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Sin duda ninguna, la psicoterapia es algo que forma parte de la vida del
hombre en las sociedades occidentales. Lo que antes parecía algo excepcional,
hoy es algo frecuente, y no solamente para el tratamiento de patologías
psíquicas, también para afrontar situaciones difíciles y conflictivas de la vida.
Lo que ya no es tan usual es distinguir entre las distintas escuelas
psicoterapéuticas. La gente va al psicólogo sin pararse a pensar si, en asuntos
tan centrales para la vida, da igual cómo entienda el profesional en cuestión lo
que el hombre sea. ¿Es lo mismo una psicología materialista que una que
tenga una visión más amplia del hombre? ¿Hay psicologías que partan de la
negación de la libertad y la espiritualidad humanas? ¿En psicoterapia, hay que
conformarse con lo políticamente correcto?
Voluntad de sentido
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salud y los medios para lograrla. Desde el punto de vista del paciente, no es lo
mismo ser o no ser tratado como alguien responsable y libre; no es lo mismo
ser tratado propiamente como todo un hombre que serlo desde una visión
mutilada de lo que se es. Pero además los resultados de la psicoterapia
llevarán consigo la afirmación de una manera de entender lo que sea el
hombre que podría ser, a la par, la mutilación de lo más genuino del hombre.
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Frente a las voluntades de placer y de poder, propias de la visiones freudiana y
adleriana, respectivamente, la visión logoterapéutica es distinta. La primera
fuerza que motiva la conducta humana es el anhelo por encontrar el sentido de
la vida; este deseo es denominado por Frankl voluntad de sentido[9]. La
voluntad de sentido no es una racionalización sobrevenida a los impulsos
instintivos, sino una fuerza primaria irreductible a éstos, aunque, como todo lo
humano, sea susceptible de ser pensada y expresada racionalmente. Esta
necesidad de sentido tampoco es una cuestión de fe, sino que es previa a que
una persona concrete el sentido de su vida en una fe determinada.
Pero el que sea algo originario en el hombre no quiere decir que pueda haber
situaciones patológicas en que se pueda usar un determinado sentido en
función de una psicodinámica de corte defensivo. En tales casos, el objeto
principal de la terapia será aquello en función de lo cual es instrumentalizado
un para qué, pero no la voluntad de sentido en sí, que, lejos de ser patológica,
es uno de los más profundos rasgos de humanidad. Por ello, el
desenmascaramiento[10] del uso morboso de un sentido solamente puede
llegar allí donde se encuentra lo auténtico y genuino del hombre. Es más, la
terapia, en buena medida, habrá de tener como objetivo la liberación de ese
potencial humano. Como veremos, la logoterapia no solamente se propone
llevar a cabo esa tarea, sino que toma pie en la voluntad de sentido, siempre
presente en el hombre[11], como palanca de la que se puede valer el paciente
en su camino de sanación.
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es decir, una realidad en la que entre su esencia y su existencia no hay una
coincidencia absoluta[15]; y su vida consiste precisamente en reducir la
distancia entre ambas mediante la realización del sentido al que cada cual está
convocado[16]; no se trata de inventar un sentido, sino de encontrar cada
quién el propio y realizarlo[17].
Esta distancia con el sentido, que se le presenta al hombre como algo por
encontrar y realizar, supone que el hombre sea inteligente para conocerlo y
libre para realizarlo. "Nuestra autocomprensión nos dice que somos
libres"[18]. Sin libertad, no podría el hombre autotrascenderse, ir más allá de
lo que es en este momento, pues estaría atado y determinado por su presente.
Esta autotrascendencia, posibilitada por la libertad, deja su huella en la
comprensión de la misma libertad. Pero, además de lo que el hombre con su
capacidad natural de conocer llega a saber de su libertad, desde el punto de
vista de la fe, la libertad tiene una marcada significación en la tradición judeo-
cristiana: "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el
hombre"[19]. Ahora bien, la libertad deja al hombre libre frente a la misma
libertad y, así como la fe lleva al hombre a autotrascenderse, a conocer más
allá de lo que el entendimiento natural es capaz, así el hombre puede también,
desde una óptica reduccionista, enmascarar la libertad y negarla[20].
