Desafíos de la actual coyuntura política de América Latina
Hugo Zemelman IPECAL México Marzo 2009
Epígrafe
“Y hoy, cuando el capital dominante ya no es el capital industrial, sino el financiero,
el trabajador industrial ha sido debilitado, fragmentado, apagado. La lucha ya no se da tanto en el terreno sindical o en el espacio público, sino, principalmente, en el barrio donde se vive, o dentro de uno mismo. El conflicto se ha localizado y subjetivado. Hoy es el resultado de enfrentarse individualmente, contra el mercado omnipresente y el estado ausente y de perder anónimamente esa batalla. Es sentirse fracasado, por eso, ante sí mismo y ante los hijos. Estamos en la sociedad del riesgo” (Gabriel Salazar: Ensanchar la mirada, a propósito de la obra de Hernán Ramírez Necochea, historiador del movimiento obrero chileno. Cultura, la tercera, 7 de abril del 2007, No. 28).
Problemáticas sociopolíticas en América Latina
Es difícil vislumbrar futuros cuando no se tiene clara la situación presente.
Estamos ante un momento en el desarrollo del capitalismo que está resignificando una enorme variedad de fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales, que nos hacen pensar en una situación inestable y abierta en su dirección de devenir, pero que se impone mostrarlo como cerrada, sin alternativas; de ahí que la tarea esencial sea procurar construir los lineamientos principales de este momento caracterizado por la crisis del modelo neoliberal, la cual no es sino una manifestación de los desequilibrios estructurales del capitalismo y la consiguiente emergencia de proyectos políticos que lo cuestionan. Como es el caso de Venezuela, Bolivia, Ecuador, sin mencionar a Cuba. En primer lugar, debemos partir reconociendo que la situación actual se caracteriza por la alta concentración del capital y el predominio sin contrapeso del capital financiero; lo que da lugar a profundos desequilibrios entre el crecimiento que se traduce en la precariedad de la estabilidad laboral y en la insuficiencia de los ingresos, para no hablar del desempleo abierto, lo que determina que grandes sectores sociales, principalmente los jóvenes, están siendo excluidos y carezcan de claras perspectivas de futuro. Pero esta crisis económica-financiera se produce en el contexto político caracterizado por un estado debilitado que carece de los instrumentos de regulación, así como del predominio de la lógica de mercado que se corresponde. Predominio que se expresa en un síndrome de valores que pretenden ser universales, con un mismo carácter para todos los países y para todos los sectores sociales. Economía de mercado, que se acompaña de posturas de 1eficacia, aunque cortoplacistas, pero que da lugar a un fuerte individualismo que sirve para mutilar las posibilidades que surjan desde colectivos; individualismo que más allá de su disconformidad permanece inerme en su situaciones de desventaja. En este contexto, el concepto de futuro se reduce a la idea de oportunidades intervinientes, esto es, que suponen cierta capacidad del sujeto para reconocerse como tal, aunque, más allá de esta posibilidad, no se puede ocultar el hecho que el concepto de futuro se reduce, en el mejor de los casos, a una dinámica de movilidad individual. Con lo que se crean las condiciones para disolver cualquier referente de pertenencia colectiva, por lo que el significado de lo social pierde sentido en una atomización que es el caldo de cultivo de la competitividad y del reconocimiento del éxito como mecanismo para mostrar presencia social. Y que se expresa en la pérdida de una conciencia de pertenencia a proyectos colectivos. La sociedad se disuelve en la movilidad individual, los horizontes históricos se restringen a los límites de los proyectos personales de vida, la solidaridad no se plasma en ninguna identidad colectiva, sino, en el mejor de los casos, a tener situaciones de marginalidad o de violación de los derechos humanos, aunque quizá, su forma dominante sea la lógica de cooptación impulsada por grupos particulares. Es como funcionan los partidos políticos, incluso los sindicatos. Las consecuencias de lo anterior son profundas sobre las instituciones y en los espacios en los que se puede ejercer el poder. El capitalismo no está negando la democracia, pero si la está transformando a partir de sus propias necesidades. Cada vez más, considerando la marginación de sectores, así como la pérdida de proyectos, la inestabilidad laboral o la precariedad de ingresos, agudizan sus efectos que plantean la necesidad de políticas de control, aunque, a la vez, muestran la apariencia de apertura a la participación en forma de no perder el poder su hegemonía. Entre estos mecanismos se pueden contar la exaltación por hacer ganar presencia a la sociedad civil como espacio de participación y de poder, pero que, en definitiva no es sino un montaje para disfrazar la presencia de los poderes fácticos; poderes que sin negar al estado lo debilitan en un juego que aparece favoreciendo a la sociedad, en la forma de libertades cívicas, como la participación ciudadana, o como apoyarse en los “emprendimientos sociales” como modos para ocultar el predominio sin contrapeso de estos poderes. La institucionalidad del estado termina por reducirse a un espacio en el que se persigue una suerte de arbitraje entre las diferentes fuerzas sociales, pero que termina por cumplir la función de necesidad de asistencia social para controlar las