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Guía Platón

ITIRR-D
PLATÓN

Aristócles, verdadero nombre de Platón, nació en Atenas en el 427 a. de C. Su familia era de origen
aristocrático, se decía que estaba emparentada con Codro, el último de los reyes de Atenas y por
línea materna, con Critias (uno de los treinta tiranos 1 ). Antes de entablar relación con Sócrates, su
maestro, el joven Platón dedicaba su tiempo a la poesía.

A partir del año 407 A.C. vemos a Platón frecuentando el círculo socrático, en el que se mantendrá
durante ocho años siguiendo sus enseñanzas.

En el 399 Sócrates es condenado a beber la cicuta. Platón no asistirá a los últimos momentos de su
maestro. Después, temiendo represalias sobre los seguidores de Sócrates y también por estar
emparentado con los Treinta Tiranos, Platón escapa de Atenas.

Empezará una época viajera para el filósofo, en donde marcha al sur de Italia, lugar en el cual entra
en contacto con la comunidad pitagórica. El pitagorismo tendrá una enorme influencia en la filosofía
de Platón.

Al volver a Atenas, Platón funda la primera gran escuela (o universidad) de la antigüedad: La


Academia. Allí impartirá sus clases y se rodeará de discípulos en una especie de comunidad que
tiene bastantes similitudes con las establecidas por los pitagóricos.

CONOCIMIENTO

El problema que trata Platón es el de la relación de lo Uno y lo múltiple, es decir, cómo conciliar la
teoría del ser de Parménides con el devenir de Heráclito.

La realidad se nos muestra plural, efímera, múltiple, en un devenir constante de seres diferentes e,
incluso, contrarios. ¿Cómo poder conocer esa realidad tan inestable? ¿Cómo poder conocerla si se
halla en continuo cambio?
Ha de haber algo que permanezca siempre, que sea estable y que nos permita diferenciar a unos
seres de otros para poder pensarlos y reconocerlos. Si no, ¿Cómo podríamos saber, por ejemplo,

1 Los Treinta Tiranos (en griego Τριάκοντα, hoi Triakonta) era un gobierno compuesto de treinta magistrados llamados tiranos, que
sucedió a la democracia ateniense, durante menos de un año, en 404 a. de C.
que un acto es valeroso o que un objeto es azul?

Tiene forzosamente que existir el valor mismo, el valor en sí, absoluto, para que yo pueda referirlo a
las distintas acciones que se realicen. Tiene que existir lo azul en sí para que yo pueda reconocer
como azul un objeto cualquiera.

Estos conceptos absolutos (lo Azul en sí, el Valor en sí, lo Justo en sí), son denominados por Platón
IDEAS y éstas responden a la pregunta socrática ¿Qué es? Es decir, preguntan por la determinación
o esencia de cada cosa: el ser propio de cada cosa, lo que hace que cada cosa sea lo que es
(valerosa, azul, justa, etc.)

Pues bien, precisamente para Platón la verdadera realidad son las ideas, también llamadas
FORMAS, ya que no sólo hacen que podamos conocer las cosas, sino que son las responsables de
que esas mismas cosas existan materialmente, tal y como las conocemos. Las ideas son las causas
directas de la existencia de todas las cosas: lo material o natural y lo moral.

Con ello Platón intenta conciliar lo absoluto (el ser de Parménides), con lo múltiple: la realidad
material siempre cambiante que es nuestro mundo (Heráclito), la naturaleza, lo cual producirá una
profunda separación, un dualismo entre dos realidades irreconciliables entre sí:

A. Mundo inteligible o de las ideas: eterno, inmutable, inmaterial, imperecedero. Es la región de


las ideas o formas. Estas constituyen la verdadera realidad, el ser de lo real, las esencias de
todo lo existente, no perceptibles por los sentidos, sino sólo cognoscibles por el entendimiento
humano.

B. Mundo sensible: mundo material, mudable, perecedero, de la mera apariencia. Adquiere su


ser participando de lo absoluto de la idea. Las cosas imitan a las ideas, participan, para ser,
de las esencias inmutables.

