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EL LOBBY INTERNACIONAL

DE LA LENGUA

Ariane Díaz

Hizo falta que viniera un rey español para que remodelaran el


teatro San Martín de Córdoba. Hizo falta que el rey llegara a
Córdoba para descubrir que las “tierras pampeanas”resulta que
tienen sierras. Hizo falta que se hiciera un congreso de la
lengua para que Macri descubriera que si España no hubiera
colonizado la mayor parte del continente, nuestra historia
hubiera sido otra, lenguas incluidas. A Vargas Llosa no le hacía
falta ningún evento particular para denostar cualquier cosa que
pudiera enojar a las potencias –aun venidas a menos– del
mundo, pero de paso descubrió que las clases dominantes
latinoamericanas tambiénparticiparon en las matanzas de los
pueblos originarios.

No fueron quizás estos los debates que se esperaban, pero


debates no podían faltar cuando se pone en discusión la
lengua, un terreno de disputas políticas más abiertas o
soterradas, aun cuando sus organizadores busquen evitarlas
apelando a la corrección política. Ni el cupo ampliado de
mujeres en las mesas ni el “respeto a la diversidad” como
mantra para abordar las variedades regionales del español y la
situación de las lenguas originarias desplazadas del continente,
iban a evitar que resonaran en las mesas y en los medios el
tema de la lengua inclusiva –que fue tema de debate aquí y en
otros países durante todo el año– o el imperialismo lingüístico
español, que tiene larga data y fue además eje en el “I
Encuentro Internacional: derechos lingüísticos como derechos
humanos”, que se organizó desde la Facultad de Humanidades
de la UNC y el colectivo de artistas Malas Lenguas, y se
presentó como “contra-congreso”.
Así, entre actividades culturales y charlas que convocaron un
amplio público –algunas de las personalidades convocadas al
Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE)
participaron también del contra-congreso–, hasta la
denominación de la lengua se puso en discusión: ¿español o
castellano? En una de las mesas del Congreso, Mempo
Giardinelli, por ejemplo, señaló que el español no existe, sino
un “castellano americano”, “enriquecimiento del castellano
original que vino con la Conquista a sangre y fuego”. Por su
parte, Claudia Piñeiro propuso que el próximo congreso
debería llamarse “Congreso de la Lengua Hispanoamericana”,
después de haber recitado, además, versos en qom. Al nombre
también se refirió, como equivocación y ofensa a la
vez, Horacio González, participante del contra-congreso.

No hay caso, toda lengua es política… Pero también es un


negocio. Y no solo porque la comitiva real llegó con
empresarios españoles que se juntaron a charlar de
inversiones en un desayuno con Macri y Felipe VI, ni por el
sponsoreo de grandes empresas como Telefónica, Banco
Santander, Repsol o Iberia, sino porque esta lengua, que ya se
acerca a los 600 millones de hablantes, crece como fuente de
ganancias, sobre todo en la medida en que crece la comunidad
hispanohablante en EE. UU. y los negocios de China en la
región requieren el aprendizaje de la lengua –y se sabe, todo lo
que en China pueda ser minoritario en cuanto a personas
involucradas, para el resto del mundo son mercados que
superan varias veces sus poblaciones–.

Para profundizar sobre estos y otros temas, y a pocos días de


iniciarse el CILE, entrevistamos a Santiago Kalinowski,
miembro de la Academia Argentina de Letras y con una mirada
crítica al conservadurismo de la RAE; y a Daniel Link, promotor
del Encuentro organizado en paralelo. Aquí nos permitiremos
algunos comentarios sobre lo que fue el desarrollo del
Congreso.
Espejitos de colores

¿Qué son exactamente estos CILE? Sus organizadores son la


Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE, que
reúne a las academias de Letras latinoamericanas y a la RAE),
el gobierno del país anfitrión y el Instituto Cervantes, un
organismo creado en 1991 que depende del Ministerio de
Asuntos Exteriores del Estado Español, con sedes en más de
40 países. Su objetivo es la promoción del español como
lengua extranjera, la expansión de los productos culturales en
español y, especialmente, se ocupa de dar certificados de su
correcto aprendizaje en todo el mundo. Los congresos son la
vidriera de esa política, para la que busca incorporar a otras
instituciones relacionadas a las letras en los países
hispanohablantes mediante consorcios y convenios –y
centralizar el negocio, por supuesto–.