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Pero el reduccionismo, sea del tipo que fuere, no trae consigo solamente
consecuencias antropológicas, también, y precisamente por ello, éticas. Sin
sujeto libre no hay tampoco sujeto responsable; por tanto, sea cual fuere la
conducta del hombre, éste no responderá por ella, no habrá ninguna acción por
la que pueda resultar culpable. Pero tampoco habrá nada que lo haga
merecedor no de tener más, sino de ser más; será siempre lo mismo. La única
normativa del hombre será la impuesta por todo aquello que lo determine, es
decir, la norma de conducta humana será la ley de la jungla.
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instintos no le constituyen a él"[23]. El hombre, incluso en los actos más
espirituales, dado que es uno, no puede actuar al margen de sus instintos; pero
esto no quiere decir que esté determinado por ellos: "En el hombre no hay
instintos sin libertad ni libertad sin instintos"[24]. El hombre ciertamente
puede dejarse llevar por sus instintos, pero tiene que decidirlo. Al no
identificarse con ellos, como ocurre con los animales, dado que es más que sus
instintos, el hombre tendría que decidir reducirse a ellos, lo cual supone haber
decidido previamente[25].
Pero además el hombre está libre de todo lo que no sea él; está frente a todo,
tanto frente a su mundo exterior[28] como frente a su mundo interior, lo que
incluye al propio yo y a Dios. Esta distancia frente a todo es lo que le permite
tomar postura, adoptar un comportamiento[29].
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El estar libre de sí mismo abre, en positivo, dos campos ante el hombre. En
primer lugar, hace que pueda ser dueño de sí mismo. Es lo que los griegos
llamaron autarquía. Al quedar suelto de los estímulos, el principio de sus
actos no está fuera de él mismo, sino en sí. Entre la acción padecida que
demanda de él una respuesta y ésta hay una diástasis que hace que la
secuencia de la acción del ámbito de la funcionalidad natural acabe en el
hombre y dé espacio a que la acción humana, como si de una nueva creación
se tratara, empiece en sí misma. Por otra parte, este estar libre de estar
determinado hace que la acción no solamente quede desgajada de la
funcionalidad natural y tenga un comienzo en él, sino que además el para
hacia el que se dirige la acción quede abierto. El hombre no solamente tiene
una libertad de, tiene también una libertad para[32]. El hombre no puede no
dar una respuesta, tiene que ser él quien la dé; pero el sentido hacia el que
dirige su acción le aparece abierto, no le está predeterminado; tiene que
buscar, por tanto, el sentido de la acción. Aunque, claro, está abierto el
sentido, pero siempre dentro de unos límites; la libertad no es sinónimo de
omnipotencia[33].
Gracias a su libertad, el hombre toma postura ante todo. No está movido por
la situación, sino que desde él decide, y lo hace frente a todo, incluso frente a
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Dios. Y lo que decide es su postura de forma vectorial, pues es una postura
con un sentido.
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actualización, pues no obedecen únicamente a la libertad y voluntad del
hombre. Esta dependencia para la realización de estos dos tipos de valores no
significa que el hombre tenga limitado su sentido por depender de unas
determinadas condiciones. El sentido de la vida es incondicionado, pues,
aunque el hombre se pueda encontrar en una situación vital que imposibilite
unos determinados valores, siempre está la posibilidad de tomar una
determinada actitud ante lo inevitable. Por ello, ante las circunstancias
insoslayables, ésta no pierde su sentido. Aunque todo sea imposible de
cambiar, el hombre tiene la capacidad de cambiar algo, su actitud ante lo
inevitable. Es así como el hombre puede dar sentido al sufrimiento
sobrevenido: "Al aceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene hasta el
último momento un sentido y lo conserva hasta el fin, literalmente hablando.
