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Art # cm013, "El derecho a la contemporaneidad "

Periódico: La Jornada, lunes 24 de julio de 2000

Por: Cuauhtémoc Medina


cortesía de http://www.latinartcritic.com

Jornadas atrás, Teresa del Conde pasó a cuchillo mis opiniones sobre el
desdibujamiento de las disciplinas artísticas. Acepto gustoso la
polémica, no para dirimir las inclinaciones incompatibles de dos críticos
de arte, sino para ventilar una problemática que divide a prácticantes,
cuestiona el tipo de institución artística que habitamos y permea la
batalla de la periferia "tercermundista" por el derecho a la
contemporaneidad. Bastará con analizar dos malentendidos que son
proyecciones de Del Conde, es decir, indicios de cómo quisiera que
fuera su adversario.

Nunca dije que el sector regresivo del arte mexicano fuera el único que
se desgañita por presupuestos o becas, sino que los concursos, los
salones, las becas, la educación artística y buena parte de las
exposiciones están anacrónicamente clasificados por disciplinas
específicas y que la continuidad local de la rutina de los géneros
"tradicionales" se debe en gran parte a la vida artificial que les brinda el
sistema de promoción y educación. Tenemos exposiciones de
"ceramistas" curadas sobre la base indolente de agrupar a los artistas
que trabajan con barro o premios que incitan a los estudiantes a
especializarse como escultores en metal. Yo iría más lejos: la institución
concibe la clasificación disciplinaria como un modo de neutralizar a la
cultura contemporánea.

A últimas fechas, la mayoría de los artistas de punta definen su obra en


torno a un concepto móvil, nomádico, problemático de "arte
contemporáneo" en general. Pero si la obra de Francis Alÿs --por
ejemplo-- pone en conflicto la existencia de la noción de "pintura",
"caminata", "escultura" y "mito urbano", la escena anacrónica se esfuerza
por encerrarla en un cajón de sastre llamado "medios alternativos" o
"medios conceptuales" a fin de circunscribir y anular su capacidad de
perturbación y seducción. Ya Bataille lo advertía en 1929: la razón
clasifica lo inclasificable bajo el concepto de "lo informe", con el fin de
aplastarlo como a una araña.

Tampoco es cierto que se plantee una batalla entre los últimos


defensores de la civilización estética y las huestes de vándalos/críticos
new wave que se han confabulado para asesinar la pintura. Para los
artistas contemporáneos matar a la pintura es tan poco excitante como
planear el "magnicidio" de los muy austriacos herederos de Moctezuma
o cualquier otra dinastía interrumpida.

Curiosamente, la razón es que somos los públicos y practicantes del


arte contemporáneo no-específico quienes tenemos una noción clara de
la relevancia cultural/política/civilizatoria/epistemológica que tuvo la
pintura en los siglos XIX y XX. Hace algunos decenios era posible
proponerse en pintura (o mediante la defensa de los medios artísticos
específicos) tareas tales como la sustitución del icono religioso por el
cuadrado blanco (Malevich), la excitación a la acción revolucionaria
(muralistas mexicanos), la pervivencia de la invención cultural bajo el
capitalismo (Clement Greenberg en 1939), el desafío al escepticismo
(Michael Fried o Stanley Cavell), o contener el avance cultural del anti-
humanismo industrial estadunidense (Marta Traba). Lo que se discute
hoy exclusivamente por medio de pinceles y cuadros (salvo en casos
"testamentarios", como Gerhard Richter) configura un género residual, si
no es que abiertamente conservador.

La prueba misma la proporciona Teresa del Conde con su defensa de la


cultura "de calidad". Del Conde afirma dogmáticamente que "hay
jerarquías en las artes y las seguirá habiendo." Hace algunos años fue
todavía más explícita: nos advertía que la sola introducción del concepto
de "democracia" en nuestro debate sobre arte equivalía al "triunfo de la
vulgaridad." Concluyamos: ¿qué nos propone Teresa del Conde? La
persistencia del privilegio de la alta cultura y la superioridad de sus
practicantes. En cambio, quienes práctican una (re)invención constante
del concepto de arte al menos afrontan la desesperación de una estética
de la crisis. Y en los casos más precisos, intentan desafiar, aunque sea
simbólicamente, el funcionamiento de la cotidianidad sobre-estetizada
de esta fase de modernización capitalista que, por la vía del diseño y la
publicidad, vuelve banal y meramente retórico todo lo que fue
"grandioso" del arte tradicional.

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