Aunque suelen presentarse como instancias de reflexión sobre


la enseñanza de la lengua y los peligros que la acechan,
enunciados habitualmente como una inminente pérdida de
“unidad” y “riqueza” por la presión de los nuevos medios de
comunicación, las tecnologías y sobre todo, los
“extranjerismos” que la aquejan en la era de la “globalización”,
los CILE son, más bien, un gran lobby de negocios idiomáticos,
en forma de certificados, mercados editoriales y turismo.

Estas iniciativas reúnen entonces, a la vez, un tratamiento de la


lengua como activo económico a explotar con un nacionalismo
conservador que tiene siglos de historia tras imponerse no solo
a los pueblos de nuestro continente sino también a las distintas
lenguas que se hablan en su propio territorio. Ahí está el
conflicto con Cataluña para ejemplificarlo, que Sabina trajo a
cuenta como “pequeños nacionalismos” demostrando que es
cierto eso de que “siempre hay un tren que lo deja en Madrid”,
con su rey y su Constitución, especialmente el artículo 155 con
el que se interviene esa comunidad autónoma. Como
señalan Alberto Bruzos Moro y Eduardo Méndez Marassa, “el
discurso sobre el valor económico del español no sería una
idea nueva en respuesta a la globalización, sino más bien la
prolongación natural de viejas ideologías como el
panhispanismo o el nacionalismo lingüístico, revestidas ahora
con el ropaje neoliberal propio de la modernidad tardía”.

Claro que en esos negocios hay quienes se quedan con la


parte del león y quienes pueden aspirar a ser “emprendedores”.
Sí, a tono con una palabrita que por aquí viene sonando, el
lema de este CILE era “América y el futuro del español. Cultura
y educación, tecnología y emprendimiento”. De esto saben en
el Estado Español donde, tras la crisis del 2008 y el aumento
de la desocupación, miles de estudiantes o profesionales se
volcaron a enseñar la lengua tras certificarse en cursos
rápidos, un trabajo precario, ocasional, sin prestaciones ni
seguridad social.

¿Por qué este cambio de política de las instituciones de la


lengua españolas, que decidieron darle un giro
hispanoamericano a su marca? Porque no solo en
Latinoamérica está un 90 % de los hablantes de la lengua, sino
que en EE. UU. y en China lo que crece son las variedades de
este lado del Atlántico. Y es por eso que desde 2004, con la
“Nueva Política Lingüística Panhispánica” firmada por la
ASALE, se cambia de paradigma, abandonado el modelo
predominante y normativo impuesto por la RAE hasta
entonces, para pasar a un modelo descriptivo del diccionario y
de la gramática que publica esa institución, en los que
participarían todas las academias.

Por supuesto, los valores que promueve la marca poco tienen


que ver con sus acciones efectivas. El engaña pichanga de la
RAE sigue siendo elogiar la variedad de dialectos regionales,
que ya no se señalan como “barbarismos” sino como
“americanismos”, y reservar lo no marcado, la “lengua
española”, como modelo, como universal y como estándar
culto, para la variedad peninsular. Todo lo cual la habilita para
poner el sellito de calidad en las certificaciones.
“Consensuadas”, claro, con sus supuestas pares americanas.
En cuanto a la normatividad, poco han perdido de las viejas
mañas. Aunque formalmente se hayan fijado criterios de uso
para la incorporación de cambios en su diccionario –las
academias envían propuestas avaladas por el uso en medios
de comunicación u otras instancias públicas–, las discusiones
que todos los años se suscitan sobre las incorporaciones
demuestran que la RAE reconoce poco el uso y mucho el
abuso.

Hay que decir que la política de las instituciones locales es más


bien la de aceptar, paulatinamente, el rol de socios menores en
ese negocio y en esa ideología. No solo porque en muchas de
las declaraciones de las academias latinoamericanas persisten
los argumentos conservadores sobre la “corrección” del idioma
heredada de la RAE, sino porque también algunas
universidades, que en principio quisieron fundar su propia
certificación (el CELU, Certificado de Español, Lengua y Uso),
en 2016 aceptaron ya formar parte del SIELE (Servicio
Internacional de Evaluación de la Lengua Española), un nuevo
intento del Instituto Cervantes al que se sumaron la UBA en
Argentina y la UNAM de México (dos de las más grandes de la
región).