Si las ideas están separadas de las cosas ¿Cómo es posible conocer éstas a través de las cosas
mismas? Platón abordará este problema desde tres aspectos u ópticas diferentes:

La Reminiscencia
El alma, antes de unirse a un cuerpo, habitaba el mundo de las ideas, dedicándose a su
contemplación. Una vez en el cuerpo, el alma olvida todo lo que conocía. Con ocasión del
conocimiento sensible va recordando ese mundo de las ideas, reduciendo la multiplicidad de los
objetos a la unidad de la idea. Por lo tanto, conocer es recordar. Hacer memoria de lo ya sabido.

La Dialéctica
La dialéctica platónica se puede entender en dos sentidos:
como el auténtico conocimiento del filósofo, es decir, dedicado a la intuición pura de las ideas; y
como el método de la filosofía: el camino para alcanzar el verdadero conocimiento.
Así pues la Dialéctica entendida en este último sentido implica que Si queremos conocer algo con
verdad (alétheia) debemos alejarnos lo más posible de la información obtenida a través de los
sentidos. Todo lo que de universal y necesario encontramos en las cosas no lo aprehendemos a
través de nuestra experiencia sensible, sino mediante el ejercicio puro de la razón. En esto consiste
la ciencia o episteme platónica: salvar las apariencias buscando principios absolutos y permanentes
donde detenerse.

El Amor
El amor une el mundo divino y el humano; comunica el "espacio", el vacío que media entre el mundo
sensible y el inteligible, de tal manera que todo queda ligado.
En este sentido es un ser intermedio de la misma manera que lo es el alma: aquello que media entre
el mundo inteligible y el mundo sensible: el alma comunica a los hombres con la región divina de las
ideas.

Platón: el mito de la caverna (La República, VII, 514a-517c)

Sócrates: Imagínate, pues, a unos hombres en un antro subterráneo como una caverna —con la
entrada que se abre hacia la luz—, donde se encuentran desde la infancia y atados de piernas y
cuello, de manera que deben mirar siempre hacia delante, sin poder girar la cabeza a causa de las
cadenas. Supón que, detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, hay un fuego que les da
claridad y un camino entre este fuego y los cautivos. Admite que un muro rodea el camino, como los
parapetos que los charlatanes de feria ponen entre ellos y los espectadores para esconder las
trampas y mantener en secreto las maravillas que muestran.

—Me lo imagino —dijo.

—Figúrate ahora, a lo largo de esta tapia, unos hombres que llevan toda clase de objetos que son
mucho más altos que el muro, unos con forma humana, otros con forma de animales, hechos de
piedra, de madera y de toda clase de materiales; y, como es natural, los que transportan los objetos,
unos se paran a conversar y otros pasan sin decir nada.

—Es extraña —dijo— la escena que describes, y son extraños los prisioneros.

—Se parecen a nosotros —dije yo—; en efecto, éstos, después de sí mismos y de los otros, ¿crees
que habrán visto algo más que las sombras proyectadas por el fuego hacia el lugar de la cueva que
tienen delante?

—No puede ser de otra manera si están obligados a mantener sus cabezas inmóviles toda la vida.

— ¿Y qué hay de los objetos transportados? ¿No crees que suceda esto mismo?

—Sin duda.

— ¿No crees que si los objetos tuvieran la capacidad de hablar entre ellos, los prisioneros creerían
que las sombras que ven son objetos reales?

—Claro.

— ¿Y qué pasaría si la prisión tuviera un eco en la pared de delante de los prisioneros? Cada vez
que uno de los caminantes hablara, ¿no crees que ellos pensarían que son las sombras las que
hablan?

—Por Zeus, yo así lo creo -dijo.

—Ciertamente —seguí yo—, estos hombres no pueden considerar otra cosa como verdadera que las
sombras de los objetos.

—Así debe ser.

—Examina ahora —seguí yo—, qué les pasaría a estos hombres si se les librara de las cadenas y se
les curara de su error. Si alguno fuera liberado y en seguida fuera obligado a levantarse y a girar el
cuello, y a caminar y a mirar hacia la luz, al hacer todos estos movimientos experimentaría dolor, y a
causa de la luz sería incapaz de mirar los objetos, las sombras de los cuales había visto. ¿Qué crees
que respondería el prisionero si alguien le dijera que lo que veía antes no tenía ningún valor, pero
que ahora, que está más próximo a la realidad que está girado hacia cosas más reales, ve más
correctamente? ¿Y si, finalmente, haciéndole mirar cada una de las cosas que le pasan por delante,
se le obligara a responder qué ve? ¿No crees que permanecería atónito y que le parecería que lo
que había visto antes era más verdadero que las cosas mostradas ahora?

