la sociedad internacional. Por muy discutible que
sea, y a pesar de las reiteradas imprecisiones terminológicas, la verdad es que los
modos y maneras de reaccionar en los supuestos en los que se incumple la norma
internacional están conduciendo a una clara sistematización de la aplicación
coercitiva del ordenamiento jurídico internacional.

Las contramedidas y las sanciones se asemejan pero también se


diferencian. Y, a la postre, lo que ponen de manifiesto es que se va reduciendo,
desde la perspectiva normativa y desde la óptica institucional, el margen de los
Estados para reaccionar en relación con el comportamiento de otro Estado sin más
límites que la propia calificación de los hechos que haga el Estado lesionado.

a) Las contramedidas como reacciones de carácter descentralizado

Una forma ideada en el Derecho Internacional para hacer frente a la


violación de una norma internacional o al incumplimiento por un Estado de
determinadas obligaciones internacionales, y como muestra específica del principio
de la auto-tutela, es el recurso a la adopción de contramedidas410. Las
contramedidas, si se pudiera decir así, son una versión refinada y escrupulosamente
diseñada del conocido adagio "ojo por ojo y diente por diente" y, en sus esencias,
habita en el imaginario, sin duda, la respuesta que podría darse, por una comunidad
internacional constituida y consolidada, a la comisión de ilícitos que se suceden en
el plano internacional411.

410Como se ha dicho “las contramedidas existían innegablemente y habían sido reconocidas como
parte del derecho internacional, como había confirmado la Corte Internacional de Justicia en el asunto
relativo al Proyecto Gab íkovo-Nagymaros; a diferencia de otras circunstancias que excluían la
ilicitud, las contramedidas desempeñaban un papel decisivo en la aplicación de la responsabilidad, ya
que su finalidad era hacer que el Estado autor de un hecho ilícito cumpliera no sólo su obligación de
cesación sino también la de reparación; el régimen de contramedidas contenido en los artículos 50 a
53 y 55 ofrecía un marco estricto para tomar contramedidas evitando los abusos, establecía unos
límites más claros que las normas vagas e indeterminadas del derecho internacional consuetudinario
en la materia y representaba un equilibrio frágil cuya estructura esencial debía mantenerse”, Informe
de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 15.
411Quizá, por esto, en el seno de la Comisión de Derecho Internacional se propuso la supresión del
Capítulo correspondientes a las mismas. A tal efecto, recordemos que “Otros miembros creían que el
capítulo debía suprimirse por las siguientes razones: las disposiciones eran innecesarias y, en aspectos
importantes, no reflejaban el estado del derecho ni la lógica de la función de las contramedidas; el
régimen de las contramedidas en derecho consuetudinario sólo estaba desarrollado en parte, y el
capítulo trataba de modalidades de un concepto que no estaba claramente definido. Además, las
disposiciones eran insatisfactorias en otra serie de aspectos: no se ocupaban de los múltiples fines de
las contramedidas, establecían condiciones de procedimiento demasiado estrictas y eran
incompatibles con la jurisprudencia y las decisiones arbitrales internacionales”, Informe de la
Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 15.
181
De todas formas, hay que sostener que, en principio, esta modalidad de
aplicación de normas internacionales interviene en el marco de una sociedad
descentralizada en la que, precisamente, adquieren pleno sentido, por lo que “las
contramedidas son un elemento de un sistema descentralizado por el cual los
Estados lesionados pueden buscar la vindicación de sus derechos y la restauración
de la relación jurídica con el Estado responsable que ha sido rota por el hecho
internacionalmente ilícito”412.

Pero por si fuera poco, la acción en respuesta que significa la contramedida


convierte, por una especie de "magia normativa" en lícito aquello que, a todas
luces, resulta ilícito. El comportamiento del Estado que actúa en contramedida
queda plenamente justificado413. En palabras del Tribunal arbitral que conoció del
asunto relativo al acuerdo franco-estadounidense sobre servicios aéreos "si surge
una situación en la cual, según el punto de vista de un Estado, se viola una
obligación internacional por otro Estado, el primer Estado tiene derecho, dentro de
los límites establecidos por las normas generales del Derecho Internacional
relativas al uso de la fuerza armada, a reafirmar sus derechos por medio de
<contramedidas>"414.

Por lo menos, creo que se puede coincidir con lo que ha indicado la


Comisión de Derecho Internacional, en su comentario al artículo 22 del proyecto
de artículos mencionado, en el que se afirma, con toda rotundidad, que “las
decisiones judiciales, la práctica de los Estados y la doctrina confirman que las
contramedidas que cumplan ciertas condiciones sustantivas y de procedimiento
pueden ser legítimas”. Por lo tanto, está claro que este tipo de reacción, en el marco
de lo previsto, supone una causa que excluye la ilicitud al no darse el elemento
objetivo del hecho internacionalmente ilícito, es decir, la violación de obligación
alguna dimanante de una norma de derecho internacional.

Pero ya observamos aquí, desde la perspectiva de la exclusión de la


ilicitud, un elemento que nos permite advertir la presencia de ciertos aspectos de
centralización en la aplicación o en el ejercicio efectivo de las contramedidas. En
efecto, se ha insistido, hasta la saciedad, y a mi juicio con razón, en que “la ilicitud

412Ibid., p.356.
413Y así se ha reflejado, finalmente, en el artículo 22 de proyecto de artículos sobre la
responsabilidad de los Estados por hechos internacionalmente ilícitos, titulado “Contramedidas en
razón de un hecho internacionalmente ilícito”, en el que se estipula que “La ilicitud del hecho de un
Estado que no esté en conformidad con una obligación internacional suya para con otro Estado queda
excluida en el caso y en la medida en que ese hecho constituya una contramedida tomada contra ese
otro Estado de conformidad con el capítulo II de la tercera parte”. De tal modo, que como se ha dicho
en el comentario a este proyecto de artículo “En algunas circunstancias, la comisión por un Estado de
un hecho internacionalmente ilícito puede justificar que otro Estado lesionado por ese hecho adopte
contramedidas que no entrañen el uso de la fuerza a fin de lograr su cesación y obtener reparación por
el daño sufrido”, Ibid., p. 183.
414R.S.A, vol. XVIII, pár. 81 (cursivas añadidas).
182
del comportamiento en cuestión queda excluida por el momento debido a su
carácter de contramedida, pero sólo a condición de que se cumplan las condiciones
necesarias para adoptar las contramedidas y mientras se cumplan dichas
condiciones”415.

Desde la perspectiva en que estamos analizando esta materia, las


contramedidas muestran a las claras algunos aspectos que podemos recoger sobre
la base, quizá impregnada de algunos elementos de contracción, de que, por un
lado, las contramedidas son una expresión clara de la descentralización existente en
los medios de aplicación del Derecho Internacional contemporáneo pero que, por
otro lado, quizá las contramedidas se vayan revelando, también, como
manifestación de ciertos elementos de contenido y alcance comunitarios:

Primero, hay que constatar que no hay una comunidad internacional capaz
de asumir y dirigir las respuestas que correspondan en supuestos de violaciones de
normas internacionales, de tal modo que la comisión de un hecho
internacionalmente ilícito por parte de un Estado se resuelve, muchas veces, por la
acción de otro Estado decidida unilateralmente por éste. O en palabras de C.
Tomuschat, "Given the dramatic lack of an adequate institutional framework of
international community, the only viable way out is to recognize a rigth to take
sanctions in the form of counter-mesures to every member of the international
community"416.

