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Introducción

El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad es uno de los trastornos del


neurodesarrollo más comunes en la infancia, que se prolonga a la edad adulta. A
pesar de la extensa literatura, para muchas personas sigue siendo desconocido, lo
que dificulta el diagnóstico y por lo tanto retrasa las herramientas de tratamiento
(Daniel, Gupta y Sagar, 2013).
Esto ha llevado a interrogantes acerca de los factores causales a dicha
prevalencia, los diferentes criterios usados para el diagnóstico y sus síntomas.
Actualmente, el proceso de enseñanza-aprendizaje, se encuentra bajo el
entendimiento de que el profesor funge como guía para los alumnos, a través de
su acompañamiento.
Pero resulta que, es cada vez más frecuente que los alumnos no logren
comprender determinados temas, por problemas de aprendizaje, y otros factores
que llevan al alumno a reprobar o incluso a desertar del nivel educativo en el que
se encuentra, es por ello que resulta necesario indagar acerca de cuáles son los
procesos que el alumno y el profesor llevan a cabo para construir conocimientos y
así determinar posibles mejoras en dichos procesos.
Los niños con este trastorno (TDAH) son considerados un problema para
muchos maestros puesto que para la mayoría son niños distraídos e inquietos y
por su misma distracción son castigados y/o rechazados inclusive por los mismos
compañeros que al principio los aceptan.
Cuando no se reconoce ni se trata el TDAH en los niños y adolescentes,
esto puede dar lugar a que se generen sentimientos de fracaso en diferentes
ámbitos de su vida.
Los tratamientos más efectivos están enfocados a reducir los síntomas,
debido a que son muy diversos, crónicos y conductuales. Es necesario la
intervención de profesionales de distintas disciplinas como:
Neurólogos, psicólogos, trabajadores sociales y maestros, hay evidencia de
que la terapia y sus diversas formas de tratamiento, como el farmacológico -
medicamentos- más el psicoterapéutico por periodos largos reduce el riesgo de un
pronóstico negativo en la adolescencia y la edad adulta. También toman en cuenta
a la familia, sobre todo a los padres, y es por eso la importancia de que estén bien
informados.

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Historia y evolución conceptual

El concepto que hoy se denomina Trastorno por Déficit de Atención e


Hiperactividad ha ido evolucionando a lo largo de los años, desde la primera
referencia bibliográfica en 1798 dónde se describía como la incapacidad para
centrar la atención y la inquietud (Sandberg y Barton, 1996).
En 1902 se publicó The Lancet un trabajo en el que describía unos niños
con falta de control de la conducta y necesidad de movimiento constante, defendía
que esta actitud se debía a una enfermedad neurológica o hereditaria y no a una
mala crianza (Still, 1902).
Se describe un “síndrome hipercinético”, consecuencia según se expone
de traumatismos craneales o encefalopatías. Esto propició que se adscribiera
claramente la hiperactividad a una alteración neurológica (Ebaugh,1923).
Straus y Lehtinen describen lo que ellos denominan “lesión cerebral
mínima” esta noción dio lugar a un gran número de discusiones y despertó
grandes desconfianzas, así como reservas, entre los principales argumentos de
controversia se encontraba la paradoja de hablar de una lesión que en la mayoría
de los casos no era posible objetivar (Straus y Lehtinen, 1947).
En las conclusiones de un Symposium internacional celebrado en Oxford se
reemplazó la expresión “lesión cerebral mínima” por la de “disfunción cerebral
mínima”, esta fue definida como un trastorno de conducta y también del
aprendizaje que se presenta en niños de una inteligencia normal, asociado con
disfunciones del sistema nervioso central (Clements, 1966).
Años después, pasó a denominarse “Daño cerebral” sustituyéndose en
trabajos posteriores por Disfunción Cerebral Mínima, al demostrar que niños que
no habían sufrido daño cerebral también presentaban los mismos síntomas
(Schwartz, Pizzo y Mckee, 1971).
En la década de los 70 fue cuando Douglas (1972) señaló la incapacidad de
mantener la atención y la impulsividad como deficiencia básica de los niños
afectados, por encima de la propia hiperactividad. Este argumento explica mejor la
incapacidad que padecen, en términos de autorregulación, para adaptarse a las
exigencias sociales imponiendo límites a su comportamiento. A esto suelen ir
asociados la mayoría de los problemas que experimentan los menores
hiperactivos. Hasta el momento presente se ha ido produciendo un acercamiento
en la concepción del trastorno, que se concreta en los dos sistemas
internacionales de clasificación que más se utilizan en la actualidad, la
Clasificación Internacional de los Trastornos Mentales de la OMS (CIE 10) y el
Manual Estadístico y Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM-5).
Desde entonces el término ha evolucionado hasta el concepto actual,
registrado en la revisión del DSM IV (1994). En el DSM-5 se contemplan cambios,

