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1. Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.
El vocabulario mismo de este párrafo muestra su estrecha conexión con el precedente.
Juan “vio el Espíritu de Dios que descendía “Entonces Jesús fue llevado por el
como una paloma y se posaba sobre él” Espíritu” (4:1).
(3:16)
“Y he aquí, una voz del cielo que decía: “Puesto que eres el Hijo de Dios …” (4:3)
Este es mi Hijo, el Amado … (3:17)
Jesús fue llevado desde el Jordán, donde fue bautizado, a las tierras altas adyacentes.
Por la dirección del Espíritu es que fue llevado, ese mismo Espíritu que no sólo sabía que era
necesaria su experiencia con la tentación, sino que también con su presencia plena y activa
capacitaba a Jesús para triunfar sobre ella.
Fue llevado “al desierto” (véase sobre 3:1), donde estaba “con las fieras” (Mr. 1:13).
Aquí es donde fue tentado por el diabolos, esto es, el diablo, que significa calumniador, acusador
(Job 1:9; Zac. 3:1, 2; cf. Ap. 12:9, 10), y (por la influencia de la Septuaginta que presenta diabolos
como traducción de Satanás) también adversario (1 P. 5:8).
Es claro que Mateo creía en la existencia de un “príncipe del mal” personal.
Lo mismo creían los demás apóstoles y escritores inspirados, y Cristo mismo.
Además de las referencias en Mt. 4:1, 5, 8; 13:39; 25:41; y las otras ya mencionadas, véanse
también Jn. 8:44; 13:2; Hch. 10:38; Ef. 4:27; [p 235] 6:11; Stg. 4:7; 1 Jn. 3:8, 10; Jud. 9; Ap. 2:10
y 20:2.
Expulsado del cielo, el diablo se llenó de furor y de envidia. Su odio está dirigido contra Dios y
contra su pueblo, especialmente contra Dios cuando está por revelarse en Jesucristo para
salvación.
En consecuencia, su propósito es engañar y seducir a su gran enemigo, el Mesías, a fin de que,
junto con éste, pueda también arruinar su reino (véase 4:23).
Los métodos del diablo son muy astutos (Ef. 6:11).
Su carácter
En conexión con la tentación de Cristo, continuamente se formulan algunas preguntas más bien
filosóficas:
Primero: “¿Era posible que el Salvador sucumbiera ante la tentación?”
La respuesta es: “Definitivamente no”. Él no tenía pecado, ni podía pecar (Is. 53:9; Jn. 8:46; 2
Co. 5:21).
En realidad, él estaba lleno hasta rebosar de bondad positiva: santidad, amor perdonador, el
anhelo de curar y de impartir el verdadero conocimiento de Dios, etc. (Is. 53:5; Mt. 5:43–48;
14:14; 15:2, 3; Lc. 23:34; Hch. 10:38).
En segundo lugar: “Si no podía pecar, ¿era real la tentación?”
Sí. “Fue tentado en todo (o en todo sentido) según nuestra semejanza, pero sin pecado”, esto es, sin
caer en pecado (Heb. 4:15).
Experimentó las diversas tentaciones a las que están sujetos los hombres en general, incluyendo aun
a los creyentes.
En todas estas experiencias Satanás le presionaba para que creyese que cometiendo un acto malo podía
recibir un bien.
Sin embargo, Heb. 4:15 no puede significar que el proceso psicológico implicado en el ser tentado era
exactamente el mismo para Jesús como para los hombres en general.
Para éstos, incluyendo los creyentes, primero está la voz tentadora o el susurro interior de Satanás,
incitándolos a pecar.
Pero también está el deseo interno (“concupiscencia”) que estimula al tentado a prestar oídos a las
insinuaciones del diablo.
Así, el hombre, siendo “de su propia concupiscencia atraído y seducido” (Stg. 1:14), peca.
El caso de Cristo era diferente. El estímulo exterior (exterior en el sentido que no se originó en la
propia alma del Señor, sino que fue la voz de otro) estaba allí, pero no el mal incentivo interior o
deseo de cooperar con esta voz proveniente del exterior.