En otras palabras, el sentido de la vida es de tipo incondicional, ya que
comprende incluso el sentido del posible sufrimiento"[44]. Palabras que
cobran un peso altamente significativo viniendo de quien sobrevivió a los
campos de concentración[45].
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Esta renuncia ha de ir acompañada del convencimiento de que la vida sigue
teniendo sentido; es más, la condición de posibilidad de encontrarlo en el
sufrimiento pasa por la renuncia a lo condicionado que en el momento aparece
imposible. El sufrimiento se convierte, al asumirlo, en algo valioso: "El
sufrimiento –el auténtico– no es sólo una obra, sino un incremento. Cuando
asumo un sufrimiento, cuando lo hago mío, crezco, siento un incremento de
fuerza: hay una especie de metabolismo"[49]. Lo que resulta imposibilitante
para la realización de otro tipo de valores se convierte en una pregunta a la
que hay que dar respuesta. Ciertamente, las posibilidades de realización a
través de la poíesis (valores creativos) o de la prâxis (valores vivenciales)
quedan cercenadas, pero esta clausura se convierte en una invitación a lo que
en griego se conocía como theoría, es decir, a la acción que no precisa ni de
plasmación ni de condiciones externas para su realización; lo que se conoció
clásicamente como la acción contemplativa.
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El sufrimiento lo es para algo o para alguien. El sentido no se identifica con el
sufrimiento, pero éste tampoco es un impedimento para aquél, es más, es a
través de él, esto es, trascendiéndolo, como llegamos a la realización del
sentido. Este sufrimiento en función del sentido y, por ello, pleno de él es lo
que propiamente es el sacrificio para Frankl: "El sufrimiento dotado de sentido
apunta siempre más allá de sí mismo. El sufrimiento dotado de sentido remite
a una causa por la que padecemos. En suma: el sufrimiento con plenitud de
sentido es el sacrificio"[57]. El sufrimiento así vivido engloba toda la vida y le
da significación hasta el punto de que la misma muerte cobra sentido[58].
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Así pues, el sufrimiento como sacrificio tiene el requisito previo de la
renuncia voluntaria a la realización del sentido mediante los valores creativos
y vivenciales. Pero el sufrimiento no tiene que ser un fin en sí mismo, como lo
es para el masoquista, sino que es un medio para trascender más allá de uno
mismo, con independencia de que la necesidad de dicho sufrimiento para el
sentido sea inexorablemente sobrevenida o voluntaria. En el caso del autista,
el sufrimiento es medio, pero que no trasciende (trans-scande) y lleva al
hombre más allá de sí mismo, sino que desciende (de-scande), deshace la
subida hacia el otro lado y queda el hombre encerrado centrípetamente en sí
mismo.
¿No es cierto que sólo aquello que es transparente permite ver algo más que
su propia realidad? Sólo en la medida en que niego mi propio ser, se me hace
visible algo que es más que yo mismo. Esa autonegación es el precio que debo
pagar por el conocimiento del mundo, el precio que me permite alcanzar el
conocimiento del ser, un conocimiento que sería algo más que la expresión de
mi propio ser. En suma: yo debo pasarme por alto a mí mismo[63].
Sentido que, una vez conocido, ha de realizarse; lo cual, como efecto colateral
y no como finalidad directa, conlleva la autorrealización[64]: "Sólo la
existencia que se trasciende a sí misma, sólo la existencia humana que se
trasciende hacia el mundo donde se encuentra, puede autorrealizarse; pero si
pretende realizarse a sí misma, si busca la autorrealización, fracasa
inevitablemente"[65].