emergencias de proyectos alternativos, especialmente una pertenencia a referentes colectivos, aunque estos últimos no requieran de la presencia de un estado en forma. En verdad, el espacio conformado por las instituciones es un espacio de conformación de los poderes fácticos económico-financieros, así como de grupos de presión político de carácter clientelístico. Lo que lleva a concluir que la democracia está deviniendo en el sistema político que sirve para legitimar a las dinámicas económica y políticas que operan fuera de las instituciones: la 2democracia como manifestación del estado de excepción (cf. Karl Schmitt, así como los comentarios de Giorgo Agamben). La importancia de lo que decimos consiste en que la situación descrita, sobre la democracia, puede igualmente validar la presentación del sistema capitalista, como servir para validar propuestas alternativas (Venezuela, Bolivia), que se traduce en dos situaciones igualmente relevantes que se pueden apoyar recíprocamente: primero, que las estrategias de desarrollo económico se definen en torno a un proyecto de crecimiento que, más allá de que tenga lugar una alternancia en el ejercicio del poder, se muestre fuera de debate, por lo que los llamados proyectos de país nunca rompen con el esquema dominante propio del modelo neoliberal o del capitalismo transnacional (Chile, Argentina, Brasil). Y segundo, se traduce en reformas constitucionales y legales que tienden a la prórroga indefinida de las autoridades (Venezuela), o, en su defecto, de manera más engañosa aunque igualmente efectiva, a la renovación indefinida de coaliciones de fuerzas políticas que garanticen el mantenimiento del proyecto económico (el caso más claro es Chile), de manera que el reemplazo de las autoridades no afecte la naturaleza y ejecución de las políticas elevadas a rango de políticas de estado. La situación define un contexto que ofrece enormes desafíos históricos, más todavía cuando se trata de situaciones ceñidas a los parámetros del poder dominante, aunque con variantes según como el poder imperial es aceptado por la clase política (Argentina, Brasil, Uruguay y Chile). O bien, en la otra situación, poner en la mesa de discusión la cuestión de abordar la constitución de nuevos proyectos a partir del surgimiento de sujetos y actores, lo que plantea determinar la consistencia de su viabilidad y sostenibilidad en el tiempo, más allá de las circunstancias coyunturales como puede representarlo un liderazgo carismático (Bolivia, Venezuela, Ecuador). El verdadero debate va más allá de lo puramente valórico o ideológico, ya que lo que se plantea es una forma de abordar los procesos históricos políticos desde la profundad misma de sus dinámicas gestantes. Concretamente cómo se puede construir un modelo no capitalista desde la democracia, o bien, cómo la democracia impone necesariamente, con algunos márgenes, un proyecto capitalista. Desafíos epistémico-metodológicos De la problemática del contexto político-económico dominante, se desprenden algunos desafíos que debemos abordar si queremos ir más allá de la simple descripción. En este sentido, es necesario recuperar la idea de análisis de coyuntura en cuanto refiere al momento de la praxis constructora, pero reconociendo determinadas necesidades que se imponen desde el complejo sistema de relaciones entre sujetos. Como conclusión se plantea la necesidad de revisar el concepto mismo de objetividad referido a acontecimientos (en la acepción de Labrousse), “en cuanto haz de movimientos objetivos que convergen en el acontecimiento”, como en el caso del movimiento de precios que “deben ser explicados por un conjunto de condiciones nacionales e internacionales”. 3Debemos tener en cuenta que el acontecimiento hay que comprenderlo como una concreción histórica que se corresponde con el planteamiento, también de Labrousse, de que el objeto de la ciencia es la historia “porque crea constantemente su objeto… por ello rebelde a toda estructuración no dinámica”. Lo cognitivo es ese recorte donde se puede visualizar el acontecimiento en el que cristalizan procesos, pero que a la vez es el espacio de prácticas creadoras de realidades. Como se ha dicho, en relación con Gramcsi, “la filosofía de la praxis” se realiza en el estudio concreto de la historia pasada y en la actividad actual de creación de nueva historia (cf. Luciano Pizzorno, El pasado y presente No. 19). En este marco es importante aclarar lo que se entiende por “historia pasada”, ya que plantea equilibrar la idea de praxis constructora con la idea del “reconocimiento objetivista, del carácter reiterable y previsible”, pues, de lo contrario, “si los hechos son imprevisibles… lo irracional no puede menos que predominar y toda la organización de los hombres es antihistórica, es un prejuicio”; de manera que el problema es aclarar lo que entendemos por regularidad de los hechos como pueden ser “las conductas inerciales, los actos reiterados, mecánicamente”; o bien, ciertos hechos propios de toda sociedad como la “división entre gobernantes y gobernados, o los sistemas de valores distintos a la estructura de las relaciones sociales”, las condiciones que vinculan la acción de los distintos reagrupamientos sociales en un momento dado. Todas las cuales son circunstancias que conforman a lo real en tanto resulta constituido como espacio producto de las propias interacciones entre sujetos de diferente naturaleza, tamaño, duración y