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LA APOLOGÍA DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA EN EL FEDÓN

El veneno ofrecido por el verdugo al gran Sócrates, mientras se pone el sol en


Atenas, es sólo el inicio de la circunstancia inmediata de su muerte. Será
únicamente la separación de esa genuina episteme o razón de aquel cuerpo
envejecido; es para él la liberación plena para la cual se ha formado toda la vida.

El aguijón del tábano matiza en el Fedón su apología, quizá ambigua para las
mentes llanas, acerca del destino del alma, de la convicción clara de que el alma
es inmortal y, que tras una vida de evolución intelectual, de purificación, le
aguarda el porvenir.

Sócrates expone que, lo fundamental es la therapeía tés psychés “el cuidado


del alma”. Aquí el auténtico filósofo deja la impronta de cómo va a ser su
existencia con toda la carga de la ética y de la metafísica, el viaje al más allá, la
serenidad, lo escatológico, la reflexión y la aplicación en la vida de Agathós y
Areté; en fin, el mundo del hombre justo, bueno e inteligente.

En todo éste entramado, a mi entender, afloran emociones y pasiones, ocultas


como aquella semilla de mostaza que es presencia del futuro, en ella está
escondido lo que va a venir bajo la aparente frialdad del razonamiento, sin
embargo; es hasta alegórico la gradación de las pruebas para demostrar la
inmortalidad del alma.

Con los Diálogos de Platón, con el Fedón, ha llegado hasta nosotros el legado
precioso de su doctrina, la cual reúne y resume un auténtico saber acerca del
amor, de la vida, del cosmos, del Ser, del reencuentro con la belleza a través del
ojo encarnado, de ese encuentro con el amante, y por qué no, con el amante
verdadero; y sienta las bases de la Antropología Filosófica, pues coloca en primer
término la necesidad del conocimiento propio, íntimo, antes que el conocimiento
exterior, dando vigencia al Nosce te ipsum del templo de Delfos.

Aquí se proclama la felicidad como meta superior a través del eudemonismo no


utilitario, unida indisolublemente a la virtud, a la práctica del bien. Para Sócrates la

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existencia de los Dioses se confirmaba en el propio testimonio de la razón al
examinar el orden y la finalidad del mundo. El alma humana es de naturaleza
divina e inmortal, preexiste al nacimiento y sobrevive a la muerte y logra su
perfeccionamiento en sucesivas reminiscencias o encarnaciones.

Hay que advertir el esmero y cuidado de Platón en la elaboración progresiva de


los detalles, con una variedad de matices muy significativa; tanto es así que, la
línea en el horizonte puede volverse imperceptible en la exposición de las ideas
sobre el tema. Sin embargo, en el Fedón se resalta el premio a una ética y a una
ascética fundamentadas. Se presenta al alma en su condición de fuerza que
gobierna al cuerpo, y se distingue en ella un alma racional que origina la
inteligencia y un alma irracional de donde se originan las emociones y los instintos.

Deduzco de la lectura del Fedón, no sin antes bajar al arroyo y al santuario de


las ninfas y sucumbir ante la genuflexión de mis ideas que, el alma existe
independientemente de la vida física, preexiste al nacimiento, y que habiendo
salido de la morada espiritual para animar sucesivamente diversos organismos,
vuelve a él y después retorna en ulteriores vidas siguiendo un camino de
perfeccionamiento. En cada renacimiento el alma olvida su origen aun cuando
guarda íntimamente ese recuerdo, y por eso, cada conquista intelectual sería más
que un nuevo conocimiento, una reminiscencia de lo que ya sabía por haberlas
contemplado en el mundo ideal. De allí, aquella conocida y muchas veces mal
comprendida afirmación de que “aprender es recordar”.