De ahí se deduce, sin embargo, que, en principio, no sólo el Estado


lesionado podría responder a la comisión del hecho internacionalmente ilícito del
que ha sido sujeto pasivo sino, sobre todo, que la respuesta sólo podría afectar al
Estado que ejerció la acción que diera lugar a la contramedida. Como lo indico, el
Tribunal Permanente de Justicia Internacional en el asunto Cysne: "las represalias,
consistentes en un acto que, en principio, es contrario al derecho de gentes, no son
defendibles sino en la medida en que han sido provocadas por otro acto igualmente
contrario a ese derecho. Las represalias sólo son admisibles contra el Estado
provocador. Es posible, ciertamente, que unas represalias legítimas ejercidas contra
el Estado ofensor afecten a nacionales de un Estado inocente. Pero en este caso se
tratará de una consecuencia indirecta, involuntaria, que el Estado ofendido se
esforzará siempre, en la práctica, por evitar o limitar en todo lo posible”417. En
palabras, muy claras de la C.D.I., “Un hecho dirigido contra un tercer Estado no

415Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 185. Veáse el trabajo de C.
GUTIERREZ ESPADA, Las contramedidas de Estados “terceros” por violación de ciertas
obligaciones internacionales, A.A.D.I., 2001-2002, pp. 15-50.
416C. TOMUSCHAT, Obligations arising for States cit., p. 365.
417T.P.J.I., vol. II, (1930), p. 1052.
183
sería conforme a esta definición y no podría justificarse en tanto que
contramedida”418.

Pero lo importante para nosotros es que no se excluye la posibilidad, en el


actual ordenamiento jurídico internacional, de que otros Estados distintos al
directamente lesionado por la comisión de un hecho internacionalmente ilícito
actúen en contramedidas. Prestemos mucha atención a las palabras empleadas por
la C.D.I., con ocasión del comentario al artículo 54 del proyecto de artículos sobre
la responsabilidad, cuando sostiene que “el artículo 48 permite que cualquier
Estado invoque esa responsabilidad en el caso de violación de una obligación con
la comunidad internacional en su conjunto, o cualquier miembro de un grupo de
Estados, en el caso de otras obligaciones establecidas para la protección de los
intereses colectivos del grupo”419.

Cuando la reacción en contramedida se produce sobre la base de que el


Estado o los Estados que la llevan a cabo consideran que ha sido afectado, como
consecuencia de la comisión del hecho intencionalmente ilícito, el interés general,
es cuando se suscita, con toda intensidad, la relación o vinculación entre las
contramedidas y una eventual comunidad internacional. A este respecto, lo que
cabe decir, por ahora, es que el “estado actual del derecho internacional sobre las
contramedidas adoptadas en interés general o colectivo es incierto. La práctica de
los Estados es escasa y concierne a un número limitado de Estados”420, pero, en
ningún caso, se cierra la posibilidad de que se produzcan conforme al
ordenamiento jurídico internacional. Aclaremos, de todas formas, que en supuestos
de esta índole nos hallaríamos en presencia de verdaderas contramedidas y que, de
ser así, no cabría a equiparar con las sanciones internacionales que, a mi juicio,
reúnen otras características distintas y particulares y que, como veremos, expresan
mucho mejor que se avecina una comunidad jurídica en nuestro planeta421.

Segundo, sólo cuando el Estado lesionado tiene capacidad real para actuar
en contramedida se puede responder a la lesión causada, con lo que, en algunos
casos, se quiebra y/o mutila el principio de la igualdad soberana de los Estados, ya
que nos podríamos encontrar ante situaciones en las que no cabe respuesta por la

418Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 185. Más aún, como ha
indicado la C.D.I., “Las contramedidas pueden sólo excluir la ilicitud en las relaciones entre el Estado
lesionado y el Estado que ha cometido el hecho internacionalmente ilícito”, ibid.
419Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 386.
420Para la C.D.I., “en la actualidad no parece reconocerse claramente el derecho de los Estados
mencionados en el artículo 48 a adoptar contramedidas en interés colectivo”, lo cual podría ser objeto
de amplia discusión, a la luz de la práctica en la materia, Informe de la Comisión de Derecho
Internacional, 53º periodo cit., pp. 392-393.
421Vid., con carácter general, J. CRAWFORD, J. The relationship between sanctions and
countermeasures", Colloque, (United Nations sanctions and International Law) organisée par
l'Institut des Hautes Etudes Internationales, Génève, juin 1999.
184
incapacidad real del Estado de proceder a la reacción o, en su caso, estaríamos en
presencia de profundas desigualdades de los Estados en esta materia. Desde luego,
la práctica es rica en supuestos en los que la comisión de un hecho
internacionalmente ilícito, más allá de las reacciones verbales en forma de protesta,
se ha visto, de hecho, sin respuesta alguna por la abismal diferencia de poder
político o militar entre los Estados interesados en el asunto.

Es verdad, no obstante, que la ausencia de reacciones en contramedidas


que supongan la adopción de medidas proporcionales y ajustadas al hecho en el
que encuentran su origen no debe interpretarse, en modo alguno, como la quiebra
del principio general en virtud del cual todo Estado tiene el derecho de reaccionar,
dentro de los límites señalados por el ordenamiento jurídico internacional, frente a
la comisión de un hecho internacionalmente ilícito en el caso de que haya sido el
sujeto pasivo del mismo. Pero no podemos dejar de reconocer, como lo hizo la
C.D.I. que “como otras formas de autoayuda, las contramedidas se prestan a los
abusos, tanto más si se tienen en cuenta las desigualdades de hecho entre los
Estados”422.

Tercero, la aceptación de la figura de la contramedida presta la oportunidad


inigualable para que, en su marco y como estelas de la misma, se pretendan situar
comportamientos de muy diversa naturaleza y contenido que irían desde actos,
absolutamente contrarios al ordenamiento jurídico internacional, como las acciones
"uvas de la ira" emprendidas por Israel en el sur del Líbano durante largo tiempo,
hasta comportamientos más tolerables (lícitos para el derecho en vigor) en el estado
actual de la sociedad internacional, como la ruptura de relaciones diplomáticas
con Guatemala decidida por el Gobierno español como consecuencia del asalto y
quema de la Embajada española en la capital guatemalteca en 1980423. O, incluso,
situaciones como la acontecida, más recientemente, en la Isla Perejil en el 2002
como consecuencia, tal y como se sabe, de la “ocupación” marroquí de dicho islote
en el seno de la enrarecidas relaciones entre España y Marruecos.

De todos modos, lo que podría preguntarse es si caben, en el derecho


internacional contemporáneo, aquellas contramedidas que implicarían el uso de la
fuerza en las relaciones internacionales y si, por ende, el Estado sujeto pasivo de la
comisión de un hecho internacionalmente ilícito tendría la facultad de reacción,

422Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 356.