gravitación social, lo que lleva a tener que considerar que cuando se articulan, de un modo u otro, cristalizan en acontecimientos. Si somos consecuentes con esta línea de razonamiento, que rompe con un razonamiento de causa-objeto, de inspiración claramente gramciana, tenemos que concluir que la gran regularidad constitutiva de la objetividad de la realidad social (si seguimos ateniéndonos a la exigencia de objetividad para justificar la creación de conceptos científicos), son las condiciones que permiten la formación de voluntades sociales, ya sean estas económicas, políticas o militares. Las distintas modalidades que pueden asumir estas construcciones, da lugar a la naturaleza de las instituciones, en particular de las reglas de gobierno y a cómo es el funcionamiento del estado. La discusión apunta a desplazar el análisis causal o de determinación, presente incluso en la historiografía, por la ciencia de lo político. Ya que, extrapolando lo que se ha sostenido en relación a la obra de Gramsci, podemos decir que lo que le da unidad al análisis es la presencia de uno o varios sujetos que, a partir de sus prácticas-proyectos, articulan los diferentes planos de la realidad, y, en consecuencia, del pensamiento 1 . 1 Idea que es uno de los temas centrales de mi trabajo último Horizontes de la razón III, en la sección que se refiere específicamente al análisis de coyuntura. Por ello incorporamos a este escrito una corta reflexión relativa al problema metodológico del análisis de coyuntura 4El tema central del desafío espistémico-metodológico concierne a la necesidad de desentrañar la función que cumple el ejercicio del poder en la constitución de voluntades colectivas, capaces de influir, con sus prácticas, en la construcción de nueva historia. El futuro no se deduce desde premisas que responden a relaciones causales, sino más bien de la capacidad de potenciación de estos colectivos, y dentro de estos, de los individuos, de manera de incorporar el movimiento molecular interno de las grandes estructuras políticas, económicas y culturales. De ahí que el problema epistémico metodológico se corresponda con la tarea de liberar al pensamiento de las formas dominantes, mecanicistas y deterministas, que impone la lógica del orden; de ahí que la primera prioridad en la estrategia de construir conocimiento sea comprender la constitución de los sujetos y de su capacidad para modelar y mantener proyectos de futuro, antes que organizar un razonamiento desde formas deductivas en base a supuestas causas. Una lógica puramente causal del capitalismo no permite, por ejemplo, dar cuenta de la pérdida de autonomía del sujeto o, mejor todavía, de la problemática propia de la tercer tesis de Fauerbach acerca de cómo se puede reactuar ante lo que nos determina, somete y bloque, sino a partir de categorías como potencia vinculada con la constitución de subjetividades sociales. Es en esta lógica donde la categoría de potencia se puede enriquecer con la de indeterminación, no necesariamente sometida a leyes (en este marco, habría que profundizar en la noción de causalidad y riesgo). Pero tampoco el razonamiento causal puede dar cuenta de una problemática central de la historia de la sociedad, como es la centralidad de la conciencia en lo que concierne a su papel de mediadora en la relación entre individuo y diferentes modos de lo colectivo. El hombre conoce desde lo que es pero no se agota en el simple conocimiento. Líneas particulares de teorización Cabe retomar el tema del pasado y otros que son fundamentes en la actualidad. Algunos de estos temas se relacionan con el ejercicio del poder y el significado de los regímenes militares, así como con la vinculación con lo que hemos dicho acerca de la democracia como estado de excepción. Otro tema, también central, es la relación entre sujetos y proyectos: concretamente la relación que se establece entre construcción del proyecto y constitución del sujeto. La cuestión está en cuidarse de formular proyectos que carezcan de sujetos con la fuerza requerida para sostenerlo, profundizarlo y reproducirlo en el tiempo en el contexto de los cambios que las situaciones históricas plantean (Venezuela, Ecuador, en el pasado, el Chile de Allende), situación que alude a la correlación de fuerzas a nivel nacional e internacional. O bien, la situación de sujetos con proyectos que pretenden transformar en el espacio para el proyecto de otros sujetos, pero consensuando el carácter del proyecto guía (Bolivia). Espacios de poder En el marco de los límites de la postura que hemos esbozado (que hemos desarrollado extensamente en otro lugar) cabe formular algunas reflexiones que 5ilustran en situaciones concretas las dificultades epistémicas que enfrentamos, desde hace años, para dar cuenta de las dinámicas del poder. Valgan como ejemplos para una mayor cautela en el futuro, más aún cuando estamos ubicados en un contexto de profundo bloqueo en las formas de pensar, como producto de un discurso hegemónico que no ha reconocido contrapesos hasta el momento, pero que en los últimos años ha comenzado a mostrar fisuras, como lo demuestra la experiencia de algunos países. La experiencia más distante en el tiempo, con excepción de la revolución cubana, que puede servir de referencia para un ejercicio de la cuestión de los tropiezos que ha representado el análisis del poder es la experiencia de la Unidad Popular con Allende como Presidente de Chile. Desde la