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como la distinción con el TDAH-Impulsivo y la posibilidad de diagnóstico en
adolescentes y adultos (2013).

Diagnostico

Etiología
Se plantea una etiología multifactorial dentro de los factores biológicos y
psicológicos:
El TDAH se presenta cuando existe antecedente de mala salud materna,
parto prolongado o bajo peso al nacer, factores psicosociales en familias
desestructuradas, factores genéticos con concordancia entre gemelos
monocigotos del 50-80%, factores neuroquímicos con búsqueda de posibles
genes relacionados fundamentalmente con la regulación y transporte de dopamina
y la noradrenalina, neurotransmisores implicados en las funciones de atención y
regulación motora y factores neuroanatómicos (Mediavilla-García, 2003). Durante
años se ha sugerido que la localización anatómica de las alteraciones
conductuales se situaría en la vía frontobasal, aunque con el desarrollo de las
técnicas neurofuncionales, se ha demostrado afectación en los circuitos
frontoestriatales (Filipek, Semrud-Clikeman, Steingard, Renshaw, Kennedy y
Biederman, 1997).
Así mismo, alguno de los múltiples factores ambientales involucrados y los
más comunes son: agresiones al feto durante el embarazo, como el consumo de
bebidas alcohólicas, las drogas ilegales y el fumar; el haber experimentado
sufrimiento fetal durante el parto o haber sufrido traumas cerebrales como
consecuencia de golpes en la cabeza; bajo peso al nacer; que el niño este
expuesto a sustancias como el plomo que se pueden encontrar en el aire o en
algunas bebidas; el presentar enfermedades neurológicas, etc (Álvarez y Pinel,
2015).

Actualmente se sabe que las deficiencias psicológicas de quienes sufren


TDAH se deben al funcionamiento alterado en regiones específicas del cerebro
como el lóbulo frontal y sus conexiones con los ganglios basales y el cerebelo.
Hay múltiples factores causales conocidos, pero la evidencia más fuerte apunta a
que la predisposición genética o hereditaria en interacción con el medio ambienté
produce los síntomas de TDAH mediante ciertos desbalances entre sustancias
cerebrales llamadas neurotransmisores. Tales desbalances dificultan la acción de
los sistemas inhibitorios y ante la falta de inhibición apropiada se genera la
hiperactividad, la impulsividad y la atención deficiente. La contribución genérica
para que se generen lo síntomas del TDAH se encuentra entre la más elevadas
para cualquier trastorno psiquiátrico; a ella se debe de 70% a 95% de los
síntomas, cercana a la contribución genética a la estatura humana (Barrios,
Matute y Bolaños, 2016).