—Así es —dijo.

—Así pues, si, a éste mismo, le obligaran a mirar el fuego ¿los ojos le dolerían y desobedecería,
girándose otra vez hacia aquellas cosas que le era posible mirar, y seguiría creyendo que, en
realidad, éstas son más claras que las que le muestran?

—Sin duda sería así —dijo.

—Y —proseguí—, si entonces alguien, a la fuerza, lo arrastrara por la pendiente abrupta y


escarpada, y no lo soltara antes de haber llegado a la luz del Sol, ¿no es cierto que sufriría y que se
rebelaría al ser tratado así, y que, una vez llegado a la luz del Sol, se deslumbraría y no podría mirar
ninguna de las cosas que nosotros decimos que son verdaderas?

—No podría —dijo—, al menos no de golpe.

—Necesitaría acostumbrarse; si quisiera contemplar las cosas de arriba. Primero, observaría con
más facilidad las sombras; después, las imágenes de los hombres y de las cosas reflejadas en el
agua; y, finalmente, los objetos mismos. Después, levantando la vista hacia la luz de los astros y de
la Luna, contemplaría, de noche, las constelaciones y el firmamento mismo, mucho más fácilmente
que no, durante el día, el Sol y la luz del Sol.

—Claro que sí.

—Finalmente, pienso que podría mirar el Sol, no sólo su imagen reflejada en las aguas ni en ningún
otro sitio, sino que sería capaz de mirarlo tal como es en sí mismo y de contemplarlo allá donde
verdaderamente está.

—Necesariamente -dijo.

—Y después de esto ya podría comenzar a razonar que el Sol es quien hace posibles las estaciones
y los años, y es quien gobierna todo lo que hay en el espacio visible, y que es, en cierta manera, la
causa de todo lo que sus compañeros contemplaban en la caverna.
—Es evidente —dijo— que llegaría a estas cosas después de aquellas otras.

—Y entonces, ¿qué? Él, al acordarse de su estado anterior y de la sabiduría de allá y de los que
entonces estaban encadenados, ¿no crees que se sentiría feliz del cambio y compadecería a los
otros?

—Ciertamente.

— ¿Y crees que envidiaría los honores, las alabanzas y las recompensas que allá abajo daban a
quien mejor observaba el paso de las sombras, a quien con más seguridad recordaba las que
acostumbraban a desfilar por delante, por detrás o al lado de otras, y que, por este motivo, era capaz
de adivinar de una manera más exacta lo que vendría? ¿Tú crees que desearía todo esto y que
tendría envidia de los antiguos compañeros que gozan de poder o son más honrados, o bien
preferiría, como el Aquiles de Homero, «pasar la vida al servicio de un campesino y trabajar para un
hombre sin bienes» y soportar cualquier mal antes de volver al antiguo estado?

—Yo lo creo así —dijo—, que más preferiría cualquier sufrimiento antes que volver a vivir de aquella
manera.

—Y piensa también estoque te diré. Si este hombre volviera otra vez a la cueva y se sentara en su
antiguo sitio, ¿no se encontraría como ciego, al llegar de repente de la luz del Sol a la oscuridad?

—Sí, ciertamente —dijo.

—Y si hubiera de volver a dar su opinión sobre las sombras para competir con aquellos hombres
encadenados, mientras todavía ve confusamente antes de que los ojos e le habitúen a la oscuridad
—y el tiempo para habituarse sería largo—, ¿no es cierto que haría reír y que dirían de él que, por
haber querido subir, volvía ahora con los ojos dañados, y que no valía la pena ni tan sólo intentar la
ascensión? ¿Y que a quien intentara desatarlos y hacerlos subir, si lo pudieran coger con sus propias
manos y lo pudieran matar, no lo matarían?

—Sí, ciertamente -dijo.