perspectiva en que nos hemos colocado, será necesario poner énfasis en los problemas que surgen de esta experiencia de cambio en el continente, que puede servir de lección para que en el futuro desenvolvimiento del pensamiento social no se vuelvan a cometer los mismos errores. No pretendemos, como es obvio, hacer un análisis pormenorizado, sino referirnos a aspectos que definen una problemática sobre el poder y los procesos de cambio que puedan observarse en las experiencias más recientes. Y que no son más que algunos de los tópicos posibles de rescatarse para la discusión epistémico-metodológica, pero que en su conjunto los problemas están claramente relacionados con el ejercicio del poder en tanto instrumentos de cambio. La primera cuestión que se puede destacar es la capacidad del sujeto-actor para trascender o no las circunstancias que determinan una emergencia en alguna coyuntura, lo que se relaciona con la fuerza no solamente del proyecto sino de la relación del sujeto con éste. Se traduce en la capacidad de o de los sujetos para crear situaciones desde las que pueda forjar una correlación de fuerzas favorables para el despliegue del proyecto. En esta dirección, es importante reconocer las situaciones histórico-concretas en la que distintos sujetos pueden crear para presentarse como portadores de prácticas que correspondan a determinadas visiones del mundo social. Pero, a su vez, plantea que el mismo sujeto puede conllevar una impronta de naturaleza coyuntural que difícilmente puede superar. Efectivamente, una posibilidad es que de un proceso electoral, surja un movimiento, con organización amplia y sólida, también con discurso y proyecto, aunque marcada tanto su organización como sus visiones por la coyuntura que contribuye a constituirlo, en este caso una lucha electoral. Ello implica que esa “fuerza electoral” del sujeto no sea suficiente para permitirle avanzar en la profundización de su proyecto desde un determinado ejercicio del poder, planteándose la necesidad de transformar la naturaleza de la organización, sea partidista o de otra índole, con la que ha surgido en la coyuntura. La cuestión es que una lógica clientelística, propia de espacios de confrontaciones electorales, no es la adecuada para una lucha que busca enfrentar al contrincante 6en sus contradicciones internas, mediante un conjunto de prácticas y concepciones que lo vulneren en su cohesión valórica, lo que puede suponer el diseño de políticas de una duración prolongada, que es, por lo demás, lo que exige una lucha contra-hegemónica. De ahí que no sea suficiente provocar polarizaciones y alienamientos entre fuerzas a partir de prácticas que expresan expectativas y demandas inmediatas, y, a veces, contingentes y de corta influencia. La cuestión se puede ilustrar con lo que ocurrió con la política económica de la Unidad Popular frente a las capas medias puesta en práctica en los primeros años de gobierno. El problema reside que al pasar de un momento histórico a otro, es afectada la naturaleza misma de la organización, porque cambia la propia voluntad colectiva y, en consecuencia la real representatividad de la organización. Tema que se ha prestado a constantes discusiones que han girado en torno a las formas de manifestación de la voluntad colectiva, ya sea que se tome en consideración la forma de partido, movimiento, o programa. Y que tiene consecuencias en el plano de las estrategias y de las prácticas, por lo tanto, en la estructura y modo de dirección, así mismo en la amplitud y regularidad de las prácticas y eventuales alianzas. En términos concretos, se refiere a la diferencia entre pasar de una dinámica clientelar a la de un movimiento orgánico que se proyecta en el largo tiempo. Desde otra perspectiva, el problema de la voluntad colectiva en sus diferentes formas de expresión orgánica tiene implicaciones de otro orden. Es lo que atañe a la relación entre sujeto y proyectos que es precisamente a lo que se refiere la idea de partido, movimiento o programa. Puede darse la situación que varios sujetos comparten un proyecto, o bien, que un mismo sujeto pueda participar de varios proyectos, según las coyunturas. En un momento se puede dar la emergencia de una alianza de muchos sujetos alrededor de una dinámica compartida (v. gr. La lucha por la democracia, o el interés de desplazar del poder institucionalizado a un determinado sector social, pero que una vez logrado el objetivo puede tener significado diferente para los sujetos). Aunque lo más relevante es cuando el propio sujeto, por mediación de sus dirigentes, se queda prisionero de una determinada coyuntura hasta el punto de sesgar su lectura de la sociedad en términos de la lógica particular de la coyuntura que influyó en la ideología y organización del sujeto. Es el caso de sujetos que se quedan fijados por una estrategia militar sin saber como pasar a una etapa diferente en lo que se refiere a organización y conciencia para la definición de tácticas de lucha diferentes; aunque también en lo que respecta a la formación de sus cuadros. A la inversa, quedar marcado por el éxito en la sociedad civil como resultado de formas de luchas que se dan en el marco de la institucionalidad, pero que, al cambiar la correlación de fuerzas y no ser capaz de asumir el cambio, pierde cohesión ideológica y efectividad política (el caso de la Unidad Popular con Chile). 