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Detección
Uno de los factores de mejor pronóstico de la hiperactividad infantil es la detección
precoz y la intervención temprana.
En los niños hiperactivos existe una mayor frecuencia de alteraciones
durante el embarazo o parto. La observación de la conducta hiperactiva impulsiva
y desatenta en las primeras edades resulta también importante. En los primero
años es difícil constatar el déficit de atención así que la observación se centra en
la hiperactividad motriz y en la impulsividad. La actividad motriz sería un buen
predictor de hiperactividad cuando se observa en la edad preescolar, pero no
cuando es patente en las primeras semanas de vida (Folgar, 2015).

Características
La característica principal del trastorno por déficit de atención/hiperactividad
(TDAH) es un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que
interfiere con el funcionamiento o el desarrollo. La inatención se manifiesta
conductualmente en el TDAH como desviaciones en las tareas. Falta de
persistencia, dificultad para mantener la atención y desorganización que no se
deben a un desafío o a falta de comprensión. La hiperactividad se refiere a una
actividad motora excesiva (como un niño que corretea) cuando no es apropiado, o
a jugueteos, golpes o locuacidad excesivos. En los adultos la hiperactividad puede
manifestarse como una inquietud extrema y un nivel de actividad que cansa a las
otras personas. La impulsividad se refiere a acciones apresuradas que se
producen en el momento, sin reflexión, y que crean un gran riesgo de dañar al
individuo (p. ej., ir corriendo a la calle sin mirar). La impulsividad puede reflejar un
deseo de recompensas inmediatas o la incapacidad de retrasar la gratificación.
Los comportamientos impulsivos puede considerarse como una tendencia a
inmiscuirse socialmente (p. ej., interrumpir excesivamente a los otros) y/o tomar
decisiones importantes sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo
(DuPaul y Power, 2010).
El TDAH empieza en la infancia. El requisito de que varios síntomas estén
presentes antes de 12 años de edad transmite la importancia de una presentación
clínica sustancial durante la infancia.
Al mismo tiempo, no se especifica una edad de inicio más temprana por las
dificultades para establecer retrospectivamente y con precisión el inicio durante la
infancia.
Las manifestaciones del trastorno deben estar presentes en más de un
entorno como la casa, la escuela, etc. La confirmación de los síntomas
sustanciales en los diferentes entornos normalmente no se puede realizar con
precisión sin consultar con informantes que hayan observado al individuo en esos
contextos. De manera característica, los síntomas varían dependiendo del
contexto dentro de cada entorno. Los signos del trastorno pueden ser mínimos o
estar ausentes cuando el individuo recibe recompensas frecuentes por

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comportamiento apropiado, está bajo estrecha supervisión, está en una situación
nueva, está participando en actividades especialmente interesantes, tiene una
estimulación externa constante (p. ej., un televisor), o está en situaciones donde
interactúa cara a cara con otra persona (DSM-V, 2013).

Síntomas
a) Con frecuencia juguetea con o golpea las manos o los pies o se retuerce en el
asiento.
b) Con frecuencia se levanta en situaciones en que se espera que permanezca
sentado.
c) Corretea o trepa en situaciones que en las que no resulta apropiado.
d) Con frecuencia es incapaz de jugar o de ocuparse tranquilamente en
actividades recreativas.
e) Con frecuencia está “ocupado”, actuando como si lo “impulsara un motor”.
f) Con frecuencia habla excesivamente.
g) Con frecuencia responde inesperadamente o antes de que se haya concluido
una pregunta.
h) Le es difícil esperar su turno.
i) Interrumpe o se inmiscuye con otros. (DSM-V, 2013)

Síntomas del Déficit de Atención


 Los sujetos no prestan suficiente atención a los detalles y cometen errores
por descuido en los trabajos escolares u otras actividades. Trabajan de
forma desordenada y sucia.
 Normalmente están distraídos y parecen no escuchar.
 A menudo cambian de actividad sin finalizar ninguna, con dificultad para
organizar tareas.
 Les cuesta seguir instrucciones, finalizar tareas y cumplir con obligaciones
 Evitan y muestran desagrado ante actividades que requieran un esfuerzo
mental sostenido y que les exijan gran concentración
 Pierden la concentración muy fácilmente con estímulos insignificantes.
 Suelen ser olvidadizos.
 A menudo tienen problemas para seguir una conversación. (DSM-V, 2013)

Síntomas de Hiperactividad
 A menudo se mueven en exceso y se mueven mucho en su asiento.
 Les cuesta estar sentados cuando es necesario y jugar de manera
tranquila.

