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El Liberalismo: Orígenes
Transformación del Liberalismo en Europa: económicas, sociales, culturales, científicas, políticas y religiosas.
(Libro: El Liberalismo Europeo. Autor H.J. Laski. Capitulo I. El Panorama)
Ha sido el Liberalismo la doctrina por excelencia de la civilización occidental y el producto ideológico del ascenso al
poder de una nueva clase social: la burguesía entre la Reforma y la Revolución Francesa.
El Liberalismo, como doctrina, se relaciona directamente con la noción de libertad, pues surgió como enemigo del
privilegio conferido a cualquier clase social por virtud del nacimiento o la creencia. Pero la libertad que buscaba tampoco
ofrece títulos de universalidad, puesto que en la práctica quedó reservada a quienes tienen una propiedad que defender. Los
derechos fundamentales, que el estado no puede invadir, el Liberalismo se mostró más pronto e ingenioso para ejercitarlos
en defensa de la propiedad, y no para proteger y amparar bajo su beneficio al que no poseía nada que vender fuera de su
fuerza de trabajo.
Hay en el temperamento liberal un resabio de romanticismo. Tiende a ser subjetivo y anárquico, a aceptar con prontitud
cualquier cambio que proceda de la iniciativa individual; a insistir en que esta iniciativa lleva en sí los gérmenes necesarios
del bien social. Siempre ha querido, aunque las más de las veces de modo inconsciente, establecer una antítesis entre la
libertad y la igualdad.
En la primera ha visto aquel predominio de la acción individual que siempre ha defendido celosamente; en la igualdad
ha visto más bien la intervención autoritaria que, a su ver, conduce en último resultado a la parálisis de la libertad individual.
El advenimiento de la clase media al poder ha sido ha sido una de las revoluciones más benéficas en la historia. Cierto es
también que se ha pagado caro por ella; pues significó el sacrificio de ciertos principios medievales cuya restauración
significaría una sólida ganancia. La idea de liberalismo está históricamente trabada y esto de modo ineludible, con la posesión
de la propiedad. El progreso científico se debió al clima mental creado por el liberalismo.
El Liberalismo surgió como una nueva ideología destinada a colmar las necesidades de un mundo nuevo:
descubrimientos geográficos, la ruina de la economía feudal, la revolución científica, la Reforma Religiosa que no reconoce
la supremacía de Roma.
El espíritu capitalista empieza a adueñarse de los hombres a finales del siglo XV, lo cual significa que el objeto principal
de la acción humana será la búsqueda de la riqueza. Y eso con el mínimo de interferencia de cualquier autoridad social.
El Capitalismo pretende, primero, transformar la sociedad, y después conquistar el Estado. La búsqueda de la riqueza por sí
misma lleva implícito necesariamente el bien social. El que se enriquece, por ese solo hecho, se convierte en un benefactor
social. El Estado, que hasta comienzos del siglo XVIII, aparece como un agente eficaz del Capitalismo, a fines de este mismo
siglo es considerado ya como el enemigo natural de su doctrina.
II En El liberalismo europeo, Harold J. Laski estudia esos cambios, las nuevas relaciones sociales que surgieron a
partir de ellos y el ascenso de la burguesía al poder; todos factores decisivos que impulsaron el surgimiento del liberalismo
como doctrina por excelencia de la civilización occidental. Sin embargo, al momento de publicar el libro (1936), el autor se dio
cuenta de que el liberalismo, cuyo triunfo había llegado en el siglo XIX, se encontraba en crisis. Por ello, destaca la necesidad
de efectuar reajustes en el pensamiento y de crear normas de mayor justicia.
A pesar de los años transcurridos desde su publicación, la obra permanece vigente, ya que la humanidad continúa en
espera de ese "nuevo orden social basado en una relación nueva de hombre a hombre", pensado por el autor. Desde la
Reforma hasta el estallido de la Revolución francesa, cambios radicales afectaron la vida económica de Europa, que dieron
como resultado tendencias opuestas a las imperantes en los tiempos del feudalismo.
A partir del siglo XVI, los conceptos e instituciones que hasta entonces parecían inmutables comenzaron a evolucionar
vertiginosamente: la ciencia ganó cada vez más terreno sobre la religión, la idea del progreso se impuso a la creencia en el
pecado original y el individualismo alcanzó progresivamente su máxima expresión.
Desde el siglo XVI cobró vigor la evolución de conceptos e instituciones que habían sido considerados inmutables, y
tanto las bases jurídicas como el monopolio religioso sufrieron hondas transformaciones. Mientras la ciencia reemplazaba a
la religión, y la doctrina del progreso se imponía a la inveterada creencia en el pecado original, el individualismo alcanzó
progresivamente su máxima expresión. Harold J. Laski estudia el desarrollo de esas corrientes ideológicas en sus relaciones
con la economía, la posesión de la tierra y las contradicciones políticas de la época, y analiza la participación de algunos
notables pensadores que contribuyeron a consolidar las nuevas normas directrices. Pero ante la crisis por la que hoy
atraviesan esas doctrinas, pasado el esplendor que alcanzaron en el siglo XIX, hace destacar la necesidad de efectuar
reajustes y crear normas de mayor justicia que traerán, a la postre, "un nuevo orden social basado en una relación nueva de
hombre a hombre.
El liberalismo es la doctrina por excelencia en el mundo occidental y es el producto del ascenso de la burguesía. A
partir de la Reforma y hasta la Revolución francesa que cambiaron las tendencias de los tiempos de los feudos. Las bases
jurídicas y la iglesia tuvieron grandes cambios, especialmente la iglesia, pues la ciencia empezó a reemplazar a la religión y
el individualismo creció. Éstas corrientes ideológicas están ligadas a la economía, la posesión de tierras y las contradicciones
políticas; también hubo participación de algunos pensadores que ayudaron a consolidar las nuevas directrices. Entre algunas
de las cosas que propone es la igualdad, los derechos de propiedad, y manejar al gobierno dentro de los marcos.
EL PANORAMA
En el periodo de la Reforma a la Revolución francesa se estableció una nueva clase social, y echó abajo que hacían
que el privilegio fuera una función del estado. El poder concreto de la soberanía sustituyó al imperio medieval. Los banqueros,
comerciantes, industriales, sustituyeron al terrateniente, eclesiástico y guerrero como tipos de influencia nacional
predominante; y la ciudad reemplaza al campo; la ciencia reemplaza a la religión y se vuelve factor de la mentalidad humana.
Los conceptos de iniciativa social y control social abrieron paso a los conceptos de iniciativa individual y control
individual. Las condiciones materiales nuevas dieron fomentaron las nuevas relaciones sociales. De acuerdo con éstas nace
la nueva filosofía: El Liberalismo.
Nació cómo enemigo del privilegio a las clases sociales, se relaciona directamente con la libertad. Desde sus
comienzos lucha con la política, y pone a la autoridad dentro de los marcos constitucionales y hace un sistema adecuado de
los derechos. Al poner en práctica dichos derechos, el liberalismo los pone más en defensa de la propiedad. Intentó respetar
los dictados de conciencia y a obligar a los gobiernos a proceder conforme a preceptos y no a caprichos.
El Liberalismo ha sido hostil a las pretensiones de la iglesia y a mirarla como otra asociación de la sociedad. Ha sido
favorable al gobierno representativo, ha sido conveniente al gobierno representativo y ha sostenido al principio de las
autonomías nacionales. Apoya a los grupos minoritarios y a la libre asociación.
Es una doctrina, un modo de ver las cosas, es escéptico, y negativo ante la acción social. Siempre quiere establecer
una antítesis entre libertad e igualdad. Aunque el liberalismo, aunque deseaba tener un carácter universal, siempre se reflejó
en instituciones de beneficios estrechos o limitados. Lo que produjo al liberalismo fue una nueva sociedad económica hacia el
fin de la Edad Media. Fue modelado por las necesidades de la sociedad nueva. El individuo a quien el liberalismo trata de
proteger, es aquel que es siempre libre para comprar su libertad; pero ha sido siempre una minoría de humanidad el número
de los que tienen los recursos para hacer esta compra. La idea de liberalismo está históricamente trabada, y esto de modo
ineludible con la posesión de la propiedad. Los fines a los que sirve son siempre los fines de los hombres que se encuentran
en esa posición. El liberalismo hizo posibles muchas relaciones productivas que mejoraron el nivel general de las condiciones
materiales, el progreso científico se debe al clima mental creado por él, y al final de cuentas, el advenimiento de la clase media
al poder pudo haber sido una de las revoluciones más benéficas de la historia. Se pagó por ella, significó el sacrificio de ciertos
principios medievales, cuya restauración sería una gran ganancia.
El liberalismo surgió como una nueva ideología destinada a colmar las necesidades de un mundo nuevo. La esencia
de este mundo nuevo, es la redefinición de las relaciones de producción entre los hombres, pues descubrieron que para
explotar en toda su plenitud aquellas no podían usar ni las instituciones ni las ideas que habían heredado. El principio de la
utilidad no se determina ya con frecuencia al bien social, sino que su significado radica ahora en el deseo de satisfacer una
apetencia individual, dándose por aceptado que mientras mayores riquezas posee el individuo, mayor es su poder para
asegurarse esa satisfacción. En cuanto este sesgo mental comienza a dominar los ánimos, desata de suyo, una fuerza
revolucionaria: reemplaza, en efecto, la idea medieval predominante por la idea moderna de la producción ilimitada, y ésta, a
su vez, implica la creación de una sociedad dinámica y anti tradicionalista. El afán del capitalismo, era establecer derecho a
la riqueza con el mínimo de interferencia. El valor no es la función de la demanda, los salarios que pagaba no se medían por
la exigencia del obrero. Este tipo de sociedad tiende a contrariar toda autoridad, pues ésta es conservadora por naturaleza y
temerosa del desorden que arrastran los experimentos incesantes. El espíritu capitalista triunfó porque dentro de los límites
del antiguo régimen las potencialidades de la producción podían ser explotadas. Los hombres con tecnología nueva,
adelantaban camino hacia un volumen de riqueza inalcanzable para la sociedad antigua. Las atracciones de esta riqueza
despertaban apetitos que aquella sociedad era incapaz de satisfacer. En consecuencia, los hombres pusieron en tela de juicio
la legitimidad de aquella contextura. Su afán es establecer el derecho a la riqueza con el mínimo de interferencia.
La idea de logro de la riqueza como fin social básico se ha convertido en la piedra angular de la actividad política. La
nueva teología, cuyo resultado principal como criterio primario del derecho a creer, es la sustitución de la autoridad por la
razón. La bibliolatría de Martín Lutero era inevitablemente antiautoritaria por la sencilla razón de que no tenía criterio, salvo la
penetración individual, al que acudir para dar valor a sus propios puntos de vista. La teología medieval era una metafísica y
una cosmología; con su derrota se hizo esencial una nueva interpretación del mundo.
CONCLUSIONES
El liberalismo fue una corriente intelectual que propone la libertad del hombre en todas las situaciones históricas, pero
también propone la no-intervención estatal en la economía. El liberalismo tuvo lugar lo largo del s. XVIII.
El gran expositor de la escuela clásica fue el economista escocés Adam Smith. La función del Estado quedará
claramente delimitada. Éste debe cumplir la misión de vigilar que esa libertad se desarrolle sin trabas; se convierte en árbitro
de la vida económica y en guardián del orden natural. Éste libro no narra en sí como fue el liberalismo, sino, que por épocas,
va diciendo como fue cambiando el pensamiento, y cómo evolucionó.
Realmente el liberalismo es muchas cosas, tanto ideología, como doctrina, como movimiento y hasta evolución de la
sociedad. Realmente no fue en contra de la monarquía, atacó más a la iglesia, y fomentó la Revolución francesa.
Algunos de los personajes, pensadores, filósofos, de mayor importancia, fueron: Voltaire, Robes Pierre, les
philosophes, Gourney; quien sostiene: “dejad haced, dejad pasad”, Burke, entre otros. Algo muy importante que pasó, fue que
la ciencia va ir reemplazando a la religión y al desarrollo del individualismo. Otra cosa fue que durante este movimiento o un
poco antes o poco después, se dieron las independencias de las colonias que habían hecho los europeos aquí, en América.
Por otro lado, el comercio, fue muy importante en esa época, ya que, una mayoría de población lo era. El liberalismo nace de
la burguesía, clase social, dueña de las fuentes de trabajo.