7En otro orden de cosas, se trata de la relación de la capacidad del sujeto para tener claridad acerca de su viabilidad histórica y de las condiciones que la garantizan. Y que se relaciona con la capacidad para reconocer opciones para su desenvolvimiento, la cual supone una gran flexibilidad para moverse en distintos planos, a veces de manera simultánea. En efecto, la viabilidad de un sujeto puede tomar diversas formas. En primer lugar, que se trate de un sujeto con la cohesión y perspectiva suficiente para mantener un proyecto, por lo menos en sus lineamientos básicos. A lo que se opone la situación de sujetos que carecen de un proyecto de modo de quedar enfrentados al riesgo de convertirse en clientelas de otro; aunque, veces ni siquiera de otro sujeto, sino, más bien, de las mediaciones organizativos y/o ideológicos con que se presenta. A este respecto, cabría preguntarse si existe el sujeto que puede efectivamente resolver su propio desenvolvimiento a través del espacio del sistema político democrático; o, por el contrario, la tendencia es conformar un sistema ad hoc a su interés y naturaleza. En este marco problemático debemos recordar lo que pasa con el llamado estado de excepción, ya que podría ser el caso que tal excepcionalidad vienen a ocultar, bajo un mecanismo de aparente participación, alienación manipuladora, lo que viene a representar una situación política de amplia exclusión social, económica y social, pero legalizada. En verdad, el régimen de excepción podría representar un mecanismo para resolver la dificultad para construir legitimación: esto es, la compatibilización entre intereses grupales y su aceptación conformista por el resto de la sociedad. En este sentido, los golpes militares se ubican como fórmulas aunque transitorias de las crisis de funcionamiento de un sistema masificado y participativo que, en vez de resolver, agudiza las contradicciones entre lo particular de los intereses dominantes y lo general. El fascismo, el cesarismo, bonapartismo, el estado fuerte y la militarización representan mecanismos coyunturales para resolver la contradicción entre dominación y hegemonía. Pero en la situación actual podría representarlo la democracia. Por lo expresado, la clave política que constituye uno de los principales desafíos teóricos es la capacidad de los grupos dominantes para avanzar en su reproducción a lo alargo de sus diferentes coyunturas, superando sucesivas crisis de hegemonía, lo que refleja las posibilidades concretas para responder a los problemas planteados por la base económica, manteniendo su coherencia ideológica y política que garantiza su legitimidad como dominante. Capacidad que no solamente se manifiesta en su reproducción económica, sino también en desarrollar una voluntad colectiva orgánica que es, en suma, la que determina el carácter de la dominación política. Uno de los rasgos del momento histórico actual es que la legitimación de la dominación no está requiriendo de aparatos ideológicos (como los concibiera Althusser), sin siquiera de manera exclusiva de una forma de mostrar la realidad (en la acepción Heller) donde los medios de información cumplen una función que hace de hecho perder sentido procurar ver el orden de las cosas de modo 8diferente; más bien, estamos enfrentado a un orden político que no aparece como represivo ni excluyente, sino que basado en un juego de ideas, incluso de proyectos, con presencia, por lo menos en la apariencia de la sociedad civil y de los individuos, pero que identifica la organización normativa del orden político con la hegemonía. El orden político, como tal, deviene en una instancia generadora de legitimidad. Pero para ello, el orden político requiere definirse en forma defensiva respecto de aquello que pude trastocarlo, amenazarlo o resquebrajarlo, como ha sido la función del comunismo, en un primer momento, y ahora del terrorismo. El argumento de fondo es de carácter ético-político para alcanzar esta lógica político-ideológica que permita presentar al orden como garantía de una continuidad histórica: la tradición, la memoria, la identidad. De este modo, la estrategia de dominación termina orientándose hacia una subordinación de la sociedad civil respecto del orden político normado: la legitimidad se transforma en política de estado: el mecanismo es la perpetuación de los equipos gobernantes, lo que puede llegar, en algunos países, a conformar verdaderas dinastías familiares, sin contar con el mecanismo de la reelección indefinida. Es lo que puede estar pasando hoy con la democracia que parece transformada en el sistema legitimador de los poderes fácticos. Considerando el problema desde la base social, el desafío consiste en proyectar a nivel de las instituciones del estado las dinámicas conformadoras de nuevas subjetividades sociales, así como las experiencias de organización y de definición de opciones de proyectos, que se pueden observar en el magma de la sociedad. Teóricamente se trataría de resolver, en el ámbito institucionalizado, la capacidad instituyente de los sujetos, incluso de los dominados. Puede ser este caso sobresaliente de Bolivia que representa, en esta dirección, una situación contrastante con el resto de los países latinoamericanos que, más bien, están siendo reducidos a una lógica de organización institucional congruente con la naturaleza de las visiones de futuro, ideologías y prácticas propios del proyecto del empresariado. Si se tratara de sintetizar algunos comentarios teóricos, se podrían