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 A menudo corren o saltan en situaciones que deberían estar más
pausados.
 Se mueven como si tuviesen un motor constantemente en marcha.
Síntomas de la Impulsividad
 A menudo hablan en exceso y tiene dificultades para esperar su turno.
 A menudo tienen dificultades para esperar a que se termine de formular
una pregunta y contestan precipitadamente. (DSM-V, 2013)

Existe más ocurrencia en niños

En cuanto a las variaciones por género, el DSM-5 informa una mayor presencia
del sexo masculino (APA, 2013), aunque en algunos se refiere una presencia
equitativa, y en otro de estos se encuentra una proporción mayor en mujeres
(Barrios, Matute y Bolaños, 2016).
Es un trastorno en una proporción diez veces más frecuente en niños que
en niñas, por cada diez varones hiperactivos encontramos a una niña hiperactiva.
Se estima que de un 3% a un 5% de los niños menores de 10 años padecen
Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad.
Dada su menor incidencia entre mujeres, el Trastorno por Déficit de
Atención con Hiperactividad ha sido estudiado preferentemente en varones,
limitándose los estudios con niñas para investigar la frecuencia del trastorno. No
conocemos, por ejemplo, trastornos que traten de decirnos como se enfrenta una
niña y un niño a los problemas que les causa su déficit de atención, su
impulsividad y su hiperactividad motriz. Sin embargo, desde la experiencia clínica
parecen atisbarse algunas diferencias importantes en el modo en que niños y
niñas encaran este trastorno
Un mayor número de varones que se enfrentan a la frustración mostrando
problemas de conducta, desobedeciendo, descargando su rabia
descontroladamente. Entre las niñas hiperactivas, sin embargo, parecen más
frecuentes comportamientos como ansiedad desmedida, intentos de controlar el
fracaso dedicando más horas de estudio, comportamientos de tipo obsesivo e
hipercontrolador (pedir que s eles pregunte la lección ocho veces para un examen,
borrar demasiado, repetir las cosas una y otra vez hasta quedar bien) y un
exagerado celo en el cumplimiento de las normas. (Vazquez, Benitez y Caicedo,
2011)
Por supuesto que este tipio de conductas no son exclusivas de un sexo u
otro, ni todas las niñas que presentan estas conductas tienen un déficit de
atención con hiperactividad, pero si son estrategias que, con cierta frecuencia,

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utilizan las niñas con problemas de atención para intentar adaptarse a las
exigencias del entorno.