423En este caso, nos hallamos en presencia de medidas de retorsión que hay que distinguir
perfectamente de las contramedidas. Nos parece de interés, a estos efecto, lo que ha indicado la
C.D.I., es decir, que “los actos de retorsión pueden incluir la prohibición o limitación de las relaciones
diplomáticas normales u otros contactos, embargos de diversos tipos o retirada de los programas
voluntarios de ayuda. Cualquiera que sea su motivación, en cuanto que esos actos no son
incompatibles con las obligaciones internacionales de los Estados que toman esas medidas contra el
Estado al que se dirigen, no son contramedidas”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional,
53º periodo cit.,p. 357.
185
mediante contramedidas que supusieran la acción armada o el uso de la fuerza. A
tales efectos, y sin que ello suponga una posición definitiva sobre la materia
podríamos sostener lo siguiente:

Por un lado, habría que mantener, como principio general que no es posible
actuar mediante contramedidas que supongan el uso de la fuerza, de tal manera
que, en principio y en todos los casos, contramedidas de esta índole estarían
prohibidas por el ordenamiento jurídico internacional. La C.D.I. se ha expresado al
respecto con suficiente claridad al afirmar que “La prohibición de emplear
contramedidas que entrañen el uso de la fuerza se prescribe en la Declaración
sobre los principios de derecho internacional referentes a las relaciones de amistad
y a la cooperación entre los Estados de conformidad con la Carta de las Naciones
Unidas, en la cual la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó que -los
Estados tienen el deber de abstenerse de actos de represalia que impliquen el uso de
la fuerza-. La prohibición está asimismo conforme con la doctrina prevaleciente
así como con un cierto número de pronunciamientos autorizados de órganos
judiciales y otras entidades internacionales424.

Por otro lado, no se deberían calificar como contramedidas las reacciones


que impliquen el uso de la fuerza frente a un ataque armado o agresión armada ya
que, en este caso, nos encontraríamos, con seguridad, ante supuestos de legítima
defensa, siendo ésta una figura que goza de autonomía normativa e, incluso,
institucional y que, aunque de hecho, se asemeje a las contramedidas, desde la
perspectiva jurídica presenta suficientes diferencias con ellas.

Por último, la cuestión más delicada se suscita en aquellos supuestos en los


que se alega la legitimidad de las contramedidas que entrañan un uso menor de la
fuerza como reacción a hechos o comportamientos que han supuesto, también, un
uso menor de la fuerza425. Desde luego, es difícil pronunciarse, con rotundidad, en
supuestos de esta índole, pero todo parece apuntar a que, el Derecho Internacional,
camina en la dirección de prohibir cualquier comportamiento que, en
contramedida, suponga recurrir a la fuerza en las relaciones internacionales. Por lo
menos, la C.D.I. ha dejado claro en el artículo 50 del proyecto de artículos sobre la
responsabilidad que “1. Las contramedidas no afectarán: a) La obligación de
abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza” como está enunciada en
la Carta de las Naciones Unidas”.

Cuarto, no olvidemos que descansa en el Estado lesionado la calificación


del hecho y las dimensiones y proporciones de su respuesta al hecho que ha
calificado previamente como ilícito, con lo que el Estado en cuestión se constituye

424Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,pp. 368-369.


425Vid., C. GUTIERREZ ESPADA, Las contramedidas de Estados “terceros” cit., pp. 15-50.
186
en la autoridad que interpreta en exclusiva y unilateralmente el contenido y los
efectos de la norma y decide hasta dónde es posible responder y de qué manera.

Es verdad, sin embargo, que ha variado sustancialmente la concepción


tradicional en torno a las reacciones que caben, por parte de los Estados, en sus
relaciones con otros Estados. En particular, las respuestas que hoy denominamos
"contramedidas" no tienen, con seguridad, el mismo contenido que en el pasado. Y
en este hecho apreciamos que se da una específica y particular institucionalización
en la aplicación de normas. A pesar de que los Estados que actúan en
contramedidas disponen del poder para ejercitarlas, con lo que se fragmenta y
dispersa el mismo, es verdad que, de alguna manera, también sucede que estos
Estados ejecutan y aplican las directrices marcadas por el conjunto de la
comunidad internacional.

El Derecho Internacional, como expresión del sentir de la comunidad


internacional, se constituye en límite y en garante de que las contramedidas no sean
la expresión de la arbitrariedad de los Estados426. Incluso en supuestos en los que
se crean "sistemas particulares relativos a la aplicación de <medidas de respuesta>
como contenido de la responsabilidad derivada de hechos ilícitos internacionales",
no se "excluye la validez y la aplicación en última instancia de los principios y
normas generales del Derecho Internacional que rigen las consecuencias de los
hechos ilícitos internacionales"427.

Y, en esta línea, el Derecho Internacional deja muy claras ciertas


condiciones para que la respuesta calificada de contramedida por el Estado que la
lleva a cabo constituya realmente una acción de este tipo. Quizá merezca la pena
señalar que, entre las condiciones que caben a estos efectos, dos de ellas están
estrechamente vinculadas el propio concepto de comunidad internacional o, por lo
menos, marcan la existencia de valores comunes al conjunto de los Estados que
conforman esta comunidad y la necesidad de defender los elementos centrales del
ordenamiento jurídico.

i) Desde luego, la imposibilidad de que la reacción en contramedida


suponga la violación de una norma imperativa indica que los Estados
presuntamente lesionados, pese a la gravedad de la lesión, no podrán sobrepasar los

426En la línea de lo que señalo K. Anand, ante la Comisión de Derecho Internacional, el 4 de julio de
1997, es decir, que el "cimiento de la ONU es el derecho. Es la idea de que el comportamiento de los
Estados y las relaciones entre ellos deberán ser regidas por una misma ley, equitativa y aplicable a
todos".
427F. MARIÑO MENÉNDEZ, Derecho Internacional Público cit., pp. 491 y 492. En esta línea hay
que pensar que, en determinados supuestos, ya existe oposición a la aplicación de contramedidas,
como es el caso de medidas coercitivas que tengan un carácter unilateral y que supongan una
respuesta económica a países en desarrollo, Vid., J. FERRER LLORET, loc. cit., pp. 77 ss. De este
mismo autor, en particular sobre las retorsiones y represalias (su práctica en materia de derechos
humanos), Responsabilidad internacional del Estado y derechos humanos, Alicante, 1998, pp. 149 ss.
187
límites que señalan el "núcleo constitucional internacional" y que la defensa de sus
propios intereses y derechos, por legítimos que sean, no podrá alcanzar a la
violación de aquellas obligaciones que dimanan de normas de ius cogens. En pocas
palabras, F. Mariño Menéndez ha dicho que "ciertas contramedidas están
prohibidas. En síntesis, las contrarias a normas imperativas de Derecho
Internacional general"428. En estos casos, de lo que se trata es de proteger el
"interés jurídico común" que pertenece y que tiene la comunidad internacional y
los Estados, aunque muchas veces sean quienes ejecutan el poder que corresponde
a ésta, han de abstenerse de actos o comportamientos que pongan en tela de juicio
la expresión jurídica de los valores en los que se sustenta la sociedad internacional.

