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Jornadas atrás, Teresa del Conde pasó a cuchillo mis opiniones sobre el
desdibujamiento de las disciplinas artísticas. Acepto gustoso la
polémica, no para dirimir las inclinaciones incompatibles de dos críticos
de arte, sino para ventilar una problemática que divide a prácticantes,
cuestiona el tipo de institución artística que habitamos y permea la
batalla de la periferia "tercermundista" por el derecho a la
contemporaneidad. Bastará con analizar dos malentendidos que son
proyecciones de Del Conde, es decir, indicios de cómo quisiera que
fuera su adversario.
Nunca dije que el sector regresivo del arte mexicano fuera el único que
se desgañita por presupuestos o becas, sino que los concursos, los
salones, las becas, la educación artística y buena parte de las
exposiciones están anacrónicamente clasificados por disciplinas
específicas y que la continuidad local de la rutina de los géneros
"tradicionales" se debe en gran parte a la vida artificial que les brinda el
sistema de promoción y educación. Tenemos exposiciones de
"ceramistas" curadas sobre la base indolente de agrupar a los artistas
que trabajan con barro o premios que incitan a los estudiantes a
especializarse como escultores en metal. Yo iría más lejos: la institución
concibe la clasificación disciplinaria como un modo de neutralizar a la
cultura contemporánea.