Métodos de aprendizaje

Se debe contar con espacios donde los niños con TDAH puedan liberar su
impulsividad e hiperactividad de forma productiva y que no interfiera en el buen
funcionamiento de la clase. Los niños con TDAH tiene dificultades en respetar las
normas y mantener un comportamiento adecuado en cada momento, por eso el
entorno deberá ser paciente y comprensivo. Torrego y Moreno (2007) proponen
crear un sistema de gestión de convivencia en el que sean los propios
compañeros los que solucionen los conflictos, siguiendo la misma escuela de
métodos previos como el ADHD Classroom Kit de Anhalt y colaboradores. Es
conveniente explicar, tanto al alumno como a sus compañeros de aula, cuáles son
las características y necesidades del alumno con TDAH. Así conseguimos que el
niño se conozca mejor, aprenda a valorarse y autorregularse y al mismo tiempo,
favorecemos que sus compañeros entiendan mejor las situaciones de conflicto y
los tratos especiales que reciba el alumno (Jensen y Abikoff, 2010).
El castigo no suele funcionar, por lo que deberá utilizarse solo en los casos
de falta grave. Es más efectivo utilizar premios y siempre de forma lo más
inmediata posible, pues su impulsividad no les permite programar sus acciones en
función de un premio a largo plazo. Los niños con TDAH tienden a valorarse
negativamente debido a los continuos conflictos y reprimendas. Dudan de sus
habilidades e infravaloran sus posibilidades. El docente debe descubrir en qué
tareas pueden tener más éxito y utilizarlas para motivarles y enseñarles a
valorarse. Si el maestro confía en las posibilidades del alumno, este aprenderá a
creer en sí mismo.
La necesidad de moverse es difícil de controlar, es recomendable permitirle
levantarse, por ejemplo, asignándole encargos. Las tareas no requerirán más de
30 minutos de trabajo, alternándolas según su dificultad. Cuando se realicen
tareas en grupo lo ideal son grupos pequeños de entre 3 y 6 niños (Fernandez,
2011).
En cuanto al tratamiento farmacológico, los fármacos utilizados pertenecen
al grupo de los estimulantes como el metilfenidato, en distintas formas de
liberación la dextroanfetamina y más recientemente la lisdexanfetamina, con
indicación aprobada para el TDAH en EEUU desde febrero de 2007 y en España
desde mayo de 2014 y los no estimulantes como la atomoxetina. A pesar de las
numerosas críticas sobre su administración en niños, numerosos estudios han
demostrado, un beneficio en el 75-90% de los pacientes tratados. Los beneficios

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se perciben de manera inmediata, mejorando el comportamiento, la impulsividad y
el movimiento excesivo. Mejora la capacidad de atención, la memoria a corto plazo
y las relaciones familiares y escolares. En algunos pacientes se han observado
efectos adversos, pero en la mayoría de los casos son leves y de carácter
transitorio (Pallardo, 2015).
La práctica clínica ha demostrado que la combinación de diversas técnicas,
articuladas en un modelo de intervención coherente, propicia la aparición de
mejoras clínicas significativas en mucha mayor medida que el uso aislado de
algunas de ellas. Como muestra de ello, se han construido programas terapéuticos
como el de Kotkin (1998), que integra en el mismo a profesores, psicopedagogos y
auxiliares educativos cualificados. También en el aula se aplica el programa
Classroom Kit de Anhalt, Mc Neill, y Bahl (1998), que se basa en el concepto de
aprendizaje cooperativo. En España, Miranda, Gargallo y Gil (1999) desarrollaron
un programa en el contexto del aula, espacio que reúne las condiciones
adecuadas para que los mecanismos autorregulatorios se interioricen de manera
gradual por los niños hiperactivos. Calderón (2001) estructuró un programa de
carácter cognitivo conductual cuya aplicación ha dado como resultado una
significativa disminución de las conductas vinculadas al trastorno, mantenida
durante el seguimiento. Orjales y Polaino (2007)) han diseñado un programa de
intervención de corte también cognitivo conductual que incluye el entrenamiento
en técnicas de autoinstruccción (Fernandez, 2011).

Estrategias de intervención
Existen dos corrientes de intervención: de tipo conductual, para que padres y
maestros adquieran conocimientos básicos sobre el comportamiento de los niños
TDAH y así saber redirigir su conducta y la cognitiva, para enseñar a los niños
técnicas de autocontrol y autorregulación. Aunque probablemente la más eficaz es
la combinación de ambos, la intervención cognitivo-conductual
Técnicas de modificación de conducta que consisten en: Reforzadores
positivos: cualquier premio que dado después de una conducta, propicia que esta
se repita en más ocasiones; Reforzadores negativos: son estímulos que al ser
retirados hacen que se incremente el comportamiento; Castigo negativo o costo de
respuesta: consiste en retirar reforzadores positivos ante conductas no deseadas;
Economía de fichas: se fijan unas recompensas (fichas) a cambio de la buena
realización de unas tareas concretas. Las fichas se cambiarán por premios que la
persona desee; Tiempo fuera: consiste en aislar al niño cuando tiene una
conducta inapropiada en una zona carente de estímulos. Es importante explicar a
la persona que no se le está castigando, sino dando un tiempo para reflexionar y
poder corregir su error; Extinción: consiste en localizar, analizar y eliminar los
reforzadores de conductas negativas. Por ejemplo, cuando la persona realiza
conductas inapropiadas, se le retira la atención para que entienda que con su
mala conducta no va a conseguir que estén pendiente de él (Álvarez y Pinel,
2015).

