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El Pecado

Un mensaje de Franklin Graham

El apóstol Pablo escribió a los romanos que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios” (Romanos 3:23 RVR60) y que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23 NVI). El ángel le
anunció a José que el Niño que estaba en el vientre de María sería llamado “Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Cuando Juan el Bautista vio a Jesús que venía a
ser bautizado, exclamó: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan
1:29).

La Biblia menciona el pecado con tanta frecuencia por una buena razón: es el pecado, nuestro
pecado, el que nos separa de Dios y, si no se lo soluciona con fe y arrepentimiento, produce
muerte eterna. Enfrentar la verdad acerca de nuestro pecado y sus mortales consecuencias es, en
la Biblia, un requisito previo para recibir a Jesús como Salvador.

Por eso me quedé sorprendido cuando asistí a una conferencia cristiana y uno de los oradores dijo
que no deberíamos mencionar el pecado en nuestras predicaciones porque es ofensivo.
Ciertamente, el pecado es ofensivo, pero la Persona a quien ofende el pecado es el Dios Santo.
Dios odia el pecado. Él se opone eternamente, ferozmente al pecado, y no puede tolerarlo en Su
presencia.

Es por esto que la Biblia pasa tanto tiempo hablando del pecado. Es nuestro problema
fundamental, y si lo pasamos por alto, quedamos librados a nuestros fútiles recursos para
encontrarle solución.

No obstante, por grande que sea el énfasis que la Biblia pone en la realidad y el peligro del
pecado, es aun mayor el peso que le da a la cura para el pecado: la salvación por medio de una fe
personal en la obra expiatoria de Jesucristo en la cruz. El problema del pecado ya ha sido
resuelto. Hay liberación, porque tenemos un Libertador. Hay salvación, porque tenemos un
Salvador. Hay redención, porque tenemos un Redentor.

La Buena Noticia es que Dios perdona el pecado. Él derramó su divina ira contra el pecado
castigando a su propio Hijo en la cruz. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados” (Isaías 53:5, RVR1960). El castigo del pecado —la muerte eterna— fue pagado
por completo cuando Jesús murió en nuestro lugar en el Calvario.

Cuando nos apartamos de nuestro pecado, es decir, reconocemos que nos hemos rebelado contra
Dios y que somos completamente incapaces de salvarnos a nosotros mismos; y acudimos a Dios con
fe, recibimos el regalo gratuito de la salvación. Nada hicimos para ganarlo, porque no podemos.
Lo sorprendente es que Dios no solo quitó nuestros pecados, sino también nos acreditó la justicia
que es de Él. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21, RVR1960). Martín Lutero llamó a esto “el gran
intercambio”: nuestro pecado por la justicia de Dios.
El pecado es, ciertamente, una mala noticia. Estamos perdidos, sin esperanza, sin Dios. Pero,
cuando dejamos de lado nuestro orgullo y admitimos nuestro pecado, estamos listos para recibir la
gloriosa salvación de Jesucristo.

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