BLOQUE CONCEPTUAL N° 1: EUROPA Y EL MUNDO DESDE 1789 A 1848
Lo que se llama la “Revolución Industrial” no fue un fenómeno que se produjera sólo en las fábricas; la agricultura, los
sistemas de comunicación, la población, en lo que se refiere a su crecimiento y distribución, el comercio, las finanzas, la
estructuración social, la educación y la valoración del hombre sufrieron alteraciones profundas en proporción semejante a la
industria.
Los cambios no fueron tan sólo “industriales”, sino también sociales e intelectuales.
El sistema de relación humana llamado capitalismo, se originó mucho antes de 1760, y alcanzó su pleno desarrollo
mucho después de 1830.
El rasgo más notable de la historia social de ese periodo, es el rápido crecimiento de la población. El crecimiento de
la población no fue el resultado de un cambio radical en la tasa de natalidad. Tampoco puede atribuirse el aumento de la
población a una afluencia de otros países. Fue un descenso de la mortalidad lo que hizo que se incrementara la población.
Muchas influencias actuaban para reducir el índice de mortalidad. El cultivo de tubérculos, carne fresca durante todo
el año, cereales como el trigo y legumbres aumento la resistencia a las enfermedades. El conocimiento de la medicina y de
la cirugía se desarrolló, aumentaron los hospitales y dispensarios.
Algunos escritores han referido que fue el crecimiento de la Industria, el que condujo al aumento de la población. Otros
escritores, invirtiendo el orden causal, han declarado que el crecimiento de la población, con sus efectos sobre la demanda
de productos, estimuló la expansión industrial. Hubo un aumento en la superficie arable cultivada.
Al mismo tiempo tenía lugar un rápido incremento del capital. Se incrementaba el poder de ahorro.
La acumulación de bienes de capital, por sí misma, no conduce a la creación de capital: no fue sólo la voluntad de
ahorrar, sino también la voluntad de emplear los ahorros en forma productiva, lo cual se extendía en ese tiempo.
A principios del siglo XVII ni la abundancia de capital hizo posible que los ministros de Hacienda disminuyeran el
interés que se pagaba a acreedores del Estado. Si un grupo financiero estudiaba la inversión de sus ahorros en una nueva y
gran empresa, tal como un camino de portazgo, estimaba primero el número de años que tomaría la total reposición de su
capital. Algo era indispensable: la oferta creciente de trabajo, tierra y capital, debía coordinarse.
Durante el siglo XVII, la actitud del derecho había cambiado: desde la época de los juicios emitidos por Coke, los
tribunales de la Conmon Law se manifestaron atentos a proteger los derechos de propiedad, pero hostiles a los privilegios.
En 1624 el Estatuto de los Monopolios barrió con muchos intereses creados, y siglo y medio después, le fue posible
a Adam Smith decir, acerca de los ingleses, que, “para gran honor suyo eran, entre todos los pueblos, los menos sujetos al
despreciable espíritu del monopolio.
La Sociedad para el Aliento de las Artes, Manufacturas y Comercio, fundada en 1754, ofreció premios a aquellos
inventores que estaban dispuestos a hacer de sus descubrimientos posesión común. El azar, como dijo Pastear, favorece sólo
a la mente que está preparada”: la mayor parte de los descubrimientos se logran solamente después de múltiples ensayos y
errores.
La máquina para hilar combinado por Crompton, con el de hilador de cilindro para producir la hiladora mecánica
intermitente y el riel, usado desde largo tiempo en las minas de carbón, se combinó con la locomotora para crear el ferrocarril.
Los nombres de ingenieros, fabricantes de hierro, químicos, industriales y fabricantes de instrumentos que se
encuentran anotados como miembros de la Real Sociedad, muestran la estrecha relación que entonces existía entre la ciencia
y la práctica. Mejoras dentro de la agricultura; crearon nuevas formas de transporte; y otros, todavía, fueron los que dieron
origen a las innovaciones en las industrias minera y química. “Todo hombre —exclamó el fogoso William Hutton en 1780—
tiene su fortuna en sus propias manos.”
El más grande inventor de la época, James Watt, vino de Escocia, como también vinieron siete de sus ocho ayudantes
en cuestiones de fabricación de máquinas. Si puede decirse que la coyuntura de mayores ofertas de tierra, de capital y de
trabajo hizo posible la expansión industrial, es al vapor y al carbón, a quien debe recurrirse para explicar el combustible y la
fuerza de que necesitó la manufactura en gran escala. Por otra parte, la baja tasa de interés, el aumento de los precios y la
gran expectativa de beneficios, proporcionaron el indispensable incentivo.
Por encima de todo estaba el comercio con otras partes del mundo el que amplio las ideas geográficas del hombre.
La ciencia había contribuido otro tanto. La Revolución industrial significó también una revolución de ideas. Dentro de la
referencia de los factores que produjeron la Revolución industrial, hay un producto de la escuela escocesa de filosofía moral
que no puede pasarse por alto; la Enquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, publicada en 1776, habría de
servir como tribunal de apelación en materias económico-políticas durante muchas generaciones. Los juicios ahí contenidos
fueron fuentes en las cuales hombres que no frecuentaban los libros, acuñaron principios para trazar sus negocios y para
gobernar. Bajo su influencia, aquella idea de un volumen estable de comercio y empleo, dirigido y controlado por el gobierno,
cedió su lugar —si bien con muchos tropiezos—, a ideas de ilimitado progreso dentro de una economía libre y expansiva.
b) Innovaciones Productivas
Los bardeamientos lo realizaron los terratenientes. Entre los más distinguidos se cuenta Jethro Tull (1674-1741),
estudiante de leyes, quien se dedicó a la labranza a partir de los veinticinco años, alcanzando considerable éxito. Aconsejaba
una constante pulverización de la tierra por medio de remociones profundas; al efecto inventó o desarrolló, para 1714, un
azadón tirado por caballos.
En otros aspecto su actitud fue retrograda pues se opuso al uso de estiércol para abonar la tierra. Sembraba en surcos
pero desperdiciaba terreno y era hostil a la rotación de cultivos. Las innovaciones se deben buscar en las tierras de Norfolk.
El sistema conocido como de Norfolk consistía en una serie de métodos y sistemas unidos mutuamente, referentes a
procedimientos técnicos, económicos y legales, que se combinaban dentro de una hacienda cercada.
Comprendió el mejorar los terrenos arenosos con sal y arcilla; la rotación de cultivo; las cosechas de nabos, trébol y
nuevas clases de pastos; la especialización en la producción de cereales y de otros ganados que el lanar y, por último, el
cultivo por arrendatarios y durante largo tiempo. En ninguna región inglesa —ni aun en Norfolk— se adoptaron dichas
innovaciones en suficiente escala para poder hablar de una revolución agraria o simplemente agrícola.
f) La Industria Química.
La producción de materias primas para el blanqueado fue tan sólo uno de los renglones de la aplicación de la química
a la industria.
En 1773 James Keir y Alexander Blair, y entre los dos establecieron una fábrica en Tipton; ahí elaboraron sosa para
los jaboneros, plomo para los alfareros y litargirio p ara las fábricas de vidrio.
Al propio tiempo progresaba la industria de los derivados del carbón; en época tan temprana como lo es la de 1756,
el geólogo escocés James Hutton había logrado extraer sales de amoniaco del hollín. También la extracción de breas y
alquitranes utilizados en la construcción de barcos, con las cuales se protegían las maderas.
g) La Ingeniería
Entre las nuevas actividades que nacieron dentro del movimiento efectuado en el siglo XVIII, tal vez la de mayor
importancia fue la ingeniería. Los hombres que construyeron los nuevos caminos, puentes, canales y ferrocarriles fueron
civiles empleados no por el Estado, sino por compañías u hombres de empresa deseosos de desarrollar el comercio de la
región de donde sacaban sus ganancias personales. Se construyeron canales de navegación desde las minas hasta los
centros poblados de entrega como Manchester abaratando así los costos. El éxito de estas vías de comunicación pronto llevo
a que se ampliaran la red de canales.
Si la era de los canales fue corta, coincidiendo con el periodo 1760-1830, los cambios que vio dentro de la vida
económica de Inglaterra fueron fundamentales. El precio de mercancías voluminosas o pesadas, tales como carbón, hierro,
madera, piedra, sal y arcilla, se redujo grandemente; las regiones agrícolas, que habían permanecido alejadas de los
mercados, entraron dentro del círculo cada vez mayor del intercambio; el temor a un hambre regional, tanto de alimentos como
de combustibles, desapareció, y el mayor contacto con otros hombres, posible gracias a las nuevas vías de comunicación.
Cambios semejantes tuvieron lugar en la red de caminos de la Gran Bretaña.
Ya en una época de mayor desarrollo de esta actividad, vivió Thomas Telford (1757-1834) superintendente de la
carretera de Londres a Holyhead, arquitecto del precioso puente de Menai y primer Presidente de la Sociedad de Ingenieros
Civiles, así como John Loudon Macadam (1756-1836) superintendente general de los caminos de portazgo de Londres y
primer administrador de las grandes empresas de transportes.
Los métodos empleados por los dos industriales antedichos fueron bien distintos: el primero insistió mucho sobre la
solidez de los cimientos, en tanto el segundo hizo amplio uso de una superficie de grava, o de pedernal apisonado, formando
así una especie de arco, su especialidad.
También se sustituyó los rieles de maderas por los de hierro colado en las minas. Los rieles se habían usado casi
exclusivamente por las minas de carbón y los altos hornos, pero en 1801 el ferrocarril de Surrey fue construido de Wandswortli
a Croydon, a fin de transportar mercancías en general. En todos los ferrocarriles primitivos la fuerza de tracción la
proporcionaban caballos, pero a partir de 1760 muchos de los ingenios de Inglaterra y también de Francia estudiaron la
posibilidad de servirse de la energía del vapor.
Cuando la patente de Watt feneció, el ingeniero Richard Trevithick (1771-1833), originario de Comwall inventó una
máquina de alta presión, y en 1803 un carruaje movido por vapor, de su invención, e hizo varios viajes por las calles de
Londres.
La posibilidad de que tal máquina fuese guiada sobre rieles especialmente construidos, se retardó por la curiosa
creencia de que una rueda lisa no tendría bastante adhesión a un riel igualmente liso, hubo que esperar hasta 1812 para que
un ingeniero de las minas de carbón, Wiliiam Hedley, demostrara la posibilidad de unir ambos inventos.
Más no fue sino hasta 1829 cuando las verdaderas posibilidades del vapor como medio de transporte se reconocieron
al ganar la máquina de Stephenson, bautizada con el nombre de Rocket, la competencia que tuvo lugar en Rainhill, sobre el
ferrocarril recién construido de Manchester y Liverpool. La locomotora de vapor significa la culminación de toda la revolución
técnica: sus efectos sobre la vida económica de la Gran Bretaña, y del mundo entero, han sido grandes y profundos.
CAPITAL Y TRABAJO
Fue, pues, el crecimiento de los ahorros y la facilidad con la cual se pusieron a disposición de la industria, lo que hizo
posible a la Gran Bretaña recoger la cosecha debida a su ingenio. Las teorías sobre el origen del capital debe decirse que las
corrientes fueron muchas, y caminaron en todas direcciones, en tanto la riqueza aumentaba en una rama, y las oportunidades
en otra; no puede afirmarse que haya sido una sola zona de la economía y de la actividad humana de donde hayan soplado
los vientos del tráfico.
La Revolución industrial fue una serie de transformaciones económicas y sociales ocurridas en países europeos a
partir del s. XVIII. Estas transformaciones fueron revolucionarias en el sentido de que la nueva situación a que dieron lugar no
fue continuación de la anterior, sino que cambió profundamente el panorama económico, político, social y espiritual.
La Revolución industrial empezó en Inglaterra, año 1760, pero, pudo ser en 1780.
El gran crecimiento demográfico durante la segunda mitad del s. XVIII habría proporcionado mano de obra barata y
un mayor mercado potencial.
Algo muy importante fue el aumento de productividad del trabajo agrícola: los progresos en la agricultura y los
posteriores en las industrias textiles fueron el impulso del crecimiento de la siderurgia, al crear una demanda de productos
metalúrgicos.