En esta línea, estimo que hay que interpretar las posiciones que ha asumido
la C.D.I. cuando ha previsto que “las contramedidas no afectarán: a) la obligación
de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza, como está enunciada
en la Carta de las Naciones Unidas; b) las obligaciones establecidas para la
protección de los derechos humanos fundamentales; c) las obligaciones de carácter
humanitario que prohíben las represalias; d) otras obligaciones que emanan de
normas imperativas del derecho internacional general”. Con ello, queda
absolutamente claro que “no deben suponer ninguna desviación respecto de ciertas
obligaciones básicas (...), en particular las obligaciones dimanantes de normas
imperativas del derecho internacional general”429.

De esta manera, queda claro que las contramedidas no representan una


modalidad de aplicación de normas internacionales que, al mismo tiempo, tuvieran
la posibilidad de violar las normas “constitucionales” del orden jurídico
internacional. Con lo que, en este caso, observamos que las contramedidas, pese a
configurarse preferentemente como un modo de ejercicio de aplicación de normas
extraordinariamente descentralizado y revelador de los aspectos que definen a la
actual sociedad internacional, quedan, al mismo tiempo, supeditadas a elementos
que definen y caracterizan la existencia de una comunidad jurídica internacional.

De acuerdo con ello, la Comisión de Derecho internacional ha podido decir


que “se prohíben las contramedidas que afecten las obligaciones establecidas con
arreglo a las normas imperativas del derecho internacional general”, con lo que se
nos revela que la sociedad internacional descentralizada no lo es tanto y que, en
consecuencia, se establecen límites al comportamiento de los Estados en los

428F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 500.


429Pero se deducen, incluso, más consecuencias, tal y como lo ha indicado la C.D.I., al decir que “en
el artículo 50 se prescriben ciertas obligaciones cuyo cumplimiento no puede ser afectado por las
contramedidas. Un Estado lesionado debe seguir respetando estas obligaciones en sus relaciones con
el Estado responsable, y no puede aducir una violación por el Estado responsable de sus obligaciones
con arreglo a la segunda parte para excluir la ilicitud de cualquier incumplimiento de esas
obligaciones. En lo que respecta al derecho de las contramedidas, esas obligaciones son sacrosantas”.
Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit,p. 367.
188
procesos de aplicación de normas internacionales. Esto es, en el fondo, una
consecuencia lógica de que “una norma imperativa, que no puede ser objeto de
disposición en contrario entre dos Estados, aun mediante un tratado, no puede
quedar sin efecto en virtud de una medida unilateral adoptada en forma de
contramedida”430.

ii) Pero, también, la respuesta en contramedida debe ser proporcional y no


podrá sobrepasar "la gravedad del hecho internacionalmente ilícito ni a sus
efectos". Aunque se trata de una norma bien establecida en el ordenamiento
jurídico internacional, es verdad que no resulta fácil determinar con exactitud si
una determinada acción en contramedida fue o no proporcional e, incluso,
resultaría difícil sostener, en muchos casos, que nos hallamos en presencia de una
contramedida desproporcionada431.

La ausencia de criterios claros a la hora de precisar el contenido de las


contramedidas coadyuva, también, a esta indefinición aunque lo que a nosotros nos
interesa resaltar es que la exigencia de proporcionalidad se vincula, también, de
alguna forma, a la existencia de intereses comunitarios y que, por lo tanto, proyecta
de este modo ciertos elementos para afirmar la existencia de una determinada
comunidad jurídica internacional.

En efecto, el límite que marca la proporcionalidad hace referencia, de


manera directa, a un marco jurídico en el que la respuesta en contramedida no
alcanza la licitud no sólo por el hecho de que sobrepase, en sus consecuencias y
efectos, el alcance de la lesión a la que se responde, sino porque impide que se
adopten comportamientos en contramedidas que están más allá de lo permitido por
el ordenamiento internacional. A esto quizá se refiera la Comisión de Derecho
Internacional cuando ha indicado que “teniendo en cuenta la necesidad de asegurar
que la adopción de contramedidas no lleve a resultados inequitativos, la
proporcionalidad debe evaluarse teniendo en consideración no sólo el elemento
puramente –cuantitativo- al daño sufrido, sino también factores -cualitativos- tales

430Y así se dice que “En el apartado d) se reitera, a los efectos del presente capítulo, el
reconocimiento enunciado en el artículo 26 de que las circunstancias que excluyen la ilicitud que
figuran en el capítulo V de la primera parte no afectan la ilicitud de cualquier hecho de un Estado que
no esté conforme con una obligación que emana de una norma imperativa de derecho internacional
general”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 371.
431En todo caso, que quede claro, como lo ha indicado la C.D.I. que “establece un límite esencial a la
adopción de contramedidas por un Estado lesionado en cualquier caso, sobre la base de
consideraciones de proporcionalidad. Es pertinente para determinar qué contramedidas pueden
aplicarse y su grado de intensidad. La proporcionalidad constituye una medida de seguridad en cuanto
que las contramedidas no proporcionadas pueden dar lugar a responsabilidad de parte del Estado que
las adopta”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 376 (cursiva
añadida). Siendo así que “la proporcionalidad es un requisito bien establecido para la adopción de
contramedidas, ampliamente reconocido en la práctica de los Estados, la doctrina y la
jurisprudencia”, ibid.
189
como la importancia del interés protegido por la norma violada y la gravedad de
la violación”432.

De tal manera es así que la C.D.I. ha señalado, a mi juicio con bastante


acierto, que la referencia a los -derechos en cuestión- que se contiene en el
proyecto de artículos “tiene un sentido amplio y comprende no sólo los efectos de
un hecho ilícito sobre el Estado lesionado sino también los derechos del Estado
responsable. Además, también debe tenerse en cuenta la posición de otros Estados
que puedan resultar afectados”433, con lo que se nos pone de relieve, y a todas
luces, que la acción en contramedida sobrepasa, en su concepciones teórica y
práctica las meras relaciones entre el Estado lesionado y el Estado responsable y
que puede alcanzar a otros entes de la comunidad internacional. En verdad, sólo
considerando la existencia, aunque sea primaria y embrionaria, de una determina
comunidad jurídica sería posible entender que la Comisión de Derecho
Internacional, sobre la base de la práctica, la doctrina y la jurisprudencia, se haya
inclinado en esta dirección.

Estrechamente vinculada a la proporcionalidad hay que determinar,


también, la reversibilidad de las contramedidas lo que nos conduce, casi con
seguridad, a la existencia de aspectos menos descentralizados de aplicación de
normas que los que cabía esperar en un principio. Desde luego, hay que sostener,
antes de todo, con la Comisión de Derecho Internacional, que “como las
contramedidas han de tener un efecto decisivo -es decir, que se adoptan a fin de
lograr la cesación del hecho internacionalmente ilícito y su reparación y no a título
de sanción- son de carácter temporal y, en toda la medida de lo posible, deben ser
reversibles desde el punto de vista de sus efectos sobre las futuras relaciones
jurídicas entre los dos Estados”434. Aunque a primera vista esto nos revele los
efectos menos comunitarios de la figura de las contramedidas, un análisis más
minucioso podría llevar a lo contrario.