Sin embargo, aun para Cristo fue real la tentación, esto es, el sentimiento de necesidad, el
conocimiento de tener que resistir al tentador, y la lucha a que esto daba lugar.
El alma de nuestro Señor no era dura como el pedernal ni fría como el hielo.
Era un alma completamente humana, profundamente sensible, afectada y afligida por toda clase de
sufrimiento.
Fue Cristo quien dijo, “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que
se cumpla!” (Lc. 12:50).
Jesús podía expresar afecto (Mt. 19:13, 14), conmiseración (23:37; Jn. 11:35), compasión (Mt. 12:32),
ira (17:17), gratitud (11:25), y profundo anhelo por la salvación de los pecadores (11:28; 23:37; Lc.
15; 19:10; Jn. 7:37) para la gloria del Padre (Jn. 17:1–5).
Siendo no solamente Dios, sino hombre también, sabía lo que era estar cansado (Jn. 4:6) y tener sed
(4:7; 19:28).
Por lo tanto, realmente no debería sorprendernos que después de un ayuno de cuarenta días tuviera
hambre, tanta, que la proposición de convertir las piedras en pan fuera una verdadera tentación para
él.
Sin embargo, se hará la pregunta: “Pero esta misma mente muy sensible y escrutadora de Cristo, ¿no
podía discernir en forma inmediata que las tres proposiciones (vv. 3, 6, 9) eran malas, puesto que
venían de Satanás?”
Un autor pregunta: “¿Cómo podría serle atractivo el mal? Y si no le resultaba atractivo, ¿dónde estaba
la tentación?” (A. Plummer).
Se debe reconocer que es imposible responder a esta pregunta de tal modo que todo quede
completamente claro.
El tema de la tentación del Salvador perfecto está velado por el misterio.
Pero, ¿no es esto verdad acerca de la doctrina en general?
En realidad, “el misterio es el elemento vital de la dogmática.
La verdad que Dios ha revelado respecto de sí mismo en la naturaleza y en la Escritura sobrepasa
mucho el entendimiento y la comprensión humanas”.
No podemos analizar minuciosamente lo que ocurrió en el corazón de Cristo cuando fue tentado.
Pero tampoco sabemos cómo se originó el pecado en el corazón sin pecado de Adán, cómo se puede
“imputar” la culpa del pecador al Salvador, cómo se puede transferir la justicia de éste a sus
seguidores, cómo puede nuestro Señor ser omnisciente (con respecto a su naturaleza divina) y no
omnisciente (en su naturaleza humana), etc.
Por lo tanto, no debiera sorprendernos que la tentación de Cristo, sea en el desierto o más tarde,
sobrepase nuestro entendimiento.
A base del relato inspirado, creemos que fue una experiencia real e intensa.
Y, en cuanto al hecho de que las profundas verdades contenidas en las Escrituras trascienden nuestra
comprensión, ¿no es exactamente lo que debemos esperar si la Biblia verdaderamente es la Palabra
de Dios?
Primera tentación
Segunda tentación
5, 6. … Así que, ¿confías en tu Padre?”, dice el tentador. “Bueno, probémoslo”: ENTONCES EL
DIABLO LO LLEVÓ A LA SANTA CIUDAD, Y LO PUSO SOBRE EL PINÁCULO DEL
TEMPLO, Y LE DIJO: PUESTO QUE ERES EL HIJO DE DIOS, ARRÓJATE ABAJO;
PORQUE ESTÁ ESCRITO: EL DARÁ ÓRDENES A SUS ÁNGELES ACERCA DE TI, Y EN
SUS MANOS TE LLEVARÁN, PARA QUE TU PIE NO TROPIECE CONTRA UNA PIEDRA.
Hay quienes ven una discrepancia entre Mateo y Lucas, dado que el orden en que Mateo relata las dos
últimas tentaciones se invierte en Lc. 4:5–12.
La respuesta es que, mientras Mateo ciertamente presenta una secuencia histórica, como se ve
claramente no solamente por su uso de la palabra “Entonces” (v. 5), y del v. 11, “Entonces el diablo
lo dejó”, sino también, como ya se ha notado, por la conexión interna entre la primera y la segunda
tentación; Lucas, por el contrario, ni siquiera sugiere tal secuencia.