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Frustración del sentido y terapia
Este sentido, que el hombre, como hemos visto, tiene que descubrir, no es algo
que lo empuje, como lo hacen las fuerzas instintivas, sino que lo atrae. El
ejercicio libre de la voluntad es el puente que une las dos orillas del aquí y
ahora humanos y del sentido por realizar[70]. Así pues, la libertad tiene su
carácter responsable[71], en primer término, no en que el hombre responda de
lo por él hecho, sino en que, al no estar su respuesta ante los estímulos
exteriores clausurada de manera instintual, forzosamente tiene que dar una
respuesta con su voluntad. Libre de una respuesta fijada previamente por el
sistema de instintos, el hombre queda libre para dar una respuesta en función
del sentido que le demanda la situación concreta. Podrá elegirla, pero lo que
no podrá es dejar de darla, ni que esta respuesta sea indiferente a la realización
o no del sentido de su vida en ese aquí y ahora concretos.
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impulsos e instintos ni en poco más que la conciliación de las conflictivas
exigencias del ello, del yo y del super yo, o en la simple adaptación y ajuste a
la sociedad y al entorno[77].
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condiciones primarias, hay un condicionamiento secundario que refuerza el
primer elemento. Esto tiene lugar mediante la ansiedad anticipatoria o
angustia de expectación[82], "la expectación temerosa de que un suceso
podría repetirse"[83]. Esto da lugar o a un patrón fóbico[84], que es una huida
del miedo, o a uno obsesivo-compulsivo[85], que no es huir, sino luchar
contra las obsesiones y compulsiones. Para ambos casos, la técnica que utiliza
la logoterapia es la llamada intención paradójica[86]. Se trata de "un
procedimiento en el cual los pacientes se ven estimulados a realizar –o a
desear que se hagan realidad– las mismas cosas que ellos temen"[87]. El
paciente pone en juego el sentido del humor[88] en relación a sí mismo, lo
cual es una faceta de la capacidad de autodistanciamiento que el hombre tiene;
de este modo se puede cortar el círculo vicioso del patrón neurótico de
conducta.
15
médico o cualquier otro profesional de la salud, se dediquen o no a lo
psicológico, han de ver al paciente como un ser humano en su totalidad, sino
que él mismo ha de ser humano.
Bibliografía
16
[1] Cf. Frankl, 1994a, pp. 18 y 159; id., 1994b, p. 40s.
[2] Cf. Frankl, 1994a, pp. 18, 124 y 134; id., 1994b, p. 200.
[9] Cf. Frankl, 1994a, pp. 22, 24, 30, 111, 114, 175, 177, 227, 229 y 244; id.,
1996, p. 98; id., 1999, pp. 88 y 139.
[10] Cf. Frankl, 1994a, pp. 138 y 205; Id., 1996, p. 99; Id., 1999, pp. 138ss.
[12] "El término existencial se puede utilizar de tres maneras: para referirse a
la propia (1) existencia, es decir, el modo de ser específicamente humano; (2)
el sentido de la existencia; y (3) el afán de encontrar un sentido concreto a la
17
existencia personal, o lo que es lo mismo, la voluntad de sentido" (Frankl,
1996, p. 101). En el caso del análisis se usa, ante todo, en su segunda acepción
(cf. Frankl, 1996, p. 103).
[13] "El hombre, en efecto, nunca es, sino que deviene; el hombre nunca
puede decir yo soy el que soy, sino yo soy el que llega a ser o yo llego a ser el
que soy: llego a ser actu (en realidad) el que soy en potencia (posibilidad)"
(Frankl, 1994b, p. 245).
[16] "A cada existencia humana corresponde una única esencia: la suya
propia; cada existencia humana es exclusiva de su esencia. (...) Si el sentido de
la vida consiste en que el hombre realice su esencia, se comprende que el
sentido de la existencia sólo pueda ser un sentido concreto; se refiere siempre
a la persona individual y a la situación concreta" (Frankl, 1994b, p. 245).
[17] Cf. Frankl, 1994b, pp. 34 y 244. "Además del sentido concreto, se da
obviamente un sentido general. Pero cuanto más general sea el sentido, tanto
menos aprehensible será. Por algo hablamos también de un sentido último"
(ibid., p. 71).
18
[27] Frankl, 1990, p. 97.