Aunque no tenga un carácter absoluto la exigencia de la reversibilidad de la


contramedida, el establecimiento de este criterio lo que pone de relieve es que los
Estados habitan conjuntamente en el seno de un marco político y jurídico común y
que, por lo tanto, habrá que preservar, en la medida de lo posible, las relaciones
mutuas. De este modo, “infligir daños irreparables al Estado responsable puede
equivaler a un castigo o a una sanción por incumplimiento, y no a una
contramedida”435, y eso tan sólo le correspondería, como veremos, a los órganos
que expresarían, en su caso, la manifestación más avanzada de la existencia de una
comunidad jurídica.

432Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 379 (cursiva añadida).
433Ibid., (cursiva añadida).
434Ibid., p. 359 (cursiva añadida).
435Ibid.,p. 366.
190

Con todo, se podría concluir que la presencia de las contramedidas en el


actual orden jurídico internacional nos revela una serie de elementos que son
importantes a la hora de identificar el estado en el que se encuentra este
ordenamiento respecto a la aplicación de sus normas. Por un lado, se observa, con
nitidez, la falta todavía de mecanismos centralizados de aplicación de normas en
supuestos de violaciones de las mismas. El mecanismo centralizado, como se ha
dicho "demeure extrêment marginal" y, ciertamente, “c'est, incontestablement, la
<justice privé>> qui domine dans la sphère juridique internationale"436. Pero, por
otro lado, y de manera complementaria, advertimos que la configuración jurídica
de las contramedidas camina en la dirección de ir adquiriendo un mayor número de
elementos comunitarios, tanto por lo que se refiere a los límites que se imponen a
su ejercicio como a la eventual participación de un conjunto de Estados en la
realización de las mismas.

b) Las sanciones internacionales como “manifestación” de la existencia de una


eventual comunidad jurídica internacional

Hay que reseñar que también cabe la sanción en el actual ordenamiento


jurídico internacional como manifestación concreta y genuina de que, en
determinados supuestos, la comunidad internacional reacciona como tal frente a la
comisión de hechos internacionalmente ilícitos. Como ha indicado la Comisión de
Derecho Internacional “las violaciones individuales del derecho internacional
pueden ser muy variadas, desde las comparativamente triviales o secundarias hasta
aquéllas que ponen en peligro la supervivencia de comunidades y pueblos, la
integridad territorial y la independencia política de los Estados y el medio
ambiente de regiones enteras. Esto puede ocurrir ya sea que las obligaciones de
que se trate existan con relación a otro Estado, a varios Estados o a la totalidad de
ellos o con relación a la comunidad internacional en su conjunto. Pero, por encima
de la gravedad o de los efectos de los casos individuales, las normas e instituciones
de la responsabilidad del Estado son importantes para el mantenimiento del respeto
del derecho internacional y el logro de los objetivos que los Estados propugnan
mediante la elaboración del derecho a nivel internacional”437.

Desde luego, el establecimiento, con normalidad, de sanciones


propiamente dichas en aquellos supuestos en los que se produjeran violaciones del
ordenamiento jurídico internacional significaría que nos hallásemos ante una
comunidad internacional constituida y plenamente formada con independencia de
que, como es natural, siempre se producirían ciertas distorsiones en la aplicación de

436A. PELLET, Le droit international à l'aube cit., p. 45. También, el análisis detallado de D.
ALLAND, Justice privée et ordre juridique international- Etude théorique des conre-mesures en
droit international public, París, 1994.
437Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 222.
191
la norma y auque la comunidad internacional no llegase a alcanzar o a cubrir todas
las situaciones posibles438.

Lo que sucede, sin embargo, en la actual sociedad internacional, es lo


contrario y, por lo tanto, se podría sostener con J. A. Pastor Ridruejo que "la
ausencia de una verdadera función sancionatoria en la sociedad internacional no
permite asegurar de manera razonable la supremacía de las normas del Derecho
Internacional"439. Es decir que, por lo menos, la aplicación de las normas
internacionales no tiene lugar, usualmente, a través de la adopción de sanciones
internacional y que, por lo tanto, seguimos en un orden jurídico internacional en el
que faltaría “la centralización del poder de aplicación de normas”.

Precisamente dos notas que caracterizan, en la actualidad, a las sanciones


en el ordenamiento jurídico internacional vienen a poner de manifiesto que esta
forma de aplicación no está suficientemente enraizada en dicho ordenamiento y
que, en consecuencia, hay que recorrer aún un largo camino para que nos
encontremos con una sociedad internacional en el que las sanciones se
considerasen el modo más habitual y regular de asegurar el cumplimiento de las
obligaciones internacionales en los supuestos de violación de las normas de las que
dimanan.

Por un lado, es claro que el recurso a la sanción en las relaciones


internacionales se presenta como algo esporádico y marginal. El Derecho se aplica
usualmente por otros medios y fórmulas y sólo de manera muy puntual y episódica
se acude a la sanción para asegurar el cumplimiento del Derecho. Basta observar
los acontecimientos que han ocurrido en la sociedad internacional contemporánea
para que sea posible, incluso, contabilizar y enumerar los supuestos que, de una
manera u otra, se podría estimar como sanciones adoptadas. En este sentido, sí hay
que decir, sin embargo, que buena parte de las acciones decididas y realizadas
contra Iraq por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como
consecuencia de la invasión de Kuwait, deberían calificarse como sanciones a los
efectos que las venimos entendiendo.

Por otro lado, la sanción se reserva para aquellos casos en los que se ha
producido una violación grave de una obligación dimanante de norma
fundamental del ordenamiento jurídico internacional no siendo, por lo tanto, un
mecanismo para la exigencia de responsabilidad internacional ni habitual ni
aplicable a cualquier supuesto, cualquiera que sea el alcance y el contenido de la

438Ver el trabajo de V. STARACE, La responsabilité résultant de la violation des obligations à


l'égard de la communauté internationale, Recueil des Cours, 153 (1976-V).
439J. A. PASTOR RIDRUEJO, Le droit international à la veille du XXième siècle cit., p. 32.
192
violación de la obligación que impone la norma440. Quizá a ello se refería F.
Mariño Menéndez al decir que "cuando se trata de adoptar contramedidas frente a
hechos calificados de <crimen de Estado>, la situación es tan específica que
merece un examen aparte"441.

No sólo esto, los elementos que, hoy en día, definen a la sanción


internacional hacen que ésta sólo tenga lugar en aquellos supuestos en los que se
ven afectados intereses fundamentales de la comunidad internacional, ya que otro
tipo de casos no tienen la fuerza suficiente para congregar la voluntad de los
Estados y hacer que se proceda a una acción conjunta y compartida y que, además,
sea la expresión de la defensa “a ultranza” de los intereses generales de la
comunidad de Estados en su conjunto.