Otra cosa fue la gran cantidad de capital circulante; otra causa pudo ser la disponibilidad de una oferta de mano de
obra abundante y barata en un mercado libre, disolución previa de los modos de producción típicos de la sociedad feudal,
existencia previa de mercados, redes de tráfico y vías de comunicación, progresos anteriores en la agricultura y la técnica,
etc…
Algo sumamente importante fue la industria textil, pues antes de la Revolución industrial la agricultura británica había
evolucionado, aumentando la producción y la productividad en forma tal que estaba preparada para alimentar a una población
cada vez mayor, gran parte de la cual podría abandonar las actividades agrícolas por las industriales y de servicios, la
competencia que representaban los textiles de la India para la industria lanera, estimuló la manufactura.
La lentitud de los sistemas tradicionales los hacía insuficientes para atender la demanda de los tejedores. Los
progresos en la hilatura fueron por 1822, al conseguir un telar, el mecánico. Los progresos de la industria algodonera y la
creciente demanda de productos siderúrgicos obligaron a buscar una máquina de vapor capaz de producir un movimiento
circular, máquina que después de muchos intentos fue puesta a punto por James Watt en 1785. Por otra lado, el gran aumento
del consumo de carbón exigió la búsqueda de un sistema de transporte rápido y económico: el ferrocarril, y más tarde la
navegación a vapor.
La línea fronteriza entre ciudad y campo, o, mejor dicho entre ocupaciones urbanas y ocupaciones rurales, era rígida.
Prusia, el gobierno, deseoso de conservar a sus ciudadanos contribuyentes bajo su propia supervisión, procuraba una
total separación de actividades urbanas y rurales. Los ciudadanos eran distintos a los campesinos, se diferenciaban en sus
ropas, formas de vestir, en la contextura física y hasta se creían más inteligentes. Pero no conocían más allá de su propia
ciudad o los campesinos de sus aldeas. En la Europa meridional gran parte de la nobleza vivía en ellas de las rentas de sus
fincas.
La ciudad provinciana de finales del siglo XVIII pudo ser una comunidad próspera y expansiva. Pero toda esa
prosperidad y expansión procedía del campo.
El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil comprender por qué los fisiócratas
consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la tierra, eran la única fuente de ingresos. Y que el eje del problema agrario
era la relación entre quienes poseen la tierra y quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los que la acumulan.
Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde estemos.
América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos, mucho más que
productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en detrimento del azúcar.
Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado en la marea de la
servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o principios del XVI. La zona de los
Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos no había una propiedad agrícola concentrada.
Muchos estaban sometidos a límites cercanos a la esclavitud o eran criados domésticos. En el ámbito de la
producción, eran casi independientes de Europa, en todo tipo de alimentos y materias primas.
Esto fue lo que convirtió al ejército, a pesar de su jacobinismo inicial, en un pilar del gobierno postermidoriano, y a su
jefe Bonaparte en el personaje indicado para concluir la revolución burguesa y empezar el régimen burgués. El propio
Napoleón Bonaparte, aunque de condición hidalga en su tierra natal de Córcega, fue uno de esos militares de carrera. Nacido
en 1769, ambicioso, disconforme y revolucionario, comenzó lentamente su carrera en el arma de artillería, una de las pocas
ramas del ejercito Real en la que era necesario una competencia técnica.
En el año II ascendió a General y supo sobre vivir a la época de Robespierre. Encontró su gran oportunidad en la
·campaña de Italia de 1796 que le convirtió sin discusión posible en el primer soldado de la Republica que actuaba virtualmente
con independencia de las autoridades civiles.
El poder recayó en parte en sus manos y en parte él mismo lo arrebató cuando invasiones extranjera de 1799 revelaron
la debilidad del Directorio y la indispensable necesidad de su espada.
En seguida fue nombrado primer cónsul; luego cónsul vitalicio; por último, emperador.
Con su llegada y como por milagro, los irresolubles problemas del Directorio encontraron solución. Al cabo de pocos
años Francia tenía un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco Nacional, el más potente símbolo de la
estabilidad burguesa.
Como hombre era indudablemente brillantísimo, versátil, inteligente e imaginativo, aunque el poder le hizo más bien
desagradable. Como general no tuvo igual; como gobernante fue un proyectista de soberbia eficacia, enérgico y ejecutivo jefe
de un círculo intelectual, capaz de comprender y supervisar cuanto hacían sus subordinados.
El mito napoleónico se basó menos en los méritos de Napoleón que en los hechos, únicos entonces, de su carrera.
Los grandes hombres conocidos que estremecieron al mundo en el pasado habían empezado siendo reyes, como Alejandro
Magno, patricios, como Julio César. Pero Napoleón fue el «petit caporal» que llegó a gobernar un continente por su propio
talento personal. Admiraba a Rousseau.
Napoleón dio un nombre propio a la ambición en el momento en que la doble revolución había abierto el mundo a los
hombres ambiciosos. Y aun había más: Napoleón era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero
lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del siglo XIX. Era el hombre de la revolución
y el hombre que traía la estabilidad. En una palabra, era la figura con la que cada hombre que rompe con la tradición se
identificaría en sus sueños.
Para los franceses fue, además, algo mucho más sencillo: el más afortunado gobernante de su larga historia. Triunfó
gloriosamente en exterior, pero también en el interior estableció o restableció el conjunto de las instituciones francesas tal y
como existen hasta hoy en día.
Los grandes monumentos legales franceses, los códigos que sirvieron de modelo para todo el mundo burgués no
anglosajón fueron napoleónicos. La jerarquía de los funcionarios públicos desde prefecto para abajo, de los tribunales, las
universidades y las escuelas, también fue suya.
Las grandes «carreras» de la vida pública francesa, ejército, administración civil, enseñanza, justicia, conservan la
forma que les dio Napoleón.
Napoleón proporcionó estabilidad y prosperidad a todos, excepto al cuarto de millón de franceses que no volvieron de
sus guerras, e incluso a sus parientes les proporcionó gloria.
No puede sorprender, por tanto, la persistencia del bonapartismo como ideología de los franceses apolíticos,
especialmente de los campesinos más .ricos, después de la caída de Napoleón.
Napoleón sólo destruyó una cosa: la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad y de la majestuosa
ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión. Sin embargo, este era un mito más poderoso aún que el napoleónico,
ya que, después de la caída del emperador, sería ese mito, y no la memoria de aquél, el que inspiraría las revoluciones del
siglo XIX incluso en su propio país.
1) Antecedentes y Causas:
a) Importancia de las guerras napoleónicas.
b) Bandos enfrentados: Los Liberales contra las Monarquías Absoluta.
c) ¿Revolución Industrial o Imperio Ilustrado?
d) Causas económicas de la Guerra.
Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya entre sistemas sociales, fueron continuos.
Casi todos los intelectuales del momento –poetas, músicos, filósofos- apoyaron el movimiento, al menos antes y después del
terror y antes del Imperio napoleónico. El jacobinismo solo contó con apoyo en Inglaterra –a través de los escritos de Tomas
Paine, como Los derechos del hombre-; pero en el resto de lugares solo unos cuantos jóvenes ardorosos o iluministas utópicos
apoyaron esta rebelión.
En los lugares donde la nobleza era fuerte, el ideal jacobino impregnó a las clases medias, pero no se pudo llevar a
cabo acciones contra la fuerte nobleza, al contrario que en Irlanda, donde el malestar del país, más las ideas masónicas de
los United Irishmen empujaron a la gente. No porque les gustaran los franceses, sino para buscar aliados contra los ingleses.
A pesar de ello, la evidente debilidad del jacobinismo inglés se manifestó por el hecho de que la flota amotinada en
Spithead en un momento crucial de la guerra (1797) pidió que se le permitiese zarpar contra los franceses tan pronto como
sus peticiones económicas fueron satisfechas.
En las Provincias Unidas los <<patriotas», buscando una alianza con Francia, eran lo bastante fuertes para pensar en
una revolución, aun cuando dudaran de que pudiera triunfar sin ayuda exterior. Representaban a la clase media más modesta
y estaban aliados con otras contra la oligarquía dominante de los grandes mercaderes patricios. En Suiza, el elemento
izquierdista en ciertos cantones protestantes siempre había sido fuerte y la influencia de Francia, poderosa. Allí también la
conquista francesa completó más que creó las fuerzas revolucionarias locales.
En Alemania occidental y en Italia, la cosa fue diferente. La invasión francesa fue bien recibida por los jacobinos
alemanes, sobre todo en Maguncia y en el suroeste, pero no se puede decir que éstos llegarían a causar graves
preocupaciones a los gobiernos. Los franceses incluso fracasaron en su proyecto de establecer una República renana satélite.
En Italia, la preponderancia del iluminismo y masonería hizo inmensamente popular la revolución entre las gentes
cultas, pero el jacobinismo local sólo tuvo verdadera fuerza en el reino de Nápoles,
Por todo ello, en términos generales se puede decir que el valor militar del filo jacobinismo extranjero fue más que
nada el de un auxiliar para la conquista francesa, y una fuente de administradores, políticamente seguros, para los territorios
conquistados. Pero, en realidad, la tendencia era convertir a las zonas con fuerza jacobina local, en repúblicas satélites que,
más tarde, cuando conviniera, se anexionarían a Francia.
Bélgica fue anexionada en 1795; Holanda se convirtió en la República bátava en el mismo año, y más adelante en un
reino para la familia Bonaparte. La orilla izquierda del Rin también fue anexionada y bajo Napoleón, convertida en estados
satélites.
El jacobinismo extranjero tuvo alguna importancia militar, y los extranjeros residentes en Francia tuvieron una parte importante
en la formación de la estrategia republicana, de manera especial el grupo Saliceti,
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(Antoine Christophe Saliceti (bautizado como Antonio Cristoforo Saliceti, Saliceto, Córcega, 26 de
agosto de 1757 - Nápoles, 23 de diciembre de 1809) fue un político y diplomático francés. Nació en una familia de Piacenza.
Después de estudiar derecho en la Toscana se convirtió en un abogado en la parte superior del Consejo de Bastia, y fue
elegido diputado del Tercer Estado para los Estados Generales de Francia de 1789. Como diputado de la Convención, Saliceti
votó a favor de la muerte de Luis XVI. Fue enviado a Córcega para oponerse a las intrigas antirrevolucionarias. El éxito de sus
adversarios le obligó a retirarse a la Provenza, donde tomó parte en la represión de las revueltas en Marsella y Toulon. En
esta misión se reunió y ayudó a Napoleón Bonaparte. Debido a su amistad con Robespierre, Saliceti fue denunciado en la
revolución, de 9 de Termidor, y se salvó sólo por la amnistía del año IV.
Posteriormente, organizó el ejército de Italia y los dos departamentos en Córcega, que había sido dividida. Fue diputado al
Consejo de los Quinientos, y aceptado en diversas oficinas del Consulado y el Imperio. Siguió a José Bonaparte a Nápoles,
donde había sido designado rey. Tras la caída del imperio, murió en Nápoles, posiblemente envenenado).
el cual influyó bastante en la ascensión del italiano Napoleón Bonaparte dentro del ejército francés y en su ulterior fortuna en
Italia.
Pero si Francia contaba con la ayuda de las fuerzas revolucionarias en el extranjero, también los anti franceses. En
los espontáneos movimientos de resistencia popular contra las conquistas francesas, no se puede negar su composición
social-revolucionaria.
Es significativo que la táctica militar identificada en nuestro siglo con la guerra revolucionaria -la guerrilla o los
partisanos- fuera utilizada casi exclusivamente en el lado anti francés entre 1792 y 1815. En la propia Francia, la Vendée y los
chuanes realistas de la Bretaña hicieron una guerra de guerrillas entre 1793 y 1802, con interrupciones. Fuera de Francia, los
bandidos de la Italia meridional, en 1798-1799, fueron quizá los precursores de la acción de las guerrillas populares anti
francesa.
En España, el pueblo tuvo en jaque a los franceses cuando los ejércitos habían fracasado; en Alemania, los ejércitos
ortodoxos fueron quienes los derrotaron en una forma completamente ortodoxa.
Hablando socialmente, pues, no es demasiado exagerado considerar esta guerra como sostenida por Francia y sus
territorios fronterizos contra el resto de Europa.
Aquí, el conflicto fundamental era el que mediaba entre Francia y Gran Bretaña, que había dominado las relaciones
internacionales europeas durante gran parte de un siglo.
Desde el punto de vista británico ese conflicto era casi exclusivamente económico. Los ingleses deseaban eliminar a
su principal competidor a fin de conseguir el total predominio de su comercio en los mercados europeos, el absoluto control
de los mercados coloniales y ultramarinos, que a su vez suponía el dominio pleno de los mares.
