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El aguijón del tábano matiza en el Fedón su apología, quizá ambigua para las
mentes llanas, acerca del destino del alma, de la convicción clara de que el alma
es inmortal y, que tras una vida de evolución intelectual, de purificación, le
aguarda el porvenir.
Con los Diálogos de Platón, con el Fedón, ha llegado hasta nosotros el legado
precioso de su doctrina, la cual reúne y resume un auténtico saber acerca del
amor, de la vida, del cosmos, del Ser, del reencuentro con la belleza a través del
ojo encarnado, de ese encuentro con el amante, y por qué no, con el amante
verdadero; y sienta las bases de la Antropología Filosófica, pues coloca en primer
término la necesidad del conocimiento propio, íntimo, antes que el conocimiento
exterior, dando vigencia al Nosce te ipsum del templo de Delfos.
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existencia de los Dioses se confirmaba en el propio testimonio de la razón al
examinar el orden y la finalidad del mundo. El alma humana es de naturaleza
divina e inmortal, preexiste al nacimiento y sobrevive a la muerte y logra su
perfeccionamiento en sucesivas reminiscencias o encarnaciones.
En éste hilar de las ideas, si Areté es conocimiento, éste nunca se alcanza del
todo, es un proceso que no acaba, que es inagotable sobre todo en las
discusiones filosóficas. Por eso no basta con dominar la retórica, que es una
técnica, hay que aspirar a la episteme, a encontrar la verdad, aunque no se
alcance; pero, jamás entregarnos a la complacencia con la dóxa. El conocimiento
moral requiere una búsqueda común, que la propicia el diálogo; empero, requiere
el esfuerzo ya mencionado de “conócete a ti mismo”, el camino de conocer el bien
del alma por encima de los bienes corporales.
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Es muy probable que estas líneas pletóricas de sentimientos, porque es la
ciencia del alma, nos lleve a comprender el amor a la ciencia, a esa episteme que
se fecunda en la ciencia del Amor. De esto aprendemos como lección básica, que
así como en geometría la distancia más corta es la línea recta, también en la
geometría moral de la vida, la ruta más corta para la evolución del alma se
consigue transitando por el camino recto, del amor, el camino de la otredad,
afirmando las relaciones en el respeto a la dignidad de los demás y transitar con el
ejemplo personal, familiar y social, ese camino que conduce a la convivencia
fraterna y solidaria entre los seres humanos.
Esta mitología helénica es el mayor esfuerzo del ingenio humano para imaginar
lo espiritual y lo divino. Las almas de los antepasados recibían el culto del respeto
y eran invocadas para obtener de ellas consejos y orientaciones. Cada quien tenía
su espíritu familiar o Daimon que le acompaña, inspira, advierte o auxilia.
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A modo de aporte, en la cultura del siglo veinte se ha abierto un camino
precioso para la indagación filosófica al colocar a la intuición como la más legítima
de las vías para la aprehensión de las realidades íntimas del alma. En este camino
del mundo, hay un principio, un impulso o “élan vital”, identificado como elemento
espiritual, que nos conduce dentro del trazado evolutivo.
Por último, en toda esta gran trama de Platón, interviene un concierto de voces,
no sabemos en el fondo quien habla, pero plantearse si detrás de Sócrates está
Platón o lo contrario, es una trivialidad erudita que sólo ofuscaría la dinámica de
un pensamiento que, por encima de todo, está vivo. No en vano el oráculo vaticinó
con sorprendente acierto: “Sócrates será el hombre más sabio de Grecia”.