Aunque es verdad que la Comisión de Derecho Internacional no ha


entrado, en el proyecto de artículos adoptado en el 2001, de manera decisiva en la
cuestión referida a las sanciones de índole internacional442, sí hay que anotar que
ha dedicado un capítulo que, según la Comisión, se aplicará “a la responsabilidad
internacional generada por una violación grave por el Estado de una obligación que
emane de una norma imperativa de derecho internacional general”, tal y como se
hace en el artículo 40 del citado proyecto. Con seguridad, de no existir otras
consecuencias jurídicas distintas en estos casos, resultaría innecesario haberse
referido a las violaciones de este tipo, y todo ello a pesar de que no se definan las
sanciones en sentido estricto en el artículo 41 en el que se detallan las
“consecuencias particulares de la violación grave de una obligación en virtud del
presente capítulo”443.

Lo que intentamos poner de manifiesto es que la comisión de hechos


internacionalmente ilícitos que representen una violación grave, sistemática y

440La C.D.I. ha señalado, como mucho, que “cuando el hecho internacionalmente ilícito constituye
una violación grave por el Estado de una obligación nacida de una norma imperativa de derecho
internacional general, esa violación puede tener ulteriores consecuencias para el Estado responsable y
para otros Estados. En particular, todos los Estados tienen en esos casos las obligaciones de cooperar
para poner término a la violación, de no reconocer como lícita la situación creada por la violación y
de no prestar ayuda o asistencia al Estado responsable para mantener la situación así creada”, Informe
de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 223.
441F. MARIÑO MENENDEZ, Derecho Internacional Público cit., p. 496.
442Pero, por ejemplo, sí ha indicado que no se deben reconocer las situaciones derivadas de tales
violaciones, siendo así que “El no reconocimiento colectivo parecería ser un requisito previo para
cualquier respuesta concertada de la comunidad a esas violaciones y representa la respuesta mínima
necesaria por parte de los Estados a las violaciones graves a que se hace referencia en el artículo 40”,
Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 313 (cursiva añadida).
443En todo caso, no olvidemos que el párrafo 3 del artículo 41 prescribe que “El presente artículo se
entenderá sin perjuicio de las demás consecuencias enunciadas en esta parte y de toda otra
consecuencia que una violación a la que se aplique el presente capítulo pueda generar según el
derecho internacional”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 32.
193
flagrante, de normas fundamentales del ordenamiento jurídico internacional y por
las que están interesados el conjunto de Estados y la comunidad internacional444
debe producir necesariamente consecuencias distintas a las que se derivarían de
hechos internacionalmente ilícitos que mereciesen otra consideración. Por lo
menos, podemos decir, con la Comisión de Derecho Internacional, que “Además,
es probable que las violaciones graves a que se refiere este capítulo sean objeto de
la atención de las organizaciones internacionales competentes, incluidos el Consejo
de Seguridad y la Asamblea General. En el caso de la agresión, la Carta atribuye
una función específica al Consejo de Seguridad”445.

Lo ha dicho la Comisión de Derecho Internacional al no excluir, sino por el


contrario, al abrir las puertas a la posibilidad de que las violaciones graves de
normas fundamentales generen comportamientos por parte de los Estados o de la
comunidad internacional que entrarían, a mi juicio, en el ámbito de lo que hoy se
está gestando, formando y construyendo como sanción internacional. En efecto, el
párrafo 3 del artículo 41 del proyecto de artículos, dice la Comisión, que “prevé
toda otra consecuencia que la violación grave pueda generar según el derecho
internacional. Esto puede ser en virtud de la norma primaria individual, como en el
caso de la prohibición de la agresión. Así pues, el párrafo 3 prevé que el derecho
internacional puede reconocer consecuencias jurídicas adicionales derivadas de la
comisión de una violación grave en el sentido del artículo 40. El hecho de que esas
otras consecuencias no se mencionen expresamente en el capítulo III no prejuzga
su reconocimiento en el derecho internacional actual, o su desarrollo ulterior.
Además, el párrafo 3 refleja el convencimiento de que el propio régimen jurídico
de las violaciones graves está en estado de desarrollo. Al mencionar ciertas
consecuencias jurídicas básicas de las violaciones graves en el sentido del artículo
40, el artículo 41 no trata de excluir el futuro desarrollo de un régimen más
elaborado de las consecuencias que entrañan esas violaciones”446.

Con ello, apuntamos que resulta difícil definir y caracterizar el fenómeno


de la sanción internacional y establecer, así, su radical diferencia con otros
métodos de aplicación de normas que, conceptualmente, le son bastante próximos.
Esto explica que se produzcan visiones diferentes y posiciones contrarias al
respecto, por ejemplo en la doctrina española, en la que J. A. Pastor Ridruejo habla
de que "les sanctions son appliquées en principe par les Etats eux-mêmes et
présentent donc un caractère décentralisé"447, mientras que A. Rodríguez Carrión,

444Por esto, la C.D.I. ha indicado en el marco de la cooperación entre los Estados que “Lo que se
pide es que ante las violaciones graves todos los Estados realicen un esfuerzo conjunto y coordinado
para contrarrestar los efectos de esas violaciones”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional,
53º periodo cit.,p. 310.
445Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,p. 309.
446Ibid., p. 316 (cursiva añadida).
447J. A. PASTOR RIDRUEJO, Le droit international à la veille du XXième siècle cit., p. 32.
194
de manera más acertada a mi juicio, se refiere a las "funciones sancionatorias" en el
marco precisamente de los "medios institucionalizados para la aplicación del
Derecho Internacional"448.

De todos modos, lo que debe quedar claro es que la aplicación de


sanciones, como medio habitual de asegurar el incumplimiento de normas
internacionales y una vez que hubiesen perdido su carácter dramático, sería la
prueba fidedigna de que estamos ante una sociedad que ha construido y
consolidado mecanismos de aplicación efectiva y cabal del ordenamiento que la
regula y que, por lo tanto, se trataría de una verdadera comunidad internacional.

En esta situación se podría, entonces, sostener, con M. Virally, que "la


sanción jurídica presenta rasgos característicos que permiten reconocerla con
facilidad y asume, para los usuarios del derecho, una importancia práctica
demasiado evidente para no llamarles la atención"449. Ahora mismo, no es posible
sostener que esto suceda, pero sí que se va perfilando un método de aplicación que
denominamos “sanción internacional” y sobre la que se podrían hacer algunas
breves reflexiones:

En primer lugar, es muy conveniente que, desde la perspectiva teórica,


comience a diferenciarse lo que supone una medida de sanción de lo que implica
una contramedida. La primera responde a una sociedad más integrada y más
organizada, también institucionalmente, mientras que la segunda, con los matices
que hemos señalado, se adecua mejor a una sociedad en la que el poder de decisión
y de ejecución está más disperso y se relaciona, pues, con una sociedad más
desintegrada. Aunque es verdad que ambas pueden convivir en una sociedad como
la actual, lo cierto es que una y otra responden, en el fondo y en último término a
situaciones societarias distintas. De lo que se trata, en suma, es que será preciso
definir qué se entiende por sanción en el Derecho Internacional del tiempo
presente.

La sanción internacional, aunque es una respuesta y una reacción a la


violación de la norma internacional, al igual que la contramedida, debe tener “un
carácter punitivo y de ejemplaridad”450 que no se da en otros medios de aplicación

448Vid., A. RODRIGUEZ CARRION, Lecciones cit., pp. 292 ss.