formular enunciados problemáticos como los siguientes: a) la transformación de un sujeto emergente en coyunturas electorales en un sujeto con capacidad histórica de proyecto de largo tiempo; b) el desajuste entre las exigencias de un proyecto de cambio de la sociedad y la capacidad del o de los sujetos para comprometer y sostener el proyecto; en esta situación se puede presentar la cuestión de los ritmos internos de los colectivos y los ritmos asociados a la construcción del proyecto (que puede no ser solamente económico sino también educativo y cultural, así como institucional); c) comprender que las circunstancias históricas que determinan la emergencia de un sujeto, o de toda una alianza, se han transformado de manera que no sea posible pensar en una acumulación de fuerzas con el argumento de una cierta continuidad histórica: v. gr. la Unidad Popular en Chile como culminación de un ciclo iniciado con el Frente Popular en los años treinta; 9d) reflexionar sobre los cambios en la naturaleza de los sistemas de representación política , según distintos momentos históricos, de modo de pasar de la etapa de un partido movilizador de clientelas en torno a reivindicaciones, a un partido que detenta política e ideológicamente el poder desde las instituciones del estado; e) en el marco de las líneas anteriores, se plantea la necesidad de comprender el peso inercial de los mecanismos de legitimación, y, de manera congruente, dar cuenta del ritmo de los procesos sociales en la medida que estos pueden provenir de la base, mediada por su forma de organización, o bien de la dirección orgánica superior (dirigencias); pero a la vez comprender que la dirección puede consistir en cierta capacidad de movilización de la base (la cuestión de la espontaneidad social), o bien, reflejar la eficacia organizativa de una estructura política (ya sea partido, movimiento o programa); y f) el problema del ideologismo, que en su afán por anticipar etapas y proyectar imaginarios, más allá de la fuerza real de los sujetos, no permite enfrentar la tarea de que la fuerza de los sujetos reconoce posibilidades de crecimiento, según las necesidades del propio proceso que protagonizan en sucesivas coyunturas. Hacia una estrategia de construcción del conocimiento: el análisis de coyuntura En el marco de las exigencias planteadas, surge la necesidad de resolver la construcción del conocimiento en el espacio en que tiene lugar la actuación del hombre individual y socialmente considerado, ya que no se actúa sobre lo general sino sobre lo específico. En esto consiste la certeza política por cuanto la realidad deviene de un conjunto de posibilidades que resultan en un recorte que expresa una opción de construcción viable por el o los sujetos. Desde esta perspectiva, el análisis de coyuntura refleja la conjugación entre conocimiento y el “eje zeta” (en la acepción Holton), esto es, entre entendimiento y las dimensiones existenciales del sujeto que lleva a asumir a éste como un ángulo desde cual construir el conocimiento. Lo anterior significa que la construcción del conocimiento tiene lugar desde la premisa conformada por la conciencia histórica; conciencia que trasciende a los objetos particulares de modo de colocarse ante las circunstancias que están fluyendo; por lo tanto, exige asumir las dinámicas constituyentes de la realidad en vez delimitarse a sus cristalizaciones. El esfuerzo planteado por la conciencia histórica, de esto se traduce en tener que transformar a la realidad en tanto externalidad en mundos posibles que se corresponden, en la medida que contiene la posibilidad de sentidos, con rescatar al sujeto. De ahí que el colocarse cumpla una doble función: por una parte, concebir la realidad como un mundo de significados que tienen sentido para la 10opción de construcción por parte del sujeto; y de otra, el desafío correspondiente para rescatarse como tal. Se plantea que la objetivación del hombre se manifiesta en el esfuerzo de dar primacía a la historia por sobre cualquier objeto teórico particular. Lo que supone reconocer los parámetros implícitos en la construcción de sus conceptos, pues la objetivación del sujeto consiste en recuperar sus disposiciones y capacidades, tanto intelectuales como emocionales y volitivas, desde su historicidad, para vincularse con las circunstancias tanto en sus potencialidades como en sus límites. En consecuencia, las relación con las circunstancias deviene en una relación con el tiempo y el espacio propios de lo dado y de lo dándose. Pero, principalmente con el tiempo en la media de que éste expresa el fluir de la realidad determinando las condiciones de la propia objetividad; lo que obliga a manejarlo desde sus complejidades que como ser puede manifestarse tanto en regularidades como en aleatoriedades. Es la conjunción entre lo regular y lo casual lo que permite determinar la situación de objetividad en que se encuentra aquello que queremos pensar o analizar. El tiempo cumple la función epistémico de necesidad de realidad, aunque sin anticipar ningun modalidad particular de objeto. La complejidad del tiempo es propia de la complejidad de la realidad, en cuanto constituye una articulación que puede reconocerse en distintas coordenadas de tiempo y espacio. Situación que determina tener que conceptualizar a la realidad entre planos espaciales, como ser la relación micro-macro, para entender a lo micro de lo macro; inclusión que sirve para