Simplemente conecta las tres tentaciones por medio de la conjunción “y” (4:5, 9), pero no dice ni
indica de modo alguno que están presentadas en su orden histórico. Así que no hay discrepancia.
Las palabras “el diablo lo llevó” se encuentran también en el v. 8, donde consideraremos la pregunta
cómo deben entenderse.
No nos sorprende que Mateo, el judío, llame a Jerusalén “la santa ciudad” (cf. 27:53).
El propósito era que fuera eso (Sal. 46:4; 48:1–3, 9–14; 122; 137; Mt. 5:35).
Muchos recuerdos queridos están relacionados con Jerusalén o Sion. ¿No era la ciudad donde había
establecido su trono David, el gran antepasado de Cristo? ¿No había prometido Dios que allí
establecería su morada?
Aquí estaba el templo con su “lugar santo” el “lugar santísimo”. Esta era la ciudad hacia la cual se
dirigían las tribus para dar gracias al nombre de Jehová.
Con el permiso tácito de Dios, el diablo condujo a Jesús a esta ciudad, y lo puso en el pináculo mismo
(literalmente, ala) del muro exterior de todo el complejo del templo.
No se nos dice el punto exacto. Podría haber sido la cornisa del pórtico real de Herodes, que da hacia
el valle del Cedrón, y tiene una altura de unos ciento cincuenta metros, “una altura que provoca
vértigos”, como declara Josefo (Antigüedades, XV. 412).
Este punto estaba localizado al sudeste del atrio del templo, quizás en el lugar mismo, o cerca, en que
según la tradición fue arrojado Santiago, el hermano del Señor. Véase el relato muy interesante en la
Historia eclesiástica de Eusebio, II. xxiii.235
“Puesto que eres el Hijo de Dios”, dice el tentador (exactamente como en el v. 3), “arrójate abajo”.
Su razonamiento probablemente seguía esta línea: “Así podrás demostrar tu confianza en la protección
del Padre, confianza que por implicación acabas de confesar (v. 4).
Además, si la Escritura, que con tanta prontitud citas, es verdad, no te sobrevendrá daño alguno,
porque está escrito: “El dará órdenes a sus ángeles acerca de ti”. No solamente detendrán tu caída.
No, harán más. Muy tiernamente te tomarán en sus manos, para que, usando sandalias, no te hieras al
golpear el pie contra algunas de esas agudas piedras que abundan en el fondo de ese abismo”.
El pasaje citado es del Sal. 91:11, 12. En la forma que se halla aquí en Mt. 4:6, sigue a la Septuaginta
(Sal. 90:11, 12).
Sin embargo, en la forma citada por el diablo, hay una omisión que algunos consideran importante,
otros no.
Según el hebreo, Sal. 91:11 termina con las palabras “para guardarte en todos tus caminos”.
Mt. 4:6 nada contiene que corresponda con esto.
Lc. 4:10 sólo tiene “para guardarte”.
Así que en estos dos Evangelios se omiten las palabras “en todos tus caminos”.
Cuando se incluyen estas palabras, Dios promete proteger al hombre justo en todos sus caminos
justos; porque tales son los caminos del hombre que habita al abrigo del Altísimo y mora bajo la
sombra del Omnipotente, que encuentra su refugio en Jehová, en quien ha puesto su amor.
En consecuencia, son los caminos del santo (Pr. 2:8), del hombre bueno (Pr. 2:20).
Al tal se aplican las palabras: “Dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te guarden en todos
tus caminos”.
Cuando se omiten las palabras “en todos tus caminos”, ¿no se hace más fácil interpretar el pasaje
como si fuera una promesa de Jehová de proteger al justo sin importar lo que haga?
Entendido así, el pasaje parece corresponder más de cerca con aquello que el diablo quería que Jesús
hiciera.
Sin embargo, probablemente este punto sea de importancia menor, puesto que lo que Satanás omite
es mucho más que unas pocas palabras en una cita.
Omite toda referencia a la verdad bíblica de que Dios no condona, sino más bien condena y castiga la
temeridad, el jugarse con la providencia, el arrojarse impetuosamente al peligro en forma injustificada
(Gn. 13:10, 11; [p 242] Sal. 19:13; Est. 5:14; 7:9, 10; Dn. 4:28–33; 5:22, 23; Ro. 1:30; 2 P. 2:10).