Es decir, Gran Bretaña se conformaba con un equilibrio continental en el que cualquier rival en potencia estuviera
mantenido a raya por los demás países. En el exterior, esto suponía la completa destrucción de los otros imperios coloniales
y considerables anexiones al suyo.
Esta política era suficiente en sí para proporcionar a los franceses algunos aliados potenciales ya que todos los
estados marinos, comerciales o coloniales la veían con desconfianza u hostilidad. De hecho la postura normal de esos estados
era la de la neutralidad, ya que los beneficios del libre comercio en tiempos de guerra son considerables. La hostilidad francesa
hacia Gran Bretaña era algo más complejo. Exigía que la victoria sea total animados por el espíritu de la Revolución. La victoria
sobre los ingleses exigía la destrucción del comercio británico del cual creía que Gran Bretaña dependía y era con razón.
Las demás potencias anti francesas estaban empeñadas en una lucha menos encarnizada.
Todas esperaban derrocar a la Revolución francesa, aunque no a expensas de sus propias ambiciones políticas,
después el período 1792 – 1795 se vio claramente que ello no era tan fácil.
Austria era anti francesa. Rusia también lo era y Prusia estaba indecisa. Los demás países eran anti franceses máxime
de esa Francia victoriosa que permanentemente redistribuía los territorios europeos. Los más seguros aliados de Francia eran
los pequeños príncipes alemanes, cuyo interés ancestral era casi siempre de acuerdo con Francia, debilitar el poder del
emperador (ahora el de Austria) sobre los principados, que sufrían las consecuencias del crecimiento de la potencia prusiana.
Sajonia sería el último y más leal aliado de Napoleón, hecho explicable en gran parte por sus intereses económicos,
pues un centro industrial muy adelantado, obtenía grandes beneficios del «sistema continental» napoleónico.
A pesar de ello, la historia de las guerras es una serie de ininterrumpidas de victorias de Francia. Solo hubo un breve
periodo antes del final en la que los ejércitos franceses se vieron obligados a ponerse a la defensiva: en 1799, cuando la
Segunda Coalición movilizó al formidable ejército ruso mandado por Suvorov para sus primeras operaciones en la Europa
occidental. Pero, a efectos prácticos la lista de campañas y batallas en tierra entre 1794 y 1812 sólo comprende virtualmente
triunfos franceses.
Francia, la revolución transformó las normas bélicas haciéndolas inconmensurablemente superiores a las de los
ejércitos del antiguo régimen. Técnicamente, los antiguos ejércitos estaban mejor instruidos y disciplinados, por lo que en
donde esas cualidades eran decisivas, como en la guerra naval, los franceses fueron netamente inferiores. Eran buenos
corsarios capaces de actuar por sorpresa, pero ello no podía compensar la escasez de marineros bien entrenados y, sobre
todo, de oficiales expertos, diezmados por la revolución por pertenecer casi en su mayor parte a familias realistas normandas
y bretonas, y difíciles de sustituir de improviso.
Pero en donde lo que contaba era la organización improvisada, la movilidad, la flexibilidad y sobre todo el ímpetu
ofensivo y la moral, Ios franceses no tenían rival. Esta ventaja no dependía del genio militar de un hombre, pues las hazañas
bélicas de los franceses antes de que Napoleón tomara el mando eran numerosas y las cualidades de los generales franceses
distaban mucho de ser excepcionales, esto por el rejuvenecimiento de los mandos dentro y fuera de Francia, la corta edad de
sus Generales, entre 27 y 37 años de edad. Napoleón, Murat, Ney entre otros.
2) Acciones de Guerra:
a) Principales etapas de la contienda.
b) Acciones principales de combate. Inglaterra por mar y Francia por tierra.
c) Derrota de Napoleón. Los 100 días.
La relativa monotonía de los éxitos franceses hace innecesario hablar con detalle de las operaciones militares de la guerra
terrestre.
En 1793-1794 las tropas francesas salvaron la revolución.
En 1794-1795 ocuparon los Países Bajos, Renania y zonas de España, Suiza, Saboya y Liguria.
En 1796, la famosa campaña de Italia de Napoleón les dio toda Italia y rompió la Primera Coalición contra Francia.
La expedición de Napoleón a Malta, Egipto y Siria (1797 -1799) fue aislada de su base por el poderío naval de los
ingleses, en su ausencia, la Segunda Coalición expulsó a los franceses de Italia y los rechazó hacia Alemania.
La derrota de los ejércitos aliados en Suiza (batalla Zurich en 1799) salvó a Francia de la invasión, y pronto,
después de la vuelta de Napoleón y su toma de poder, los franceses pasaron otra vez a la ofensiva.
En 1801 habían impuesto la paz a los aliados continentales, y en 1802 incluso a los ingleses.
Desde entonces, la supremacía francesa en las regiones conquistadas o controladas en 1794-1798 fue indiscutible.
Un renovado intento de lanzar la guerra contra Francia, en 1805-1807, sirvió para llevar la influencia francesa hasta las
fronteras de Rusia.
Austria fue derrotada en 1805 en la batalla de Austerlitz (en Moravia) y hubo de firmar una paz impuesta.
Prusia, que entró por separado y más tarde en la contienda, fue destrozada a su vez en las batallas de Jena
y Auerstadt, en 1806, y desmembrada.
Rusia, aunque derrotada en Austerlitz, machacada en Eylau (1807) y vuelta a batir en Friedland (1807),
permaneció intacta como potencia militar
El tratado de Tilsit (1807) la trató con justificado respeto, pero estableció la hegemonía francesa sobre el resto del
continente, con la excepción de Escandinavia y los Balcanes turcos.
En 1808 la rebelión de los Españoles contra Napoleón, cuando este quiso imponer como Rey a su hermano José
Bonaparte. Esto abrió un campo de operaciones a los ingleses quienes se retiraron entre 1809 y 1810 de la península.
Por el contrario, en el mar, los franceses fueron ampliamente derrotados en aquella época.
Después de la batalla de Trafalgar (1805) desapareció cualquier posibilidad, no sólo de invadir Gran Bretaña a través
del Canal sino de mantener contactos ultramarinos. Las posibilidades de imponer un bloqueo llevo a la ruptura con Rusia y a
declararle la guerra. Esta situación llevo al fracaso del ejército de Napoleón acostumbrado a las batallas rápidas en donde su
supremacía lo hacía invencible en lugares que le permitía vivir en el terreno desde el aprovisionamiento de la tropa, pero en
los vastos y empobrecidos sitios de Polonia y Rusia la situación le fue desfavorable. Napoleón fue derrotado no tanto por el
invierno ruso como por su fracaso en el adecuado abastecimiento de la Grande Armée.
La retirada de Moscú destrozó al ejército. De los 610.000 hombres que lo formaban al cruzar la frontera rusa, sólo
volvieron a cruzarla unos 1 00.000.
En tan críticas circunstancias, la coalición final contra los franceses se formó no sólo con sus antiguos enemigos y
víctimas, sino con todos los impacientes por unirse al carro del que ahora se veía con claridad que iba a ser el vencedor: sólo
el rey de Sajonia aplazó su adhesión para más tarde. En una nueva y feroz batalla, el ejército francés fue derrotado en Leipzig
(1813), y los aliados avanzaron inexorablemente por tierras de Francia, a pesar de las deslumbrantes maniobras de Napoleón,
mientras los ingleses las invadían desde la península.
París fue ocupado y el emperador abdicó el 6 de abril de 1 814. Intentó restaurar su poder en 1815, pero la batalla
de Waterloo, en junio de aquel año, acabó con él para siempre.
Eje Temático N° 5: LA PAZ. LA EUROPA DE LOS CONGRESOS Y LA RESTAURACION MONARQUICA 1815 – 1848.
(Libro: La Era de la Revolución. Capítulo V: La Paz)
Entre la derrota de Napoleón y la guerra de Crimea 1854 -1856, no hubo guerra general en Europa. Además entre
1815 y 1914 no hubo guerra en donde se encuentren envueltas más de dos potencias. En un sentido está justificada la fama.
El reajuste de Europa después de las guerras napoleónicas no era más justo y más moral que cualquier otro.
No se intentó explotar la victoria total sobre los franceses, para no incitarles a un recrudecimiento del jacobinismo. Las
fronteras del país derrotado se dejaron un poco mejor de lo que estaban en 1789, las reparaciones de guerra fueron razonables
la ocupación por las tropas extranjeras fue corta y ya en Francia 1818 fue readmitida como miembro con plenitud de derechos
en el concierto de Europa.
Los Borbones fueron restaurados, pero se entendía que tendrían que hacer concesiones al peligroso espíritu de sus
súbditos. Se aceptaron los cambios más importantes de la revolución y se les otorgó su ardoroso anhelo, una Constitución,
aunque desde luego en una forma moderadísima, con el título de «libremente concedida» por el nuevo monarca absoluto,
Luis XVIII.
2) Las modificaciones del mapa europeo. Análisis.
El mapa de Europa se rehízo sin tener en cuenta las aspiraciones de los pueblos o los derechos de los numerosos
príncipes despojados en una u otra época por los franceses, sino atendiendo ante todo al equilibrio de las cinco grandes
potencias surgidas de las guerras: Rusia, Gran Bretaña. Francia. Austria y Prusia.
Inglaterra no tenía aspiraciones en el continente pero si marítimas como el dominio del mar Báltico y sus territorios de
dominio como Sicilia, las Islas Jónicas, etc. También la unión de Holanda y Bélgica, antiguos países bajos, que tomaban el
control de la desembocadura del Rin. Fuera de Europa la ambición de Inglaterra era el dominio de los mares. En Europa solo
le interesaba que ninguna potencia sea lo demasiado fuerte.
Rusia la decisiva potencia militar terrestre, satisfizo sus limitadas ambiciones territoriales con la adquisición de
Finlandia a expensas de Suecia, la de Besarabia a expensas de Turquía y de la mayor parte de Polonia a la que se concedió
un grado de autonomía bajo la facción local que siempre había favorecido la alianza con Rusia. Esta autonomía quedo abolida
después del levantamiento de 1830 – 1831. Es resto de Polonia se repartió entre Prusia y Austria, a excepción de la ciudad
de Cracovia que no sobrevira al alzamiento de 1846. Rusia se conformaba con mantener una hegemonía al Este de Francia
con tal de evitar una Revolución. El Zar Alejandro patrocino una Santa Alianza de la cual se adhiere Austria y Rusia no así
Inglaterra.
Desde el punto de vista británico, la hegemonía rusa no causaba tal preocupación, era una realidad militar del
momento. Respecto a Francia se le reconocía como potencia de hecho, pero esta situación no iba más allá de un poder militar
que la hiciera reconocer de derecho.
Austria y Prusia eran reconocidas verdaderas potencia solo de cortesía. Actuaban como estabilizadoras. Austria
recupero algunas provincias del norte de Italia. Actuaba como la policía para mantener esa estabilidad que no le permitiría su
desintegración. Prusia era el país fuerte que Inglaterra necesitaba en Alemania occidental. El conflicto entre Inglaterra y Rusia
por las tierras de Polonia en manos de Rusia, luego de amplias negociaciones con amenazas de guerra, Rusia los recupero
a cambio de la recuperación de Sajonia que la beneficiaba a Prusia económicamente.
La Confederación europea tenía la misión de controlar a los países más pequeños que tendían a gravitar en favor de
Francia. Las naciones sabían bien que era imposible mantener la paz teniendo en cuenta la potencialidad que cada una tenía.
Para ello optaron en enfrentar los problemas en bien aparecían mediante periódicos Congresos.
Los ingleses se daban por contentos con ocupar los puntos cruciales para el dominio naval del mundo y para sus
intereses comerciales mundiales, tales como el extremo meridional de África (arrebatado a los holandeses durante las guerras
napoleónicas), Ceilán, Singapur (fundada en aquel período) y Hong Kong.
Las exigencias de la lucha contra la trata de esclavos, que satisfacía a la vez la opinión humanitaria en el interior y
los intereses estratégicos de la flota británica, la cual la utilizaba para reforzar su monopolio global, les llevó a establecer
puntos de apoyo a lo largo de las costas africana.
Los ingleses pensaban en mundo abierto al comercio británico y protegido por las escuadras británicas era mucho
más rentable que la explotación de sus colonias, por supuesto con la excepción de la India que significaba un gran mercado
de consumo y la llave al lejano oriente, en el tráfico de drogas y toda otra actividad que los hombres europeos desearan
realizar. China se abriría en este camino en la guerra del opio en 1839 -1842.