Con este remozamiento se pretende eludir una historia de


imperialismo lingüístico que no se abandona más que de
palabra y que duró siglos en su versión más explícita. En
nuestro caso, por ejemplo, el voseo no fue hasta hace poco
reconocido como parte de la “lengua culta” (escolarizada); aún
en la década de 1950 era “peligroso” y “empobrecedor”
excederse en su uso literario (puede verse por ejemplo la
respuesta de Oscar Masotta a un crítico español en la
revista Contorno por este punto). Precedido por Marechal, un
caso emblemático del acceso del vos a la literatura es el de
Julio Cortázar, que osó vosear ya en algunos cuentos
de Bestiario, de 1951, y que más de una década después
despliega su afirmación lingüística en Rayuela, interpretada en
muchos casos como un caso más de las tantas
experimentaciones que contenía la novela más que como una
constatación de lo obvio: ¿podrían Traveler y Talita tener la
escena del tablón desplegado para pasarse una yerba
hablando de tú?
Billetera mata historia. En esta edición de la CILE, se publica
una edición especial de… Rayuela. Por suerte ya nadie
preguntó, en la presentación del libro que fue parte del CILE,
por qué una edición de lujo para semejante bárbaro. Total el
diccionario ya aclara que el vos es cosa de sudacas.

Machiruleando

Atendiendo al espíritu de época –después de todo, toda marca


hace estudios de mercado y cambia algo si no vende–, la RAE
incorporó en los últimos dos años, en su diccionario, la
aclaración de que “mujer fácil” era despectivo, que embajadora
o jueza no necesariamente era la esposa del embajador o el
juez, y que machirulo tenía derecho a su entrada propia. Pero
tampoco exageremos: con el lenguaje inclusivo no pasarán, se
plantó la RAE, y en el Congreso no entra como tema de
ninguna mesa.

Los argumentos van desde las diatribas contra los grupos


ideologizados feministas que quieren destruir la lengua –Juan
Gil, un académico de la RAE, llegó a compararlo con algo que
hubiera asustado al propio Stalin–, pasando por
los argumentos lingüísticos inventados –en boca de
profesionales del tema, es decir, falsedades abiertas– hasta
tonos más conciliadores, como las declaraciones del director
de la RAE recién estrenado, Santiago Muñoz Machado, que
dijo que estaban “más que dispuestos a favorecer todo lo
que sea necesario para que la visibilidad del sexo
femenino en el lenguaje se incremente mucho más” –por
las dudas en Twitter la RAE pronto salió a aclarar que no avala
cuestionar el valor inclusivo del masculino–, pero que “no
puede imponerse por decreto” porque “la RAE no es la dueña
del lenguaje”. Acabáramos. El problema no es tanto que eso
contradiga el nuevo criterio descriptivo que la RAE enarbola –si
ese cambio se usa, no se les debería pedir que sancionen o
avalen nada; bastaría con registrarlo como más o menos
extendido–. Pero la presuposición que esconde el argumento
es que plantear el problema sería “querer imponerlo”,
justamente en boca del representante de una institución que
precisamente se dedica a imponer el idioma por arriba hace
siglos.

***

Algo que se ha destacado de este CILE, y ya en algunos


previos, es que su composición es menos académica: quienes
se dedican a la filología, la lexicografía o la lingüística
comparten escena con una mayor cantidad de figuras de la
literatura y los medios de comunicación que cobran
protagonismo pronto entre el público. Pero cabe preguntarse si
esta característica, menos técnica y más abierta al público, no
es justamente parte de esta política de promoción del español
como negocio, lo que se llama, usando un
extranjerismo, rebranding, la renovación e instalación de una
marca. Cuán exitosa es este branding se medirá en los nuevos
convenios, acuerdos o publicaciones que salgan a conquistar
nuevos mercados… pero eso no saldrá ya en los diarios.

Publicado en semanario Ideas de Izquierda

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