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-Pero nada de esto está cerca de las Pirámides -dijo el Alquimista.

-Tengo a Fátima. Es un tesoro mayor que todo lo que conseguí


juntar.
-Ella tampoco está cerca de las Pirámides.
Se comieron los gavilanes en silencio. El Alquimista abrió una
botella y vertió un líquido rojo en el vaso del muchacho. Era vino,
uno de los mejores vinos que había tomado en su vida. Pero el vino
estaba prohibido por la Ley.
-El mal no es lo que entra en la boca del hombre -dijo el Alquimis-
ta-. El mal es lo que sale de ella.
El muchacho empezó a sentirse alegre con el vino. Pero el Alqui-
mista le inspiraba miedo. Se sentaron fuera de la tienda contemplando
el brillo de la luna, que ofuscaba a las estrellas.
-Bebe y distráete un poco -dijo el Alquimista, que se había dado
cuenta de que el chico se iba poniendo cada vez más alegre-. Reposa
como un guerrero reposa siempre antes del combate. Pero no olvides
que tu corazón está junto a tu tesoro. Y debes hallar tu tesoro para que
todo esto que descubriste durante el camino pueda tomar sentido.
»Mañana vende tu camello y compra un caballo. Los camellos son
traicioneros: andan miles de pasos y no dan ninguna señal de cansan-
cio. De repente, sin embargo, se arrodillan y mueren. El caballo se va
cansando poco a poco. Y tú siempre podrás saber lo que puedes
exigirle, o en qué momento va a morir.
A la noche siguiente, el muchacho apareció con un caballo en la
tienda del Alquimista. Esperó un poco y apareció montado en el suyo
y con un halcón en el hombro izquierdo.
-Muéstrame la vida en el desierto -dijo el Alquimista-. Sólo quien
encuentra vida puede encontrar tesoros.
Comenzaron a caminar por las arenas, con la luna aún brillando
sobre ellos. «No sé si conseguiré encontrar vida en el desierto -pensó
el chico-. No conozco el desierto.»
Quiso decirle esto al Alquimista, pero le inspiraba miedo. Llegaron
al lugar con piedras donde había visto a los gavilanes en el cielo;
ahora, todo era silencio y viento.
-No consigo encontrar vida en el desierto -dijo el muchacho-. Sé
que existe, pero no consigo encontrarla.
-La vida atrae a la vida -respondió el Alquimista.
El muchacho lo entendió. Al momento soltó las riendas de su
caballo, que corrió libremente por las piedras y la arena. El Alquimista

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