rescatar, en un plano operativo, lo que podríamos denominar dimensión constituyente de la realidad. La idea de lo constituyente refiere a la concepción de los procesos reales como resultado de dinámicas transcoyunturales, por cuanto estos reconocen especificidades particulares en cada coyuntura; lo que sirve de base para entender el desenvolvimiento histórico como una sucesión de especificidades históricas en la perspectiva de los cortes transcoyunturales. Esta argumentación lleva a construir un marco para definir los desafíos del conocimiento socio-hitórico. Cabría preguntarse ¿qué tipo de teoría resulta de lo anterior? O, más bien, ¿qué significa en términos de la teorización y del pensar?, ¿qué implica pensar desde lo potencial? Pero, ¿qué significa lo anterior? Sostenemos que el pensamiento está organizado desde la exigencia de momentos concebidos en una secuencia necesaria, pero que sean posibles de activarse desde ciertos nudos articuladores. En este sentido, se puede recuperar la discusión clásica entre hecho y acontecimiento, en cuanto apunta a diferentes tipos de despliegue de la realidad, pues los hechos pueden representar modos de representación de lo aleatorio, mientras que los acontecimientos expresar modos de concreción de regularidades que trasciende los parámetros temporales de observación. 11Se desprende de lo expuesto que el problema del tiempo se puede trabajar desde dos ángulos complementarios, como lo enseña la historiorafía: a) desde una dimensión coyuntural; y b) desde las exigencias del periodo. Su importancia reside en observar que estas diferentes dimensiones del tiempo no están disociadas sino que son complementarias, ya que conforman la heterogeneidad en que se ubican todos los fenómenos. Pero, además, es importante para adentrarse en la complejidad de los fenómenos porque permite entender la problemática de los espacios del sujeto, en la medida que obliga a distinguir: a) entre espacios que transciende a lo observado, que son espacios de transición hacia algo nuevo que el sujeto está inevitablemente obligado intentar abordar; y b) los espacios contingentes que se agotan en sí mismos en el corto tiempo. Esta problemática permite incorporar la necesidad de abordar y resolver el problema de la incompletud que plantea el despliegue continuo o discontinuo de los fenómenos. El gran desafío reside en entender este despliegue entre continuidades y discontinuidades, en sus dos principales modalidades: estar sometidas a legalidades, o bien, constituir un campo de acción conformado por las acciones de sujeto, que, a través de sus propias prácticas, imprime una u otra dirección a los procesos según sus capacidades de construcción. Desde este ángulo, los procesos de la realidad no reconocen una direccionalidad lineal ni progresiva, pues esta resulta de una necesidad de construcción abierta a diferentes direcciones posibles Y ello supone asumirse como sujeto constructor. En consecuencia, pensamos que concebir la realidad como espacios de sentido, con sus propias exigencias de construcción viable, plantea tener que reconocer esos espacios. Es lo propio de la conciencia histórica que no se agota en la mera conciencia que se corresponda con el esfuerzo de teorización de objetos particulares; por el contrario, rompe con la idea de objeto para reemplazarla por el de reconfiguración problemática. Lo que significa entender los momentos históricos como articulación, pero no sólo como articulación sino también como de una secuencia necesaria. El momento histórico así concebido coloca en primer plano de la discusión a la realidad como un campo heterogéneo que no es posible reducir a objetos. Consecuente con lo que venimos diciendo, podemos distinguir dos exigencias principales: la de articulación y la de secuencia. La articulación expresa las determinaciones recíprocas entre los fenómenos, lo que lleva a plantear como imperativo del razonamiento a la exigencia de la especificad. La especificidad es la necesidad determinante de conciencia sin la cual esta pierde su efectividad como práctica constructora del sujeto, en la medida que lo específico cumple la función de definir lo potenciable. Por consiguiente, lo específico-potenciable resulta de la adecuación entre la articulación del momento con la conformación de mundo por el sujeto. Partiendo de esta base tiene sentido formular la relación entre “qué quiero” con “qué se puede”, y a su vez, éstas con “qué puedo”. En lo que respecta a la secuencia, esta se vincula con la 12indeterminación como siendo la base del esfuerzo por colocarse del hombre ante su historia, como fluir constante. Por consiguiente, la idea de futuro no cae dentro del marco de la predicción pues, más bien, aparece como una construcción que se corresponde con la lógica de la potenciación que equivale al esfuerzo por transforma lo indeterminado en lo posible de construirse. Equivale a concebir a la realidad como el deseo de realidad, según resulta de los dinamismos interpersonales en tanto que, a partir de ellos, se van conformando mundos que contienen horizontes de realidades que el hombre puede convertir en objetos, en los que apoyar la construcción viable de sus prácticas. Todo lo cual se puede sintetizar en la idea de recuperar a la realidad como espacio del sujeto. Pero la realidad como espacio de sujeto se vincula con la necesidad de realidad por parte del sujeto. Necesidad de realidad que para el razonamiento se traduce