Los Estados Unidos adquirieron por entonces todo el oeste y el sur de la frontera del Oregón, por insurrecciones y
guerra contra los desamparados mexicanos. A su vez, Francia tenía que limitar sus ambiciones expansionistas a Argelia, que
invadió con una excusa inventada en 1830 y consiguió conquistar en los diecisiete años siguientes. En 1847 había
quebrantado totalmente la resistencia argelina.
Párrafo aparte merece un acuerdo internacional de gran trascendencia conseguido en aquel período: la abolición del
comercio internacional de esclavos. Las razones que lo inspiraron fueron a la vez humanitarias y económicas: la esclavitud
era horrorosa y al mismo tiempo ineficaz. Además desde el punto de vista de los ingleses, que eran los principales paladines
de aquel admirable movimiento, entre las potencias, la economía de 1815-1848 ya no descansaba, como la del siglo XVIII,
sobre la venta de hombres y de azúcar, sino sobre la del algodón. La verdadera abolición de la esclavitud se produjo
lentamente excepto de los lugares en donde la Revolución Francesa había barrido. Los ingleses la abolieron de sus colonias.
Los franceses la abolieron oficialmente en 1848.
Rara vez la incapacidad de los gobiernos para detener el curso de la historia se ha demostrado de modo más
terminante que en los de la generación posterior a 1815. Evitar una segunda Revolución francesa, o la catástrofe todavía peor
de una revolución europea general según el modelo de la francesa.
Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre 1815 Y 1840.
La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles, entre 1820 y 1821. Reavivó
los ánimos de independencia sudamericana. Bolívar, San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina.
Iturbe hizo lo propio con México y Brasil se separó sin más problemas de Portugal. Las grandes potencias las reconocieron
rápidamente, pero Inglaterra, además, concertando tratados económicos.
La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia sufrieron alzamientos. Bélgica se
independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida, pero en Italia y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo
triunfó en Suiza, España y Portugal padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de Irlanda:
el catolicismo había sido legalizado. Esto derivó en la definitiva derrota de la aristocracia para dar paso a una clase dirigente
de “gran burguesía” con instituciones liberales bajo una monarquía constitucional al estilo de 1791, pero con privilegios más
restringidos.
El EE.UU. de Jackson fue más allá: extendió el voto a los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades
La tercera y la mayor de las olas de las revoluciones sucedieron en 1848. Casi simultáneamente estallo y triunfo en F
rancia, en casi toda Italia, en los estados alemanes, en gran parte del Imperio de los Habsburgo y en Suiza (1847). En forma
menos aguda, el desasosiego afectó también a España, Dinamarca y Rumania y de forma esporádica a Irlanda, Grecia e
Inglaterra. La “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca
que nunca. Estalló y triunfo en casi toda Europa.
Los modelos políticos creados por la revolución de 1789 sirvieron para dar un objetivo específico al descontento, para
convertir el desasosiego en revolución y, sobre todo para unir a toda Europa en un solo movimiento o quizá fuera mejor
llamarlo corriente- subversivo.
Hubo varios modelos, aunque todos procedían de la experiencia francesa entre 1789 y 1797. Correspondían a las
tres tendencias principales de la oposición pos-1815:
Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791. La monarquía sería
parlamentaria y sus electores restringidos por su capacidad económica, como lo establecía la Constitución de
1791.
Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793, jacobina, cuyo ideal es
una república democrática hacia el “estado de bienestar”. Con cierta animosidad contra los ricos como en la
Constitución jacobina de 1793.
Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones postermidorianas, entre las que cabe
destacar la protagonizada por Babeuf en 1796, “La Conspiración de los Iguales”, ese significativo alzamiento
de los extremistas jacobinos y los primitivos comunistas que marca el nacimiento de la tradición comunista
moderna en política. El comunismo fue el hijo del «sansculottismo» y el ala izquierda del robespíerrismo y
heredero del fuerte odio de sus mayores a las clases medías y a los ricos. Políticamente el modelo
revolucionario «babuvista» estaba en la línea de Robespierre y Saint-Just.
Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la aristocracia… o dicho de otro
modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra ellos por distintas vías, como hemos visto.
A pesar de estar ahora divididos por las diferencias de condiciones locales, por la nacionalidad y por las clases, los
movimientos revolucionarios de 1830 -1848 conservan muchas cosas en común.
Seguían siendo organizadores de conspiradores de clase media, intelectuales y exiliados.
Conservaban un patrón común de ideas políticas, estratégicas y tácticas, heredadas de la experiencia de la Revolución
de 1789 y un fuerte sentido de unidad internacional.
Las organizaciones ilegales son naturalmente reducidas que las legales y su composición social distan mucho de ser
representativa.
Las organizaciones blanquistas entre 1830 y 1848 se decía que estaban constituidas casi exclusivamente por hombres
de la clase baja.
La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los Justos y en la Liga Comunista de
Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros alemanes expatriados, era una de esas sociedades ilegales. El credo
general que se extendía era el que rezaba que los aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y que el gobierno
debía ser elegido por el pueblo y responsable ante él. Veían la instalación de la república demo burguesa como un preliminar
indispensable para el ulterior avance del socialismo.
En resumen, puede decirse que la extrema izquierda política estaba decididamente a favor del principio (jacobino) de
centralización y de un fuerte poder ejecutivo, frente a los principios (girondinos) de federalismo, descentralización y división
de poderes.
En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una sociedad internacional masónico-
carbonaria.
En cambio, entre los social-revolucionarios que cada vez aceptaban más la orientación proletaria, ese
internacionalismo ganaba fuerza. La Internacional como organización y como himno, iba a ser parte integrante de los
posteriores movimientos socialistas del siglo. Respecto al exilio de los militantes de izquierdas, Francia y Suiza acogieron a
gran parte de ellos. No es extraño que la Internacional tuviera su génesis en la ciudad de “la gran revolución”
Dos grandes obstáculos aparecían en el camino de la reforma, y ambos requerían una acción combinada política y
económica: los terratenientes pre-capitalistas y el campesinado tradicional. Los más radicales fueron los norteamericanos y
los ingleses que eliminaron a ambos.
Los ingleses transformaron las tierras cultivables de las cuales unos 4.000 eran propietarios. Los norteamericanos
hicieron propietarios a los granjeros comerciales.
La clásica solución prusiana fue la menos revolucionaria. Consistió en convertir a los terratenientes feudales en
granjeros capitalistas y a los siervos en labradores asalariado.
La otra solución sistemática del problema agrario en un sentido capitalista fue la danesa, que también creó un gran
cuerpo de granjeros comerciales medios y pequeños.
Norteamérica gozó de la mejor situación previa: el aumento de tierras libres virtualmente ilimitado y también de la falta
de todo antecedente de relaciones feudales o de tradicional colectivismo campesino; solo los pieles rojas dificultaban esta
tarea.
Como hemos visto su primer objetivo era hacer de la tierra una mercancía. Había que abolir los mayorazgos y demás
prohibiciones de venta o dispersión que afectaban a las grandes propiedades de la nobleza y someter a los terratenientes al
saludable castigo de la bancarrota por incompetencia económica, lo que permitiría otros compradores más competentes a
apoderarse de ella.
En los países católicos y musulmanes, el objetivo era arrancar las tierras eclesiásticas, abrirlas al mercado y a la
explotación nacional.
Había que crear una fuerza laboral libre en cuanto al campesino, pues el jornalero libre estaba abierto al incentivo de
mayores ganancias porque dejaba de ser un labrador forzado (siervo, peón, esclavo)
2) La situación del campo en Francia, Paises Bajos, Suiza, Alemania y Europa Latina. Resultados de las
Reformas.
En Francia, como ya hemos visto, la abolición del feudalismo fue obra de la revolución. La presión de los campesinos
y el jacobinismo impulsaron la reforma agraria hasta más allá del punto en el que los paladines del desarrollo capitalista
hubieran deseado que se detuviera
Por eso Francia, en conjunto, no llegó a ser ni un país de terratenientes y cultivadores ni de granjeros comerciales,
sino sobre todo de varios tipos de propietarios, que serían el principal sostén de todos los subsiguientes regímenes políticos
que no les amenazasen con quitarles las tierras.
En la mayor parte de la Europa latina, los Países Bajos, Suiza y Alemania Occidental, la abolición del feudalismo fue
obra de los ejércitos franceses de ocupación decididos a proclamar inmediatamente en nombre de la nación francesa, la
volición de los diezmos, el feudalismo y los derechos señoriales.
Aquellos tres factores, influencia de la Revolución francesa, argumento económico racional de los trabajadores libres
y codicia de la nobleza, determinaron la emancipación de los campesinos de Prusia entre 1 807 y 1816.
En general, cada posterior avance del liberalismo impulsaba a la revolución legal a dar un paso más para pasar de la
teoría a la práctica y cada restauración de los antiguos regímenes lo aplazaba, sobre todo en los países católicos, en donde
la secularización y venta de las tierras de la Iglesia era una de las más apremiantes exigencias liberales. Las tierras de la
iglesia fueron una excepción: tenían muy pocos defensores y demasiados lobos rondándolas. Burgueses y nobles las
adquirieron para sí. Ahora bien, la venta de las mismas no formó una clase media burguesa y emprendedora.
La influencia de la Revolución francesa, sumando al argumento económico racional de los trabajadores libres y la
codicia de la nobleza determinó la emancipación de muchos campesinos a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.
La introducción del liberalismo en la tierra era como una especie de bombardeo silencioso que conmovía la estructura
social en la que siempre habían vivido y no dejaba en su sitio más que a los ricos: una soledad llamada libertad.
Nada más natural, pues, que el campesino pobre o toda la población rural resistieron como podían, y nada más natural
que esa resistencia se hiciera en nombre del viejo y tradicional ideal de una sociedad justa y estable, es decir, en nombre de
la Iglesia y del rey legítimo.
En 1810 los campesinos mexicanos iban guiados por la Virgen de Guadalupe.
El hecho de que los campesinados europeos no se alzaran con los jacobinos o liberales, es decir, con los abogados,
los tenderos, los administradores de fincas, los empleados modestos, etc.- sentenció al fracaso la revolución de 1848 en
aquellos países en los que la Revolución francesa no les había dado la tierra y en donde, poseyéndola su miedo conservador
a perderlo todo o su conformidad los mantuvo inactivos.
En donde los campesinos tenían tierras y libertad, como en el Tirol, en Navarra o Suiza su tradicionalismo era una
defensa de su relativa libertad contra las intrusiones del liberalismo. Donde carecían de tierras o libertad eran más
revolucionarios.
Este sólido cimiento de inquietud social revolucionaria era el que hacía tan inseguro aliado de la reacción a los
movimientos campesinos en las zonas de servidumbre y vastas fincas, o en las zonas de propiedad excesivamente pequeña
y subdividida.
Todo lo que necesitaban para pasar de un revolucionarismo legitimista a una verdadera ala izquierda era adquirir la
certidumbre de que el rey y la Iglesia se habían puesto al lado de los ricos locales y que un movimiento revolucionario de
hombres como ellos mismos les hablara con sus - mismas palabras.
El marxismo y el bakuninismo iban a ser más efectivos.
El paso de la rebelión campesina desde el ala derecha a la izquierda se comenzara a sentir después de 1848.
En Argelia, el conquistador francés cayó sobre una sociedad característicamente medieval con un sistema firmemente
establecido y bastante floreciente de escuelas religiosas, se ha dicho que los soldados campesinos franceses eran mucho
menos cultos que el pueblo que conquistaban, financiadas por numerosas fundaciones piadosas.
Las escuelas, consideradas simplemente como semilleros de superstición, fueron cerradas; las tierras religiosas que
las sostenían, vendidas por los europeos, que no comprendían ni su finalidad ni su inalterabilidad legal; y los maestros,
normalmente miembros de las poderosas cofradías religiosas, emigraron a las zonas no conquistadas para fortalecer las
fuerzas de la rebeldía mandadas por Abd-el-Kader. Empezó la sistemática conversión de la tierra en propiedad privada
enajenable, aunque sus efectos no se harían sentir hasta mucho después.
5) La situación internacional después de la revolución agraria: la India, Irlanda y el caos económico.
El impacto del liberalismo sobre la vida agraria de la India fue, en primer lugar, una consecuencia de la búsqueda por
los gobernantes británicos de un método conveniente y efectivo de tributación rural.