[37] Cf. Frankl, 1994a, pp. 29, 32, 44s, 49, 65, 188, 202, 227, 229s, 247 y 249;
id., 1996, pp. 98-101 y 107; Id., 1999, p. 105.
[38] Cf. Frankl, 1996, p. 109. Este carácter mundano del hombre conlleva el
que la autorrealización no sea un fin inmediato, sino una consecuencia de la
realización del sentido en el mundo (Cf. Frankl, 1996, p. 109).
[40] Cf. Frankl, 1992, pp. 65 y 78s; id., 1996, pp. 110s.
[41] Cf. Frankl, 1992, pp. 24 y 47s; id., 1996, pp. 110-113.
[43] Frankl, 1994b, p. 249; cf. id. 1952, p. 141. Dentro del estudio de la
realización de los valores creativos ocupa un lugar principal el trabajo humano
(cf. id. 1952, pp. 152-169); respecto a los vivenciales, Frank dedica especial
atención al amor (cf. ibid., pp. 169-230).
19
[45] Entre 1942 y 1945, Frankl estuvo preso en los campos de concentración
de Theresienstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim; estos dos últimos
dependían de Dachau. Sus experiencias como prisionero salpican sus obras,
pero donde las vierte sistemáticamente y le sirven para hacer un estudio de la
psicología en el campo de concentración es en Ein Psychologe erlebt das
Konzentrationslager,traducida al español como El hombre en busca de
sentido. En ella afirma: "En un campo de concentración es posible practicar el
arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente" (Frankl, 1996, p. 51).
[59] Cf. Frankl, 1994b, p. 261ss. "El médico debe ayudar en la medida de lo
posible y mitigar el dolor si es necesario. (...) Pero hemos visto también que
no es justo suprimir los dolores a cualquier precio, impedir la libertad de
sufrir" (ibid, p. 263).
20
[61] Cf. Frankl, 1994b, p. 263.
[64] Cf. Frankl, 1994b, pp. 32ss, 44, 65, 141 y 245.
[71] Cf. Frankl, 1996, p. 108. El hecho de que la libertad sea responsable lleva
consigo que sea cada uno quien deba dar respuesta en su vida y tenga que ser
también quien descubra ante quién responde. El logoterapeuta solamente
puede ayudar en esta tarea vital al paciente, nunca puede suplantarle ni
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imponerle una escala de valores. La verdad se impone por sí misma (Cf.
Frankl, 1996, pp. 108s). "No obstante, cuando el paciente tiene una creencia
religiosa firmemente arraigada, no hay ninguna objeción en utilizar el efecto
terapéutico de sus convicciones. Y, por consiguiente, reforzar sus recursos
espirituales" (Frankl, 1996, p. 116).
[72] Cf. Frankl, 1992, pp. 16, 63 y 96s; id., 1996, p. 101.
[79] Cf. Frankl, 1992, pp. 17 y 77; Id., 1996, pp. 105ss.
[82] Cf. Frankl, 1994a, pp. 169 y 238; id., 1996, pp. 118s y 122s; id., 1999,
pp. 72, 76 y 79.
[86] Cf. Frankl, 1992, pp. 100ss; id., 1994a, pp. 169, 174s, 181s y 238; id.,
1996, pp. 119-123; id., 1999, pp. 73, 76 y 79.
22
[87] Frankl, 1994a, p. 240.
[88] Cf. Frankl, 1994a, pp. 181 y 240; id., 1996, pp. 20, 26, 49 y 51.
[90] Cf. Frankl, 1992, p. 14; id., 1994a, pp. 25, 219 y 245; id., 1996, pp. 118s
y 122s; id., 1999, pp. 76 y 79.
[92] Cf. Frankl, 1992, p. 14; id., 1994a, pp. 25, 220 y 245; id., 1999, p. 83.
[94] Cf. Frankl, 1994a, pp. 174 y 245; id., 1996, p. 123; id., 1999, pp. 83ss.
[96] Cf. Frankl, 1952, pp. 293-313; id. 1990, pp. 130-156.
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