en necesidad de darse, lo que puede identificarse con la predicción de lo que puede ocurrir, pues refiere más bien a lo que “es estar siendo” (que incluye lo micro en lo macro). Necesidad, a partir de la cual, se puede llegar a definir el desafío de construir realidad desde lo potencial, en la mediad que el pensamiento se apoya en la tensión que consiste en colocarse ante posibilidades y no ante objetos cosificados. Esta es la función gnoseológica que cumple la utopía como expresión de lo inagotable; desafío que supone distinguir entre realidades objetuales y realidades excedentes, rompiendo con los límites de un razonamiento que se organice en base a la lógica de identidades y objetos. El momento histórico, al no confundirse con un objeto, constituye un ámbito de sentidos posibles que descansa en las opciones de construcción que le confieren contenidos particulares, según la lectura utópica que asuma el sujeto. Por ello, la incorporación de la dimensión utópica necesariamente rompe con la lógica del objeto en tanto expresión de las determinaciones, porque incorpora lo no dado como necesidad de darse. Esto es, a lo excluido, que es un tema fundamental del pensamiento social, por cuanto este “no rechaza” necesariamente lo negado, lo no aquello, a la categoría de error, como los sistemas matemáticos; ya que el “esto es” del hoy puede convertirse en el “esto no es”, o incluso en el “también es” de mañana (cf. George Steiner: Gramática de la creación, Siruela, Madrid, 2005, pág. 133). Desde esta argumentación, podemos volver a recuperar lo que decíamos acerca de la heterogeneidad del momento histórico conformado por lo aleatorio y regular en tanto modos de lo necesario- Es claro que el desafío planteado por la heterogeneidad lleva a dar primacía a la situación histórica por sobre cualquier teoría o modelo, ya que representa la disposición al asombro y la reivindicación de la capacidad de develar la realidad para descubrir nuevos ámbitos de sentido posibles para el despliegue del sujeto. Por ello, el análisis de coyuntura, en la medida que descansa en la lectura potencial de la realidad desde las exigencias de la especificidad y de lo 13indeterminado, constituye el espacio de conocimiento que se corresponde necesariamente con un rescate del sujeto desde el conjunto de sus dimensiones (entendimiento, emocionalidad, voluntad). Análisis que supone una forma de resolución de la objetivación del sujeto respecto de sus propios parámetros de razonamiento (prejuicios, información, inercia etc.), en la medida que el desafío consiste en colocarse ante la realidad sin mediaciones reduccionistas. El análisis de coyuntura cumple la función de rescatar el problema de la objetividad como potenciación viable. Como estrategia de construcción de conocimiento se basa en la inclusión de lo heterogéneo desde lo necesario, lo que supone asumirse como sujeto constructor de ámbitos de sentido. Representa, por lo mismo, la exigencia de la lógica de pensar que no puede ser sino el del pensar histórico. Desde esta perspectiva entendemos el pensar histórico como la capacidad de colocarse entre lo producido y lo producente, con base en una exigencia de lectura de la realidad desde su despliegue transcoyuntural. Pero para llevar a cabo esta modalidad de análisis, el sujeto requiere reconocer horizontes de posibilidades que resultan de su ubicación histórica en cuanto condición para pensar desde lo mediato y desde lo heterogéneo, no reducido a contenidos teóricos; de ahí la primacía de la historia de la que hablamos. De lo anterior se desprende que el análisis de coyuntura articula dos modalidades de conciencia del sujeto: la conciencia de lo devenido y la conciencia propia del despliegue de lo necesario. La conciencia de lo devenido es la propia de la dimensión de la realidad producida, ya que se enmarca dentro de la lógica de jerarquización de factores propia de las determinaciones de objetos. En cuyo marco, la dimensión activa del sujeto está disociada de su capacidad de entendimiento, por lo que nos encontramos frente a un sujeto más bien pasivo. En cambio, en la otra conciencia, la propia de la dimensión de los producente, cabe ubicarla en una lógica de apertura con base en lo necesario de darse como expresión de lo no agotado, de lo no cumplido, de lo no dado, así como de sus alternativas diversas de concreción según se atienda lo regular o a lo aleatorio. Es el espacio propio del sujeto constructor que no es sino el sujeto utópico; por eso no es inexacto pensar que lo producente resulta ser una función de las ficciones utópicas. De lo que hemos esbozado se desprende el desafío de desarrollar métodos de construcción de conocimiento que estén centrado en el develamiento de las potencialidades que se contienen en la relación que el sujeto es capaz de construir con su contexto, transformado en necesidad de mundo. Es el ámbito propio de la conciencia histórica concebida como premisa de razonamiento teórico; por lo que consideramos que los desarrollo metodológicos, desde la perspectiva en que nos colocamos, se tengan que convertir en formulaciones acerca del pensar histórico. Es la condición para estar en condiciones de reconocer opciones de futuro, de manera de ser congruentes con la afirmación de que no hay un solo futuro sino muchos. Y que dependerá lograrlo de la conciencia del hombre y de su capacidad para transformarla en voluntad organizada en torno de proyectos. 14