—Esta imagen, pues, querido Glaucón, es aplicable exactamente a la condición humana,


equiparando, por un lado, el mundo visible con el habitáculo de la prisión y, por el otro, la luz de
aquel fuego con el poder del Sol. Y si estableces que la subida y la visión de las cosas de arriba son
la ascensión del alma hacia la región inteligible, no quedarás privado de conocer cuál es mi
esperanza, ya que deseas que hable. Dios sabe si me encuentro en lo cierto, pero a mí las cosas me
parecen de esta manera: en la región del conocimiento, la idea del bien es la última y la más difícil de
ver; pero, una vez es vista, se comprende que es la causa de todas las cosas rectas y bellas: en la
región de lo visible engendra la luz y el astro que la posee, y, en la región de lo inteligible, es la
soberana única que produce la verdad y el entendimiento; y es necesario que la contemple aquel
que se disponga a actuar sensatamente tanto en la vida privada como en la pública.
La imagen platónica de la condición humana

Platón (Atenas, -428/-347) es uno de los pensadores más originales e


influyentes de toda la Filosofía Occidental: su obra define uno de los dos
grandes ejes (el otro, el de Aristóteles) que guían y atraviesan la historia del
pensamiento humano. Con seductora belleza literaria y con profunda mirada
filosófica, en sus diálogos recrea los grandes problemas o cuestiones que nunca
han dejado de inquietar a los humanos.

En el mito de la caverna, podríamos afirmar, se concentra lo más profundo de


todo su pensamiento. El mito, haciendo uso de imágenes dotadas de una gran
fuerza descriptiva, muestra pluralidad de aspectos de su pensamiento: la visión
de la naturaleza humana, la teoría de las ideas, el doloroso proceso mediante el
cual los humanos llegamos al conocimiento, etc.

En el mito, Platón relata la existencia de unos hombres que desde su nacimiento se encuentran
atados de piernas y cuello, en el interior de una oscura caverna. Prisioneros no sólo de las
sombras oscuras propias de los habitáculos subterráneos, sino también de su campo de visión, de
manera que tienen que mirar siempre adelante debido a las ataduras sin poder nunca girar la
cabeza. La luz que ilumina el antro emana de un fuego encendido detrás de ellos, elevado y
distante.

Nos dice que imaginemos entre el fuego y los prisioneros un camino elevado a lo largo del cual se ha
construido un muro, por este camino pasan unos hombres que llevan todo tipo de objetos o
figuras que los sobrepasan, unos con forma humana y otras con forma de animal; estos caminantes
que transportan objetos, a veces hablan y a veces callan. Los cautivos, con las cabezas inmóviles,
no han visto nada más que las sombras proyectadas por el fuego al fondo de la caverna -como
una pantalla de cine- y llegan a creer, faltos de una educación diferente, que aquello que ven no son
sombras, sino objetos reales, la misma realidad.

El interlocutor de Sócrates, Glaucón, afirma que está absolutamente convencido que los
encadenados no pueden considerar otra cosa verdadera que las sombras de los objetos.
Debido a la obnubilación de los sentidos y la ofuscación mental se hallan condenados en tomar por
verdaderas todas y cada una de las cosas falsas. Seguidamente, Sócrates se pregunta qué
pasaría si uno de estos cautivos fuese liberado y saliese al mundo exterior. Pues, tendría graves
dificultades en adaptarse a la luz deslumbradora del sol; de entrada, por no quedar cegado,
buscaría las sombras y las cosas reflejadas en el agua; más adelante y de manera gradual se
acostumbraría a mirar los objetos mismos y, finalmente, descubriría toda la belleza del cosmos.
Asombrado, se daría cuenta de que puede contemplar con nitidez las cosas, apreciarlas con toda la
riqueza policroma y en el esplendor de sus figuras.

Si el prisionero liberado, volviera a la obscura caverna para comunicar su descubrimiento, ¿le


creerían? No, sino que se reirían de él, diciendo que la ascensión le ha perturbado. Incluso, afirma
Sócrates, que si intentase desatarlos y hacerlos subir por la empinada ascensión hacia la
entrada de la caverna, si pudiesen prenderlo con sus propias manos y matarlo, le matarían; así son
los prisioneros: cómodos en su engaño y violentos.