La obediencia a la proposición de Satanás era tentadora, porque, ¿qué hombre existe que al pedírsele
que demuestre un punto, no sienta que debe hacerlo de inmediato sin preguntarse primero, “Qué
derecho tiene mi oponente de pedirme que lo pruebe?”
Sin embargo, Jesús no cae en la trampa. Comprende que si él hace lo que Satanás le está pidiendo,
equivaldría a poner la presunción en el lugar de la fe, la desfachatez en lugar de la sumisión a Dios y
su dirección.
Hubiera significado nada menos que arriesgarse a la autodestrucción.
La falsa confianza en el Padre, que el diablo exigía a Jesús en esta segunda tentación, no era mejor
que la desconfianza que le había propuesto en la primera.
Era someter a un experimento al Padre.
Una tradición rabínica dice: “Cuando el rey, el Mesías, se revela, viene y se para en el techo del
lugar santo”.
Basados en esta tradición, algunos comentaristas opinan que el tentador estaba tratando de sugerir que
Jesús, al arrojarse del pináculo del templo, podría presentarse como el Mesías verdadero, porque,
después de llegar a tierra milagrosamente a salvo, la multitud, habiendo observado el descenso con el
aliento entrecortado, exclamaría: “Mirad, está ileso. ¡Debe ser el Mesías!” Para Jesús, sigue este
argumento, éste habría sido un camino fácil hacia el éxito. Podría evitarse la cruz, y obtendría la
corona sin lucha ni agonía.
Es una teoría interesante. Sin embargo, nada hay que le preste el más mínimo apoyo.
No se hace mención de espectadores en el relato del Evangelio.
Además, en su respuesta, Jesús no se refiere a nada por el estilo.
Por lo tanto, creo que hay que desechar toda esta idea. Lc. 16:31 también es un argumento en contra.
La razón por la que Jesús perentoriamente rechaza la proposición del diablo ya ha sido dada.
Se presenta claramente en el v. 7. Jesús le dijo: También está escrito: No pondrás a prueba al
Señor tu Dios.
Esta es un cita de Dt. 6:16, que refleja la situación de los israelitas que se describe en Ex. 17:1–7,
cómo, en un lugar llamado Masa y Meriba, probarona Jehová y se rebelaron contra Moisés por falta
de agua.
Acusaron a Moisés de haberlos sacado cruelmente de Egipto, a ellos, sus hijos, su ganado, llevándolos
al desierto para destruirlos.
Estaban casi a punto de apedrearlo y, en vez de “dar a conocer todas sus necesidades y deseos delante
del trono del Padre” a la manera de un hijo, insolente y provocativamente desafiaron a Dios diciendo:
“¿Está Jehová entre nosotros?”
Jesús sabe que una mala conducta similar de su parte equivaldría a una grave transgresión, esto es, al
exponerse innecesariamente a un peligro para ver cuál sería la reacción del Padre, si estaría con él o
no.
Sabe que ello nada tiene que ver con la confianza humilde en el cuidado protector prometido en Sal.
91. Por lo tanto, en forma muy apropiada responde al tentador citando Dt. 6:16.
La vida cotidiana que nos rodea nos ofrece abundantes ilustraciones de una falsa confianza, similar a
la que el diablo pedía a Jesús que ejerciera.
Una persona busca fervientemente al Señor para que le otorgue la bendición de la salud. Sin embargo,
no observa las normas de la salud.
O le pide a Dios que salve su alma; sin embargo, no usa los medios de gracia tales como el estudio de
las Escrituras, la asistencia a la iglesia, los sacramentos, el vivir una vida para beneficio de otros para
la gloria de Dios.
Alguien suplicará al Señor por el bienestar físico y espiritual de sus hijos, pero descuida el guiarlos
en el camino del Señor.
Un miembro de la iglesia que fue amonestado por haber asistido a un espectáculo pecaminoso, se
defendió diciendo: “No puedo negar que asistí, pero mientras estuve allí, estuve orando
constantemente: Aparta mis ojos, que no vean la vanidad (Sal. 119:37)”.