Fue su combinación de codicia e individualismo legal lo que produjo la catástrofe. La propiedad de la tierra en la India
pre británica era tan compleja como suele serlo en sociedades tradicionales. La tierra pertenecía a las colectividades
autóctonas, tribus, clanes, aldeas y el gobierno percibía una parte proporcional de sus productos.
Aunque la tierra era en cierto sentido enajenable, se podían encontrar arrendamiento y /o alquileres pero no había
terratenientes, ni arrendatarios ni tierras de propiedad individual. Esto era una situación enojosa para los gobernantes y
administradores ingleses que estaban acostumbrados al orden rural.
Surge el “Zemindar” que era una especie de comisionista a través del cual debía organizarse la recaudación del tributo
sobre la tierra.
Posteriormente se dictó un segundo tipo de Sistema Fiscal, aquí los gobernantes ingleses intentaron hacer individual
la tributación de cada campesino, es decir uno por uno, esto era un liberalismo agrario en toda sus pieza.
Con el desarrollo de la Revolución Industrial en la Metrópoli, se usó a la India como colonia, como mercado y fuente
de ingreso pero nunca competidora.
La aplicación del Liberalismo Económico en la India no contribuyo se limitó a introducir una serie de parásitos y
explotadores de Aldeas, con concentración de propiedades, y un aumento de deudas y pobreza en los campesinos. El
gobierno de la India, fue incorruptible, con una buena organización administrativa y aplicación de las leyes, pero el cuanto al
aspecto económico fracasaron considerablemente por ser unos de los territorios más azotados por la hambruna mortífera.
La situación en Irlanda era más dramática. Una población de pequeños arrendatarios, económicamente atrasados e
inseguros, vivía de los productos de la tierra y pagaba el máximo de alquiler a un pequeño grupo de terratenientes extranjeros
y generalmente ausentes. El país había sido desindustrializado, por la política mercantilista de Inglaterra que lo trataba como
una colonia.
Se implementó el cultivo de la patata, y se produjo un aumento considerable de la población.
Así, durante el .siglo XVIII y principios del XIX, los habitantes del país vivían con unas 10 o 12 libras de patatas diarias
y al menos hasta 1820 – un poco de leche y de vez en cuando un arenque; la pobreza de la población irlandesa no tenía igual
en toda la Europa occidental.
Puesto que no había posibilidad de otro trabajo, por estar excluida la industrialización, el final de aquella evolución
podía predecirse matemáticamente. Tan pronto como la población creciera más allá del límite de producción de patatas, se
producirla una catástrofe.
La disminución de alimentos y las epidemias empezaron otra vez a diezmar a un pueblo en el que el descontento de
la masa agraria era perfectamente explicable. Las malas cosechas y las plagas de los años 1840 solo proporcionaron el
pelotón de ejecución a un pueblo ya condenado. Nadie sabe con exactitud las vidas humanas que costó la Gran Hambre
Irlandesa de 1847, sin duda la mayor catástrofe humana de la historia europea durante nuestro periodo. Cálculos aproximados
estiman que un millón de personas murió hambre o a consecuencia del hambre y otro millón emigró de la atormentada isla
entre 1846 y 1851.
El Liberalismo Económico proponía resolver el problema de los campesinos obligándoles a aceptar trabajo con
jornales bajísimos o a emigrar.
La ley de pobres, 1834, terminó por agudizar el problema. Su mísera situación no mejoraría hasta después de 1850.
Un estatuto de insólita dureza, les proporcionaba el miserable consuelo de las nuevas «casas de trabajo», donde
tenían que vivir separados de sus mujeres y sus hijos.
6) La Ética del trabajo. Como se logró imponer los nuevos métodos y prácticas laborales industriales.
La Ética del Trabajo, es una norma de vida con dos premisas:
La Primera Premisa: Nada es gratis. Doy algo para que me des; es preciso dar primero para recibir después.
La Segunda Premisa: Estima que está mal conformarse con lo que uno ya ha conseguido y quedarse con
menos en lugar de buscar más.
El trabajador es bueno, no hacerlo malo.
Hay una cruzada moral para imponer la ética de trabajo, el propósito era recrear dentro de la fábrica y bajo la disciplina
impuesta por los patronos, el compromiso pleno con el trabajo, la dedicación incondicional al mismo y el cumplimiento en el
mayor nivel posible con las tareas impuestas.
1) 1848: El desarrollo industrial en Inglaterra, Estados Unidos y Europa Central. Los índices del desarrollo, el
cambio geográfico, las comunicaciones y el comercio. La migración masiva.
Sólo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica y como consecuencia dominaba al
mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y una gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban
ya en el umbral de la Revolución industria.
El primer cambio fue el demográfico, había aumentado la población. Por ejemplo la población de Estados Unidos
aumento seis veces desde 1790 -1850. El Reino Unido casi se duplico, como la de Prusia y Rusia.
Este aumento demográfico se produjo por el gran desarrollo económico, lo cual mejoraba la vida de las personas
excepto Irlanda.
El segundo gran cambio fue el de las comunicaciones. En1848 los ferrocarriles estaban todavía en su infancia, aunque
ya tenían una considerable importancia práctica en Inglaterra, los Estados Unidos, Bélgica, Francia y Alemania, pero aun
antes de su introducción, el mejoramiento de las vías de comunicación antiguas era sorprendente. El imperio Austriaco, sin
contar Hungría, abrió unos 50.000 km de carreteras entre 1830 y 1847. Esto también en Bélgica y España gracias a la
ocupación francesa.
Estados Unidos incremento en ocho veces los caminos para las diligencias. Inglaterra creaba un sistema de canales
mientras Francia realizaba 2.000 millas entre 1800 y 1847. El total de tonelaje en la navegación de duplico entre 1800 y 1840,
utilizándose los barcos a vapor que ya unían a Inglaterra y Francia. Estados Unidos supero a Inglaterra al tener la mayor flota
mercante.
Los barcos no solo eran más veloces y seguros sino que aumentaron su capacidad de carga.
Sin duda, todas estas mejoras técnicas no fueron tan profundamente eficaces como los ferrocarriles aunque los
magníficos puentes tendidos sobre los ríos, las grandes vías navegables y los muelles los espléndidos vapores que se
deslizaban como cisnes por el agua, y las nuevas y elegantes diligencias fueron y siguen siendo algunos de los más hermosos
productos de la industria.
El hambre en este periodo se hizo menos amenazador, salvo en las épocas de malas cosechas, todo ello se debió a
las mejoras en las vías de comunicación, el manejo del gobierno y la administración.
El tercer gran cambio fue el gran aumento de comercio y migración. Entre 1816 -1850, unos cinco millones de
europeos abandonaron sus países. Entre 1780 y 1810 el comercio internacional de occidente se triplico.
Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran población de trabajadores y
artesanos, que servían a las necesidades de consumo, transporte y otros servicios generales. De las ciudades del mundo con
más cien mil habitantes, aparte de Lyon, sólo las inglesas y americanas tenían verederos centros industriales.
En realidad, Inglaterra es, hasta la fecha el único País cuya red ferroviaria se construyó totalmente por la iniciativa
privada, que corrió todos los riesgos y obtuvo todos los beneficios, sin el estímulo de bonificaciones ni garantías para los
inversionistas y empresarios.
Por razones parecidas las empresas continentales dependían mucho más que las inglesas de una moderna legislación
comercial y bancaria y de un aparato financiero.
La legislación napoleónica hacia sentado la libertad contractual, la utilización de letras de cambio, y el fortalecimiento
de las empresas. Las sociedades anónimas o comandatarias se ponían como ejemplo en Europa.
Los Negocios. Era la carrera más cerrada que abierta al talento, porque se necesitaba de un cierto capital inicial o de
un crédito para sumergirse en el mundo de los negocios. Por cada hombre que ascendía, se hundían muchos más.
La independencia económica requería condiciones técnicas, disposición mental o recursos financieros que no poseen
la mayor parte de los hombres y las mujeres.
3) universitarios, arte y milicia.
La Milicia. Esta carrera fue muy importante en los tiempos de la Revolución Francesa y el napoleónico, pues había
guerras por doquier, pero perdió mucho significado en el periodo que estudiamos debido a la paz.
Arte. Era nuevo en el sentido, en cuanto al razonamiento del público, había que tener una capacidad para divertir o
conmover a las masas. Por ejemplo: un concertista, un actor o bailarín.
Estudios Universitarios. En esta profesión el camino no estaba abierto a todos. Había que admitir el deseo de
mejorarse sin recursos iniciales resultaba casi imposible dar los pasos hacia el éxito. En cuanto a la sabiduría clerical, tenía
un puesto aceptable en la sociedad, pero había bajado la cifra de los que estudiaban esta profesión.
El hombre culto no cambiaba ni se separaba automáticamente de los demás como el egoísta mercader o empresario.
Con frecuencia, sobre todo si era profesor, ayudaba a sus semejantes a salir de la ignorancia y oscuridad que parecían
culpables de sus desventuras. El talento representaba la competencia individualista, la “carrera abierta al talento” y el triunfo
del mérito sobre el nacimiento y el parentesco. La ciencia y la competencia en los exámenes eran el ideal de la escuela de
pensadores; en otras palabras, estaba naciendo la meritocracia. En las sociedades donde se retrasaba el desarrollo
económico, el servicio público constituía por eso una buena oportunidad para la clase media en franca ascensión.
Para las numerosas familias, llegar a ser médico, abogado, o profesor era dificultoso, porque exigía largos años de
estudio.
Ningún grupo de la población acogió con mayor efusión la apertura de las carreras al talento de cualquier clase que
fuese, que aquellas minorías que en otros tiempos estuvieron al margen de ellas no sólo por su nacimiento, sino por sufrir una
discriminación oficial y colectiva.
La gran masa judía que habitaba en los crecientes guetos de la zona oriental del antiguo reino de Polonia y Lituania
continuaba viviendo su vida recatada y recelosa entre los campesinos hostiles. Pero en el oeste la cosa era distinta. Los
Rothschild, reyes del judaísmo internacional, no sólo fueron ricos. También los hubo entre los intelectuales: Karl Marx,
Benjamín Disraeli. La doble revolución proporcionó a los judíos lo más parecido a la igualdad que nunca habían gozado bajo
el cristianismo. Los que aprovecharon la oportunidad no podían desear nada mejor que ser “asimilados” por la nueva sociedad,
y sus simpatías estaban, por obvias razones, del lado liberal.
La situación de los judíos los hacía excepcionalmente aptos para ser asimilados por la sociedad burguesa.
Hacerse burgués. Era técnicamente difícil porque se requiere de un capital inicial, era desagradable porque era un
sistema individualista puramente utilitario de conducta social, la jungla anárquica de la sociedad burguesa “cada
hombre para sí y al último que se lo lleve el diablo”. El hombre pobre, en aquel tiempo, a pesar de sus necesidades
vivía tranquilo, de la caridad de la iglesia pero de pronto hasta esto parecía que se le iba a arrebatar, de ahí su
resistencia. Esta resistencia fue forzada por la oposición de los mismos burgueses. Claro está que también había
trabajadores que deseaban unirse a la clase media con austeridad y deseos de superación lo cual no está mal. Un
deseo de mejorarse a sí mismo.
Desmoralizarse: Claro que, por otra parte, había muchos más que, enfrentados con una catástrofe social que no
entendían, empobrecidos, explotados, hacinados en los suburbios en donde se mezclaban el frío y la inmundicia, o
en los extensos complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se hundían en la desmoralización. Privados
de las tradicionales instituciones y guias de conducta, muchos de ellos caían en la indigencia. Empeñaban hasta sus
mantas hasta el próximo cobro. El alcohol era una de las salidas y la prostitución. Todo esto llevo a la reaparición de
epidemias y enfermedades contagiosas. La clase alta no las padecía, pero si las bajas. Iban a florecer las sextas y
cultos religiosos. El desarrollo Urbano en nuestro período fue un gigantesco proceso de segregación de clases, que
empujaba a los nuevos trabajadores pobres a grandes concentraciones de miseria alejadas de los centros del
gobierno y los negocios, y de las nuevas zonas residenciales de la burguesía. Sólo a partir de 1 848, cuando las
nuevas epidemias desbordando los suburbios y empezaron a matar también a los ricos, y las desesperadas masas
que vivían en ellos asustaron a los poderosos, se emprendió una sistemática reconstrucción y mejora Urbana.