449M. VIRALLY, El devenir cit., p. 46.
450Por supuesto que ello no quiere decir que nos referimos a sanciones de tipo penal en relación con
los Estados, aunque sí a las diversas manifestaciones posibles de la sanción en el ordenamiento
jurídico internacional. En el primer caso, ya se pronunció la Sala de Apelaciones del Tribunal Penal
Internacional para la ex Yugoslavia, en su decisión relativa a una subpoena duces tecum en el asunto
Fiscal c. Blaski cuando estimó que "con arreglo al derecho internacional actual, no cabe duda de que
los Estados, por definición, no pueden ser objeto de sanciones penales similares a las que se prevén en
los ordenamientos penales nacionales", Asunto IT-95-14-AR 108 bis, Prosecutor v. Blaski , I.L.R.,
vol. 110, pág. 688 (1997), en p. 698, párr. 25.
195
de normas y sólo cuando se asume que existen intereses comunes y que estos
intereses son fundamentales y esenciales para el conjunto de los Estados que
componen la comunidad internacional, es cuando se le reconoce a alguien la
autoridad de aplicar sanciones. La sanción no se define, por lo tanto, por el mero
hecho de ser colectiva frente a la reacción unilateral sino porque, además, de ser
colectiva, en el estado actual de las relaciones internacionales, está
institucionalizada y responde al interés y a los objetivos solidarios de la comunidad
internacional en su conjunto. En breve, la sanción internacional sólo se puede
concebir, en sentido estricto, como universal. Por esto quizá ha dicho la Comisión
de Derecho Internacional que “el término -sanciones- se ha utilizado para las
medidas adoptadas de conformidad con el instrumento constitutivo de algunas
organizaciones internacionales, en particular con arreglo al Capítulo VII de la Carta
de las Naciones Unidas -a pesar de que en la Carta se usa el término -medidas- y no
-sanciones-"451.

En segundo lugar, lo anterior nos hace señalar que a lo que se denominan


“sanciones” en el seno de ciertas Organizaciones regionales no son, en realidad,
aquellos supuestos a los que nos venimos refiriendo. A mi juicio, se deben
diferenciar dos supuestos: Por una parte, la actuación de una determinada
Organización regional, en el marco de sus competencias y en relación con los
Estados miembros, podría situarse en el concepto de sanción cuando se adoptan
medidas en relación con el incumplimiento por alguno de los Estados miembros de
las normas de la Organización y emplearse tal término con un significado y alcance
delimitados en la propia organización452.

Pero, por otra parte, la actuación de una Organización así en relación con
terceros Estados por la presunción de la eventual comisión de un hecho
internacionalmente ilícito por éstos no se englobaría en el concepto de sanción
internacional sino que supondría, en realidad, una contramedida, eso sí colectiva y
con el apoyo institucional de la Organización en cuestión. Entenderlo de otro modo
significaría otorgar a determinadas Organizaciones regionales, tales como la
OTAN o la Unión Europea o, incluso, la Organización de Estados Americanos, una
representación de la comunidad internacional que no les corresponde. La clara
ilicitud de la intervención militar de la OTAN en Kosovo, en 1999, no se podría
encubrir bajo la noción de sanción internacional, cuando ni tan siquiera se suscitó
la preocupación por contar con la autorización de las Naciones Unidas453.

451Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit.,


452Para estos autores, (A. REMIRO y otros) "el término sanción internacional debería aplicarse al
acto de cualquier Organización que tiene estrictamente por finalidad reaccionar contra la violaciones
de sus reglas que pudieran cometer sus Estados miembros", Derecho Internacional, Madrid, 1997, p.
455. Con carácter más general la obra de L. PEREZ-PRAT, Cooperación política y Comunidad
Europea en la aplicación de sanciones económicas internacionales, Madrid, 1991.
453Como se sabe, también se consideraron sanciones las Medidas colectivas contra la Argentina,
adoptadas en 1982. Como se ha dicho “En abril de 1982, cuando la Argentina se apoderó de parte de
196

Como ha indicado la Comisión de Derecho Internacional “Muchas veces se


utiliza el término –sanción- como equivalente de medidas tomadas contra un
Estado por un grupo de Estados o medidas decididas por una organización
internacional”, siendo así que, a mi juicio, no nos hallamos, en estos casos, antes
supuestos de verdadera sanción internacional, aunque haya que reconocer que “con
todo, el término es impreciso”454.

Por último, es verdad, no obstante, que el examen de las sanciones


internacionales que se han venido adoptando, como no podía ser de otro modo por
las Naciones Unidas, quizá haga que se precisen algunos de los elementos que
hemos señalado como propios de la sanción internacional, aunque, a mi juicio,
dicho examen no altera las esencias del significado que le corresponde a la sanción
en el ordenamiento jurídico internacional. Está claro que, como decía el Secretario
General en el Suplemento del Programa de Paz que "las sanciones son medidas que
adoptan colectivamente las Naciones Unidas para mantener o restablecer la paz y
seguridad internacionales"455, pero también suponen, necesariamente, una
respuesta ante el incumplimiento de normas internacionales.

En último término, ha de quedar claro que, una vez diseñadas las


sanciones, éstas pueden constituirse en un medio muy idóneo para la aplicación de
normas internacionales y, en definitiva, para el cumplimiento del Derecho
Internacional. En palabras del Secretario General de las Naciones Unidas "Las
sanciones, ya sean de carácter preventivo o punitivo, pueden ser un instrumento
eficaz. La amenaza multilateral de aislamiento económico puede ayudar a estimular
el diálogo político, mientras que la aplicación de rigurosas sanciones económicas y
políticas puede disminuir la capacidad de los protagonistas para sostener una lucha
prolongada. En particular, la imposición de un embargo de armamentos puede
contribuir a reducir la disponibilidad de armas que permitirían proseguir el
conflicto, al hacer más difícil y costosa su adquisición"456.

las Islas Malvinas (Falkland), el Consejo de Seguridad le pidió que se retirara de inmediato . A
instancias del Reino Unido, los miembros de la Comunidad Europea, Australia, Nueva Zelanda y el
Canadá impusieron sanciones comerciales, entre ellas la prohibición temporal de todas las
importaciones de productos argentinos, lo que contravenía el artículo XI:1 y, posiblemente, el artículo
III del GATT”, Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 388.
454Informe de la Comisión de Derecho Internacional, 53º periodo cit., p. 357.
455A/50/60, 25 de enero de 1995, párr. 73. Para el Sr. Boutros Ghali, las sanciones aplicadas en
virtud del artículo 41 de la Carta no tienen por objetivo castigar ni tomar represalias de otra forma,
sino "modificar la conducta de una parte que pone en peligro la paz y seguridad internacionales",
ibid., párr. 66. Posición que, sin embargo, recibe ciertos matices por parte del actual Secretario
General quien, en su Memoria de 1999, sostiene que "Cada vez tiene mayor aceptación la necesidad
de mejorar el concepto y la aplicación de las sanciones que impone el Consejo de Seguridad, así como
la de reducir en la mayor medida posible el costo humanitario que representan las sanciones para la
población civil", párr. 124.
456A/52/871- S/1998/318, 13 de abril de 1998, párrs. 25 y 26.
197

No obstante, deben establecerse límites en la aplicación de las sanciones y,


sobre todo, proceder de tal manera que las medidas de sanción tengan si no un
carácter proporcional sí, al menos, racional, ya que "las sanciones económicas en
especial son un instrumento que tienen con demasiada frecuencia efectos poco
diferenciados y se aplican sin que previamente se hayan calibrado bien sus
repercusiones y sin que hayan determinado sus objetivos. En algunos casos, los
padecimientos que se imponen a la población civil no guardan proporción con el
probable efecto de las sanciones en la conducta de los protagonistas". Se trata, en
suma, de reorientar las sanciones que se vienen aplicando, de tal manera que
resulte una "aplicación mucho más seria de las sanciones por la comunidad
internacional"457.