A todo esto la respuesta es: “No pondrás a prueba al Señor tu Dios”.
Tercera tentación
Y ahora el diablo arroja su máscara y, habiendo fracasado en los primeros dos intentos de vencer a su
enemigo, pone todo en juego en un intento final, brutal, desesperado de lograr su propósito: 8, 9.
OTRA VEZ EL DIABLO LO LLEVÓ A UNA MONTAÑA MUY ALTA, LE MOSTRÓ
TODOS LOS REINOS DEL MUNDO EN SU ESPLENDOR, Y LE DIJO: TODO ESTO TE
DARÉ SI TE POSTRAS DELANTE DE MÍ Y ME ADORAS.
¿Cómo ha de entenderse que, en la segunda tentación, el diablo lleva a Jesús a la santa ciudad y lo
pone en el pináculo del templo, y que ahora, en la tercera tentación, Satanás lo lleva a una montaña
muy alta?
Algunos insisten en que todo esto debe tomarse en forma literal: “El traslado de Jesús al templo fue
físico … “lo llevó consigo” y “lo puso” hace que el diablo proporcione el poder motriz”.
No se nos explica cómo podemos concebir esto.
- ¿Tomó el diablo un cuerpo físico (Gn. 3:1; cf. Jn. 8:44), y ambos, Jesús y el diablo, juntos
caminaron por el desierto, entraron en Jerusalén y subieron hasta el pináculo del templo?
- ¿Cómo llegaron a la montaña desde la que el diablo le podía mostrar a Jesús “todos los
reinos del mundo en su esplendor”?
- ¿Qué montaña de los alrededores del desierto de Judea o de Jerusalén pudo haber sido?
- ¿Se deslizaron suavemente por el cielo, ejerciendo el diablo las funciones de una especie de
máquina?
- ¿Viajaron juntos todo el camino hasta el Everest?
- Pero aun entonces, ¿no se requería de una especie de milagro que permitiera al diablo
mostrar desde allí a Jesús todos los reinos del mundo, y esto no en una silueta oscura, sino
muy claramente, de modo que fuera visible todo su esplendor (o gloria), y esto, no poco a
poco durante un largo período, sino como Lucas añade, “en un momento”?
De ningún modo ésta es una cuestión de creer o no creer las Escrituras.
Es sencillamente una cuestión cómo interpretar mejor lo que aceptamos plenamente.
El autor de este comentario no ha podido hallar una solución en ninguna parte que lo satisfaga más
que la de Calvino.
En su comentario, al reflexionar primero sobre la segunda tentación y luego sobre la tercera, observa:
“Se pregunta, ¿fue (Jesús) llevado realmente a este punto elevado, o fue hecho en una visión?…
Lo que se agrega, que todos los reinos del mundo fueron expuestos ante la vista de Cristo en un
momento … concuerda con la idea de una visión mejor que con cualquier otra teoría.
En un asunto que es dudoso, y en que la ignorancia no produce riesgo, prefiero más bien suspender
mi juicio que proporcionar una excusa para debatir a los que son contenciosos”.
Calvino tiene mucho cuidado.
Es claro que favorece la idea de la visión.
Por otra parte, no quiere imponerla, dejando lugar para cualquier otra interpretación razonable que
alguien pueda ofrecer.
Sólo deseo agregar que la Escritura contiene dos pasajes comparables en que se nos dice que alguien
es “puesto” o “llevado” a un monte alto.
Estos dos son Ez. 40:2 y Ap. 21:10.240 Ezequiel afirma claramente que esto ocurrió en visiones de
Dios.
Al vidente de Patmos se le mostraron visiones mientras estaba “en el Espíritu” (Ap. 1:10).
Fue “en el Espíritu” que lo llevaron a una montaña grande y alta.
Así que, el punto de vista de Calvino es digno de ser considerado con seriedad.
La objeción de que si las tentaciones (sean sólo la segunda y la tercera, o quizás mejor, las tres) le
ocurrieron a Jesús durante visiones no fueron reales, no tiene base.