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Técnica de entrenamiento en auto-instrucciones: Consiste en dar unas
pautas al niño para que aprenda a dominar su impulsividad y mejore su atención
Estrategia de resolución de problemas: Como la técnica de la Tortuga
(Snider, 2003), elaborada para desarrollar en el niño habilidades de autocontrol de
situaciones conflictivas, proporcionándole medios para canalizar su ira. Se enseña
al niño que cuando escuche la palabra “tortuga” tiene que replegar su cuerpo
como si se estuviese dentro de su caparazón, cerrar los ojos y respirar
profundamente. Se enseña al niño cómo tensar los músculos en la posición de
tortura, mantener la tensión unos segundos, y después relajar todo su cuerpo;
Entrenamiento en habilidades sociales: la deficiencia de respetar reglas y su
impulsividad, dificultan las relaciones con sus iguales y suelen ser rechazados por
sus compañeros. La escuela les ayuda a desarrollar una conducta más asertiva,
entendiendo y respetando los sentimientos propios y los de los demás (Álvarez y
Pinel, 2015).

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Conclusiones

En el presente trabajo se ha partido describiendo la conceptualización de la


terminología utilizada para referirse a los seres humanos que cumplen la
sintomatología del TDAH. Se han identificado diversas categorías que influyen de
manera negativa en la identidad del ser humano que recibe este diagnóstico, éstas
han ido modificándose desde concebir a los niños con sintomatología hiperactiva,
impulsiva y la inatención.
se puede explicar la alta prevalencia actual del TDAH mediante un solo
factor, sino por un cúmulo de ellos, entre los que destaca la disparidad en el uso
de criterios, instrumentos y escalas de juicio clínico. La falta de perspectiva
evolutiva que atienda las diferencias presentes en los síntomas nucleares se
constata por el hecho de que todos los adultos diagnosticados de TDAH lo son a
partir de criterios validados sólo en niños. De idéntico modo, los síntomas no
debutan ni repercuten igual en la edad infantil que en las posteriores, por lo que el
entrenamiento a padres y la coordinación con el entorno escolar resultan capitales
para el ulterior desarrollo evolutivo y emocional.

El TDAH tiene graves repercusiones sobre la persona a nivel psico-social y


académico. Por este motivo, es precisa una intervención multifactorial,
sincronizando el trabajo de la familia, la escuela y los psicólogos y/o psiquiatras. Si
bien es cierto los educadores son una de las piezas claves, tanto en el diagnóstico
precoz, como en la puesta en marcha de las estrategias de intervención. Su
formación y motivación es imprescindible puesto que se trata del trastorno más
frecuente en la edad escolar. En el aula, lo más efectivo es aplicar una terapia
mixta cognitivo-conductual, en la que se trabaje la redirección de la conducta y se
enseñe a los alumnos técnicas de autocontrol y autorregulación.
En último lugar, es importantísimo como tratamiento trabajar la inteligencia
emocional de los niños que presentan TDAH puesto que su autoestima se ve
dañada, por continuos castigos y reprimendas, por lo que deben aprender a
conocer sus potenciales, así como sus limitaciones, para conseguir dar lo mejor de
sí mismos en cada situación.

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