Rebelarse: El hombre estaba atravesando en estos tiempos, una de las más graves hambrunas que se haya visto, su
subsistencia dependía de la patata, era la única dieta que conocían. No poseía casi ropa para vestir ni dormir. El
movimiento obrero proporcionó una respuesta al grito del hombre pobre. No era el «pobre» el que se enfrentaba al
«rico». Una clase específica, la clase trabajadora, obreros o proletariado, se enfrentaba a otra, patronos o capitalistas.
La Revolución Francesa dio confianza a esa nueva clase. La Revolución Industrial le imprimió la necesidad de
movilizarse permanentemente. Una vida decorosa no podía conseguirse solamente con la protesta ocasional que
serviría para restaurar la estable balanza de la sociedad perturbada temporalmente. Se requería la vigilancia continua,
la organización y actividad del «movimiento»: sindicatos, sociedades mutuas y cooperativas, instituciones laborales,
periódicos, agitación.
2) La vida del proletariado en las ciudades y del hombre del campo pobre.
Después de la Revolución Francesa comienza a gestarse la conciencia de “clase trabajadora” y así aparece en
Inglaterra en los escritos laboristas después de Waterloo y en Francia solo es frecuente después de 1830. Entretanto, la
discusión intelectual en Inglaterra y Francia dio lugar al concepto y a la palabra «socialismo» en los años 1820.
En los primeros años de la década de 1830-1840 ya existían la conciencia de clase proletaria y las aspiraciones
sociales. Casi seguramente era débil y mucho menos efectiva que la conciencia de la clase media que más los patronos
adquirieron y pusieron de manifiesto por aquellos años. Pero hacía acto de presencia en el mundo.
La conciencia proletaria estaba combinada con y reforzada por la que muy bien puede llamarse la conciencia jacobina,
o sea, la serie de aspiraciones, experiencias, métodos y actitudes morales que la Revolución francesa (antes la Norteamérica)
infundió en los confiados pobres.
Deseaban respeto, reconocimiento e igualdad y podían pasar por delante de los ricos con la cabeza bien en alto. La
solidaridad entre los trabajadores y la huelga general era su mayor arma, incluso aquel que abandonaba la protesta era un
“judas”, un traidor. Una clase específica, la clase trabajadora, obreros o proletariado, se enfrentaba a otra, la del capitalista o
patrono.
3) El movimiento obrero: La conciencia proletaria y jacobina.
Las conciencias proletaria y jacobina se completaban. La experiencia de la clase trabajadora daba a al trabajador
pobre las mayores instituciones para su defensa de cada día:
La unión general.
La sociedad de ayuda mutua.
Las vastas «uniones generales», lejos de mostrarse fuertes que las sociedades locales y parciales, se mostraron más
débiles y menos manejables, lo cual se debía menos a las dificultades inherentes a la unión que la falta de disciplina,
organización y experiencia de sus jefes.
A su vez, la tradición jacobina sacó fuerzas y una continuidad y solidez precedentes de la cohesiva solidaridad y
lealtad características del nuevo sin proletariado. Los proletarios no se mantenían unidos por el mero hecho de ser pobres en
el mismo lugar, sino por el hecho de que trabajar juntos en gran número, colaborar en la tarea y apoyarse los unos en los
otros era toda su vida. La solidaridad inquebrantable era su única arma.
Por todo ello el movimiento obrero en aquel período no fue ni por su composición ni por su ideología y su programa
un movimiento estrictamente «proletario», es decir, de trabajadores industriales o jornaleros. Fue, más bien, un frente común
de todas las fuerzas y tendencias que representaban a los trabajadores pobres, principalmente a los urbanos.
Los primeros sindicatos (trade uníons) los formaron casi invariablemente impresores, sombrereros, sastres, etc.
El movimiento era una organización de autodefensa, de protesta, de revolución. Exigió una forma de vivir diferente,
colectiva, comunal, idealista, esencialmente en la lucha.
Esto les proporciono coherencia y objetivos.
Sin embargo, cuando volvemos la vista sobre aquel período, advertimos una gran y evidente discrepancia entre la
fuerza del trabajador pobre temido por los ricos y su real fuerza organizada, por no hablar de la del nuevo proletariado
industrial. Era más un “movimiento” que una organización. Si no fue posible el intento más ambicioso de sistematizar las
protestas, se debió a que los pobres de 1848 carecían de la sincronía y la madurez necesaria para ser capaz de hacer de una
rebelión algo más peligrosa para el orden social.
1) La Revolución Liberal de 1848 en Europa. Origen social de la clase revolucionaria. Rápida expansión y fracaso
general. Los trabajadores pobres y la burguesía en la revolución. Causas del fracaso.
A principios de 1848 el eminente pensador político francés Alexis de Tocqueville se levantó en la Cámara de Diputados
para expresar sentimientos que compartían la mayor parte de los europeos: «Estamos durmiendo sobre un volcán... ¿No se
dan ustedes cuenta de que la tierra tiembla de nuevo? Sopla un viento revolucionario, y la tempestad se ve ya en el horizonte»
mismo tiempo dos exiliados alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels, de treinta y dos y veintiocho años de edad,
respectivamente, se hallaban perfilando los principios de la revolución proletaria contra la que Tocqueville advertía a sus
colegas.
Unas semanas antes la Liga Comunista Alemana había instruido a aquellos dos hombres acerca del contenido del
borrador que finalmente se publicó de modo anónimo en Londres el 24 de febrero de 1848 con el título (en alemán) de
Manifiesto del Partido Comunista, y que «habría de publicarse en los idiomas inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y
danés».
Las esperanzas y temores de los profetas parecían estar a punto de convertirse en realidad.
La insurrección derrocó a la monarquía francesa, se proclamó la república y dio comienzo la revolución europea. Esta
se propagó como un incendio a través de fronteras, países e incluso océanos.
En Francia, centro natural y detonador de las revoluciones europeas la República se proclamó el 24 de febrero.
El 2 de marzo la revolución había llegado al suroeste de Alemania. El 6 de marzo a Baviera, el 11 de marzo a Berlín,
el 13 de marzo a Viena y casi inmediatamente a Hungría, el 18 de marzo a Milán y por tanto a Italia.
En cuestión de semanas, no se mantenía en pie ninguno de los gobiernos comprendidos en una zona de Europa
ocupada hoy por el todo o parte de diez estados.
La de 1848 fue la primera revolución potencialmente mundial cuya influencia directa puede delectarse en la
insurrección de Pernambuco (Brasil) y unos cuantos años después en la remota Colombia.
A los seis meses de su brote ya se predecía con seguridad su universal fracaso; a los dieciocho meses habían vuelto
al poder todos menos uno de los regímenes derrocados.
Lo que Europa dejó de hacer fue embarcarse en las sendas revolucionarias. Los únicos países ya industrializados
cuyo juego político ya estaba en movimiento siguiendo normas más bien distintas, Gran Bretaña y Bélgica.
La zona revolucionaria, compuesta esencialmente por Francia, la Confederación Alemana, el imperio austríaco que
se extendía hasta el sureste de Europa e Italia, era bastante heterogénea.
La mayoría de estas regiones se hallaban gobernadas por lo que podemos denominar ásperamente como monarcas
o príncipes absolutos, pero Francia se había convertido ya en reino constitucional y efectivamente burgués.
En Occidente pertenecían a la «clase media» banqueros autóctonos, comerciantes, empresarios capitalistas, aquellos
que practicaban las «profesiones liberales» y los funcionarios de rango superior.
En Oriente la clase urbana equivalente consistía sobre todo en grupos nacionales que nada tenían que ver con la
población autóctona, como, por ejemplo, alemanes y judíos.
La zona central desde Prusia en el norte hasta la Italia septentrional y central en el sur, que en cierto sentido constituía
el corazón del área revolucionaria.
Los alemanes se esforzaban por construir una «Alemania» ¿unitaria o federal?, los italianos trataban de convertir en
una Italia unida, aun contra la negativa de Austria.
Se reconoce que los radicales defendían una solución simple: una república democrática, unitaria y centralizada en
Alemania, Italia, Hungría o del país que fuera, formada de acuerdo con los probados principios de la Revolución francesa
sobre las ruinas de todos los reyes y príncipes, y que impondría su versión tricolor que, según el ejemplo francés, era el modelo
básico de la bandera nacional.
Las revoluciones de 1848 tuvieron mucho en común, ocurrieron casi simultáneamente, que sus destinos se hallaban
entrelazados y que todas ellas poseían un talante y estilo comunes. Cualquier historiador lo reconoce inmediatamente: las
barbas, las chalinas y los sombreros de ala ancha de los militantes, los tricolores, las ubicuas barricadas, el sentido inicial de
liberación, de inmensa esperanza y de confusión optimista. Era «la primavera de los pueblos», y como tal estación, no perduró.
Las características comunes. Durante los primeros meses fueron barridos o reducidos a la impotencia todos los
gobiernos de la zona revolucionaria. Virtualmente, todos se desplomaron o se retiraron sin oponer resistencia.
En Francia el primer signo de resurgimiento conservador fueron las elecciones de abril en la que el sufragio universal
envió a París una gran mayoría de conservadores votados por un campesinado que, más que reaccionario, era políticamente
inexperto, y al que la izquierda de mentalidad puramente urbana no sabía aún cómo atraer.
Entre el verano y el final del año los viejos regímenes recuperaron el poder en Alemania y Austria. Se hizo necesario
recurrir a la fuerza de las armas para reconquistar en octubre la cada vez más revolucionaria ciudad de Viena, al precio de
unas cuatro mil vidas. En el invierno sólo dos regiones seguían todavía en manos de la revolución algunas zonas de Italia y
Hungría.
No obstante, hubo un grande y único cambio irreversible: la abolición de la servidumbre en el imperio de los
Habsburgo.
Por tanto, quienes hicieron la revolución fueron incuestionablemente los trabajadores pobres. Era su hambre lo que
potenciaba las demostraciones que se convertían en revoluciones. Pero el miedo solo bastó para concentrar de forma
prodigiosa las mentes de los terratenientes.
(1823-1849) la dieta húngara votó la inmediata abolición de la servidumbre el 15 de marzo. Ocurría a veces que
algunos gobiernos conservadores sobornaban a los campesinos, especialmente cuando sus señores o los comerciantes y
prestamistas que los explotaban pertenecían a nacionalidades no tan «revolucionarias» como la polaca, la húngara o la
alemana.
No obstante, al igual que las clases medias europeas de la década de 1840 creyeron reconocer el carácter de sus
futuros problemas sociales. Por otro lado, la revolución de febrero no sólo la hizo «el proletariado», sino que la concibió como
consciente revolución social. Su objetivo no era simplemente cualquier república, sino la «república democrática y social».
Sus dirigentes eran socialistas y comunistas.
Desde el instante en que se levantaron las barricadas en París, todos los liberales moderados fueron conservadores
potenciales.
Frente a una unión de los viejos regímenes con fuerzas conservadoras y anteriormente moderadas: un «partido del
orden», como lo llamaban los franceses.
El año 1848 fracasó porque resultó que la confrontación decisiva no fue entre los viejos regímenes y las unidas
«fuerzas del progreso», sino entre el «orden» y la »revolución social».
La confrontación crucial no fue la de París en febrero, sino la de París en junio» cuando los trabajadores, manipulados
para que pareciera una insurrección aparte, fueron derrotados y asesinados en masa. Lucharon y murieron cruentamente.
Alrededor de 1.500 cayeron en las luchas callejeras.
La ferocidad del odio de los ricos hacia los pobres queda reflejado en el hecho de que después de la derrota fueron
asesinados unos 3.000 más.
La revolución italiana vivió con tiempo prestado. Irónicamente, entre los que la reprimieron se hallaban los ejércitos
de una Francia por entonces ya no revolucionaria, que reconquistó Roma a principios de junio.
No obstante, dentro de aproximadamente la actual Hungría, la revolución contó con el apoyo masivo del pueblo. Los
campesinos consideraron que no había sido el emperador quien les había dado la libertad, sino la revolucionaria dieta húngara.
Como hemos visto, de los principales grupos sociales implicados en la revolución, la burguesía, cuando había por
medio una amenaza a la propiedad, prefería el orden a la oportunidad de llevar a cabo todo su programa.