¿No fue real la experiencia de Ezequiel, aun cuando ocurrió en una visión? ¿Está desprovista de valor
la descripción que Juan hace de la Jerusalén dorada debido a que le vino a través de una visión?
Además, si aún un sueño puede ser tan vívido que se han registrado casos de personas que han muerto
como resultado, ¿diremos entonces que la realidad de las experiencias de tentación de Cristo se ve
menguada en alguna forma porque fue en visiones que el tentador vino y se dirigió a él?
Este punto de vista no debe ser confundido con aquel según el cual las tentaciones eran de una
naturaleza puramente subjetiva.
No, aun cuando hubiera sido en una visión que el diablo vino a Jesús, el gran adversario era muy real,
y era él, no el Señor quien decía: “Di a estas piedras que se conviertan en pan”, “arrójate abajo” y
“póstrate delante de mí”.
Si fue en una visión que se pidió al Señor que hiciera estas cosas, podemos estar seguros que lo que
ocurrió en la visión era tan real a su mente como si no hubiera habido visión y todo hubiera ocurrido
literalmente.
Desde la cumbre de un monte muy alto (sea en visión o no, no hay diferencia) el diablo muestra a
Jesús todos los reinos del mundo y (o en) su esplendor.
Todo esto se le muestra en forma vívida a Jesús; según Lucas (como ya hemos visto), ¡en sólo un
momento muy significante!
Para tener un concepto de lo que podía haber estado incluido en el panorama que se desplegó ante el
Señor sería bueno leer cuidadosamente los tres pasajes siguientes: 2 Cr. 9:9–28; Ec. 2:1–11 y Ap.
18:12, 13.
Toda esta riqueza ofrece Satanás a Cristo, todo por el precio de una genuflexión.
Si Jesús sólo se postrara en tierra y adorara (véase sobre 2:11; cf. 2:2, 8) al diablo, podría tenerlo
todo. Podría ser posesión suya y estar bajo su autoridad (cf. Lc. 4:6).
Se ha planteado la pregunta si Satanás era realmente el poseedor de todas estas cosas, y si realmente
estaba en control de todas ellas, al punto de poderlas ofrecer a quienquiera que él quisiera darlas. Con
frecuencia esta pregunta se contesta en forma afirmativa, con apoyo de Ef. 2:2, donde se llama a
Satanás “el príncipe de la potestad del aire”; Ef. 6:12, que habla de “huestes espirituales de maldad en
los aires”; 1 Jn. 5:19, que afirma que “el mundo entero está bajo el maligno”; y aun Lc. 4:6, donde el
gran adversario se presenta como el propietario legal y gobernador de todo.
Estos intérpretes encuentran un apoyo más en que, en su respuesta, Jesús no discutió la pretensión de
Satanás (4:10). ¿Prueban realmente estos pasajes lo que quieren probar los que apelan a ellos? Creo
que no. Los primeros tres prueban simplemente que Satanás ejerce una influencia muy poderosa para
mal en la vida de personas y espíritus malvados que le reconocen como su amo. Pero tales referencias
no demuestran que el diablo es el poseedor y gobernador de las naciones, con el derecho y poder de
disponer de ellas como quiere, de tal modo que Cristo mismo, por lo menos en la presente
dispensación, tendría que conformarse con una posición inferior a Satanás. La verdad es lo contrario,
como lo demuestran abundantemente pasajes tales como Gn. 3:15; Sal. 2; Mt. 11:27; 28:18; Ro. 16:20;
Ef. 1:20–23; Col. 2:15 y Ap. 12; 20:3, 4, 10. Si se alega que algunos de estos pasajes se refieren al
poder dado a Cristo en su exaltación, la respuesta es que aun durante la humillación de éste, Satanás
no podía hacer más de lo que Cristo le permitía, como testifican Mt. 4:11 y los Evangelios [p 246] en
general (expulsión de demonios; Mt. 12:29; Lc. 10:18; Jn. 12:31). Y en cuanto a la jactancia de
Satanás (Lc. 4:6), es demasiado absurda como para que mereciera una respuesta. Pero si se exige una
respuesta de algún tipo, que sea Jn. 8:44. Por lo tanto, podría parecer superficialmente que la tercera
tentación de ningún modo era una tentación para Cristo. Jesús sabía que el diablo estaba mintiendo;
esto es, que el príncipe del mal no tiene reinos encantadores que dar. Sin duda, el Señor también sabía
que aun cuando Satanás los poseyera, no habría cumplido su promesa. Entonces, ¿en qué
sentido podemos decir que también la tercera tentativa de Satanás fue una verdadera tentación para
Cristo? Como yo lo veo, aunque la forma particular en que fue hecho la proposición nada contenía que
la hiciera recomendable a la mente y el corazón del Salvador, sin embargo, la sugerencia implícita de
tratar de obtener la corona sin sufrir la cruz pudo haber fomentado en él una amarga lucha. Por cierto,
no fue una lucha que lo envolvió en el pecado o que podía llevarlo al punto de cometer pecado, sino que
era un estado de agonía. ¿De qué otro modo podemos explicar las palabras pronunciadas en el Getsemaní,
“Padre mío, si es posible, que esta copa pase de mí; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt.