En definitiva, la posibilidad de afirmar la existencia de sanciones en el


orden internacional lo que revela es que no nos hallamos en presencia de una
sociedad internacional absolutamente descentralizada en la que el poder o la
competencia para la aplicación de las normas descanse exclusivamente en la
voluntad de los Estados y en consideraciones de carácter político. La sanción
internacional nos remite inexcusablemente a la existencia de una comunidad
jurídica aunque tengamos que reconocer, una vez más, que se trate de una
comunidad germinal y en proceso de elaboración y cuyos perfiles, en
consecuencia, no están todavía definidos.

457Ibid.
IV. Consideraciones finales

Podríamos concluir, entonces, que "se asiste, por lo tanto, a un


reconocimiento progresivo, lento y prudente, de una cierta personalidad jurídica de
la comunidad internacional de Estados" y ello con independencia de que el
ejercicio de los derechos que correspondan a la comunidad internacional hayan de
ser ejercidos, en razón de la estructura de la actual sociedad internacional, por otros
entes con personalidad jurídica, en particular, por los Estados y las Organizaciones
Internacionales458.

Estamos, muy posiblemente, en los albores de una nueva orientación del


Derecho Internacional que le ha de conducir al cambio de su propia naturaleza
jurídica. Es preciso contar, por supuesto, con una acción decidida en favor de la
construcción de un ordenamiento jurídico menos disperso, más cohesionado,
menos fragmentado y más solidario y, en consecuencia, en la dirección que anuncia
el Derecho internacional del Tiempo presente.

Pero no hay que descartar que, también para la consecución de estos


objetivos, son válidas y aleccionadoras las expresiones empleadas por el Secretario
General de las Naciones Unidas, para quien "la comunidad internacional también
ha de manifestar su voluntad política. Ha quedado demostrado que, cuando la
comunidad internacional se compromete con una causa, es posible lograr una
transformación considerable en muy poco tiempo"459.

En los inicios y en la antesala, quizá, del siglo XXI la construcción de una


comunidad jurídica internacional es una tarea que está comenzando a realizarse a
pesar de que el concepto, en su dimensión teórica, haya estado desde siempre
presente en los estudios y análisis de los internacionalistas. La comunidad
internacional del Tiempo Presente representa los inicios de un espacio común en el
que, infortunadamente, continuarán produciéndose violaciones del ordenamiento
jurídico internacional, incluso mediante manifestaciones desgarradoras, pero se
estará entonces en disposición de responder, en la mayoría de los casos, de una
forma común y concertada y, sobre todo, con fundamento en objetivos y valores
basados en la solidaridad internacional.

El empleo constante de la expresión <comunidad internacional>, como


hemos tenido la oportunidad de comprobar, quizá no se corresponda con la
existencia de la situación que se quiere manifestar y describir con el uso de dicha
expresión, pero está claro que la retórica que habita en ese empleo tiene elementos

458DINH, N.Q., DAILLIER, P. y PELLET, A. Droit international Public cit., p. 394


459Las causas de los conflictos cit., párr. 106 (cursiva añadida).
200
claramente positivos y contribuye, por ello, a expandir el término y a dotarle de
contenido.

Como decía C. del Arenal, aunque ciertamente en otro contexto, hay que
atribuir a la retórica el significado y el sentido que le corresponden, ya que "el
realismo mismo exige ser conscientes de que la retórica no siempre es algo
superfluo, sino en ocasiones algo muy necesario, por cuanto que, al mismo tiempo
que es reflejo de las percepciones, contribuye igualmente a crear percepciones y
adhesiones, con la importancia que esto tiene en orden a la realización de todo
proyecto"460. La percepción básica, en la actual sociedad internacional es que, con
todas las limitaciones que se quiera, se está "fabricando" un nuevo modelo de
relaciones internacionales de una manera progresiva y paulatina, sin sobresaltos en
el contenido y con espectaculares cambios en las formas, pero, al fin y al cabo, se
está diseñando un "marco constitucional" que, dotado de sus propias
características, debe responder a la exigencias que se vayan planteando en el siglo
XXI.

La sociedad en tránsito en la que nos encontramos va incorporando


diversos elementos que atienden, de manera preferente, a intereses compartidos y
comunes de los Estados y de los demás sujetos del Derecho Internacional. Se puede
ir aún más lejos de la descripción realizada por J. A. Pastor Ridruejo para quien
"face au caractère libéral du droit international classique, le droit international
contemporain est plus social et plus solidaire, puisqu'il interdit dans l'intérêt de la
communauté internationale tout entière la menace et l'emploi de la force. Il
s'intéresse en outre au développement des Etats qui en ont le plus besoin et au bien-
être de leurs habitants. C'est le droit international du développement"461, y sostener
que, junto a ello, el Derecho Internacional del Tiempo presente afirma y proclama
la validez universal de los derechos humanos; aboga por el establecimiento y
consolidación de sistemas democráticos; encuentra dificultades para propiciar el
desarrollo aunque lo afirma constantemente; y se constituye como un
ordenamiento orientado a la consecución de la paz en todas sus dimensiones.

Estos son, en definitiva, los valores que están presentes y que van
encontrando su traducción jurídica a través de los diversos modos de generar el
Derecho Internacional. Nuestra visión puede conceptuarse, sin duda, como algo
optimista pero, de manera intencionada, se ha querido poner el énfasis en los
elementos comunitarios y de solidaridad que habitan en la sociedad internacional.
Sin olvidar cómo está configurada y caracterizada esta sociedad, tampoco se trata
de decir cómo debería ser sino, en realidad, se señala hacia donde apunta su
construcción.

460C. ARENAL y A. NAJERA, La Comunidad Iberoamericana de Naciones, Madrid, 1992,


461J. A. PASTOR RIDRUEJO, Le droit international à la veille du XXième siècle cit., p. 307.
201
El ciclo de la vida del ordenamiento jurídico internacional es, en el fondo,
el mismo que acompaña al ser humano y que, de manera muy descriptiva, tuvo la
fortuna de señalar Antonio Machado en los dos últimos versos que compuso en las
despejadas mañanas francesas, y en el exilio, de Collieure:

"Estos cielos azules (...)


Este sol de la infancia (...)".
NOTA BIBLIOGRÁFICA462

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