En términos económicos la reaccionaria década de 1850 iba a ser un período de liberalización sistemática. En 1848-
1849, pues, los liberales moderados hicieron dos importantes descubrimientos en la Europa occidental: que la revolución era
peligrosa y que algunas de sus demandas sustanciales (especialmente las económicas) podían satisfacerse sin ella. La
burguesía dejaba de ser una fuerza revolucionaria.
Los pobres de la clase obrera, carecían de organización, de madurez, de dirigentes y, posiblemente, sobre todo de
coyuntura histórica para proporcionar una alternativa política. Concentrados los obreros en masas hambrientas en los sitios
políticamente más sensibles, como, por ejemplo, las grandes ciudades y sobre todo la capital, sus fuerzas eran
desproporcionadamente efectivas.
Desde luego que no debemos subestimar el potencial de una fuerza social como el «proletariado» de 1848, a pesar
de su juventud e inmadurez y de que apenas tenía conciencia aún de clase.
1848 fue la primera revolución en la que los socialistas o, más probablemente, los comunistas —porque el socialismo
previo a 1848 fue un movimiento muy apolítico dedicado a la creación de utópicas cooperativas— se colocaron a la vanguardia
desde el principio. No sólo fue el año de Kossuth, A. Ledru-Rollin (1807-1874) y Mazzini, sino de Karl Marx (1818-1883).
Se hablaba muchísimo de la «clase obrera» e inclusive del «proletariado», pero en el curso de la revolución no se
mencionó para nada al «capitalismo».
Lo más que pudo lograrse fue una república burguesa que puso de manifiesto la verdadera naturaleza de la lucha
futura que existiría entre la burguesía y el proletariado, y uniría, a su vez, al resto de la clase media con los trabajadores.
Las revoluciones de 1848 surgieron y rompieron como grandes olas, y detrás suyo dejaron poco más que el mito y la
promesa. Hubieran haber sido» revoluciones burguesas, pero la burguesía se apartó de ellas. Pero la burguesía francesa
prefirió la estabilidad social en la patria a los premios y peligros de ser una vez más la grande nation.
Difícilmente podemos fechar el principio del gran esplendor mundial antes de 1850.
Nunca, por ejemplo, las exportaciones británicas habían aumentado con más celeridad que en los primeros siete años
de la década de 1850.
Los artículos de algodón británico incrementaron su índice de crecimiento por encima de las anteriores décadas. El
número de operarios del algodón que había aumentado alrededor de 100.000 entre 1819-1821 y 1844-1846, dobló dicha cifra
durante la década de 1850.
La exportación de hierro desde Bélgica se dobló de sobra entre 1851 y 1857.
En Prusia, durante el cuarto de siglo anterior a 1850 se fundaron sesenta y siete sociedades anónimas con un capital
total de 45 millones de táleros.
La combinación de capital barato con un rápido aumento de los precios logró que este esplendor económico fuera tan
satisfactorio para los negociantes ansiosos de beneficios. Los auges económicos eran inflacionarios.
A lo largo de este sorprendente período hubo un momento en que llegó al 50 por 100 la proporción de beneficios
sobre capital librado de la crédit mobilier, de París, la compañía financiera que simbolizaba en esta época la expansión
capitalista.
Los puestos de trabajo aumentaban a pasos agigantados, tanto en Europa como en ultramar, adonde emigraban los
hombres y mujeres en cantidades enormes.
No sabemos casi nada sobre el desempleo real. Entre 1853 y 1855 la importante subida en el precio de los cereales
ya no produjo disturbios de gente hambrienta.
Para los capitalistas, empero, la abundante mano de obra que ahora había en el mercado resultaba relativamente
barata.
2) Consecuencias políticas del desarrollo económico: Un respiro momentáneo para el statu quo.
Este período de calma llegó a su término con la depresión de 1857. Políticamente transformó la situación. Al poco
tiempo las antiguas cuestiones de la política liberal se hallaban de nuevo en el temario: las unificaciones nacionales italiana y
alemana, la reforma constitucional, las libertades civiles. En tanto que la expansión económica de 1851-1857 se había
producido en medio de un vacío político, prolongando la derrota y el agotamiento de 1848-1849. La década de 1860, este
período fue en el aspecto económico relativamente estable.
Los gigantescos y nuevos rituales de autocomplacencia, las grandes ferias internacionales, fueron los que iniciaron y
subrayaron la era de su victoria mundial. ¿Cuáles fueron las causas de este progreso? ¿Por qué se aceleró tan
espectacularmente la expansión económica en nuestro período?
Su capacidad de generar puestos de trabajo a un ritmo comparable o con salarios adecuados, la industrialización
capitalista creció espectacularmente, pero se mostró incapaz de ampliar el mercado para sus productos.
En primer lugar, y gracias a la presión de su propio capital acumulado rentable, la temprana economía industrial
descubrió lo que Marx denominó su «logro supremo»: el ferrocarril.
En segundo término, y en parte debido al ferrocarril, al buque de vapor y al telégrafo «que representaban finalmente
los medios de comunicación adecuados a los modernos medios de producción». La extensión geográfica de la economía
capitalista se pudo multiplicar a medida que aumentaba la intensidad de sus transacciones comerciales. Todo el mundo se
convirtió en parte de esta economía.
Esta circunstancia fue particularmente crucial para el desarrollo económico porque sirvió de base a aquel gigantesco
auge exportador —en capitales y hombres— que desempeñó tan importante papel en la expansión de Gran Bretaña, todavía
en aquel tiempo el mayor país capitalista. Salvo quizá en Estados Unidos, la economía de consumo masivo era aún cuestión
del futuro.
El capitalismo tenia ahora a su disposición a todo el mundo, y la expansión del comercio internacional y de la inversión
internacional mide el entusiasmo con el que se aprestó a conquistarlo.
Los grandes descubrimientos de oro en California, Australia y otros lugares después de 1848 multiplicaron los medios
de pago disponibles a la economía mundial. Al cabo de los siete años la provisión de oro mundial había aumentado entre seis
y siete veces.
Aún hoy sigue siendo motivo de apasionado debate la función que desempeñaron los lingotes de oro en la economía
mundial. Se pensó, puesto que ya se estaban extendiendo con facilidad y aumentando a ritmo considerable otros medios de
pago como, por ejemplo, los cheques —un nuevo y buen recurso—, las letras de cambio, etc. No obstante, la nueva provisión
de oro fue en tres aspectos razonablemente incontrovertible.
La inflación elevaba indudablemente los márgenes de beneficios estimulaba también los negocios. En segundo lugar,
la disponibilidad de lingotes de oro en grandes cantidades contribuyó a crear un sistema monetario estable y de confianza
basado en la libra esterlina.
En tercer lugar, los mismos aluviones de buscadores de oro abrieron nuevas regiones, sobre todo en las costas del
Pacífico, e intensificaron la actividad económica.
Los contemporáneos habrían subrayado la contribución de otro factor más: la liberación de la empresa privada
potenciaba el progreso de la industria.
La fórmula del crecimiento económico: el liberalismo económico.
El estricto control que los gobiernos ejercían sobre la minería —incluido el funcionamiento de las minas— quedó
virtualmente sin efecto, por ejemplo, en Prusia entre 1851 y 1865, de modo que, contando con el permiso gubernativo,
cualquier patrón podía ya defender su derecho a explotar cualquier mineral que encontrara, así como dirigir sus operaciones
según le apeteciera.
No obstante, en cierto sentido la tendencia más sorprendente fue el movimiento hacia la completa libertad comercial.
De todos es sabido que sólo Gran Bretaña (después de 1846) abandonó de forma total el proteccionismo, aunque mantuvo
las barreras arancelarias únicamente para efectos fiscales.
Aparte de la eliminación o reducción de las restricciones, etc., sobre las vías fluviales internacionales como, por
ejemplo, el Danubio (1857) y el estrecho entre Dinamarca y Suecia además de la simplificación del sistema monetario
internacional mediante la creación de zonas monetarias mayores (por ejemplo, la Unión Monetaria Latina de Francia, Bélgica,
Suiza e Italia, en 1865), una serie de «tratados de libre comercio».
Sólo Estados Unidos industria confiaba grandemente en un mercado interior protegido continuó siendo un baluarte
del proteccionismo.
La relación entre patronos y obreros. Gran Bretaña se cambió la ley del «amo y el siervo», y se estableció igualdad
de tratamiento para las violaciones de contrato entre ambas partes. Únicamente el mercado regiría la compraventa de mano
de obra, como gobernaba las demás cosas.
Es indudable que este vasto proceso de liberalización estimuló la empresa privada y que la liberalización del comercio
contribuyó a la expansión económica.
Copenhague empezó a desarrollarse con mayor celeridad como ciudad cuando se suprimió el «Peaje del estrecho»,
que retraía a los barcos de entrar en el Báltico (1857).
Europa estos cambios indicaron una profunda y asombrosa confianza en el liberalismo.
El entusiasmo por el libre comercio internacional es en primer lugar más sorprendente, salvo entre los británicos, para
quienes significaba en primer término que se les permitía vender libremente a bajo precio en todos los mercados del mundo,
y en segundo lugar, que ellos estimulaban a los países subdesarrollados para que les vendieran, a precios económicos y en
grandes cantidades, sus productos, sobre todo alimentos y materias primas, y de este modo podían ingresar el dinero con el
que comprar las manufacturas británicas.
El negociante que a principios de la década de 1870 echaba una ojeada a su alrededor podía, por tanto, mostrar
confianza, cuando no complacencia. El Nuevo Mundo abierto a la empresa capitalista seguiría creciendo, pero ya no sería
absolutamente nuevo.
Durante una generación continuaría la construcción de los ferrocarriles del mundo.
El potencial tecnológico de la primera revolución industrial, la revolución británica del algodón, el carbón, el hierro y
los motores de vapor, parecía ser vastísimo.
A los auges astronómicos les sucedían agudas depresiones de cada vez mayor amplitud mundial.
En 1860, después de la primera de estas depresiones mundiales la economía académica, en la persona del brillante
doctor francés Clement Juglar (1818-1905), reconoció y calculó la periodicidad de este «ciclo comercial* que hasta entonces
únicamente habían considerado los socialistas y otros grupos heterodoxos.
Los historiadores han puesto en duda la existencia de lo que se ha llamado la «Gran Depresión» de 1873 a 1896, y,
desde luego, no fue ni mucho menos tan dramática como la de 1929 a 1934, cuando la economía del mundo capitalista casi
se detuvo por completo.
En esta era industrial el capitalismo se convirtió en una economía genuinamente mundial y por lo mismo el globo se
transformó de expresión geográfica en constante realidad operativa. En lo sucesivo la historia sería historia del mundo.
No hay duda de que los profetas burgueses de mediados del siglo XIX vivían con la ilusión de conseguir un mundo
único, más o menos tipificado, en donde todos los gobiernos reconocieran las verdades de la economía y el liberalismo político.
El desarrollo de las comunicaciones exigió ya nuevas formas de coordinación internacional y organismos
estandarizados, como, por ejemplo, la Unión Telegráfica Internacional de 1865, la Unión Postal Universal de 1875, la
Organización Meteorológica Internacional de 1878, todas las cuales sobreviven todavía.
Esto necesitaba de un lenguaje internacional de señas resuelto para 1871. También de contar con un idioma
internacional que facilite la comunicación entre todos pero esto no avanzo.
Los movimientos obreros se hallaban ya en el proceso de establecer una organización mundial que extraería
conclusiones políticas de la creciente unificación del mundo: la Internacional.
Sin embargo, la uniformidad y unificación internacionales siguieron siendo débiles y parciales. En efecto, hasta cierto
punto resultaba más difícil o. mejor, más tortuoso, con la ascensión de nuevas naciones y nuevas culturas de base
democrática, es decir, con el uso de lenguas distintas en vez de los idiomas internacionales de las minorías educadas.
La unidad del mundo implicaba división. El sistema mundial de capitalismo era una estructura de «economías
nacionales» rivales. El triunfo mundial del liberalismo radicaba en su transformación de todos los pueblos, al menos de los
considerados como «civilizados».
Pero hasta en el terreno más netamente internacional de los negocios, la unificación mundial no era una ventaja
incondicional. Porque si bien es verdad que creó una economía mundial, todas sus partes eran tan dependientes entre sí que
el más leve desplazamiento de una de ellas ponía inevitablemente a las demás en movimiento. La ilustración clásica de esta
circunstancia fue la depresión mundial.
Karl Marx observó que las comunicaciones habían acercado muchísimo a Europa a aquellas dos grandes fuentes de
perturbación de los negocios, India y Norteamérica.