26:39)? O ¿cómo podemos explicar Lc. 12:50? Por lo tanto, es claro que para Cristo esta tentación era
muy real. Satanás recibió la respuesta que merecía:
10. ENTONCES JESÚS LE DIJO: VETE, SATANÁS, PORQUE ESTÁ ESCRITO: AL SEÑOR
TU DIOS ADORARÁS, Y A ÉL SOLO SERVIRÁS.
La expresión “Vete, Satanás”, un mandamiento que fue obedecido (véase v. 11), no solamente muestra
la repugnancia de parte de Cristo a la proposición del diablo, sino también la supremacía de Cristo
sobre él. La respuesta es un reflejo de Dt. 6:3.242 También revela un agudo contraste entre Cristo,
que siempre está haciendo lo que su Padre quiere que haga (Jn. 5:30; 6:38), y Satanás, cuyo propósito
es exactamente lo contrario (Gn. 2:17; cf. 3:4; Zac. 3:1, 2; Jn. 8:44; 1 Ts. 2:18; 1P. 5:8; 1 Jn. 3:8; Ap.
12; [p 247] 20:8, 9), y que corresponde verdaderamente al sentido del nombre con que Jesús se dirige
a él, adversario. Ante el mandato de Cristo, Satanás se aleja completamente derrotado, como se
declara en el v. 11. Entonces el diablo lo dejó. Por el momento se abstuvo de intentar otros ataques,
esperando otra oportunidad (Lc. 4:13). A través de pasajes tales como Mt. 16:23; Lc. 22:28, es claro que
ciertamente reanudó sus ataques. A la luz de Heb. 2:18, véase también Mt. 26:36– 46; Mr. 3:21, 31; 8:32,
33. Las visiones, si es que lo fueron, se desvanecen. Jesús está consciente de estar en el desierto.
Continúa: y he aquí, vinieron ángeles y le servían. No se dice qué tipo de servicio realizaban. Los
comentaristas que rechazan la teoría de la visión dicen que, entre otras cosas, los ángeles ahora ayudan
a Jesús en el descenso del monte muy alto donde acababa de realizarse la tercera tentación.243 La
declaración general que los ángeles fueron enviados por el Padre para proveer lo que el Hijo necesitaba,
sea lo que fuere, es quizás la mejor. Parece ser razonable inferir que esto también incluía la alimentación
corporal.
Sus lecciones
1. Resista al diablo apelando a las Escrituras, como Jesús lo hizo tres veces seguidas.
2. Tenga la seguridad que Jesús, como representante de su pueblo, ha rendido la obediencia que Adán,
como representante de la humanidad, dejó de rendir.
3. Reciba consuelo del hecho de que tenemos un Sumo sacerdote que, habiendo sido tentado, puede
ayudarnos en nuestras tentaciones (Heb. 4:14–16).
4. Nótese que al no prestar oídos al diablo, Jesús recibe las mismas bendiciones que Satanás le ofreció.
Sin embargo, es en un sentido mucho más glorioso, y con el favor del Padre sobre él, que recibe la
fortaleza para resistir físicamente, el ministerio de los ángeles y la autoridad sobre los reinos del
mundo.