Interpretación antropológica

Los cuatro ámbitos o espacios del mito de la caverna muestran diferentes situaciones de la
nuestra actual condición.

a) En la caverna, los encadenados mirando las sombras

¿No es nuestra vida una existencia encadenada? Nacemos en una sociedad no


elegida, con una estructura social bien trabada, con unas ideologías, un lenguaje,
unas costumbres.

Y nosotros, encadenados a nuestra sociedad, vemos como van desfilando a


nuestros ojos unas sombras. ¿No es un desfile de apariencias la televisión? Y
el cine —Platón sería el inventor—, ¿no es un seguido de imágenes y no de
realidades? Estas sombras seducen a los prisioneros, creen que son la realidad. Y,
con su engaño, son muy felices. ¡Que bien se está mirando la televisión!

b) Se libera de las cadenas

Pero Platón introduce una nota de optimismo: el encadenado —no sabemos


como— se libera o le liberan de las cadenas. ¿Quién les desata?

Es posible, en nuestra sociedad, que un prisionero se sienta insatisfecho, que


dude, que cuestione sus cadenas. Es posible llegar a descubrir el montaje,
descubrir que en nuestra sociedad hay mucha mentira y simulación. Hay unos
hombres y unos artilugios que producen engaño: publicidad, información
filtrada...

¿Qué es lo que podía motivar la insatisfacción o la duda del prisionero? Los


engañadores siguen incesantemente su camino trazado y engañador. ¿Se hallan
también ellos encadenados?
c) El camino abrupto y laborioso de ascensión

El fuego —la electricidad, la técnica— es lo que posibilita este enorme


montaje. Con el descubrimiento del fuego el hombre comienza su camino de
superación.

¿Quién ha organizado este gran montaje? ¿Esta complicada mentira? ¿Cuál


es la intención del engaño múltiple? ¿Existe un engañador no engañado?

Cuando el prisionero se libera de sus cadenas, entonces puede comenzar el


largo y laborioso camino de emancipación, de liberación.

d) La salida al mundo exterior y "real"

Después de un duro camino de ascensión, el prisionero llega a entrever la


verdadera realidad. ¿Qué quiere decir "verdadera realidad"? ¿Cuál es la
"verdadera realidad" en nuestra sociedad?

Cuando uno descubre el gran montaje y sale del engaño, ¿debe volver a dentro,
informar y liberar a sus antiguos compañeros? Una disyuntiva moral ¿Qué hizo
Sócrates?

CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA

La concepción platónica del hombre, al igual que su teoría del conocimiento, va a presentar un
acentuado dualismo, una separación entre dos partes íntimas pero irreconciliables en el ser humano:
el cuerpo, que representa nuestra materialidad, la corporeidad que nos sitúa como algo más dentro
del mundo sensible y el alma, que es aquello que nos hace propiamente hombres; seres distintos al
resto de lo existente, intermediarios entre lo puramente material y lo divino: lo espiritual, lo racional.

El hombre es concebido como un compuesto de estas dos substancias: psiché (alma) y soma
(cuerpo).

El alma es prexistente al cuerpo e inmortal y tiene como lugar natural el mundo suprasensible de las
ideas.

El cuerpo es la cárcel del alma durante su existencia terrena, y constituye un estorbo para el alma
que, con sus pasiones, la arrastra a la extrañeza de lo material, impidiéndole su hacer propio: la
contemplación de las ideas. El ideal de hombre en Platón es una inteligencia pura desligada de la
carnalidad.

A cada tipo de alma le pertenecen unas características esenciales propias. La clasificación es, por
tanto, cualitativa.
El alma superior, propia y exclusiva del hombre es la racional. Ésta es inmortal y se halla ubicada en
la cabeza.

Las otras dos almas, la irascible y la concupiscible (o apetitiva) son mortales y se hallan situadas
respectivamente, en el tórax y en el abdomen

PARTES RACIONAL IRASCIBLE APETITIVA


DEL ALMA (nous, lógos) (Thymós) (epithymía)

CARÁCTER Inmortal Mortal Mortal

SITUACIÓN Cabeza Tórax Estómago

Prudencia,
sabiduría Fortaleza, valor Templanza
VIRTUDES
(Phrónesis, (andreía) (Sophrosyne)
sophía)

CLASES Gobernantes-
Guardianes Productores
SOCIALES filósofos

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