En éste hilar de las ideas, si Areté es conocimiento, éste nunca se alcanza del
todo, es un proceso que no acaba, que es inagotable sobre todo en las
discusiones filosóficas. Por eso no basta con dominar la retórica, que es una
técnica, hay que aspirar a la episteme, a encontrar la verdad, aunque no se
alcance; pero, jamás entregarnos a la complacencia con la dóxa. El conocimiento
moral requiere una búsqueda común, que la propicia el diálogo; empero, requiere
el esfuerzo ya mencionado de “conócete a ti mismo”, el camino de conocer el bien
del alma por encima de los bienes corporales.

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Es muy probable que estas líneas pletóricas de sentimientos, porque es la
ciencia del alma, nos lleve a comprender el amor a la ciencia, a esa episteme que
se fecunda en la ciencia del Amor. De esto aprendemos como lección básica, que
así como en geometría la distancia más corta es la línea recta, también en la
geometría moral de la vida, la ruta más corta para la evolución del alma se
consigue transitando por el camino recto, del amor, el camino de la otredad,
afirmando las relaciones en el respeto a la dignidad de los demás y transitar con el
ejemplo personal, familiar y social, ese camino que conduce a la convivencia
fraterna y solidaria entre los seres humanos.

La historia del pensamiento está marcada por el esfuerzo perseverante del


hombre para captar y entender la realidad que le rodea y darle algún tipo de
explicación satisfactoria. La cuestión central de la existencia del alma en el ser
humano ha sido y sigue siendo muy discutida, también es muy grande la variedad
de opiniones con respecto a su naturaleza y sus atributos. La cultura religiosa de
Grecia fue abierta, plena de belleza, sencillez y libertad, fundida por poetas y
filósofos.

Esta mitología helénica es el mayor esfuerzo del ingenio humano para imaginar
lo espiritual y lo divino. Las almas de los antepasados recibían el culto del respeto
y eran invocadas para obtener de ellas consejos y orientaciones. Cada quien tenía
su espíritu familiar o Daimon que le acompaña, inspira, advierte o auxilia.

En los Diálogos de Platón observamos la determinación de Sócrates para


poner de relieve su valentía ante la muerte, que no hay razones para el miedo,
porque lo que perece es solamente el individuo, no el principio encarnado en él.
Este hombre excepcional que predicó con el ejemplo y murió por la fidelidad a sus
ideas en holocausto a la verdad, estaba decididamente seguro de la inmortalidad
del alma y cifraba su doctrina en la rectitud de conciencia y en prepararse para
recibir en la otra vida, el premio de las buenas acciones. Confiaba plenamente en
su Daimon, que siempre le acompañaba y aconsejaba en las vicisitudes de la vida.

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A modo de aporte, en la cultura del siglo veinte se ha abierto un camino
precioso para la indagación filosófica al colocar a la intuición como la más legítima
de las vías para la aprehensión de las realidades íntimas del alma. En este camino
del mundo, hay un principio, un impulso o “élan vital”, identificado como elemento
espiritual, que nos conduce dentro del trazado evolutivo.

Por ello, la realidad no está en el ser, sino en el devenir, en la evolución, la


cual descubrimos en nosotros mismos gracias a la intuición, que es la experiencia
inmediata de la vida. La energía espiritual trasciende al intelecto y a la razón, sale
de los límites del tiempo y se identifica con la duración, es decir, con la vida misma
considerada en su flujo permanente y en su maduración. Igual que una larva se
transforma en crisálida y de ella irrumpe la mariposa, así el alma se depura y
progresa en las reminiscencias o anamnesis, en sucesivas existencias, revistiendo
formas diversas en la escala ascendente de la vida.

Por último, en toda esta gran trama de Platón, interviene un concierto de voces,
no sabemos en el fondo quien habla, pero plantearse si detrás de Sócrates está
Platón o lo contrario, es una trivialidad erudita que sólo ofuscaría la dinámica de
un pensamiento que, por encima de todo, está vivo. No en vano el oráculo vaticinó
con sorprendente acierto: “Sócrates será el hombre más sabio de Grecia”.

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